XXVII: Última noche en la mansión de Gasky
Durante el camino de regreso, Winger contó a sus compañeros todo lo que había sucedido la noche anterior, incluidos los detalles de la conversación con el conde. Los tres se quedaron perplejos al enterarse de cómo habían sido las cosas. Si bien ahora entendían un poco mejor el objetivo de aquel largo viaje a villa Tanguy, había varias piezas que aún no encajaban.
—Tal vez Gasky buscaba que nos hiciéramos amigos del conde —propuso Soria.
—Cierto —coincidió Mikán—. Que selláramos una alianza con él. Parece un sujeto muy poderoso...
Winger no pudo evitar sonreírse al recordar las palabras del conde: "Sumergí a tu amigo en el Sueño Eterno por entrometerse en lo que no le incumbe". No había indagado en el tema, pero supuso que Mikán había salido a investigar a mitad de la noche y acabó topándose con el amo del castillo. Por su parte, Winger casi no había presenciado los poderes del misterioso inmortal, pero si había sido capaz de reducir al mejor discípulo de Jessio con tanta facilidad, en verdad debía ser alguien muy fuerte.
—¿Y qué hay con ese paquete que te dio? —señaló entonces Demián—. Tal vez ahí se encuentre otro ingrediente del plan de Gasky, como el nómosis o el stigmata.
—Todas son buenas teorías —afirmó Winger.
Pero en el fondo, algo le decía que el motivo central de ese viaje había sido aquella charla nocturna en sí misma. Solo eso.
«"El destino está a punto de abrirse frente a ti"», le había dicho el conde sin dar más explicaciones. Winger sentía una gran curiosidad por descubrir a qué se estaba refiriendo, y si se trataba de algo bueno o malo.
Como esta vez tuvieron que hacer todo el trayecto a pie, tardaron dos días y medio en regresar al monte Jaffa. Arribaron a la mansión justo a la hora del almuerzo, y la humeante chimenea de la cocina indicaba que Gluomo estaba preparando alguna de sus deliciosas comidas.
Cuando entraron, se sorprendieron de hallar al anciano historiador en el comedor, y no en su laboratorio del ático. Pergaminos amarillentos y rasgados, libros de diferentes tamaños, pilas altísimas de manuscritos, periódicos y palimpsestos; todo estaba distribuido de una manera desordenada sobre la mesa que antes utilizaban para comer. El viejo Gasky les dio la bienvenida con una sonrisa débil, mirándolos a través de unos gruesos anteojos para leer y queriendo saber cómo había resultando la visita al conde.
Entre múltiples idas y vueltas entre el comedor y la biblioteca, los cuatro lo pusieron al tanto de todo lo ocurrido, y al finalizar Winger le entregó el paquete de Milau. Como si se tratara de un niño que recibe un obsequio, el anciano abrió el fardo con entusiasmo y a la vista de todos: se trataba de una reducida colección de escritos, algunos frágiles por las décadas y otros casi hechos polvo por las centurias. Y encima de la pila, una nota con la caligrafía del conde dirigida a Gasky.
—Será mejor que comience a averiguar qué me ha querido decir nuestro amigo el conde con estos textos —comentó el historiador mientras revisaba los delicados documentos con las cejas muy elevadas—. Gluomo debe encontrarse en la cocina en este momento, seguro querrán ir a saludarlo.
El grupo captó enseguida la indirecta y dejaron al anciano trabajar en soledad.
Almorzaron en la cocina en compañía del plásmido, quien les había preparado unos filetes de cerdo con aromáticos bocados de queso y maíz. Mientras tanto, oían los pasos del historiador a través de la casa, cada vez con más apuro. Gluomo les informó que hacía tres días que Gasky trabajaba sin cesar, deteniéndose apenas para comer algo y tomar café.
—Con razón se lo ve tan agotado —comentó Soria, apenada por el anciano.
—¿Es común que baje a trabajar al comedor? —preguntó Mikán.
—Parece que el señor ha descubierto algo —murmuró el plásmido, sirviéndoles más filetes—. Siempre baja al comedor cuando encuentra algo importante.
—¿Será algo relacionado con nuestro viaje? —inquirió Winger mientras se peleaba con Demián por el último trozo de carne.
