XXI: ¡En las garras del dragón!

Escalar el monte Mersme resultó mucho más arduo de lo que Gasky había anticipado. El ascenso era tan riesgoso que por tramos se volvía prácticamente vertical. Demián volvió a lamentar la pérdida de su bolsa de viaje, pues ahí también llevaba un equipo completo de montañismo.

Al inconveniente de tener que escalar solo con las manos (y sin más dispositivo de seguridad que una soga que Gluomo les había facilitado), había que sumarle las molestas bandadas de buitres. Estos pájaros los acecharon constantemente y sobre todo en los trechos más complicados, cuando resultaba imperioso aferrarse a las rocas con ambas manos. La pobre Soria debió llenarse de valor para espantar a las aves rapaces usando el hechizo que Ruhi le había enseñado.

Demián lideraba la marcha trepando con relativa agilidad, y de tanto en tanto retrocedía para ayudar a Winger y a Mikán, quienes claramente no poseían el mismo estado físico que él.

—¡Pooop! —exclamó Soria por enésima vez, frustrando el nuevo intento de un buitre particularmente molesto—. ¡Tontos pájaros bravucones, dejen en paz a mis amigos!

—Soria, ¿podrías ir a echar un vistazo más arriba? —solicitó Demián mientras ayudaba a Winger a sortear un obstáculo en el camino—. Hace más de tres horas que estamos subiendo, ya deberíamos estar cerca de la cima.

La muchacha asintió y se alejó de la vista del grupo, hacia las alturas. Mientras la esperaban, Winger echó un vistazo al abismo que se abría a su lado. Mala idea...

—Hay un enorme hueco en la roca, unos cincuenta metros más arriba —indicó Soria a su regreso—. ¿Crees que sea la cueva del dragón, Demián?

—No me cabe duda —contestó el aventurero con satisfacción.

Se agarró con fuerza a los salientes de las rocas y trepó con una energía renovada.

Una vez en la entrada de la cueva, Mikán y Winger se desplomaron del cansancio. Al ir los tres unidos por la soga, Demián prácticamente los había arrastrado ese último trecho.

—¡Vamos, no ha sido para tanto!

—¿Quieres darnos un respiro? —se quejó Winger—. Si estás tan emocionado, ¿por qué no te adelantas y te aseguras que el dragón no esté ahí dentro?

—¡Buena idea! —exclamó el aventurero con una gran sonrisa.

A Winger le preocupó un poco la imprudencia del entusiasta "¡Holaaaaaa!" con el que Demián ingresó corriendo a la gruta, y que llegaba hasta ellos en forma de eco. Pero pocos minutos después el aventurero volvía a salir, ahora con los hombros caídos y de mal humor.

—La bestia no está —bufó con fastidio—. ¿Se van a quedar ahí todo el día? Vamos, terminemos con este aburrimiento de misión.

Winger, Soria y Mikán respiraron aliviados al oír la noticia, y luego siguieron a Demián hacia el interior de la caverna.

El lugar era muy caluroso y húmedo, y el aire estaba atestado por un hedor que se hacía cada vez más fuerte. La luz del sol iluminaba el primer tramo del túnel, pero a medida que avanzaban la oscuridad iba ganando terreno. Winger y Mikán se disponían a encender sus Bolas de Fuego cuando un extraño resplandor azulado llegó desde lo más profundo de la cueva. Arribaron entonces a una cavidad muy amplia, una cámara rocosa en el corazón del monte, donde encontraron la fuente del fulgor: cristales fluorescentes que crecían por todas partes, iluminando con intensidad el recinto.

—¿Estos cristales tan bonitos son el stigmata? —preguntó Soria, observando su reflejo en uno.

—No, esas cosas crecen donde defeca el dragón. —La muchacha se alejó espantada del cristal cuando Demián dijo eso—. El stigmata está allí.

El aventurero señaló un sector del muro hacia el fondo de la cueva, donde sobresalían grandes trozos de lo que parecía ser un metal oscuro.

—Así que esto es stigmata —exclamó Winger con una mano sobre el rústico mineral; y una terrible duda se apoderó de él—. ¿Cómo vamos a extraerlo?

