IX: El aniversario de la reina Pales
Con faroles rotos y muros grises y descascarados, el distrito de comercio alternativo, como lo llamaban algunos, era el sector más turbio de ciudad Doovati. Aquellas calles sombrías y poco transitadas eran ideales para los asuntos que a plena luz del día serían tildados de la peor manera.
Dos hombres realizaban una discreta transacción amparados bajo un toldo desgarrado. Mascullaban regateos cuando el sonido de pasos acercándose les hizo ponerse en alerta. Miraron al intruso con recelo: su andar era decidido y escondía el rostro debajo de una capucha color granate; las hebillas relucientes delataban que aquel par de botas era costoso, pero el porte hostil de su portador bastaba para alejar a los asaltantes de poca monta que merodeaban por el distrito de comercio alternativo. Ninguno de ellos habría podido adivinar que ese individuo encapuchado era hijo de uno de los consejeros de la reina, y el mejor aprendiz del nivel inicial de la Academia de Magia de la ciudad. Y que su nombre era Rowen.
El joven de ojos azules y hombros anchos había cambiado mucho desde los incidentes que habían tenido lugar el año anterior. Ya no le interesaba jugar bromas a sus condiscípulos ni ser aprendiz más popular de su categoría. Se había distanciado de su pandilla, y a varios de sus antiguos secuaces había tenido que lanzarlos por los aires con sus ráfagas de polvo para que cesaran de reclamarle explicaciones y lo dejaran en paz. Rowen era otra persona y él lo sabía, así como también era consciente de quién era el responsable de su transformación.
«Winger...»
El hijo del señor Greyhall caminó por las calles oscuras con un rumbo definido. Desde lejos llegaban las risas y las canciones que lentamente comenzaban a poblar la ciudad. Esa misma noche era la celebración por el aniversario de la reina Pales. Pasó frente a una taberna con un letrero viejo que rezaba "El Último Rincón" y se sumergió en el callejón que había detrás. Alguien lo estaba esperando, un hombre corpulento y enorme con una máscara de cerdo.
—Llegas tarde —dijo el enmascarado hoscamente.
—Pero aquí estoy —replicó Rowen y se quitó la capucha—. ¿Tú eres Neón?
—Por supuesto que no —soltó el otro—. No creas que verás al maestro tan pronto. Puedes llamarme Gran Puerco.
Rowen asintió en silencio y esperó a que sea su interlocutor quien guiara la conversación.
—Dime, ¿cómo te has enterado de nuestra organización?
—Tengo mis fuentes —contestó el aprendiz de mago—. Mi padre es una persona de peso en esta ciudad. Los medios para obtener lo que quiero están a mi alcance.
Gran Puerco rió por lo bajo, haciendo extraños ruidos porcinos.
—¿Eso es todo? ¿Piensas que Neón te dará una oportunidad sin que tengas un buen motivo?
—Entonces dime qué quieres oír —insistió Rowen, impaciente.
—Mira, muchacho —bramó el enmascarado y dio un paso amenazante hacia adelante—. No es cosa de todos los días que un crío de dieciséis años consiga ponerse en contacto con una organización como la nuestra y quiera unírsenos. Será mejor que empieces a hablar y me digas qué es lo que ocurre aquí.
Rowen se tomó algunos momentos para meditar antes de volver a hablar.
—Como tú bien sabrás, hace dos años tuvo lugar el último torneo de Colossos —dijo el joven y Gran Puerco asintió—. Mi padre nos llevó a mí y a mi hermana hasta el continente de Mélila para presenciar aquel evento.
—Es un largo viaje hasta Colossos. De seguro tu padre debe tener montones de oro...
—Sé que la sede de Los Herederos se halla en el mismo lugar que el torneo —prosiguió Rowen, ignorando la interrupción de su interlocutor—. Todos en la ciudad hablaban sobre eso, aunque siempre en voz baja. Así fue como me enteré de la existencia de la organización. —El muchacho volvió a tomarse su tiempo antes de continuar—. Hace un año, un chico de los campos del sur incendió nuestra Academia. Varios meses después, regresó y mató al rey Dolpan a sangre fría. Yo conocí a esa persona y tengo que decir que no había nada especial en él. O al menos, eso pensaba...
