XLVII: El traidor de Catalsia


Demián sintió que algo húmedo le estaba cayendo en la cara.

Abrió los ojos y se llevó un gran susto al encontrarse con el rostro inexpresivo de Gluomo.

—¡¿PERO QUÉ RAYOS ESTÁS HACIENDO?! —bramó al mismo tiempo que se arrastraba lejos del plásmido.

—Solo lo ayudaba a recuperar el conocimiento, señor Demián —dijo Gluomo y le enseñó su regadera.

El aventurero estaba dispuesto a iniciar una discusión con el plásmido cuando una voz intercedió:

—Trata de calmarte un poco, Demián —le aconsejó Gasky—. Te han dado un buen golpe, pero estás a salvo. Todos lo estamos... Por ahora.

El anciano se hallaba de pie al borde del pináculo. Su cuerpo apuntaba en dirección al bosque de Schutt.

—Es cierto, esa mujer...

Poco a poco Demián fue cayendo en la cuenta de lo que había sucedido. Méredith se había transformado y lo había superado ampliamente. Lo último que recordaba era una patada colosal que lo dejó fuera de combate. Golpeó el suelo con el puño. Aún se sentía aturdido...

—¿Qué pasó con Jessio? —indagó.

—Ha tomado el libro y se ha marchado —respondió el anciano sin dejar de mirar hacia el norte.

—Entonces nos ha ganado... —masculló el aventurero con fastidio.

—No necesariamente —replicó el historiador.

Luego hizo un gesto a Gluomo.

El plásmido abrió la boca mostrando las muelas. Regurgitó y un bulto envuelto en cuero apareció en la palma de su lengua.

Impresionado por lo que acababa de presenciar, Demián posó su atención en el paquete humedecido por la saliva de Gluomo.

—Es una copia de los pasajes más importantes del libro —explicó Gasky—. Tal vez no haya avanzado mucho en estos meses, pero al menos tomé esta precaución. Jessio desconoce que existen estas notas. Podré seguir con mis investigaciones.

—En ese caso, solo resta salvar a Winger —dijo Demián y se puso de pie—. Me voy hacia ciudad Doovati...

—¿Y cómo piensas irte? —preguntó Gasky.

Recién entonces Demián se acordó de lo que había sucedido con su compañero.

—¡Jaspen! —exclamó—. ¡¿Dónde está Jaspen?!

Lo buscó por la plataforma con ojos desesperados. El trino que llegó desde muy cerca le devolvió el alma al cuerpo. Jaspen descansaba sobre una manta en el zaguán de la casa. Tenía un ala vendada y su canto había sonado muy débil.

—No se preocupe, señor Demián —intervino Gluomo—. Jaspen estará bien. Pero no creo que pueda volar durante algún tiempo.

El muchacho contempló a su amigo herido. Una gran culpa se apoderó de él. Si no hubiera obrado de manera tan impulsiva. Si hubiera sido más fuerte...

Se acercó a Jaspen y le acarició el penacho en señal de disculpa. El guingui le devolvió la caricia, dándole a entender que no le guardaba resentimiento.

—Hace un momento mencionaste que querías salvar a Winger —habló de nuevo el historiador—. Sé que no es tu estilo, mi estimado Demián, pero tal vez solo tengamos que esperar un poco más. No hay forma de que lleguemos a ciudad Doovati antes de la hora de la ejecución. Sin embargo, algo inesperado ha ocurrido en este lugar.

—¿Algo inesperado? —repitió el aventurero, confundido—. Pero usted dijo que Jessio tiene el libro...

—Jessio tiene el libro —corroboró Gasky—, pero quizás sus acciones hayan culminado aquí.


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El grupo liderado por el Pilar de Amatista marchaba a través del sendero que descendía desde el monte Jaffa. No se pronunciaba palabra alguna. Solo se oían los cascos de los caballos. Los jinetes tenían los ojos puestos en la entrada al bosque de Schutt.

Méredith demoró un poco su corcel y se ubicó a la altura de su mentor, quien cabalgaba en el centro de la formación.

