XLIII: La mirada de los muertos

La tropa liderada por el Pilar de Amatista llegó hasta la cima del monte Jaffa. Los corceles se detuvieron antes de cruzar el puente. Eran doce animales que transportaban a doce jinetes. Custodiado por cuatro hombres, casi un prisionero de honor, Gasky viajaba sobre su banskar. Acarició las escamas del cuello de Bress mientras admiraba la vista del pináculo de roca sobre el que se asentaba su hogar.

Los jinetes comenzaban a desmontar cuando el anciano habló:

—Será mejor que yo me adelante —dijo—. Una barrera protectora rodea todo el perímetro de la mansión y solo reconoce a determinadas personas.

—¿Qué pasaría si alguien más toca esa barrera? —indagó Méredith.

Gasky se llevó una mano a la barba de chivo con actitud reflexiva.

—No estoy seguro —admitió—. Pero Milau y Ruhi no suelen andar con sutilezas cuando se trata de la defensa de cuestiones importantes. Hace tiempo que los demonios que aparecieron por la zona ni siquiera tratan de acercarse a la casa.

La tropa se mostró incómoda por las palabras del anciano. Nadie quería arriesgarse a cruzar una barrera erigida por tales eminencias.

—Espero que ahora te quede claro cuán colaborativa es tu maestra a la hora de ayudar a un traidor a la corona de Catalsia.

Fue Jessio quien intervino.

El gran maestro de la Academia de Magia había permanecido cerca de Méredith durante todo el viaje. Gasky no había sido capaz de oír sus pláticas, pero era muy probable que el hechicero estuviese tratando de fortalecer el vínculo con su antigua discípula.

Esta vez sin embargo la general de los ejércitos de Catalsia desoyó las recriminaciones hechas por su mentor y avanzó decidida hacia el puente.

—Verificaré si lo que el señor Gasky dice es cierto —respondió ella.

Jessio ordenó al historiador marchar a su lado y ambos siguieron los pasos de la ilusionista,dejando al resto de la tropa atrás.

Iban a mitad de camino sobre el precipicio cuando la puerta de la mansión se abrió.

«¿Un plásmido?», pensó Méredith con sorpresa y aversión.

La criatura avanzó flotando hasta el borde de la plataforma y allí se quedó inexpresiva.

La general contempló el sombrero de mago que el monstruo rosado vestía. Era azul y tenía lunas y estrellas. Le resultaba increíble que Gasky haya sido capaz de entrenar a una de esas bestias embusteras para que custodiara sus terrenos.

«Es evidente que no se trata de un simple anciano», concluyó al tiempo que llegaba al final del puente.

Sin dejar de vigilar al plásmido, la ilusionista estiró un brazo frente a ella. Una sutil luminosidad apareció ante su mano abierta.

—¿Y bien, Méredith?—consultó Jessio.

—El señor Gasky dice la verdad —informó el Pilar de Amatista—. Se trata de un Círculo de Isolación y solo puede ser deshecho desde el interior.

—Desarma esa barrera —exigió el hechicero al historiador.

—¿Cómo pretendes que lo haga desde afuera? —replicó el anciano con un dejo de diversión—. Gluomo puede ingresar a la mansión y destruir el pergamino que aloja la invocación.

—¿Acaso estás burlándote de nosotros? —le espetó Jessio—. ¿Piensas que dejaré que ese monstruo se adelante y esconda la evidencia que hemos venido a buscar?

—Entonces escucho tus sugerencias, querido amigo —contestó el anciano.

Jessio hervía de la rabia por las contestaciones provocadoras de Gasky.

—No veo que haya otra salida,señor —dijo Méredith—. Usted sabe que no hay otra manera de destruir un Círculo de Isolación. Es magia muy avanzada.

Los ojos del gran maestro de la Academia atravesaron las gafas del viejo historiador como dos lanzas punzantes.

—Eres un miserable, Gasky—soltó en voz baja. Luego se volvió hacia Gluomo—. Escucha,bestia. Tienes exactamente dos minutos para deshacer este conjuro. Sino lo haces, mataremos a tu amo.