—Así parece, señor.
—¿Tú has hablado con él? —indagó Mikán, apoderándose del preciado botín de sus compañeros.
—Solo un poco —comentó Gluomo—. Me ha dicho que los acontecimientos han dado un giro inesperado.
—————
Los cuatro jóvenes pasaron el resto de la tarde descansando y recobrando energías. Veintiún días habían transcurrido desde la llegada al monte Jaffa; tres semanas durante las cuales habían estado siguiendo las inconexas instrucciones de Gasky, y además se habían afianzado como grupo. Habían conocido a la bruja Ruhi, al conde Milau de Párima, y habían batallado contra un temible tausk. ¿Cómo seguiría ahora el plan? Se hallaban conversando distendidos a la sombra de la mansión, cuando Gasky se asomó desde la puerta.
—¿Podrían venir un momento, por favor? —les pidió con un tono serio.
Y sin dar más detalles volvió a entrar.
Los jóvenes intercambiaron miradas de intriga mientras caminaban presurosos hacia el comedor. Una vez allí, tomaron asiento y esperaron a que Gasky les explicara lo que estaba ocurriendo.
—Creo que he dado con el motivo por el cual Catalsia decidió invadir Pillón.
La inesperada noticia fue muy celebrada por los cuatro compañeros de viajes. Pero el semblante ensombrecido del anciano les hizo sospechar que había algo más.
—Tengo que darle las gracias al conde Milau por su ayuda. —Señaló los documentos dispersos sobre la mesa—. Sin esta información adicional habría tardado varias semanas en darme cuenta, y probablemente entonces sería demasiado tarde...
—¿Pero qué es lo que ha descubierto? —preguntó Winger, muy ansioso.
Gasky hizo unos segundos de pausa antes de comenzar a hablar:
—Debo contarles una historia muy antigua. La historia de un alquimista, de un mago oscuro muy poderoso que vivió hace más de dos mil años. Su nombre era Maldoror.
Los cuatro escuchaban con atención.
—Remontémonos al milenio VIII, al final de una época que muchos nostálgicos de la historia llaman, no sin exagerar, la "Era de Oro". Menciono que es un calificativo exagerado porque en realidad no hay nada glorioso en esa etapa; simplemente es un período de relativa paz y armonía global. El mapa del mundo se hallaba más bien acomodado, los diferentes reinos prosperaban poco a poco. Aún no existía el imperio de Párima, o el de Laconte... Las personas tenían fe en el porvenir, en fin.
»Fue entonces cuando Maldoror hizo su entrada al escenario mundial. Nadie sabe con exactitud de dónde surgió este poderoso hechicero, cuál era su reino de origen, su ascendencia. Algunos especulan que su tierra natal debe ubicarse en el continente de Mélila, pues fue allí donde comenzó su conquista. Pero son vanas suposiciones sin fundamento; Maldoror podría haber nacido en cualquier parte.
»Según las diversas fuentes que han llegado hasta nuestros días, era un adorador de Daltos, el dios de la noche. Esto no es algo malo de por sí, recuerden que se atribuye a esta divinidad la invención de todas las ciencias. Fue así que Maldoror se abocó al estudio y desarrollo de una alquimia nueva y muy peligrosa, cruzando el límite de lo éticamente aceptable. Se sabe que llegó a utilizar seres humanos en sus experimentos; también se cuenta que hizo aquello que los Dioses Protectores no perdonan: pactó con los demonios de la Cámara Negra.
—¿Pero cómo es eso posible? —exclamó Mikán, tan estremecido como sus compañeros al oír eso—. Se supone que la Cámara Negra fue sellada por los dioses hace muchos milenios.
—A gran escala, eso es correcto —asintió el historiador—. Pero hay grietas minúsculas que permiten cierta comunicación entre este mundo y aquella prisión dimensional. Los magos oscuros de todas las épocas han acudido a esas fallas para conectarse con los demonios, incluso para liberarlos. Pues bien, el ejemplo máximo de ese tipo de herejía es Maldoror. Sus fórmulas alquímicas eran tan avanzadas que arrojaban datos exactos acerca de la topografía de la Cámara Negra y cómo controlar a los demonios prehistóricos. Con un poder semejante, el mundo entero temblaba ante él.
