XXXII: El aniversario del rey Dolpan
Pómulos rosados, párpados con sombra azul, pestañas postizas y labios de un rojo muy intenso. Demián contemplaba horrorizado aquella imagen maquillada que el espejo le devolvía.
—No puede ser... No puede ser, no puede ser, no puede ser... —balbuceaba sin cesar—. ¿Cómo fue que acepté esto?
Sentado a su lado, Winger se divertía con los lastimosos comentarios de su amigo, aunque la voluminosa peluca que él tenía puesta, rubia y enrulada, tampoco lo favorecía demasiado.
Afuera el sol se hundía en el horizonte; faltaba poco para el inicio de los festejos por el aniversario del rey. Había llegado la hora de poner en marcha el plan de rescate ideado por Markus.
—El honor de un guerrero es algo sagrado... ¿Qué dirían los grandes héroes del pasado? ¿Eh, qué pensarían? —seguía lamentándose Demián, sin poder creer lo que sus embelesados ojos veían.
—¿Quieres callarte de una vez? —le increpó Mikán, quien luchaba tratando de ajustarle el corsé.
—Es una suerte que mamá esté en ciudad Margot visitando a sus primas —comentó Markus mientras le alcanzaba a Winger un vestido anaranjado lleno de lentejuelas—. Se volvería loca si se enterara que estamos usando sus vestidos.
—Sí, es toda una suerte... —murmuró Demián con sarcasmo—. ¡Ay! ¡Ten más cuidado con eso!
—¡Perdóneme, señor delicado! —exclamó Mikán, fastidiado—. ¿Cómo quieres que te entre el vestido si además llevas escondida tu espada?
Los cuatro muchachos se hallaban en el vestidor de la señora Eloísa, la madre de Markus, quien tenía tres roperos repletos de vestidos, zapatos, pelucas y accesorios, todo un arsenal colorido y exuberante, perfecto para la misión que tenían por delante.
Mikán esquivó un puñetazo que Demián le arrojó al pincharlo por accidente con un alfiler; la señora Eloísa no era precisamente delgada, por lo que esos vestidos necesitaban un par de retoques.
—Markus, ¿cuántas personas habrá hoy en la celebración? —indagó Winger mientras elegía algún sombrero que hiciera juego con su peluca.
—¡Toda la ciudad estará ahí! Hoy hablé con Zack y June, ellos irán con sus padres. Y por supuesto que Lara y Rowen también; su padre es uno de los concejales más importantes del rey.
Winger recordaba bien el semblante austero del señor Greyhall, su mirada penetrante y su fino bigote rojizo. También se le vino a la mente la acusación de posible terrorista que el padre de los mellizos le había obsequiado el día del pleito con Rowen. Era irónico: en cierta forma, aquel hombre había tenido razón al querer someterlo a un exhaustivo interrogatorio.
—¡Ay! ¿Quieres parar de una vez con esos alfileres del demonio? —protestó Demián—. No tienes idea de cómo se hace.
—Ya me tienes harto —le espetó Mikán—. Si no te quejaras por todo, sería mucho más fácil.
—¡Y lo cierto es que este vestido no me gusta! ¡Me hace más gordo! A ver, pásame de nuevo el fucsia...
—————
Mientras tanto, en la sala de estar, el dueño de casa compartía una copa con su huésped el herrero de Dédam. Ellos también tenían camino por recorrer esa noche, y lo mejor era intentar relajarse un poco antes de partir.
—Bien, repasemos el plan una vez más —propuso el señor Grippe, paseándose inquieto por la habitación—. Mientras Winger y Demián están en el palacio, nosotros viajaremos hacia la frontera con Pillón.
Pericles y Soria asintieron.
—Usted nos llevará hasta allí y nosotros iremos escondidos en la caja de su diligencia de repartos —agregó la muchacha.
—Cierto, cierto, muy cierto —asintió el hombre del mostacho—. Una vez en el cruce fronterizo, les diré a los guardias que llevo víveres para los soldados que se encuentran en el poblado de Parson. Siempre viajo hacia esa localidad, por lo que en teoría no levantaremos demasiadas sospechas. Pero por si acaso...
