II: Una nueva convicción



Sumergió el primer barril en las aguas del arroyo de Dédam. Cuando estuvo lleno hasta las tres cuartas partes, lo sacó a la superficie, lo dejó a un lado y repitió la misma operación con el segundo. Luego pasó la vara a través de las correas de ambos recipientes, la apoyó sobre sus hombros y jaló hacia arriba.

—¡Hop! —exclamó Soria al incorporarse.

Y cargando con sus dos barriles a cuesta, emprendió el camino de regreso hacia la herrería.

Aunque la tarde era soleada y agradable, los viajeros se empecinaban en no atravesar la carretera, por lo que la solitaria iba y venía sin demasiadas cosas en las que entretenerse. Hacía medio camino a pie y medio camino flotando; tan acostumbrada estaba al sobrepeso de los barriles que le resultaba bastante indiferente. Su única compañía era el chucho de los vecinos de un viñedo, que la acompañaba durante algunos tramos para luego volver a su hogar.

Hacía siete lunas que Soria y su padre habían regresado a Dédam, y nueve desde los acontecimientos en Pillón. El herrero había permanecido postrado veintinueve días a causa de sus heridas, y una vez recuperado, Demián se encargó de conducirlos de regreso a través de la cordillera que separaba a Catalsia y Lucerna de los reinos nórdicos del continente. Para evitar cualquier tipo de inconveniente, el aventurero había decidido tomar el camino más hosco, cerca de la cima de las montañas. Hubo momentos en los que se hallaron tan alto que era posible divisar ambas laderas a la vez. A Soria le costaba creer que, si estiraba los brazos, estaba tocando el cielo de Catalsia a su derecha y el de Demepokol a su izquierda.

Tras varias semanas de viaje, pisaron al fin los verdes prados de Lucerna, y una vez en Dédam hallaron la herrería tal y como la habían dejado. Esa noche celebraron el regreso junto a los vecinos del poblado. Y sin perder el tiempo, a la mañana siguiente Demián anunció su partida.

«"Prometo que volveré pronto"», le había dicho el aventurero, con ese tono solemne que solía usar en ciertas situaciones dramáticas y que Soria encontraba gracioso y encantador. Sin embargo, siete lunas habían transcurrido ya, y no había vuelto a tener noticias de Demián. Ni de él, ni de Winger, ni de Rupel.

Soria soltó un suspiro contrariado. ¡Estaba tan aburrida! Después de tantas aventuras ahora le costaba retornar a la vida apacible del poblado, ayudando a su padre con las entregas y los quehaceres de la casa, o yendo y viniendo con sus barriles, de la herrería hacia el arroyo, y del arroyo hacia la herrería... Soltó otro suspiro, largo y melancólico.

A la distancia pudo escuchar el incesante martilleo de su padre. Últimamente tenían más trabajo del habitual; debido a la larga ausencia, había muchos encargos atrasados que era preciso poner al día.

—¡Ya llegue! —avisó ella mientras atravesaba la cerca del jardín delantero.

Pery dio los últimos golpes con su martillo, sumergió la pieza en un barril casi vacío y sonrió a su hija desde atrás de una nube de vapor.

—¡Justo a tiempo, hijita! ¿Por qué has tardado tanto?

—¿De verdad he tardado tanto? —indagó Soria, sorprendida, pues no lo había notado—. No lo sé, tal vez hoy esté un poco distraída...

—¿Será porque hoy hay luna nueva? —bromeó el herrero.

—¡Ni lo menciones, Pericles! —protestó ella y le dirigió a su padre una mirada gélida.

El herrero soltó una fuerte carcajada. Sabía que las noches sin luna solían poner a su hija nostálgica y de mal humor. De pronto oyeron las palmas de alguien que llamaba desde el frente de la casa.

—¿Más trabajo? —se quejó la muchacha.

—Apuesto a que es la señora Cándelly —comentó Pery—. Ayer dijo que pasaría a traerme sus cuchillos para afilarlos, ¡y que nos prepararía una tarta de frutas!

