Capítulo Extra III: Ideales cruzados (II)


Las olas morían en rugidos y se desarmaban sobre los pedregales de la playa gris.

El cielo nublado era un espejo del mar y el viento helado le lastimaba la cara.

A lo lejos, una fortaleza abandonada colgaba de un alto acantilado.

Y a sus pies, un brillo inusual que atrapó su atención.

Un guijarro de color azul metálico que cobró vida al entrar en contacto con sus dedos.

Juxte no supo qué era esa cosa en aquel primer instante. Sin embargo, debido a las latitudes donde se encontraba, enseguida se convenció de que se trataba de un artefacto inusual, legendario, ligado de alguna manera a las divinidades.

Para corroborarlo, solo tenía que volver la vista hacia el Océano.

El témpano y la bestia encerrada en el hielo.

Y la inquietante sensación de un latido que brotaba desde el interior...

—¡Ey!

Juxte giró la cabeza y se encontró con una mujer joven que le sonreía. Vestía el uniforme de la guardia real de Crisol y caminaba por el pasillo manteniéndole el paso. Él se preguntó cuánto tiempo había estado ella siguiéndolo.

—¿Quién eres? —preguntó Juxte cortante.

—Mi nombre es Eva, soy la capitana del escuadrón de inteligencia de este castillo —dijo ella sin perder la sonrisa—. Me han ordenado que te acompañe hasta tus aposentos.

—No necesito que me guíen —repuso él—. Sé hacia dónde tengo que dirigirme.

—Pues lo siento —insistió Eva—, pero estoy acatando órdenes de mis superiores directos y no puedo desobedecer a esos tipos. Tendrás que soportarme un rato más.

Juxte soltó un suspiro de resignación y siguió andando. Abrazó la esperanza de que su acompañante se mantuviera callada durante el resto del camino, pero no tuvo suerte.

—Así que tú eres el Pilar de Zafiro —murmuró Eva con interés—. ¿Y por qué has venido solo? ¿No deberías tener una tropa?

El interrogatorio resultaba doblemente molesto para el enviado de Catalsia debido a que ya le habían hecho las mismas preguntas en la sala del trono, apenas unos minutos atrás.

Juxte no cuestionaba a quienes estaban por encima de él. No cuestionaba a su rey, ni tampoco a quien había sido su maestro en la Academia. Ellos le habían encomendado esa misión en solitario, y él aceptó sin replicar. Por otra parte, no dejaba de resultarle ingrato por parte de Crisol que, siendo un país con tanta pobreza y tanto derroche a la vez, se quejaran de la ayuda que les había sido enviada sin pedir nada a cambio. El acuerdo entre Catalsia y los países a los cuales auxiliaba era puramente formal y podía ser deshecho en el mismo momento en que sus aliados, otrora agradecidos, acabaran dándoles la espalda.

Pero como explicar todo esto le hubiera sido fastidioso y agotador, Juxte se limitó a contestar:

—Trabajo mejor solo.

Eva entonces torció la boca en un gesto de disconformidad.

—Pues lo siento, señor Pilar. Pero si en verdad piensas acabar con la ola de sublevaciones que afecta a nuestro reino, entonces deberás contar con nuestra colaboración, te guste o no.

—¿Ya llegamos? Creo que esta es mi habitación.

—Sí, ya llegamos. Es tu habitación.

Eva le dio una patada a la puerta para abrírsela.

—Descansa. Mañana a primera hora habrá una reunión en la sala del escuadrón de inteligencia. Te sugiero que acudas para que podamos ponerte al tanto de toda la situación.

Aclarado esto y sin dejarlo replicar, la capitana se marchó.


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Un grupo de partidarios de la Liga de Insurrección generó revuelo en una de las calles principales de la capital. Habían detenido el carruaje que transportaba al canciller real y a su esposa y lo habían prendido fuego. Ahora la pareja era rehén de los insurgentes.

Manifestaron a viva voz que no querían lastimar a los prisioneros. Solamente reclamaban el derecho a tener una audiencia con el rey Epífanes, pues desde la muerte de la princesa Julia el monarca se negaba a atender los reclamos del pueblo, por apremiantes que estos fuesen.

No eran muchos los congregados junto al vehículo incendiado, y las armas con las que contaban eran simples herramientas de granjeros y trabajadores de talleres textiles. Sin embargo, los cinco individuos enmascarados que escoltaban al grupo intimidaban con su sola presencia. Parados en círculo, estaban preparados para arremeter con su magia si las huestes reales osaban aplacar el reclamo usando la fuerza.

Uno de los cinco asesinos llevaba la máscara de un pez martillo. Era alto y fornido, y las cicatrices que cercenaban su piel eran marcas de una vida ruda. Su apodo era "Señor T", y fue el primero en avistar al joven que se acercó al lugar con un andar decidido.