—¿Ocurre algo? —indagó el hechicero al notar que su acompañante lo observaba.

—No es nada, maestro —musitó la ilusionista—. Tan solo me preguntaba qué es eso que ha obtenido en la mansión del señor Gasky.

Jessio bajó la vista al bulto envuelto que llevaba en su bolso.

—Son las páginas de un libro maldito —explicó—. La fuerza sobrehumana de Winger, así como los demonios que han ido apareciendo, son hijos de esta magia oscura. ¿Comprendes ahora por qué te pedí que destruyeras la mansión?

—Por supuesto —respondió ella—. Sería peligroso dejar libre a un hombre capaz de manipular tales poderes malignos.

Jessio sonrió.

—Sabía que me entenderías —dijo y luego alzó la voz para hablarle a la tropa entera—: Todos ustedes han realizado un gran trabajo el día de hoy. Pueden enorgullecerse de haber sido partícipes del final de los enemigos de Catalsia.

Algunos hombres esbozaron sonrisas llanas. Otros mantuvieron la vista clavada en los árboles que anticipaban el bosque ya próximo. Todos delataron cierta incomodidad.

—Gracias, maestro —concluyó Méredith y de nuevo se adelantó para liderar la marcha.

Jessio entonces volvió a unirse al coro de jinetes callados. Paseó la mirada entre todos ellos. Los estudió uno por uno. Sí, esos hombres estaban nerviosos.

Volteó para ver por última vez la cima rocosa del monte Jaffa, imponente bajo un cielo azul y brillante.

«Un cielo azul y brillante», murmuró hacia sus adentros.

Esa noche el grupo acampó en el bosque. El fantasma de la aprensión latía en el ambiente, y aunque todos se esforzaban por mostrarse distendidos, nadie fue capaz de espantarlo. Los soldados tomaron turnos para montar guardia. Jessio permaneció despierto todo el tiempo.

«La Hora de las Sombras ya debe haber comenzado», estimó mientras contemplaba las llamas danzantes de la fogata.

—Maestro, ¿por qué no descansa un poco? —le sugirió Méredith, yendo a sentarse junto a él—. El peligro ya ha pasado.

El hechicero negó con la cabeza.

—No estaré tranquilo hasta que estas páginas se hallen resguardadas en ciudad Doovati —afirmó y tanteó el bulto en su morral.

—Pero son tres días de viaje... —advirtió la ilusionista.

—He soportado las inclemencias de las guerras en tres continentes, Méredith —repuso Jessio—. Un poco de desvelo no me matará.

—Aún así, maestro... —El Pilar de Amatista buscaba las palabras exactas para expresarse—. Si lo que le preocupa es la seguridad de ese libro, puede confiármelo a mí durante algunas horas.

Las aves nocturnas sacudían sus plumas y el fuego crepitante iluminaba sus rostros. Las pupilas de Méredith y las de Jessio formaban un puente opaco y enigmático. Los dos vigías de turno los observaban sin interrumpir. Por si acaso, sus manos estaban sobre las empuñaduras de sus armas.

—No será necesario —declaró el hechicero.

Y con el tono de voz dio a entender que no cedería en su postura, la cual fue capaz de sostener durante los tres días que duró el viaje de regreso hasta la capital de Catalsia.

Tres días silenciosos, de sonrisas falsas y armas listas.

La tensión del grupo, pareja durante todo el trayecto, se elevó de golpe cuando las murallas de ciudad Doovati estuvieron a la vista.

—Enviaré un mensajero al palacio para avisar de nuestra llegada —comentó el Pilar de Amatista a su mentor.

—Tú conoces tus obligaciones, no hace falta que lo consultes conmigo —señaló el hechicero—. ¿O acaso piensas que iba a oponerme por algún motivo?

—Por supuesto que no, maestro —se limitó a contestar la ilusionista y ordenó adelantarse a su jinete más veloz.

Era un día inusualmente caluroso para ser primavera. Tal vez eso explicaba las calles desiertas de la capital. Tal vez...

