VIII: El hijo de las sombras
Soria despertó renovada y con un buen ánimo. Los dolores de su pancita se habían ido junto con la noche y ahora se sentía con ganas de trabajar. Y de enterarse cómo había sido el encuentro entre Winger y Rupel.
—¡Holaaa! —saludó con entusiasmo a su padre al entrar a la cocina.
—Buen día, hijita —le sonrió el herrero; se hallaba preparando avena para el desayuno, y también parecía haber recuperado su salud—. ¿A qué se debe tanto derroche de tu alegre personita?
—¿No es obvio? ¡Quiero saber cómo le ha ido a Winger! —exclamó mientras tomaba asiento a la mesa, girando la cabeza hacia todos lados—. ¿Aún no se ha despertado?
—Aún no ha vuelto —comentó Pery, reservándose para sí una mueca de picardía.
—¡Guau! ¿De verdad? —se sorprendió la muchacha—. Si han estado juntos toda la noche, eso solo puede significar que han tenido muchísimo de qué conversar...
La olla del herrero estuvo a punto de irse al suelo frente a ese comentario.
—Eh... Sí... Solo deben haber conversado, hijita... —balbuceó Pery, tratando de desentenderse del asunto.
Entonces oyeron el sonido de la cerca del patio delantero. Soria y su padre miraron expectantes hacia la puerta de entrada. Pero cuando Winger hizo su ingreso, su expresión no era de alegría, sino más bien de la más amarga consternación.
—Hola —dijo malhumorado y se dejó caer en una silla junto a su prima.
—¡Winger! ¿Qué ha sucedido? —preguntó Pericles de inmediato, habiéndose fijado en las prendas polvorientas de su sobrino.
—¿Qué pasó con Rupel? —quiso saber Soria, tan preocupada como su padre.
—No ha venido —contestó Winger de forma cortante, esquivando las miradas inquietas que recaían sobre su postura derrotada—. De hecho, fue una emboscada.
—¡¿Una emboscada?! —exclamaron padre e hija al unísono.
—A menos que Rupel y Caspión sean la misma persona, sí, eso fue —murmuró el mago con cinismo. Se sentía tan avergonzado...
—¿Ese miserable estaba esperándote en la casa del tejedor? —indagó Pericles con disgusto mientras acercaba un plato de avena caliente a su sobrino.
—Caspión, Mirtel, Rapaz... También había otro sujeto que yo no conocía. —La expresión en el rostro de Winger se endureció aún más al recordar al individuo de la nariz prominente—. Anuló por completo mis hechizos de Riblast.
Soria se le aproximó y le puso una mano sobre la espalda. El mago apreció el gesto, aunque le hizo sentirse aún más miserable. Pensaba que había mejorado mucho en los últimos meses de entrenamiento; su confianza se había afianzado y había llegado a creer que ya era capaz de defenderse por sí mismo. Por lo visto, aún tenía mucho trecho por recorrer...
—Vaya, qué problema —murmuró Pery y se rascó la cabeza—. Hemos sido bastante descuidados al dejarte ir solo hasta ese lugar... —Sus facciones de pronto se llenaron de espanto—: ¡Winger, la gema...!
El muchacho lo tranquilizó de inmediato al levantar su antebrazo derecho.
—Aquí está la gema —indicó—. No han intentado tomarla.
—Pero entonces... ¿Qué buscaban? —insistió el herrero.
—No tengo la menor idea —confesó Winger, consternado—. Hicieron algo sobre mí. Caspión utilizó un pergamino con inscripciones.
—Probablemente haya sido un conjuro del libro de Maldoror —conjeturó su tío.
—Lo mismo pensé yo —coincidió el mago—. Aunque no entiendo qué fue lo que me hicieron.
El herrero se cruzó de brazos y adoptó una actitud reflexiva.
—¿No crees que deberías ir a ver a Gasky? Tal vez, él sepa decirte qué pasó...
—No creo que eso sea necesario, tío Pery —juzgó Winger—. He vivido con Gasky durante nueve meses y sé que el libro de Maldoror sigue siendo un completo misterio, incluso para él.
Aquello era cierto. No era por terquedad que Winger rechazaba la sugerencia de ir a visitar al anciano. Simplemente no quería cargar con un nuevo interrogante las espaldas del viejo historiador, quien ya tenía suficiente tratando de descifrar las oscuras páginas del libro maldito.
—Sabes que apoyaré tus decisiones, hijo —murmuró Pery, sin mostrarse demasiado conforme—. Pero, ¿estás seguro de que te encuentras bien?
—¿No sientes nada extraño? —agregó Soria, inspeccionándolo de cerca.
Winger se concentró un momento en las sensaciones de su propio cuerpo. Trató de percibir cualquier síntoma extraño o fuera de lo común. Se sentía un poco débil, pero más allá de eso, todo seguía en su lugar.
—Creo que estoy bien —dijo al fin—. Sin embargo...
