XV: El asesino de Mikán
Los centinelas apostados en el puente del palacio miraron con desconcierto cuando Jessio pasó a su lado con el andar lento, completamente resignado a empaparse bajo la lluvia copiosa.
El hechicero tenía la mente en otro lado. Había visto a Juxte. Había visto su defensa de brillo azul metálico.
«Aún tiene la lágrima de Cecilia», pensó con disgusto mientras atravesaba las calles mojadas.
Llegó hasta la casa quinta de Laroid. Rapaz le abrió la puerta. Avanzó buscando al individuo que, sabía, estaba de regreso. Entró al comedor y lo encontró allí junto al resto de los aliados, echado perezosamente sobre una de las sillas. Apoyaba las botas sobre la mesa, lo que dejaba al descubierto el fenómeno inusual que rodeaba la zona de sus tobillos: sus pies no dejaban de escurrir agua líquida, la cual chorreaba desde la superficie de madera hacia el suelo.
—Maestro —dijo con una mínima inclinación de cabeza y media sonrisa. Había perdido las cejas y los labios, y su piel estaba cubierta por escamas pálidas.
El tono mordaz revelaba lo que Jessio temía. No se dejó amedrentar por los cambios en el aspecto físico de su discípulo y se le dirigió amenazante:
—La has perdido.
—Las cosas se complicaron —se excusó el sujeto mientras se rascaba una oreja—. No tienes idea de lo fastidioso que puede ser ese imbécil.
—Conozco a Juxte mejor que tú, Blew, sé de lo que es capaz —repuso el hechicero—. ¡Pero también es verdad que dejamos el camino libre para que consiguieras la lágrima!
Blew se sobresaltó ante el grito de su maestro. Bajó las botas mojadas de la mesa y desvió los ojos, avergonzado.
Juxte había conseguido la lágrima de Cecilia en su misión del último año de la Academia. Había sido una total coincidencia, pues tanto Jessio como Neón la daban por perdida en los helados mares del norte. Sin embargo, el Pilar de Zafiro retornó de su viaje armado con una de las preciadas armas de los ángeles. Desde ese momento, no se había apartado de ella jamás.
Como bien había dicho, Jessio conocía el potencial del hermano de Mikán, el más joven de los cuatro Pilares Mágicos de Catalsia. Y el más temperamental. Una reliquia como la lágrima de Cecilia, el canalizador de las emociones violentas, era perfecta para alguien como él.
Dos años atrás, cuando se resolvió que era necesario influir sobre la conciencia del rey Dolpan para declarar la guerra a Pillón, una de las bases del plan había sido deshacerse de los Pilares del reino durante todo el tiempo que durara la operación. La tarea más ardua le fue encomendada a Alrión: salvar la ciudad que se hundía en los pantanos de Ponthos. Méredith había sido enviada a mediar en los enfrentamientos entre las naciones de Faleia y Monsch. En cuanto al Pilar de Rubí, hacía tiempo que ya no representaba un inconveniente...
Al momento de decidir la misión para Juxte, también se consideró el punto clave de arrebatarle la lágrima de Cecilia. El hermano de Mikán viajó a una tierra pobre, el reino de Crisol en los confines del continente. La misión del Pilar de Zafiro y sus hombres consistió en auxiliar a la familia real frente a un grupo rebelde que amenazaba con apoderarse del trono. Lo que ellos no sabían era que los responsables de iniciar la revuelta habían sido los subordinados de Neón. Los Herederos, los asesinos con máscaras, fueron los adversarios de Juxte. Y a la cabeza del grupo, el individuo que ahora se acongojaba frente a Jessio.
—¿Qué fue exactamente lo que ocurrió? —indagó el hechicero al fin.
—Juxte los mató a todos.
Una mueca de dolor recorrió el rostro de Neón, quien se hallaba sentado junto al discípulo de Jessio.
—¿Quieres decir que Cara de Hiena, Tarántula, Lince...?
—Todos ellos —lo cortó Blew, queriendo acabar con el tema lo más rápido posible—. También Cara de Toro, Tigre, Lagarto. ¡Todas tus malditas mascotas fueron masacradas por esa bestia!