Un cuervo los acompañó durante todo el tramo de la avenida hasta las escalinatas del palacio. Volaba bajo y en círculos. Cuando no admiraba los escaparates cerrados de los negocios, Jessio alzaba la vista hacia el pájaro. Luego volvía a mirar hacia el frente.

Arribaron a la plaza de las fuentes. Jessio desmontó junto al resto de la comitiva e ingresó al palacio. Diez hombres marchaban delante de él. Otros tantos iban detrás. Méredith, siempre a su lado.

A los costados del amplio corredor, los guardias le dedicaban expresiones de recelo mal disimulado.

Jessio no se inmutó. Aferró el libro de Maldoror y siguió adelante.

Cuando al fin estuvo en la sala del trono, las puertas se cerraron...


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Aquila Jubé se detuvo al llegar al borde del pináculo y se quedó dando suaves aleteos en el aire.

Mientras sus subordinados se encargaban de maniatar al muchacho que ella había dejado inconsciente, Méredith se acercó a contemplar al águila de viento y magia.

—¿Alrión...? —susurró, preguntándose qué clase de mensaje quería su compañero hacerle llegar en un momento como ese.

El sonido de su voz activó la segunda fase del hechizo. Aquila Jubé cambió su forma hasta convertirse en la imagen etérea del Pilar de Diamante. El semblante abatido de su compañero inquietó a la ilusionista.

—Hola Mery —comenzó el mensaje de Alrión—. Hay tantas cuestiones de las que tengo que advertirte, y me temo que no he tenido el tiempo suficiente para preparar las palabras. Mery, yo... —El Pilar de Diamante sonrió con pesar—. He sido derrotado. Y no por cualquier persona. Se trata de un individuo que se hace pasar por Winger. Puedo imaginarme la cara que estás poniendo en este momento. A mí también me dejó descolocado. Y sin embargo, ahí estaba... Era el sujeto contra el que luchamos en ciudad Doovati, un chico de ojos azules, y no el de ojos castaños que fue enjuiciado en ciudad Miseto. Esta criatura es un monstruo, Méredith. Y Jessio es quien lo controla...

—No puede ser... —soltó el Pilar de Amatista.

—... Sospecho que ese fue el mensaje que Juxte quiso hacerme llegar cuando me confió la lágrima de Cecilia. Sus asesinos deben haber sido las mismas personas que acaban de aparecer ante mí: Smirro y Blew. Ellos aún siguen con vida. Todo ha sido una gran mentira. Mery, sé que lo que estoy contándote puede parecer una locura, pero esto es real. Yo he sido vencido por ellos y, bueno... Supongo que ya no volveremos a vernos.

El corazón de Méredith se tornó azul y doloroso al escuchar esa sentencia.

—¡Pero no creas que te librarás de mí! Volveré como un fantasma y no habrá cortinas me impidan espiarte cuando estés sola —bromeó con un guiño de picardía, aunque un dejo de amargura se vislumbraba en su mirada—. Mery, agradezco a la vida por haberte conocido. A ti y también a Hóaz. Siempre han sido los pilares que me han dado sustento. Quizás ese idiota siga perdido por ahí, en algún rincón del mundo. Entonces será tu trabajo hallarlo a partir de ahora...

—¡Alrión, no...! —murmuró la mujer con los ojos llorosos.

Estiró una mano hacia la imagen, que empezaba a desvanecerse.

—Nos volveremos a ver, preciosa —aseguró Alrión con el rostro radiante—. Supongo que nuestra cita tendrá que esperar hasta entonces. Cuídate mucho, Mery. Y no dejes que los malos se salgan con la suya...

Esas fueron las palabras finales del Pilar de Diamante.

Méredith las rememoró para mantenerse fuerte, de la misma manera que lo había hecho durante los últimos tres días.

Dio un paso hacia la persona que los había engañado y activó la trampa:

—¡Tetrágono de Cristal!