—Nosotros estaremos listos. —El herrero señaló el par de martillos que había traído desde Dédam—. Aunque espero no tener que utilizarlos...
—Si todo sale bien, los dejaré en las inmediaciones del bosque Azul cerca de la medianoche. Allí esperarán a Winger, su novia y Demián para luego seguir a pie hacia ciudad Bastian... ¡Oh, aquí están ellos! —dijo el señor Grippe al escuchar el sonido de tacones bajando por la escalera.
La imagen de los rescatistas disfrazados era arrolladora. Winger llevaba puesto un vestido morado y una peluca escarlata, con un sombrero de seda lleno de plumas azules. Por su parte, Demián lucía un vestido color salmón, un ampuloso busto falso y una peluca platinada con el detalle de un moño lila.
Con solo verlos, Pery estalló en una atronadora carcajada que no se molestó en disimular.
—¡Las damas están listas para la fiesta! —exclamó el herrero, desternillado de la risa en el sofá—. ¿Y qué es esa joroba, Demián? ¿Es la espada de Blásteroy?
—No le veo lo gracioso —gruñó el aventurero.
—¿Quieren repasar el plan? —sugirió Markus.
—Ya lo hemos hecho un millón de veces —protestó Winger, tratando de quitarse un rulo que le caía sobre la frente—. Entramos por la puerta principal y seguimos a la multitud hacia la sala del trono, que es donde la celebración tendrá lugar. Desde allí debemos buscar el pasadizo que lleva hasta la torre este, ¿cierto?
—Si los planos del arquitecto no mienten, tienes toda la razón —afirmó su tío—. Es probable que no puedan dirigirse hacia allí enseguida. Esperen el momento indicado, no se apresuren; tienen toda la noche para hacerlo.
—Recuerden taparse con los abanicos —les aconsejó Soria, con una sonrisa un poco más discreta que la de su padre—. Así están perfectos, pero por las dudas...
—Tengo que decir una vez más que mi hijo fue un genio al darse cuenta de las ventajas de esta fecha —comentó el señor Grippe con orgullo mientras le daba una palmadita a Markus—. Debido al asunto de la guerra, las tropas se hallan en el frente y la vigilancia en el palacio será mínima.
—De todas formas, tengan cuidado con los dos guardias que habrá custodiando la entrada a las mazmorras en la torre este —los previno Mikán, quien tampoco pudo evitar sonreírse—. Para vencerlos, utilicen sus encantos femeninos...
—Sí, "encantos femeninos"... ¡Los parto con mi espada! —bramó Demián—. Bajamos a la prisión, me saco el maldito vestido y se lo doy a Rupel.
—Exacto —corroboró Pery—. Ellos están buscando a Winger, por lo que no sospecharán de ti. —El herrero se quedó observando el plano aún desplegado sobre la mesa—. Supongo que no será tarea fácil, pero tampoco es imposible.
Todos asintieron, conformes con el plan armado.
—Bueno, ¿y qué estamos esperando? —volvió a quejarse Demián mientras se rascaba la nuca—. ¿Nos podemos ir ya? Esta peluca tiene pulgas, o algo.
El grupo salió a la calle y uno por uno fueron subiendo al coche del señor Grippe. La noche prometía ser calurosa, y muchas personas ya se encaminaban hacia el palacio real.
—¿Estás seguro que lo mejor es que me quede? —preguntó Markus a Winger, vacilante.
—Si algo llega a salir mal, tú y los demás tendrán que encargarse de poner en evidencia todo el asunto del complot —explicó Winger; luego le dedicó una sonrisa a su amigo—. Sé que puedo contar contigo para convencer a Lara.
Markus le devolvió el gesto, ahora con más determinación.
—No les fallaré, ni a ti ni a Catalsia —prometió.
Los condiscípulos se despidieron estrechando las manos con fuerza.
—Vamos, Markus, no estés tan apenado —lo animó su padre, ya ubicado en el asiento del conductor—. Recuerda que tu madre no está y alguien tiene que quedarse a darle de comer a Cirilo.