La expresión en el rostro de Mikán delataba que él tampoco había pensado en eso.

—No creo que usar explosiones en una caverna sea una buena idea —reflexionó el prodigio—. Tal vez si usamos algún hechizo de Cerín para derretirlo...

—¡Ehemmm!

Demián carraspeó con ímpetu para llamarles la atención. Cuando los otros tres se volvieron, ya había desenvainado a Blásteroy y realizaba malabares con ella en el aire.

—¿Con tu espada? —inquirió Winger, incrédulo—. ¿Crees que resulte?

—Por supuesto que sí —afirmó Demián muy confiado mientras continuaba con sus acrobacias—. Derretir el stigmata les tomaría un día entero. Mejor déjenle esto a un experto.

—¿Y si se quiebra?

—Soria, por favor, esta es la legendaria espada de Blásteroy, y es indestructible —alardeó el aventurero.

Haciéndoles una seña para que se hicieran a un lado, Demián avanzó con paso decidido y empezó a golpear el metal repetidamente con el filo de su espada. Las chispas saltaban por el aire, agregando aún más colorido a la brillantez de la cámara. Para asombro del resto, el stigmata en verdad iba cediendo poco a poco.

Mientras el surco en el mineral se iba ensanchando con cada nueva colisión de Blásteroy, Soria se puso a dar vueltas por el lugar. No tardó demasiado en descubrir los huesos rotos dispersos por el recinto.

—Chicos, este lugar me da mucho miedo...

—Solo falta un poco, Soria —la tranquilizó Winger—. No hay de qué preocu...

Se calló de repente. Algo había llamado su atención: breves vibraciones del suelo. Miró a Mikán, quien también parecía haberse puesto en alerta.

—¿Qué sucede? —Soria los miraba sin comprender sus expresiones de inquietud; no se había percatado de los leves temblores por hallarse flotando.

—Demián, será mejor que te apures —le instó Winger, mirando con impaciencia hacia la salida—. Esto no me está gustando nada.

—Ya casi termino.

Las vibraciones fueron haciéndose más notorias hasta que se convirtieron en sonoras pisadas que Soria también percibió. Mikán hizo un gesto a Winger, indicándole tener listo algún hechizo.

—¡Último golpe! —declaró Demián.

Y ya tenía su espada en alto cuando él también comprendió lo que estaba ocurriendo: el dragón había regresado.

Se trataba de un animal colosal, con escamas de color verde oscuro y cuernos negros que sobresalían alrededor de su cráneo como una corona. Llevaba en el hocico un ciervo muerto que manchaba de sangre sus dientes, cada uno de los cuales se asemejaba a la espada de Blásteroy. Llegó andando en sus cuatro patas debido a que la entrada de la cueva no era lo suficientemente amplia para él, y se detuvo en seco cuando vio a los intrusos. Fijó en ellos sus ojos brillantes. Al instante soltó la presa, y un humo negro comenzó a salir por sus fosas nasales.

—Está muy enfurecido —murmuró el aventurero, apenas pudiendo contener la emoción—. Estén listos...

Profiriendo un estruendoso rugido, el dragón se paró sobre las patas traseras y extendió sus inmensas alas en toda su amplitud. La imagen era aterradora: un demonio de cinco metros de altura, furioso por la profana irrupción en su morada. Entonces la bestia entornó sus ardientes ojos y un resplandor carmesí se encendió dentro de su boca.

—¡Va a lanzar fuego! —exclamó Demián—. ¡Corran!

Los cuatro se echaron hacia los costados al tiempo que una enorme llamarada era despedida desde las fauces del dragón. El ataque no los alcanzó, pero el calor del fuego era tan intenso que apenas podían soportarlo.

—¡Flechas de Fuego!

Los disparos de Winger dieron directo en el pecho de la criatura, sin provocarle el menor rasguño. Ahora el dragón lo tenía en la mira y se preparaba para arrojarle sus llamas.

—¡Soplo Invernal!

La bestia soltó un quejido cuando el conjuro de Mikán lo hizo tambalear. Más enfurecido que antes, el tausk giró con velocidad hacia su agresor.

—¡Picos de Hie...!

