III: El pilar y el jardinero



Zack estaba enamorado. Y aunque a Markus le resultaba un poco incómodo su nuevo rol, se había convertido en su confidente más íntimo. Hacía varias semanas que el bromista del grupo no dejaba de suspirar cada vez que mencionaba el nombre de Yuna, una joven que compartía con ellos las lecciones del nivel inicial en la Academia. La conocían desde hacía ya casi dos años, igual que al resto de sus condiscípulos, pero Zack parecía haberla descubierto un buen día de manera repentina.

—¡Te digo que nuestro destino es estar juntos! —exclamó con emoción el enamorado, alzando un puño al cielo.

—Pues sería un buen inicio que ella supiera tu nombre... —sugirió el chico de gafas, un tanto más precavido.

—¡Oye, seguro que lo sabe! —se defendió Zack, dolido—. Es solo que aún no lo asocia con mi rostro...

Markus no tenía problemas en prestarle una oreja a su amigo para escuchar sus ensoñaciones cotidianas, aunque no estaba muy convencido de que la cosa fuera a acabar bien para el pobre Zack. Yuna era una joven tímida y callada que apenas interactuaba con ellos. Para empeorar las cosas, el hijo del señor Grippe tenía la leve sospecha de que ella ya tenía un pretendiente...

Era un hermoso día primaveral en ciudad Doovati. El sol brillaba y las calles adoquinadas comenzaban a llenarse con el ajetreo matutino mientras los dos aprendices caminaban rumbo a la Academia.

Algo, de pronto, llamó la atención de Markus. Sus ojos se habían detenido en un corroído panfleto que había en un paredón. La leyenda del mismo ya era ilegible, pero él pudo reconocer el rostro bocetado. Era el de Winger.

—Ey, ¿qué sucede? —Zack había notado que su amigo se había quedado quieto y con actitud ensimismada.

Markus tardó en contestar.

—No es nada —dijo finalmente.

Y siguieron adelante.

Mientras Zack continuaba hablando con fervor acerca de Yuna y sus cualidades casi divinas, Markus soltó un suspiro nostálgico hacia sus adentros. Habían transcurrido meses enteros desde la noche en que Winger acudió a su padre para pedirle ayuda; meses enteros desde los trágicos incidentes en el aniversario del rey Dolpan; meses enteros desde el abrupto cese de la guerra con Pillón y la muerte de Mikán. Había tanto que no comprendía...

Después de la despedida, ni Markus ni su padre habían vuelto a recibir noticias de Winger y su grupo. El hijo del señor Grippe suponía que era una medida precautoria por parte de su amigo para no involucrarlos aún más en sus problemas, pero no había forma de estar seguros de eso. ¿Cómo se encontraría Winger?

Más de una vez había pensado en compartir su secreto con alguien. Pero, ¿con quién? Zack era demasiado descuidado y podía írsele la lengua en la situación más inoportuna. June, siempre distraído detrás del periódico local, apenas si había conocido a Winger. Y en cuanto a Lara... Por el momento, lo mejor era dejar a la hija del señor Greyhall por fuera de todo lo concerniente al chico de la capa roja. Solo los Dioses Protectores sabían cómo podía llegar ella a reaccionar.

Por último, también estaba Jessio. Ahora el gran maestro y su padre compartían la misma mesa en el consejo real, pero Markus vacilaba y se preguntaba cuál sería la reacción de Jessio si llegara a hablarle del asunto. En verdad deseaba ayudar a Winger, pero era muy riesgoso decir a viva voz que él creía en su inocencia. Ese panfleto amarillento ofreciendo una recompensa en el húmedo paredón era una prueba de sus temores. Si tan solo tuviera a alguien con quien hablar...

—¡Markus, Zack!

Lara acababa de doblar la esquina y se acercaba corriendo hacia ellos con June siguiéndola detrás. La muchacha sonreía con entusiasmo mientras agitaba en el aire el periódico del día que, muy probablemente, le había arrebatado a su compañero de pocas palabras.

—¡Méredith regresa hoy a ciudad Doovati! —anunció mientras indicaba uno de los titulares de la primera plana—. ¡Por fin ha vuelto!

Lara no fue la única en alegrarse al leer la noticia. Un gran número de ciudadanos ya marchaba rumbo a la avenida principal, todos ansiosos por darle la bienvenida a una de las figuras más admiradas de la capital.

—¡El Pilar de Amatista! ¡La gran Méredith! —exclamó Lara, llena de entusiasmo, mientras ella y sus amigos se abrían paso entre la multitud para ganar un buen sitio frente a la calle.

