XXXVIII: ¡La única salida: la luz de la Exorción!

—¡Mikán! —dijo Soria y corrió a su lado.

Los demás enseguida también se acercaron. Aún sin ninguna herida visible que revelara el origen del malestar, era evidente que un intenso dolor corroía al prodigio por dentro. Con la vista perdida y la respiración acelerada, apretaba los dientes y no dejaba de sujetarse el pecho.

—Mikán... —volvió a decir Soria, pero él no reaccionaba a su llamado.

Ella lo tomó de la mano, sin poder hacer nada más que acompañarlo.

Fue entonces cuando se produjo la transformación.

Las pupilas de los ojos de Mikán desaparecieron y solo quedaron dos cuentas blancas. Su cuerpo empezó a estremecerse, a latir bruscamente, a ensancharse con cada espasmo. El grupo retrocedió cuando el rostro se deformó; todo el grupo, excepto Soria, quien estaba aterrorizada.

—Un conjuro de posesión... —murmuró Rupel.

Winger la miró exigiendo una explicación.

—Con su último disparo, Jessio ha invocado un demonio de la Cámara Negra para que habite en el cuerpo de Mikán.

—No puede ser...

Pero a pesar de la incredulidad de Winger, el abultado cuerpo continuaba aumentando de tamaño con cada convulsión. Un par de cuernos renegridos emergió a través de la revuelta cabellera, los caninos inferiores crecieron hasta sobresalir de la boca y la nariz se aplanó. Una última sacudida y la transformación estuvo completa. La criatura se irguió, alta y robusta, con brazos gruesos como troncos. Bajo el par de prominentes cuernos, su rostro estaba surcado por una mueca de repugnancia.

Aquello ya no era Mikán.

—Un agriante —dijo Rupel con espanto.

El demonio fijó sus pálidos ojos en la frágil figura inmóvil a sus pies.

—¡Soria! —gritó Pericles.

La bestia lanzó una patada feroz hacia la muchacha, pero fue su padre quien la recibió en su lugar. Las costillas de Pery crujieron y su cuerpo salió despedido por los aires. Cuando tocó el suelo, ya había perdido el conocimiento. Soria seguía allí, con las rodillas en el suelo y sin poder reaccionar, pero ahora el demonio parecía más interesado en seguir golpeando al herrero.

—¡¡Estúpido monstruo, déjalos en paz!!

Demián recogió un gran trozo de escombro y se lo arrojó. El agriante casi ni se percató de la roca que acababa de golpearlo en la cabeza, pero sí se interesó en el hombrecillo que se movía con agilidad a su alrededor blandiendo una espada y un escudo.

—¡Yo lo distraeré, ustedes encárguense de Soria y Pery! —indicó Demián mientras alejaba a la criatura.

—Vamos, Soria... —trató de apremiarla su primo, pero ella no respondía.

Rupel se acercó a Winger y juntos debieron llevarla hasta el sitio donde yacía su padre, para luego resguardarlos a ambos detrás de una columna.

—¡Vamos, bestia, pelea! —provocaba Demián al brutal demonio.

El escudo del aventurero no tardó en llenarse de abolladuras por los pesados golpes que estaba recibiendo.

—¡Lengua de Fuego!

—¡Remolino de Viento!

Rupel y Winger se unieron a la lucha, pero sus hechizos no funcionaron contra el agriante, a quien incluso parecían gustarle las llamas. Aprovechando que el enemigo le había dado la espalda, Demián dio un salto y blandió con vigor su espada.

—¡Te tengo! —exclamó victorioso.

Para su asombro, la misma Blásteroy que había sido capaz de atravesar las gruesas escamas de un tausk y quebrantar la dureza del stigmata apenas si le había hecho un rasguño al engendro de la Cámara Negra.

—¡Es imposible! ¿De qué está hecho? ¿De piedra? —balbuceó Demián—. ¡Oye, pelirroja! ¿Por qué no le arrojas una de esas "mega-cosas de fuego" tuyas?

—¿En serio? ¿Cómo no se me había ocurrido? —replicó Rupel con ironía al tiempo que esquivaba una patada—. Lo cierto es que casi no me queda energía...

Esa era la verdad. Tanto ella como Winger habían llegado al límite y ya no podían emplear sus técnicas más poderosas.

—¿Y qué vamos a hacer? —inquirió el aventurero—. No podemos escapar y dejar aquí a Soria y a Pery. ¡Se los comería!

—Tampoco podemos abandonar a Mikán en este estado —señaló Winger—. Hay que hacer algo... ¿Rupel?