—Me pregunto si será ella... —murmuró Soria, ahora intrigada por el postre prometido—. ¡Ya voooy!

La muchacha se elevó en el aire y sobrevoló el techo de la casa hasta el patio delantero. La persona con la que se encontró no era la señora Cándelly.

El herrero soltó sus herramientas al oír el grito agudo de Soria y corrió presuroso hasta el frente de su hogar. No esperaba hallar a su hija con el rostro iluminado y abrazando enérgicamente a un joven con una bolsa de viaje y una capa roja.

—¿Así es como reciben a todos sus clientes, señor? —dijo el recién llegado, todavía entre los brazos de Soria—. ¡Ahora comprendo por qué las personas siempre regresan a su herrería!

Cruzado de brazos, Pericles sonrió con alegría y mucha satisfacción. Solo le bastó un instante para percibir el cambio en su sobrino. Su apariencia seguía siendo la misma, era cierto: un muchacho de estatura baja, cabello revuelto y ojos con el color del ámbar. Pero una nueva convicción brillaba en la mirada de Winger.

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Cuando las familias son numerosas, la distancia de alguno de sus integrantes es vivida con dolor pero con el consuelo recíproco de quienes permanecen en casa. Cuando las familias son pequeñas, la ausencia de uno de sus miembros es mucho más palpable, y sus seres queridos la viven como quien ha perdido un brazo o una pierna. Soria y Pericles consideraban a Winger como parte de su familia desde el primer día que llegó a la herrería. Por eso su regreso fue vivido con una alegría desbordante, y padre e hija se encargaron de deleitarlo con los humildes agasajos que podían brindar. Soria fue volando a recorrer los huertos frutales de Dédam y seleccionó los mejores frutos de estación para prepararle una bebida refrescante al viajero recién llegado, y también una colorida ensalada de frutas que compartirían en la sobremesa. Por su parte, Pericles dedicó casi toda la tarde a la elaboración de su guiso especial, abundante en especias y tan rojo y picante como el fuego de la forja.

El reencuentro fue agradable y feliz mientras duró la comida y el recuento de anécdotas coloridas. Sin embargo, tarde o temprano la conversación viraría hacia temas más opacos. Y fue Pericles quien se hizo responsable de romper con el clima distendido:

—Dime, Winger, ¿cómo están las cosas en el monte Jaffa? Imagino que no todo ha sido paz y tranquilidad desde que Gasky custodia el libro...

Winger hizo una mueca de desgano, y aunque hubiese preferido seguir hablando de trivialidades, sabía que había asuntos serios que tratar:

—Se ha convertido en un lugar peligroso, sobre todo por las noches —informó el mago—. Muchos demonios han estado apareciendo en la región. Sospechamos que se trata de invocaciones de Jessio para mantener acorralado a Gasky.

—¡Qué horror! —exclamó Soria.

—¿Y cómo se las han arreglado hasta ahora? —quiso saber Pericles.

—El conde Milau y la señora Ruhi alzaron una barrera protectora en torno a la mansión para mantener el libro de Maldoror a salvo. Se trata de un antiguo conjuro de purificación llamado Círculo de Isolación. Es muy potente, repele a los invasores y los mantiene a cierta distancia. Hasta el momento, eso ha funcionado.

—Pobre Gasky, encerrado en su propia mansión —se apenó el herrero, pero enseguida recobró el optimismo—. ¡Bueno, tampoco es que el viejo Gasky salga demasiado!

—¿Y qué hay del libro? —preguntó Soria, muy intrigada—. ¿Gasky ya lo ha desentrañado?

—Es más complicado de lo que suponíamos —dijo Winger tras meditarlo unos segundos—. El libro no solo está escrito en una lengua antigua, sino que además posee varios fragmentos encriptados. Gasky trabaja todo el día y toda la noche, y aún así no ha logrado avanzar mucho. Supongo que debemos tener paciencia y confiar en él. Está poniendo mucho empeño en esto.