—Aléjate de aquí —le espetó el musculoso—. No te involucres en esto si no quieres salir lastimado.

El irreverente ignoró la advertencia y llegó ante el enmascarado, quien lo superaba por casi medio metro de altura. Los otros cuatro observaban la escena con atención. El Señor T estaba a punto de abofetearlo cuando un brillo giratorio se formó en su mano.

—¡Fuerza Espiral Azul!

El conjuro de Juxte impactó contra el abdomen del asesino y logró tumbarlo. Los demás no se demoraron en reaccionar. Las máscaras que cubrían sus rostros representaban a cuatro variedades de insectos, y todos ellos emplearon sincronizados el mismo hechizo:

¡Red Larvaria!

Se trataba de magia con forma de hilo, perteneciente al dominio de Derinátovos. Las hebras eran tan sólidas como una Crisálida, pues utilizaban el mismo tipo de estructura alquímica, y los cuatro asesinos las emplearon con destreza para envolver a Juxte y atarlo con firmeza.

—M-maldito infeliz... —masculló el Señor T, quien se había incorporado con dificultad mientras mantenía una mano en el estómago herido—. ¿Quién rayos te crees que...?

No alcanzó a terminar la frase.

Un destello metálico emergió a través de la ropa del atacante y se movió con velocidad a través de todo su cuerpo, cortando las amarras. La lágrima de Cecilia acabó su recorrido en el puño de su portador, quien entonces la empleó como el canalizador que era para dar un golpe rotundo contra el suelo:

¡Anti-Cascada!

Una estridente columna de agua brotó en torno al Pilar de Zafiro, arrastrando a los enmascarados hacia lo alto. Los cinco acabaron desparramados por el lugar. Los manifestantes miraron a sus compañeros caídos sin saber qué hacer, pues eran simples hombres del pueblo incapaces de hacerle frente a un guerrero mágico. Juxte se preparaba ponerle fin a la protesta y apresar a los enmascarados cuando un estallido llegó hasta sus oídos desde la retaguardia.

Como un rayo se dio vuelta y alzó los brazos para protegerse. La lágrima no fue lo suficientemente rápida y un proyectil de agua lo hirió en el antebrazo derecho. Enseguida se dio cuenta de que el impacto le había fisurado un hueso. Fue afortunado, pues si el disparo lo hubiera alcanzado en la nuca o en la espalda, quizás ahora estaría, cuanto menos, inconsciente.

Se apuró a recorrer la zona con la vista. Estaban en un área residencial y el disparo podía haber llegado desde cualquiera de las ventanas.

Quizás lo peor de todo fue que cuando quiso volver a ocuparse de sus adversarios más cercanos, todos ellos ya se habían dado a la fuga. Solo quedaba la pareja de rehenes, amordazados junto a un carruaje en llamas.

Los soldados de Crisol no tardaron en llegar a la calle donde el incidente había tenido lugar. Ellos se encargaron de atender las heridas del Pilar de Zafiro mientras la capitana Eva lo reprendía con escándalo.

—¡Cómo se te ocurre venir solo a enfrentarte a la Liga!

—Solo actué con rapidez.

—Además, estuve enviándote mensajes durante toda la semana para que acudas a las reuniones. No apareciste en nuestro cuartel ni una sola vez.

—Ya te dije que prefiero trabajar solo. —Juxte no estaba de humor para sermones. Si había sido conciliador con la capitana hasta ese momento fue solo por cortesía. Pero ahora su cabeza estaba ocupada analizando la información que acababa de conseguir. Sujetos enmascarados capaces de emplear magia. Un atacante que observaba todo desde su escondite... ¿Acaso estaba esperando que él apareciera?

—Tenemos un protocolo de intervención en las situaciones con rehenes —siguió amonestándolo la capitana—. Lo que hiciste fue imprudente e irresponsable.

—Si tus estrategias fueran efectivas, tu rey no habría pedido ayuda a mi rey. Tal vez llegó la hora de hacer las cosas de otra manera... ¡Ey...!

Juxte sintió una punzada de dolor cuando la capitana lo sujetó con fuerza por el brazo lastimado.

—Pues no veo que las cosas funcionen muy bien a tu manera tampoco. Y por más que te quejes y lloriquees, estamos juntos en esto. Que mi rey esté en deuda con el tuyo no significa que puedas hacer lo que se te plazca. A partir de ahora acudirás a nuestras reuniones y acatarás mis órdenes. ¿Entendiste?

El Pilar de Zafiro apartó a Eva con firmeza pero sin brusquedad.