—¡No le hables así a tu maestro! —le espetó el hechicero—. Si no fuese por Neón, tú no serías ni la mitad de lo que sea que eres ahora.
—Deja al muchacho tranquilo, Jessio —intervino Neón, melancólico mientras acariciaba su anillo de piedra opaca—. Sabíamos a lo que nos exponíamos al enfrentarnos a uno de tus mejores aprendices. Sin embargo, ¿todos los Herederos...?
—Lamento el tono de mis palabras, maestro Neón —se disculpó el discípulo de Jessio—. No tuvimos problemas para deshacernos de los soldados mágicos de baja categoría que acompañaron a Juxte. Pero, créame, esa cosa azul es terrible. Resistente como el diamante, filosa como un sable, veloz como un látigo. Nada se le equipara.
Nadie respondió a los comentarios de Blew. El silencio que se apoderó de la habitación fue tan incómodo para el hombre de las escamas que se vio forzado a seguir hablando.
—¿Y cómo te ha ido a ti? —se dirigió Smirro, quien permanecía quieto en el rincón más apartado de la habitación.
—Conseguí el péndulo —se limitó este a decir.
—¿Y Ágape?
—Ella también cumplió con su misión —le respondió Jessio—. Al igual que Legión. Todos tus compañeros han hecho su parte. Excepto tú...
—¡Estupideces! —bramó Blew y se incorporó de un salto sobre el charco que él mismo había generado—. Le ruego que me dé otra oportunidad, maestro. ¡Sé que puedo derrotar a Juxte!
—Has tenido casi dos años para lograrlo —observó Jessio con voz sentenciosa—. Tu error nos obliga a modificar nuestros planes. Te mantendrás escondido en esta casa hasta que recibas nuevas instrucciones.
Blew buscó ayuda en Smirro y en Neón, pero ambos se la negaron. Con impotencia, se dejó caer nuevamente sobre la silla. Después de todo, la mancha imborrable en su orgullo le recordaba que todo aquello era verdad. Él había fracasado.
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—¡Miren! Es él... —murmuró un muchacho al descubrir que la persona que acababa de entrar a la Academia era nada menos que el Pilar de Zafiro.
Una chica que se hallaba junto a él le dio un codazo y con disimulo le susurró algo al oído. La expresión de admiración en su amigo se transformó entonces en compasión.
Juxte fingió no verlos y siguió caminando hacia el despacho del gran maestro. La puerta estaba entreabierta, por lo que no necesitó golpear para cerciorarse de que no había nadie allí.
Ingresó de todos modos y paseó la vista por la habitación. Aquel no era el edificio donde él se había formado. La Academia anterior se había incendiado, le habían dicho.
«Lo habían incendiado», se corrigió, apretando un puño. La lágrima de Cecilia reaccionó en el acto y algunas púas comenzaron a crecer en su brazo...
—Juxte.
Una voz familiar lo espabiló.
Giró y se encontró frente a Dekis. El joven tutor le dirigió una mirada adecuada. Esos ojos le hablaban de compartir su dolor. No de lástima. Después de todo, Dekis conocía lo suficiente a su amigo como para saber que no era oportuno compadecerse de él.
El asistente de Jessio avanzó y trató de abrazar a Juxte. El Pilar de Zafiro vaciló durante un segundo, y eso bastó para que su coraza se erizara con agujas azules. Dekis retrocedió.
—Lo siento —dijo Juxte.
—No, soy yo quien debe disculparse —respondió el otro con una sonrisa—. Olvidé que no te agrada el contacto físico.
Los dos amigos se quedaron callados. Afuera, la lluvia seguía cayendo.
—¿Dónde está Jessio? —preguntó el Pilar de Zafiro—. Hoy lo he visto en el palacio y creí que vendría hacia aquí.
—Yo también estoy esperándolo, supongo que ha tenido alguna otra obligación —observó el tutor, un tanto extrañado—. Si quieres puedes esperarlo conmigo en la sala de tutores, es mi hora de descanso.
Juxte accedió y siguió a su amigo a través de la planta baja. La insignia "Sala de Tutores" rezaba en una placa de madera tallada sobre la puerta. Adentro había una mesa larga con varias sillas, un estante con libros, una alacena, una estufa y otros muebles de cocina.