Soria y Pericles asintieron, de acuerdo con eso.

—¿Qué tal fue el camino desde Pillón? —indagó entonces Winger.

—Muy aburrido —se lamentó la muchacha—. Además había mucho viento en las montañas, yo casi no podía volar.

—¡Tendrías que haber visto cómo las ráfagas se llevaban a tu pobre prima de aquí para allá como a un núbelo! —Pery se echó a reír.

Ya con las cazuelas vacías frente a ellos, el herrero y su hija dieron a Winger varios detalles acerca de su travesía, deteniéndose en el relato de su breve paso por el poblado montañés de Saratina.

—Llegamos allí al séptimo día de viaje —indicó el herrero—. Fue el único contacto con la civilización que tuvimos durante todo el trayecto. Un lugar minúsculo, en el límite entre Demepokol y Catalsia. Los lugareños llevan vidas tranquilas, sin demasiados sobresaltos. Sin embargo, algunas noticias curiosas circulan por allí, como traídas por los vientos.

—¿Qué tipo de noticias? —preguntó Winger con interés.

Pericles y su hija intercambiaron una mirada de inquietud.

—Fue durante la noche que permanecimos en Saratina —explicó Soria—. La posada donde nos hospedamos tenía una cantina, y nosotros estábamos allí cuando entraron tres soldados de Catalsia.

—No te preocupes, no nos estaban buscando —se adelantó a decir Pery ante el rostro asustado de su sobrino—. Ellos se sentaron justo detrás de nosotros, por lo que pudimos enterarnos de algunas cosas. Las noticias que llegan hasta su puesto de vigilancia suelen ser imprecisas y de poca monta. Pero hubo una que nos llamó la atención...

Winger lo escuchaba con atención.

—"La ruta de las máscaras" —reveló Pericles—. Así es como ellos llamaban a ese cruce montañés.

No hicieron falta demasiadas aclaraciones para que Winger comprendiese. Las máscaras tenían un significado muy preciso para él.

—¿Quieres decir que los asesinos de Jessio cruzan por ese camino? —interrogó con expresión seria.

—Lo hacían, pero ya no —repuso el herrero—. Según lo que oímos, estos tipos del puesto fronterizo tenían hasta hace poco la orden de dejar pasar por allí a cualquier persona que portase un permiso especial, emitido desde el mismo palacio real de Catalsia. Ellos estaban aliviados de que con la asunción de la nueva reina aquella disposición había cesado, y los permisos habían caducado.

—Así que Pales sí es la nueva reina —reflexionó Winger en voz alta—. Ya es una noticia un poco vieja, pero al menos es bueno saber que Jessio no ha controlado a Pales desde el principio.

—Lo mismo pensamos nosotros —coincidió Pery.

—No olvides contarle lo de los Herederos —le recordó Soria a su padre.

—¡Es cierto! —Pericles se golpeó la frente con una mano por el descuido.

—¿Herederos? —repitió Winger.

—Ese es el nombre de una fraternidad criminal del continente de Mélila —explicó Pery—. Lo que a los guardias del puesto les preocupaba era que todos los que habían usado el permiso real para entrar a Catalsia eran personas sumamente extrañas, que ocultaban sus rostros tras máscaras de animales. Y ese es el rasgo distintivo de los asesinos de Los Herederos.

—Ya veo...

Con una mano sobre el mentón, Winger intentó unir cabos: Jessio tenía como ayudantes a Mirtel y Rapaz, quienes escondían sus identidades bajo los apodos de Cara de Gato y Cara de Topo. También estaban los sicarios con máscaras de cerdo, Babirusa y Jabalí, quienes de seguro pertenecían a la misma organización. ¿Tenía Caspión algo que ver con ellos? ¿Y qué había de la persona que Jessio había mencionado durante su encuentro en el palacio de Pillón? De acuerdo con Gasky, su nombre era Neón... Winger no disponía de suficiente información, pero tenía razones para sospechar que ese anciano misterioso podía estar al mando de Los Herederos, proveyendo a Jessio de subordinados que enviaba desde Mélila y que ingresaban a Catalsia a través del cruce fronterizo de Saratina.