»Maldoror fue reuniendo muchos seguidores, subyugando diversos reinos en todo el mundo. Incluso el territorio que hoy es Catalsia había estado a punto de sucumbir bajo su influencia. Hay quienes estiman que Maldoror invadió Dánnuca porque quería viajar hacia el oeste, llegar al desconocido subcontinente de Sandillú. Lo cierto es que no lo logró. Su última victoria tuvo lugar en el territorio que actualmente conocemos como Pillón. Allí se estableció durante algún tiempo, continuó con sus experimentos y luego, de la noche a la mañana, desapareció sin dejar rastro alguno.
—¿Cómo que desapareció? —inquirió Demián con el entrecejo fruncido.
—Así como lo oyes —afirmó Gasky—. Estando en la cima de su poder, Maldoror simplemente se desvaneció. Todo su maligno legado se perdió; de su alquimia, nada ha llegado hasta nuestros días. Personalmente considero que el mundo está mejor sin ese tipo de ciencia. Sin embargo, algunas voces hablan acerca de un legado secreto: el libro de Maldoror.
—He oído hablar acerca de ese objeto —comentó de nuevo Mikán—. Pero creía que solo era un mito...
—Yo también lo creía así —confesó el anciano—. Pero es ahí donde entran en juego los documentos que me proporcionó el conde Milau. No sé cómo los habrá obtenido, pues son muy anteriores a su propia época. Lo cierto es que contienen información bastante detallada acerca de Maldoror y su entorno. Varias fuentes informales coinciden en señalar la antigua sala del trono de Pillón como el sitio donde se hallaría oculto ese libro, el fruto de todas sus investigaciones. Tiene lógica si pensamos que ese fue el último trono que el alquimista ocupó...
—¿Sala del trono? —intervino Winger—. Creía que Pillón era una república.
—Así es, Pillón no tiene rey —le confirmó Mikán—. Sin embargo, el parlamento sigue reuniéndose en lo que solía ser el palacio real, y conservan la sala del trono intacta por un interés histórico.
—¿Entonces usted piensa que lo que Catalsia busca en Pillón es ese libro? —aventuró Demián.
—Precisamente —dijo el anciano con inquietud.
—¿Pero qué hay en ese libro? —preguntó Soria.
—No lo sabemos —admitió Gasky—. Pero puedo asegurarles que nada bueno. Si alguien busca el libro de Maldoror es porque planea abrir huecos en la Cámara Negra, invocar temibles demonios y comenzar una nueva conquista mundial.
Un silencio denso se apoderó de la habitación durante un buen rato. Casi era posible palpar el fantasma del oscuro alquimista dando vueltas por el lugar, entrando y saliendo de las cabezas de los que estaban allí presentes.
—¿Y qué es lo que propone usted, señor Gasky? —habló al fin Mikán.
—Propongo que mañana mismo comencemos con la última fase de nuestro plan.
El grupo recobró el entusiasmo al oír el anuncio.
—Genial, ¿y en qué consistirá? —quiso saber Demián.
—Lamentablemente no puedo decírtelo, pues el único que la llevará a cabo será Winger.
Los otros tres se volvieron hacia el mago de la capa roja, muy sorprendidos. El mismo Winger no acababa de comprender lo que Gasky había insinuado.
—¿Yo? ¿Por qué yo?
—Sí, ¿por qué él? —repitieron los demás al unísono.
—Lo siento mucho, pero tampoco puedo contarles eso —se disculpó Gasky con una sonrisa amable—. Es más, me gustaría poder hablar con él a solas, por favor.
Desconcertados (y ofendidos), Demián, Soria y Mikán se levantaron de sus asientos y abandonaron el comedor. Gasky esperó a que el último cerrara la puerta para comenzar a hablar. Cuando miró a Winger, este continuaba desconcertado.
—Supongo que esto te tomó desprevenido, ¿no es así? —le sonrió el anciano ampliamente.
El muchacho asintió moviendo la cabeza de arriba a abajo, sin atinar a decir nada. Cuando Gasky volvió a hablar, lo hizo con prudencia:
—Winger, lo que voy a revelarte tal vez no tenga mucho sentido para ti ahora, pero creo que es oportuno que sepas algunas cosas... Y también me gustaría que guardes lo que te diré a continuación como un secreto, solo entre nosotros.
