XLVI: La Hora de las Sombras (II)
Zack soltó un alarido de espanto.
—¡¡Me ha mordido!! ¡¡Estoy acabado!! ¡¡Quítenmelo!! ¡¡Quítenmelo!!
Lara se le acercó y confirmó sus sospechas.
—Zack, ya está muerto, solo se te ha quedado enganchado en los pantalones.
La chica se agachó y se encargó de desprender la tenaza del kloe de la ropa de su amigo.
—Oh, gracias, jefa...
June y sus dos compañeros se encontraban en medio de un círculo de alimañas rostizadas. Habían conseguido deshacerse de todas esas criaturas valiéndose de los conjuros de fuego y de luz encantados en algunas de las estatuillas de cristal. Toda la preparación previa había valido el esfuerzo, y sus morrales aún seguían cargados.
En ese momento, el brillo de una hoja de luz se hizo visible en las escaleras que ascendían desde las mazmorras, y Markus y Winger aparecieron en la base de la torre.
Los ojos de Lara se posaron en los del prisionero que habían ido a rescatar.
—¿Estás bien? —le preguntó con una voz indiferente.
—Solo un poco cansado —respondió Winger—. Gracias por haber hecho todo esto, Lara, chicos.
Zack y June le respondieron con sonrisas amistosas y gestos de apoyo. En cuanto a Lara, ella solo giró hacia la salida.
—Vámonos de una buena vez —dijo y encaró hacia el corredor que conducía hasta la sala del trono.
El palacio continuaba inmerso en un silencio estático. Sus pasos retumbaban y sus sombras se proyectaban largas contra los muros. El brillo del Haz de Luz de Markus acabó agotándose y la estatuilla del toro se partió, por lo que Lara tuvo que ocuparse de marcar el resto del camino con una discreta Bola de Fuego.
A pesar de la oscuridad circundante, Winger sintió un calor muy especial envolviéndolo. Casi no conocía a aquellos chicos. Solo los había frecuentado durante algunos meses. Y sin embargo, allí estaban, arriesgando la vida por él.
Varias personas a lo largo de su viaje le habían señalado que confiaba con demasiada facilidad en todo el mundo. Tal vez era cierto (de hecho, no se hallaría metido en todos esos problemas de no haber acudido a un encuentro a ciegas en la casa del tejedor). Pero si su fe en las buenas intenciones de las personas lo había llevado a tener amigos como Lara, Markus, Zack y June, entonces elegía seguir siendo el mismo campesino ingenuo que había sido siempre.
El corredor se terminó y desembocaron en la sala del trono. Las luces que portaban no alcanzaban para disipar las tinieblas, y sus pisadas ahora sonaban amplificadas por los ecos del amplio recinto.
—June, revisa el mapa —le pidió Lara—. Si tomamos por el mismo camino que hemos utilizado para entrar, no creo que tengamos demasiadas dificultades para llegar hasta los terrenos exteriores...
—No vamos a ir hacia la salida, Lara —la interrumpió Markus.
Los cinco se detuvieron.
—¿Qué has dicho? —indagó la chica.
—La reina está en peligro —intervino Winger—. Tengo que salvarla.
—Y yo iré con él —agregó Markus con resolución.
Lara, Zack y June se mostraron desconcertados, y Winger comprendió que había llegado el momento de dar algunas explicaciones.
O eso hubiera querido...
Flamas de un color verde intenso se encendieron en la gran araña metálica que pendía del techo. Dos figuras encapuchadas quedaron al descubierto en su descenso desde las alturas con cuerdas encantadas.
—Señor Winger, creo que se ha equivocado de dirección —murmuró uno de ellos, escondido detrás de una máscara de topo.
—Sus gusanos ya han abierto una vía de escape a través de la prisión, señor —agregó el otro, oculto bajo una máscara de gato.
—Rapaz y Mirtel —masculló Winger con rencor.
Ahora más que nunca, Lara y los demás precisaban explicaciones.
—Escuchen, chicos —dijo Winger sin apartar la vista de sus enemigos—. Sé que esto les parecerá una locura, pero estas personas que ven aquí son los dos asistentes de Jessio que se dieron por muertos la noche del incendio.
—¿Los tontos de Mirtel y Rapaz? —exclamó Zack con incredulidad—. Pero si Jessio nos ha dicho...
