V: Neón aparece



El duelo finalizó cerca de la hora del mediodía, cuando las calles de ciudad Doovati comenzaban a volverse menos activas debido al inminente almuerzo. Una vez que hubo realizado las salutaciones correspondientes, Jessio abandonó el palacio y tomó por una senda poco transitada. Se dirigía hacia un lugar donde era conveniente no ser visto.

Se trataba de una casa quinta cerca de la salida oeste de la ciudad. La propiedad había sido donada hacía ya un tiempo por Laroid, el arquitecto de la corte. Puestas las escrituras bajo un nombre falso, ahora la residencia era empleada como por Jessio y los suyos como un sitio de encuentro para reuniones importantes y, sobretodo, como refugio para aquellos que por uno u otro motivo no podían mostrarse bajo la luz delatora del día. Con ventanas pequeñas y sin vecinos curiosos, la quinta era el lugar perfecto para asentar la sede de la organización de Neón en Catalsia.

Tras asegurarse de que nadie rondara por la zona, Jessio caminó hasta la puerta y golpeo tres veces. Tras una breve pausa, dio otros dos golpes, y luego de nuevo tres. La puerta entonces se abrió, y tras la rendija se asomó el rostro huraño de Rapaz.

—Ah, eres tú —murmuró, algo decepcionado.

—Por supuesto que soy yo —replicó Jessio—. ¿O piensas que Neón simplemente llamaría a la puerta?

Rapaz no pudo evitar sentirse un poco intimidado por el tono del hechicero.

—No, en verdad, no —masculló al fin y se hizo a un lado para dejarlo entrar.

Si bien el lugar estaba amueblado y se conservaba en buen estado, la falta de luz y las capas de polvo le daban una tonalidad lúgubre. Sentados alrededor de una mesa ratona, Orsdirich, Ruffus y Blaine, los tres magnates que eran sus aliados en el consejo real, conversaban sobre herramientas para la extracción de metales y piedras preciosas. Los ancianos lo saludaron con la cabeza y continuaron con su plática.

Un poco más allá, ubicado en un sillón individual, Caspión tallaba un trozo de madera con una navaja a un ritmo cansino. Miró a Jessio y no lo saludó. Desde que había sido depuesto de sus funciones, el hombre de la piel pálida mostraba un humor hostil y no hablaba con nadie. El hechicero intuía que Caspión estaba aguardando la llegada de Neón para compartir con él sus quejas.

«Mejor así», reflexionó Jessio. «Después de todo, el maestro fue quien nos obligó a colaborar durante todos estos años».

De repente se oyó el ruido de vajilla quebrándose al chocar contra el suelo. No tardaron en aparecer las amonestaciones de Mirtel para tratar de tranquilizar a Piet mientras este berreaba como un infante.

—¡Juro que si sigue así voy a matarlo! —vociferó Rapaz mientras miraba hacia la cocina—. Ese maldito bufón no se puede estar quieto ni por dos horas.

Piet era otro de los confinados al interior de la casa quinta. Había tenido que huir del palacio, pues era una de las personas que estaban en la mira de Pales desde los primeros días de su reinado. De ser visto, el arlequín tendría que explicar por qué había estado criando una familia de babosas gigantes en las mazmorras del palacio, y claramente no había coartada para ello. Y la reina no tendría problemas en hacerle pagar todas las bromas pesadas que el bufón le había jugado.

—Ya veremos qué hacer con él —comentó Jessio; aunque era cierto que tantos meses de encierro estaban trastornando aún más la ya inestable mente de Piet.

El llanto del arlequín se detuvo abruptamente y fue sustituido por una risa divertida. Instantes después, Laroid salía de la cocina para reunirse con Jessio en la sala de estar.

—Sólo hay que saber cómo tratarlo —dijo el joven arquitecto con una voz complaciente—. Le he dado uno de mis juegos de ingenio. Eso lo mantendrá ocupado por dos o tres días.

Jessio asintió, agradecido por la intervención oportuna del dueño de la propiedad. Este se acercó hasta una de las ventanas y se asomó a través de las gruesas cortinas.

—¿Estás seguro de que hoy es el día? —indagó.

—Así es —le confirmó el hechicero—. De acuerdo al comunicado que recibimos hace dos días, tiene que estar a punto de llegar.

