XLV: La Hora de las Sombras (I)
Las tropas de la capital de Catalsia habían sentado una base a orillas del arroyo Lycaia. Un informante anónimo les había puesto sobre aviso acerca de posibles movimientos sospechosos que sucederían al caer la tarde en aquel puesto fronterizo.
Y al parecer, los datos estaban confirmándose.
Habían apresado a dos sujetos, uno oriundo de Dédam y el otro de Cerulei, que arribaron desde el oeste. La situación solo había empeorado cuando se acercó una diligencia proveniente de ciudad Doovati, siendo ahora tres los prisioneros.
—¿Y bien? —inquirió una vez más el capitán de la base en la carpa de interrogatorios—. ¿Empezarán a hablar o tendremos que trasladarlos hasta la prisión de ciudad Doovati?
—¡Les digo que esto es un error! —chilló Bollingen, maniatado y con el cabello revuelto—. ¡No conozco a estas personas, yo simplemente estaba de paso...!
El capitán metió la mano en el bolso abierto sobre la mesa y extrajo una sierra.
—¿Y qué hacía viajando hacia ciudad Doovati con una maleta llena de herramientas sospechosas? —indagó el jefe de la base—. Estos artefactos sugieren que planeaba alguna especie de atentado.
—¡Yo...! ¡Yo...!
El inventor no pudo hallar una respuesta convincente.
El capitán sonrió satisfecho.
—¿Y qué hay de usted? —se dirigió entonces a otro de los prisioneros—. Hemos podido constatar que su nombre es Grippe, que es un comerciante reconocido y que forma parte del consejo de la reina Pales. ¿Puede explicarme por qué deambulaba por esta zona con una diligencia de repartos vacía? Hay indicios que sugieren que iba a encontrarse con alguien en este punto.
—Pu-pues verá, señor capitán, yo so-solo viajaba a visitar a unos amigos en el po-poblado de Hans —balbuceó el hombre del mostacho—. ¡Nada ilegal, se lo aseguro!
El encargado del interrogatorio hizo una mueca recelosa. Se puso de pie y caminó por el interior de la tienda.
—Tres individuos, presuntamente desconocidos entre sí, que coinciden en este puente a la hora que nuestro informante había anticipado. Tres individuos y dos mandrágoras —acotó colocando una mano sobre la pajarera donde Marga y Ronda estaban encerradas—. ¿No creen que es demasiada coincidencia?
Grippe y Bollingen se encogieron en sus asientos y desviaron los ojos con nerviosismo.
Solo Pericles continuó mostrándose impasible.
El herrero de Dédam se preguntó quién era el informante que los había delatado. No podía ser alguno de sus conocidos, pues se había encargado de cubrir bien sus huellas. Tampoco era probable que se tratara de algún allegado a Bollingen; el hogar del perfumista se hallaba demasiado lejos y ninguno de los habitantes de villa Cerulei estaba al tanto de los detalles del plan de rescate que entre los tres habían ideado en los días que siguieron al final del juicio. Eso solo dejaba como única posibilidad al entorno del señor Grippe. Alguien de ciudad Doovati había estado vigilando sus movimientos y había avisado a la guardia de la capital que se produciría ese encuentro en ese lugar preciso. Pero, ¿quién...?
—Tú te ves muy relajado —le habló el capitán a Pericles—. ¿Qué tienes para decir?
El herrero se expresó con calma:
—Nada, realmente. Solo ha sido una coincidencia.
El interrogador soltó una risa despectiva.
—No importa. Si su objetivo, de alguna manera alocada, era tratar de rescatar al prisionero sentenciado a muerte en la capital, entonces solo tenemos que retenerlos aquí hasta mañana al mediodía. —El hombre miró a Pericles de manera desafiante—. ¿O tienes apuro por llegar a alguna parte?
El herrero no respondió, pero tampoco bajó la mirada.
La puja de voluntades era intensa.
Y solo se vio interrumpida cuando un temblor sacudió el piso.
Desde afuera llegaron voces desconcertadas. El capitán se asomó al exterior para verificar qué estaba ocurriendo. Lo único que alcanzó a distinguir fue una nube de polvo que se alejaba rumbo al oeste.