Mudo, Winger volvió a asentir, todavía sin comprender qué ocurría.
—Antes que nada, debo hablarte de la gema de Potsol. —El historiador captó por completo la atención del muchacho al mencionar esa reliquia—. Sé que has tenido dificultades en los últimos meses debido a este artefacto que desconoces. Varios asesinos han aparecido en tu camino desde tu llegada a ciudad Doovati, y han intentado arrebatarte algo que en realidad no poseías. Yo mismo debo pedirte disculpas por todo lo que has atravesado en relación a la gema, y decirte que ha sido fruto de una confusión.
—¿Una confusión?
—Esta misteriosa organización que evidentemente se ha apoderado de la voluntad del rey Dolpan, que ha invadido Pillón para conseguir el libro de Maldoror y que ha estado acosándote todo este tiempo, ellos han creído que tú tenías la gema porque esta se halla escondida en un lugar que conoces muy bien. —El anciano hizo una pausa y se detuvo en los ojos del muchacho—. Se trata de tu propia granja.
Winger no se esperaba una revelación como esa.
—Te explicaré —se adelantó el anciano a las interrogaciones del muchacho—. La gema de Potsol fue un elemento clave para terminar con la Era de la Lluvia. Junto con los documentos, el conde Milau también me envió una nota; tengo entendido que él te ha puesto al tanto acerca de algunas de las cualidades de esta reliquia.
Winger asintió una vez más, intentando seguirlo.
—Verás, durante esa época yo me había aliado con otras personas. Algunos queríamos investigar el fenómeno de las tormentas inexplicables en todo el mundo; otros tenían un destino mucho más importante. Éramos un grupo de individuos disímiles con objetivos disímiles, pero todos coincidíamos en un punto: era necesario hacerle frente al reino imperial de Laconte, sede mundial del poder de Yqmud reencarnado.
—¿Fue en esa época que usted conoció al conde?
—Me impresiona que hayas deducido eso —exclamó Gasky—. En realidad, yo ya conocía al señor Milau, pero tienes razón al intuir que él formó parte de nuestro grupo. Yqmud y Zacuón son eternos rivales, era de esperarse que el conde se uniera a nuestra empresa. Tal vez no esté de más revelarte que el rey Dolpan de Catalsia también formó parte de esa comisión.
Winger recordó la historia que le había contado Jessio, aquella acerca de cómo el entonces príncipe Dolpan había partido en un viaje para hallar la forma de ponerle fin a la Era de la Lluvia y terminar así con las desgracias de su reino.
—Podrás imaginarte que enfrentarse al imperio más poderoso del mundo no es tarea fácil. Teníamos de nuestro lado a personajes muy habilidosos como el conde Milau, pero además contábamos con la ayuda de ciertos tesoros y armas sagradas. Ya en esa época presentí que algunas personas estaban especialmente interesadas en una de nuestras reliquias; claro que me refiero a ese increíble canalizador mágico que es la gema de Potsol. No podía yo saber para qué la querían, pero como medida de precaución opté por hacerla desaparecer.
—Espere un momento. ¿Entonces usted sabe quiénes son estas personas?
—Tengo ciertas sospechas, pero se trata de una organización que siempre se ha movido entre las tinieblas. Sería inútil arriesgar nombres y generar falsas acusaciones hasta que no estemos del todo seguros.
»La cuestión es que habiéndose tomado la decisión de ocultar la gema, era necesario elegir un lugar seguro, neutro, que pasara totalmente desapercibido. Fue otro de nuestros colaboradores quien me sugirió la solución. Se trataba de una persona muy querida por mí, y que incluso hoy en día sigue siendo un gran amigo. —Gasky miró a Winger con simpatía—. Me refiero a tu tío Pery. Él mismo propuso que podíamos esconder la gema en la granja de su hermana Bell, quien por aquel entonces acababa de unirse en matrimonio con un joven aldeano de los campos del sur. Fue así que tus tíos accedieron a prestarnos su ayuda para proteger la gema.