—Esperemos que así sea —sonrió el arquitecto y luego puso una mano insolente sobre el hombro de Caspión, quien lo miró con disgusto—. Amigo, hoy te has perdido una jornada muy agitada en el palacio, ¿verdad, Jessio? —dijo y le hizo un guiño al hechicero—. No sé si te has enterado, pero tus funciones ya han sido reasignadas.

—Me importa un bledo —escupió el Caspión, aunque un dejo de orgullo herido se dejó vislumbrar entre sus palabras.

—¿Qué opinas tú, Jessio? —volvió Laroid a dirigirse al hechicero—. ¿Se trata de dos visitas inesperadas o esto también forma parte de tu pequeño plan siniestro para agraciar a Neón?

Jessio lo miró sin inmutarse.

—Prefiero reservar mis comentarios al respecto.

Laroid rió afablemente ante la réplica de Jessio. Luego se quedó observándolo durante unos momentos antes de decir:

—Por cierto, Quadra está aquí.

El rostro del hechicero se llenó de asombro.

—¿Por qué no me lo han dicho antes? —le recriminó a él y a todos.

—Llegó esta misma mañana —prosiguió el arquitecto y de nuevo se acercó a las cortinas–. Está en el comedor, dice que tiene noticias muy importantes para ti. ¿Sabes? Si compartieras tus planes con el resto de nosotros, tal vez podríamos estar más dispuestos a colaborar contigo...

Decidido a no involucrarse en las trampas mentales del arquitecto, Jessio encaró hacia el comedor. Cruzó la cocina, donde estaban Mirtel y Piet, el primero protestando mientras barría los pedazos de platos rotos, el segundo muy entretenido tratando de desentrañar el secreto de un manojo de argollas entrelazadas. Cuando ingresó a la habitación encontró a un individuo delgado y ojeroso recostado sobre una silla y con los pies sobre la mesa. El sujeto con una perpetua expresión de hastío en su semblante, a quien Neón llamaba "el hombre de los cuatro rostros".

—Jessio —saludó sin demasiado entusiasmo.

—¿Y bien? —lo instó a hablar el hechicero.

—El chico está de vuelta —anunció Quadra mirándolo a los ojos—. Llegó hace dos días a la herrería. Parece que planea quedarse por allí un tiempo.

—Finalmente —musitó Jessio sin poder contener su entusiasmo—. ¿Y está solo?

—Si te refieres a esa pelirroja que lo acompañaba, ella no está con él.

Las piezas comenzaban a moverse en la dirección que Jessio quería. Y justo a tiempo, antes del arribo tan esperado.

—Excelente, Quadra. Ahora mismo debes regresar a Dédam y hacer exactamente lo que te diré...

—¡¿Queeé?! —se quejó el individuo, bajando los pies de la mesa—. ¡Pero si acabo de llegar! ¡Me ha tomado un día entero de vuelo! ¡No pienso marcharme ahora! ¡No sin antes hablar con el viejo!

—Quadra, esto es muy importante —habló el hechicero con suma seriedad—. Todo puede depender de nuestro siguiente movimiento. Es preciso que no perdamos tiempo y regreses allí cuanto antes. Caspión y los otros se te unirán en un par de días con nuevas instrucciones; después de eso podrás descansar. Y ten por seguro que Neón sabrá recompensarte por tus esfuerzos.

—¡Está bien, está bien! —protestó Quadra con resignación—. Vuelvo a partir hacia el maldito poblado de Dédam. Más le vale a ese viejo agradecerme por todo lo que hago por él.

—Bien —dijo Jessio, satisfecho—. En breve te haré llegar las instrucciones precisas de tu misión mediante una esfera de Lenguaje Remoto. Mientras tanto, vigila a Winger.

—Como digas... —murmuró Quadra con desgano y clavó la vista en el rincón más oscuro del recinto—. Oye... ¿Y ese tipo? ¿Qué le pasa?

Jessio volteó hacia la esquina que Quadra le estaba indicando. En un hueco entre el mobiliario del comedor había una persona de pie y en silencio, con los brazos cruzados. Tenía cejas espesas y una larga nariz que sobresalía por encima de una bufanda gris que ocultaba el resto de su rostro. Los observaba con los ojos entreabiertos, pero no se movía en lo más mínimo, como una lechuza. Las sombras no permitían apreciar detalles, pero Jessio notó las pequeñas plumas plateadas que crecían en sus patillas.

—Ese es Smirro, uno de los mejores graduados de mi Academia —comunicó el hechicero mientras fijaba sus ojos en el objeto que su antiguo discípulo aferraba con firmeza en una mano—. Es mejor que no lo molestes.