—Toma asiento—lo invitó Dekis mientras ponía agua a calentar—. Últimamente nos hacen falta algunos tutores, así que no creo que venga nadie.
—Es verdad, Mirtel y Rapaz han perecido en el incendio de la escuela —recordó Juxte lo que había oído en el viaje de regreso hacia la capital—. En el incendio que ocasionó el traidor.
—Seh... —murmuró Dekis a media voz mientras tomaba dos tazas del la alacena y vertía en ellas unas hojas verdes—. ¿Quieres un té?
—Sí, gracias.
Juxte paseó la vista por la habitación simple. Se dio cuenta de que, siendo discípulo, nunca había ingresado a la sala de los tutores. Los dos habían sido compañeros durante cinco años. Dekis finalizó el ciclo de formación básica y luego de instruirse en cuestiones didácticas se reincorporó a la Academia como tutor. Juxte fue elegido por Jessio para acceder al régimen de formación superior. De aquello ya habían pasado cuatro años.
—Conque Dekis el estudioso se convirtió en tutor —comentó Juxte, sonriendo con nostalgia—. Estás cumpliendo tu sueño, amigo.
—Supongo que sí, aunque los jóvenes son más revoltosos de lo que había imaginado —comentó el asistente de Jessio con una sonrisa sufriente que hizo reír al Pilar de Zafiro—. Tendrías que visitarnos más seguido.
—Los viajes nos mantienen ocupados —explicó Juxte mientras su mente vagaba en buenos recuerdos.
Dekis tomó las tazas ya listas y fue a sentarse junto a su antiguo condiscípulo
—¿Cuándo has llegado?
—Hoy mismo. Este es el segundo lugar que visito.
—Estás empapado, ¿no quieres una toalla?
—Así estoy bien, gracias.
—¿Y cómo te encuentras? —Dekis hizo una pausa, y como su compañero no contestaba, insistió—: Me refiero a lo de Mikán...
—He comprendido la pregunta —se apresuró a aclarar Juxte—. No puedo afirmar que esté atravesando por un buen momento.
Mientras la lluvia golpeaba los cristales, los dos guardaron las palabras y se dedicaron a beber la infusión.
—No tengo hermanos, así que no puedo saber exactamente cómo te sientes —expresó Dekis con la vista puesta en la taza—. Pero comprendo que debe haber sido una noticia terrible.
—Mikán era mi única familia. Terrible es poco.
El tono filoso de su amigo obligó al tutor a introducir otra pausa en la conversación. No sabía qué más decir para consolarlo...
—Dekis, necesito que me ayudes —dijo de pronto el Pilar de Zafiro.
El tutor lo miró, esperando una aclaración.
—Quiero saber qué fue lo que le ocurrió a mi hermano.
Dekis buscó sus ojos, pero Juxte lo rehuyó.
—Los motivos no están muy claros. El episodio de la guerra con Pillón fue confuso, y desde el palacio no se ha emitido nada oficial. Solo rumores...
—Rumores... —repitió Juxte, taciturno—. Yo disiparé esos rumores. —Alzó la taza mientras miraba a través de la ventana—. Dekis, ¿hay algo que sepas al respecto? Algún dato, alguien a quien acudir... En verdad no sé cómo actuar en este momento.
—Tal vez deberías tomarte algún tiempo...
—No has contestado mi pregunta —le recriminó el Pilar de Zafiro con voz firme—. ¿Sabes algo que pueda serme de utilidad?
El joven tutor vaciló. Sí, sabía algo. Incluso lo había hablado con Jessio, quien le aconsejó ser prudente al respecto. ¿Era correcto compartirlo con su amigo? En el estado en que el Pilar de Zafiro se hallaba, ¿no sería incitarlo a hacer una locura...?
—Digas lo que digas, no me detendré —aseguró Juxte, como leyéndole el pensamiento—. Si posees información útil, me ahorrarás tiempo.
Dekis comprendió que sus evasivas habían terminado delatándolo. Ya no tenía sentido ocultarlo.
—La mañana del día en que ocurrió del asesinato del rey, Mikán acudió a la Academia. Aunque se mostraba confiado como de costumbre, pude notar que actuaba con apremio, como si alguien lo estuviese vigilando.