Sin embargo, sospechaba que algo le faltaba. No habría podido decir qué con exactitud. Era la misma impresión incómoda que las personas experimentan cuando olvidan un objeto importante y horas más tarde descubren que han dejado en casa un monedero, un paquete o un juego de llaves. Solo que en esta ocasión, Winger intuía que se trataba de algo mucho más importante...
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Tomado del brazo de su discípulo, Neón paseaba con movimientos lentos por la terraza de la casa quinta. El sol ya se había puesto, y aunque las estrellas aún no eran visibles, un manto azul oscuro comenzaba a cubrir el cielo primaveral.
—Nunca has sido muy adepto a la luz del día —observó Jessio con simpatía.
—Mi estimado muchacho —repuso el anciano—, uno de mis ojos ya es inservible, mientras que el otro apenas si vislumbra alguna forma o color. La oscuridad de la noche al menos me obsequia la ilusión de que estoy en igualdad de condiciones con el resto de los hombres.
Caminaron hasta la balaustrada y desde allí contemplaron la entrada oeste de la ciudad. Las últimas carretas del día atravesaban con mansedumbre el silencioso arco de piedra del pórtico.
—Caspión me ha dicho que durante la batalla en Pillón usaste la Corona del Rey de los Cielos... —comentó Neón en cierto momento, como al pasar.
—La situación se había vuelto complicada —explicó el hechicero—. No tuve otra alternativa.
─Jessio, por favor, no tienes por qué justificarte de esa forma —lo amonestó el anciano con un tono comprensivo—. Sabes que es un conjuro admirable. Que lo hayas nombrado en honor a Riblast no cambia eso.
El gran maestro de la Academia murmuró un asentimiento, poco convencido. Después permanecieron callados un buen rato, limitándose a presenciar la calma del atardecer y sus signos.
—¿Y cuál es esa misteriosa idea que tienes ahora? —volvió a interrogarlo Neón— ¿La revelarás al fin?
Jessio vaciló. No estaba seguro de querer compartir demasiados detalles hasta que fuera realmente necesario. Luego resolvió que su mentor merecía ser partícipe de al menos algunas precisiones. Después de todo, Caspión y los otros ya debían estar regresando de su misión en Dédam.
—Se trata del conjuro más poderoso de nuestra mitad del libro de Maldoror —dijo con una mirada seria—. No se trata de abrir de nuevo la Cámara Negra, sino que apuntaremos directamente hacia el Recinto Etéreo. Tomaremos prestados los poderes del mismo dios de la oscuridad.
Neón sonrió al oír eso, sorprendido y expectante.
—Creo que es el segundo hechizo más poderoso de todo el libro —continuó Jessio—. Quizás solo superado por...
—Solo superado por el largo encantamiento que compone la segunda mitad del libro —completó Neón la frase.
—Así es —corroboró el hechicero—. A partir de esto, podremos llevar a cabo una jugada para recuperar esa otra mitad.
—Y además —agregó Neón—, si esto funciona, al fin te convencerás de que mis promesas eran ciertas.
—Yo jamás dudé de ti —objetó Jessio.
Neón contestó con una risa cansina.
—Jessio, solo necesitas hacer un poco de memoria para saber que eso no es verdad.
El hechicero no contestó de inmediato. Se apoyó contra la baranda y volvió a mirar hacia el poniente.
—De acuerdo —admitió en un suspiro—. Supongo que si este conjuro funciona, tus especulaciones se verán aún más afianzadas.
—Así me gusta, muchacho —exclamó Neón y le palmeó la espalda.
Justo en ese momento, una comisión camuflada bajo discretos mantos grises atravesó el pórtico. Eran cinco hombres, y el que lideraba la marcha alzó un puño según la señal pautada.
—Es Caspión —lo reconoció Jessio con satisfacción—. Han tenido éxito en su misión.
El hechicero salió a recibir a la comitiva. Caspión llegó frente a él, lo miró detenidamente a los ojos y luego extrajo la botella de cristal. Un humo negro y espeso se arremolinaba en su interior.
—Aquí está tu nuevo juguete —dijo el antiguo general con una voz despectiva—. Realmente no entiendo para qué tantas molestias. Un corte preciso con mi espada y ya tendríamos en nuestro poder la gema de Potsol junto a medio brazo del chico.
—¿Y arriesgarnos a que Gasky haya encantado el brazalete con alguna trampa? —retrucó el hechicero—. No perderemos la gema de Potsol por otro de tus movimientos imprudentes.
Los ojos de Caspión se volvieron llamas enardecidas. Contuvo la rabia, aventó a Jessio la botella y siguió caminando hacia la casa seguido por el resto de su grupo.
El hechicero se quedó afuera un poco más. Mientras contemplaba el vaporoso contenido del recipiente, se permitió una íntima exhalación de alivio. Últimamente venía experimentando una desagradable sensación de impotencia frente a los hechos que escapaban a su control. Había fracasado a la hora de recuperar la gema de Potsol. Tampoco había conseguido hacerse con la parte más importante del libro de Maldoror, aquellas páginas en las que se plasmaba el conjuro del que Neón tanto le había hablado en los años anteriores. Y por último, estaba la muerte de Mikán...