Gran Puerco notó el cambio en la entonación de Rowen. Ahora el enmascarado escuchaba con atención.
—Fue entonces cuando comprendí que si en tan poco tiempo ese perdedor había sido capaz de superarme, ganando fama en toda la región y volviéndose un sujeto a quien todo el mundo le teme, eso significa que yo había estado haciendo mal las cosas. Sé que no tengo nada que envidiarle.
—Entonces lo que quieres es unirte a nosotros para obtener renombre. O tal vez sea el poder lo que te mueve. ¿Cuál es tu razón?
La pregunta de Gran Puerco revelaba auténtico interés. Una mueca cínica se dibujó en el rostro de Rowen:
—Quiero que mi nombre haga temblar a todo aquel que lo escuche —fue su contestación.
Gran Puerco soltó un largo murmullo de conformidad y su postura se volvió más relajada.
—Parece que no te las traes con minucias, ¿eh, muchacho? —exclamó el enmascarado con diversión—. Pero, ¿qué te hace pensar que estás a la altura de las circunstancias? No ganarás ese renombre solo por ser un niño rico...
La provocación causó su efecto en Rowen, y las ráfagas de polvo no tardaron en elevarse a sus espaldas.
—Soy el mejor hechicero de mi categoría y confío plenamente en mis habilidades —aseveró con ímpetu, alzando un puño—. Pero he comprendido que mis condiscípulos me retrasan, y que las cosas inútiles que aprendemos en la Academia no son para mí. Si quiero volverme realmente poderoso, debo cortar los lazos con todos los que me rodean y hacer mi propio camino.
—Espera... —lo interrumpió de repente Gran Puerco, sorprendido al percatarse de algo que se le había pasado por alto—. ¿Dices que eres aprendiz de la Academia de Magia de este lugar?
—Así es —afirmó Rowen—. Puedes enviar a alguien a consultarlo con el gran maestro, Jessio de Kahani. Es un hechicero prestigioso, estoy seguro de que conoces su reputación. Él podrá hablarte acerca de mí y te convencerás de que no alardeo en vano.
—Mhm... —murmuró Gran Puerco, cruzándose de brazos en una actitud meditabunda—. De acuerdo, déjame ver cómo continuar. No puedo prometerte nada, pero al menos has pasado la primera prueba. Sé discreto y no trates de ponerte en contacto con la organización. Seremos nosotros quienes te buscaremos.
Rowen asintió. Luego se subió la capucha y perfiló hacia la salida del callejón.
—Chico —se le dirigió el enmascarado una vez más—. Te aconsejo que esta noche no acudas a la fiesta en la plaza pública. Las cosas pueden ponerse un poco ruidosas por allí.
----------
—Dórothy, ¿puedes recordarme cómo fue que accedí a esto?
La reina ocupaba su asiento sobre un estrado, un metro y medio por encima del nivel del suelo. Sus concejales se sentaban a su derecha, ubicados en una tarima menor. Pales miró a Jessio con recelo, y este simplemente alzó su copa y le devolvió una sonrisa cordial.
—Fue acordado en la última reunión del consejo, ¿lo recuerda, alteza? —le respondió la joven escriba—. Todos coincidieron en que era una buena idea celebrar el decimosexto aniversario de su nacimiento, el primero como reina de Catalsia.
—No creo que "coincidir" sea la palabra más indicada —repuso Pales.
Se hallaban en la plaza pública, la que se asentaba justo frente al palacio real. Habían dispuesto amplias mesas al aire libre, con bocadillos y bebidas que los ciudadanos podían servirse a su gusto. La tarde desfalleciente hacía despedir destellos anaranjados a las aguas de las fuentes danzantes. Los músicos interpretaban canciones alegres con mandolinas, tambores y flautas, y el clima general de la celebración era jovial y agradable. Salvo por el rostro apático de la soberana...
—Vamos, su majestad, disfrute un poco de este día tan especial —trató Rotnik de animarla.