Juxte oía con atención. Con un gesto de la cabeza le indicó a su amigo que prosiguiera.
—Solicitó hablar con Jessio, pero el maestro había partido en un viaje. Sin embargo, me había dejado una carta para Mikán.
Juxte abrió mucho los ojos. Su corazón se exaltó y la lágrima de Cecilia vibró levemente en su pecho.
—Dekis, ¿qué decía esa carta?
—¿Cómo voy a saberlo? ¡No iba a revisar correspondencia ajena!
—No, claro que no —murmuró Juxte; aquella conducta no hubiera sido propia de su amigo—. ¿Eso fue todo?
—Acababa de darle la carta a Mikán cuando se armó alboroto entre los chicos afuera. Se formaron remolinos de polvo, por lo que supe quién era el responsable. Iba a llamarles la atención cuando Mikán me tomó del brazo y me retuvo. Me miró a los ojos y me dijo algo: "Tienes que contactar al general Caspión. No debe haber mediadores. Dile que él acudirá esta noche a la celebración. Irá acompañado por otra persona, y los dos estarán disfrazados de damas."
Aquel mensaje de Mikán, que había sonado tan críptico para Dekis en el primer momento, se volvió completamente claro pasada esa medianoche.
—Mikán estaba hablando del asesino del rey —dedujo Juxte.
Dekis asintió.
El Pilar de Zafiro se puso a reflexionar con la taza entre las manos. La información que su amigo le había dado era valiosa, pero de él no obtendría más respuestas. Había sido solo un mediador. Otra era la persona con quien tenía que hablar. Y lo haría ese mismo día.
—Juxte —habló Dekis con la preocupación plasmada en su rostro—. Quiero que me prometas que no harás ninguna locura.
El Pilar de Zafiro dejó la taza y se levantó.
—Lo siento, amigo —dijo mientras enfilaba hacia la salida—. Eso no es algo que pueda prometerte.
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La residencia ardía en llamas y Juxte corría desesperado por los pasillos abrasadores. Con apenas trece años, el joven no sabía qué hacer. La habitación de sus padres ya era inaccesible. Odiándose por dejarlos atrás, se dirigió entonces hacia la habitación de su hermano menor. Halló a Mikán tendido en el suelo, boca abajo, inconsciente por los humos que comenzaban a inundarlo todo.
Abrazado a su hermano, tratando de protegerlo de lo inevitable, Juxte aguardó la llegada de la ayuda. Algún vecino, los soldados que patrullaban la zona durante la noche... Alguien.
Y ese salvador fue un muchacho de mirada bondadosa. La ropa que vestía, de tela liviana y sandalias de cáñamo trenzado, revelaban que no era oriundo de Catalsia.
—Lo siento —susurró el joven, sentado junto a los hermanos en la vereda.
Los soldados habían llegado y estaban ocupándose ya del incendio. Un gran número de vecinos contemplaban la imagen horrorizados. Corría el rumor de que había habido dos víctimas.
A pesar de haber arriesgado su vida una y otra vez, el muchacho no había podido salvar a los padres de ambos niños. Su piel trigueña tenía múltiples heridas causadas por el fuego, pero no se quejaba.
—¿Eres un mago? —preguntó Juxte, recordando los prodigios que joven héroe había realizado al ingresar a la vivienda a través de una ventana, y también al ingeniárselas para salir de allí con vida cargando a los hermanos.
—Soy un aprendiz —dijo con humildad—. De la Academia de Jessio de Kahani.
—He oído hablar de él —murmuró Juxte.
Seguía abrazado Mikán, quien aún no recuperaba el conocimiento. Los últimos restos del incendio estaban siendo apagados en ese momento. La casa se había ido. Nadie parecía reparar en ellos.
—Escucha —dijo el joven con un tono serio—. A partir de ahora solo se tendrán a ustedes. Deben cuidarse mutuamente.
Juxte miró fijo a ese muchacho de ojos cobrizos y espíritu valiente.
—¿Cómo te llamas? —quiso saber.
El joven le sonrió.
—Hóaz.