«Demasiadas especulaciones», murmuró el mago para sí. A pesar del largo viaje, varias cuestiones ocuparían su mente esa noche antes de poder conciliar el sueño...

—En fin, eso es todo —concluyó Pery, cruzándose de brazos y con cara de resignación—. Más allá de aquel incidente, fue un viaje tranquilo. Demián se las arregló muy bien para guiarnos a través de las montañas; hay que reconocer que sabe orientarse en lugares inhóspitos.

—Por cierto, tú lo has visto, ¿cierto? —interrogó Soria a su primo con ánimo renovado—. Demián dijo que debía hacerle un favor a Gasky y por eso se marchó de aquí. ¿Por qué no vino contigo?

—Pues... Supongo que está ocupado por ahora —se limitó a responder Winger, riendo entre dientes.

A Soria le llamó la atención la reserva de su primo, pero en vez de insistir en eso, desvió la conversación hacia otro asunto:

—¿Y qué hay de Rupel? ¿Cuándo vendrá ella?

Era la pregunta obvia. Winger lo sabía. Pero no por eso estuvo más preparado. Su primera reacción fue la de agachar la cabeza con una expresión ensombrecida en el rostro.

Pericles y Soria no esperaban una reacción como esa. Decidieron no presionarlo, y esperaron a que él mismo diese una explicación.

—Hace meses que no tengo noticias de Rupel —confesó al fin. Intentó esbozar una sonrisa, pero fracasó—. De hecho, han pasado seis lunas...

—¿Pero qué ha sucedido? —quiso saber Soria, quien ya comenzaba a angustiarse—. ¿Acaso ustedes se pelearon?

—Pues... —Winger comenzó a hablar y luego se detuvo. Era notorio que le costaba mucho elegir las palabras—. Sinceramente, no sabría decir con exactitud qué ha pasado.

La noche era avanzada, el poblado de Dédam se hallaba en calma y no había nada que interrumpiera el incómodo silencio que se había producido en la herrería. El ceño fruncido de Soria anunciaba que ella no se daría por satisfecha con una explicación tan evasiva como la que su primo acababa de dar, pero antes de que pudiera seguir insistiendo, su padre la detuvo con una mano sobre el hombro y una mirada severa. Luego Pericles se dirigió al ensombrecido Winger.

—Aunque muchas cosas se han hablado hoy aquí, y muchas más deben haber pasado en estos nueve meses. Ya tendremos tiempo para enterarnos de todo lo que ha sucedido. Ahora mismo, un baño caliente y sábanas limpias es todo lo que necesitas.

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La colosal mole azul les bloqueaba el paso. Era evidente que si querían seguir adelante tendrían que acabar primero con ese Sigilaria de tres metros de altura.

—¡Winger, cuidado! —le advirtió Rupel al tiempo que el sirviente mágico lanzaba un pesado puñetazo hacia él.

El muchacho de la capa roja dio un salto hacia atrás y logró evadir el golpe, que hizo temblar todo el salón al impactar contra el suelo de losas negras y blancas.

La criatura volvió a erguirse, golpeando la araña de bronce con su cabeza aplanada. Aquel Sigilaria era distinto a los que Winger ya conocía de visitas anteriores al castillo de Ruhi, y ni siquiera Rupel entendía qué ecuaciones había utilizado la bruja para crear algo así. Las robustas piernas del guardián se movieron hacia ellos una vez más.

—¿Crees que mi Meteoro le hará algo? —consultó el aprendiz a su maestra.

Rupel se tomó un momento para pensarlo.

—No perdemos nada con intentarlo —opinó finalmente, alzando los hombros.