Una vez que Winger subió al coche, el señor Grippe hizo marchar sus caballos.
Y sin más dilaciones, el vehículo partió.
—————
El aniversario del soberano era un acontecimiento muy celebrado en ciudad Doovati. Todo el pueblo apreciaba al bondadoso rey Dolpan por haber ayudado a poner fin a la Era de la Lluvia y hacer de Catalsia un reino que comenzaba a prosperar. En las calles se respiraba un aire festivo, y a medida que el coche del señor Grippe se acercaba al lugar de la celebración, el caudal de gente aumentaba más y más. Por fin apareció el palacio frente a sus ojos: las tres torres habían sido encantadas y resplandecían con mil destellos de plata, y los techos rebalsaban de flores y guirnaldas.
Cuando se hizo imposible seguir avanzando por las desbordadas calles céntricas, el señor Grippe detuvo la marcha. Mientras bajaban del vehículo, Winger observó a unas damas que pasaban justo por ahí, con unos atuendos muy similares a los suyos. Pensó que los disfraces eran perfectos y se convenció de que pasarían totalmente inadvertidos.
—Buena suerte, señoras —les deseó con un guiño el señor Grippe, y enseguida volvió a ponerse en movimiento, ahora rumbo a la frontera.
Winger y Demián se mezclaron enseguida con la multitud y empezaron a caminar con calma hacia el palacio. Cruzaron la plaza con fuentes y la enorme construcción se alzó feroz frente a ellos. El puente de piedra sobresalía como una enorme lengua que conducía a una boca rematada en dientes de hierro. El más pequeño error y ya no habría regreso; esas rejas se cerrarían como las fauces de un león hambriento. Saber que el aventurero estaba a su lado tranquilizaba mucho a Winger.
—Demián, muchas gracias por hacer esto —susurró desde atrás del abanico mientras atravesaban el corredor que conducía a la sala del trono.
—No te preocupes, amigo. Solo procura seguirme y hacer lo que yo haga.
Había numerosos sirvientes que guiaban a los invitados hacia la sala del trono, y otros que ofrecían bebidas y aperitivos a todo el que cruzaran. Cuando uno se acercó a ellos, Demián le arrebató una docena de canapés. Winger lo miró con ojos incrédulos.
—Procura no imitar ese tipo de cosas —dijo el aventurero con la boca llena de bocados—. ¿Quieres uno?
Una música muy agradable fue llegando a sus oídos. Aquel corredor parecía interminable, repitiéndose incesantemente los estandartes de la casa de Kyara a ambos lados del camino. Winger miró por una ventana y divisó la fosa; habría jurado haber visto un cocodrilo agitándose en las oscuras aguas.
Cuando ingresaron a la gran sala del trono, todo allí era alegría y festividad. Algunas personas cantaban y bailaban al compás de los instrumentos, otros charlaban amistosamente, mientras que el resto se entretenía con los payasos y malabaristas que rondaban por el lugar. En el centro del salón había una alfombra circular de color azul sobre la cual estaban ubicados los músicos. Y frente a esta, debajo del escudo de armas de la familia real, ocupaba su trono el homenajeado rey Dolpan con la princesa sentada a su lado.
A Winger le impresionó el aspecto que presentaba el soberano. A pesar de mantener siempre la sonrisa, era imposible no reparar en su extrema delgadez, sus ojos fatigados o su postura encorvada. Era la imagen de un hombre muy enfermo.
«Cada vez más enfermo», se corrigió.
Luego observó a Pales. La princesa lucía un vestido azul, largo hasta el suelo, y llevaba el cabello trenzado alrededor de una diadema de cristal. La notó aburrida y ajena a la celebración. No sin algo de culpa, Winger se permitió dudar una vez más. ¿Realmente ella era el enemigo...?
Una risotada repentina lo sacó de sus cavilaciones. Detrás de ellos, a muy corta distancia, había aparecido Piet. El molesto arlequín merodeaba por el salón importunando a todo el mundo y sin que nadie le pusiera un freno. Acababa de hacerle una zancadilla a uno de los sirvientes, rodando su bandeja por el piso; de ahí el motivo de su carcajada. Pensando que lo mejor era evitar al lunático personaje, Winger y Demián se movieron con discreción hacia otra parte.
