XXII: Marga y Ronda


—¡Quiero salir! ¡Soy inocente!

Soria no paraba de quejarse y derramar torrentes de lágrimas en la prisión de villa Cerulei. Mientras tanto, Demián iba y venía por la celda como un animal enjaulado, y Dinkens trataba de dormir sin prestarles mucha atención.

—Demián, quiero irme de aquí. —La muchacha cambió de estrategia y se dirigió al aventurero.

—Yo también quiero hacerlo, Soria —le hizo notar él, un tanto malhumorado—. Y también quiero saber qué ocurrió con Winger.

El aventurero se había quedado sumamente preocupado por el destino del mago. No lo inquietaba tanto el rapto por el ave demoníaca; confiaba en que su amigo sabría cómo arreglárselas con eso. Pero lo que los aldeanos habían dicho sobre el personaje montado en los gusanos, y que Soria confirmó que se parecía mucho a Winger, sumado a la reacción tan extraña de esas criaturas cuando lo escudaron, todo indicaba que de nuevo se hallaban en problemas. La sonrisa despectiva de Caspión se materializó en su cabeza.

—¡Grrrr! ¡Sáquennos de aquí! —acabó uniéndose a las quejas de Soria mientras tironeaba de los barrotes.

—¿Quieren callarse de una buena vez? —gruñó Dinkens, revolviéndose en la litera—. Yo llegué aquí primero, así que soy el amo de este recinto.

—Vamos, tú eres tan prisionero como nosotros —replicó el aventurero mientras estudiaba las sólidas rejas—. Tiene que haber una manera de salir...

—Claro que la hay —afirmó el violinista y señaló el armario que había al otro lado de la habitación—. El guardia deja las llaves allí cuando se va. Solo tenemos que tomarlas y fin del encierro.

—¿Y cómo piensas hacer eso? —repuso Demián—. Ese armario está a más de tres metros de las rejas, no podemos alcanzarlo.

—Observa cómo actúa una mente inteligente —dijo Dinkens con una sonrisa astuta.

Las palabras del violinista capturaron la atención de sus compañeros de celda. Se sacó uno de los zapatos y extrajo del calcetín dos esferas de color verdoso llenas de protuberancias.

—Estas son semillas de duende —explicó, sosteniéndolas en alto—. Son las últimas dos que me quedan. Si las usamos no solo saldremos de aquí, sino que además podremos encontrar a su amigo.

—¿Qué quieres decir con eso? —indagó Demián con desconfianza.

—Mientras peleábamos en la cueva, dejé caer una de estas preciosuras en la capucha de su capa. Los duendes son muy sensibles a la presencia de otros de su misma especie. Si esa semilla sigue donde la dejé, podremos rastrearla y dar con él.

—¡Dinkens! ¿Es eso cierto? —exclamó Soria con ilusión.

—Un momento —intervino Demián—. ¿Por qué tendríamos que creerte?

Tanta amabilidad repentina por parte del violinista hacía dudar al aventurero acerca de sus verdaderas intenciones. Trató de escudriñar su mirada, tal como Winger lo había hecho unas horas antes. Sin embargo, él no era tan bueno en eso de la intuición...

—Si no quieres, no me creas —contestó Dinkens—. Yo me iré de aquí de todos modos. Solo estaba esperando que el guardia se marchara para ponerme a trabajar en ello. —Tomó el tazón de avena que le habían servido para la cena y que no había comido, y vertió la mitad del contenido dentro de su sombrero bombín—. Pásame el vaso con agua —le pidió a Demián con un gesto mientras enterraba las semillas en las macetas improvisadas.

—¿Te refieres a este? —preguntó el aventurero, alzando un vaso vacío—. Tenía mucha sed, así que me lo tomé.

—¡IDIOTAAA! —vociferó el violinista con rabia. Después bajó la vista y se tapó el rostro con ambas manos—. Mis duendes no pueden crecer si no están en un medio con abundante líquido. Ahora sí que estamos perdidos...

—¡Demiaaaaaán! —lo regañó Soria mientras sus ojos volvían a liberar chorros de lágrimas.

Un destello iluminó entonces en la mirada de Dinkens.

—Sabes, niña, me pregunto cuántos años pasarán antes de que nos suelten —murmuró, acercándose a ella con el tazón de avena en la mano—. Para cuando lo hagan, seguramente estarás tan vieja y arrugada que ningún hombre apuesto querrá casarse contigo.