El plásmido abrió la boca en lo que, presuntamente, era una mueca de espanto.

—Ya sabes dónde está el pergamino, Gluomo —se dirigió Gasky a su mayordomo.

—En el escritorio de su laboratorio, señor.

El anciano hizo un gesto afirmativo y el plásmido partió apurado a cumplir con el encargo.

Gasky, Méredith y Jessio se limitaron a aguardar sobre el puente.

Una ráfaga veloz sopló en ese momento. La temporada de vientos estaba a punto de comenzar. El aire silbante fue cómplice de Jessio al ocultar a los oídos de la ilusionista las palabras que el hechicero arrojó al anciano:

—Comprendes lo que pasará si ese monstruo llega a destruir el libro, ¿verdad?—susurró mirándolo fijamente—. Sin el libro, el plan de Neón carece de sentido. Entonces ya no habrá motivo para recuperar la gema de Potsol. Mataré a Winger y te mataré a ti. Y la investigación de toda tu vida se perderá para siempre. Jamás alcanzarás a presenciar la última guerra de los dioses.

El viento continuaba soplando. Mientras Méredith se encargaba de verificar si la barrera aún continuaba alzada, Gasky respondió a Jessio sin perder la compostura:

—Nada me asegura que no me matarás aún si consigues el libro, Jessio. ¿Por qué habría de intimidarme una amenaza como esa? Sin embargo, en este momento la seguridad de Winger es mi prioridad. Y no pienso permitir que su vida se pierda tan solo por las páginas de un libro viejo. Lo tendrás y habrás ganado esta batalla.

—¡El Círculo de Isolación ha sido desmantelado! —anunció el Pilar de Amatista.

Los ojos de Jessio resplandecieron con un brillo de triunfo. El libro seguía a salvo. Su corazón se permitió saborear el alivio de saber que todavía tenía un por qué para vivir.

—Yo mismo inspeccionaré la residencia, Méredith —indicó el hechicero al tiempo que tomaba al anciano del brazo y lo empujaba hacia las puertas de la vivienda—. Tú y tus hombres pueden montar guardia aquí afuera.

—Sí, señor —obedeció la ilusionista.

Y mientras la tropa avanzaba sobre el puente colgante, Jessio y Gasky ingresaron a la mansión.

El historiador enfiló hacia las escaleras que llevaban a la planta superior sin perder tiempo. Jessio, en cambio, se demoró un poco más en el hall de la entrada. Dio algunos pasos por el lugar, caminando lento entre el mobiliario.

—Hacía mucho tiempo que no estaba aquí —musitó con una voz que incluso sonó nostálgica.

Gasky no contestó y continuó andando, por lo que Jessio no insistió y fue tras él.

Mientras atravesaban los pasillos de la mansión, Gluomo les salió al paso. Jessio observó al plásmido con recelo y curiosidad.

«¿Cuál es el asunto con esta bestia?», se preguntó ante los ojos inexpresivos de Gluomo. «Más le vale que el libro esté bien...»

Llegaron hasta la puerta trampa que conducía al altillo, la cual ya estaba abierta y con la escalera abajo.

Con un rostro impasible, Gasky invitó a Jessio a subir primero. El hechicero asintió con la cabeza y regresó al sitio donde veinte años atrás tres guerreros de Riblast se conocieron.


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El Pilar de Amatista ordenó a tres de sus subordinados permanecer al otro lado del puente junto a los caballos, mientras que el resto la acompañó en la tarea que Jessio le había encomendado. La ilusionista contemplaba distraída el sereno paisaje del monte Jaffa. Se preguntó por qué Jessio había querido ingresar en solitario a la mansión.

«Quizás considera que puede persuadir a Gasky dialogando a solas con él», aventuró.

No lo sabía. Lo cierto era que le incomodaba bastante que su maestro se estuviera haciendo cargo dela situación, cuando la reina había especificado que era ella quien estaba al mando. A pesar de que ya no era una aprendiz, le resultaba difícil ubicarse en una posición de igualdad con quien había sido su mentor...

—Señorita Méredith. —El llamado de uno de sus hombres la sacó de sus cavilaciones—. Algo se acerca desde el sur.