Los músicos terminaron con la última pieza y fueron reemplazados en la gran alfombra por un grupo de acróbatas, quienes comenzaron a realizar actos aéreos asombrosos frente al rey. En cierto momento de la noche, un individuo con la cara hinchada y risueña se acercó a Demián y le hizo una propuesta al oído. El aventurero se lo sacó de encima de un codazo.
Mientras paseaban por el lugar, Winger casi tropieza con Zack, quien parecía estar disfrutando mucho de la comida y la música. También pudo a ver a Lara y a Rowen; ellos tenían asientos privilegiados junto a su padre en una mesa larga donde se ubicaban los miembros de la corte y sus familias. Uno de los asientos más importantes se encontraba vacío. Winger comprendió de inmediato que ese era el sitio reservado para el maestro de la Academia de Magia.
Entre tanto, la celebración continuaba. Ahora una compañía de teatro ocupaba el centro del salón, y a las dos "damas" les habían cedido un par de sillas justo al borde de la alfombra azul para presenciar la función. Desde esa ubicación también alcanzaban a divisar el pasadizo que conducía hacia las mazmorras, pero aún era demasiado pronto para intentar algo. A pesar del peligroso operativo que estaban llevando a cabo, Winger debió admitirse que no la estaba pasando nada mal. Entonces se acordó de la pobre Rupel. ¿Cómo se encontraría ella? Seguramente, no tan bien como él...
Una vez terminada la obra, y despedidos sus protagonistas, el homenajeado se puso de pie y pidió silencio a la concurrencia para decir unas palabras. Los invitados esperaban con ansias el saludo de su rey.
—Amado pueblo de Catalsia, quiero agradecerles por compartir conmigo mi aniversario número cuarenta y siete. Estoy disfrutando de un grato momento, y espero que todos ustedes también.
Un par de ancianos ebrios brindaron por el buen rey Dolpan.
—La mitad de la vida marca un viraje en la perspectiva de las personas. Uno comienza a reflexionar acerca de muchas cosas que hasta ese momento no lo inquietaban demasiado. Sentimos la necesidad mirar hacia atrás y preguntarnos si lo vivido ha valido realmente la pena. En mi caso, estoy seguro cuando digo que así ha sido, y debo honrar a todos los dioses por ello. Llevo diecisiete años cargando la corona que mi padre me legó, sirviendo a mi pueblo de la mejor manera posible. También agradezco haber encontrado a la mujer de mis sueños, quien a pesar de ya no estar a mi lado, sigue viva en los ojos de nuestra hermosa hija, Palessia.
Al oír su nombre completo, Pales hizo una mueca de disgusto y ocultó el rostro entre las manos. Algunas personas pensaron que la princesa se había emocionado, pero Winger sospechó que simplemente estaba deseando que toda esa escena terminara de una vez.
—Celebro el nombre de la princesa heredera de la casa de Kyara. Algún día, ella será quien cargue con la corona de Catalsia y la voluntad de su pueblo.
La princesa recibió una afectuosa ovación que poco pareció importarle.
—También considero oportuno mencionar a los veinte concejales de la corte real. Sin ellos, yo no podría tomar las decisiones más acertadas para el progreso de nuestro reino...
Uno a uno, el rey Dolpan fue nombrando a cada concejal. Winger observó sus rostros con detenimiento, preguntándose cuántos de ellos serían cómplices en la confabulación contra ese rey que tanto los apreciaba.
—Mi estimado consejero y amigo, me refiero por supuesto al gran maestro de nuestra Academia de Magia, no se encuentra hoy en esta celebración debido a los conflictos con Pillón. Si bien la situación ya se halla bajo control, él mismo insistió en encargarse personalmente de que todo estuviese en orden.
Winger y Demián intercambiaron una mirada.