—Creo que ahora varias cosas tienen sentido —murmuró Winger, tratando de unir los cabos sueltos en la maraña de sus recuerdos—. ¿Es también por eso que mis tíos se aislaron tanto del resto del mundo?
—Tengo entendido que Víctor y Bell siempre fueron una pareja solitaria. Ellos se amaban y simplemente querían estar juntos. Pero podemos suponer que saberse responsables de un secreto así los llevó a recluirse aún más en el pequeño mundo de su granja.
—Mis tíos... —Winger sonrió con nostalgia.
Durante toda su vida había pensado que sus tíos solo eran simples granjeros; jamás hubiese imaginado que podían ser parte de algo tan grande como lo que Gasky le estaba contando. Ellos eran los guardianes de la gema de Potsol.
—¿Y en qué sitio de la granja se halla oculta la gema?
—Aunque fui yo quien marcó el punto, luego de tantos años no sabría decírtelo con exactitud. Pero no te preocupes, porque tomé la precaución de hacer un mapa. Si tenemos suerte, tal vez aún podamos encontrarlo en el sótano de tu granja...
Winger se quedó de piedra al oír eso.
«¿Se refiere a...?»
—Se trata de un mapa que yo mismo dibujé en la última página de un ejemplar antiguo del famoso manual de hechicería, el libro de Waldorf.
—Mi libro...
—¿Disculpa?
—Ese es mi libro —repitió Winger, sin caer del todo—. Quiero decir, lo encontré hace varios meses en el sótano de la casa. Había olvidado comentárselo. Fue gracias a ese libro que comencé a practicar magia. Y también lo del incendio...
—Winger —lo interpeló el anciano historiador, tomándolo de pronto por los hombros—. ¿Dónde está ese libro?
—La última vez que lo vi estaba en mi cuarto de pensión, allá en ciudad Doovati. La misma noche del incendio de la Academia lo estuve leyendo. Como tuve que huir de inmediato, no pude volver a buscar mis cosas. Tal vez todavía se encuentre allí, a menos que alguien lo haya tomado, o que el dueño del hospedaje lo haya tirado a la basura...
Gasky se llevó una mano a su barba puntiaguda.
—Es decir, que aún podemos tener una oportunidad... —murmuró, pensativo—. Winger, quiero que vuelvas a ciudad Doovati y trates de localizar ese libro.
—¡¿Qué?! ¡Pero no puedo volver ahí! ¿Acaso no recuerda que soy un prófugo de Catalsia? Todavía deben estar buscándome por lo que hice...
—Sé que será arriesgado, pero hay que intentarlo. Sin ese mapa tardaríamos semanas, incluso meses en dar con la gema. Para ese momento, es posible que nuestros enemigos ya se hayan apoderado del libro de Maldoror, y entonces todo habría sido en vano.
—Bueno, eso sí complicaría las cosas —convino Winger—. ¿Pero por qué tengo que ser yo quien se encargue de esto? Demián y Mikán son mucho más experimentados, ellos lo harían en la mitad del tiempo y sin correr riesgos. Además, ¿por qué los demás no pueden enterarse de todo esto?
—Por el momento será mejor que no te dé mis motivos, Winger —dijo Gasky con tono de disculpa.
Pero la intuición del mago pudo leer a través del cristal de los lentes del historiador:
—¿Acaso usted desconfía de alguno de ellos?
Un destello de asombro asomó en el rostro de Gasky, que enseguida logró ocultar.
—Como dije, será mejor que por ahora no hablemos de eso.
Winger comprendió que no podría sacarle más información. Después de todo, desde un principio el historiador había sido claro en ese punto: no revelaría todos los detalles acerca de su plan. Y ahora Winger comprendía que no se trataba de un plan hecho a medida para esa situación particular. Aquel designio surcaba los años y los continentes, y se conectaba con los acontecimientos que habían puesto fin a la Era de la Lluvia.
—De acuerdo, lo haré —aceptó al fin, complaciendo al anciano—. ¿Pero cómo se supone que llegaré a ciudad Doovati sin ser descubierto?
—Tal vez podamos contar con la ayuda de Jaspen. Volando sobre el guingui estarás en la capital de Catalsia para el anochecer del día de mañana. Si te mueves con sigilo, podrás ir en busca del libro al lugar donde te hospedabas y luego dirigirte hacia los campos del sur.