—Le sugiero que no vuelva a ponerme la mano encima de esa forma, capitana —le aconsejó con un tono de voz neutral—. No me haré responsable por las heridas que la lágrima de Cecilia pueda llegar a provocarle si esta reacciona de manera espontánea. Con su permiso, iré de regreso a mis aposentos para descansar un poco. Nos veremos en la siguiente reunión de su escuadrón.


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Juxte había viajado hasta Crisol pensando que su misión sería rápida y precisa.

Era evidente que había subestimado la crisis interna de este reino.

Lunas enteras.

Demasiadas lunas permaneció el hermano de Mikán en aquellos territorios conflictivos.

No era algo tan sencillo como enfrentarse a un grupo de delincuentes desalmados. A pesar de que el rey Epífanes le había ordenado ser implacable, Juxte no era capaz de ignorar que muchas personas inocentes también participaban en las protestas y reclamos.

Un problema adicional era que los asesinos enmascarados no siempre se mostraban de manera abierta. No aparecían en todas las manifestaciones, ni eran siempre los mismos. Por otro lado, ¿cómo saber si en algunas ocasiones no se habían mostrado con la cara descubierta? Irónicamente, sus rostros eran sus verdaderas máscaras.

En cuanto a las reuniones con el escuadrón de inteligencia, el Pilar de Zafiro había empezado a frecuentarlas una vez por semana, pero hasta el momento solo había podido sacarles un mínimo de provecho. Eva y sus hombres habían identificado a algunos de los miembros de la Liga. Estaban al tanto de que dos nobles, Clay y Gallops, estaban al frente de la revuelta. También habían armado un registro interesante en el cual figuraban las quince máscaras de animales que habían sido vistas hasta ese momento, junto al tipo de hechizos que empleaban sus respectivos portadores. Por supuesto que aquellos soldados reales no poseía conocimientos mágicos y no eran capaces de distinguir los conjuros de manera rigurosa. Sin embargo, las descripciones eran suficientes para que Juxte se hiciera una imagen clara de las habilidades de sus adversarios más problemáticos. Sobre todo, de uno en particular...

«La máscara de caracol...»

En efecto, ese era el único individuo del grupo que, según el registro, era capaz de emplear magia avanzada perteneciente al dominio de Yqmud. Si ellos dos llegaran a enfrentarse, sería un duelo de magos de agua.

Por lo demás, las reuniones del escuadrón se limitaban básicamente a analizar la información recolectada para tratar de descubrir algún patrón en las protestas y así anticipar los posibles movimientos de la Liga. Sentado en un rincón, Juxte se limitaba a escucharlos debatir, sin intervenir y sin creer que pudieran llegar a nada concreto en base a ese método. Las tomas y motines que se sucedían a través de todo el reino no parecían tener un orden preestablecido. Más bien eran revueltas espontáneas, como si...

«Como si el pueblo mismo estuviera expresándose...»

Tirado en su cama, cierta noche, Juxte tuvo una sensación muy desagradable al pensar en eso. Procuró apartar la idea de su mente. Él no estaba allí para opinar o juzgar. El rey Dolpan lo había enviado para cumplir con una misión, y eso era todo lo que tenía que hacer. Los problemas de aquella gente no eran asunto suyo...

Un repentino repiqueteo en la ventana llamó su atención.

Los ojos del Pilar de Zafiro se abrieron grandes por la sorpresa al descubrir al ave hecha de viento que revoloteaba frente al cristal.

—¿Aquila Jubé?

Juxte se levantó de un salto y abrió la ventana. El pájaro mágico se mantuvo suspendido en el aire con un suave aleteo y de pronto comenzó a hablar:

¡Hola, hola, hola, amigo mío! —se oyó la voz de Alrión a través del pico—. Si estás oyendo este mensaje, ¡eso significa que por fin te he encontrado! Estas cosas no son fáciles de manejar; mucho menos enviarlas hasta la otra punta del continente... Como sea, solo quería saludar, y decirte que espero que todo esté marchando bien con tu misión y con el manejo de la lágrima. ¡Cómo nos costó domesticar esa cosa! Pero tú eres genial, Juxte, casi tanto como yo, por lo que estoy seguro de que debe estar yéndote muy bien. Solo procura sonreír de vez en cuando, ¿sí? Las cosas se vuelven mucho más fáciles cuando tienes compañeros que te apoyan.

»Como sea, hasta aquí llega mi mensaje. Lamento que no puedas seguir escuchando la bella cadencia de mis palabras pero, oye, si quieres conversar un poco más y enterarte de mis últimas hazañas, solo tienes que hablarle directo a esta Aquila Jubé y entonces...

El Pilar de Zafiro cerró la ventana con brusquedad y volvió a su cama con una sonrisa en los labios.