—Jessio está detrás de todo esto —reveló Winger. Sabía que se estaba jugando la fidelidad de sus amigos al soltar una sentencia tan arriesgada como esa—. No puedo demostrárselos. Tendrán que creerme.
Mientras los rescatistas permanecían mudos y dubitativos, Cara de Topo y Cara de Gato aguardaban con sus látigos entre las manos y sonrisas perversas disimuladas por las máscaras.
Entonces Lara dio un paso hacia Winger.
—Abre las piernas.
—¿Qué...?
—¡Río Arriba!
La muchacha apuntó hacia el suelo y un chorro de agua mojó las botas del granjero. El disparo avanzó como una serpiente escurridiza, y cuando estuvo a la altura de los encapuchados se elevó formando una columna líquida.
Cara de Topo recibió el golpe en plena máscara.
—¡Corre, Winger!
Lara se desplazó con velocidad hacia los enemigos. Sus amigos entendieron en el acto cuál era su intención y acudieron a auxiliarla.
—Nosotros nos encargaremos de distraerlos —se dirigió June a Winger al mismo tiempo que le entregaba el plano del palacio—. Síguelo y encontrarás las escaleras al segundo piso. Confía en nosotros. Salva a la reina.
Dicho esto, June fue a reunirse con Lara, quien ya había preparado su Doble Hidro-Cápsula para hacerle frente a Mirtel. Rapaz no había tardado en reincorporarse, pero Zack y Markus se encargaron de cortarle el paso.
Winger apretó los puños con rabia. Detestaba tener que dejar a sus amigos en una situación como esa. Pero si Lara había creído en él, él confiaría en todos ellos.
—¡Tengan cuidado! —les rogó y echó a correr hacia otra de las salidas de la sala del trono.
Cara de Gato y Cara de Topo amagaron a perseguirlo, pero los cuatro adversarios que tenían adelante no les iban a dejar el camino libre.
—No nos subestimen —les advirtió Lara y unió las Hidro-Cápsulas por encima de su cabeza—. ¡Hidro-Bomba!
La muchacha arrojó la esfera líquida hacia los enmascarados.
—¡Látigo-Cobra!
Rapaz la interceptó en pleno vuelo y la hizo estallar en el aire. Sin embargo, aquello solo provocó que una nube de vapor cayera sobre sus cabezas.
—¡Chicos, usen las esculturas de los tres peces! —indicó Lara.
—¡Sí! —respondieron sus compañeros al unísono y hurgaron con apuro en sus morrales—. ¡Presión a Chorro!
Los tres disparos de agua atravesaron la nube, pero se toparon con un muro improvisado que había nacido del suelo.
—¡Ustedes no nos subestimen a nosotros, mocosos! —bramó Cara de Topo, asomándose por un costado de su Cortina de Hierro.
Acto seguido, Cara de Gato saltó encima de la barrera defensiva de su cómplice y estiró los brazos hacia arriba:
—¡Pandemonio de Luces y Sombras!
El enmascarado liberó un rayo de destellos intermitentes que dejó desorientados a los cuatro jóvenes.
—¡No bajen la guardia! —indicó Lara a sus amigos.
Pero a todos les resultaba difícil entender qué estaba sucediendo y dónde se ubicaban sus adversarios.
—¡Vampiros! —oyeron exclamar a Cara de Topo.
Un aleteo alborotado se coló entre las luces, seguido por el sonido de cristales partiéndose. Markus y Zack notaron que sus morrales se alivianaban de golpe. El efecto del conjuro de Cara de Gato al fin terminó y pudieron comprobar lo que había sucedido. Los murciélagos encantados habían tenido como único objetivo desgarrar sus bolsos. El piso a su alrededor estaba lleno de estatuillas rotas.
—¡Lara!
El grito de June alertó a sus compañeros.
Cara de Topo había empleado su Látigo-Cobra para apresar a la muchacha por el cuello.
Sus amigos se apresuraron a socorrerla, pero Cara de Gato les bloqueó el camino.
—¿Acaso ella es la única maga competente del grupo? —les espetó mientras blandía sus Navajas-Luna de manera amenazante.
Los tres se frenaron.
—Markus, ¿qué hacemos ahora? —preguntó Zack con preocupación.
