XLII: Alrión contra Reniu

El tren de Lucerna corría revigorizado junto a la carretera principal del reino, aquella que unía ciudad Miseto con la capital de Catalsia. Los rieles al fin habían sido reparados, y los regentes de ambas naciones estuvieron de acuerdo en que el modo más seguro para transportar al prisionero hasta el lugar donde se llevaría a cabo su ejecución era sobre un vagón custodiado. Si bien la última estación ferroviaria era la de Hans, un carro blindado estaría esperando allí para recorrer el último tramo del camino por la vía tradicional.

Pero aún faltaban algunas horas para llegar hasta el poblado vecino a Dédam. En ese momento el tren se desplazaba a través del bosque de Juvián, cercenado a la mitad por los senderos construidos por el hombre.

Winger ocupaba uno de los vagones centrales con cuatro soldados vigilándolo. Viajaba encadenado adentro de una jaula, con la cabeza inclinada y el espíritu decaído.

—Qué calor... —murmuró uno de los guardias mientras espiaba hacia afuera por una de las ventanas.

La temperatura en el interior del compartimento era elevada, pero por razones obvias las ventanillas debían permanecer cerradas. El hombre sacó una cantimplora y se puso a beber gustosamente.

Recluido en su celda, Winger no pudo evitar observar el agua con deseo.

—¿Quieres? —le ofreció el soldado al notar la expresión sedienta del prisionero.

—Sí, gracias —sonrió el muchacho y estiró los brazos.

—¡Claro que quieres! —respondió el hombre, retirando la cantimplora con rudeza—. ¿Sabes qué quisiera yo? Estar ahora mismo en mi puesto de vigilancia en el distrito comercial de ciudad Doovati, y no aquí transportando a un maldito incendiario como tú. ¡Si tienes sed, aguanta! Llegaremos a la capital al atardecer.

—Recién es de mañana... —protestó el prisionero en voz baja y volvió a agachar la cabeza con frustración.

Mientras el soldado seguía malgastando su cantimplora solo para importunarlo, Winger se fijó en algo que se movía con agilidad al otro lado de la ventana. No necesitó pensar demasiado para entender de quién se trataba.

«No me digas que... ¡Oh, no! ¡Demián!»

El hombre de la cantimplora siguió la mirada estupefacta del prisionero y escupió un chorro de agua al descubrir a un joven montado sobre un guingui de alas blancas.

¡CRASH!

Una lluvia de cristales acompañó a Demián cuando saltó a través de la ventana con su escudo por delante, aterrizando encima del hombre de la cantimplora. Los últimos trozos de vidrio aún no tocaban el suelo cuando el aventurero propinó al guardia más cercano un golpe certero en la nariz.

«Dos fuera de combate», contó mientras desenvainaba su espada. «Y quedan dos más...»

Los soldados que se hallaban en el extremo opuesto del compartimento alzaron sus armas y avanzaron decididos hacia el intruso. Sin embargo, toda esa resolución se convirtió en desconcierto cuando un nuevo estallido de cristales acompañado por un fuerte graznido los tomó por sorpresa. Ese segundo de distracción fue todo lo que Demián necesitó para realizar la treta preparada. Un golpe en la nuca con el pomo de Blásteroy derribó al hombre de la derecha. Una patada ascendente en la quijada acabó con el segundo.

La infiltración fue un éxito.

—Winger, retrocede —le indicó a su amigo mientras se acercaba a la jaula blandiendo la espada.

—¡Demián, no! ¡Espera!

La advertencia no llegó a tiempo. El filo de Blásteroy no pudo tocar los barrotes, pues una barrera de luz se interpuso en su camino.

—La jaula está encantada y reaccionará frente a cualquier estímulo agresivo —explicó Winger—. No podrás romper los barrotes.

—¡Tiene que haber alguna forma de sacarte de ahí! —insistió el aventurero.

—Demián, escúchame, hay asuntos más urgentes —repuso el mago con la mirada muy seria—. No puedes permitir que Jessio recupere el libro de Maldoror. Tienes que ir a ayudar a Gasky.

—¿Y qué hay de ti?

—Jessio necesita la gema, no puede hacerme daño —aseveró Winger alzando el antebrazo derecho—. No al menos por ahora... Pero Gasky sí está en peligro.