A partir de ese momento, Juxte supo que seguiría los pasos del mejor discípulo de la Academia de Magia de ciudad Doovati. Diez años habían pasado desde aquel encuentro. Hóaz y Juxte se habían convertido en dos de los cuatro Pilares Mágicos de Catalsia. Y sin embargo, no había podido seguir el consejo de proteger siempre a su hermano...
—Juxte.
Una voz conocida lo espabiló. Se había quedado adormilado en el zaguán de la casa de Jessio. La lluvia seguía cayendo. El gran maestro finalmente había vuelto a su hogar y lo estaba observando con empatía.
—Maestro —dijo el Pilar de Zafiro con respeto.
El hechicero hizo ingresar a su discípulo y lo invitó a sentarse en su sala de estar. Invocó una Bola de Fuego para encender la leña del hogar y le trajo una manta seca.
—No sabía dónde hallarlo, por eso me tomé el atrevimiento de venir a esperarlo a su hogar —explicó Juxte mientras se acomodaba en uno de los sillones.
—Siempre serás bienvenido —respondió Jessio con calidez y se sentó frente a él—. ¿Te encuentras bien? Esas ojeras son de varios días. ¿Cuándo fue la última vez que...?
—¿Qué relación tenía mi hermano con el traidor de Catalsia? —Juxte interrumpió con brusquedad a su maestro.
Jessio endureció el rostro. La pregunta había sido demasiado repentina.
—La misión del último año de mi hermano fue esa, ¿cierto? ¿Seguir de cerca los movimientos del traidor que había incendiado la Academia?
—No tiene sentido que te lo niegue —contestó Jessio—. Tú mismo sabes los riesgos que implica el régimen de formación superior.
Juxte notó que su maestro observaba el brillo azulado oculto debajo de la manta. El hechicero ablandó el gesto y habló con prudencia:
—Deberías quitártela cuando no estés frente a un enemigo.
El Pilar de Zafiro reaccionó a la defensiva y se echó hacia atrás en el asiento. Miró a Jessio sin decir nada. Algo comenzó a deslizarse a través de su torso, como si se tratara un líquido viscoso. La sustancia era azul, metálica, y fue a concentrarse en un único punto en la palma de la mano de Juxte. Era una perla suave y lustrosa con la forma de una lágrima, del tamaño de una nuez. Si Alrión le había dado el apodo de Pilar de Zafiro era justamente por el color de ese objeto que Juxte depositó sobre la mesa frente a su maestro.
Desconectada del vínculo emocional con su portador, la lágrima de Cecilia ahora yacía inmóvil, indefensa. La codicia centelló con una tonalidad discreta en los ojos de Jessio. Blew había fallado en recuperar aquella reliquia que ahora descansaba en su propia sala de estar. Era capaz de matar a Juxte, lo sabía. El muchacho tenía el potencial para convertirse en el más poderoso de los cuatro Pilares del reino, pero aún le faltaba experiencia. Aunque el combate no sería fácil, el premio lo valía...
Sin embargo, otra idea atravesó la mente de Jessio como un rayo revelador. Luego de diez lunas desafortunadas, la suerte volvía a ponerse de su lado. Lo oportuno hubiese sido consultarlo con Neón, pero decidió actuar confiando en su intuición.
—Supongo que querrás saber qué le pasó a Mikán.
Juxte se estremeció, apretó un puño para contenerse, y asintió.
Jessio se incorporó y caminó hasta el hogar chispeante.
—Como bien has deducido, la misión encomendad a tu hermano fue la de vigilar de cerca los movimientos de Winger. Lo siguió hasta los montes de Lucerna, y allí logró infiltrarse en su círculo íntimo. Parece ser que el fugitivo tiene conexión con un anciano historiador llamado Gasky de Quhón.
—He oído su nombre —dijo Juxte—. Es una persona muy respetada por su sabiduría.
—Sabiduría que Gasky ha decidido poner al servicio del lado equivocado —repuso Jessio—. Tal vez no esté de más informarte que posee aliados en Pillón, los mismos que atentaron contra la vida del rey Dolpan. Winger fue el segundo asesino enviado para acabar con el trabajo. Por desgracia, lo consiguió.
—Entonces, ¿ese fue el motivo por el cual hubo guerra con Pillón?