El mago notó algo extraño en el rostro de su amiga, quien de pronto se había quedado quieta y con la vista fija en el monstruo.

—¡Demián! —dijo la pelirroja al fin—. ¿Podrás mantenerlo lejos de nuestro alcance? Tengo un plan que podría funcionar.

—¡Lo intentaré!

Hincando su espada en uno de los robustos pies del demonio, el aventurero logró atraer su atención. Hizo una seña a sus compañeros y de a poco fue retrocediendo hacia el fondo del recinto. Rupel tomó a Winger de la mano y lo condujo en la dirección contraria. Amparados por otra de las columnas que quedaban, la pelirroja comenzó a hablar con una voz que el muchacho de la capa roja halló inquietante:

—Escucha, Winger...Conozco este tipo de maldiciones. Desde el momento en que Mikán fue alcanzado por el conjuro del libro, su alma se fusionó con la del agriante. Tal vez podríamos derrotarlo usando algún hechizo avanzado, pero eso tampoco mejoraría las cosas; el alma de Mikán vagaría para siempre, sin poder descansar... —Rupel hizo una pausa antes de arrojar la verdad—: Sé que es duro que diga esto, pero él ya no podrá volver a la normalidad.

Winger tardó reaccionar. Las palabras que su amiga acababa de pronunciar no hallaban cabida en su cabeza. Ella lo miraba con un profundo pesar. ¿Acaso le estaba diciendo que no había una forma de salvar a Mikán? ¿Estaba él entendiendo bien?

—Si dices que no hay forma de salvarlo, ¿entonces cuál es tu plan?

—Conozco un conjuro que podría funcionar. La Exorción. Se trata de una técnica sagrada, que no pertenece al dominio de ninguno de los Dioses Protectores. Usando la gema de Potsol como canalizador, creo que podremos invocar una luz purificadora y así atravesar el cuerpo del demonio...

—¿Atravesarlo? —repitió Winger, indignado—. ¡Es Mikán! Él está de nuestro lado, no podemos...

—¡Winger, escucha lo que estoy diciendo! —Rupel lo tomó de los hombros y le dio una fuerte sacudida—. Si no actuamos ahora, esa bestia, que no es Mikán, acabará por matarnos a todos. Lo único que podemos hacer por él es liberarlo de la maldición; usar el filo sagrado de la Exorción para separar su alma de la del agriante. Es la única salida...

«La única salida...», tronó en el corazón de Winger. Sintió que algo se rompía en su interior. Era una sensación que ya había experimentado en el pasado, cuando tuvo que huir de ciudad Doovati, y también al reencontrarse con las tumbas de sus tíos. Era la fatal sensación de lo irrecuperable, de lo que no tenía vuelta atrás. Y ahora, nuevamente, ahí estaba.

Rupel lo miraba a los ojos. Él la miraba como podía. Aún sin reaccionar del todo, Winger extendió su brazo derecho.

—Créeme que en verdad lo siento —dijo ella.

Con los ojos llenos de lágrimas, colocó sus manos sobre la gema de Potsol y comenzó a recitar una larga invocación.

Mientras tanto, Demián trataba de ingeniárselas para hacer frente a su tremendo oponente. No era tarea sencilla mantenerlo alejado de tanto de Winger y Rupel como de Soria y su padre. De vez en cuando conseguía asestar un golpe con su espada, pero solo lograba sacarle chispas. Por su parte, el agriante se estaba enfadando por no poder aplastar a su víctima.Dio entonces un fuerte pisotón que sacudió el recinto entero, abriendo una gran grieta en el suelo. Demián perdió el equilibrio y apenas pudo bloquear con su escudo un nuevo puñetazo. Harto de ese objeto que se interponía en su camino una y otra vez, el demonio lo tomó entre sus manos y lo retorció hasta dejarlo hecho una compacta bola de hierro.

—¡Oye! ¡Eso era mío! —protestó Demián—. ¡A ver qué te parece esto!

Lanzó una estocada vengativa, pero el agriante ya estaba prevenido y logró atrapar la espada Blásteroy entre sus dedos para luego arrojarla a la distancia. Demián había quedado desarmado. Lo único que le restaba hacer era...

—¡¡CORRER!!

El aventurero se lanzó a la carrera a toda velocidad alrededor del recinto, huyendo del feroz demonio que lo perseguía a grandes zancadas. Los soldados que Pery y Soria habían dejado fuera de combate se salvaban de milagro de ser aplastados por aquellos pies enormes. En cada vuelta el agriante recogía escombros y los arrojaba con ímpetu hacia Demián; incluso el trono real pasó rozándole la cabeza al muchacho. La distancia entre ambos iba acortándose cada vez más; las manos del perseguidor estaban casi encima de su presa...

