XL: La cena
El clima agitado que se apoderó de ciudad Doovati hizo que el señor Greyhall estuviera particularmente atareado durante los meses que siguieron al aniversario de la reina. Primero tuvo que encargarse de asesorar con detalle a la soberana en cuestiones relacionadas con la redistribución de capitales entre los más afectados por los ataques de los demonios. Luego, con la partida de la reina rumbo a ciudad Miseto por motivo del juicio, el economista se ocupó de mantener el orden y la ecuanimidad entre los miembros del consejo a la hora de deliberar. A todo eso se sumaban las responsabilidades en su labor profesional privada, que era la fuente de ingresos principal de su familia.
A pesar de sus múltiples obligaciones, el señor Greyhall todavía recordaba la promesa que había hecho en presencia del Pilar de Diamante. Y él nunca rompía una promesa.
Por eso, cuando el juicio terminó y la reina estuvo de nuevo sentada en su trono, el economista de ojos grises reservó su primera noche libre en mucho tiempo para la cena como agradecimiento por el rescate de su hija.
Markus era conocedor de las altas exigencias del padre de su amiga. Tal y como se había pautado, a las nueve en punto estuvo frente a la puertas de la residencia del señor Greyhall. Llevaba puesto su mejor traje, de color verde opaco, y una capa nueva que su padre le había obsequiado para la ocasión, quizás a modo de disculpa por no haberle permitido viajar con él a ciudad Miseto.
El muchacho limpió los cristales de sus gafas, echó un último vistazo a sus zapatos lustrados y golpeó la aldaba. La casa era grande y suntuosa, aunque de diseño muy discreto. Trató de distinguir si había luz en la ventana de Lara en el piso superior, pero antes de conseguirlo la puerta se abrió.
—Buenas noches, Markus —lo recibió sonriente la empleada doméstica.
—Buenas noches para usted, señora Lucien —respondió él con amabilidad.
La señora Lucien era una mujer bondadosa, aunque Markus apenas la conocía, pues era poco habitual que Lara los hiciera ingresar a su vivienda.
«Mucho más raro es que el señor Greyhall me haya invitado a cenar», replicó para sí mientras le entregaba su capa a la sirvienta.
El hijo del señor Grippe recorrió el hall con la mirada, asombrado por el orden y la pulcritud del hogar de Lara. No era que su propia casa estuviese desarreglada, pero estando de pie allí tuvo la sensación de que si movía cualquier cosa de lugar estaría cometiendo una falta grave.
La señora Lucien le pidió que la siguiera hasta la sala de estar. En el camino, Markus divisó a Rowen echado sobre un sillón con los pies sobre el apoyabrazos. El hijo del señor Greyhall hojeaba distraídamente un libro con imágenes de guerra, y alzó la mirada al ver pasar al invitado. Markus lo saludó con un gesto, pero Rowen no respondió y regresó a las ilustraciones del libro.
—Espera un momento aquí, por favor —le indicó la mujer cuando llegaron a la sala—. Le avisaré a Lara que ya has llegado.
Markus asintió y llevó los ojos hacia el amplio hogar a leña que había en la habitación. Se detuvo en un detalle sobre la repisa: un juego de cuatro piezas de cristal que representaba a los miembros de esa familia. El muchacho contempló admirado las estatuillas, tan delicadas y armoniosas, y reconoció la mano hábil de la madre de su amiga...
—Markus.
El invitado giró hacia las escaleras y quedó pasmado. Lara se encontraba en el rellano del piso superior luciendo un vestido blanco de encaje y seda que se ceñía a su cintura y marcaba sus rasgos femeninos. Ella sonrió con timidez al notar la expresión de su amigo y bajó risueña las escaleras.
—Qué bonita estás... —balbuceó él cuando llegó a su lado.
—Gracias —dijo la joven con humildad—. Tú también estás muy apuesto.
El muchacho rió nervioso por el cumplido y se rascó la nariz.
Un súbito golpe los espabiló.
Rowen había cerrado con fuerza el libro y ahora se dirigía hacia el comedor.
—Espero que todo este teatro al menos sirva para tener una buena cena —murmuró con desdén al pasar junto a ellos.
Recién cuando el brabucón abandonó la habitación Markus le habló a su amiga en un susurro.
—¿Sigue actuando raro?
—Cada vez más —respondió ella.
—Mi padre me contó que se presentó como testigo en el juicio contra Winger —comentó él—. Y que fue demasiado lejos con su testimonio...
—Sí, eso me ha llamado la atención —confesó la muchacha—. Pero hay otras cosas que me resultan más sospechosas. Ha comenzado a escaparse a hurtadillas por las noches.
—¿Adónde irá? —se preguntó Markus.
—No sé si quiero saberlo —repuso Lara, y sus ojos denotaban preocupación.