Winger asintió y comenzó a preparar el hechizo. Estiró sus brazos hacia delante. Los símbolos alquímicos comenzaron a fluir desde la punta de sus dedos extendidos hacia el centro de un diminuto destello de luz rojo que se materializó entre sus manos.

—¡Meteoro!

La ecuación que liberaba el efecto expansivo del conjuro se activó y una poderosa detonación resonó en el salón. La esfera llameante avanzó hacia el Sigilaria. El gigante azul se preparó para recibir el impacto con la guardia en alto. Sin embargo, en el instante que debió producirse el choque, algo inusual ocurrió: el Meteoro atravesó la membrana translúcida que formaba el cuerpo de la criatura mágica y se fusionó con ella. Ninguna explosión tuvo lugar... pero ahora el vasallo de Ruhi se había vuelto rojo. De un furioso manotazo el Sigilaria hizo pedazos la estatua del pulpo y continuó avanzando hacia ellos.

—¿Qué ha sucedido? —se preguntó Winger mientras él y su compañera tomaban refugio detrás de la estatua de los arlequines danzantes.

La mente de Rupel funcionaba a toda máquina. Enseguida intentó algo:

—¡Lengua de Fuego!

El disparo arremolinado de llamaradas mordió al sirviente mágico justo en el vientre, sin causarle el menor daño.

—Lo que pensé —musitó la pelirroja—. Esta cosa ha absorbido las propiedades de tu Meteoro, y ahora es inmune a mis hechizos.

—¿Dices que es resistente al fuego? —indagó Winger, alarmado.

—Ruhi, eres astuta... —murmuró la pelirroja con una sonrisa de admiración—. Espérame aquí un momento.

—¡Espera! ¡¿Qué estás haciendo?!

Rupel había echado a correr en dirección al Sigilaria.

«Se ha vuelto loca», pensó Winger mientras la veía acercarse al robusto cuerpo semitransparente. Pero en vano temió alguna reacción por parte de la criatura; Rupel sencillamente continuó su camino, pasando junto al Sigilaria sin que este reparase en ella.

—¡Lo sabía! —exclamó victoriosa, ya desde el otro lado.

—¿Me puedes decir qué está pasando aquí? —le reclamó Winger, quien se encontraba acorralado contra puerta de entrada.

—Esta vez Ruhi ha tomado una precaución contra mis conjuros de fuego —explicó la pelirroja, sonriente y asomándose entre las piernas de la criatura—. ¡Es una prueba para ti, Winger!

—Pues qué alivio... —soltó el mago con ironía, al tiempo que un nuevo puñetazo del sirviente mágico hacía volar por los aires la escultura de la pareja de amantes deformes; curiosamente, se había salteado la de los arlequines danzantes, que permanecía intacta—. ¿Entonces no piensas ayudarme? —insistió Winger.

—¿Qué tal esto? —Rupel posó sus manos sobre las extremidades inferiores del sirviente de Ruhi—. ¡Paralizador!

Los pasos pesados se detuvieron en el acto. El Sigilaria parecía adherido a las losas blancas y negras.

—Aquí tienes tu oportunidad, héroe. Cuidado, está caliente —agregó mientras agitaba las palmas.

—No creo que eso sirva de mucho... —soltó Winger una última queja y se puso a pensar qué podía hacer él contra un adversario como ese—. Rupel, ¿cómo desactivas a un Sigilaria?

—Hay que desmantelar su algoritmo —explicó ella—. Un Sigilaria no consiste solamente en la creación de un cuerpo a partir de energía natural. Tienes que inscribir en su interior una ecuación muy compleja para que pueda volverse animado. Esa fórmula contiene las órdenes y comandos que le permiten realizar las tareas para las que ha sido creado.

Rupel hablaba con una calma poco acorde a la situación en la que se encontraban, o al menos eso pensaba Winger mientras observaba al gigante forcejear para liberarse del efecto del Paralizador.