—¡¿Qué ha sido eso?! —preguntó a sus subordinados.
—¡Un virmen, señor! —le contestó el vigilante del puente—. ¡Ha cruzado el arroyo a toda velocidad, ni siquiera lo vimos acercarse!
El capitán observó la estela dejada por la bestia y se sintió intranquilo. Comprendió que el gusano se dirigía hacia ciudad Doovati.
Algo grande sacudiría la capital esa misma noche.
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Markus alzó la vista y el estómago se le hizo un nudo ante el círculo mágico que asediaba al palacio.
Eso, definitivamente, no estaba en los planes.
El chico de gafas caminaba junto a Zack y un carro de entregas de "El Buen Provecho" jalado por un caballo. Sobre el compartimento de carga había cuatro barriles grandes.
De nuevo se preguntó si todo aquello no era una idea descabellada.
La tarde del día anterior, luego de anunciar su intención de rescatar a Winger, Lara los condujo a través de las calles de la capital. Ellos la siguieron sin cuestionar, y se mostraron intrigados al descubrir que su amiga los había llevado hasta la casa de Dekis.
Una vez acomodados en la mesa de la cocina del tutor novato, Lara empezó a hacerle preguntas en relación al conjuro defensivo que el Pilar de Amatista había empleado durante la celebración por el aniversario de la reina.
"Es magia muy avanzada", les explicó Dekis. "El Tetrágono de Cristal posee una estructura tridimensional tan perfecta que resulta invulnerable ante prácticamente cualquier tipo de ataque. Su punto débil es que las ecuaciones necesarias para su activación son demasiado extensas como para que un mago pueda utilizarlo durante un combate. Es por esto que Méredith ya había desplegado el conjuro sobre el estrado con anterioridad y solo tuvo que activarlo."
Lara escuchaba con atención y tomaba notas en una libreta. Preguntó si podían encontrar ese hechizo en los manuales avanzados de la Academia, a lo que el tutor respondió afirmativamente.
"Y supongamos que queremos sellar ese hechizo en un canalizador", prosiguió ella. "¿Sería eso posible?"
"Supongo que sí. Aunque debería tratarse de un material delicado y de mucha calidad. Un objeto ordinario no podría soportar semejante carga de símbolos alquímicos", contestó Dekis, a quien la duda comenzaba a plasmársele en el rostro. "Lara... Esto es solo especulativo, ¿verdad?"
"Por supuesto que sí", dijo ella con una sonrisa encantadora, de esas que hacía rato Markus no veía esbozar a su amiga. Sobre todo, una sincera...
Lara siguió haciendo averiguaciones sobre hechizos complejos y la mejor forma de emplearlos a través de canalizadores. Una vez recabada la información necesaria, agradeció a Dekis por su ayuda y arrastró a sus amigos hasta su hogar, no sin antes tomar prestados algunos libros de las aulas del piso superior de la Academia.
Cuando Markus vio que su amiga abría el armario donde su familia guardaba las preciadas estatuillas de cristal que habían pertenecido a su madre, comprendió lo que ella se proponía hacer.
"Será mejor que empecemos a trabajar rápido", les instó Lara. "El tiempo límite es mañana al atardecer."
Y en eso habían estado ocupados hasta hacía apenas unas horas, al mismo tiempo que ideaban un plan de emergencia. Luego fueron a buscar el caballo, la diligencia y los barriles para iniciar con la operación de rescate.
Hasta ese momento, todo había marchado sobre ruedas. Markus incluso llegó a convencerse de que podían conseguirlo. Ahora, sin embargo, con el círculo acechante sobre el palacio, las dudas volvían a corroerlo.
—Oye Markus —dijo de pronto Zack—. ¿Viste esa cosa en el cielo?
—Justo estaba pensando en eso —confesó el chico de gafas—. ¿Qué crees que sea?
—No lo sé. ¿Lluvia?
—¿Hablas en serio? —murmuró Markus con incredulidad—. Vaya que eres optimista...