En efecto, un ave volaba en línea recta hacia el pináculo, y lo hacía a gran velocidad. Pronto se hizo evidente que se trataba de un guingui de alas blancas.

Y para cuando la tropa descubrió que el pájaro no estaba solo, el aventurero ya se precipitaba desde las alturas con su escudo en la diestra y su espada en la siniestra.

—¡ARRRRGHHHH!

Un grito de guerra fue la carta de presentación de Demián al descender sobre los hombres de Catalsia. El aventurero aterrizó sobre uno de ellos, dejándolo inmediatamente fuera de combate. Luego giró hacia el resto de la tropa y volvió a arremeter. Los soldados no tardaron en rodearlo, pero Demián supo arreglárselas para hacerles frente uno a uno,esquivando estocadas, dando golpes con su escudo o empleando a Blásteroy para desarmar a sus adversarios.

Uno de los hombres tomó distancia y se puso a preparar un hechizo contra el invasor. Sin embargo, no se esperaba que un guingui furioso se lanzara sobre él dando chillidos y picotazos.

En apenas unos instantes, Jaspen y Demián habían conseguido desconcertar a los miembros de una delas tropas del ejército de Catalsia, y estaban decididos a seguir dando batalla. Pero el enemigo los superaba en número, y cuando llegaron los refuerzos desde el otro lado del puente la diferencia se hizo demasiado evidente. El aventurero se halló encerrado en una ronda de lanzas y ballestas encantadas. Con la guardia en alto y Jaspen revoloteando por encima de las cabezas, Demián esperó a que fueran ellos quienes hicieran el próximo movimiento.

—¡Alto! —intervino el Pilar de Amatista.

Sus subordinados dejaron de avanzar hacia el intruso y permanecieron apuntándolo con sus armas desde media distancia.

La líder de la tropa entró en el círculo de hombres y se dirigió a Demián.

—Soy la general de los ejércitos de Catalsia —se presentó—. En nombre de la reina Pales de la casa de Kyara, te ordeno que te rindas.

—Ya he luchado contra un general de Catalsia una vez —repuso el aventurero mostrando los dientes—. No dejaré que le pongan las manos encima al viejo Gasky.

—Esa espada... —murmuró Méredith, intrigada—. ¿Acaso tú eres otro de los asesinos del rey Dolpan?

—¡Ese ha sido Caspión!—protestó Demián—. Rayos, ¿cómo pueden ser tan ciegos? ¿No comprenden que él y Jessio son los malos aquí? Por cierto...—balbuceó de pronto—. ¿Dónde está Jessio?

Méredith miró al alborotador con desconfianza.

—Se encuentra en el interior de la mansión —le informó.

El rostro del aventurero se llenó de temor.

—¡Entonces no puedo perder el tiempo con ustedes! —exclamó y estiró un brazo hacia el cielo—.¡Vamos, Jaspen...!

—¡Flujo Intempestivo!

Un rayo de energía distorsionada salió disparado desde la mano abierta de Méredith. Demián bajó el brazo a tiempo para no ser alcanzado, mientras que Jaspen se elevó agitando las alas con torpeza y soltando graznidos escandalizados.

—Creo que no me has entendido —dijo la ilusionista con un tono amenazante—. Yo soy el Pilar de Amatista de Catalsia. Y no podrás irte de aquí a menos que me derrotes.


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Jessio recorrió el laboratorio de Gasky hasta dar con lo que tanto había anhelado: las páginas rasgadas del libro de Maldoror. Sin demora se posicionó frente al atril y esbozó una sonrisa de satisfacción.

Ruidos propios de una pelea llegaban desde el exterior, por lo que el historiador se acercó a observar a través de su ventana.

—Parece que Demián está aquí—musitó con una voz apagada. Sabía que a pesar de su valentía y su voluntad inagotable, poco podía solucionar el aventurero en esta ocasión. Sin dejar de espiar hacia afuera, se dirigió al hombre que se hallaba a sus espaldas—: Reconociste a Winger desde el primer instante, ¿verdad?