Los ojos de Winger mostraban seguridad al hablar, pero los de Demián se debatían en la incertidumbre.

Entonces alguien habló desde la entrada del vagón.

—Parece que aquí ha habido un poco de ajetreo...

El aventurero giró y se encontró con un hombre de piel morena que le sonreía. El recién llegado se abalanzó sobre el intruso con su báculo en alto. A pesar de que Blásteroy logró frenar la embestida, Demián pudo sentir la increíble presión del golpe.

«¡Es muy fuerte!», pensó con preocupación y un toque de entusiasmo.

El hombre de la piel de bronce dio un salto hacia atrás.

—¡La espada de Blásteroy! Hacía rato que no la veía —comentó el guardián de la reina con diversión—. Por poco y partes mi bastón preferido...

—¿Quieres intentarlo de nuevo? —lo desafió el aventurero con el fuego en los ojos.

—¡Demián! —intervino Winger, aferrado a los barrotes—. Ve y haz lo que te he pedido. Protege el libro. No dejes que todos nuestros esfuerzos hayan sido en vano.

Demián apretó los dientes con rabia mientras vigilaba a su adversario, quien a pocos pasos de distancia hacia girar su báculo con habilidad.

—Maldita sea, Winger —masculló—. Más te vale que estés en lo cierto.

Barrió el suelo con un pie y arrojó una ráfaga de vidrios rotos. La distracción sirvió para que consiguiera llegar hasta el borde de la ventana que había usado para ingresar.

—¡Si llegan a ejecutarte, yo mismo me encargaré de pegarte la cabeza al cuello para volverte a decapitar! —le advirtió mientras echaba un último vistazo hacia atrás.

Los amigos volvieron a intercambiar un gesto de mutua confianza, tan parecido al de aquella vez en el bosque Azul de Pillón.

Luego Demián llamó a Jaspen con un silbido. El guingui de inmediato se colocó junto al vagón. Un instante después, el jinete y su montura ya habían partido.

Winger se quedó con la mirada puesta en la ventana destrozada.

—Se dirigen hacia el monte Jaffa, ¿verdad? —preguntó Rotnik.

El prisionero disimuló la sorpresa. Primero decidió no contestar. Luego entendió que no tenía sentido ocultarlo.

—¿No harás nada para detenerlo? —indagó.

—Mi destino está en otro lugar —replicó el jardinero con calma. Se agachó junto al guardia de la cantimplora y lo ayudó a sentarse—. También el tuyo.

Mientras Rotnik atendía a los hombres caídos, Winger lo observaba con expresión taciturna. Era cierto. ¿Qué ocurriría en el monte Jaffa? Eso estaba lejos de su alcance.

Solo un día y una noche lo separaban de la hora de su ejecución.


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La llanura de Lucerna se tornó gris y silenciosa después del mediodía. No había sol. Las nubes se extendían en todas las direcciones hasta donde alcanzaba la vista. Un mar de tormentas sobre un mar de tierra. Y Reniu montado sobre un virmen, como un náufrago en una isla solitaria. Esperando.

Tenía la mirada lejana y perdida, imperturbable, y a su lado flotaba una esfera de cristal. Era la herramienta encantada con el Lenguaje Remoto que su maestro le había proporcionado para poder impartir sus órdenes desde la distancia.

Hacía varias semanas que Reniu se escondía en el corazón de Lucerna, lejos de los escenarios donde estaban sucediendo los hechos más significativos. Era necesario permanecer ausente. Después de todo, el verdadero Winger había sido atrapado.

Reniu no se quejaba. Tampoco estaba aburrido. Simplemente esperaba, pues esa era la esencia del poderoso hechizo que lo había traído a la vida. Era un títere y no le estaba permitido cuestionar serlo. Era un prisionero y no podía cortar sus cadenas.

La esfera del Lenguaje Remoto se activó.

La luz titilante del objeto encantado iluminó el rostro del impostor.

En estos momentos me encuentro viajando hacia el monte Jaffa, acompañado por el Pilar de Amatista y su tropa —resonó la voz de Jessio en el interior de la esfera—. La reina aguarda mi regreso a la capital para iniciar una investigación exhaustiva sobre mí. No podemos permitir que eso ocurra. Por eso la Hora de las Sombras tendrá lugar esta misma noche. Debes dirigirte de inmediato a ciudad Doovati y aguardar la señal. Entonces empezará el ataque. ¿Recuerdas cuál es tu objetivo?