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Al menos en cuanto a la comida, Rowen no podía quejarse.
Eso pensó Markus al degustar el platillo principal, un pato al disco con arvejas y patatas acompañado con salsa de maíz y puré de manzanas. Sin duda la señora Lucien era una excelente cocinera. Pero ahí en las bandejas quedaba todo lo positivo que el chico de gafas fue capaz de hallarle a esa situación tan incómoda.
El señor Greyhall no había demorado en abandonar su estudio para reunirse con su invitado. Luego de un saludo cordial, el anfitrión propuso pasar al comedor (propuesta que, en realidad, había sido casi una orden). Rowen ya estaba allí, sentado en la cabecera, pero un golpe seco en la nuca propinado por su padre le hizo moverse hacia otra ubicación. Con un ademán recto y cortés el dueño de casa ofreció aquel lugar a Markus.
—Un momento —pidió el invitado, y se encargó de correr la silla de Lara—. Toma asiento, por favor.
La muchacha se mostró sorprendida. Era evidente que no estaba acostumbrada a ese tipo de trato amable por parte de los hombres de la casa.
Resuelto aquel asunto, Markus corrió a ocupar su posición en la cabecera opuesta a la del jefe del hogar. La señora Lucien pasó a servir la cena, y una vez que la sirvienta se retiró el señor Greyhall dedicó una breve oración a los Dioses Protectores y a la casa de Kyara.
Entonces todos empezaron a comer sin hablar.
Y ya hacía veinte minutos que estaban así...
El silencio en el comedor era denso e indiscreto, casi como si se tratara de un quinto comensal. Solo se oía el sonidos de los cubiertos al desplazarse y chocar con la vajilla. Markus creyó haber descubierto una nueva manera de deshacer los alimentos empleando únicamente la lengua, pues ni siquiera se atrevía a masticar para no quebrantar ese mutismo tan rígido. Con Rowen a su izquierda y Lara a su derecha, el invitado se preguntó si ellos cenarían así todos los días.
—Tal vez no haya manifestado mi gratitud hacia ti con el ímpetu suficiente —dijo de pronto el anfitrión, rompiendo por primera vez la monotonía de la escena—. Gracias por socorrer a mi hija la noche del aniversario de nuestra reina. Sin ese gesto de bravura, quién sabe qué podría haberle ocurrido.
Si aquellas palabras habían sido "más impetuosas", Markus no había podido notarlo...
—Padre, yo sé defenderme sola —intervino Lara, tratando de salvar su orgullo.
Pero la mirada gélida del señor Greyhall la obligó a agachar la frente y regresar a su plato.
—No tiene por qué agradecerme, señor —respondió Markus sin alzar mucho la voz—. Fue una suerte que Alrión apareciera en ese momento. Él nos salvó a los dos.
—Tal vez —musitó el dueño de casa con sobriedad—. El arribo del Pilar de Diamante ayudó a que la situación no se volviera aún más caótica. Creo que empiezo a entender la función de esa Academia. Al menos, remotamente —agregó con reserva—. Por cierto, ¿a qué piensas dedicarte, muchacho?
Markus tardó en captar el significado de la pregunta. Por la expresión en los rostros de Lara y Rowen, ellos tampoco esperaban algo así.
—¿A qué pienso dedicarme? —repitió el invitado, aún confundido—. Pues, verá señor Greyhall, nosotros estamos estudiando magia...
—A eso ya lo sé —lo interrumpió el anfitrión—. Pero dudo que alguno de ustedes tres pueda llegar a ganarse el pan arrojando luces de colores hacia el cielo.
El ruido brusco del tenedor de Lara al golpear el plato cortó la charla por un instante. Todos la observaron. La chica permaneció callada y sin levantar la mirada.
—¿Tienes algo para acotar? —la interrogó su padre.
Lara negó con la cabeza.
El señor Greyhall retomó entonces el diálogo con Markus.
—Dices que estudias magia. De acuerdo. ¿Qué piensas hacer con eso?
—Eh... Hay varios oficios que uno puede realizar sabiendo usar magia.
—¿Como cuáles? —insistió el dueño de casa.
—¿Cuáles? Pues... La enseñanza, por ejemplo.
—La enseñanza —murmuró el padre de los mellizos y arqueó una ceja con escepticismo—. Una escuela que forma hechiceros que luego enseñarán a otros hechiceros. Noble tarea, realmente. Sobre todo considerando los gastos que ese bucle le genera a la corona. ¿Qué más?
—También podemos unirnos a las tropas especiales de los Pilares Mágicos —habló Lara de nuevo—. Después de todo, ese fue el motivo principal que llevó a la creación de la Academia.