Jessio pasaba despacio las páginas del libro maldito.

—Hubiese sido imposible no notar el parecido con Haisen —contestó con aparente indiferencia, concentrado en la inspección del volumen partido a la mitad—. Es la viva imagen de su padre.

—El destino es algo muy curioso —comentó el anciano—. A pesar de mis esfuerzos por mantenerlo a salvo, fue el mismo Winger quien acabó acudiendo a ti para aprender magia. Y sin proponérselo, te puso sobre la pista dela gema de Potsol...

—Deberías dejar de buscar un hilo conductor en todo lo que sucede, Gasky —le sugirió Jessio. Tomó con cuidado el libro y lo envolvió en un cuero curtido para luego guardarlo en el morral que traía consigo—. Vivir inmerso en tu investigación te está haciendo daño.

El hechicero caminó hacia la puerta trampa. Ya había puesto un pie sobre la escalera cuando el historiador volvió a hablar:

—¿Qué pensarían Seres y Haisen si te vieran ahora?

Jessio se detuvo en seco al oír eso.

—Después de todo —prosiguió el anciano—, tú también fuiste un guerrero de Riblast...

—¿Sabe salgo, Gasky? —dijo el hechicero con hartazgo—. Cuando me encontré con Pericles en el palacio de Pillón, él me hizo una pregunta muy similar. Es sorprendente cómo la mirada de los muertos tiene tanto peso sobre algunos hombres.

—A veces las personas que ya no están son el único motivo que nos empuja a seguir adelante—contestó el anciano.

Jessio soltó una exclamación despectiva.

—No voy a tener esta conversación con alguien que ha hecho de ese principio la regla máxima de toda su vida —le recriminó y volteó hacia el anciano con frialdad en los ojos—. La muerte. Eso es todo lo que se gana por serle fiel a tu tan estimado Cisne.

Pronunciadas esas palabras, el antiguo guerrero de Riblast abandonó el altillo.

Gasky se quedó allí, meditativo y silencioso, contemplando un atril ahora vacío.


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Jaspen volaba nervioso y en círculos; parecía estar buscando la forma de aproximarse a Demián. Pero los hombres de Catalsia no le quitaban los ojos de encima y apuntaban sus ballestas hacia arriba.

—¡No te acerques, Jaspen! —le indicó el aventurero—. Yo puedo hacerme cargo de esto.

Pero... ¿Realmente podía? Eran demasiados soldados, y algunos de ellos incluso podían usar magia. En cuanto a la mujer que los lideraba, su instinto de guerrero le decía que a pesar de su apariencia frágil, era una contrincante a quien no debía subestimar.

«Tal vez si la derroto, los demás queden desorientados», especuló.

Entonces podría montar sobre Jaspen y entrar a la mansión por alguna de las ventanas del segundo piso.

El plan era arriesgado, pero era lo mejor que tenía...

—¡Velo de Irrealidad!

Méredith no se quedó esperando y pasó a la ofensiva. La telaraña de símbolos alquímicos se dispersó por toda la plataforma.

—¿Qué es esto...? —murmuró Demián desorientado cuando las formas empezaron a mutar.

De repente se hallaba en medio de un cementerio oscuro. La niebla velaba a la luna y un círculo de lápidas enmohecidas lo cercaba. Sus enemigos habían desaparecido.

El sonido de la roca crujiente le hizo fijar los sentidos en las gárgolas posadas sobre las tumbas.¡Aquellas estatuas estaban cobrando vida!

Las gárgolas avanzaron hacia él con sus tridentes de piedra en alto.

Cuando la primera intentó abalanzársele, Demián la destruyó con un golpe sólido de su escudo.

—¡Vengan por mí! —desafió a las criaturas.

En ese momento, un graznido horripilante resonó en el cementerio abandonado. El aventurero alzó la vista y reconoció al corcel cadavérico y alado.

Se trataba de un becúbero.

El demonio volador estiró sus garras y logró asirlo por la espalda. Demián sintió que estaba siendo jalado hacia lo alto.

—¡No lo harás! —bramó.