El guardián de la reina se hallaba de pie junto a ella, y obsequiaba reverencias a los niños que se acercaban hasta el estrado para conocerlo, fascinados por su piel de bronce y sus ropajes exóticos.
—¿Todo en orden, su alteza? —dijo Méredith al acercarse al estrado.
La reina asintió con la cabeza, mientras aburrida saludaba con la mano a los ciudadanos que se postraban ante ella antes de dirigirse hacia las mesas de los aperitivos.
—Mis camaradas me informan que no ha habido movimientos sospechosos hasta el momento —continuó hablando el Pilar de Amatista—. Sin embargo, es mi obligación recordarle que podemos suspender el evento en el momento que usted lo disponga.
—¿Cuando yo quiera? —indagó Pales con una sonrisa de tentación.
—Debo confesarle que yo también pienso que esto ha sido una mala idea, su majestad —admitió Méredith, aunque sus motivos para interrumpir el evento seguramente diferían de los de la reina.
—Pues yo creo que la idea fue buena —replicó Rotnik mientras seguía interactuando con los lugareños más jóvenes—. Este tipo de celebraciones alegran al pueblo y lo distraen de sus inquietudes diarias. Por otra parte, se han tomado las medidas de seguridad necesarias, ¿no es cierto? —agregó, señalando con un amplio ademán a los numerosos soldados distribuidos por toda la plaza y los alrededores.
—Las medidas de seguridad son eficientes, pero insisto en que el riesgo ha sido innecesario —objetó el Pilar de Amatista una vez más.
La reina Pales, que observaba a sus subordinados mientras estos intercambiaban opiniones, hizo con la cabeza un gesto enfático de aprobación.
—Guardián y general con ideas contrapuestas —murmuró con satisfacción—. Designar a dos personas para separar ambas funciones ha sido todo un acierto. Viva la pluralidad.
Rotnik soltó una carcajada animada por los comentarios de la reina, mientras que Méredith se llevó una mano a la frente y soltó un suspiro de resignación ante sus inquietudes desoídas.
—Sea como fuere —murmuró el Pilar de Amatista—, recuerde, alteza, que el dispositivo de defensa principal ha sido dispuesto en este estrado. Procure permanecer en su asiento todo el tiempo, por favor.
Rotnik y Dórothy aprobaron el consejo de Méredith, y los tres miraron a la reina aguardando su respuesta.
—No me moveré de aquí, no se preocupen —dijo Pales, apoyando con fastidio la barbilla sobre su cetro.
----------
Con el correr de las horas la atmósfera de la celebración fue contagiándose y aún los lugareños más cautos salieron de sus casas. Todos recordaban aún los incidentes acontecidos la última vez que un soberano de Catalsia celebró su aniversario, pero entre la música y las risas, la comida y los artistas callejeros, pocos eran capaces de resistirse a dar una vuelta por las calles de la capital, desbordadas de vida y buen humor.
La avenida principal había sido adornada con cientos de antorchas que iluminaban el camino desde la entrada sur de la ciudad hasta la plaza de las fuentes. Los vendedores aprovecharon la ocasión para desplegar allí sus puestos de comida, juegos o sortilegios traídos desde tierras lejanas.
—¡Deprisa, Markus, era por aquí! —le indicó Lara a su amigo, abriéndose paso entre la multitud.
—¡Ey, espérame! —trataba él de frenarla un poco, pues le costaba trabajo avanzar sin rozar a la gente con las manzanas acarameladas que sostenía en ambas manos.
Los cuatro amigos habían estado recorriendo las calles desde temprano, pero ahora habían tomado direcciones diferentes. Mientras que Zack quería llegar a toda costa hasta las mesas de los aperitivos frente al palacio y había arrastrado consigo a June para que lo ayudara a sostener más platos, Lara se había quedado enamorada de un puesto de artesanías que había visto más temprano y necesitaba a alguien con quien compartir su entusiasmo. Ese alguien era Markus.
El chico de las gafas volvió a manchar a otra señora con el caramelo de las manzanas, ganándose una buena sarta de improperios, y al girar encontró a su amiga con las manos en las rodillas y agachada sobre la alfombra verde de uno de los puestos ambulantes.