—¡No, no, no! ¡No quiero que pase eso!

Soria protestaba mientras lloraba a borbotones... borbotones que Dinkens se encargaba de recoger en el tazón.

—Qué pena, niña... —volvió a exclamar el violinista, con la vista clavada en la avena mojada—. Pero quizás tengas suerte y nos cuelguen a los tres en el roble del pueblo. Entonces tendrás una muerte juvenil y todos te recordarán con la apariencia que tienes ahora.

—¡Tampoco quiero que pase eso! ¡Demián, mira lo que has hecho por tomarte su vaso de agua!

—¡Oye, deja de ponerla en mi contra! —bramó el aventurero.

—¡Shh! —Dinkens los calló a los dos—. Vean...

Soria y Demián guardaron silencio y se acercaron a observar el tazón. Un brote diminuto con una hoja asomó a la superficie. Entonces, repentinamente...

¡POOF!

La muchacha y el aventurero dieron un salto hacia atrás cuando una pequeña mandrágora salió del tazón de avena. Tenía el tamaño de una ardilla y cabría perfectamente en la palma de la mano. La criatura era apenas un retoño de las bestias que habían visto anteriormente, y su rostro tenía una expresión de miedo y congoja, como si estuviera a punto de echarse a llorar.

—¡Es adorable! —exclamó Soria, quien no se pudo contener de la ternura y alzó a la pequeña mandrágora como si se tratara de un muñeco de juguete—. ¡Le pondremos Marga!

—Sí, lo que tú digas... —masculló el violinista sin darle demasiada importancia al asunto del nombre—. Escucha, como usamos tus lágrimas para hacerla nacer, esta criatura tiene una conexión especial contigo. Por eso es una llorona, como tú. Además, todo lo que hagas o pienses ella lo percibirá y te hará caso.

—¿En serio? —preguntó Soria, alzando la mano derecha y comprobando que Marga hacía el mismo movimiento en espejo.

—¿Qué tal? ¿No soy un genio? —alardeó Dinkens de su plan—. Bueno, dense prisa y envíen al retoño a buscar las llaves al armario.

La muchacha bajó a la mandrágora y la dejó del otro lado de las rejas.

—Vamos Marga, tú puedes —la animó.

Con pasos torpes y gemidos miedosos, la pequeña mandrágora avanzó hasta el armario que había contra la pared opuesta y trepó por los cajones. Cuando estuvo arriba, abrió la puerta del mueble y varios objetos se fueron al suelo.

—¡Mis cosas! —exclamó Demián—. Soria, dile que me alcance a Blásteroy.

—Demián, Marga es muy pequeña, no podría cargar una espada tan grande ella sola hasta aquí.

—Dile lo de las llaves —intervino Dinkens.

—¡Cierto! —exclamó Soria—. Marga, busca las llaves para sacarnos de aquí.

La mandrágora revisó el guarda llaves que había en la cara interna de la puerta del armario, pero este se encontraba vacío. Al parecer, el guardia se las había llevado.

Sin embargo, el brillo de otro objeto en el fondo del mueble capturó la atención de Demián.

—¡La campana de Jaspen! ¡Soria, dile que la traiga!

Incluso cargar la campanilla de Jaspen resultaba una tarea ardua para una criatura del tamaño de Marga. Sin embargo, la mandrágora se las ingenió para hacerlo, y avanzando con pasos cortos y cautelosos pudo regresar hasta la celda.

—Oye, ¿qué es eso de la campana? —indagó Dinkens mientras Soria volvía a aupar a Marga y la felicitaba por el buen trabajo realizado.

—Es un guingui de alas blancas —explicó Demián. Tomó la campana y se dirigió hacia la ventanilla que daba al exterior—. No tenemos que hacer mucho ruido...

Estiró el brazo hacia afuera e hizo sonar el instrumento solo dos veces con firmeza, esperando que nadie los oyera. Pasaron apenas unos segundos antes de que el aleteo de Jaspen se hiciera oír en las cercanías de villa Cerulei. El guingui no tardó en localizarlos y se acercó hasta la ventana.

—Sabía que podíamos contar contigo —le agradeció Demián mientras acariciaba el penacho del ave a través de los barrotes.

Luego se dedicó a pensar unos momentos con suma seriedad.

—¿Cuál es la distancia desde este sitio hasta el monte Jaffa? —indagó.

—Dos días a pie, tres como máximo —le respondió Dinkens, quien se había asomado para ver al guingui.