El chico de gafas solo pudo manifestar su impotencia. El rostro de Lara empezaba a ponerse pálido mientras ella luchaba para liberarse de la soga encantada de Cara de Topo. Cara de Gato reía con satisfacción mientras continuaba cortándoles el paso.
—Tengan cuidado —previno June a sus amigos.
Markus y Zack siguieron la dirección de su dedo y entendieron.
Lara había dejado caer su morral entre ella y su agresor.
—El truco sorpresa... —murmuró Markus.
«"Recuerden"», les había dicho ella esa misma noche, antes de iniciar con la operación de rescate. «"Si por algún motivo están en una situación muy complicada, siempre pueden utilizar ese truco."»
—Meteoro...
La voz de Lara, débil y apagada, bastó para activar el hechizo contenido en un pequeño colibrí de cristal. El fuego emergió a través de las costuras del morral y se liberó bajo la forma de un estallido abrasador. Lara y los encapuchados fueron repelidos por la onda expansiva, acabando los tres en el piso.
Markus y los demás se acercaron hasta el sitio donde su amiga había caído. Por fortuna el fuego no la había alcanzado, y solo se había dado un golpe al chocar contra el suelo.
—¿Te encuentras bien, jefa? —quiso confirmar Zack.
—Estoy bien, no se preocupen por mí ahora —los tranquilizó Lara mientras aceptaba la ayuda de June para levantarse—. Tenemos problemas más urgentes.
Ellos comprendieron que tenía razón. De los cuatro bolsos, solo les quedaba el de June. Y aunque era duro admitirlo, Cara de Gato había acertado al suponer que Lara era la única que sabía defenderse por sí misma. Por eso habían roto primero las estatuillas de Markus y Zack.
—Solo nos queda una cosa por hacer —musitó la muchacha.
Sus amigos asintieron. Sabían a lo que se refería. Cara de Gato y Cara de Topo no tardarían en rearmar su estrategia conjunta de combate, por lo que no perdieron más el tiempo y corrieron a ocupar sus posiciones. Entre los cuatro formaron un cuadrado en torno a los enmascarados.
—¡Ahora! —indicó Lara.
Y cada uno de ellos extrajo una estatuilla oculta en sus bolsillos. Deliberadamente las habían separado del resto con antelación. No podían arriesgarse a que alguna fuera destruida. Requerían todas las piezas para lo que harían a continuación.
Las cuatro estatuillas formaban una unidad que estuvo durante muchos años sobre el hogar a leña en casa de Lara. Eran cuatro personas de cristal que representaban a los cuatro miembros de su familia. El juego de piezas era delicado y armónico. Lara sabía que eran las preferidas de su madre. De haber podido, habría evitado tener que traerlas a una misión tan riesgosa. Pero también sabía que, de vivir, su madre le habría entregado gustosa todos sus tesoros con tal de ayudarla.
El nombre de la madre de Lara era Victoria.
Y fue el amor de Victoria, convertido en luz y cristal, lo que emergió de las cuatro piezas cuando su hija y sus amigos exclamaron:
—¡Tetrágono de Cristal!
Las barreras luminosas brotaron desde las estatuillas y se unieron entre sí, cercando un sólido perímetro mágico.
Los enmascarados se mostraron desconcertados al principio. Sin embargo, cuando Cara de Topo logró recuperarse de la primera impresión, avanzó directo hacia Zack con su Látigo-Cobra en mano.
El rostro del muchacho se llenó de temor.
—¡Zack, no te muevas! —gritó Lara desde el extremo opuesto del cuadrilátero, tratando de infundirle seguridad—. Este es un conjuro de nivel avanzado. Si no nos movemos, no hay manera de que ellos puedan desintegrarlo desde adentro. Si te echas atrás, entonces estaremos acabados.
La mandíbula inferior de Zack temblaba mientras vacilaba entre salir corriendo o permanecer en su lugar. La máscara impasible del topo no le transmitía más que intranquilidad.
Entonces el encapuchado alzó su látigo.
—¡Zack, no te muevas! —volvió a ordenarle Lara.
La cobra arremetió contra el muchacho con sus fauces abiertas. Zack agachó la cabeza y cerró los ojos. El látigo cayó estridente sobre la barrera mágica.
Y esta se mantuvo intacta.
—Ha funcionado... —soltó Zack al constatar que el Tetrágono de Cristal no había sufrido el más mínimo rasguño—. ¡Chicos, realmente ha funcionado!