—Sí, maestro —respondió la sombra—. Matar a la reina Pales.

Así es —corroboró su amo—. Si queremos recuperar la gema de Potsol, ella no puede seguir con vida. No hay nada más que agregar.

Dicho esto, la esfera volvió a quedar a oscuras y en silencio.

Reniu estimó que se hallaba a unos cuatrocientos kilómetros de la capital de Catalsia. La distancia era grande, pero los gusanos se desplazaban a gran velocidad bajo tierra. Si partía en ese instante, llegaría a su destino cerca de la medianoche, justo antes de la puesta en marcha del plan.

La espera había terminado.

O quizás no.

—Quién lo hubiera creído... ¿Otro Winger?

Justo antes de encarar hacia el oeste, Reniu se encontró con un visitante inesperado. Lo reconoció en el acto.

—Ya hemos tenido el gusto de conocernos, pero no nos hemos presentado adecuadamente —dijo el hombre de la armadura de plata—. Mi nombre es Alrión, y soy el Pilar de Diamante de Catalsia. Ahora quisiera saber... ¿Quién demonios eres tú?

Como respuesta, el esclavo de Jessio se cubrió con la capucha y alzó la guardia. El virmen sobre el que iba montado erizó su cuerpo de gusano.

—Vamos, ya no es necesario que te escondas —le hizo notar Alrión—. Aunque sí me ha costado mucho trabajo seguirte el rastro. A pesar de su apariencia monstruosa, estos bichos que dominas son bastante buenos a la hora de pasar desapercibidos.

Reniu no contestó. Hizo un gesto y el suelo empezó a vibrar.

«Ha llamado a los gusanos», supuso el Pilar de Diamante. «Y solo tuvo que mover las manos. Por lo visto, comparte una especie de vínculo mental con ellos... ¿Acaso será un demonio?»

Las reflexiones de Alrión quedaron interrumpidas, pues en ese momento la tierra se abrió y dos virmens aparecieron a sus costados.

«Veamos qué ocurre...»

Los demonios se arrojaron sobre él con las fauces abiertas.

—¡Tempestad de Dragones!

El Pilar de Diamante alzó un brazo con bravura y dos potentes remolinos de viento golpearon a los gusanos desde abajo. Aquel movimiento bastó para espantar a las bestias y hacerlas regresar al mundo subterráneo.

Reniu aprovechó la apertura en la defensa de su enemigo:

¡Eslabones Hambrientos!

Desde las mangas de la túnica del impostor emergieron dos cadenas de energía gris, cada una acabada en dientes filosos que arremetieron con voracidad contra el Pilar de Diamante.

Alrión solo pudo levantar los antebrazos para protegerse. Sintió el dolor de las mordidas hincándose en su armadura. Los dientes lo apresaban y lo mantenían unido a su oponente a través de las cadenas.

Entonces Reniu comenzó a jalar, trayendo a su prisionero hacia la boca del demonio que montaba.

Pero eso no detendría al Pilar de Diamante.

—¡Vuelo de Águilas!

Alrión se propulsó hacia adelante, directo hacia el gusano. Y cuando estaba a punto de ingresar a las fauces del virmen, se dio vuelta y apuntó con la planta de sus pies:

¡Aero-Propulsión!

El impulso de aire estalló ante la bestia al mismo tiempo que Alrión salía proyectado hacia las alturas.

—¡Vuelo de Águilas!

Aún sujeto a las cadenas, el Pilar de Diamante siguió elevándose. Reniu sintió un fuerte tirón al mismo tiempo que era arrastrado hacia arriba. Solo se detuvo al impactar su rostro contra el empeine de plata del Pilar de Diamante. La patada fue poderosa y acabó echando a la sombra de Winger por tierra.

Recién en ese momento los Eslabones Hambrientos se desintegraron.

—Será mejor que no me subestimes, amigo —le advirtió Alrión mientras retomaba el contacto con el suelo—. Y tampoco estaría mal que me dieras algunas explicaciones. Vamos, sé que puedes hablar.

Reniu se incorporó y se limpió el polvo de la cara. Se mostró sorprendido al constatar que el puño de su túnica había quedado manchado por la sangre de su nariz.