Antes de poder activar el conjuro, Mikán recibió un poderoso coletazo que lo arrojó por los aires. Estuvo a punto de estrellarse contra la pared de la cueva, pero Soria consiguió atraparlo a tiempo para evitar el impacto.

—¡No podemos hacerle frente! —Winger trataba de rodear a la bestia para socorrer a su prima y a su condiscípulo—. ¡Tenemos que escapar!

El dragón hizo retroceder a Soria y a Mikán con sus zarpazos hasta dejarlos acorralados en el fondo de la caverna. Entonces volvió entrecerrar los ojos.

—Soria, quédate detrás de mí —indicó el prodigio mientras sus dedos preparaban una invocación—. Creo que podré hacerlo...

La bestia lanzó otra vez su fuego.

¡Cortina de Hierro!

Mikán puso sus manos en el suelo rocoso y una gruesa barrera hecha de diferentes minerales se elevó frente a ellos. La muralla logró contener el poder del dragón. Sin embargo, el disparo del tausk era persistente, y la Cortina de Hierro se estaba volviendo incandescente. No tardaría en derretirse...

De pronto, la bestia soltó un fuerte alarido que interrumpió la llamarada. Demián había clavado a Blásteroy en el lomo del dragón y se hallaba colgando justo entre sus alas. El animal rugía y se sacudía con fiereza para quitárselo de encima, pero el aventurero se le aferraba con obstinación. Mientras presenciaba la escena, Winger notó con incredulidad que su amigo estaba sonriendo.

—¡Demián, sostente, te ayudaré! —Mikán había cambiado de ubicación y ya preparaba un nuevo conjuro.

Winger pensó que él también debía ayudar. Llevó sus brazos hacia delante y se preparó para lanzar su hechizo más potente.

—Cuando te lo ordene, es preciso que lo sueltes de inmediato y te alejes... —Los símbolos alquímicos se congregaban entre las manos del prodigio formando estructuras complejas; pero un fulgor rojizo al otro lado de la caverna lo alarmó—. ¡Winger, no!

La advertencia no llegó a tiempo:

—¡Meteoro!

El dragón se percató de la incandescente esfera de fuego al oír la detonación. Se libró al fin del estorbo en su espalda con una fuerte sacudida, abrió sus fauces y se preparó para recibir el golpe de frente. Winger quedó atónito: ¡la bestia había conseguido apresar el Meteoro con su mordida!

Aún con la gran bola roja entre los dientes, el tausk giró hacia Mikán y la aventó con mucha más fuerza y velocidad. El mago de la capa azul casi no tuvo tiempo de reaccionar. Deshizo el complejo hechizo que había estado invocando para improvisar otro:

—¡Crisálida!

Una barrera mágica se formó sobre su cuerpo. Pero no fue suficiente para evitar el impacto. La explosión del Meteoro hizo temblar la cueva entera y envolvió a Mikán con sus llamas.

—¡Mikán! —Con una inmensa preocupación en el rostro, Soria voló hacia el sitio donde el joven prodigio había caído y se puso a inspeccionarlo—. ¡Está con vida! —exclamó aliviada—. Pero se ha desmayado...

—¡Soria, tienes que sacarlo de aquí! —le gritó Demián, quien se estaba encargando de distraer a la bestia.

—¡Pero ese monstruo bloquea la salida!

Era cierto. Teniendo en cuenta la posición en la que se encontraba el dragón, difícilmente alguien podría abandonar el lugar.

—¡Flechas de Fuego!

El hechizo de Winger seguía siendo inútil frente a la coraza de escamas del tausk; pero había logrado llamar su atención. El dragón se olvidó por un momento del aventurero y avanzó en dirección opuesta, en busca del dueño de los disparos de fuego.

—¡Soria, tienes que hacerlo ahora!

La muchacha aprovechó la distracción para cargar a Mikán.

—Por favor, cuídense —dijo con voz temblorosa.

Y se dirigió hacia la salida con el herido a cuestas.

Mientras tanto, Winger retrocedía ante el acecho del colosal dragón. ¿Qué más podía hacer? Sus técnicas de fuego resultaban inservibles y no disponía de muchas otras opciones para oponerse a un enemigo como ese.

—¡Remolino de Viento!

