XXXI: Una visita a la Academia

Markus volvió a llevarse las manos a la cara.

—No puedo creerlo... —se repetía, mortificado—. No puedo creer que yo haya accedido... No puedo creer que estemos haciendo esto...

—¡Vamos! —exclamó Winger con entusiasmo—. Solo será un momento.

Mikán soltó una risa, muy entretenido.

Los tres caminaban rumbo a la Academia. O mejor dicho, hacia el sitio donde se estaban dictando las lecciones desde el desafortunado incendio: la casa de Jessio.

—¿Sabes lo que pasará si alguien llega a descubrirte? —Markus miraba con preocupación a su amigo, quien se hallaba escondido bajo la capucha de su capa roja—. Todo el plan se irá a la basura, y solo porque no has sido capaz de resistir la tentación.

—No seas tan duro con él, Markus —intervino Mikán, aún risueño—. Hace meses que no ve a sus amigos, no pienso que sea tan malo ir a echar un vistazo. Además, será una buena oportunidad para reunirnos con Jessio y ponerlo al tanto de todo lo ocurrido. ¿Verdad, Winger?

Este asintió con énfasis, muy conforme con lo que estaban haciendo.

—Sigo pensando que no es una buena idea —continuaba Markus reticente.

—De cualquier modo, no podremos hacer nada hasta el anochecer —arguyó Winger—. ¿Qué íbamos a quedarnos haciendo el día entero en la casa? Todos estamos muy conformes con tu plan, ahora solo tenemos que esperar.

Markus se sintió muy halagado por ese comentario.

Esa mañana, muy temprano, el señor Grippe había estado haciendo algunas averiguaciones. Entre otras cosas, se enteró que Caspión realmente había llevado un prisionero a las mazmorras del castillo para interrogarlo.

—Es una suerte que el arquitecto de la corte me deba algunos favores —había comentado el señor Grippe al regresar a su vivienda trayendo consigo algunos bocetos hechos a mano de la estructura interna del palacio.

De inmediato todos se pusieron a escrutar el plano improvisado, y no tardaron en dar con la ubicación las mazmorras. Tomando una serie de pasadizos desde la sala del trono, era posible llegar hasta la torre este y, desde allí, descender a la prisión subterránea. Si Winger y Demián seguían correctamente los pasos ideados por Markus, lograrían entrar al palacio, llegar a las mazmorras y rescatar a Rupel de una forma discreta y en plena celebración por el aniversario del rey Dolpan. En verdad a todos les había parecido un plan excelente debido a su sencillez. A todos, menos a Demián.

Winger no pudo evitar reírse al pensar en su amigo el aventurero, a quien habían dejado en casa de Markus muy angustiado por lo que tendrían que hacer esa misma noche, mientras Soria y su tío intentaban consolarlo y levantarle el ánimo.

Aquella parte de la ciudad era tranquila y muy verde, con los tupidos sauces que distinguían los alrededores de ciudad Doovati. A los costados del sendero, vistosas quintas y glorietas completaban el paisaje. Winger nunca había andado por allí, y paseaba la vista con curiosidad tratando de adivinar cuál sería la casa de Jessio. Aunque no había muchos transeúntes, él marchaba siempre entre sus dos escoltas y protegido por las ramas de los árboles.

Se detuvieron frente a una de las quintas. Se trataba de una vivienda con paredes blancas, techo de madera y un gran jardín delantero. Esta era la residencia de Jessio.

Aún faltaban algunos minutos para el toque de la campana de salida.

—Recuerda lo que hablamos, Winger —señaló Mikán, ahora más serio—. Yo iré en busca de Jessio y Markus traerá a tus amigos hacia aquí para que compruebes que están bien. Pero que ni se te ocurra salir de tu escondite.

—No hace falta que me lo repitas —contestó Winger, un poco disconforme, mientras se iba a ocultar detrás de un sauce gordo.

—Muy bien, aquí vienen —avisó Markus al tiempo que la puerta se abría y los jóvenes con capas de diferentes colores comenzaban a desfilar hacia la calle.

Winger se cubrió aún más con la capucha y se dispuso a espiar desde atrás del árbol. Los primeros en salir fueron los aprendices del nivel avanzado, conocidos de Mikán, por lo que él se adelantó a saludar.

—Winger, pase lo que pase, no te muevas de aquí —le susurró Markus mientras esperaban a los del nivel inicial.

—No te preocupes —dijo Winger sin quitar la vista de las filas de jóvenes magos.