—Quiero dedicar el último saludo a Jessio de Kahani, y recemos a los Dioses Protectores para que este problema bélico, tan lamentable para mí y para todos, finalice pronto y vuelva la paz a ambas naciones. Propongo ahora que continúen los festejos. ¡Qué siga la celebración!
Una nueva ola de alabanzas fue dedicada al rey Dolpan. La música regresó al recinto y el siguiente grupo de artistas ocupó la alfombra circular. Pasados diez minutos, Demián finalmente hizo una seña a su compañero para entrar en acción. Winger asintió y los dos abandonaron sus asientos.
Sin embargo, no habían alcanzado a dar un paso cuando una voz estridente gritó:
—¡Detengan la celebración!
La música se interrumpió en el acto y los intérpretes de la alfombra se quedaron mudos. Aquella orden había sido emitida por el general Caspión, quien se abría paso a través de la sala escoltado por una veintena de guardias armados. La multitud desconcertada se hacía a un lado para dejarlos avanzar. El rey se levantó muy molesto de su asiento.
—¡General Caspión! ¿A qué se debe este alboroto?
—El peligroso asesino, Winger de los campos del sur, se encuentra en este cuarto —anunció Caspión con voz firme y potente.
Gritos ahogados recorrieron todo el recinto.
—¿Dices que está aquí? —volvió a interrogarlo el atónito rey.
—Así es, su majestad, disfrazado y acompañado por otra persona.
Sin vacilar, Caspión dirigió su gélida mirada exactamente hacia el sitio donde se encontraban Winger y Demián. El guardián del rey los miró directo a los ojos, los apuntó con su espada y declaró:
—Son esos dos individuos, vestidos de mujer.
Las personas que se encontraban cerca de ellos de inmediato tomaron distancia. Habían quedado expuestos y a la vista de todos los presentes.
—Recuérdalo, Winger —murmuró Demián a su lado—. Por más insensato que parezca, haz todo lo que yo haga.
El círculo que se había formado en torno a los infiltrados fue ensanchándose cada vez más. En el salón reinaba el más profundo silencio. Caspión aún los señalaba, con la guardia real a sus espaldas. El rey no salía de su estupor y, al igual que el resto de los presentes, trataba de descubrir a los infiltrados debajo de los grotescos vestidos de dama. Winger, con el corazón acelerado, intentaba comprender las palabras de su amigo. ¿Qué pensaba hacer Demián?
Entonces el aventurero dio un gran salto en dirección al trono real. En pleno vuelo y con un ágil movimiento, desgarró su disfraz y desenvainó a Blásteroy. Un instante después, y antes de que nadie haya podido reaccionar, Demián estaba ubicado detrás del rey Dolpan y sostenía su espada de una manera amenazante.
—¡Qué nadie se mueva! ¡Al primero que intente alguna estupidez, el rey se muere!
Ninguno de los concurrentes había esperado ni remotamente presenciar algo como eso. Muchos menos el compañero del insólito atacante, quien no podía creer lo que acababa de oír.
—¡Winger, ven aquí! —exclamó Demián.
El mago se acercó rápidamente mientras se deshacía de su disfraz. Los artistas de la alfombra circular se apartaron pavorosos cuando el presunto destructor de la Academia de Magia pasó a su lado.
—¡Por todos los dioses! —protestó furioso cuando llegó junto a Demián—. ¡¿En qué estás pensando?!
—Confía en mí —dijo el aventurero en voz baja—. Toma de rehén a la princesa.
—¿Que haga qué...?
Winger volteó y vio a Pales. La princesa se había puesto de pie y lo observaba con extrañeza, sin decir nada. Otra vez se encontraban cara a cara.
«Esos ojos...»
—¡Vamos, sujétala! —insistía Demián.
—Por favor, no a mi hija —suplicaba el rey.
Pero a Winger no lo alcanzaban las palabras. Se encontraba a merced de esos ojos sorprendidos, pero aún desafiantes. Pensó en la sentencia de Mikán, quien acusó a Pales de ser la responsable de todo el problema. Sin embargo, él no lo sentía así. Parado junto a ella, se negaba a concederle algún instinto criminal a esos ojos pardos. Podía ver en ellos fuerza y determinación, incluso una tristeza escondida; pero no maldad.
