XXIX: Después de tantos años

Pery salió al patio delantero a tomar aire. Un par de viajeros pasaban justo por el camino frente a su hogar; quién sabe hacia qué rumbos se dirigían. El destino de una persona poco le interesa al resto del mundo.

Admiró el bello cielo primaveral, casi veraniego.

Aquel había sido un día muy grato para el herrero. Esa misma mañana había trabado un muy buen acuerdo con enanos mineros que le pagarían con diamantes. Y por la tarde, su amada hija había regresado. La acompañaban Demián, aquel otro muchacho, discípulo de Jessio, cuyo nombre aún no memorizaba, y Gasky.

—El viejo Gasky...

El herrero rió por lo bajo. El anciano había llegado montado sobre Bress, su banskar. Aún no comprendía cómo había hecho el historiador para subir un lagarto gigante al tren de Lucerna, pero tampoco era demasiado sorprendente; el viejo Gasky siempre se salía con la suya. Hacía años que no lo veía, y se alegró mucho de encontrarlo tan vivaz como siempre. Miró al poniente y soltó un nostálgico suspiro. Las aventuras que su hija y sus amigos habían vivido durante esas semanas se asemejaban tanto a las de su juventud...

Él era de esas personas que piensan que es muy bueno para los jóvenes viajar, enfrentarse cara a cara con la vida. Soria siempre había sido una muchacha fuerte y decidida, pero ahora esas características comenzaban a fundirse con la experiencia. De hecho, tenía la impresión de que su hija había madurado bastante en esos pocos días.

El sol se estaba ocultando. Winger no llegaba...

Escuchó la puerta que se abría a sus espaldas. Era Gasky, quien caminó hasta pararse a su lado.

—¿Estás impaciente, Pery?

Una carreta tirada por dos asnos pasó sin apuro frente a ellos.

—Pues claro que estoy nervioso. Cuando vi la botella de nómosis y el trozo de stigmata, supe enseguida que trataba de eso. Y ahora Winger, que trae la gema de Potsol...

—Debería estar llegando de un momento a otro —comentó el anciano con calma, surcando el horizonte con la vista—. No te impacientes, Pery. Tu sobrino es un chico excelente. Nada malo le ocurrirá.

—Espero que tengas razón, Gasky... Bah, siempre la tienes.

Los dos se echaron a reír.

—¿Y qué dices? ¿Haremos un hacha de nuevo?

—No creo que Winger se sienta muy cómodo con un arma como esa. Tengo pensada otra herramienta, ya te enterarás.

—Tú y tu odioso suspenso...

—¿Sucede algo, Pery?—El anciano notó un leve disgusto en la voz del herrero.

—No es nada nuevo, en verdad. Solo esa irritante costumbre tuya de ir un paso adelante de los demás. Tal vez no te agrade oír esto, pero dudé bastante antes de recomendarle a Winger ir a verte...

—Pery, hieres mis sentimientos... —dijo Gasky, un tanto en broma—. ¿Hay algo en particular que quieras saber, amigo? Solo pregúntamelo.

—¡Vamos, eso no funcionará conmigo! Por más que pregunte, solo me revelarás parte del plan. Quiero decir, no es que sospeche de ti ni nada por el estilo, pero hay veces que...

Pery dejó la frase inconclusa.

Unas aves volaban hacia el oeste, como yendo al rescate del sol agonizante.

—Vaya... —El anciano esbozó una triste sonrisa—. ¿Desde cuándo ya no confías en mí, Pery?

—¿Hace falta que te recuerde desde cuándo?

Esta vez miró fijo a Gasky.

El anciano le sostuvo la mirada antes de contestar, ahora con seriedad:

—No, no hace falta que me lo recuerdes.

Los dos permanecieron callados por un rato.

—Quiero que me entiendas, Gasky. No es que desconfíe de ti. Pero tus consejos y lecturas siempre van más allá de lo que un tonto como yo puede comprender, y eso me turba un poco. Es simplemente eso...

Gasky puso una mano en el hombro robusto del herrero.

—Entonces debo pedirte que continúes confiando en mí un poco más. Créeme, este es el momento que estábamos esperando.