—Cada loco con su tema —farfulló Quadra, demasiado poco interesado en el asunto como para dedicarle mayor atención—. Mejor me marcho antes de que empiece a darme sueño —agregó mientras comenzaba a estirar los brazos—. Dale mis saludos al viejo cuando llegue.

Jessio hizo un gesto afirmativo y luego abandonó el comedor. Esta vez atravesó los pasillos de la casa hasta llegar al cuarto al que solo unos pocos tenían permitido entrar. Era un estudio, y en ese lugar guardaban el libro de Maldoror.

El hechicero avanzó despacio hacia el escritorio donde descansaba el libro desgarrado. Muchas cosas había aprendido durante esos nueve meses. Y todo gracias a las claves de lectura que Neón le había proporcionado a través de Quadra. Era asombroso que el anciano tuviera a su alcance manuscritos tan antiguos como esos, fechados en una época incluso más remota que la del propio Maldoror. Sin duda Neón era una persona poderosa e influente en las tierras donde habitaba.

Jessio tomó asiento y se puso a repasar sus notas. Fijaba la vista en el complejo conjuro que había logrado descifrar hacía muy poco. En este se basaba el siguiente paso de su plan, y quería corroborar una vez más que todo estuviese en orden para cuando llegara el momento de reunirse con Neón.

Así las horas pasaron de una forma muy ligera para el hechicero, haciendo la espera mucho menos tortuosa que para el resto del grupo. La tarde trajo consigo la lluvia, que luego de un abrupto chaparrón inicial se transformó en una llovizna pareja, copiosa y letárgica. Con la visibilidad altamente reducida, ninguno de los ocupantes de la casa se preocupó ya de ser descubierto por algún pasante, y cobijados en el pequeño zaguán delantero observaban hacia el poniente, hacia el arco de piedra que marcaba el límite oeste de la capital.

Algunos de los presentes aún no conocían a la figura que daba las órdenes desde el anonimato, y anhelaban hacerlo. Ese era el caso de Laroid y los tres magnates de las minas. Otros, como Mirtel y Rapaz, deseaban reencontrarse con el líder de su hermandad de asesinos. Luego estaban aquellos que debían al anciano sus poderes, sus conocimientos o su formación, como Smirro o Caspión. Por su parte, y aunque la comunicación a distancia entre ellos nunca había cesado, Jessio simplemente quería verle la cara al anciano después de quince años. Lo anhelaba con fervor, pues era lo que necesitaba para volver a estar seguro de que estaba haciendo lo correcto. Precisaba oír de sus propios labios las palabras: "Lo has hecho bien".

Faltaba poco para el anochecer cuando la espera tocó su fin.

Caspión fue el primero en percatarse del vehículo que se acercaba por la carretera del oeste rumbo al pórtico de la ciudad. Pronto todos pudieron apreciarlo con claridad: se trataba de un pequeño carro cerrado, jalado por un hombre robusto y de brazos poderosos, con el torso desnudo y una máscara de cerdo. Cuando llegó a la altura de la casa quinta, el individuo se detuvo y procedió a abrir la puerta de la caja mientras las personas que habían estado guarecidas bajo el zaguán se agolpaban a su alrededor.

El hombre que se asomó al exterior era un anciano jorobado, de manos huesudas y piel quebradiza. Tenía el ojo izquierdo cubierto por una bruma gris y vestía una túnica holgada de colores opacos. A pesar de la inclemencia del tiempo, no vaciló en obsequiar una sonrisa agradecida al grupo que le daba la bienvenida.

—Maestro Neón —dijo el hechicero con una reverencia sentida que fue imitada por todos los demás.

—Mi estimado Jessio —lo saludó el anciano con afecto—. En verdad me alegra estar aquí al fin.

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El enmascarado, que Neón presentó como Gran Puerco, ayudó a su señor a bajar del carro y luego el grupo entero ingresó a la guarida. Mientras Mirtel le tendía con desagrado una toalla al corpulento asistente de Neón, Jessio condujo al maestro hasta la mesa del comedor.

—Mi vista ya casi no sirve —se lamentó el anciano luego de dejarse caer en una silla—. ¿Podrían decirme quiénes se encuentran hoy aquí?

—Por supuesto —accedió Jessio.