Sus tres compañeros también se mostraron aliviados y se permitieron sonreír.
Los enmascarados arrojaban conjuros contra los muros transparentes, pero no conseguían derribarlos.
«Encárgate del resto, Winger», pensó Lara con optimismo. «Nosotros los retendremos aquí...»
La estrepitosa carcajada de un payaso macabro resquebrajó la confianza de los cuatro amigos y les erizó la piel. El tintineo de cascabeles avanzó por la oscuridad de la sala hasta llegar bajo la luz de la lámpara.
—Parece que Piet tendrá que encargarse de los intrusos —murmuró el arlequín con sadismo.
En su mano llevaba un cuchillo.
—Llegas tarde, maldito bufón —le espetó Cara de Topo—. Apresúrate y sácanos de aquí. Solo tienes que deshacerte de cualquiera de ellos para romper el hechizo.
—Piet lo sabe, Piet lo sabe... —musitó el arlequín, y sus cascabeles resonaban.
El terror se apoderó de Markus cuando vio que Piet se arrimaba a Lara. El cuchillo recorrió la silueta de la muchacha, rozándola apenas, jugando con el contacto. Markus notó que su amiga estaba temblando, pero ella se mantuvo firme y sin moverse.
—Qué frágil es la vida... —le susurró Piet al oído, y su cara era tenebrosa.
—¡Déjala en paz! —bramó Zack.
—¡Voy a detenerlo! —vociferó Markus.
—¡No, no lo hagas! —lo detuvo Lara—. Debemos ganar tiempo para que Winger llegue hasta la reina. Si dejamos caer el Tetrágono, todo habrá sido en vano.
El chico de gafas se mordió el labio hasta lastimarse. De nuevo su amiga estaba en lo cierto. ¿Qué sentido tenía correr a ayudarla si entonces deberían lidiar contra tres enemigos al mismo tiempo? A pesar de que entendía el razonamiento, no podía dejar que algo le pasara a ella...
—Te crees una niña muy valiente, ¿verdad? —la provocó el arlequín, ejerciendo presión sobre su garganta con el metal afilado.
Lara no dijo nada. Seguía en la misma postura y con las manos aferradas al tesoro de su madre.
Mientras tanto, Markus continuaba suspendido en la indeterminación. ¿Actuar o no hacerlo? Su cabeza hacía mil cálculos de probabilidades, pero sus emociones siempre se metían en el medio, haciéndolo perder la cuenta y teniendo que comenzar desde cero. Estaba a punto de enloquecer cuando una ráfaga de aire sucio lo descolocó.
Alguien más acababa de ingresar a la sala.
—Vamos recobrando fuerzas —dijo Cara de Gato con deleite.
Y soltó una risa melodiosa mientras el recién llegado caminaba hacia Piet.
Lara escudriñó la máscara. Era un mapache. Pero eso no la engañaba.
Conocía demasiado bien a su hermano.
—Rowen...
El enmascarado descubrió su rostro. Sus facciones mostraban insensibilidad. Sus ojos azules se reflejaron en los ojos idénticos de su melliza.
Los hermanos se miraron sin hablar durante un instante que pareció interminable.
—Rowen, ¿qué estás haciendo? —lo interrogó Lara, manifestando la duda que sus compañeros compartían.
—He estado siguiéndolos —declaró el muchacho—. Podríamos decir que todo esto es por culpa de Winger.
Cara de Topo y Cara de Gato observaban la escena con impaciencia. Piet seguía jugando con el cuchillo. Markus, Zack y June temían por la vida de su amiga.
—¿Tanto odias a Winger? —preguntó Lara.
—¿Acaso tú no? —retrucó Rowen—. Desde que él llegó a la Academia, las cosas solo han ido empeorando. He tratado de recuperar mi vida, pero no podré hacerlo hasta que esto se termine.
—Rowen, yo pensaba igual que tú hasta hace poco —confesó la hermana—. Sé que es difícil de aceptar y que todo indica lo contrario, pero tienes que creerme. Winger no es nuestro enemigo...
—¿Enemigo? —Una sonrisa mordaz se dibujó en el rostro del hermano—. Supongo que no me he expresado bien. —Rowen alzó el puño derecho y un remolino de polvo se agitó—. Odio a Winger, y desearía que nunca hubiera llegado a nuestra Academia. Pero ese campechano no puede hacerle daño ni a una mosca. ¡Asfixión!