Le tenía mucho aprecio al Pilar de Diamante, pero uno de sus discursos de vez en cuando era todo lo que estaba dispuesto a soportar. Más si era a través del pico de un ave mágica.

Juxte era una persona reservada. Demasiado, quizás. Ni siquiera era capaz de entablar una conversación sana con su único hermano. A pesar de todo, él sabía que Alrión tenía razón. Sin la ayuda de sus compañeros, jamás hubiera conseguido dominar los poderes de la lágrima de Cecilia.

Entonces cayó en la cuenta en la cuenta de algo importante.

Ya llevaba varios meses en ciudad Aratel, combatiendo erráticamente contra los enmascarados y otros miembros de la Liga de Insurrección sin conseguir resultados positivos. Era cierto que acudía a las reuniones que Eva encabezaba, pero siempre contra su propia voluntad y a la espera de que lo desobligaran para volver a recluirse en su soledad.

Tal vez había llegado la hora de colaborar en serio con la capitana y su escuadrón.


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Se oyó el ruido de un cristal quebrándose y Clay saltó en su lugar como si hubiera sido víctima de una quemadura.

—¡Nos encontraron! —balbuceó sin fundamento—. ¡Hay alguien ahí afuera! —dijo y se asomó a través de los tablones que bloqueaban la ventana.

—Ya cállate, Clay —le espetó Gallops mientras revisaba los planos sobre la mensa—. Estamos atrás de una cantina, es obvio que habrá gente afuera. ¿Quieres concentrarte en lo importante?

La Liga de Insurrección estaba organizando su siguiente golpe. Gallops y Molusco ideaban un robo. Si iban a liderar una revolución en contra de la corona, necesitarían mejores armas que palos y rastrillos.

Sin embargo, aún agazapado contra la ventana, Clay escudriñaba al líder de los Herederos y sus emociones seguían poniéndolo en actitud defensiva.

—No confío en él —dijo con la voz trémula y los ojos verdes destilando resentimiento—. Desde que los convocamos a ellos, todo ha ido de mal en peor...

—¡Clay, por favor! —trató de tranquilizarlo su primo—. Por supuesto que las cosas están más calientes. Es un signo de que el rey está escuchando nuestro grito indignado. Es un paso necesario para la liberación. ¿Verdad, Molusco?

Oculto bajo la máscara de caracol, Blew asintió.

—Lo es —afirmó el enviado de Neón—. En estos meses hemos ganado mucho terreno. Ya casi estamos en el punto decisivo del enfrentamiento. No podemos retroceder.

—¡Hemos ganado terreno, pero hemos perdido apoyo del pueblo! —bramó Clay desesperado—. ¡Hemos matado a la princesa Julia! ¿Qué clase de revolución puede hacerse con una mancha como esa?

—¡Todas las revoluciones se hacen con sangre! —le espetó Gallops y golpeó la mesa—. Por los Seis Protectores, Clay. Cualquiera pensaría que no has leído los libros que tú mismo me recomendaste. A nadie le gusta lo que está ocurriendo aquí, pero es necesario que así se haga. ¿Verdad, Molusco?

El asesino hizo otro gesto afirmativo.

Clay se mostró enfurecido.

—No los quiero a ellos más aquí —sentenció—. Quiero que se vayan, Gallops. No era esto lo que vislumbrábamos.

El primo fornido se incorporó de repente. Tiró la mesa e infló el pecho como el leñador del gran árbol del mundo.

—Si quieres bajarte, hazlo ahora —le advirtió a su primo de ojos verdes—. Pero no creas que nos daremos por vencidos. Hemos llegado lejos. Muy lejos. Este es nuestro momento. Pronto derrocaremos al rey y el pueblo podrá vivir en paz.

Clay ya no se atrevió a contradecir a Gallops. Acurrucado en el piso, se mecía mientras trataba de hallar algún consuelo para la carga de su conciencia.

—No nos irá bien... —murmuró—. Esto no puede salir bien...

—Pues qué lástima —replicó Gallops y se agachó para juntar el plano en el que habían estado trabajando toda la semana—. Esta tarde llega a la capital una provisión de ballestas para la guardia real. Vamos a interceptar sus carretas. Y espero que contemos con tu apoyo.

Mientras Clay seguía dudando y su primo se afianzaba como el cabecilla de la Liga de Insurrección, Blew los contemplaba a los dos y sonreía. Nadie se daba cuenta de que atrás de su máscara espiralada se hallaba la traición.

«Parece que un soplón volverá a delatar los planes de la Liga esta tarde», murmuró hacia sus adentros mientras pensaba en su duelo personal contra Juxte, cada vez más próximo.



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