—Resumiendo: si logras destruir su algoritmo, la marioneta se detendrá —concluyó la pelirroja, quien inspeccionaba la parte inferior del cuerpo del Sigilaria—. Pero no consigo divisar el código desde aquí... ¿Tú lo ves?

Winger tenía un mejor ángulo para localizarlo. Se puso a escudriñar la mole roja que se erguía frente a él, sin saber bien qué era lo que estaba buscando. De pronto, halló algo: flotando dentro del hombro izquierdo había unos sutiles garabatos entrelazados.

—Creo que lo encontré. Está en su hombro izquierdo —indicó.

Rupel retrocedió unos pasos y miró hacia arriba con las manos en la cintura.

—Parece ser que tienes razón —coincidió ella—. ¿Y cómo piensas llegar hasta ahí arriba?

Winger estaba preguntándose en lo mismo cuando una idea acudió a su mente. Sabiendo que en cualquier momento el Sigilaria recuperaría la movilidad, actuó con rapidez:

—¡Chorro de Agua!

Rupel lo observó con curiosidad. Winger estaba regando el área del suelo que lo separaba de su oponente.

—Un charco, gran idea —comentó la pelirroja.

—No es eso... —se defendió él mientras continuaba con su labor.

El gran charco era un espejo que duplicaba el cuerpo rojizo.

—¿Qué estás pensando? —indagó Rupel, intrigada.

—Ya lo verás —se limitó a responder el joven mago, poniéndose en guardia y esperando que su plan diera resultado—. Será mejor que retrocedas un poco, Rupel.

La muchacha asintió y se alejó algunos pasos, casi al mismo tiempo que la pierna izquierda de la criatura se ponía nuevamente en movimiento. Un segundo tirón y ambas extremidades volvieron a serle funcionales.

El Sigilaria dio un paso hacia Winger, y luego otro. Sus pies circulares ya estaban sobre el charco, que resultó ser muy resbaladizo. Sufrió un leve tambaleo, pero consiguió mantenerse en pie.

—No por mucho tiempo —murmuró Winger, y activó otro conjuro—: ¡Remolino de Viento!

La ráfaga sorpresiva golpeó al Sigilaria en el pecho. No logró hacerle ningún daño, pero el súbito empujón fue suficiente para inclinarlo hacia atrás. La pierna izquierda del gigante trastabilló. Luego, la derecha. Y finalmente la mole roja se fue de espaldas al suelo.

El salón entero se estremeció por la dura caída, y antes de que el Sigilaria pudiese reaccionar, Winger ya estaba encima de él:

—¡Puño-Tornado!

El antebrazo derecho del mago se vio envuelto por un bucle de viento giratorio, que al descargar el puño sobre el hombro del gigante produjo una repentina liberación de aire comprimido. La onda expansiva se propagó en todas las direcciones y el golpe de Winger arremetió directamente sobre el algoritmo.

Se oyó un gemido de protesta y después el cuerpo rojo y translúcido comenzó a derretirse hasta volverse una masa acuosa que acabó desvaneciéndose en una nube de vapor.

Aún agachado en el lugar donde había estado su enemigo, Winger alzó la vista y se encontró con la sonrisa orgullosa de Rupel.

—¡Uf...! —exhaló ella y se acomodó el flequillo que el viento del Puño-Tornado le había despeinado—. ¡Bien hecho, Winger!

En ese momento, las puertas del salón se abrieron y Ruhi apareció en el balcón de las cortinas de terciopelo.

—Has estado muy bien esta vez, querido —lo elogió la bruja, aplaudiendo la actuación de Winger—. Cada día lo hacer mejor.

Ruhi condujo luego a sus invitados hasta la sala de estar. Seis o siete Sigilarias de tamaño regular iban y venían por el recinto con bandejas o plumeros.

-Esta vez sí que nos ha engañado, Ruhi – comentó Rupel mientras las criaturas mágicas llenaban su taza y le ofrecían bocadillos—. ¡No me ha dejado divertirme a mí también!

La bruja soltó una risa sonora.