De pronto avistó a June, quien como de costumbre venía con la cabeza metida en el periódico semanal. Justo detrás de él distinguió a Lara y a Zack.

—¡No te muevas! —le recordó Markus una última vez antes de ir a reunirse con sus compañeros.

Observando desde las sombras, Winger rememoraba los buenos momentos que había pasado con sus amigos en la Academia. Tal vez solo habían sido un par de meses, pero él jamás había tenido otros amigos antes que ellos. Le hubiese encantado acercarse y saludarlos, saber cómo marchaban sus vidas, pero sabía que eso no tenía sentido. Lo más probable era que se alejaran horrorizados al verse cara a cara con "Winger, el traidor de Catalsia".

Suspiró resignado. Pero enseguida volvió a darse aliento; había otra persona a quien esperaba ver. Se trataba de Jessio. Winger mantenía la esperanza de poder encontrarse con su maestro. Tenía tanto que contarle...

Sin embargo, la última persona en abandonar la casa quinta fue Dekis. Y para sorpresa de Winger, estaba cerrando la puerta con llave. Decepcionado, observó como Mikán se acercaba al tutor novato, seguramente para averiguar qué había sucedido con Jessio. Intercambiaron solo algunas palabras; luego Dekis sacó un sobre de su túnica y se lo entregó a Mikán. ¿Acaso era un mensaje de...?

—¡Ey, forastero!

«No puede ser...», un horrible presentimiento atravesó cada vértebra del cuerpo de Winger.

—¡Ey! ¡Te hablo a ti! —volvió a decir la voz pendenciera de Rowen, quien se hallaba solo a unos pasos de distancia—. ¿Qué haces espiando ahí? ¿Acaso eres un extranjero? ¡Oye, te estoy hablando!

Rowen tomó a Winger por el hombro, pero este se apartó de un salto.

—Lo siento... —murmuró Winger, tratando de disfrazar la voz—. Ya me iba, solo pasaba por aquí...

—¿Cómo que ya te ibas? —continuó Rowen, ahora con un tono malicioso—. Creo que no. Antes tienes que intercambiar algunas palabras conmigo.

Se escucharon las risas de la pandilla de Rowen a sus espaldas. El polvo del suelo empezaba a sacudirse. A Winger no le gustó eso; sabía bien lo que significaba. Comenzó a caminar más rápido, pero el polvo pareció alertarse de su intención de huir y se agitó salvajemente.

¡Límite de Tierra!

Las partículas de polvo formaron una confusa pantalla que obligó a Winger a detenerse. Ese hechizo era nuevo. Al parecer, Rowen también había estado mejorando.

Winger mantenía la vista baja y se tapaba lo más posible con su capa, pero sabía que no tardarían en reconocerlo.

—Supongo que no comprendes tu situación —dijo Rowen con sadismo—. Tal vez tenga que mostrarte otros de mis trucos...

La cortina de polvo se arremolinó alrededor de Winger.

«Tengo que hacer algo»

Aún sabiendo que se pondría en evidencia, exclamó:

—¡Anticicl...!

—¡¿Pero qué se supone que estás haciendo?! —intervino una voz femenina que Winger reconoció en el acto: era Lara.

Rowen la miró con desdén.

—¿Quieres dejar de entrometerte en mis asuntos, hermanita?

—¿Y tú quieres dejar de molestar a todo el mundo?

Mientras los hermanos discutían, Winger aprovechó la oportunidad para escapar de allí. A pesar de que la atención de Rowen estaba puesta en otro lado, su muro de polvo seguía firme. Susurró:

—¡Anticiclón!

Y el Límite de Tierra se desplomó.

—¡Ey! —exclamó Rowen al verlo correr—. ¡Mira lo que has hecho, Lara! Dejaste escapar a un posible espía.

La muchacha no escuchaba los reclamos de su hermano; se había quedado con la vista clavada en el fugitivo.

—Esa capa...

—¿Qué dijiste? —inquirió Rowen.

Pero su hermana ya se había echado a correr en dirección al desconocido encapuchado.

Winger se percató de los pasos de Lara cuando ya casi la tenía encima. La miró por el rabillo del ojo y tuvo la impresión de que, en ese mínimo vistazo, ella lo reconoció.

—¡Espera! —gritó ella, y él aceleró aún más.

El sendero verde pronto se convirtió en calles adoquinadas. La muchacha era veloz y le pisaba los talones en cada curva. Aquello era una verdadera carrera de obstáculos en la que había que esquivar transeúntes, animales sueltos y puestos ambulantes. Sin proponérselo, Winger se fue metiendo por las calles céntricas de la capital, y cuando al fin se dio cuenta, ¡estaba en medio de la plaza pública!