—Eso significa que solo tardará una noche en llegar hasta la mansión de Gasky —estimó el muchacho, y finalmente se decidió—: De acuerdo, hay que hacerlo. Soria, trae a Marga hasta aquí. La enviaremos junto a un mensaje para el viejo.

—¡¿Qué?! —Dinkens fue el primero reaccionar—. ¡No, no puedes hacer eso! ¿Qué hay de nosotros? ¡Necesitamos a ese duende!

—Tranquilo, tenemos otra semilla, ¿verdad? —le recordó el aventurero—. Solo tenemos que hacerla germinar y esperaremos hasta que el guardia regrese. Quien me preocupa ahora es Winger. Temo que no podamos dar con él a tiempo, y por eso debemos mandarle una nota a Gasky. Él siempre sabe qué hacer en estas circunstancias.

Dinkens se cruzó de brazos en señal de desacuerdo y él también se puso a pensar.

Demián no perdió el tiempo y mientras tanto le pidió a Soria que envíe a Marga en busca de un trozo de pergamino, una pluma y un tintero en el escritorio del guardia.

—No lo sé, Demián —murmuró Soria con preocupación mientras observaba a la mandrágora reuniendo los materiales—. Marga es muy pequeña para viajar sola. ¿Y si se cae?

—Vamos, tienes que confiar en Jaspen —trató él de convencerla—. Recuerda que siempre nos ha salvado. Es mucho más seguro para ella estar con Jaspen que aquí con nosotros.

Ni bien la mandrágora estuvo de vuelta, Demián se puso a trabajar en la nota. Era un mensaje breve y conciso, sin demasiadas aclaraciones:


ALGUIEN TRATA DE ATRAPAR A WINGER

SIGAN A LA MANDRÁGORA Y LOS GUIARÁ HASTA ÉL

SORIA Y YO PRONTO IREMOS AL MONTE JAFFA

DEMIÁN


El aventurero releyó varias veces el mensaje y se lo pasó a Soria para tener una segunda opinión.

—Aclara que su nombre es Marga.

—De acuerdo...

Demián sacó una flecha desde la palabra "MANDRÁGORA" y agregó "SU NOMBRE ES MARGA".

—¿Contenta?

—También tienes que decirle que los aldeanos piensan que fue Winger quien los atacó.

Ese sí era un dato importante. Demián dio vuelta el pergamino y volvió a escribir:


JURAN HABER VISTO A WINGER ATACAR VILLA

CERULEI MONTADO EN GUSANOS GIGANTES

¿HAY UN IMPOSTOR?


—Gasky lo entenderá —murmuró para sí, esperando que el mensaje fuera lo suficientemente claro—. Oye, Dinkens, ¿estás seguro de que las mandrágoras nos llevarán hasta Winger?

—Claro, ya les expliqué que los duendes buscan reunirse con los suyos. Marga irá al encuentro de su hermana semilla tan pronto se lo permitas.

Por algún motivo, la actitud de Dinkens volvía a ser colaborativa. Aquello no le gustaba a Demián. Sin embargo, no disponían de un plan alternativo. Tenían que hallar a Winger antes de que Caspión y los demás lo hicieran.

El aventurero tomó un jirón de la manta vieja que había en la litera y lo usó para atar el mensaje enrollado al cuerpo de la mandrágora. Luego la hizo montar sobre el lomo del guingui.

—Jaspen, por favor, cuida bien a Marga —le pidió Soria con la inquietud de una madre.

El ave de alas blancas trinó con seguridad y eso bastó para hacerla sentir más tranquila. Instantes después, el guingui ya se hallaba surcando el cielo nocturno con una mandrágora que chillaba del susto aferrada a su cuello.

«Cuento contigo, amigo», se encomendó a Jaspen.

Después resopló y giró hacia Dinkens.

—Bueno... ¿Hacemos otra mandrágora?


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Cuando Winger recobró el conocimiento, sus pies colgaban lejos del suelo. Miró hacia arriba: su capa se había quedado enredada entre las ramas de los árboles.

«Tengo que bajar de aquí.»

Con esfuerzo se balanceó hasta que logró asirse al tronco más cercano. Una vez que tuvo una base de apoyo pudo usar sus manos para liberar su prenda. Luego se deslizó con cuidado hasta la base.

—Vivo —murmuró mientras daba golpecitos con un pie en la tierra y se aseguraba de que todas sus articulaciones funcionaran correctamente.