—Querida Rupel, si dejara las cosas libradas a tus habilidades, quien se aburriría realmente es nuestro joven galán —replicó ella, guiñándole un ojo a un avergonzado Winger.

A continuación, chascó los dedos y un Sigilaria ingresó a la sala trayendo consigo una bandeja cerrada. El sirviente se acercó a Winger, quien destapándola encontró un rollo de pergamino sellado.

—¿Es el nuevo talismán? —indagó el muchacho.

—Así es —corroboró Ruhi—. Dile a Gasky que con solo activarlo la barrera del Círculo de Isolación se renovará; con esto estarán a salvo durante tres meses más. Esos demonios no se atreverán a asomar las narices por la cima del monte Jaffa.

Winger guardó el pergamino en su bolso, y una vez que el té se acabó, él y su compañera se prepararon para emprender el viaje de regreso a la mansión de Gasky.

—¿Están seguros de que no prefieren pasar la noche aquí? —insistió Ruhi por última vez mientras los acompañaba hasta el puente levadizo—. Muchos demonios han estado apareciendo en toda la zona de valles. Ya no es seguro viajar de noche.

—No se preocupe por nosotros, señora Ruhi, estaremos bien —dijo Winger con amabilidad—. Sin embargo...

La bruja leyó la curiosidad en los ojos del muchacho y se adelantó a la pregunta que le formulaba en cada visita:

—Aún no, querido —aseveró, poniéndole un dedo sobre la frente—. Ya te lo he dicho: tengo algo para ti, pero tendrás que esperar algunos años para poder aprenderlo.

Winger soltó un suspiro de desilusión.

—Supongo que no pierdo las esperanzas —sonrió apenado.

—Lo sé, querido —le devolvió Ruhi la sonrisa—. Eso es lo que te hace especial.

El viaje de regreso fue tranquilo, y afortunadamente no se toparon con ningún demonio de la Cámara Negra. Cuando llegaron al cruce de caminos que dividía las sendas de la zona de valles, la atención de Winger se detuvo en el cartel que apuntaba hacia el monte Mersme.

—¿Crees que la semana entrante podríamos visitar a Demián?

—En este preciso momento solo deseo llegar a casa de Gasky y darme un buen baño caliente —dijo Rupel con un sincero cansancio en la voz—. Ya veremos luego. Por ahora, deja al padre con sus hijitos.

—Tienes razón, supongo que estará ocupado con ellos —admitió Winger, y no pudo evitar reír al recordar lo que su amigo estaba haciendo en ese lugar.

Arribaron a la cima del monte Jaffa cuando la noche estaba a punto de caer. Frente a ellos apareció el puente colgante que llegaba hasta el pináculo donde se asentaba la mansión de Gasky. Winger y Rupel se miraron. Si bien no habían tenido problemas con los demonios hasta ese momento, sabían que aquello era diferente.

—¿Estás listo? —preguntó Rupel.

Winger asintió, muy serio.

—¡Ahora! —gritó entonces la pelirroja.

Y se lanzaron a toda velocidad hacia el puente.

Los tablones crujieron bajo sus pies acelerados. No habían hecho la mitad del recorrido cuando un enorme gusano negro emergió desde el abismo. Las fauces de la bestia, con dientes punzantes como agujas, eran tan anchas como para devorar a una persona de un solo bocado. El demonio había fallado en su emboscada por poco, alzándose muy cerca del puente.

Sin dejar de correr, Winger miró hacia las dos hileras de ojos diminutos que surcaban los costados de la cabeza del gusano y exclamó:

—¡Resplandor!

El demonio rugió con fiereza y volvió a hundirse en la oscuridad del bosque que rodeaba al pináculo con la vista herida. Otros dos no tardaron en reemplazarlo.

—¡Lluvia de Fuegorriones!

El hechizo de Rupel produjo una docena de aves de fuego que se dividieron en dos grupos para atacar de manera pareja a los gusanos.

—¡Ya casi estamos allí! —apremió Rupel a su compañero.