—¿Y qué es lo que debo buscar en la granja?
—Se trata de una joya de color escarlata, del tamaño de una nuez. Para dar con su escondite será necesario leer correctamente el mapa, y para ello deberás comenzar a seguirlo justo desde el la puerta de entrada de la casa. Estimo que eso te llevará menos de una hora.
—Está bien —asintió el muchacho, memorizando las instrucciones.
—Cuando la encuentres, debes volar directo hacia la casa de tu tío Pery en Dédam. Todos nosotros te estaremos esperando allí.
Winger volvió a mirar a Gasky con asombro.
—Así es —corroboró el anciano—. Mañana, poco después de tu partida, también nosotros emprenderemos un viaje. Supongo que será toda una sorpresa para tu tío verme por allí...
—Pero, señor, ¿y su investigación?
—Supongo que en este momento hay cosas más importantes que el fin del mundo —bromeó Gasky—. O quién sabe, tal vez a partir de esto estemos ayudando a cambiar la historia.
—————
Terminada la conversación, Winger dejó a Gasky continuar con su labor. Si bien el anciano había dado con una pieza importante de la confabulación, aún quedaban otras por encajar.
Por supuesto que sus tres compañeros estaban aguardándolo afuera del comedor, con ansias y mil preguntas para dispararle. Durante el resto de la tarde, Winger debió ingeniárselas una y otra vez para evadirlos. Y a pesar de que acabó hiriendo algunas susceptibilidades, logró salir intacto de los múltiples interrogatorios.
Esa noche la cena fue silenciosa. Gasky ya había recogido todos sus libros y los había devuelto a su laboratorio o a la biblioteca. El anciano comió con ellos, pero esta vez no recibió preguntas como en otras ocasiones; solamente un último y agónico "Por favooor, ¿nos contaría cuál es el plan?" por parte de un sufriente Demián, que tampoco recibió respuesta alguna.
Pero lo que el historiador sí les dijo fue que a la mañana siguiente todos viajarían rumbo a Dédam para reunirse con el padre de Soria y esperar allí a Winger.
—Si ponemos nuestro mejor empeño, sé que conseguiremos cruzar el bosque en menos de un día —comentó el anciano con optimismo—. Podremos descansar en el poblado de Schutt y tomar el tren hacia Hans al día siguiente...
—Para pasar la noche en Schutt, tendríamos que marchar sin detenernos durante todo el trecho del bosque —observó Demián con recelo—. ¿Está seguro que podrá seguir el ritmo, Gasky?
—No te preocupes por mí, puedo viajar sobre el lomo de Bress —replicó el anciano, y luego le dedicó un guiño con astucia—. Para moverse a través del bosque, su nariz es casi tan aguda como la tuya, mi estimado Demián.
—————
Si bien Winger estaba cansado, aún no podía dejarse vencer por el sueño. Aquella sería su última noche en la mansión; a la mañana siguiente se marcharían de allí y tal vez no tendría otra oportunidad para aclarar aquellas dudas que lo perseguían.
Esperó un rato a que Demián se quedase dormido y a que los movimientos en la mansión cesaran. Entonces se levantó, salió al pasillo y subió al segundo piso, en dirección a la habitación de Gasky. Llamó a la puerta un par de veces, pero nadie respondió; seguramente, pensó, el historiador aún estaba trabajando en su laboratorio. Comenzaba a preguntarse por qué camino se llegaba al ático, cuando sus ojos se posaron en la argolla de hierro que había en el techo, justo en medio del corredor.
—¡Es una puerta trampa!
La escotilla estaba demasiado alta, y como no tenía nada a mano para alcanzarla se sacó una bota y la lanzó contra el techo, esperando que el historiador oyera el golpe. Al cabo de unos momentos, se escuchó el rechinar de la madera y la puerta trampa se abrió. Gasky asomó la cabeza hacia abajo.
—¡Winger! —exclamó al verlo ahí parado y poniéndose la bota—. ¿Qué haces por aquí? ¿Necesitas algo?
