XX: Profecías
Durante la ausencia de tres días del grupo, Gasky había pasado todo el tiempo encerrado en su laboratorio, tratando de unir las piezas y descubrir qué era lo que buscaba Catalsia en Pillón. Desafortunadamente, aún no había podido extraer ninguna conclusión al respecto.
—Pero al menos ustedes sí obtuvieron la poción. ¡Felicitaciones! —celebró el anciano el logro mientras inspeccionaba la botella de nómosis.
—¡Ruhi le envía saludos, señor! —recordó Soria de inmediato.
—Su amiga es una loca de remate —agregó Demián—. Casi nos mata con sus monstruos. ¡Usted debería habernos advertido acerca de eso!
—Créeme que en verdad lo siento, Demián —se disculpó Gasky—. Ocurre que ella es bastante impredecible, yo no podría haber adivinado con qué los iba a sorprender en esta ocasión. Últimamente tiene la costumbre de recibir a sus invitados con ese tipo sorpresas. Con razón ya nadie la visita... ¡Pero bueno! Lo importante es que regresaron sanos y salvos. Ahora se darán un buen baño caliente y más tarde me contarán todo con lujo de detalles.
Nadie protestó ante aquella invitación, y una hora más tarde uno a uno fueron bajando al comedor. El aroma de lo que Gluomo estuviese preparando era realmente apetitoso.
—¡Ahhh! ¡Qué reconfortante es estar de regreso en casa! —bromeó Demián y se dejó caer sobre una de las sillas del comedor—. Por cierto, ¿qué hay de comer, gordito?
—Es mi estofado de carne, señor Demián —le informó el plásmido mientras acomodaba los cubiertos sobre la mesa.
—¡Oh, qué sabroso! —se relamió el aventurero—. Más te vale que esté bueno, gordito.
—¿Quieres dejar de llamarlo así, Demián? —lo regañó Soria, quien se estaba ocupando de distribuir las copas—. Además, ¿qué haces ahí sentado? Podrías ayudarnos.
—No molestes, mujer. El hombre está descansando —soltó con arrogancia, antes de percatarse de la mirada fulminante de la muchacha—. Eh... quiero decir... ¡Ahora mismo voy por los platos!
Más allá de los reproches de Soria, Winger tenía que admitir que Demián estaba más distendido, no solo con Gluomo sino también con Mikán. Tras haber peleado juntos y cooperando, aquella muralla de celos y rencor que el aventurero había erigido se estaba comenzado a derrumbar. Tal vez no por completo, pero al menos lo suficiente como para hacer la convivencia más llevadera para todos.
A pesar de que estaban muy cansados, la conversación durante la cena fue agradable y entretenida. Soria relató su aventura al ser raptada por Ruhi, y cómo luego las dos habían tomado el té y platicado mientras los muchachos "jugaban" con las mascotas de la bruja. Por su parte, Gasky les contó historias acerca de la bruja, quien al parecer era una figura muy influyente que había asesorado a varias generaciones de la familia real de Lucerna. Sin embargo, no supo explicarles cómo había hecho la anciana para adivinar que ellos habían ido precisamente en busca de nómosis.
—Supongo que será otra de las misteriosas habilidades de Ruhi —dijo el historiador, encogiéndose de hombros—. Creo que ella nunca dejará de sorprenderme.
—————
Gasky no bajó a desayunar ni a almorzar al día siguiente. Mientras ayudaba a Gluomo con los quehaceres de la casa, Soria lo vio ir y venir de la biblioteca en varias ocasiones. Sin hacer otro gesto más que el del saludo, el anciano volvía a encerrarse en su laboratorio, a continuar pensando.
—Un tipo muy obstinado —opinó Demián.
—Yo diría que con mucha fuerza de voluntad —repuso Winger.
Los dos jóvenes se encontraban echados afuera de la mansión, viendo el cielo. Había sido una tarde de sol muy despejada hasta que una manada de núbelos[1] atravesó volando la región, con su clásica pasividad y su canción de ensueño.
—Qué animales fabulosos... —murmuró Winger mientras apreciaba el desfile aéreo—. Tan enormes y tan serenos, llevando su calma a todos los rincones del mundo...
—Se dice que son los animales más antiguos —intervino Gluomo, quien acababa de salir a regar las plantas—. Y que fueron creados por Riblast...
—Y a ustedes los plásmidos los creó Daltos, ¿no es así? —agregó Demián con una sonrisa maliciosa.