El becúbero soltó un rugido de dolor cuando el aventurero le atravesó un ala con su espada. Valiéndose de la agilidad que su entrenamiento le había otorgado, Demián se posicionó encima del demonio y lo hizo colisionar contra el áspero suelo.

La estridencia del choque fue suficiente para deshacer el Velo de Irrealidad. La imagen del cementerio fue desvaneciéndose hasta retornar el paisaje del pináculo de Gasky.

Aún confundido por lo que había sucedido, Demián echó un rápido vistazo alrededor. Entonces descubrió que los soldados estaban en las posiciones que antes habían ocupado las gárgolas.

«¿Ha sido una ilusión?», se preguntó.

—Eres muy hábil —dijo de pronto Méredith. La mujer había estado parada en el mismo sitio todo el tiempo—. Es una pena que el guingui decidiera auxiliarte justo cuando estabas bajo el influjo de mi hechizo...

—¿Qué...?

Demián bajó la mirada y su corazón se sacudió. La criatura que yacía inmóvil bajo el peso de la caída no era otra que Jaspen. El guingui no se movía y la sangre roja mancillaba una de sus alas inmaculadas.

—No puede ser, no...

El aventurero se puso de pie con temblores en todo su cuerpo. Su respiración se aceleró al mismo tiempo que trataba de entender lo que estaba pasando.

«¿Yo... maté a Jaspen?»

—¡¡NO!!

Un alarido de impotencia estalló en la cima del monte Jaffa.

Los soldados de Catalsia retrocedieron con pavor. ¿Había sido esa la voz de un dragón?

El aventurero soltó las armas y se arrojó frenético contra la causante de la tragedia.

—¡Muro de Luz!

La ilusionista erigió una barrera lumínica que hizo rebotar a su atacante.

Empecinado en la venganza, el aventurero se incorporó y volvió a arremeter con sus nudillos contra la muralla.

—Lo siento mucho —habló Méredith con sinceridad—. No era mi intensión que el ave saliera lastimada.

Demián no la escuchaba. Seguía obstinado en liberar su furia en golpes que chocaban una y otra vez contra el Muro de Luz. Los miembros de la tropa no se atrevían a aproximarse.

—Es inútil —le advirtió el Pilar de Amatista—. No podrás destruir mi barrera tan solo con los puños.

La respuesta de Demián fue un nuevo rugido.

Sus ojos entonces se volvieron dorados.

Y el último puñetazo que liberó fue un cometa rencoroso que hizo pedazos el Muro de Luz.

Ninguno de los enviados de Catalsia fue capaz de prever aquel giro. Para cuando los soldados advirtieron que Méredith se encontraba en peligro, Demián ya la había arrastrado hasta el borde de la plataforma.

—¡Señorita Méredith! —pudo exclamar al fin uno de ellos y corrió junto a sus compañeros para intentar socorrer a su líder.

Sin embargo, la situación se había tornado muy delicada. El agresor ahora jadeaba intensamente mientras sostenía por el cuello a la ilusionista y la mantenía suspendida sobre el abismo. Cuarenta metros de caída libre se abrían debajo del Pilar de Amatista.

Los ojos de Demián seguían incendiados.

—Así que tú eres... —masculló Méredith con dificultad; la mano que oprimía su garganta le dificultaba el habla—. Eres un demi-humano...También...

Aunque el aventurero no captó el significado de esas palabras, se mostró perplejo cuando los ojos de la ilusionista se encendieron con un resplandor violáceo. Su cabello palideció hasta quedar blanco. Sus orejas se volvieron agudas y filosas. Sus colmillos superiores asomaron desde sus labios.

El Pilar de Amatista batió entonces los brazos, convertidos ahora en alas de murciélago, y con ese movimiento impulsó hacia arriba la parte inferior de su cuerpo. La punta del pie derecho de Méredith miró hacia el cielo para descender luego como una patada feroz que se hundió en el abdomen de su adversario.

La contundencia de aquel golpe bastó para que Demián soltara a la vampiresa.

Su conciencia entonces se empezó a nublar.

—¿Qué ha sido...? —llegó a balbucear antes de desplomarse.

El aventurero había sido derrotado.