Caspión soltó una estruendosa carcajada que inundó la sala.
—¿Qué se supone que intentan hacer? Esto es patético. ¡Guardias! ¡Redúzcanlos!
La guardia real avanzó con decisión y empuñando las armas, pero se detuvo cuando Demián colocó el filo de la enorme espada de Blásteroy contra la garganta del soberano.
—Creo que no entienden lo que es quedarse quietos. ¡Retrocedan!
Los guardias, impotentes, dieron un paso hacia atrás. Quien se adelantó a continuación fue Caspión.
—Chicos, no saben lo que están haciendo —habló en un tono apaciguador—. Basta ya de juegos.
—¡Pero por supuesto que no sabemos lo que hacemos! —exclamó Demián con un frenesí que a Winger le resultó inquietante—. ¡Estoy muy nervioso y si me fastidian terminaré cortándole la cabeza al rey! ¡Retrocede! —exigió con firmeza; luego giró hacia su compañero—. ¡Winger! ¿Acaso no me escuchaste? ¡Atrápala de una vez!
Ahí estaba Winger, sin acabar nunca de reaccionar. Era una lucha de miradas y Pales lo estaba aplastando. No podía ser cierto. Estaba seguro de que Mikán y Jessio habían cometido un error. Ella no era el enemigo que buscaban.
—¡Al diablo! —desistió Demián—. Déjala. Ven aquí y cúbreme.
Obedeciendo por fin esa nueva orden, Winger se alejó de los ojos de la princesa y colocó su espalda contra la del aventurero.
—¿A dónde vamos?
—¿Tú qué crees? A las mazmorras. Su majestad, camine si no desea que le corte el pescuezo. ¡Qué nadie nos siga!
Mientras los ciudadanos de Doovati, como de piedra, contenían el aliento en medio de una tensión extrema, los jóvenes intrusos comenzaron a caminar hacia el pasadizo que conducía a la prisión subterránea, siempre con el rey por delante como rehén.
—¡A un lado! ¡Fuera del camino! —bramó Demián—. Winger, ten listo algún hechizo.
—Ya estoy en eso. —El mago caminaba hacia atrás mientras preparaba sus Flechas de Fuego.
Le dirigió una última mirada a Pales. ¿Había hecho lo correcto?
Lentamente, el grupo fue girando hasta que Winger quedó al frente. Todo el mundo les abría camino, retrocediendo con un inmenso temor. Una mujer les rogó llorando que liberaran a su rey, y un niño muy pequeño observaba la situación desde muy cerca, sin comprender del todo si aquello era algo común en ese tipo de festejos. Cuando pasaron frente a la mesa de los cortesanos, Winger procuró evitar las miradas de los mellizos. Casi palpaba la decepción de Lara y la agresividad de Rowen.
—¡Delincuentes, no llegarán lejos! —los reprobó el señor Greyhall.
—¡Cállate, viejo! ¡Ustedes tres, para atrás! —ordenó Demián a unos guardias que intentaban emboscarlos desde la izquierda—. Winger, ¿cómo vamos?
—Creo que bien —balbuceó el mago, observando el arco del pasadizo que se abría frente a él.
Consiguieron atravesar el umbral. Las personas quedaron atrás. Ahora inmersos en el corredor, empezaron a andar un poco más deprisa.
—Estate atento, Winger —le aconsejó Demián.
—Muchachos, esto es una verdadera locura —trató de negociar el rey—. Este pasadizo no tiene salida, no sé hasta dónde piensan llegar...
—¿Por qué no guarda silencio? No le sucederá nada si logramos nuestro objetivo. Tenemos que salvar a una compañera... ¡Maldición, te dije que no nos siguieras!
Demián se dirigía a Caspión, quien avanzaba con cautela por el mismo corredor que ellos, a una distancia prudente y escoltado por decenas de hombres armados.
—No tienen la menor idea de lo que están haciendo —les espetó el general con una sonrisa despectiva.