—La cuestión es compleja y delicada. Llevo años pesquisando qué es lo que traman los enemigos de nuestro reino, y la ayuda de Mikán fue muy valiosa. Gracias a él pudimos detener a tiempo la invasión que Pillón tenía prevista. Sin embargo, había algo que no sospechábamos.
Jessio giró para mirar a Juxte. Notó que el joven había vuelto a tomar la lágrima de Cecilia y que la aferraba en la mano, pero no dijo nada al respecto.
—Como tú mismo has afirmado, Gasky posee grandes y variados conocimientos. Algunos, muy oscuros. Y todo nos indica que ha descubierto el secreto para abrir grietas en la Cámara Negra.
—¿Grietas en la Cámara Negra? —repitió Juxte, pasmado—. Entonces, los demonios que han estado apareciendo...
—Han sido liberados gracias a un objeto maldito que estaba en poder de los gobernantes de Pillón. Mikán lo descubrió en el último momento. Sin vías para comunicarse conmigo, decidió viajar a ciudad Bastian para advertirme acerca del peligro. Pero nuestros enemigos fueron más veloces que nosotros. —Jessio hablaba como el mejor de los actores, fingiendo impotencia y dolor—. El traidor de Catalsia puede parecer una persona joven e inexperta, pero su esencia es la misma que la de esos demonios que están a su merced. Valiéndose de ellos recuperó la capital de Pillón y expulsó nuestros ejércitos. Y como reprimenda hacia aquel que lo había traicionado, acabó con la vida de tu hermano Mikán.
Sensible a la furia de su dueño, la lágrima de Cecilia se estremeció bajo el puño crispado de Juxte y se transformó en una aguda lanza.
—Es lo que había pensado —masculló el Pilar de Zafiro con el rencor ardiendo entre los dientes—. El traidor mató a mi hermano.
—Su nombre es Winger —dijo Jessio con firmeza—. Juxte, no lo olvides. Tienes que llamar al asesino de tu hermano por su nombre. Es la única manera de no perder de vista la verdad. La reina no quiere reconocerlo, y aún sabiendo estas cosas que estoy revelándote evita dar la orden de captura del hombre que mató al rey y también a Mikán.
—Winger —repitió Juxte, y crueles espinas brotaron a los costados de la lanza azul.
—Winger es el títere que maneja nuestro enemigo, el mitólogo Gasky de Quhón. Ahora el libro maldito yace en sus manos, y cuenta además con la protección de poderosos personajes de los valles de Lucerna. Juxte, es el deber de los Pilares de Catalsia defender su nación de la amenaza más grande que puede haberse cernido sobre nosotros.
—Winger...
Juxte no pensaba en su deber como Pilar Mágico ni en los planes del historiador de los montes de Lucerna. Y Jessio lo sabía. Con la sutileza de un ingeniero hidráulico estaba guiando el gran río de odio que corría por las venas de Juxte hacia un único cauce: el asesino de Mikán.
—¿Dónde está?
—Es difícil de saberlo, pues la reina no se está encargando del asunto. Sin embargo, tengo mis sospechas de que el asesino de tu hermano se esconde en algún punto cerca de la frontera entre Catalsia y Lucerna. Tal vez en nuestros maizales del este, o quizás cerca del río Lycaia. Otra posible opción es el poblado de Dédam...
Juxte se puso de pie. Y Jessio comprendió que la tarea estaba hecha. El Pilar de Zafiro, sin saberlo, ahora trabajaba para él y para Neón.
—¿Adónde vas, Juxte? —lo interrogó al tiempo que el joven alcanzaba el picaporte.
—Tengo cosas que hacer —se limitó a responder.
La lágrima de Cecilia volvió a adquirir consistencia líquida, deslizándose a través del brazo de Juxte hasta quedar oculta debajo de la vestimenta de su dueño.
—Te prohíbo que vayas en busca del asesino de tu hermano.
El Pilar de Zafiro no dijo nada. Cerró la puerta con fuerza al salir.
Jessio sonrió. Caminó de nuevo hasta la sala de estar y acarició la pana de la mesa donde la lágrima había descansado durante unos instantes.
«No importa.»
En poco tiempo, la reliquia que adoptaba la forma de las emociones de su portador adquiriría una apariencia muy particular: sería la llave que le abriría las puertas hacia la concreción de su plan.
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