Epílogo
Era un día caluroso y el pórtico sur de ciudad Doovati estaba desprotegido. Los dos centinelas encargados de custodiarlo ahora se desparramaban sin vida por el suelo, sus cuerpos despedazados por una brutalidad inaudita.
El monstruo pisó los charcos de sangre tibia y siguió andando por el distrito de las casas quintas. Sus apéndices de energía oscura, como relámpagos de maldad, fueron los causantes de la masacre. Enseguida se plegaron y volvieron a quedar ocultos bajo un lomo de espeso pelaje pardo.
Valiéndose de su olfato agudo, llegó frente a la casa que su maestro había usado como guardia hasta hacía muy poco tiempo. La decepción se plasmó en el monstruo al darse cuenta que ya no había nadie allí. Sus facciones eran el pálido reflejo de algo que una vez fue humano.
Continuó con su búsqueda.
Tal vez sus partes más primitivas le hicieron tomar por calles intransitadas. Tal vez alguno de sus pedazos más suspicaces le alertó acerca de la ventaja de mantenerse lejos de la mirada de las personas. Tal vez el caos de su vorágine interior simplemente dio un giro afortunado y por eso no se topó con nadie en el camino hasta el palacio.
A los centinelas que custodiaban la entrada les costó entender lo que apareció ante sus ojos. El monstruo era una confusión de identidades atadas en un cuerpo perturbador. Esta vez fueron las zarpas que tenía por manos las que arrancaron la vida a esos hombres.
El monstruo sintió regocijo...
En ese preciso instante, un debate estaba teniendo lugar en la sala del trono. La reina intercambiaba opiniones con sus soldados y con los miembros del consejo que aún se ganaban su confianza.
—Con todo el respeto que me merece su nombre, señor Greyhall —dijo Pales con un tono incisivo mientras el monstruo mataba a un sirviente desprevenido—, ¿realmente piensa que la reparación de los aposentos reales es más importante que la captura del criminal Jessio de Kahani?
—Entiendo la urgencia del asunto —reconoció el economista al mismo tiempo que las vísceras salpicaban los estandartes de la casa de Kyara en los pasillos cercanos—, pero es necesario proceder con inteligencia. Desconocemos por completo el paradero del fugitivo. El palacio, en cambio, es un símbolo de la fortaleza del reino. Su pronta restauración dará esperanzas a los habitantes de nuestro país.
Varios en la sala apoyaron la opinión del señor Greyhall. Y la cabeza de un muchacho que apenas acababa de unirse al ejército rodó por el corredor principal.
—Todos comprendemos que desea hacer justicia en nombre de su padre, alteza —señaló Rotnik—. Pero la opinión de este hombre prudente es muy razonable. Debe tomar en consideración su argumento.
Una criada añeja estuvo a punto de dar un grito de alarma, pero el tentáculo fue un látigo veloz que le arrancó la lengua.
—¡Esto es realmente irónico! —protestó Pales—. Las mismas personas que un tiempo atrás me aconsejaban traer respuestas al pueblo, ahora me piden paciencia. Quién los entiende...
Los ojos del monstruo se posaron en las puertas de la sala del trono.
—Si me permite dar una opinión, majestad —intervino Méredith—, quizás yo tenga una forma de conciliar ambas posturas...
Todos esperaban expectantes las palabras del Pilar de Amatista cuando un alarido desesperado irrumpió.
El silencio se apoderó del lugar. Las pisadas se hicieron oír en el umbral. La reacción general al verlo fue de espanto. ¿Qué era eso que acababa de ingresar?
Méredith fue la única que lo reconoció. Se llevó una mano a la boca al mismo tiempo que su rostro se desfiguraba en un gesto de horror.
—No puede ser... —soltó—. ¿Hóaz?
El monstruo enseñó los dientes en sierra al esbozar la sonrisa más perturbadora del mundo.
—¿Hóaz? —repitió y milvoces resonaron a la vez—. Nosotros no nos llamamos así. Nuestro nombre es Legión...
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