Los sonidos del gran salón se oían más lejanos con cada paso que daban; ya casi eran imperceptibles. Continuaron sin decir nada un buen trecho del camino. Algunas veces, el pasillo se bifurcaba y debían solicitar la ayuda del rey para continuar. También había personas que se asomaban despistadas por alguna puerta lateral, y Winger tenía que ordenarles volver a meterse a las habitaciones y cerrar con llave. En una ocasión, un cocinero por de más de valiente trató de atacarlos con su sartén.
—¡Flechas de Fuego! —Fue derribado por Winger.
—Buenos reflejos —elogió Demián a su compañero.
La luz de la luna los iluminaba cada vez que pasaban por debajo de una ventana. Las bifurcaciones se habían acabado y ahora avanzaban por un único y frío pasadizo. Detrás de ellos venía Caspión, demasiado tranquilo, seguido de cerca por sus hombres. Mantenía sus ojos sobre Demián con una actitud complaciente.
Unos metros más adelante, Winger notó que el camino por fin se terminaba.
—Demián. Es una puerta de hierro, muy grande.
—¿Qué hace una puerta así en este sitio? ¿Su alteza?
—Es la puerta de la torre este —explicó el rey—. Su función en el pasado era la de frenar los motines que se producían en las mazmorras, aunque hoy en día...
—Suficiente, gracias —lo interrumpió el aventurero—. Winger, recuerda que lo más probable es que haya uno o dos guardias del otro lado de esa puerta. Estate listo.
—Lo sé.
—¿Tienes preparado un hechizo?
—El indicado —respondió Winger con toda confianza.
La puerta se acercaba. Ya casi estaban ahí...
Entonces Winger la abrió de una patada.
Habían ingresado a la torre este. Y estaba desierta.
Demián paseó la vista por el lugar. Se trataba de una habitación circular iluminada por cuatro antorchas. Una abertura en el muro conducía a las escaleras de caracol que ascendían en espiral hacia lo alto de la torre, y también se dirigían hacia abajo, a la prisión subterránea. Winger observó el vacío arco de piedra, el lugar donde los centinelas de las mazmorras deberían estar apostados. Algo no andaba bien.
—¿No se supone que habría...?
¡PUM!
La pregunta de Winger quedó truncada por el sonido de un fuerte portazo. Miró por encima del hombro de Demián y divisó a Caspión, parado delante de la puerta de hierro, ahora cerrada.
Estaba solo.
El guardián del rey trabó el grueso portón con un cerrojo.
—¡Han bloqueado la puerta! —dijo a sus hombres, quienes ya forcejeaban del otro lado—. ¡Traigan un ariete, algo para derribarla! ¡Deprisa!
Ni Winger, ni Demián, ni el rey Dolpan comprendieron lo que estaba sucediendo. ¿Por qué Caspión había hecho algo así?
—¿Pero qué demonios haces? —lo interrogó Demián.
—Caspión, ¿por qué has hecho eso? —también inquirió el rey.
Pero el general se limitó a reír por lo bajo, sin decir una sola palabra. Entonces comenzó a caminar hacia ellos.
—¡No des un paso más! —le advirtió Demián, tirando al rey del cuello hacia arriba con el filo de Blásteroy.
Caspión se detuvo. Despacio alzó su espada y apuntó hacia el grupo. Un destello escarlata comenzó a brillar en la punta del arma, y una sonrisa triunfal se dibujó en el gélido rostro del general.
—Adiós.
Un delgado haz de luz roja salió disparado, veloz y certero, directo hacia ellos.
Y dio en el blanco.
Winger no sentía dolor; no lo había herido a él. Miró a Demián, quien tampoco parecía lastimado, aunque sus ojos estaban llenos de espanto y confusión. Observó entonces al rey, cuya expresión solo delataba sorpresa.
Un segundo después, empezó a dar arcadas.
Solo cuando Demián lo soltó y el rey Dolpan cayó al piso, Winger logró entender: una diminuta pero mortal herida atravesaba la garganta del soberano, y la tibia sangre brotaba a través de ella.
En la misma noche de su aniversario, el rey Dolpan estaba muriendo.
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