—Míralos, Markus —murmuró ella, presa del encanto.
Sobre el paño había figuras hechas de cristal trasparente. Era una selva diminuta de animales congelados, criaturas estáticas, bellas y silenciosas, pero no por ello carentes de gracia y expresión. Conejos en pleno salto acrobático, ciervos nobles y orgullosos de sus intrincadas cornamentas, dragones que arrojaban llamaradas de hielo diáfano.
—Veo que le agrada el fruto mi trabajo, señorita —dijo el dueño del paño, un anciano sonriente y con una abundante cabellera color ceniza—. Es raro que hoy en día los jóvenes se interesen en el arte del cristal, y esta es la tercera vez que la descubro visitando mi lugar en una sola noche.
—Sus piezas son hermosas, señor, lo felicito —comentó Lara y le devolvió la sonrisa—. Mi madre disfrutaba mucho de hacerlas, aunque ella era una principiante.
Markus recordaba que la madre de su amiga tenía como pasatiempo realizar ese tipo de esculturas de cristal. Lara solía observarla mientras ella trabajaba con intenso deleite en su taller. Y cuando la madre falleció, la hija conservó ese gusto por las delicadas figuras traslúcidas que cabían en la palma de la mano. Si la memoria no le fallaba, Markus estaba seguro de que en casa del señor Greyhall, sobre el hogar a leña, aún exhibían con orgullo un juego de cuatro piezas hecho por ella.
—Bendecidos por la diosa Derinátovos somos los que recibimos el don para trabajar el cristal —comentó el vendedor con un tono reverencial—. Una parte de nuestra alma queda adherida a cada figura, dotándola de vida propia. Pero, dígame, ¿hay alguna de estas piezas que despierte en usted un interés particular?
La muchacha se sonreía y vacilaba. Markus sabía que, de poder hacerlo, ella se llevaría a casa todas las esculturas.
—¿Qué tal esta? —dijo el hombre, alzando un diminuto pez espada—. Un animal delicado, y al mismo tiempo, armado con un imponente sable. O esta otra —indicó señalando un pavo real—, el ave cuyo plumaje posee ojos propios. O quizás tengo por aquí una que puede ser la más adecuada para usted...
El hombre le enseñó entonces la figura de un dragón de Cerbal, con sus alas majestuosas y su estilizada forma de serpiente. Cada una de las escamas había sido tallada con una maestría excepcional, y la mirada de la criatura de cristal reflejaba aquel destello vital al que el anciano había hecho mención unos momentos atrás.
—Es preciosa —murmuró Lara mientras la tomaba con sumo cuidado—. ¿Cuánto cuesta?
—Dos monedas de oro, señorita.
—¿Dos? Eso es demasiado... —se lamentó la muchacha, aunque sabía que esas piezas hechas con tanto esmero solían tener valores elevados.
El hombre miró a Lara con una expresión de disculpa, haciéndole entender que no podía bajar más el precio. Ella se mordió el labio sin atreverse a devolver la figura al paño verde.
—Tal vez yo pueda...
Markus sujetó una de las manzanas dándole un mordisco y con la mano libre hurgó en un bolsillo hasta que consiguió extraer su monedero.
—¡Markus, no! —exclamó Lara cuando se percató de las intenciones de su amigo—. Es mucho dinero...
—No te pdeocupes, Lada —masculló él con la manzana en la boca mientras contaba las monedas de plata—. Hace poco fue tu cumpleaños y no encontdé nada pada degaladte, ¿decuedas? Déjame hacedlo ahoda.
—Markus... —dijo ella con una sonrisa de gratitud en el rostro.
El chico de gafas pagó el precio y Lara obtuvo la estatuilla del dragón.
«Ahí se va todo el dinero para esta noche», se lamentó Markus. «Todo el dinero del mes...», se corrigió, lamentándolo aún más.
Sin embargo, había valido la pena si el resultado era ver sonreír a Lara de esa manera, feliz y maravillada por algo tan frágil y contrastante con su espíritu osado.