—Quería hablar sobre algunas cuestiones con usted, señor. Claro, si no está muy ocupado...
—Por supuesto que no —dijo enseguida el anciano, que ya bajaba una escalera de mano hacia él—. Vamos, sube.
«Conque este es el laboratorio de Gasky», se dijo Winger cuando ingresó en aquel curioso lugar. En una de las numerosas estanterías que colmaban el ático, observó la estatuilla de un corcel galopante, híbrido entre un pegaso y un unicornio. Cerca de esta, asomaba un huevo petrificado con una misteriosa inscripción tallada en la superficie. Algunos anaqueles más arriba había una esfera de cristal llena de un espeso humo que formaba lentas espirales en su interior. En el centro de la segunda estantería de la derecha pudo apreciar una balanza de bronce con cinco delicadas bandejas. Asimismo encontró un casco de guerra con la forma de la cabeza de un león. Y dentro de una botella, un navío en miniatura partido a la mitad que daba la impresión de haberse roto, pero que había sido elaborado así intencionalmente. Una pequeña caja de madera con bordes de cobre, surcada por ondulantes trazos de pintura verde y cerrada bajo seis llaves, un cerrojo por cada cara. Un telescopio plegado que por el tamaño de su lente mayor seguramente poseía un gran aumento. Una jaula circular con diminutas ganzúas, resortes y engranajes; al parecer, un tipo de trampa que era mejor no tocar. Mapas colgando del inclinado techo que representaban tierras lejanas, con numerosas anotaciones en un código solo conocido por su inventor, probablemente Gasky. Una copa de peltre llena de perlas azules. Un sextante, una regla de cálculo, un compás. El retrato ovalado de un gallardo caballero que por algún incógnito motivo había sido rasgado en el rostro y en la mano derecha. Y más... mucho más; estanterías repletas de artefactos tan raros que ni siquiera se le ocurría para qué podían servir. Y en un rincón, contra la única ventana del ático, se hallaba el enorme escritorio del historiador, abarrotado de pergaminos, plumas y libros, iluminado por la solitaria luz de una vela.
—Qué lugar tan sorprendente... —musitó Winger mientras se paseaba entre objetos singulares.
—Cosas viejas que no me atrevo a desechar —suspiró el anciano.
—No lo haga —dijo el mago en un admirado susurro, posando un dedo sobre una de las cinco bandejas de la balanza de bronce.
—¿En qué puedo ayudarte? —le preguntó Gasky con gentileza, sacándolo de su contemplación.
—He estado pensando... —comenzó el muchacho, vacilante—. No sé si seré capaz de hacer todo lo que usted me ha pedido. En realidad, no he sido de mucha ayuda en las últimas semanas. Entre Demián y Mikán prácticamente se encargaron de todo. Incluso Soria hizo su parte. En cambio, yo...
—Parece que subestimas tus habilidades, joven mago —observó Gasky, alzando las cejas—. No creo que tus compañeros sean mejores o peores que tú. Yo sé que podrás cumplir con el objetivo que te he encomendado. Recuerda que el mismo conde Milau depositó su confianza en ti.
Era cierto que el conde lo había elegido a él para hablar de sus intimidades. Al final, los dos parecieron entenderse, aunque fuese solo un poco. Winger recordó de pronto las misteriosas palabras de Milau.
—Señor Gasky, el conde comentó algo acerca de un gran desafío que me aguarda...
Se quedó esperando una aclaración por parte de Gasky. Pero en lugar de eso, el anciano se echó a reír.
—Vaya, ¿eso te dijo? Entonces el conde se me ha adelantado. Esperaba decírtelo recién en Dédam, pero creo que tendré que anticiparte algo. Todos los materiales que hemos estado reuniendo son para ti, Winger. No es que tus amigos no jueguen un rol importante en esta situación, pero tú tienes un papel principal. No me preguntes por qué —se apresuró a decir al ver que el muchacho abría la boca—. Pero ten en cuenta que hay cosas predestinadas a sucedernos.
—El conde también dijo algo como eso —reflexionó Winger—. ¿Por qué la gente le teme tanto?