La pelirroja llegó hasta el final del puente, y mientras sus pies tocaban la sólida superficie de piedra, su cuerpo atravesó la barrera invisible que circundaba la mansión.

Ella ya estaba a salvo.

Suspirando aliviada, Rupel se volvió hacia atrás. Lo que vio no fue nada bueno:

—¡Winger, cuidado!

El cuarto demonio llegaba desde el abismo, justo detrás de Winger. Con sus fauces atravesó el puente y las cuerdas vibrantes se desgarraron. Las botas del muchacho sintieron la súbita liviandad cuando dejaron de tocar los tablones de madera para hallarse suspendidas en el aire.

Luego, la caída y el terror.

Incluso antes de ser engullido por la oscuridad, pudo sentir el centenar de ojos rojos que aguardaban por él.

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Winger despertó sobresaltado, jadeante y con el corazón en la boca.

—No... —musitó, aún agitado—. Ha sido solo un sueño...

Se esforzó por recobrar la calma y regresar a la realidad, Buscó orientarse espacial y temporalmente. Todavía era de noche; estaba en la herrería y aquella era su habitación en Dédam. Y todo lo que había soñado había ocurrido muchos meses atrás. Todo, salvo el inesperado final.

Acomodó su almohada, miró el techo y se puso a pensar en esos terribles gusanos. Rupel los llamaba "virmens". Eran criaturas nocturnas que no toleraban bien las luces intensas, tal vez por haber permanecido confinados en la Cámara Negra durante largos milenios.

Sus pensamientos dejaron de lado a los virmens y se volcaron una vez más hacia Rupel y su partida imprevista.

– Rupel... —suspiró— ¿Dónde te has ido?

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A Pericles no le sorprendió que su sobrino no bajara a desayunar. Sin embargo atribuyó esa ausencia al cansancio por el viaje, y tal vez a la falta de hábito, pues no estaba al tanto de los terrores nocturnos de Winger, ni de su tristeza.

Soria ya había partido rumbo al arroyo con sus barriles y el herrero preparaba la leña de la forja cuando alguien llamó a la puerta. Esta vez sí se trataba de la señora Cándelly.

Se trataba de una anciana de apariencia frágil pero siempre sonriente. Era nueva en el poblado; había llegado hacía algunos meses, cuando ellos aún se hallaban en travesía desde Pillón, y era la madre de un vecino que cuidaba una huerta frutal. Según la mujer había referido al presentarse, su hijo había tenido que partir en un largo viaje y ella estaba a cargo de la huerta mientras tanto.

— Puede pasar a recoger sus cubiertos mañana por la tarde, señora Cándelly —le indicó el herrero, y agregó con un guiño—: Pero no olvide traernos esa tarta de frutas que nos ha prometido hace algunos días.

—¡Oh! Lo había olvidado por completo, qué despistada he sido —rió ella, un tanto avergonzada—. Prometo que la próxima vez cumpliré. Muchas gracias por tu ayuda, Pery, y les deseo a un buen día a ti, a tu hija, y a ese sobrino tuyo que acaba de llegar.

Y dicho esto, la señora se retiró.

Avanzó por el camino que atravesaba el poblado a paso lento. Y cuando se aseguró que nadie estaba observando, su apariencia cambió. Ya no era una anciana encorvada y alegre, sino un individuo pálido y ojeroso con una profunda expresión de hastío en el rostro.

—Vaya, pero qué sujeto más insistente, ¿cómo quiere que haga yo una tarta de frutas? —se quejó Quadra, mirando con recelo hacia la herrería.

Pero aquello no era lo importante en ese momento. Tantos meses de vigilancia, oculto en una odiosa huerta con un cadáver enterrado y pudriéndose entre los ciruelos, al final sí habían servido para algo.

—Tengo que informarle a Jessio que el chico ha vuelto —dijo para transformarse a continuación en un cuervo negro que emprendió el vuelo hacia el oeste.



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