—Espero que tengas razón...

La puerta de la casa volvió a abrirse. Ahora era Soria quien aparecía en el patio delantero. Pery la contempló un momento. Se estaba convirtiendo en una mujer tan rápido... Pronto lo abandonaría y se iría con algún buen hombre, como solían hacerlo las chicas bonitas de la región. Como lo había hecho su hermana, Bell...

—¡Padre! ¿Por qué me miras así?

—Oh, no es nada, hijita. ¿Cómo va el stigmata?

—Terco y lento, supongo —murmuró la muchacha con una mueca ansiosa—. ¿Tanto hay que controlarlo? ¿Cuándo estará listo para ser moldeado?

—Paciencia, Soria. Apenas van tres horas de fuego.

—¿Y eso es poco? Nunca vi un metal que siga frío a la potencia máxima de nuestra forja. ¡Y menos después de tres horas!

—El stigmata es muy especial —intervino Gasky—. Se necesitan seis horas de fuego intenso para comenzar a trabajarlo.

—Y eso es solo el principio —agregó Pery—. La siguiente fase del proceso lleva otras seis horas más. Y una vez que se enfríe, no volverá a fundirse jamás.

—Vaya, sí que es muy especial...—dijo la joven, asombrada—. Bueno, voy a seguir vigilando a Demián y a Mikán. Los dejé cuidando el fuego, pero no confío en esos dos cuando se quedan solos.

Y se alejó dando saltitos.

Pery y Gasky continuaron admirando el atardecer.

—Realmente han pasado muchos años... —murmuró el herrero—. ¿Cuántos han sido?

—¿Desde que hiciste el hacha, o desde la última vez que nos vimos?

—Qué más da... —exclamó Pery, restándole importancia al asunto—. Gasky, ¿en verdad crees que Winger estará listo para afrontar algo así? —Esa era una pregunta que lo inquietaba mucho más.

—Todo dependerá de él. Pero pienso que debemos tenerle confianza.

Pericles asintió casi sin oír la respuesta del anciano. Se había puesto a prestarle atención a un punto que se acercaba volando desde el poniente.

—Gasky, ¿ves eso? —Señaló la mancha en el horizonte—. ¿Crees que sea Winger?

Ahora estaba más cerca. Comenzó a distinguirse la silueta de un ave de gran tamaño.

—Así es, Pery —confirmó complacido el anciano, resguardándose del sol hiriente con una mano—. Y ese es Jaspen. ¡Ahí llegan!

Con un fuerte grito, Pery avisó a los otros que Winger ya venía en camino. Todos se precipitaron al patio delantero a recibirlo con entusiasmo. Sin embargo, los gritos de júbilo se desvanecieron apenas Jaspen tocó el suelo. La expresión en el rostro de Winger les decía que algo no andaba bien. Para nada bien.

Soria, quien había sido la primera en adelantarse para darle la bienvenida a su primo, se le dirigió con sincera preocupación:

—Winger... ¿Ocurrió algo malo?

Él la miró sin decir nada. Tenía el labio partido y una mancha de sangre en el hombro izquierdo. Además, toda su ropa se encontraba sucia y maltrecha.

Temiendo lo peor, Gasky fue el siguiente en acercársele:

—Winger. La gema —dijo el anciano con mucha inquietud—. La has encontrado, ¿no es así?

El lúgubre muchacho se limitó a observarlo en silencio y luego le colocó con rudeza la caja negra entre las manos.

—Aquí tiene su joya.

Dio media vuelta y fue hacia la casa. Al pasar junto a Demián, le devolvió la campanilla.

—Has que Jaspen descanse, se lo merece por todo lo que ha hecho.

Abrió la puerta y entró sin dar más explicaciones. Todos estaban inmóviles y en su sitio, sin saber qué hacer.

—Será mejor hable con él —sugirió Pery.

—¡Voy contigo! —se ofreció enseguida Soria, pero su padre la frenó con un ademán.

—No. Déjamelo a mí esta vez —dijo con firmeza—. Vuelvan a controlar el fuego. No podemos descuidar ese trabajo.