Se dirigían hacia una de las entradas laterales del palacio, la cual se empleaba para hacer ingresar víveres y provisiones a los almacenes y cuartos de limpieza. A pesar de que no era la función de "El Buen Provecho" la de abastecer al castillo, Markus sí había acompañado a su padre hasta aquel puesto en una o dos ocasiones. Muchos soldados conocían al señor Grippe y sabían que era una persona generosa, por lo que un obsequio para las tropas no despertaría demasiadas sospechas.
Continuaron bordeando la fosa que rodeaba al castillo hasta llegar frente a un portón de roca y rejas de hierro. Los dos centinelas que lo custodiaban los vieron acercarse.
Ya no había vuelta atrás.
—¡Buenas noches, señores guardias! —saludó Zack agitando la mano con efusividad. Markus agradeció que fuera su amigo quien tomara la iniciativa, pues a él los nervios estaban ganándole—. Hoy tenemos una luna hermosa, aunque quizás haya un poco de lluvia, ¿no les... parece...?
Las palabras se cortaron y los dos muchachos intercambiaron una mirada preocupada.
—La entrada al castillo está cerrada —dijo uno de los guardias con una voz carente de vida.
Sus ojos, al igual que los de su compañero, estaban apagados y marcados con ojeras pronunciadas.
—Lo sentimos, de verdad—tomó Markus la palabra con una actitud prudente—. Solo veníamos a hacer una entrega...
—¡La entrada al castillo está cerrada! —bramó con violencia el centinela.
El otro hombre alzó su alabarda y los repartidores retrocedieron. Sin saber exactamente cómo continuar, estaban a punto de emprender la retirada cuando una mujer apareció.
—¿Qué está sucediendo aquí? —indagó con una voz seductora.
La dama había llegado desde el edificio aledaño al portón. Markus y Zack se impresionaron al verla. A pesar de su belleza y su andar sensual, no dejaban de resaltar ciertos rasgos llamativos en su vestido de lianas y su cabello de flores.
—Pero qué visita tan curiosa —musitó ella con diversión, apoyándose sobre el hombro del centinela que les había prohibido el ingreso—. ¿Qué hacen dos jóvenes tan apuestos por aquí y a estas horas?
—Solo veníamos a hacer una entrega —repitió Markus, a quien la presencia de aquella dama lo había puesto más nervioso que las pupilas apagadas de los guardias—. Es de parte de "El Buen Provecho".
La mujer entrecerró los ojos y esbozó una sonrisa llena de suspicacia.
—¿No creen que es un poco tarde para estar haciendo repartos? —los interrogó.
—Hubo un pequeño percance —arguyó el chico de gafas—. No podíamos dar con el dueño del restaurante para que verificara el envío...
Eso era, en parte, cierto. Markus no había visto a su padre en todo el día. Aquello fue un golpe de buena suerte, pues no tuvieron mayores inconvenientes a la hora de tomar prestada la diligencia junto con los barriles y el corcel.
Ágape soltó un murmullo disconforme y se paseó alrededor del carro.
—¿Y qué se supone que hay en estos barriles tan enormes? —susurró, acariciando la madera con sus dedos largos.
—Solo un poco de vino, y algunos comestibles para las tropas —siguió hablando Markus mientras la vigilaba de reojo—. Queso y embutidos... Aceitunas...
La mujer seguía rodeando el vehículo.
—Soy nueva en este puesto, pero no deja de resultarme llamativo que dos jóvenes tan atractivos se acerquen hasta aquí para hacer un reparto de última hora, justo la noche previa a la ejecución del peligroso Winger. ¿No te parece?
Ágape se paró delante de Markus y lo miró directo a los ojos.
El muchacho trató de mantenerse sereno. Ella estaba demasiado cerca...
—¿No te parece? —repitió la doncella del bosque mientras jugaba con las ondas de su cabello.
Markus sintió una fragancia muy particular.
—Sí... —respondió.
«Es muy bonita...», pensó. «¿Qué había venido a hacer yo aquí...?»
—Sé sincero conmigo, cariño —le pidió Ágape.
Y Markus entendió que mentirle a un ser angelical sería demasiado cruel.
—Bueno, en realidad, nosotros...