Méredith dio un nuevo aleteo y regresó a la plataforma rocosa. Antes de tocar el suelo, su cuerpo ya había vuelto a la normalidad.

—Qué persona tan particular—musitó con admiración mientras sus hombres se abalanzaban sobre el muchacho tumbado—. Nunca me había encontrado con otro demi-humano. Sin embargo, aún le falta aprender a controlar sus poderes...

Los ojos de la ilusionista se posaron de pronto en el horizonte. Incrédula, constató que otra ave inusual se acercaba. Esta vez reconoció la silueta.

—¿Aquila Jubé...?


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Mientras Jessio desandaba los pasillos de la mansión, no pudo dejar de saborear la emoción embriagadora que se desparramaba por todo su cuerpo.

«Al fin.»

Se detuvo en el rellano superior y se permitió una risa desenfrenada y jubilosa. Si hubiera habido alguien observándolo, se habría sentido inhibido ante las facciones sombrías que deformaban su rostro.

Había conseguido la segunda parte del libro de Maldoror. La fundamental. Todo el trabajo que Reniu había realizado durante esos meses había valido la pena. El plan había marchado a la perfección. Había sido más inteligente que Gasky.

Cuando el efecto extático de la carcajada se disipó, Jessio recobró la compostura y su temple habitual. Desde el primer piso echó un vistazo hacia la planta baja. No veía al plásmido. Se preguntó dónde podía estar esa criatura, pero la curiosidad solo duró algunos segundos. Después de todo, eso ya no importaba.

«Los plásmidos solo tienen dos vidas.»

Llegó hasta la entrada de la mansión y puso la mano sobre la puerta.

Al girar el picaporte, un destello lo encegueció.

Cuando consiguió abrir los ojos se encontró con una visión impactante: el puño de Méredith, convertida en vampiresa, atravesaba el corazón de un muchacho. Mientras la sangre chorreaba a lo largo del brazo del Pilar de Amatista, el hechicero reparó en el rostro horrorizado de la víctima. Creía recordar que su nombre era Demián.

El herido consumió sus últimas energías en un esfuerzo inútil por librarse del puño asesino de su oponente. Soltó un último respiro cayó al suelo como una masa inerte.

Estaba muerto.

—Maestro —dijo Méredith con una voz insensible—. Lamento que haya tenido que presenciar esta escena.

—No es necesario que te disculpes —murmuró Jessio mientras de reojo examinaba el cadáver—. Podemos irnos ya.

El Pilar de Amatista regresó a su forma humana. Mandó a uno de sus hombres a traerle una cantimplora para lavar la sangre de su brazo, y encomendó al resto de la tropa alistar los caballos para la partida. Cuando acabó de asearse, ella también avanzó hacia el puente.

—Espera, Méredith —la retuvo Jessio—. Necesito que te encargues de otro asunto.

La ilusionista aguardó las instrucciones de su maestro.

—Destruye la mansión.

Esa fue la orden de Jessio.

Los dos se miraron y el silencio los envolvió.

—¿Alguna pregunta? —indagó el hechicero.

—No, señor —respondió Méredith con el semblante endurecido—. Es necesario eliminar de raíz al enemigo de Catalsia.

Jessio asintió con la cabeza en un gesto de aprobación y siguió caminando. Mientras atravesaba el puente colgante se repitió a sí mismo que aquella era la decisión acertada. No era conveniente subestimar a Gasky nunca más.

Fue en ese momento cuando se oyó una detonación seguida por una ola de intenso calor. La tropa entera abandonó los preparativos de la partida y giró hacia el pináculo con expresiones de estupor en los rostros. Menos impactado, Jessio también volteó.

La mansión ardía en llamas.

El brillo del fuego se reflejó en los ojos oscuros del hechicero.

«Adiós, Gasky», se despidió.

Luego enfiló hacia su corcel.

—Creo que han recibido la orden de alistar los caballos —dijo en un tono imperativo.

Los soldados entonces espabilaron y retomaron la tarea que el Pilar de Amatista les había encargado.

Después de todo, no había nada más que ver allí.

El trabajo estaba hecho.



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