El herrero ingresó a la vivienda y cerró la puerta tras él. Winger estaba sentado en una silla del comedor, jugando distraídamente con el dobladillo del mantel.

—¿Quieres comer algo?

—No, gracias. No tengo hambre.

—Vamos, tienes que hacerlo. No te veo muy...

—De veras, no tengo hambre —aseguró el muchacho, cortante.

—Está bien, como quieras —desistió Pery. Avanzó un paso hacia su sobrino y se sentó en otra silla—. Winger, ¿qué ha ocurrido?

—No sé si quiero hablar de eso ahora —dijo el joven mago, aún concentrado en el mantel, sin mirar a su tío a los ojos.

Afuera se oía el crepitar del fuego en la forja.

—Bueno, si no quieres hablar, tal vez no te vendría mal que te desahogues un poco.

—¿Me estás pidiendo que llore? —Winger levantó la vista.

—Pues no sería una mala idea.

—No creo que eso me sirva de mucho.

El muchacho ahora estaba desmembrando el borde del mantel, cada vez con mayor nerviosismo.

—Winger... —su tío volvió a llamarle la atención.

Los dos se miraron sin decir nada. Winger se mantuvo impasible tanto como pudo. Hasta que no resistió más.

Desde afuera, todos se estremecieron al oír el grito de impotencia de Winger, seguido por un llanto desconsolado. Con los ojos llenos de lágrimas, Soria intentó entrar a la casa, pero Mikán la contuvo. Durante un largo lapso de tiempo simplemente aguardaron, sin hablar.

Comenzaba a anochecer cuando Pery por fin salió.

—Parece que se ha calmado un poco —les informó—. Lo he enviado a darse un baño, y dijo que después se irá a dormir.

—¿Pero qué le ocurrió? —quiso saber Soria, muy apenada.

—Me ha contado que fue emboscado por el guardián del rey Dolpan y dos sujetos con máscaras. —Hubo expresiones de inquietud cuando dijo eso—. Su amiga Rupel estaba allí, y ellos la han tomado prisionera...

Pery refirió todo lo que le había ocurrido a Winger al mismo tiempo que cuidaba el fuego en la forja. El metal poco a poco comenzaba a volverse incandescente.

—Lo que me resulta extraño es que esos tipos anduvieran por allí a esas horas —comentó Demián una vez terminado el relato—. Quiero decir, ¿qué hacían justamente en esa granja de los campos del sur?

—Winger también encontró eso muy sospechoso —coincidió Pery mientras agregaba más leña—. Dice que ellos sabían que él estaba buscando la gema de Potsol. —Intercambió una mirada secreta con Gasky.

—¡Aguarden, aguarden! ¿Entonces esa era la misión de Winger? —inquirió Demián—. ¿Hallar la gema de Potsol?

—Precisamente —reveló al fin el historiador.

—Eso significa que son los mismos que han estado siguiendo a Winger desde su partida —razonó Mikán con una mano en el mentón.

—Así parece —asintió el herrero—. Si hasta el guardián del rey es un enemigo, las cosas realmente están complicadas en Catalsia.

Volvió a reinar el silencio, hasta que Soria hizo la pregunta que todos tenían en mente:

—Entonces, ¿qué haremos ahora?

El grupo miró a Gasky.

—El tiempo se acaba —sentenció el anciano—. Las tropas de Catalsia están a punto de ocupar Bastian, la capital de Pillón. El próximo paso será determinante.

—————

Cuando al día siguiente Winger despertó, pensó que de nada le habían servido tantas horas de descanso. Seguía sintiéndose igual de pésimo.

Ya hacía rato que el sol había salido, y probablemente estaban más próximos al almuerzo que al desayuno. No le importaba. No tenía voluntad para levantarse y bajar al comedor.

«Rupel...»

Se sentía un completo perdedor, un desertor. Sus terribles pensamientos incluso lo habían torturado en sueños. Había tenido una pesadilla en la que Caspión aparecía empuñando su espada negra, con esos ojos fríos que lo miraban con desprecio desde el interior del yelmo, y él no había podido hacer nada.

Ni en el sueño, ni en la realidad.