Markus asintió con entusiasmo mientras respiraba aliviado. Apreció mucho la ayuda que su amiga le había prestado.
—Motivo muy polémico, hija mía —replicó el señor Greyhall—. ¿Acaso esta facción especial del ejército nos ha socorrido en los momentos más difíciles? Comprendo bien que los afamados Pilares Mágicos consiguieron alianzas estratégicas beneficiosas para nuestro reino. Pero, ¿dónde estaban ellos cuando ocurrió el ataque de hace un año? ¿De qué sirven esas alianzas si nuestro rey ha muerto, llevándose consigo el orden que tanto esfuerzo nos ha costado conquistar?
Lara abrió la boca para responder, pero no encontró palabras para rebatir a su padre. El señor Greyhall estaba arremetiendo con demasiada crudeza.
—¿Y qué hay del atentado que tuvo lugar durante el Duelo de Exhibición? —siguió cuestionando el dueño de casa—. Tu hermano podría haber muerto en aquella ocasión...
Rowen, que hasta ese momento había permanecido cabizbajo, recibió aquel comentario como una bofetada en pleno rostro.
—¿Haber muerto? —repitió con cinismo—. Si te refieres a la pelea con ese imbécil, él no podría haberme matado ni aunque hubiera querido hacerlo.
—Cuida tus modales en la mesa —lo amonestó severamente su padre—. Un muchacho que mató a dos de sus tutores, que logró infiltrarse en una ceremonia en el palacio real y que consiguió escapar del otrora general Caspión. ¿Crees que tú tenías oportunidades contra alguien así?
—¡¡SÍ!! —bramó Rowen, dando un golpe seco sobre la mesa que hizo tambalear las copas—. ¡¡Rayos, sí que tenía oportunidades...!!
—Eso no fue lo que declaraste en el juicio hace apenas unos días.
La sentencia contundente del señor Greyhall dejó a su hijo sin respuesta. El puño del pendenciero temblaba por la rabia, y Markus temió que la situación fuera a salirse de control.
—No tienes por qué reclamarte nada, hijo —habló el amo del hogar con un tono compasivo que solo contribuía a emporar las cosas—. Durante esa pelea hiciste tu mejor esfuerzo, pero fuiste vapuleado por completo. Un joven sin experiencia como tú no hubiese tenido ninguna chance contra un asesino de la talla de Winger de los campos del sur.
Markus contempló la impotencia en las facciones de Rowen, la tensión en sus músculos y la humillación en su mirada. Nunca habría imaginado que llegaría a sentir una profunda lástima por ese bravucón que toda la vida se había mofado de él. Quieta en su silla, Lara también parecía una prisionera de su padre.
«Esto no es una cena familiar», pensó Markus.
Más bien era una prueba extrema en la que si una servilleta caía al suelo, si una copa se volcaba, incluso si la más insignificante arveja abandonaba rodando su plato, el resultado era la reprobación y el castigo. Imaginó que vivir así debía ser una auténtica tortura.
—Yo no estoy de acuerdo con algunas de sus afirmaciones, señor Greyhall...
El anfitrión y sus hijos observaron al invitado con intriga.
—¿Disculpa? —dijo el dueño de la casa.
—Creo que disiento con algunas de sus opiniones, señor —redobló Markus el desafío; esta vez, manteniéndole la mirada a su interlocutor.
—Pues apreciaría que señales mis errores —reclamó el economista, aún con una extraña mueca de desconcierto en el rostro.
—En primer lugar, no considero que pueda culparse a los cuatro Pilares Mágicos por lo que ocurrió en el aniversario del rey Dolpan —opinó Markus—. Usted tiene que reconocer que la situación que rodeó al atentado fue sumamente confusa. Los controles y la vigilancia en el palacio fueron muy escasos esa noche debido a que las tropas se hallaban en Pillón. Incluso alguien tan torpe como yo podría haber ingresado a la sala del trono portando un arma.
—Entonces piensas que el trabajo organizativo llevado a cabo por el consejo real es ineficiente —repuso el padre de los mellizos.
Markus tuvo cuidado antes de contestar. Sabía que el señor Greyhall quería llevarlo a un callejón sin salida. Trató de evitar la trampa.
—No necesariamente... —contestó.
Y dejó la frase flotando en el aire de manera sugerente.
Lara y Rowen giraron hacia su padre.
El señor Greyhall entrecerró los ojos con suspicacia.
—¿Estás insinuando que el atentado fue planeado desde el interior del palacio?
Rowen y Lara volvieron a mirar a Markus.
Pero el invitado ahora fingía estar distraído con el vuelo de una mosca mientras tamborileaba en la mesa con dedos nerviosos.
«¡Por Derinátovos, Markus! ¿Qué estás haciendo?», se reprochó a sí mismo el debate suicida que estaba sosteniendo con uno de los hombres más conservadores de la ciudad.