Solo una suave brisa para el tausk, que continuaba acercándose.

—¡Vamos! —se embraveció Winger a sí mismo—. ¡Remolino de Viento!

Esta vez las ráfagas fueron más intensas; el dragón tuvo dificultades para avanzar. La velocidad de los vientos continuó en ascenso, y de pronto el animal se halló realizando un gran esfuerzo para mantenerse erguido. No sin sorpresa, el mago comprobó que su Remolino de Viento se había vuelto muy efectivo.

Entonces la bestia empezó a sacudir sus imponentes alas. La corriente de aire que logró provocar era tan fuerte como la que estaba recibiendo. Los vientos cruzados se igualaron. Winger intentó mantenerse firme, pero su hechizo finalmente fue superado por el poderoso batir de alas del dragón. Arrastrado por una violenta ráfaga, el mago voló hacia atrás y se estrelló contra el muro de roca.

—¡Winger, aquí vengo!

La bestia logró divisar a Demián a tiempo y le dio un macizo coletazo en el estómago. El golpe obligó al aventurero a soltar su espada, pero al mismo tiempo consiguió aferrarse a la cola del animal. Enfurecido, el dragón comenzó a azotar a Demián contra el suelo hasta que logró deshacerse de él con un veloz latigazo, arrojándolo hacia el mismo sitio donde había caído Winger.

—Parece que nos tiene acorralados —murmuró Demián con una sonrisa que a Winger le resultó muy inoportuna.

El dragón entornaba los ojos una vez más. Los dos jóvenes casi podían sentir el fuego que se estaba gestando en sus entrañas. No había adónde escapar.

—Creo que no nos salvaremos de esta —dijo el mago con resignación.

—Un placer haberte conocido, compañero —le respondió el aventurero.

Un resplandor escarlata comenzó a emerger desde las fauces de la bestia. Winger y Demián apretaron los dientes con fuerza. El calor era cada vez más palpable...

El dragón de pronto tropezó hacia delante, como si un gigantesco garrote le hubiese propinado un golpe en la cabeza. Pero allí no había ningún gigante. Solo estaba Soria quien aún mantenía la pose de brazos de Pop.

—¡Cuidado! —trató Winger de alertarle.

Soria recibió un poderoso coletazo que la hizo rebotar contra el techo de la cueva y luego caer al suelo. El dragón volvió a cambiar de presa. Se agachó y acercó el hocico a la muchacha. Mareada por el golpe, Soria no fue capaz de hacer nada cuando el tausk abrió la boca.

Entonces, justo antes de dar la mordida, la bestia se detuvo. Con los ojos muy abiertos miró hacia abajo: una profunda herida lo atravesaba desde el vientre hasta el pecho. Su agresor jadeaba, pero no había perdido el valor. Y la espada de Blásteroy estaba completamente teñida de rojo. Soltando una última voluta de humo, el gran tausk se desplomó justo encima de Demián.

Todo había ocurrido tan rápido que Winger tardó en reaccionar. Cuando al fin lo hizo, corrió hasta el lugar donde el dragón había caído.

—¡Demián! ¿Me oyes? ¡Soria, vamos, ayúdame!

—¡S-sí! —La muchacha reaccionó ante el insistente llamado—. ¿Pero cómo lo sacaremos de ahí?

Los dos estaban parados junto al cuerpo sin vida que aplastaba a Demián.

—Tenemos que empujarlo —dijo Winger, pero no tenía idea de cómo iban a lograrlo. El dragón debía pesar unas cuantas toneladas...

De pronto, el enorme cuerpo comenzó a mecerse de una manera extraña.

—¡Es Demián! —exclamó Soria—. Está tratando de salir por el costado.

Los primos pusieron todo su empeño e intentaron mover el pesado abdomen. Sentían a Demián cada vez más cerca. Después de un rato de forcejeo, el aventurero asomó la cabeza.

—¡Sáquenme esta cosa de encima!

—¡Si, Demián, aguarda!

—¡Ayyyy!

—¡Soria, no le jales la cabeza!