La embestida de Cara de Topo lo había dejado fuera de combate, y Caspión le habría dado el golpe de gracia de no ser por la milagrosa intervención de Jaspen. El guingui logró rescatarlo a tiempo, pero Rupel había quedado allí...

La puerta del dormitorio se abrió. Winger reconoció los pasos de su prima y fingió estar dormido. No tenía ánimos para lidiar con nadie. Soria avanzó hasta la ventana y descorrió las cortinas.

—¡Vamos, arriba! —lo llamó enérgicamente—. Tienes cinco minutos para aparecer en el comedor.

—No voy a comer, gracias.

—Pues no comas. Pero hay otra cosa que debes bajar a ver. ¡Vamos! Gasky trabajó muchísimo para hacértelo, y es magnífico.

—¿Hacerme qué? —La curiosidad lo hizo volverse hacia su prima.

—Ven a verlo —se limitó a decir ella, y salió de la habitación alegremente.

Un poco desganado, pero movido por la intriga, Winger se vistió y siguió a Soria escaleras abajo.

En el comedor estaban su tío Pery, Demián y Mikán, los tres sentados alrededor de la mesa. Al principio pensó que se encontraban almorzando, pero una segunda inspección le hizo darse cuenta que admiraban algo que había sobre la mesa. Cuando notaron la presencia de Winger, todos le dirigieron una sonrisa. Estaban ojerosos y también parecían haber dormido mal. Soria enseguida se reunió con ellos.

—¡Vamos, dénselo! —ordenó con entusiasmo.

Winger, que todavía no entendía nada, se acercó un poco más y entonces vio el objeto cilíndrico que descansaba sobre el mantel. Era una especie de avambrazo, finamente labrado y de un metal plateado que despedía reflejos azules. La gema de Potsol se hallaba incrustada en él.

Pery tomó el objeto con ambas manos y lo contempló como a un hijo recién nacido. Caminó hacia su sobrino y se lo tendió.

—Esto es lo que se conoce como protector del brazo, o brazal; es una pieza que recubre el antebrazo —explicó el herrero—. Tómalo, Winger. Es tuyo.

—¿Mío? —dijo desconcertado.

Con solo observar el brazal supo que no era un instrumento ordinario. Y estuvo aún más convencido cuando lo tuvo entre sus manos.

—Vamos, Winger, póntelo —lo animó su tío.

Había una ranura que recorría a lo largo toda la parte inferior del brazal. Cuando el Winger tiró de esta, el brazal se abrió al medio. Se lo colocó en su antebrazo derecho, y al cerrarlo, una corriente de energía cruzó por todo su cuerpo. Era una sensación muy extraña, como estar realmente conectado con esa herramienta. La gema de Potsol relucía en el dorso de su brazo, justo por encima de su muñeca.

—Tu tío y el viejo han estado trabajando toda la noche para hacértelo —le informó Demián—. Y en verdad no está nada mal... —observó con perspicacia.

—¿Dónde está Gasky ahora? —preguntó Winger al notar su ausencia.

—Ya se ha marchado —lo sorprendió su tío con la noticia—. Partió por la mañana, muy temprano.

—Anoche nos quedamos hasta muy tarde para ver qué hacía Gasky con el nómosis y todo lo demás —comentó Soria—. Queríamos saber para qué habíamos estado reuniendo esas cosas.

—Fue una maravilla presenciar todo el proceso —confesó Mikán, muy emocionado.

—En realidad, fue algo bastante raro —repuso Demián—. Cuando el metal estuvo listo, el viejo se hizo un corte en el brazo y mezcló su sangre con el nómosis. —Winger se impresionó al oír eso—. Después tomó una pluma y un largo rollo de pergamino y empezó a usar la poción como si fuese tinta.

—Gasky estuvo haciendo eso durante seis horas —agregó Soria, admirada.

—¿Y qué es lo que escribía en el pergamino?

—No nos lo ha querido decir —soltó Demián, muy ofendido.