El cuchillo cayó al piso cuando Piet llevó las manos a su garganta sofocada. Aún trataba de comprender el giro en los acontecimientos cuando oyó a Rowen exclamar:
—¡Entalión Ardiente!
La violenta embestida de aire y tierra arremetió contra el bufón. Una sacudida hacia arriba, luego hacia abajo, y Piet quedó fuera de combate.
Lara y los demás miraron a Rowen con expresiones atónitas.
Detrás de la barrera de luz, Mirtel y Rapaz volvieron a ponerse a la defensiva.
—Si debo ser sincero contigo, hermanita, yo jamás pensé que Winger fuera el responsable del incendio de la Academia. —Rowen retrocedió algunos pasos y sus brazos se pusieron a dibujar ecuaciones alquímicas en el aire—. Me negaba a aceptarlo. No podía creer que alguien como él fuera capaz de hacer algo así. Tal y como lo dijo tu nuevo novio —acotó y miró fugazmente a Markus—: yo luché contra Winger y sé mejor que nadie de qué es capaz. Me puse a buscar una explicación alternativa. Tardé en asimilarlo, pero al final me convencí de que fue Jessio quien armó toda esa historia... Como sea, ya habrá tiempo luego para hablar sobre ese asunto. Ahora me encargaré de estas escorias.
Rowen trazó la última serie de mandos con movimientos bruscos, como un director de orquesta llegando al clímax de una sinfonía. Una cruz de símbolos alquímicos tomó consistencia a sus espaldas. Levantó los brazos. Los asesinos apuntaron sus máscaras hacia arriba con pavor. El polvo se había acumulado en un nubarrón cerca del techo.
—Cuando les dé la orden quiero que deshagan el Tetrágono de Cristal —indicó Rowen, cuyas manos no dejaban de dirigir la orquesta de ecuaciones alquímicas—. Hace tiempo que quería probar esto.
A los enmascarados no les gustó su sonrisa maliciosa. Previendo lo que estaba por ocurrir, activaron sus escudos mágicos y se cobijaron debajo. La tormenta de polvo se alborotaba, sedienta de destrucción.
—¡Ahora! —gritó Rowen.
Lara y sus amigos rompieron la unión entre las estatuillas y los muros rectos se desvanecieron.
El mago de tierra y aire realizó un gesto descendente:
—¡Sepulcro de los Ángeles!
La nube se compactó en un bloque de tierra, que empujado por un tifón arrollador se precipitó hacia abajo. Era el pie de un gigante sucio que disfrutaba aplastando insectos.
Los estandartes y armaduras que decoraban la sala acabaron tumbados por el temblor que produjo el pisotón.
Markus se puso a toser cuando las motas de polvo viciaron el ambiente. Limpió sus lentes con la punta de la capa y tropezando se acercó al sitio donde el conjuro había golpeado. El bloque de tierra se había partido y los cuerpos inconscientes de los asesinos asomaban entre los terrones.
Lara, Zack y June ya se encontraban junto a Rowen, quien se arrodilló para desenmascarar a los enemigos.
—Mirtel y Rapaz... —murmuró Markus—. Era cierto, seguían con vida.
—Se los dije —remarcó el hermano de Lara—. Ese campechano no es capaz de matar ni a una mosca.
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La penumbra del pasillo era perforada por una Bola de Fuego y su portador, quien corría apremiado por las explosiones que llegaban desde arriba y desde abajo.
«Pales, resiste por favor», imploró Winger, evocando la promesa que le hizo a la muchacha que por aquel entonces, un año atrás, todavía era una princesa.
El laberinto de túneles, terrazas y salones se volvía mucho menos intrincado en los pisos superiores. Era fácil distinguir los corredores secundarios de aquel que lo guiaba como una flecha recta hacia su meta.
Una nueva detonación le hizo apurar el paso. Había llegado desde muy cerca, haciendo temblar el techo sobre su cabeza.
«¡Solo un poco más!»
Winger presentía que ya no se hallaba lejos. Seguía avanzando. No se detenía a pensar qué era lo que él podía llegar a hacer una vez que diera con el enemigo. Había progresado mucho desde la última vez que se había enfrentado a Jessio y sus secuaces, era cierto. Pero, ¿cuál era su nivel de experiencia real?