—Hay más de donde vino eso —se jactó el Pilar de Diamante—. Tal vez ahora quieras tomarte la pelea en serio. ¿O es que estás guardando tus energías para alguien más? Creí haber notado que estabas a punto de irte cuando llegué aquí. ¿Hacia dónde te dirigías?

Las palabras que el esclavo de Jessio pronunció no pretendieron dar respuesta las preguntas de su rival:

¡Huerto de Fuego Fatuo!

Reniu apuntó un brazo hacia arriba y flamas de color verde brotaron desde de la palma de su mano. Los retoños ardientes se dispersaron por toda el área como hojas livianas arrastradas por el viento. El Pilar de Diamante los vio caer a su alrededor.

—¿Qué piensas que estás haciendo? —le espetó—. Deberás intentar algo mejor si pretendes...

¡Tinieblas!

Los brazos de la sombra de Winger fueron dos cañones que liberaron una espesa nube de oscuridad. De un momento a otro, la visibilidad en la zona quedó drásticamente reducida.

—Creo que esto ahora sí se pondrá interesante —murmuró Alrión.

Trató de ubicar a su adversario, pero fue incapaz de conseguirlo. Los retoños de Fuego Fatuo también quedaron camuflados. El terreno se había convertido en un campo minado.

¡Sombras de Caza!

La voz de Reniu se oyó a través de la neblina.

Y un sonido acechante comenzó a rondar cerca de Alrión.

«¿Qué está pasando?», se preguntó mientras en vano forzaba la vista.

De repente, un rudo impacto en la espalda.

Algo había chocado con fuerza contra él.

—¡Flechas de Fuego!

Alrión disparó hacia la nada.

Y nada logró.

Un nuevo golpe lo hirió en el omóplato. El Pilar de Diamante se tambaleó hacia un lado. Su capa entonces se topó con algo ardiente.

Y las flamas siniestras lo atraparon.

—¡¡Rayos!! —bramó mientras se arrancaba la prenda.

«Son flamas malditas», pensó alarmado mientras contemplaba su capa arder. «No puedo tocarlas ni deshacerme de ellas solo con agua. Debo tener mucho cuidado...»

Apenas había conseguido alejarse del brote de Fuego Fatuo cuando otro choque inesperado lo arrojó al suelo.

—¡¡Maldita sea!! —protestó al mismo tiempo que su mente trabajaba como una locomotora desenfrenada.

No podía localizar a su enemigo. Tampoco podía moverse con libertad sin arriesgarse a pisar otro retoño del Huerto de Fuego Fatuo.

Mientras tanto, el sonido inquietante de las Sombras de Caza seguía merodeando a su alrededor.

«¿Qué son esas cosas?», se preguntó. «¿Cómo pueden ubicarme si no son capaces de verme?»

Cerró los ojos y aguzó el oído. Podía percibir a las criaturas mágicas cercándolo, acechantes como sabuesos persiguiendo a una presa...

«¡Eso es! ¡Perros en cacería!», comprendió de repente.

Las invocaciones del impostor encapuchado podían dar con su ubicación precisa guiándose por su olor.

«El olor a sangre...»

La carga emocional de la lucha intensa había hecho que Alrión no reparara en el dolor de los antebrazos. Sin embargo, sabía que los Eslabones Hambrientos le habían provocado heridas que seguían sangrando.

Con rapidez se deshizo de los brazales de su armadura.

—¡Doble Fuego-Ariete!

Sus brazos quedaron revestidos por las llamas. Soltó un grito y chocó sus nudillos. El impacto generó una reacción en cadena que desestabilizó las ecuaciones alquímicas del Fuego-Ariete, provocando que las llamas se volvieran en su contra. Las quemaduras resultantes fueron extensas, pero el fuego logró detener la hemorragia. Aunque sus brazos temblaban, Alrión se supo a salvo del asedio de su adversario.

Entonces se dispuso a desbaratar la trampa.

Las manos quemadas del Pilar de Diamante empezaron a trazar una intrincada ecuación en el aire. Los símbolos de Riblast se trenzaban generando una leve brisa. La suave corriente pronto se convirtió en un remolino animado. Como hipnotizada por la fuerza del viento, la neblina se puso a girar en círculos. La ráfaga fue tornándose cada vez más agresiva. Los brazos del héroe de Catalsia se movían de forma impetuosa al mismo tiempo que los símbolos alquímicos colisionaban en un arrebatado bucle eólico.