Unos pasos firmes resonaron en el oscuro corredor que daba hacia los jardines del palacio y avanzaron sobre el puente de madera que atravesaba la fosa. El sobresalto que a Markus le produjo esa irrupción fue suficiente para sacarlo de la red de aromas sugestivos. El individuo iba envuelto en una túnica negra y llevaba una máscara de mapache.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó Ágape cuando él estuvo a su lado—. Se supone que debes permanecer en el palacio.
—Y tú se supone que debes mantener esta entrada sellada —replicó el enmascarado.
Markus escudriñó los rasgos del recién llegado. Era alto y fornido, y su voz le resultaba remotamente familiar.
—Tan solo se trata de una visita inesperada —respondió Ágape con calma, señalando a los repartidores—. Estaba a punto de averiguar si ocultan algo.
El enmascarado se arrimó al carro.
—Hay métodos más prácticos para saber eso —dijo y aferró uno de los barriles con ambos brazos para luego aventarlo al suelo.
Markus y Zack se alarmaron, y el caballo se encabritó ante el ruido de la madera partida cuando el contenido quedó expuesto.
Una ración de queso, aceitunas y pan.
—Qué desperdicio —musitó Ágape, observando la comida desparramada—. No tenías por qué ser tan torpe.
—Ordena a los soldados que metan los barriles, o simplemente deshazte se ellos —indicó el enmascarado y dio media vuelta—. Pero cierra este portón de una vez.
Dicho esto, desanduvo el camino hacia la oscuridad interna del palacio. Mientras los centinelas se ocupaban de descargar los barriles y llevarlos al depósito, Markus lo vio alejarse.
«¿Quién será?», se preguntó.
Zack entonces le jaló de la manga, recordándole que su prioridad en ese momento era otra.
Los dos muchachos abandonaron el puesto y continuaron hacia la parte posterior del palacio por el sendero que lindaba con la fosa. Caminaron sin hablar hasta que se aproximaron a un gran fresno. Bajo la copa del árbol los aguardaba June con cuatro morrales abultados.
—¿Ha funcionado? —preguntó el chico del periódico mientras les entregaba sus bolsos.
—Esperemos que sí—respondió Markus, un poco vacilante—. Vamos.
Dejaron el corcel y el carro junto al fresno y siguieron andando. Se movían con mucho sigilo, pues los morrales producían un leve tintineo al desplazarse. Lo que había en su interior era el corazón del plan de Lara.
Arribaron a un nuevo punto de acceso al palacio. Este, sin embargo, se encontraba abandonado y la reja del portón solo estaba cerrada con una cadena oxidada que ni siquiera tenía candado. Esa era una precaución innecesaria, pues no había modo de ingresar con el puente levadizo arriba.
Se pusieron a esperar. El círculo en el cielo seguía acechando. Y aunque la espera se les hizo eterna, apenas habían pasado algunos minutos cuando el puente comenzó a descender.
El nudo en el estómago de Markus recién se deshizo cuando pudo ver que Lara estaba bien.
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—... Entonces solo tuve que salir del barril y caminar hasta la entrada abandonada —les contó Lara mientras los cuatro amigos avanzaban por un corredor que llevaba hacia el palacio—. Es extraño que hayan dejado los barriles en el depósito sin ningún tipo de vigilancia.
—Venimos teniendo una buena racha —comentó Zack y soltó un resoplido—. Lo mismo cuando ese tipo raro rompió uno de los barriles. Por fortuna no era el tuyo. ¡Casi muero del susto cuando hizo eso!
—Se trataba de un sujeto con una máscara —agregó Markus—. ¿No lo has visto mientras ibas hacia el puesto en desuso?
—No me he topado con nadie en absoluto —respondió Lara—. Lo cual es muy extraño... Hay demasiado silencio.
June alzó un dedo hacia el cielo, a lo que su amiga respondió con un asentimiento de cabeza.
—Ya me percaté de ese círculo —manifestó ella—. No sé qué está pasando aquí, pero es mejor que nos demos prisa.