Conocía nuevos hechizos y había perfeccionado los que ya formaban parte de su arsenal. Había sostenido un duelo muy parejo contra uno de los Pilares Mágicos de Catalsia. Había despertado un enlace singular con la gema que Gasky le había encomendado.
¿Por qué el anciano le había confiado un objeto tan valioso justo a él?
«No es momento para hacerme ese tipo de preguntas», se reprochó.
Subió de dos en dos los escalones que conducían al tercer piso. Dobló un recodo y paró la marcha en seco.
Se había topado con dos becúberos.
Los demonios custodiaban las escaleras que llevaban hacia los aposentos de la reina en la planta superior. Estaban adormilados, y ante su llegada levantaron los cuellos con sopor. Antes de que pudieran reaccionar del todo, Winger tomó la iniciativa:
—¡Resplandor!
El fulgor de la gema de Potsol encandiló a los hijos de la Cámara Negra.
—¡Rosa de los Vientos!
El hechizo de Riblast que Mikán le había enseñado arrojó a los becúberos contra los muros, despejando el camino. Se lanzó escaleras arriba y las bestias no dudaron en perseguirlo. Winger oía las pisadas mientras sus manos preparaban el tercer conjuro. Giró hacia atrás cuando el punto rojo se materializó entre sus dedos:
—¡Meteoro!
Un estallido atronador y el orbe de fuego salió disparado. Su puntería fue precisa: el hechizo de Cerín no tocó las paredes, el techo ni los peldaños. Apresados en el estrecho túnel, los demonios no pudieron escapar del golpe directo y fueron engullidos por las llamas.
El mago dio la vuelta y siguió subiendo.
Sí, había mejorado.
No sabía qué lo esperaba al final de las escaleras, pero estaba listo.
Trepó a zancadas los últimos escalones y arribó al piso más elevado del palacio. Con estupor confirmó que las habitaciones habían sido arrasadas. El techo y las paredes de los aposentos reales se habían desplomado y solo quedaba una terraza en ruinas. Escombros, cristales rotos y muebles destruidos se desparramaban bajo un círculo ominoso que flotaba en el cielo.
Ruidos de pelea capturaron su atención. El guardián de la reina se encontraba en una lucha encarnizada contra un agresor encapuchado. Su protegida, mientras tanto, se mantenía a resguardo debajo de un armario caído. Gracias a la luz que irradiaba el gran conjuro nocturno Winger pudo notar las heridas que mancillaban el torso moreno del hombre del desierto. También creyó reconocer la silueta del enemigo envuelto en un manto negro...
—¡Flechas de Fuego! —exclamó el esclavo de Jessio.
Los proyectiles no intimidaron a Rotnik, quien logró repelerlos mediante movimientos rápidos de su bastón. La sombra tomó distancia y modificó su táctica de combate.
—¡Eslabones Hambrientos!
Reniu contorsionó su cuerpo y arrojó un disparo curvo. La cadena dentada buscaba esquivar a su adversario para alcanzar a la soberana.
—¡Alteza!
El jardinero se propulsó con su bastón y logró interponerse a tiempo. Las fauces del conjuro de Reniu se abrieron y lo mordieron en la espalda.
—¡Rotnik!
Pales salió de su escondite y corrió hasta su guardián. Lo sostuvo en brazos y comprobó que estaba muy lastimado.
La trampa había dado resultado. Las manos del impostor comenzaron a invocar un conjuro llameante...
—¡Saeta de Fuego!
El disparo llegó desde la retaguardia.
—¡Imago!
Reniu consiguió activar una barrera protectora para detener el ataque que Winger había arrojado desde la distancia.
Entonces se produjo el encuentro.
Por primera vez los dos que antes eran uno se vieron frente a frente.
Los ojos grises como el hielo y los ojos con el color del ámbar se cruzaron en una mirada llena de asombro.
—Dos... —musitó Pales con incredulidad.
El engaño había quedado al descubierto.
—¡Puño-Tornado!
Quizás fue porque los dos consideraron que utilizar ese hechizo era una estrategia adecuada. Quizás fue porque compartían un lazo indisociable. Quizás fue pura coincidencia. Winger y Reniu entraron en combate con sus puños revestidos por los vientos de Riblast. La colisión provocó un torbellino que barrió los escombros cercanos.