Y a continuación identificó a cada uno de sus colaboradores. El anciano asentía sonriente ante cada nombre, estrechando las manos de conocidos y no conocidos por igual. Se alegró particularmente de saber que Caspión estaba ahí, y echó en falta la ausencia de Quadra, quien había partido con urgencia por disposición de Jessio.

Por último, cuando parecía que no quedaba a nadie más por nombrar, el individuo que vigilaba inmóvil desde un rincón avanzó hacia Neón. Varios de los congregados se sintieron impresionados, pues no se habían percatado de su presencia.

—Smirro —dijo el anciano en un susurro afable—. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde tu instrucción bajo mis enseñanzas? ¿Seis años?

—Ya casi son siete, maestro —precisó el antiguo discípulo de Jessio con un acento extraño que enfatizaba las erres—. Y todo ese entrenamiento ha rendido sus frutos. He logrado cumplir con el encargo que usted me ha encomendado. Y al fin ha llegado el momento de revelar esto...

El individuo se postró ante el anciano y le ofreció el objeto que había estado protegiendo celosamente. Se trataba de una moneda brillante atada a una cadena de plata. En una de sus caras tenía grabada una estrella de seis puntas, mientras que en la otra se podía apreciar el relieve de un ojo siniestro.

—Es el péndulo de la Locura —musitó el anciano, tomando la moneda con sumo cuidado—. La reliquia que perteneció a Équinox, el más enigmático de los ángeles de Zacuón.

—En efecto —asintió Smirro—. Mucho fue lo que tuve que atravesar para dar con él. Años de búsqueda infatigable. Pero finalmente es nuestro.

Neón contempló admirado la moneda entre sus manos. Los destellos violáceos que irradiaba eran dignos de un artefacto de otro mundo.

—Smirro ha estado protegiendo esta reliquia desde su llegada hace cuatro lunas —intervino Jessio—. Y puedo asegurarle, maestro, que pronto llegarán los otros canalizadores.

—Eso quiere decir que aún no los tenemos...

Aunque pronunciadas con mesura, las palabras de Neón causaron incomodidad entre los aliados.

—Aquí faltan algunas otras personas, ¿verdad? —prosiguió el anciano.

—Así es, señor —le informó Jessio—. Legión continúa con su labor en la isla de Hexelios, mientras que Ágape mantiene su posición en el sudeste de Lucerna. No hemos tenido novedades acerca de Blew, pero esperamos que arribe pronto y con buenas noticias.

Neón asintió, despacio, reflexivo.

—¿Y qué ha ocurrido con mi estimado Quadra? —quiso saber—. ¿Qué es eso tan importante que le has encomendado con urgencia?

Jessio sabía que Quadra era uno de los hombres de mayor confianza del anciano maestro, algo así como su emisario personal. Él, sin embargo, no acababa de comprender qué veía el gran Neón en un ser tan apático e indiferente como Quadra.

—Ha regresado a su puesto en el poblado de Dédam —explicó el hechicero-. El muchacho de la gema de Potsol ha reaparecido, y su misión es vigilarlo.

—Ese chico sigue causándote problemas, Jessio —musitó el anciano con algo de inquietud en la voz.

Laroid rio por lo bajo. Jessio clavó en él una mirada furiosa.

—No es algo que deba preocuparnos, señor —aseveró el hechicero—. El plan que tengo en mente no solo traerá a nosotros la gema de Potsol, sino también la otra mitad del libro de Maldoror.

—¡El libro! —exclamó Neón, recordándolo súbitamente—. Jessio, ¿puedes enseñármelo?

—Por supuesto —afirmó el hechicero y envió a Rapaz en busca del preciado libro.

Mientras esperaban, Neón se limitó a estudiar el péndulo de la locura. Smirro ya había vuelto a retroceder para esconderse entre las sombras. Cuando el enviado regresó, traía consigo un bulto envuelto en cuero negro.

—El libro de Maldoror... —murmuró el maestro con emoción mientras acariciaba la cubierta con sus frágiles manos—. Tantos años hemos estado buscándolo, y ahora es nuestro...

—No todo aún —lo corrigió el hechicero con impotencia y rencor.

—No te tortures así, muchacho, solo es cuestión de tiempo —lo apaciguó el maestro—. Después de todo, tú mismo has dicho que Quadra se está encargando del asunto.

—Así es —dijo Jessio, y esta vez había mucha confianza en su voz—. Gasky ha sido muy imprudente al dejar sin protección al portador de la gema. Ha llegado la hora actuar.



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