—Bueno, en realidad, eso ya no importa —comentó de pronto el dueño de casa, disminuyendo un poco la tensión del ambiente—. El asesino del rey Dolpan ha sido sentenciado y en los próximos días será trasladado hasta aquí para su ejecución. No tiene sentido que sigamos hablando acerca de esto. Al fin se habrá hecho justicia y se acabarán las fechorías de un peligroso criminal...
Markus trató de morderse la lengua. Quiso agachar la cabeza y volver a esconder su punto de vista lejos del alcance de las opiniones y los prejuicios de los demás. Pero ya llevaba demasiado tiempo traicionando con su silencio una amistad que consideraba muy valiosa.
Entonces decidió no callarse más.
—Tampoco estoy de acuerdo con eso, señor.
Esas simples palabras cayeron como un relámpago inaudito sobre la mesa.
Lara y Rowen quedaron petrificados, totalmente espantados por la osadía del chico de gafas.
Los ojos grises del señor Greyhall solo mostraban escándalo.
—¿Qué has dicho? —exclamó—. No estarás sugiriendo que nuestro rey fue víctima de un simple malhechor de baja categoría, ¿verdad?
—Por supuesto que no estoy sugiriendo eso, señor...
Los hermanos soltaron el aire. Al parecer, pensaron ambos, el invitado se había echado atrás con su actitud temeraria. El dueño de casa hizo un gesto afirmativo de conformidad.
—... Solo digo que no estoy convencido de la culpabilidad de Winger, y que en verdad dudo que él haya sido capaz de hacer algo así.
Esa fue la gota que rebalsó el vaso.
El señor Greyhall se incorporó y golpeó el mantel con ambas manos.
—¡Pero qué es esto! ¿Acaso estás defendiendo a un criminal? ¿Sabes cuál es el precio que se paga por ser cómplice de un traidor?
—¡Yo no estoy defendiendo a un traidor, señor Greyhall! —aseveró Markus, y también se puso de pie—. Pero hay mil cosas que no encajan aquí.
Los ojos de los mellizos iban de uno a otro, boquiabiertos e incrédulos por lo que estaban presenciando en su propio comedor.
—Lo único que no encaja aquí es tu insolencia, muchacho —lo amonestó el anfitrión.
—¿Qué pruebas tiene usted para sostener su postura? —prosiguió el invitado con su argumentación—. Disculpe que se lo diga, señor Greyhall, pero tengo la impresión de que usted no sabe nada acerca de la magia, y que por lo tanto no está en condiciones de contradecir a su hijo y aseverar que Winger lo ha vapuleado. Ellos tuvieron una pelea muy pareja. De no ser por la estrategia de Winger, Rowen de seguro habría ganado.
El hijo del señor Greyhall abrió mucho los ojos, asombrado de que Markus hablara a su favor.
—¿Y el incendio de la Academia? —insistió el economista— ¿Qué me dices de la pelea contra Caspión?
—¡Nadie vio lo que ocurrió en esas situaciones! —vociferó Markus con indignación—. Jessio llegó a la Academia cuando el incendio ya había iniciado. En cuanto al antiguo general Caspión, que la reina lo haya depuesto de sus funciones hace ver que no es una persona de total confianza. Por lo tanto, son puras suposiciones. Y aunque es cierto que Winger no posee coartada alguna, no es menos verdadero que los que lo conocimos nos negamos a creer que él tenga las habilidades necesarias para hacer todo aquello de lo que se lo acusa. Siendo honestos con nosotros mismos, sabemos que Winger es incapaz de hacer esas cosas.
Durante un segundo, Markus miró a Lara directo a los ojos. Ella comprendió que esa última frase le iba dirigida.
—¡¡SE ACABÓ!! —bramó el señor Greyhall—. ¡No consentiré que se me falte el respeto en mi propio hogar!
—No es por ofenderlo, señor —replicó Markus—. Pero alguien que pone su propio orgullo por encima de la verdad, realmente no se merece mi respeto.
Una copa rodó hasta el borde de la mesa y se hizo añicos contra el suelo.
El estallido de cristales marcó el final de la cena.
Los vecinos del distrito residencial se asomaron al oír los gritos y el portazo estruendoso en la casa de la familia del señor Greyhall. Sin embargo, lo único que llegaron a ver fue a un muchacho regordete y con gafas parado en la vereda.
Markus se acomodó la capa y soltó un suspiro. Luego alzó la cabeza hacia una ventana iluminada, esperando que alguien se asomara entre las cortinas.
Pasaron varios minutos antes de que se rindiera.
Convencido de que nada más ocurriría allí, guardó las manos en los bolsillos, hundió los hombros y se alejó por la calle solitaria.
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