Sus poderes estaban igualados.
Desde el suelo, amparado por los brazos de la joven que había jurado proteger, Rotnik pudo distinguir que Winger no peleaba solo. Un ángel le cubría los hombros y le prestaba su apoyo.
Reniu contaba con los ojos de Daltos. Compartía parte de la esencia de un dios y por eso estaba preparado para encarar cualquier desafío.
¿Por qué entonces en el momento decisivo su brazo flaqueó?
Esa fue la pregunta que atravesó a la sombra cuando el Puño-Tornado de Winger lo golpeó en el pecho.
El esclavo de Jessio fue arrojado hacia atrás y apenas consiguió mantenerse en pie. Con el rostro lleno de estupor contempló su mano derecha, convertida en niebla difusa. Al parecer, todavía se encontraba muy agotado por el enfrentamiento con el Pilar de Diamante. Trató de concentrarse y focalizó toda su atención en su mano, que de a poco fue recobrando consistencia.
El destello de una figura en el aire lo alertó en el último instante. Reniu dio un salto hacia atrás y apenas consiguió evadir el golpe de Rotnik. El puñetazo acabó estrellándose contra el suelo, haciendo saltar pedazos de roca.
—Si cooperamos, podremos detenerlo.
El hombre del desierto se había dirigido al auténtico Winger con una miraba que manifestaba confianza. El muchacho de los campos del sur asintió con un gesto y sus brazos formaron un arco llameante.
Por su parte, Reniu vigilaba a sus dos oponentes mientras mantenía la postura de un gato acorralado. Rotnik a su derecha, Winger a su izquierda... ¿Cuál de los dos atacaría primero? Tenía que adelantarse a sus movimientos...
«¡Izquierda!»
—¡Aero-Saeta de Fuego!
Los reflejos de Reniu eran agudos y pudo anticipar el disparo de Winger.
—¡Imago!
La orden salió de su boca, pero sus brazos no pudieron obedecerla. Las extremidades del impostor se habían desvanecido en una nube opaca.
Sin obstáculos que se importunaran su vuelo, la Aero-Saeta de Fuego arremetió.
Reniu se tambaleó por el golpe y retrocedió un paso. Entonces se topó con su otro adversario.
—Eres duro como la piedra —murmuró el jardinero mientras mantenía todo el peso de su cuerpo herido sobre una sola pierna—, pero no indestructible...
Dio un salto giratorio y su empeine fue un látigo que azotó el rostro del enemigo.
El impostor rodó por la terraza. Sus manos se habían vuelto a materializar, pero reincorporarse le estaba costando un esfuerzo excesivo. Logró apoyarse sobre los codos. Sintió un sabor metálico entre los dientes.
Una gota de sangre cayó al piso.
¿Qué tan consistente y real era esa mancha roja? ¿Oscilaría en una nube de vapor si el cuerpo del que provenía volviera a convertirse en un fantasma sombrío?
Alzó la vista al cielo. La luna, las estrellas y el círculo mágico que desfallecía eran meros espectadores y no le dieron las respuestas que necesitaba en ese momento.
Pensó en utilizar algún conjuro ofensivo, pero sospechó que si lo hacía sus manos volverían a desintegrarse. Comprendió que no era capaz de seguir empleando magia y mantener su forma humana al mismo tiempo.
Había llegado el momento de cambiar de estrategia.
Las palmas de Reniu sonaron en el silencio de la noche.
—Ha llamado a los demonios —alertó Rotnik a su compañero de lucha—. No bajes la guardia.
—No lo haré —repuso Winger y se mantuvo preparado.
Pasaron apenas unos segundos y hubo un aleteo de aves demoníacas. Tres graznidos espantosos y tres becúberos aparecieron detrás de Reniu. La sombra apuntó a sus enemigos con la mano y las bestias se arrojaron sobre ellos con las garras abiertas.
Un golpe contundente con el bastón y el primer becúbero se desplomó.
Una certera Saeta de Fuego entre los ojos y el segundo ya no pudo moverse.
Pero el tercero pasó entre los dos.
Otro era su objetivo.
El grito de horror de la reina puso en evidencia las verdaderas intenciones del impostor.
Abajo, en la plaza de las fuentes, los ciudadanos soltaron exclamaciones alborotadas al ver a su soberana pendiendo más allá del límite del castillo, sostenida por los hombros por una bestia demoníaca.