—Eso dicen —asintió Gluomo—. ¿Y quién los creó a ustedes, señor?
—Pues... —El aventurero quiso replicar, pero no supo qué decir—. Estúpido globo...
—Por cierto, Gluomo, ¿dónde está Mikán? —intervino Winger, aún risueño por la mofa fallida de su amigo.
—El señor Mikán se encuentra en la biblioteca del segundo piso. Al parecer, leyendo un libro que le recomendó el señor Gasky.
—Así que leyendo, eh —murmuró Demián—. Pues él se pierde a los núbelos.
—En verdad son criaturas muy hermosas —comentó el plásmido, mirando hacia el cielo—. Es una suerte para ellos que en esta época del año no soplen vientos muy fuertes en la zona de valles.
—¿De qué estás hablando, gordito? —lo interrogó el aventurero, algo confundido—. El día que caímos del puente hubo un viento tan poderoso que acabó por cortar las cuerdas.
—Demián tiene razón, Gluomo —coincidió Winger—. El viento estaba muy violento esa vez.
—Vaya, pero qué cosa tan rara —murmuró el plásmido—. Juraría que ninguna corriente de aire natural alcanza tales proporciones durante los meses de primavera y verano.
—Ninguna corriente natural... —repitió Demián para sí.
Y se quedó reflexionando acerca de eso por un buen rato.
—————
Esa noche, después de la cena, Gasky los reunió en la sala de estar para darles nuevas instrucciones. Se lo veía muy exhausto, pero el anciano mantenía su rostro gentil y sereno.
Winger halló aquella habitación particularmente acogedora. Era un cuarto amplio y alfombrado, con un juego de sofás de terciopelo verde, una estantería con libros y adornos, y un hogar a leña. Dos candelabros que había encendidos sobre la mesa ratona iluminaban tenuemente el ambiente.
El anciano ocupó un sillón individual, invitando a los demás a imitarlo. Mientras se ubicaban, Gluomo trajo una bandeja con un juego de tazas y una jarra de chocolate caliente con canela. Mikán se ubicó en el sofá más largo con Soria a su lado, pero enseguida Demián se coló justo entre ellos dos. Por su parte, Winger se sentó en otro de los individuales, contiguo al de Gasky.
—Mañana llevaremos a cabo la segunda parte de nuestro plan —los anotició el anciano mientras daba un sorbo a su chocolate—. Deberán dirigirse al monte Mersme, hacia el sudeste. Es el más empinado de los cuatro montes de Lucerna. El ascenso no será sencillo, pero supongo que eso no será un problema para ustedes.
—¿Y qué tenemos que buscar allí? —indagó Soria.
—Un metal muy especial conocido como stigmata.
—¡Stigmata! —exclamó Demián, poniéndose de pie de un salto y casi volcando la taza de Mikán—. O sea que hay...
Gasky no pudo evitar sonreírse, y asintió con la cabeza.
—¡Genial! —El aventurero alzó los puños.
—¿Alguien puede decirme qué está pasando aquí? —inquirió Soria, alejándose un poco molesta del eufórico Demián.
—El stigmata se forma en las cuevas habitadas por dragones —esclareció Gasky—. Como su amigo Demián ya ha descubierto, en la cima del monte Mersme vive uno de estos asombrosos animales.
—¿Y tendremos que enfrentarnos a ese dragón para obtener stigmata? —preguntó Winger, bastante menos emocionado que su amigo.
—En el peor de los casos, sí —confesó el anciano—. Aunque yo les recomendaría que eviten molestar a la criatura...
—¿De qué raza estamos hablando? —continuó Demián, ignorando la advertencia.
—De un tausk.
—¡Un tausk! Tiene que estar bromeando... —El aventurero estaba cada vez más feliz y excitado.
—¿Qué es un tausk? —preguntó Soria, temerosa.
—Es una de las razas de dragones más poderosas —le explicó Mikán, a quien tampoco le resultó una noticia agradable—. Cinco metros de altura, enormes alas, gruesas escamas verdes, garras y dientes afilados como sables. También tiene la habilidad de lanzar bocanadas de fuego.
—¿Y qué hace un tausk en este lugar? —preguntó Demián con intriga.
—La historia es larga —murmuró Gasky—. Solo digamos que lo traje aquí por un motivo especial...
—Conque quería cultivar stigmata, eh, viejo astuto —dedujo el aventurero, mirándolo con perspicacia.