¡Huracán!

Los vientos enardecidos desgarraron la nube negra.

La silueta de su enemigo se tornó visible. Alrión halló al encapuchado aferrándose con esmero al suelo para no ser atrapado por la fuerza del ciclón.

Un último movimiento vigoroso y el Huracán se llevó consigo a las Tinieblas, el Huerto de Fuego Fatuo y las Sombras de Caza. Toda aquella oscuridad acabó perdiéndose entre los nubarrones que poblaban el cielo.

La llanura de nuevo quedó en calma.

—Cómo detesto esa cara inexpresiva que tienes —comentó Alrión mientras recuperaba el aliento—. Podrías mostrarte impresionado, ¿no crees? ¡Lo que hice fue increíble!

Reniu, como siempre, permaneció inalterable.

«Rayos, eso me agotó demasiado...», pensó el Pilar de Diamante entre jadeos. «Se supone que sé medir mis fuerzas. ¿Qué está pasando aquí?»

La sombra de Winger reunió a los tres gusanos que había estado utilizando y subió de un salto al líder del grupo. Rencorosos por los golpes de viento recibidos, los virmens mostraron sus dientes de manera intimidante.

—Pues a ver cómo te las arreglas con esto, impostor...

Alrión llevó sus manos a las sienes y los símbolos alquímicos de Zacuón y Riblast revolotearon inquietos. Cuando estiró los brazos, diez espirales diminutas, como volutas de incienso, se habían enredado en cada uno de sus dedos.

¡Aves Oníricas!

El hombre de Catalsia aventó las invocaciones al aire y adoptaron la forma de diez pájaros que volaron hostiles contra Reniu y sus bestias.

—¡Imago! —exclamó el esclavo de Jessio y se preparó para recibir frontalmente la embestida de la primera Ave Onírica.

El pájaro rebotó contra la barrera y se desintegró en un estallido de viento y humo. Reniu logró resistir. Mantuvo la guardia en alto y observó el vuelo de las nueve invocaciones restantes.

Las Aves Oníricas giraban a su alrededor como buitres hambrientos.

Tres pájaros abandonaron la formación y descendieron en picada. Incapaz de cubrir todos los frentes al mismo tiempo, Reniu las esquivó arrojándose sobre el lomo de su gusano con un movimiento de rol. Aún no se había incorporado cuando otros tres pájaros se lanzaron a perseguirlo. El impostor bajó a tierra y se echó sobre un hombro, consiguiendo así evitar de nuevo el impacto.

—¡Flechas de Fuego!

Desde el suelo Reniu apuntó contra el ave más rezagada del grupo. El disparo fue preciso. Sin embargo, las flechas atravesaron al pájaro sin dañarlo. Aquello le resultó llamativo.

Las Aves Oníricas continuaban volando en círculos, aguardando el momento oportuno para volver a atacar.

El impostor decidió entonces dejarse guiar por su intuición.

Tres pájaros volvieron a precipitarse. Reniu los recibió con los brazos abiertos y la defensa abajo. Apretó los párpados en el momento del golpe, pero no se movió.

Y los fantasmas simplemente lo atravesaron.

—Una distracción... —comprendió, cayendo en la cuenta de que había descuidado a Alrión durante todo ese rato.

Movió la cabeza con apremio hasta dar con su oponente. Lo halló esbozando una sonrisa llena de confianza.

El Pilar de Diamante mantenía una mano sobre el pecho mientras con la otra formaba círculos alrededor de un anillo resplandeciente.

—Oh... ¿Reconoces esto? —musitó Alrión con satisfacción al notar la expresión recelosa de su adversario—. Es la técnica definitiva que ha inventado Jessio de Kahani, a quien tal vez tú conoces. Aún no puedo asegurarlo...

Los ojos de Reniu desbordaron alarma. Conocía esa técnica. No perdió el tiempo y se puso a erigir una poderosa barrera defensiva. El Pilar de Diamante le llevaba la delantera con su invocación, pero tal vez si se daba prisa...