El sendero bajo sus pies los condujo a través de los terrenos reales. Cruzaron un jardín con un almendro en el centro y llegaron frente a un pórtico que daba al interior del palacio. Aquella entrada también estaba desprotegida, sin traba y sin vigilancia. La oscuridad que asomaba al otro lado del umbral era distinta, espesa.
—¡Bola de Fuego! —exclamó Lara.
Sin saber qué les aguardaba, los cuatro amigos se sumergieron en la negrura.
Sus pasos retumbaron a través del pasillo vacío. El sonido cristalino que latía en sus morrales parecía amplificarse en medio de la noche. Sin embargo, eso era algo que cada vez les preocupaba menos. Después de todo, seguían sin cruzarse con nadie. Centinelas nocturnos y sirvientes desvelados parecían haberse esfumado misteriosamente. Markus se preguntó si Zack tenía razón y estaban teniendo una racha de buena suerte, o si algo inusual estaba sucediendo allí.
La arteria secundaria por la que se movían pronto se unió al corredor principal del palacio. Los estandartes de la casa real de Kyara, cobrizos a la luz del día, se veían grises y apagados bajo el peso de la penumbra circundante. La flama encendida en la mano de Lara era el último bastión contra las sombras.
Entraron a la sala del trono, convertida ahora en una caverna. La sensación de vacuidad era aún mayor en ese gran salón. June revisó el plano que llevaba consigo y guió a sus compañeros a través de un arco que daba hacia el este. Eran los exploradores de una mina abandonada. De pronto, el camino se vio interrumpido por una habitación circular y de paredes altas.
—Llegamos —anunció June con los ojos puestos en el plano—. Esta es la torre este. Abajo están las mazmorras.
Los cuatro chicos miraron hacia las escaleras de caracol. El murmullo discreto del viento llegaba desde lo alto de la torre.
Y desde abajo, un inquietante traqueteo comenzó a subir.
La tensión acumulada por la quietud se liberó como una estampida cuando un ejército de kloes invadió el cuarto circular.
—¡Son las alimañas del día del aniversario! —recordó Zack con escándalo.
Ninguno de ellos comprendía qué estaban haciendo esas criaturas adentro del palacio real de Catalsia. ¿Acaso custodiaban la entrada a la prisión?
Lara no se detuvo a pensarlo demasiado. Los demonios los tenían rodeados y mostraban sus tenazas hambrientas. Metió la mano en su bolso, tanteó entre las figuras delicadas y halló la que buscaba: un conejo de cristal.
—¡Cierren los ojos! —gritó al mismo tiempo que elevaba la estatuilla—. ¡Resplandor!
El detonador oral activó la ecuación alquímica encapsulada en el cristal. Los símbolos centellaron y el conejo liberó un fulgor tan intenso que la torre quedó envuelta en luz diáfana.
Los kloes soltaron gruñidos adoloridos y se echaron hacia atrás, agolpándose contra los muros.
—¡Markus, tómalo! —exclamó Lara, entregándole el conejo—. Los demonios no te perseguirán mientras dure el efecto del hechizo. ¡Ve a buscar a Winger!
—De acuerdo... —murmuró el chico de gafas—. ¿Estás segura?
—Confía en nosotros —dijo Lara y sacudió su morral—. Estamos más que preparados para vencer a estas cosas.
Markus sabía que eso era cierto. Sus bolsos estaban colmados con todo tipo de hechizos, encerrados con esmero en las frágiles estatuillas de la madre de Lara.
Tal vez fue el fantasma del rey Dolpan, presente en esa torre para reclamar justicia, quien convenció al muchacho de la capacidad de los cuatro para hacer frente a ese desafío y le otorgó el valor para emprender el descenso hacia las mazmorras con el conejo de luz en alto.
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La Hora de las Sombras era un intrincado conjuro que Maldoror empleó en sus tiempos de conquista para doblegar las fortalezas sitiadas.