—Parece que no puedo engañarte con estas cosas, eh, muchacho listo—respondió el anciano, devolviéndole la misma mirada.
—Entonces debemos ir hasta el monte Mersme, buscar esa cueva de dragón y traer un fragmento de stigmata —resumió Winger.
—Con dos kilos será más que suficiente —precisó Gasky—. El monte Mersme está a menos de un día de camino, por lo que estarán de regreso antes del atardecer. ¿Alguna pregunta?
Nadie parecía tener ninguna. Antes bien, se habían quedado bastante preocupados. A excepción de Demián, por supuesto.
—Tratemos entonces de relajarnos un poco —propuso el historiador—. Mikán, ¿qué te ha parecido el libro que te recomendé?
—Muy interesante, señor —comentó el mago, cambiando el semblante por uno más animado.
—¿Qué libro estás leyendo? —quiso saber Winger.
—Es acerca de las profecías atribuidas a Zacuón.
—Un tema atrapante, déjenme decir —intervino Gasky.
—Y es sobre ese tema que gira su investigación —agregó Mikán—. ¿O me equivoco?
El anciano le dedicó una expresión llena de admiración.
—Uno descubre que traje un dragón para producir stigmata, otro descifra el tema de mis largos desvelos con solo echarle un vistazo a un viejo libro. Pero qué jóvenes tan sagaces son todos ustedes...
Los cuatro sonrieron por el cumplido.
—Hace unos días usted quiso parecer misterioso y no nos contó sobre qué trata esa investigación suya —le reprochó Soria—. ¿No podría hacerlo algo ahora?
—Si en verdad quieren saberlo, supongo que no puedo oponerme a ese pedido. —Era claro que los cuatro se hallaban intrigados; y Gasky, deseoso de compartir sus reflexiones—. De acuerdo. Déjenme ver por dónde comenzar...
El anciano revolvió en su memoria, hojeando enormes tomos de enciclopedia mental con los tópicos más variados, hasta dar con el disparador indicado para la ocasión.
—Antes que nada, les haré una pregunta: ¿Creen ustedes en los Dioses Protectores?
Aquello los tomó desprevenidos.
—Pues claro que sí —contestó Soria de inmediato—. Si usted mismo le dijo a mi padre que Riblast me obsequió la habilidad para flotar en el aire.
—Muy buen punto —señaló Gasky, sorprendido por la sencillez de ese argumento—. ¿Y el resto? ¿Qué opinan, muchachos?
—Una vez, en la Academia, Jessio nos dijo que la evidencia más grande que tenemos acerca de la existencia de los dioses es la magia —comentó Winger.
—Es cierto, Jessio siempre lo menciona —coincidió Mikán.
—Esa también es una respuesta interesante —afirmó el anciano—. ¿Y qué hay de ti, Demián?
Al aventurero le estaba costando trabajo dar con alguna idea.
—Yo no sé utilizar magia ni poseo un don de nacimiento, y jamás me había hecho una pregunta así. Pero he viajado a lo largo y ancho de dos continentes y en todas partes hablan de los mismos seis dioses, más un puñado de ángeles. Supongo que no pueden estar tan errados.
—¿Y qué es lo que tú, personalmente, piensas?
—Pues, si tengo que ser sincero... —Demián se llevó una mano al mentón y lo meditó con mayor detenimiento—. No creo que sean más que puros cuentos y leyendas.
Gasky se echó a reír ante la honestidad del aventurero, con la cual había escandalizado a sus tres compañeros.
—Esa sí que fue una respuesta sincera. De ser cierta, toda mi vida de investigación habría sido una total pérdida de tiempo.
Con ese comentario Gasky volvió a capturar el interés de sus interlocutores.
—Tal vez al resto no les haya agradado la respuesta de Demián. Pero, díganme, ¿acaso alguno de ustedes ha visto alguna vez a un dios?
Todos guardaron silencio mientras el historiador le daba otro sorbo a su taza. Winger estuvo a punto de hablar. «"Soy la reencarnación de Cerín"», le había confesado Rupel. Pero también le había pedido que guardara el secreto. Por eso mismo, decidió mantener su promesa y quedarse callado.
—Aquí hay un punto interesante, y es que por lo general damos por cierta la existencia de los dioses cuando solo disponemos de pruebas muy indirectas como para hacer una afirmación así. Por supuesto que se les atribuye el don de la magia, y también las habilidades de nacimiento, pero esas son convicciones basadas en las costumbres de cada pueblo. Y nada más.