Cientos de personas por todas partes. Y él, el fugitivo número uno, parado ahí a plena luz del día. Entonces volvió a oír la voz de Lara:

—¡Tú, el de la capa roja, vuelve!

Al parecer, ella no le había perdido el rastro.

«Oh, no...», se inquietó Winger. Conocía esa mirada llena de determinación en su amiga. Ella no se detendría hasta alcanzarlo.

Reemprendió la huida a toda prisa, temiendo que Lara comenzara a disparar su magia de un momento a otro. Si provocaba un alboroto en un lugar lleno de gente como ese, estaba perdido.

Cruzó sin ver una avenida y casi fue atropellado por un carruaje. Sin embargo, con esa acción arriesgada logró dejar a Lara atrás. Tomó por un estrecho pasadizo, ahora sí dirigiéndose hacia la casa del señor Grippe. Aunque continuaba desorientado, supuso que ese atajo lo haría llegar a la zona residencial de un momento a otro.

¡Por fin vio la salida del callejón!

Se apresuró a doblar hacia la residencia de Markus. Apenas había puesto un pie en la acera cuando alguien saltó sobre él y lo derribó.

—¡Te tengo! —exclamó Lara, victoriosa tras la embestida.

Ella estaba encima de él; lo tenía atrapado, boca abajo y en el suelo.

—Ahora veremos quién eres...

Lara estaba a punto de quitarle la capucha cuando un grito llegó al rescate:

—¡Cirilo! ¡Primo Cirilo!

Era Markus, quien se acercaba jadeando y sacudiendo una mano en el aire.

—¿Primo Cirilo? —repitió Lara, todavía arriba de Winger.

—¡Lara! Veo que te has encontrado con mi primo —dijo Markus, sonriente, mientras ayudaba al presunto pariente a liberarse de su captora—. ¿Estás bien, Cirilo? Pero qué inquieto eres, ¡te dije que me esperaras junto al sauce!

—Sí, sí, estoy bien... —balbuceó Winger mientras se acomodaba la capucha.

—No sabía que tenías un primo con ese nombre, Markus —comentó Lara con recelo, aún intentando espiar el rostro debajo de la capa roja.

—Oh...Yo creo que sí se los he dicho, debes haberlo olvidado. —El hijo del señor Grippe tomó a Winger por los hombros y comenzaron a alejarse—. Vamos, Cirilo, tu diligencia parte en una hora, ¡tienes que prepararte! ¡Nos vemos mañana, Lara!

—¡Markus, espera! —le ordenó la muchacha, muy frustrada.

—¡No hay tiempo ahora, hasta mañana! —volvió a decir Markus mientras apuraban el paso cada vez más.

El joven de gafas continuó vigilando a su amiga hasta comprobar que ya no los estaba siguiendo.

—Uf... Eso estuvo cerca... —respiró aliviado—. Les dije que todo esto era una mala idea.

—¿Primo Cirilo? ¿No se te pudo ocurrir algún nombre más ridículo? —protestó Winger.

—Oye, no te quejes —replicó Markus—. Además, ese es el nombre de mi gato.

—————

Caminaron presurosos hasta que al fin perdieron de vista a la muchacha. La casa aún estaba a un par de manzanas de distancia, pero con algo de suerte ya no se toparían con más problemas.

—Por cierto, gracias por salvarme el pellejo —dijo Winger a su amigo—. Ella casi me descubre.

En realidad, se había quedado algo preocupado por esa leve mirada que habían cruzado. ¿Lara lo había reconocido?

—No es nada, Winger. Por fortuna, llegué a tiempo. —El hijo del señor Grippe no podía creer de la que se habían salvado—. No quiero ni imaginarme qué habría pasado si ella llegaba a descubrirte.

—¿Lara está muy enfadada conmigo?

Markus se quedó mirando a Winger, sin contestarle. No pudo evitar pensar en ese día que siguió al incendio. El momento en que su padre le había dado la terrible noticia; él y Zack corriendo hacia el establecimiento para comprobarlo con sus propios ojos; la multitud reunida, la valla de contención y los soldados inspeccionando el lugar. La expresión de desconcierto en el rostro de Lara. La visión angustiante de la Academia vuelta escombros y cenizas.