—Seguramente es una especie de mandato —les explicó Pery—. Así es como funciona el nómosis, por eso también se lo llama "la ley líquida". Uno escribe una orden en un pergamino, luego arroja el trozo de papel a las llamas. El fuego se vuelve de color verde y es entonces cuando hay que comenzar a forjar el metal. La orden impresa en el pergamino va fusionándose poco a poco con el metal incandescente, y es necesario repetir esa operación mil veces. Ni una más, ni una menos, y la frase debe ser exactamente la misma en cada una de las copias. Si Gasky se hubiera equivocado en una sola letra, en la más diminuta coma, todo el trabajo se habría arruinado. Terminamos con toda la operación justo antes del alba. El stigmata entonces se endureció y su color pasó a ser este que ves ahora.

—Vaya, todo eso es asombroso. —Winger contemplaba el resultado de arduas horas de trabajo, que ahora mismo él estaba equipando. Sintió mucha culpa por cómo había tratado al historiador el día anterior, y por no haber podido decirle adiós a ese sabio hombre que tanto había hecho por ellos.

—Gasky lamentó tener que partir sin poder despedirse de ti —comentó Pery, como adivinándole el pensamientos—. Pero dijo que esperaba volver a verte pronto, y que estaba seguro de que sabrías cómo utilizar la gema de Potsol engarzada en el brazal.

—Sí, creo que sé a qué se refería.

Mientras palpaba la gema, Winger recordó la lección del conde Milau acerca de los canalizadores mágicos.

—Ese Gasky es muy impaciente —protestó Soria—. ¿Por qué tanto apuro en regresar a la mansión? Gluomo puede encargarse de todo él solito.

—No seas tan dura con él, hijita. Ya es inusual que Gasky abandone su investigación por asuntos particulares. Jamás hubiera imaginado que vendría hasta Dédam.

Winger apenas seguía las palabras de su tío. Estaba maravillado con aquel objeto tan especial. Se estremeció al pensar que, alguna vez, esa gema había pertenecido a un ángel.

—Por cierto, Winger ¿cómo están tus heridas? —le preguntó Soria.

La pregunta lo trajo de regreso a la realidad.

—Supongo que mejor —intentó sonar convincente.

—En ese caso, lo mejor será partir hoy mismo —sugirió Pery—. Las tropas de Catalsia ya están entrando en ciudad Bastian, no debemos perder el tiempo...

«Así que Bastian...», reflexionó sobre las palabras de su tío. Al parecer, el destino final de su viaje se hallaba en el corazón mismo del conflicto. Sin embargo, él no podía continuar sin antes encargarse de otro asunto importante.

—Lo siento, tío Pery —dijo con firmeza—. Pero aún no puedo ir a Pillón, primero debo...

—¡No vamos a Pillón! —lo interrumpió Soria, agitando su mano muy sonriente.

—Después iremos allí —explicó Mikán—. Pero antes debemos salvar a tu amiga.

—Lo debatimos anoche y pensamos que era lo correcto —agregó Demián, rodeándole el cuello a su amigo con un brazo y revolviéndole el cabello—. Qué cosas, nunca me habías comentado que tenías una novia...

—No es mi novia... —aclaró Winger, sin poder disimular su enorme alegría. ¿Cómo había podido pensar que sus amigos lo abandonarían en una situación como esa?

—¡Ya, andando! —exclamó Pery con tono imperativo—. En dos horas debemos estar partiendo si queremos hacer todo eso.

—¿Tú también, tío? —Las sorpresas no dejaban de llover sobre Winger.

—¡Por supuesto que yo también! ¿Acaso pensabas dejarme afuera? Vamos, date prisa y tráeme tus prendas dañadas. Ya verás que con un poco de costura las dejaré como nuevas. Ah, y también déjame aquí ese brazal, quiero darle una última pulida.

—De acuerdo.

Pero cuando intentó quitárselo...

—No puede ser... ¡La ranura ha desaparecido!

Todos lo miraron sin comprender.

Era cierto. De alguna misteriosa manera, el brazal se había cerrado por completo. Ahora era una pieza lisa y perfecta que, al parecer, no había forma de volver a abrir.

—Bueno, supongo que ya empezamos a descubrir qué fue lo que el viejo Gasky escribió en ese mensaje... —murmuró Pery, rascándose la nuca.



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