—Tú mismo habrás comprobado por qué. El conde lleva al extremo su adoración por Zacuón. Tal vez sea una devoción justificada, no lo sé. Lo cierto es que así como la gente le teme al dios del tiempo, también le teme a su más fiel vasallo. Eso es todo. Muchas veces le he dicho al señor Milau que debería tratar de cambiar su imagen pública, pero parece que no le interesa demasiado. —Gasky se encogió de hombros con un gesto de resignación—. ¿Alguna pregunta más?
Winger dudó un momento.
—No, señor.
—En ese caso, lo mejor será que vayas a acostarte. Debes tener tu mente lista para el viaje de mañana.
Dicho esto, Gasky lo acompañó hasta la puerta trampa.
Winger acababa de poner un pie en el suelo cuando decidió decir algo más:
—En realidad, señor, sí tengo una última pregunta. Hace ya muchos años, cuando yo era pequeño, recuerdo que un mago venía a visitarnos a nuestra granja y me mostraba distintos trucos para entretenerme... ¿Usted no conoce a esa persona?
Desde la abertura de la puerta trampa, Gasky le sonrió con amabilidad.
—Lo siento Winger, pero no sabría decirte de quién hablas.
—Está bien, señor. Buenas noches —se despidió el muchacho.
Y luego bajó en dirección a su dormitorio en el primer piso.
Aquello último había sido un poco decepcionante, pensó. ¿Acaso esa duda lo acompañaría para siempre?
Iba llegando a la puerta de su habitación cuando descubrió que alguien lo esperaba allí. Se trataba de Soria.
—¿Qué haces todavía despierta? —le preguntó con curiosidad.
—Vine a hablar contigo —dijo ella, animada, como si fuese común charlar a aquellas horas.
—De acuerdo, ¿y sobre qué quieres que hablemos?
—Sobre tu viaje de mañana.
Winger resopló, algo fastidiado.
—Lo siento, Soria, pero ya les expliqué que no puedo decirles nada —habló tajantemente.
—Oh... —La muchacha se mostró desilusionada— ¿No puedes decírmelo al menos a mí? Soy tu prima y no quiero que andes metiéndote en cosas peligrosas.
Ahí estaba otra vez, mirándolo con sus enormes ojos verdes. Sintió algo de ternura por su prima, tan preocupada por él, y le dio pena negarle una respuesta. Después de todo, solo era Soria. ¿Cuánto mal podía hacer contándoselo a ella?
—De acuerdo —acabó dando el brazo a torcer, y Soria dio un saltito de alegría—. Primero tengo que ir hasta ciudad Doovati a buscar un libro.
—¿El libro de Maldoror? —se asustó la muchacha.
—No, este es un libro común y corriente, pero tiene un mapa dibujado en la última página.
—¿Es el mapa de un tesoro?
—Es un mapa que conduce hasta un objeto muy importante, que está enterrado en mi granja... En lo que queda de ella.
—¿Y qué clase de objeto es ese?
—Es una gema... —le contestó Winger, quien ya comenzaba a preguntarse si no estaría hablando de más—. Es solo eso, no va a pasarme nada malo.
Probablemente Soria no se había percatado del peligro que correría su primo volviendo al lugar de su infortunio, pues le sonrió satisfecha por toda la explicación y luego se le arrojó encima para abrazarlo con fuerza.
—¡Gracias Winger, eres el mejor primo del mundo! —dijo sin soltarlo—. Espero que te vaya muy bien, y nos veremos en Dédam. ¡Te quiero mucho!
Algo abochornado por las muestras de afecto de su prima, Winger se despidió e ingresó a su cuarto mientras Soria se alejaba alegremente por el pasillo.
La muchacha caminó algunos pasos hasta llegar a la puerta de otra habitación. Estaba a punto de golpear cuando alguien abrió y la arrastró hacia adentro.
—¿Has conseguido averiguarlo? —le preguntó Mikán, expectante.
—¡Sí! —exclamó Soria, haciéndole un guiño—. Pero me ha dicho que no se lo cuente a nadie.
—¿Ni siquiera a mí?
Mikán estaba tan cerca de ella que la hizo sonrojar.
—Vamos, sabes que te lo diré todo a ti...
Una imperceptible sonrisa de triunfo se dibujó en los labios del prodigio.
FIN DE LA SEGUNDA PARTE
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