—Por cierto —volvió a hablar el hombre de Catalsia—. Es verdad que las Aves Oníricas buscaban generar una distracción. Después de todo, el punto débil de la Corona es el tiempo que requiere su preparación. Pero dos de ellas son reales.

Reniu oyó las palabras de su rival y captó el mensaje al mismo tiempo que una ráfaga le sacudía la nuca.

La última Ave Onírica impactó contra su espalda y lo aventó de bruces al suelo.

—Ha sido un placer luchar contra ti —sentenció Alrión—. Pero esto se termina ahora.

El disco luminoso se volvió incandescente. El Pilar de Diamante extendió los brazos hacia los costados y activó el conjuro que había aprendido tan solo observando a su maestro:

—¡Corona del Rey de los Cielos!

Reniu contempló el disparo con terror. La Corona era un rayo irrefrenable de viento comprimido. Ya no disponía de tiempo para utilizar un conjuro defensivo. Los tres virmens que lo habían acompañado durante la lucha se desplazaron con rapidez y se ovillaron sobre él formando una monstruosa bola de demonios.

«No hay forma de que detengas esto», pensó Alrión mientras el rayo avanzaba contundente. «Es el más poderoso de los hechizos de Riblast.»

La Corona del Rey de los Cielos colisionó y la energía acumulada se liberó bajo la forma de una gran explosión de luz. La llanura de Lucerna se estremeció.

Alrión sentía una gran admiración por ese hechizo y le colmaba de orgulloso ser uno de sus pocos ejecutores. Solo había visto la Corona en dos ocasiones. Jessio seguramente se la había mostrado convencido de que no lograría dominarla. Alrión lo tomó como un desafío personal. Dedicó sus pocos ratos libres a estudiar la estructura alquímica del conjuro que su maestro había inventado. Muchas veces se topó con dificultades. Pero cada paso dado en la dirección correcta le proporcionaba una gran satisfacción. Dos años había tardado hasta lograr que la Corona también fuera suya. Era el digno heredero de Jessio de Kahani, su estimado mentor. Y quizás, su enemigo.

Por todo eso, cuando los temblores cesaron y el efecto lumínico del disparo se disipó, Alrión experimentó una desagradable sensación de ruina, confusión y amargura.

Negro y misterioso, en medio de los restos calcinados de los tres demonios, el impostor seguía de pie.

Las piernas del Pilar de Diamante vacilaron y tuvo que inclinarse.

—No puede ser... —masculló azorado—. ¿Cómo puede alguien sobrevivir a la Corona? ¡Es imposible!

Su enemigo tampoco respondió esta vez. Permanecía en estado de alerta, tal vez aturdido por la fuerza del hechizo de Riblast. Pero ileso.

—¡Es imposible!

El grito Alrión era como una súplica que clamaba por una explicación.

—Es imposible... —soltó por tercera vez y consiguió erguirse.

Un relámpago de pensamientos inconexos atravesó la mente del Pilar de Diamante.

Pensó que nunca se había enfrentado a un rival como este.

Pensó que su enemigo tal vez no era humano, y que debería haber pedido refuerzos.

Pensó en la incongruencia de lo que acababa de presenciar. No era soberbia lo que lo había llevado a gritar así. Tres gusanos demoníacos no eran suficientes para detener la Corona del Rey de los Cielos. Tan simple como eso.

Había algo más. Algo que escapaba a sus previsiones...

«¡Quizás...!»

Alrión paseó la vista de manera compulsiva por los alrededores. Estaban batallando en un terreno despejado, pero había humildes arboledas aquí y allá, salpicadas por toda la llanura.

«Un cómplice escondido...»

Era una posibilidad factible. Pero, ¿cómo era capaz este segundo enemigo de neutralizar sus ataques?

«Qué pregunta... Conoces la respuesta», se dijo y torció la boca en una mueca de disgusto.

Siguió recorriendo la zona con la mirada. Sería una locura tratar de dar con la ubicación del presunto cómplice y hacerle frente a su temible adversario al mismo tiempo. El impostor seguía intacto y a él las energías se le estaban acabando.

Solo le quedaba una opción.

Lo sabía.

Sintió un cosquilleo en el pecho.

«Miedo.»

¿Por qué no reconocerlo? Estaba muerto de miedo. Nunca imaginó que llegaría el día en que tendría que implementar aquella estrategia. No quería hacerlo, pero tenía que. Visualizó a las personas que quería y todas las cosas valiosas por las que siempre había luchado.