—Relájate un poco, jefa, o la emoción va a matarte —bromeó Zack, quien era un poco más alto que sus compañeros y podía divisar mejor el camino que unía el palacio real con el pórtico sur de ciudad Doovati.

Gritos de euforia se elevaron en el aire cuando los corceles comenzaron a desfilar por la avenida. Los estandartes de la casa de Kyara ondeaban al frente de la procesión, seguidos por el escudo que distinguía a la división especial de soldados conformada por magos, todos ellos egresados de la Academia de Magia de la ciudad.

—¡Ahí está ella! —dijo Markus al distinguir a la figura que lideraba la marcha.

Se trataba de una mujer alta y delgada, de rasgos finos y con el cabello negro muy corto. Lucía una tonalidad violácea en los párpados que combinaba con el color de la capa y el gorro cilíndrico. Mientras sus subordinados sonreían y saludaban con la mano a las personas que los recibían con afecto, Méredith mantenía una expresión serena y la vista fija en el palacio, hacia donde ya habían partido dos mensajeros para anunciar el arribo.

Jessio en persona bajó las escalinatas del palacio para recibir a quien había estado entre sus aprendices más sobresalientes. Estrechó su mano con afecto y él mismo se encargó de escoltarla a ella y a sus hombres hasta la sala del trono. Cortesanos, consejeros y demás personas cercanas a la corona ya se habían reunido en el lugar para presenciar la jura de la recién llegada ante su nueva reina.

Sentada en el trono, con el cetro dorado entre las manos y su atenta escriba de pie a su lado, Pales escudriñó a la joven mujer que se postró respetuosamente frente al estrado.

—Mi reina —se le dirigió Méredith, con la cabeza inclinada—. Sé que el tiempo ha pasado, pero lo primero que debo hacer es ofrecerle mis condolencias por la muerte de vuestro padre el rey Dolpan, antiguo soberano de Catalsia.

Dórothy registró esas palabras en su pergamino mientras Pales se limitaba a asentir en silencio. Finalmente, la reina habló:

—¿Dónde has estado, Méredith? —preguntó a secas y sin mostrar la misma efervescencia que su pueblo.

—Durante el último año, mi grupo y yo hemos estado interviniendo en los conflictos que pesan sobre la región de Faleia y Monsch, en el extremo norte del continente —explicó la recién llegada, sin perder la compostura en ningún momento.

—¿Y qué tal te ha ido? —quiso saber Pales.

—Traigo noticias muy satisfactorias, su majestad —informó Méredith, y a través de uno de sus subordinados hizo llegar a la reina dos rollos de pergamino lacrados—. Se trata de importantes alianzas con los soberanos de ambas naciones. Luego de diez años de batallas sin tregua, nuestra intervención ha logrado aplacar sus diferencias para llegar a prósperos acuerdos. A partir de ahora podremos contar con el apoyo de Faleia y de Monsch para las operaciones marítimas que nuestro reino pueda necesitar.

—Ya veo... —musitó la reina mientras analizaba los documentos que le habían sido entregados. Pronto los dejó a un lado y volvió a posar su mirada inquisitiva sobre Méredith—. ¿Y este ha sido el motivo por el cual no has estado aquí cuando mi padre fue asesinado?

Aunque sutil, el tono de reproche no pasó desapercibido para nadie en la sala. Hubo gestos de incomodidad y más de uno anticipó: "Aquí comienzan los ataque de reina..."

—Su alteza... —murmuró la mujer postrada con aflicción—. Entiendo que no es una excusa válida, pero lo cierto es que jamás habría esperado que algo tan terrible sucediera en mi ausencia... En ausencia de nosotros cuatro...

—Los aclamados Pilares de Catalsia, los cuatro mejores magos que ha dado esta ciudad, a cientos de kilómetros de su propio reino en una ocasión tan crítica —musitó Pales sin ocultar un dejo de ironía—. Es una casualidad muy inoportuna, ¿no lo crees?

—Por supuesto que sí, su alteza —aseveró Méredith.

La reina entonces se volvió hacia el gran maestro de la Academia de Magia, quien hasta entonces había estado observando la escena desde su asiento entre los miembros del consejo real sin intervenir.

—Jessio, ¿ella dice la verdad? ¿Sabes algo acerca de ese viaje?

—Por supuesto —asintió el hechicero—. La guerra que se vivía en el norte era tan crítica que Faleia y Monsch extendieron un pedido de ayuda a todas las naciones del continente de Dánnuca. Luego de evaluar la situación, vuestro padre el rey Dolpan señaló a Méredith como la persona más idónea para liderar una misión de paz en calidad de mediadora. Cabe agregar que no esperábamos tenerla de regreso hasta el año entrante. Todo esto está debidamente documentado.