Entonces hubo un repentino tropezón y el demonio se fue de boca al suelo. Demián se detuvo y volteó para ver qué había ocurrido.

—Soria... —murmuró con sorpresa.

Allí estaba ella, justo arriba del tumbado agriante, y acababa de usar su Pop.

—¡Deja en paz a mis amigos, monstruo! —le espetó muy molesta.

Rugiendo enardecido, el demonio volvió a levantarse y estiró sus brazos hacia Soria. Demián dio un gran salto y se colgó del cuello de la bestia. Ahora el agriante lanzaba zarpazos intentando derribar a la muchacha escurridiza, al tiempo que forcejeaba para sacarse de encima al aventurero.

La grotesca escena se vio abruptamente interrumpida cuando una luz incandescente los alcanzó. Como encandilado, el demonio apartó a Soria de un manotazo y se deshizo de Demián de un tirón, y olvidándose de ellos echó a andar hacia la fuente de aquella luminosidad: la gema de Potsol.

—¡Rupel, viene hacia aquí! —la alertó Winger mientras observaba con inquietud a la mole que se aproximaba.

—Ya casi... Aún no... —murmuraba la pelirroja, concentrando los últimos restos de su energía en el brazal.

El agriante se hallaba a escasos metros de distancia, sus brazos estirados hacia ellos, sus ojos obsesionados, cuando algo lo detuvo.

—¡No... darás... ni un paso más!

El aventurero había atrapado al demonio por una de sus piernas y no lo dejaba seguir avanzando. El monstruo comenzó a tironear, pero para su asombro aquella diminuta criatura en verdad lo estaba inmovilizando. Rabioso, soltó un rugido y trató de zafarse con más fuerza, dispuesto a llegar hasta el destello refulgente.

Entonces se oyó otro rugido, aún más potente que el anterior. Esta vez el grito había surgido de la garganta de Demián, cuyos ojos resplandecían como perlas doradas.

—¡Dense prisa, ya no lo resisto! —El aventurero estaba poniendo todo su empeño en frenar la marcha del frenético demonio.

—¡Está listo! —Los últimos símbolos de luz emergieron desde las manos de Rupel y activó su conjuro final—: ¡Exorción!

Un fino haz de luz inmaculada emergió desde la gema de Potsol. Radiante como el primer rayo de la mañana, cristalino como una espada de diamante, el instrumento de purificación había adquirido la forma de una cruz que se extendía como una prolongación del brazo de Winger.

—Esa es la Exorción... —Rupel cayó rendida al suelo—. Mucha suerte...

Winger se puso de pie y contempló su magnífica arma mágica. A continuación observó al demonio, que luchaba por liberarse del aventurero. ¿Realmente se trataba de un enemigo? ¿Realmente no había otra salida? Sin hallar una respuesta, Winger echó a correr.

Demián no pudo más y soltó al agriante, que salió disparado con ferocidad hacia el destello que lo deslumbraba. Los dos se acercaban con rapidez. Cada paso cercenaba un fragmento de la distancia entre ellos. El encuentro era inminente. Winger reunió toda su fuerza en un último salto. Arrojó su puño hacia delante y logró atravesar la coraza del demonio con el filo de la Exorción. La espada de luz se enterró hasta el corazón de la bestia, que ya no pudo hacer otra cosa más que soltar un grito ahogado.

El fulgor se trasladó desde la gema de Potsol hacia el cuerpo envilecido, purgándolo de toda la oscuridad que lo había invadido. El agriante cayó de rodillas. Comenzó a reducirse de tamaño, sus rasgos fueron volviendo a la normalidad y las facciones humanas retornaron al rostro.

Otra vez aquel ser era Mikán, quien se desplomó de espaldas al suelo.

Winger se apresuró a inclinarse a su lado, tratando de incorporarlo un poco, y pronto fueron rodeados por Demián, Soria y Rupel. Todos se sorprendieron al notar que el prodigio estaba sonriendo.

—Supongo que este es el precio que pagan los traidores... —logró decir con dificultad.

Soria y Rupel estaban llorando. Demián hacía un gran esfuerzo para no imitarlas.

—No digas eso, por favor —le imploró Winger.

Sentía como la vida de su amigo iba huyendo de su cuerpo.

—No dejen que Jessio logre su meta... Él no sabe...

—Mikán... —murmuró Winger mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.

—Winger... —dijo el prodigio con debilidad—. Me alegra haberte conocido... Amigo...

Los ojos de Mikán se cerraron. Su sonrisa permaneció. Y cesó de respirar.



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