—Aquí vamos...

Respiró hondo, estiró los brazos hacia los costados y realizó el sacrificio:

—¡Vuelo de Águilas!

Las miradas de Reniu y de Alrión se cruzaron cuando el héroe de Catalsia pasó junto al esclavo de Jessio con su velocidad inaudita.

Un instante después, Alrión se hallaba justo detrás de Reniu.

—Te tengo... —dijo con una sonrisa y apresó a su enemigo con los brazos—. ¡Ascensión!

Envueltos en una columna de viento, los adversarios fueron disparados hacia las alturas. El suelo se alejó con rapidez. Las nubes se corrieron, respetuosas del imponente torbellino. Un círculo de claridad quedó abierto en el cielo tormentoso.

Los ojos celestes de Reniu mostraban desconcierto. Ponía todo su empeño en tratar de zafarse del abrazo, pero aquella posición le impedía moverse o realizar conjuro alguno.

—No puedo permitir que alguien tan peligroso como tú siga suelto —le habló al oído el Pilar de Diamante—. Aunque me cueste la vida, no saldrás bien de aquí...

Los oponentes continuaban subiendo. El lugar donde habían estado combatiendo se había transformado en un punto minúsculo bajo sus pies. Pronto estuvieron tan arriba que fue posible divisar el mar, la planicie y las montañas, todo en un solo vistazo.

Entonces el vuelo se detuvo.

Un silencioso firmamento los recibió.

Por un instante el mundo quedó suspendido.

Y luego...

¡Ocaso Final!

Una nueva explosión de viento los precipitó con fuerza hacia abajo. Reniu entonces supo que el movimiento de su rival era suicida. Trató desesperadamente de librarse, pero Alrión se obstinaba en sujetarlo con firmeza.

Ahora los dos descendían vertiginosamente y con sus cabezas apuntando hacia el suelo. Se habían convertido en un proyectil furioso que atentaba contra la llanura de Lucerna. El aire silbaba lamentos agudos. Era la canción de la muerte que antecedía al desenlace.

Y cuando la melodía del viento tocó su fin, la tierra tembló del horror. El suelo se partió y se llenó de cicatrices profundas. Un cráter vasto y profundo fue signo del sitio donde se produjo el impacto. Una nube de polvo se elevó desde las grietas y regó la planicie como lluvia marrón.

«¿Estoy... vivo?», se preguntó Alrión entre impresiones difusas.

No podía moverse, pero sus dedos entraron en contacto con una superficie metálica ubicada justo debajo de él. Comprobó que se trataba de la lágrima de Cecilia. La reliquia de Juxte había adoptado la forma de un gran disco plano que, de alguna manera, había amortiguado el golpe. No sabía si la lágrima se había activado sola al oír los latidos de su corazón asustado, o si fue la voluntad del Pilar de Zafiro lo que había obrado a su favor.

Optó por creer en lo segundo.

—Gracias, amigo... —susurró con debilidad—. Pronto nos reuniremos...

Surcó la zona tratando de dar con el cuerpo de su oponente. Los densos nubarrones seguían pululando a su alrededor.

De repente, divisó algo.

Era una figura informe y opaca que flotaba en el aire, como un espectro con ojos brillantes.

«¡¿Qué es eso?!»

La silueta se agitaba a su lado como la flama de una hoguera negra. Aunque era difícil confirmarlo, Alrión estaba seguro de que aquellos ojos inquietantes se posaban en él.

—Entonces no eres humano... —masculló mientras la sangre manchaba su barbilla—. ¿Qué eres...?

—Solo es una sombra atada a un fragmento del dios de la oscuridad —le respondió una voz que enfatizaba las erres.

Una ráfaga veloz barrió por completo con el polvo del cráter y reveló la presencia de dos individuos y un cuervo.

Alrión los observó con perplejidad.

—Ya veo... Smirro. —El Pilar de Diamante reconoció a su antiguo condiscípulo y comprendió lo que había ocurrido durante toda la lucha—. ¿Estábamos atrapados en un Campo Anticiclónico?

—Tus vientos son muy poderosos, Alrión, pero ya no eres rival para mí.