Una vez que Jessio terminó de hablar, se produjo un silencio prolongado en la sala. Todos observaban a Pales, aguardando su parecer. La reina se tomó su tiempo para contestar, dedicándose a jugar con su cetro de oro mientras mantenía sus ojos clavados en la recién llegada.

—Al parecer, no hay motivos para sospechar de tu lealtad a este reino, Méredith —dijo entonces y su tono esta vez fue más piadoso—. Ahora solo necesito que jures lealtad a tu nueva reina.

Mientras los presentes respiraban con alivio, la mujer postrada volvió a agachar la cabeza y habló con solemnidad.

—Yo, Méredith de ciudad Doovati, uno de los cuatro Guardianes Mágicos de Catalsia, juro en nombre de los seis Dioses Protectores lealtad a nuestra nueva reina, Pales de la casa de Kyara, primera en su nombre, y prometo entregarle mi cuerpo, mi alma y mi vida si así fuese necesario.

El juramento real consistía en esas simples palabras. No eran necesarias mayores formalidades y la reina se dio por satisfecha, aunque algo le llamó la atención:

—Eso ha estado bien, pero no has jurado por tu título de "Pilar de Amatista". ¿A qué se debe eso?

—Con su debido respeto, majestad, debo advertirle que ese es solo un apodo con el cual se suele conocer a uno de los cuatro mejores magos que ha dado la Academia de Magia de ciudad Doovati, y que mi compañero Alrión, el autoproclamado "Pilar de Diamante", se ha encargado de difundir sin ningún motivo lógico.

—Pues es un apodo atractivo, no te excuses tanto —le aconsejó la reina, esta vez con una sonrisa—. Más allá de eso, creo que es justo que ahora sea yo quien te felicite por estos importantes acuerdos que has conseguido para nuestro reino. Faleia y Monsch no son naciones ricas, pero sin duda lo son más que Catalsia gracias a que ambas poseen salida al mar. No debe haber sido tarea sencilla apaciguar a esos dos reinos tan beligerantes, por eso te ofrezco mis gratitudes por tu logro en cuestiones diplomáticas...

Las palabras de la soberana fueron cortadas por la aparición repentina de un sirviente en la sala del trono. Todos lo observaron con intriga, pues se mostraba muy alborotado.

—¡Su alteza! —exclamó—. Un extranjero de aspecto muy sospechoso acaba de aparecer frente a las escalinatas del palacio. Nuestros hombres le han impedido el ingreso, pero él insiste en tener una entrevista con su majestad en persona.

—¿Qué clase de informe inoportuno es este? —le espetó el señor Greyhall, quien estaba sentado junto a Jessio y el resto de los consejeros reales—. ¿Desde cuándo tenemos inconvenientes para deshacernos de la gente molesta? Echen a ese extranjero y díganle que hay un protocolo que debe seguir si quiere tener una audiencia, no con la reina en persona, sino con alguno de sus representantes.

—Pero, señor... —insistió el sirviente, procurando no sonar ofensivo—. Esta persona dice haber sido enviada por el antiguo soberano, el rey Dolpan.


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Por petición expresa de la reina, el extranjero fue escoltado hasta la sala del trono por una veintena de guardias, quienes no le quitaron los ojos de encima en ningún momento. El hombre, por su parte, avanzó con paso tranquilo y una sonrisa despreocupada en el rostro moreno.

Los cortesanos y consejeros miraban al desconocido con recelo. Desde su atuendo desgastado hasta el color bronce de su piel, nada en él les inspiraba confianza. Jessio se mantenía impasible; había abandonado su asiento y ahora acompañaba a Méredith, quien no sabía exactamente cómo proceder ante la situación imprevista. Dórothy dejaba asentado por escrito todo lo que iba ocurriendo, como siempre. Y Pales, por su parte, observaba al hombre con auténtica curiosidad. Sin moverse del trono, la reina habló con voz firme:

—Viajero de tierras lejanas, me informan que traes contigo un mensaje que posee el sello y la firma de mi padre.

—Así es —dijo el desconocido con tranquilidad. Metió la mano en un bolsillo de su chaleco, lo que provocó la reacción de los guardias que lo rodeaban, pero solo extrajo un rollo de pergamino—. ¿Desea que se lo enseñe, su alteza?

—¡Por supuesto que eso es lo que pido! —bramó Pales—. Eres un extraño frente a la soberana de un reino y ni siquiera te has presentado aún. ¿Cómo esperas que pueda confiar en ti?

—Su alteza —intervino Jessio de pronto—, déjeme decirle que, de haber querido atentar contra usted, este hombre podría haberlo hecho incluso antes de su nacimiento.