Los muros luminosos se elevaron al mismo tiempo que la ilusión que velaba los ojos de Jessio se rompió.

El hechicero paseó la vista por la sala. Más allá de las paredes mágicas que lo confinaban, decenas de soldados lo apuntaban con sus lanzas y ballestas.

Desde el trono, la reina lo escudriñaba con ojos resentidos. Su guardián se encontraba junto a ella, así como también el muchacho que no debería estar allí.

—Al fin vemos el rostro de nuestro verdadero enemigo —murmuró la soberana—. Ahora tendrás que dar algunas explicaciones.

Jessio esbozó una sonrisa condescendiente.

—Supongo que la destrucción de la mansión de Gasky fue solo una ilusión —habló dirigiéndose al Pilar de Amatista—. ¿Has utilizado un Velo de Irrealidad? O quizás algo más complejo, como la Cuarta Pared...

—Méredith nos contó lo que ha ocurrido, Jessio —volvió a imponerse la reina—. Será mejor que te entregues ahora mismo para ser juzgado por tus crímenes. No tienes escapatoria.

—Lo siento, su majestad —dijo el hechicero con calma, y llevó la mano hacia el cuello de su túnica—. Pero todavía me quedan muchas cosas por hacer.

El elegido por Neón rasgó sus vestimentas y su pecho quedó al descubierto. Una extensa cicatriz cercenaba sus pectorales como un rayo.

Nadie alcanzaba a comprender qué era lo que el emboscado estaba tramando. Después de todo, se hallaba confinado en el Tetrágono de Cristal, y nada en este mundo era capaz de destruirlo desde el interior. Sin embargo, hacía ya tiempo que Jessio manipulaba poderes que eran de otro mundo.

El hechicero colocó su mano contra el corazón y un siniestro resplandor brotó a través de su piel herida.

Había hecho una invocación.

Los espasmos que atravesaron el cuerpo de Jessio hicieron que Winger reviviera recuerdos traumáticos. Reconocía la magia negra que se llevó a su amigo Mikán.

—Se está fusionando con un demonio —anunció con horror.

La sala entera permaneció en alerta mientras el hechicero convulsionaba. Sus sienes derramaron sangre cuando dos cuernos afilados se abrieron paso. De pronto sus piernas fueron grotescas patas caprinas. Sus ojos se volvieron ascuas ardientes que apuntaron directo hacia el trono. Sus manos se convirtieron en zarpas salvajes que se clavaron en la pared mágica.

—¡No bajen la guardia! —alertó Méredith a sus hombres.

Jessio soltó un rugido brutal mientras sus uñas presionaban contra el Tetrágono de Cristal. El grito no cesó hasta que los brazos demoníacos hicieron estallar los muros.

Una lluvia de vidrio luminoso regó la sala del trono.

—¡Disparen! —ordenó la general.

Los ballesteros dispararon flechas que rebotaron sobre la piel endurecida del poseído.

La primera fila de guardias avanzó con sus lanzas hacia el frente. La onda de viento que provocó el zarpazo del hechicero fue suficiente para derribarlos.

La segunda fila utilizó cuerdas encantadas para apresarlo. Un movimiento brusco desgarró las ataduras y arrojó a los soldados junto a sus compañeros caídos.

Antes de que la tercera ola de ataques llegara, Jessio pasó a la ofensiva. Sus pezuñas dejaron marcas en el suelo cuando se impulsó hacia el trono.

La velocidad del salto fue inaudita. Antes de que nadie pudiera entender lo que había ocurrido, Jessio ya se encontraba sobre el estrado.

Pero su objetivo no era la reina...

Sino Rotnik.

Pales gritó el nombre de su guardián al mismo tiempo que la zarpa del demonio se hundía en el vientre del hombre del desierto. La sangre salpicó las caras aterradas de los que presenciaban la escena.

—¡Parásito ingenuo! —bramó el hechicero con los ojos inyectados de sangre y una voz de trueno—. ¿Creíste que obrabas bajo la voluntad de Dolpan? ¿Piensas que esto no estaba planificado? ¡Yo le dicté al rey la carta que él te envió! ¡Yo quería que regresaras a Catalsia y trajeras esto contigo!