—Por supuesto —masculló el caído—. Sobre todo si ejecutas un hechizo de alta complejidad mientras permaneces escondido como una rata. De haberlo sabido, solo tendría que haberte roto esa fea nariz de una patada y fin de la pelea.

La risa mordaz del otro sujeto se coló en la conversación.

—Tiene un buen punto ahí, Smirro —observó el hombre de los pies de agua, a quien Alrión también había identificado.

—Qué mal aspecto tienes, Blew.

El referido se limitó a sonreír con desprecio y se agachó junto al Pilar de Diamante.

—Con permiso, voy a tomar esto —indicó mientras se apoderaba de la lágrima de Cecilia, que había vuelto a adoptar su forma habitual.

Alrión habría tratado de impedírselo... de haber podido moverse. Sabía que el choque le había producido hemorragias internas irreparables. Sus órganos comenzaban a fallar. Solo le quedaban algunos minutos de vida.

—Entonces, ¿era cierto? —indagó—. El asesinato del rey Dolpan, los ataques en Catalsia y en Lucerna, la muerte de Juxte... ¿Jessio ha estado detrás de todo esto?

—Y la verdad ha salido a la luz —se burló Blew mientras el cuervo revoloteaba sobre ellos.

—¿Y qué hay de Hóaz?

La pregunta turbó a los vasallos de Neón.

—¿Qué ocurre con él? —replicó Smirro.

—¿Jessio ha tenido algo que ver con su desaparición? —insistió Alrión. Y luego hizo la pregunta que anidaba en su cabeza desde hacía años—. ¿Hóaz aún está vivo?

Smirro y Blew se miraron. El Pilar de Diamante notó que sus rostros mostraban incomodidad.

—Créeme, Alrión —dijo Smirro—. Es mejor que no sepas qué fue de Hóaz.

El Pilar de Diamante iba a seguir con su interrogatorio cuando algo llamó la atención de sus enemigos. El espectro que ondeaba en el aire había vuelto a materializarse. De nuevo había adquirido la apariencia física de Winger.

—Eres un monstruo, ¿lo sabías? —le espetó Blew con asco.

Reniu no contestó. A pesar de que había sobrevivido, se lo veía muy agotado.

—Debo partir... —logró articular—. La Hora de las Sombras...

—Es cierto —recordó Smirro—. Ya falta poco. Date prisa y vete.

El esclavo de Jessio colocó una mano sobre el suelo y el único gusano que quedaba por el área emergió bajo sus pies.

Alrión vio alejarse a su último contrincante. Iba hacia el oeste, en dirección a ciudad Doovati. Sus otros enemigos seguían distraídos.

Y en ese momento supo que debía tomar la decisión más importante de su vida.

Por un lado, quería seguir dialogando con Smirro y Blew. Quería enterarse antes de morir de lo que le había pasado a su mejor amigo. Por otra parte, el destino de Catalsia estaba en sus manos. Eran sus intereses personales contra un acto de justicia altruista.

«Maldición...», murmuró hacia sus adentros. «¿Por qué rayos soy un tipo tan genial?»

—¡Aquila Jubé!

El disparo de decenas de pájaros hechos de viento y magia tomó desprevenidos a los aliados de Jessio.

—¡LA LÁGRIMA! —bramó Blew con desesperación cuando una de las aves le arrebató la reliquia de las manos.

La criatura de inmediato se camufló entre sus hermanas de viento, quienes echaron a volar de manera caótica.

—¡No dejen que se escape! —exclamó Smirro.

Los dos hombres y el cuervo se pusieron a perseguir y dar caza a las aves escurridizas.

Tendido en el cráter, Alrión se quedó solo.

«Ha funcionado», pensó y sonrió.

Sus enemigos estaban tan ocupados tratando de recuperar la lágrima que no se percataron del Aquila Jubé que se escabulló silenciosa llevando un mensaje. El mensaje que contenía la verdad.

Alrión ya no sentía dolor.

Solo la brisa que le acariciaba la piel.

El sol asomó a través de las nubes grises con una tonalidad apaciguadora.

—Hóaz... —dijo cuando sus ojos empezaban a cerrarse—. ¿Qué ha sido de ti...?

Ese suave interrogante quedó sobrevolándolo.

Como un pájaro que ha encontrado la libertad, el aliento escapó de los labios del Pilar de Diamante.



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