Les llevó un tiempo liberar a Demián, pero finalmente lo consiguieron. El aventurero estaba empapado en sangre, pero más allá del fuerte aplastón que había recibido, se encontraba bien. Winger y Soria lo ayudaron a ponerse de pie y los tres salieron de la cueva. Los rayos de sol de la tarde les devolvieron un poco la energía. Por su parte, Mikán aún se encontraba inconsciente.

—Le diste duro, Winger —bromeó Demián—. Vamos, bajemos de una vez.

El descenso fue bastante fastidioso debido a que tuvieron que ocuparse de cargar a Mikán y alejar a los buitres al mismo tiempo. De todas formas, estaban muy conformes: ninguno de ellos había salido seriamente lastimado, y además tenían el fragmento de stigmata... ¿Tenían el stigmata?

—¡¡EL STIGMATA!! —exclamaron los tres a la vez.

Increíblemente, a causa de la confusión de la pelea y las ansias por bajar del monte Mersme, habían olvidado dar ese último golpe para desprender el trozo de metal.

—¡Ah, no! ¡Yo me encargué del dragón, ahora ustedes vuelvan por el stigmata! —protestó Demián; pero entonces se quedó tieso y abrió los ojos aún más que el dragón—. ¡¡MI BLÁSTEROY!!

Al parecer, la espada de Demián había quedado sepultada debajo del tausk. Al final, fue él quien regresó sin quejarse hasta la caverna.

—————

Winger y Soria llevaron a Mikán hasta un arroyo cercano. Allí lograron hacerlo volver en sí con un poco de agua.

—¿Qué pasó? —indagó mientras se incorporaba.

—La pelea terminó. ¡Ya tenemos el stigmata! Solo que lo tenemos adentro de la cueva, por lo que Demián ha ido a buscarlo.

El prodigio se mostró un tanto confundido ante el extraño comentario de Soria.

—Mikán, perdóname por ese golpe. —Winger se mostró apenado y con la vista clavada en el suelo.

—No te preocupes. Supongo que no sabías que los hechizos de Cerín son inútiles contra la mayoría de los dragones. Pero... ¿por qué ustedes dos tienen esas manchas rojas?

Mientras Soria y Winger intentaban lavarse con el agua del arroyo, pusieron a su compañero al tanto de todo lo que había ocurrido. Tuvieron que fregar con fuerza para quitarse la sangre de dragón de la ropa.

—Si esto te sorprende, espera a que veas a Demián —comentó Winger mientras se limpiaba las últimas manchas de su capa.

El sol avanzó un buen trecho en el cielo antes que el aventurero estuviera de regreso.

—Aquí está el stigmata —indicó alegremente, alzando un saco abultado—. ¡Y aquí está mi hermosa Blásteroy! No puedo creer que la haya dejado abajo de un dragón, qué descuidado... ¿Qué les pasa, por qué me miran así?

Los tres jóvenes habían retrocedido unos cuantos pasos.

—Demián, hueles horrible. —Soria se tapaba la nariz con repugnancia—. Parece que la sangre ya se ha secado. Por los dioses, ¡báñate de una vez!

El aventurero hizo una mueca de disgusto, convencido de que estaban exagerando. De todos modos se metió en el río y empezó a lavarse. La sangre estaba realmente impregnada en su piel.

—¿El dragón está completamente muerto? —indagó Soria con curiosidad.

—Sí —se lamentó Demián—. Es una pena, no quería hacer una cosa así. Solo quería una buena pelea, pero no tuve otra opción. Era él o nosotros... ¿Pero qué tiene esta sangre?

Demián se frotaba con insistencia, pero su rostro y sus brazos continuaban de un color escarlata. Lo más extraño era que las manchas ya habían salido de su vestimenta...

Entonces el aventurero se tambaleó hacia un costado y estuvo a punto de caer.

—¿Estás bien? —le preguntó Winger.

—Sí, fue solo un...

Sin llegar a acabar la frase, Demián se desplomó en el arroyo.

Los demás se abalanzaron de inmediato sobre él.

—¡¿Qué le pasa?! —inquirió Soria con preocupación.

Mikán le revisó el cuerpo, pero no tenía heridas graves en ninguna parte.

—¡Debemos llevarlo de inmediato a la mansión!

Entre los tres lo alzaron y emprendieron el regreso al monte Jaffa sin perder tiempo.



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