Y esos pensamientos rondaban por la cabeza de Markus cuando de pronto un aire frío se llevó el fuego de las antorchas.
Un murmullo de desconcierto recorrió la ciudad. ¿Qué estaba pasando? Algunos pedían explicaciones a los guardias, mientras que otros buscaban refugio bajo la luz de alguna de las escasas lámparas de aceite que habían sobrevivido al soplido helado. Lara y Markus se miraron con desconcierto, aunque apenas podían ver sus rostros en la oscuridad.
Entonces se oyó un sonido inquietante. Era algo que se arrastraba, fuera de la vista, por las calles aledañas. Tal vez, bajo tierra. Y era muy grande.
Una explosión y un grito horrorizado fueron los primeros signos de que la situación se había tornado peligrosa. Hubo ruidos de madera quebrándose y un par de puestos ambulantes cayeron al suelo. Una mano temblorosa apuntó hacia arriba: una silueta monstruosa se recortaba contra el cielo nocturno.
Y todos pudieron contemplar al gusano gigante.
La bestia dio un fuerte golpe contra la fachada de un edificio y los escombros volaron por los aires. Esa fue la señal que desató el espanto y la confusión en las calles de ciudad Doovati.
La gente echó a correr con desesperación. Markus sujetó a Lara de la mano para no perderla. Las sombras y la muchedumbre apelmazada dificultaban la huída. Buscaban una vía de escape alternativa cuando un segundo gusano ingresó a la avenida. Y había una figura montada sobre la bestia.
Se produjo una estampida de hombres y mujeres que luchaban por hallar un sitio seguro, lejos de los gusanos invasores. Los únicos que permanecieron en la escena fueron Markus y Lara. Estaban paralizados, y miraban fijamente al jinete envuelto en un manto negro. Creían haberlo reconocido.
—Winger... —susurró Lara.
La estatuilla del dragón se resbaló de sus manos y se hizo pedazos al estrellarse contra el suelo.
El gusano y su jinete voltearon hacia ellos.
—¡Lara, vámonos! —vociferó Markus, tratando de espabilar a su amiga.
Sin embargo, la muchacha no reaccionaba.
La bestia entonces se irguió de manera amenazante. Sus fauces abiertas dejaban escapar un líquido gris que escurría entre las hileras de dientes afilados. El misterioso atacante hizo un gesto con la mano. El gusano acató la orden y se abalanzó sobre ellos.
—¡Lara!
Colmado por un valor que ignoraba poseer, Markus tomó a su amiga por los hombros y logró apartarla de la trayectoria de la criatura. Las fauces del gusano se enterraron en el suelo, haciendo estallar los adoquines de la avenida.
Sin dejar de proteger a Lara con su propio cuerpo, el chico de gafas hizo contacto visual con el agresor. Quiso estudiar sus rasgos con mayor detenimiento, pero el manto que lo cubría ocultaba parte de su rostro.
Antes de que Markus pudiera reaccionar, el gusano se alzó de nuevo. El jinete volvió a dar una orden...
—¡Vuelo de Águilas!
Como una súbita flecha salida de la nada, una ráfaga potente arremetió contra el gusano, propinándole un duro golpe. El encapuchado dio un salto hacia una de las terrazas cercanas mientras el cuerpo gigantesco se desplomaba estrepitosamente en medio de la calle.
Markus y Lara siguieron toda la secuencia con los ojos hasta acabar posando la vista sobre el hombre que acababa de aterrizar frente a ellos. Tenía una cabellera castaña y sedosa, y portaba una armadura de plata con una capa blanca.
—¡Joven ciudadano de esta gran ciudad, admiro el coraje que te ha movido a socorrer a esta muchacha! —exclamó el recién llegado con una voz solemne—. Ahora, déjame el resto a mí —agregó con una sonrisa galante y alzó el dedo pulgar—. ¡El Pilar de Diamante ha regresado!
Esta es la versión gratuita de Etérrano. Si quieres leer una versión más pulida del libro, puedes encontrarla en Amazon.com! (https://amzn.to/3D2c7Wg)
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top