Tal vez había llegado la hora de torcer la balanza de nuevo a su favor.
Los preparativos para el ritual comenzaron de inmediato. Además de su posición estratégica, la residencia donada por Laroid contaba con una habitación secreta en el sótano, muy útil al momento de realizar invocaciones que precisaban cierta discreción. Tal era el caso de la ceremonia que se llevaría a cabo esa noche.
Mientras Jessio repasaba sus notas y las comparaba con los párrafos originales del libro de Maldoror, sus aliados se encargaron de acondicionar el lugar. Piet se mostró inusualmente colaborativo a la hora de trabajar, quizás porque se hallaba demasiado aburrido de no hacer nada durante todo el día. Los muebles fueron dispuestos prolijamente contra las paredes, dejando un espacio amplio en el centro de la habitación subterránea. El círculo alquímico que había sido dibujado en el suelo para abrir huecos en la Cámara Negra fue borrado y sustituido por otro de características muy diferentes. En esta ocasión, el ritual apuntaría en otra dirección.
Cuando todo estuvo listo, Neón y su séquito bajaron al sótano. Eran quince las personas reunidas allí abajo, todas lo suficientemente confiables como para presenciar aquel ritual que requería de la más absoluta reserva. Humos de incienso amargo sobrevolaban la penumbra. Quienes hablaban lo hacían en murmullos muy bajos, como si no te atrevieran a romper un silencio místico.
Jessio se ubicó en el centro de la habitación, junto al círculo alquímico, y los demás formaron una ronda a su alrededor. El hechicero repasó una vez más las inscripciones del libro de Maldoror, cuidando que ningún detalle cayera en descuido, y entonces el ritual de invocación dio comienzo.
El hechicero destapó la botella que contenía el elemento básico: la sombra de Winger. La parte de su esencia que había sido arrancada por la fuerza gracias a las extrañas ecuaciones del alquimista más temible de la historia del mundo. Tumbó el recipiente y volcó su contenido encima de la figura trazada en el suelo. En lugar de diseminarse por el aire y mezclarse con los demás vapores, la voluta de humo negro permaneció confinada dentro de los límites del círculo, girando en lentas espirales como una serpiente sosegada.
Jessio admiró el fenómeno durante unos segundos antes de proseguir. Era un espectáculo sutil, delicado y prudente, como el acto de afilar un arma o elaborar un veneno mortífero. Finalmente, tomó una daga de plata y la deslizó sobre la palma de su mano derecha. La sangre tibia del hechicero comenzó a deslizarse hacia la superficie del círculo alquímico mientras él recitaba palabras en el idioma de Maldoror.
«Esta es mi ofrenda al padre de las sombras. Desde el Recinto Etéreo reclamo ahora a mi siervo.»
Ese era el significado de la oración que Jessio repetía.
El círculo alquímico resplandeció con los colores del infinito cielo estrellado. La sombra empezó a girar con mayor insistencia, formando un remolino. La sangre era el motor que hacía funcionar aquella maquinaria siniestra.
Poco a poco el ciclón oscuro fue adquiriendo una consistencia más sólida. Algunos con expresión de espanto en sus rostros, otros con perversa fascinación, todos observaban con atención esa sustancia suave y giratoria, como un río de tinta espesa, que empezaba a condensarse. Entonces dos estrellas azules, grises, casi blancas, iluminaron el recinto con un brillo gélido.
—Son los ojos de Daltos... —dejó escapar Neón, sobrecogido, en un susurro colmado de fascinación.
Pero a pesar de lo singular de aquella mirada, lo que realmente impresionó a muchos de los testigos de la invocación fue lo que había detrás de ella.
Era el rostro de Winger.
Tenía la tez de una tonalidad cenicienta y el cabello era negro, pero en las tinieblas de la habitación nadie habría podido notar esas disparidades. El torbellino umbrío acabó por cristalizar bajo la forma de un manto que envolvió el cuerpo de la criatura como una segunda piel.
Jessio sonrió complacido. El ritual había funcionado.
Quiso avanzar, pero un súbito mareo le hizo tambalearse. Había perdido mucha sangre. Caspión fue veloz y se apresuró a socorrerlo antes de que se desplomara. Los dos contemplaron de cerca al doble de Winger, enigmático y taciturno, con la expresión somnolienta de quien acaba de entrar a la existencia.
El hechicero agradeció la ayuda del militar con un gesto y logró incorporarse. Después dio un paso al frente y encaró a su creación:
—Hijo de las sombras —se le dirigió—. A partir de este momento tu vida, tu voluntad y tu fuerza me pertenecen. Obedecerás todas mis órdenes sin oponer resistencia, y responderás bajo el nombre de Reniu.
Aún adormecidos, los ojos de hielo gris de la criatura se posaron sobre el hombre que alguna vez había sido un guerrero de Riblast.
—Sí, maestro —dijo Reniu con una voz apagada, oriunda de un mundo desconocido.
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