Jessio destrozó el bastón del jardinero y se apoderó de la bolsa atada en la punta.

Las semillas del árbol Arrevius.

Eso era lo que había ido a buscar. Todo había sido previsto. Absolutamente todo.

Y ahora que había conseguido lo que quería, solo le restaba escapar.

Dio un salto hacia atrás para alejarse del trono y de Méredith, quien convertida en vampiresa se aproximaba volando hacia él.

Pales y Winger se arrodillaron junto a Rotnik al mismo tiempo que Jessio alzaba su garra derecha.

Una extraña cadena de símbolos flotó en el aire. No estaban ligados a la alquimia del sistema de magia de Waldorf. Tampoco eran caracteres del libro maldito. Eran símbolos arcaicos.

—La técnica de Haisen... —murmuró el jardinero desde el suelo.

Jessio lanzó un zarpazo que cercenó el espacio. Una herida se abrió en el tejido dimensional y el poseído se coló a través de la abertura antes de que el Pilar de Amatista y sus hombres fueran capaces de detenerlo.

Un instante después, la grieta se cerró.

La sala del trono quedó muda.

El traidor de Catalsia se había fugado.


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El sótano de la casa quinta, en uno de los extremos de la ciudad, fue el sitio elegido para la reaparición. El túnel dimensional se abrió y Jessio cruzó el umbral como quien ha escapado de un incendio voraz.

Cayó de rodillas empapado en sudor. Sentía que la luz de su conciencia se iba nublando.

«El demonio está a punto de poseerme por completo», pensó con alarma.

El control de su propio su cuerpo empezaba a fallar, pero logró arañarse el pecho con una de sus garras. La sangre brotó a través de la cicatriz junto a un trozo de cuero que había estado escondido entre los pliegues de la carne del hechicero.

Los caracteres del libro de Maldoror poblaban el talismán.

Lanzó un grito desesperado al mismo tiempo que rasgaba el pergamino. Despacio la transformación se fue deshaciendo. Los cuernos, las pezuñas y las garras desaparecieron y Jessio recuperó sus rasgos habituales. A su lado, un trozo de cuero ardía en llamas ennegrecidas.

Había conseguido evitar un desenlace trágico.

Con la respiración entrecortada y la frente rozando el piso, notó que una sombra se separaba de las otras sombras.

Era Reniu.

—No cumpliste con tu misión —le recriminó.

El esclavo tendió la mano con un objeto.

—He conseguido la gema.

Los ojos de Jessio se posaron sobre el brazal abierto. Se puso de pie con dificultad y se apoderó de la reliquia con dedos temblorosos. Su asombro por el logro de su sirviente quedó eclipsado bajo un rostro lleno de indignación.

—¿Por qué no mataste a Pales? —quiso saber.

—Usted dijo que mientras la reina siguiera con vida, no había forma de recuperar la gema —explicó el sirviente—. Si la gema pasaba a estar en nuestro poder, entonces no sería necesario matar a la reina.

El agotamiento extremo que Jessio sufría en ese momento hizo que tardara en entender lo que realmente estaba sucediendo. Cuando se dio cuenta, la cólera lo desbordó:

—¿Tergiversaste el significado de mis palabras para salvar a Pales? —preguntó con incredulidad.

Reniu tardó en contestar.

—Lo siento, maestro. Pensé que...

Jessio no lo dejó terminar. Levantó un puño furioso y su vasallo acabó en el suelo. El rostro de Reniu era duro, pero los nudillos del hechicero de Kahani también lo eran.

—Tú no piensas —le espetó mientras caminaba rengueando hacia las escaleras—. Jamás vuelvas a torcer una orden mía.

La sombra se limitó a limpiarse la comisura del labio y permaneció en la habitación subterránea. Miró el dorso de su mano, manchada de rojo.

La sangre no desaparecía en una nube de vapor. La sangre era real.



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