Elevó la vista al cielo. Aún era de noche y no tenía idea de qué dirección tomar. Aún así echó a caminar, pues quedándose sentado no llegaría a ningún lado.

Oyó un graznido en la lejanía. Era un simple pájaro, pero le hizo pensar en el becúbero que lo había arrastrado hasta allí. ¿El demonio seguiría buscándolo? Más importante aún: ¿para qué lo alejado de villa Cerulei?

Soltó una fuerte exhalación.

—Te has vuelto a poner en movimiento, Jessio —dijo en voz alta mientras se abría paso entre la maleza.

Sabía que, tarde o temprano, ese día iba a llegar. Lo había estado esperando. Y esta vez se sentía listo para afrontar el desafío.


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—¡MISERABLEEE! ¡QUÉ LE HACES A MI SOMBREROOO! —rugió Dinkens enfurecido.

—Tranquilo, solo estoy regando la semilla —dijo Demián, arrinconado en una de las esquinas de la celda.

—¡Y UNA MIERDA! ¡ESTÁS MEANDO EN MI HERMOSO GORRO DE DUENDE!

—¡Demián, eso es asqueroso! —le reprochó Soria, quien se tapaba los ojos con las manos.

—¡Esto también es tu culpa! —le espetó el violinista a la muchacha—. ¡Justo ahora se te ocurre dejar de llorar!

—El suave arrullo de Jaspen ha calmado mi alma y la ha llenado de esperanza —explicó Soria con emotividad—. Por eso mis lágrimas se han secado y no volverán a salir hoy.

—¡LOS ODIO A LOS DOS! ¡LOS ODIO! ¡LOS ODIO! —mugió Dinkens mientras se arrancaba mechones de cabello colorado.

Demián todavía no acababa de vaciar la vejiga cuando un brote emergió de la maceta improvisada. Luego...

¡POOF!

Otra mandrágora había nacido.

A diferencia de Marga, esta tenía una expresión belicosa en el rostro y se movía nerviosa por la celda, escudriñándolo todo. Soria incluso se sintió inhibida por la actitud prepotente de la pequeña criatura.

—Tú te llamarás Ronda —la nombró la muchacha, escondida detrás del aventurero—. Demián, ¿por qué no la amansas un poco? Es muy revoltosa.

La mandrágora se había trepado a la litera y estaba desgarrando la manta.

—Es una criatura libre, déjala que se exprese —comentó Demián, quien se mostraba satisfecho con el pequeño monstruo.

—Dejen de hablar tonterías, ustedes dos —les espetó Dinkens mientras echaba al suelo la avena sucia que había en su sombrero—. Ya tienen otro duende. Ahora sáquennos de aquí.

—Paciencia —dijo el aventurero, ahora con mayor prudencia—. Tengo un plan, pero hay que esperar. Ronda, ¿estás listo?

La mandrágora asintió enfáticamente.

—Entonces es esto lo que haremos...

Demián ordenó a la criatura esconderse en el armario donde estaban todas sus pertenencias. Como si se tratara de un cazador experimentado, la mandrágora permaneció quieta en su escondite. Pasó un buen rato hasta el regreso del guardia. Mientras tanto, ellos oían los sonidos de Ronda dentro del mueble, quizás revisando con curiosidad todos los objetos que había allí.

Cuando el encargado de la vigilancia nocturna ingresó al lugar, se encontró con dos de los prisioneros discutiendo ruidosamente.

—¡Has estado ahí durante horas! ¡Nosotros también tenemos derecho a dormir! —vociferó Demián.

—¡Nada de eso! —replicó Dinkens, parado encima de la litera—. ¡Yo llegué aquí primero y me pertenece!

—¡Oigan, dejen de hacer eso! —los sancionó el guardia mientras avanzaba hacia las rejas.

Entonces la puerta del mueble se abrió. El hombre soltó un alarido cuando una cosa pequeña y alborotada le saltó encima y se aferró a su espalda. El desprevenido guardia comenzó a sacudirse para tratar de librarse de su atacante. Sin embargo, en su desesperación no se percató de que se había acercado demasiado a la celda...

Demián solo tuvo que estirar los brazos a través para atraparlo. Un duro cabezazo a través de los barrotes fue suficiente para dejar al pobre individuo fuera de combate. Ronda se trepó al cuerpo desvanecido y tras una breve revisación levantó un juego de llaves con un gesto triunfal.

Había llegado la hora de partir de villa Cerulei.



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