El círculo mágico que aparecía en el cielo, combinación de símbolos ligados a Daltos, Yqmud, Derinátovos y Zacuón, liberaba partículas livianas y sutiles que lloviznaban sobre los techos, colándose hacia el interior de los edificios a través de aberturas discretas. El rocío era inhalado por los ocupantes atrincherados, quienes caían en un estado de letargo más profundo que el sueño común. La fortaleza quedaba convertida en una casa inofensiva y sin resistencia. Entonces Maldoror solo tenía que dar la orden a sus capitanes para derribar las barricadas y apropiarse del lugar.
Dos mil años en el pasado, ciudad Doovati se convirtió en el muro que el poderoso alquimista no fue capaz de derribar. Por eso su sed de dominio acabó en el palacio de ciudad Bastian, última víctima de la Hora de las Sombras.
Curiosidades del devenir: la magia oscura que durante tanto tiempo permaneció latente, arropada bajo las páginas del libro maldito, ahora se había impuesto sobre el castillo que en el pasado fue infranqueable. De alguna manera, Maldoror se había abierto paso hasta el presente para proseguir con su conquista.
Las galerías, las bodegas y los salones de baile. Los dormitorios y los comedores; las cocinas y los lavaderos. El palacio de ciudad Doovati se hallaba dormido. Soldados, nobles y sirvientes se limitaban solo a respirar.
Pero había una excepción.
En los aposentos de la reina, dos personas se mantenían en vigilia.
Aferrada al borde de su cama, Pales observaba a su guardián, quien sentado en el piso y con las piernas cruzadas recitaba una larga oración en un idioma tan antiguo como el desierto de Lakathos. Sus palabras, un canto constante y monótono, reverberaban con el anillo mágico que circundaba el lecho de la reina, incrementando su brillo esmeraldino.
Pales no comprendía lo que el jardinero estaba haciendo, pero presentía que una amenaza singular se cernía sobre ellos.
De pronto, el murmullo de Rotnik cesó.
—¿Terminaste? —indagó la reina con prudencia.
—Me temo que este ritual ha servido hasta aquí. —Los ojos del jardinero apuntaban hacia los ventanales—. La maldición en el cielo está apagándose. Pero otro tipo de peligro se acerca.
Desconcertada, Pales miró en la misma dirección que su guardián. La noche era muda y azul. Y una sombra encapuchada, montada sobre un becúbero, se arrojó contra los cristales. Un estruendo de vidrios rotos inundó el dormitorio al mismo tiempo que Rotnik tomaba su báculo para proteger a la hija de su gran amigo.
Despacio y con sigilo, el encapuchado se incorporó y se preparó para el combate.
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Winger permanecía postrado en el suelo. Sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad y podía observar los bordes borrosos de sus muñecas apresadas por los grilletes de restricción. Había resuelto que si esa era su última noche con vida, no la pasaría durmiendo.
Confiaba en que Jessio no haría ninguna maniobra imprudente, pero con el correr de las horas el temor iba debilitando su certidumbre. Como tantas otras veces, pensó en Rupel. Cuánto daría por verla de nuevo...
Un golpe metálico lo sobresaltó.
Luego otro más. Y un tercero...
¿Alguien estaba intentando derribar la puerta?
Una fuerte detonación fue la respuesta a su interrogante.
La celda había sido abierta.
La calma retornó por un momento, seguida por un brillo intenso que le hirió la vista. Se sorprendió al descubrir que la luz manaba de un diminuto conejo de cristal. Empezaba a sospechar que su imaginación le estaba jugando una broma cuando el fulgor iluminó un rostro conocido.
—¿Markus...?
El hijo del señor Grippe le sonrió con alegría.
—Hola Winger —dijo al mismo tiempo que se arrodillaba a su lado.
—¿Qué haces aquí? —indagó el prisionero, desconcertado.
—Hemos venido a rescatarte —explicó Markus mientras dejaba la estatuilla brillante en el suelo y se ponía a revolver su morral—. Lara, Zack y June están esperándonos en la base de la torre... ¡Aquí está!
Winger tenía la cabeza llena de preguntas, pero antes de poder formular alguna su atención se posó en el toro de cristal que Markus sostenía en la mano.
—¡Haz de Luz!
Los símbolos alquímicos se activaron y una aguja blanca y luminosa creció en la frente del toro hasta alcanzar el metro de longitud. Markus ahora estaba sujetando una espada resplandeciente
—Estira los brazos —le pidió a su amigo mientras volvía a ponerse de pie.