Fue entonces cuando apareció Jessio, quien luego de solicitar silencio entre sus discípulos refirió al fin los hechos. Hubo un ataque durante la noche; dos tutores que no lograron salir con vida. Y la más trágica de las noticias: el atacante había sido un aprendiz de esa misma institución. Un joven oriundo de los campos del sur llamado Winger.

Las voces de asombro y espanto se mezclaron entre los aprendices. Los aprendices más avanzados se negaban a creer que un novato haya podido llevar a cabo semejante atentado; los del nivel inicial, que aquel muchacho tímido fuese capaz de un acto tan cruel.

 Jessio respondió a tantas preguntas como pudo.

"Sin embargo, debo admitir que yo también me hallo tan perplejo como todos ustedes", había confesado. Y cuando alguien relacionó el nombre de Winger con los extraños sucesos ocurridos durante el Combate de Exhibición, el maestro no supo cómo negarlo.

Jessio terminó diciendo que la Academia no cerraría sus puertas. Apenas una semana más tarde, las lecciones fueron retomadas en su propia residencia, contando con el apoyo de unos pocos tutores y la mejor predisposición por parte de sus discípulos.

Así, poco a poco las cosas fueron volviendo a la normalidad.

Sin embargo, Markus recordaba la mirada de Lara, esa mañana después del incendio. Eran los ojos azules del rencor, de la rabia y la desilusión. Sabía que algo continuaba agitándose en el alma de su amiga. Una intensa caldera de sentimientos encontrados que aún no se habían apagado...

—Markus —lo trajo Winger de vuelta al presente—. No me has contestado. ¿Ella sigue muy enfadada conmigo?

—No, Winger —respondió al fin—. Ocurre que es una época complicada para todos. Solo eso.

Subieron por una última calle y la vivienda del señor Grippe apareció frente a ellos. Muy disgustado, Mikán los estaba esperando en la puerta.

—¿Me pueden decir dónde rayos se habían metido? Terminé de hablar con Dekis y ustedes ya no estaban ahí.

—Todo fue mi culpa, lo siento mucho —se disculpó Winger, al tiempo que notaba el sobre lacrado que el prodigio tenía en la mano—. ¿Qué es eso?

—Es una carta de Jessio —señaló Mikán, para sorpresa de los otros dos—. Vamos, entremos y podremos saber qué nos dice.

—————

Todo el grupo estaba reunido alrededor de Mikán en la sala de estar. Sobre la mesa se hallaba desplegado el plano del palacio, con dos nueces que representaban a Winger y Demián y sus futuros movimientos.

El prodigio extrajo la carta y comenzó a leer en voz alta:

—"Estimado Mikán:

»Espero que este mensaje llegue a tus manos, y que lo haga antes de que sea tarde. Las últimas semanas han sido tormentosas; todo el mundo forma parte de esta trampa contra el rey. Dekis es una de las pocas personas en las que aún puedo confiar, y es por eso que esta carta quedó bajo su resguardo.

»Lamento no haber podido recibirte en persona, pero esta misma mañana han llegado noticias desde el frente. Las débiles fuerzas de Pillón han sucumbido, el palacio de Bastian ha sido tomado y ya comenzó la búsqueda del objeto tan preciado: el libro maldito de Maldoror. Por esta razón he partido hacia allí, con el propósito de asegurarme que no caiga en manos enemigas.

»Sin embargo, sé que no podré hacerlo solo. Es por eso que he adjuntado un mapa a esta carta."

Todos se acercaron a ver el dibujo hecho por Jessio.

—¡Es un mapa de la capital de Pillón! —exclamó Markus.

Efectivamente, se trataba de un bosquejo de ciudad Bastian, con tres elementos que se distinguían sobre los demás: el palacio, el cementerio y una línea roja que unía esos dos puntos.

Mikán continuó con la lectura:

—"Como puedes ver allí, hay un pasaje subterráneo que conduce hasta la sala del trono del palacio, donde se supone está oculto el libro. La entrada secreta se halla en el cementerio de Bastian, más precisamente, bajo la tumba de Maldoror. Confío en que podrás usar un hechizo decodificador para abrir el camino.

»Por ahora, eso es todo. Espero que tanto tú como Winger se encuentren a salvo y hayan podido conseguir la ayuda del sabio Gasky.

»Ruego por que nos volvamos a ver,

Jessio"

Se produjo un silencio de reflexiones.

—Supongo que eso facilita un poco las cosas —opinó Pericles.

—Así parece... —asintió Mikán, abstraído en sus pensamientos.

—Bueno, ¿alguien quiere sopa? —rompió el señor Grippe con la tensión del momento.



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