—La gema...
La voz que llegó hasta los oídos de Winger le heló la sangre. El impostor estaba muy débil y eso le daba a sus palabras una cadencia espectral. Le resultó perturbador pensar que tenía un lazo con una criatura como esa.
—La gema... —repitió la sombra—. O la dejaré caer...
La petición de Reniu era lisa y clara. Sin embargo, escondía un significado inquietante debajo de la superficie. Winger tardó apenas unos momentos en descifrar lo que estaba pasando allí. Cuando lo hizo, sus fibras más íntimas se estremecieron.
La sombra era más que su mera apariencia física.
—¿Acaso tú... tienes mis pensamientos?
Reniu asintió lentamente con la cabeza.
Ocurrió cuando Rupel abandonó el monte Jaffa. Angustiado y echado en su cama, Winger no conseguía conciliar el sueño. Maldijo su vida y su interminable camino de sufrimiento y penuria. Por un instante quiso desprenderse de sí mismo. Renunciar a todo. Alzó el brazo derecho y miró la gema de Potsol con rencor.
«Desearía poder quitarme esta cosa.»
Ese anhelo bastó para que una ranura apareciera a lo largo del artefacto.
El brazal se abrió y cayó sobre su pecho.
Winger reaccionó con alarma. Había deseado sacarse el brazal, pero solo durante una ráfaga de debilidad. De inmediato sus pensamientos se acomodaron y volvió a colocárselo. La ranura de nuevo desapareció. Otra vez estaba atado a su destino.
A partir de ese día, Winger supo que la ley de nómosis que Gasky había sellado en el brazal no le impedía ceder la gema por voluntad propia. Sus enemigos no podían arrebatársela empleando tormentos. Pero él podía entregársela a quien quisiera.
Ese era su secreto más íntimo. No lo había compartido con nadie.
Supuso que todo estaría bien siempre y cuando no abriera la boca...
Hasta este momento.
Jadeante, Reniu lo miraba fijo.
Él sabía lo que Winger sabía que él sabía.
Por eso había propuesto un intercambio.
Y ahora aguardaba una contestación.
—No le hagas caso —dijo Pales de pronto—. No les dejes ganar.
Winger la admiró. A pesar de ser la prisionera de una criatura primitiva, mantenía su temple desafiante. Igual que la noche del aniversario de su padre. Solo un leve tiritar en el habla delataba las grietas en su valor.
—Te prometo que no les dejaré ganar —le aseguró Winger.
Luego avanzó hacia su doble.
Rotnik presenciaba la situación sin poder hacer nada. Cualquier movimiento en falso podía provocar la ruina de su protegida. Sabía que esta no era su batalla y se encomendó a Winger.
El guardián de la gema de Potsol caminó acompañado por el aleteo del becúbero a sus espaldas. El círculo sobre sus cabezas era apenas la huella de lo que había sido. Cuando estuvo a dos metros de distancia, se detuvo. El impostor seguía arrodillado. Le impresionó el parecido que compartían.
—Si te entrego la gema, ¿prometes que no le harás daño?
Reniu volvió a asentir.
Winger se demoró un poco más. Extrañas líneas de pensamiento atravesaron su mente. Muchos escenarios, futuros e hipotéticos, tal vez improbables.
Finalmente llevó los dedos hacia su antebrazo.
Se oyó un sonido metálico y el artefacto se abrió.
Winger estiró el brazo en señal de ofrecimiento.
Las manos de Reniu se apoderaron del brazal.
Apenas lo tuvo en su poder, la sombra retrocedió. Llegó hasta el borde de la terraza y se arrojó hacia atrás.
En plena caída hizo un nuevo gesto.
El becúbero aventó a la reina hacia su guardián y se lanzó en un vuelo urgente para alcanzar a su amo antes de que tocara el suelo.
Con un sabor contradictorio en los labios, Winger contempló al impostor alejándose rumbo a lo incierto.
—Déjalo marchar por ahora —habló Rotnik—. Por esta noche, la pelea terminó.
Como respuesta, el muchacho esbozó una sonrisa agotada.
Aún en los brazos de su guardián, Pales también sonrió.
«Lo conseguimos», pensó Winger.
Había perdido la gema, pero la reina estaba a salvo.
Y su nombre, tal vez, había vuelto a quedar limpio.
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