Winger obedeció y llevó sus manos hacia adelante y hacia arriba.
—Espero que esto funcione... —rogó el chico de gafas mientras alzaba la espada por encima de su cabeza.
El prisionero se alarmó al comprender lo que su amigo estaba a punto de hacer.
—Markus, ¿estás seguro de que sabes...?
—¡Ahí va!
Winger cerró los ojos y apretó las muelas. Hubo un grito y un golpe seco. Un instante después, sus muñecas estaban libres.
Los dos suspiraron con alivio.
—Gracias a Derinátovos... —murmuró Markus—. Bueno, ¿nos vamos?
Con la espada luminosa cercenando la oscuridad, enfilaron hacia las escaleras. Sin embargo, apenas habían dado algunos pasos cuando un derrumbe violento los obligó a detenerse. Una claridad inesperada irrumpió de golpe.
Era la luz de la noche.
Las rocas que conformaban una de las paredes de la prisión se habían desmoronado, creando una abertura hacia el exterior. La cabeza de un gusano gigante asomaba a través del agujero.
Winger y Markus se quedaron paralizados.
El aliento putrefacto de la bestia los abofeteó en la cara.
Y tan pronto como había llegado, el virmen se retiró.
De nuevo el silencio fue su único compañero.
—No nos ha visto... —comentó Markus.
—Te equivocas —repuso Winger—. Sí lo ha hecho.
Ignorando los ojos intrigados de su liberador, el granjero de los campos del sur se acercó hasta el orificio que el demonio había dejado. Colocó una mano sobre la pared venida abajo. El golpe del virmen había sido poderoso, derribando incluso parte de la celda en la que había estado atrapado.
Al otro lado de la grieta, un prado parejo daba hacia los establos. Una regia vía de escape.
—Vaya —musitó Markus, acercándose al agujero—. Después de todo, ni siquiera hubiera sido necesario que vengamos a rescatarte...
Las palabras de su amigo fueron la pieza que completó el rompecabezas en la mente de Winger. Ahora todo encajaba.
—No voy a huir, Markus.
El chico de las gafas se mostró desorientado.
—¿Cómo que no? ¿Qué quieres decir?
—Eso es lo que ellos esperan que haga —aclaró Winger, serio y con la mirada clavada en los establos—. Hace meses que están forzándome a huir. Y yo he caído en la trampa como un tonto. Cada vez que escapo, algo terrible sucede en el lugar que dejo atrás. Lo mismo viene sucediendo desde el incendio de la Academia. Jessio ha aprovechado eso para convertirme en el enemigo número uno de Catalsia...
—¡Espera, espera, espera! —exclamó Markus de repente—. ¿Has dicho Jessio?
—No hay tiempo para explicarlo ahora —se limitó a responder Winger—. Lo importante es que no me iré a ningún lado.
—De acuerdo... —balbuceó Markus, ahora muy confundido—. ¿Y qué harás entonces?
Winger estaba sopesando sus posibilidades cuando otro evento imprevisto los sobresaltó.
Ciudad Doovati se vio conmocionada ante la explosión que sacudió al palacio real.
Estremecidos y temerosos, los habitantes de la capital salieron de sus casas y recién entonces descubrieron el círculo mágico que brillaba en el cielo, justo encima del hogar de la reina.
Muchos se arrimaron hasta la plaza de las fuentes. Quisieron averiguar qué había pasado, pero los únicos soldados que había en la zona acababan de llegar desde sus puestos de vigilancia en los límites de la ciudad. No había señal de los centinelas encargados de custodiar la entrada del palacio. En cambio, una espesa enredadera llena de espinas sellaba el puente y las escalinatas que daban a las puertas principales.
Las manos y los ojos se movieron entonces hacia arriba. El círculo mágico no era lo único que desentonaba con el paisaje habitual. Desde el prado adyacente a la prisión, Markus y Winger observaban el mismo espectáculo impactante:
El piso más alto del palacio, conformado por los aposentos de la reina, había desaparecido.
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