El extranjero soltó una risa llena de simpatía. Pales miró al hechicero con ojos inquisitivos y perplejos. Nadie en la sala parecía haber comprendido sus palabras.

—¿Acaso esto es un maldito juego? —protestó la reina, quien comenzaba a exasperarse—. Será mejor que ustedes dos comiencen a hablar con claridad o algunas cabezas rodarán por aquí.

Jessio dio un paso al frente y habló a todos los presentes en voz alta:

—El nombre de esta persona es Rotnik —anunció con una sonrisa—. Su hogar es el poblado de Bal-Bok, en el continente de Prama, y ha si sido un servidor de este palacio durante muchos años. Fue escudero del rey Dolpan en su juventud, acompañándolo en su viaje legendario. Y tal vez más importante que todo eso: Rotnik fue quien alargó la vida de la reina Lacrimea.

Los murmullos de asombro no tardaron en hacerse escuchar. Los más jóvenes sostenían una actitud de sospecha, mientras que los de mayor edad azuzaban sus memorias para tratar de reconocer al hombre que, según el gran maestro de la Academia de Magia, había recorrido ese mismo palacio en el pasado.

—A mí también me da gusto verte, Jessio —dijo Rotnik con un tono amistoso, a lo que el hechicero respondió con una reverencia cordial.

En cuanto a Pales, había quedado atónita al oír el nombre de la mujer que fue su madre.

—¿Lo que Jessio dijo es cierto? —lo interrogó la reina cuando pudo recuperar el habla.

—Así es, su majestad —afirmó el extranjero, avanzando hacia ella; las lanzas y ballestas volvieron a apuntarlo, pero no se inmutó—. Lacrimea era un ser de corazón puro y mi destino fue ayudarla.

—La reina Lacrimea sufrió una grave enfermedad durante los últimos años de la Era de la Lluvia —volvió a intervenir Jessio—. De no ser por las acciones de Rotnik, el nacimiento de su alteza la reina Pales no habría llegado a producirse, pues su madre habría dejado nuestro mundo antes de que ella y el rey Dolpan pudieran engendrarla.

—Ya sé todas esas cosas, no necesito que las repitas —soltó Pales con rudeza, tratando así de recuperar la autoridad que había ido perdiendo durante la conversación. Muchas preguntas rondaban por la cabeza de la reina, pero de momento había decidido postergarlas. Resolvió en cambio llevar la conversación hacia otro tópico—: Dime, Rotnik de Bal-Bok, ¿qué es lo que refiere ese mensaje que traes? ¿Por qué motivo mi padre acudió a ti?

—Mi amigo Dolpan me comunicó que un grave peligro se cernía sobre este palacio —explicó el hombre del continente de Prama, causando conmoción entre los que lo oían—. Su última voluntad fue que retornara a este reino para permanecer al lado de su hija y protegerla de cualquier amenaza.

—¿Protegerme? —repitió la reina con cierto desdén—. ¿Y cómo piensas hacerlo? ¿Acaso eres algún tipo de guerrero?

—No, su majestad. Solo soy un jardinero.

Hubo risas en la sala cuando Rotnik pronunció esas palabras.

—¿Jardinero? —indagó Pales—. ¿Qué clase de jardinero?

—El pueblo de Bal-Bok ha sido el guardián de la montaña Entalión desde tiempos ancestrales —explicó Jessio—. El título de jardinero es el que reciben los elegidos por el ángel Libélula para proteger al árbol Arrevius.

Las miradas que se posaban sobre el extranjero volvieron a cambiar. La desconfianza inicial, que había dejado lugar al asombro, ahora se transformaba en admiración. Era difícil creer que un hombre tan sencillo y humilde fuera capaz de haber realizado las hazañas que Jessio le adjudicaba.

—Entalión, Libélula y Arrevius, los tres ángeles de Derinátovos —murmuró con diversión la reina Pales—. Esto comienza a ponerse interesante. ¿Y dices que mi padre te envió aquí a protegerme?

—Así es, su majestad —corroboró Rotnik.

La reina apoyó la barbilla sobre su cetro.

—Interesante, muy interesante... —musitó mientras sus ojos de zorro astuto iban y venían del jardinero al Pilar de Amatista—. ¡Ustedes dos, síganme!

Pales se puso de pie y echó a andar por uno de los corredores laterales. Atenta a todos los movimientos de su reina, Dórothy enrolló su pergamino y fue la primera en ir tras ella con pasos presurosos.

Rotnik y Méredith se miraron con desconcierto. Eran recién llegados y ninguno de los dos conocía las costumbres de la nueva soberana de Catalsia. El resto de los presentes, en cambio, sabía que cualquier cosa podía esperarse tratándose de la reina Pales.



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