—Pero entonces... —intervino Winger—. ¿Usted no cree en los dioses?
—Por supuesto que creo en ellos —asintió Gasky, muy seguro—. Y es aquí donde entra mi tema. La presencia de los dioses es mucho más concreta de lo que muchas personas piensan. Ellos se han movido entre nosotros en el pasado, y aún lo hacen en los tiempos presentes.
—¡Un momento! —saltó Demián—. ¿Nos está diciendo que los Dioses Protectores bajan a nuestro mundo? Eso es una locura...
—Hay muchas historias que hablan acerca de la reencarnación de los dioses —observó Mikán—. Incluso hoy en día reinos enteros esperan la llegada de su Dios Protector particular. Pero nunca di mucho crédito a ese tipo de relatos.
—Recuerda que yo soy un historiador, Mikán, aunque muchos consideren que no soy más que un simple mitólogo por interesarme tanto en los mitos y leyendas. Aquí va otra pregunta. Considero que es la que todo historiador digno de ese nombre debe formularse: ¿En qué año estamos?
—¿Acaso está demente? —le espetó Demián—. ¡Es el año 992 del décimo milenio! Hasta un niño sabe eso.
—Me alegra mucho que lo sepas, niño —replicó el historiador—. De acuerdo, es el año 992 del milenio X. O sea, el año 9992. Ahora dime, Demián: ¿qué marca entonces el año 1?
Al parecer, toda la sabiduría del aventurero se había esfumado ante esa nueva interrogante.
—Eh... Pues...
—¿Y el año 0? —duplicó Gasky el desafío.
—¿Año 0? Eso es...
—¿Y el año -1? —continuó arremetiendo el anciano.
—¡De acuerdo! —se rindió Demián—. No tengo idea de lo que está diciendo, viejo.
Gasky rió victorioso.
—¿Y qué piensan los demás? ¿Qué marca el año 1 del primer milenio?
A diferencia del vapuleado aventurero, ellos se tomaron su tiempo para contestar.
—¿El origen del mundo? —arriesgó Winger.
—Es una posibilidad —admitió el historiador—. El año 1 marcaría en ese caso el momento en que el mundo fue creado a partir del Caos, el Olvido y el Infinito. ¿Alguna otra alternativa?
—¿Tal vez, la llegada de los Dioses Protectores desde el Recinto Etéreo? —habló Mikán, no del todo convencido.
—También es una opción a tener en cuenta. Partiendo de ahí, el año 1 marcaría la ruptura entre el viejo mundo, gobernado por los demonios, hijos de los Abismos, y el momento en que los dioses llegaron a nuestro mundo para desterrarlos a la prisión dimensional que hoy conocemos como la Cámara Negra. Vemos que, en este caso, el año 1 no marca un inicio absoluto, y que incluso sería posible hablar de épocas anteriores a esa fecha. Ese es el motivo por el cual nosotros consideramos a los demonios como criaturas prehistóricas. ¿Se les ocurre alguna otra posibilidad?
Ante el silencio de Winger y Soria, Mikán volvió a participar:
—Una tercera alternativa podría ser el final de la guerra contra los doijiens.
—Veo que estás muy informado, muchacho —se asombró el anciano—. Esa es una faceta del mito descuidada, mal estudiada y, en mi opinión, generadora de muchos prejuicios. Como tal vez sepan, las leyendas hablan de una época remotísima en la que existían dos continentes flotantes. Estos eran Kathos y Dylos. En Kathos habitaban los seres humanos, y en Dylos, los doijiens...
—Yo nunca he visto un doijien —comentó Soria.
Winger tampoco sabía con exactitud qué era un doijien.
—Eso es porque ellos usualmente viven alejados de los pueblos humanos —explicó el historiador—. Son muy similares a nosotros, solo que su piel es de una tonalidad celeste y sus orejas son más puntiagudas. Sin mencionar que poseen sus propias costumbres, tal vez muy diferentes a las nuestras. Ese suele ser el motivo por el que son víctimas del odio y la discriminación por parte de muchos humanos, quienes los consideran una amenaza a sus propias creencias.
—Pobres doijiens... —se compadeció Soria.
—Por eso digo que este mito es causa de numerosos conflictos. Y sin embargo, no es posible negar que haya algo de cierto en él. Según cuenta la leyenda, nuestras razas fueron creadas al mismo tiempo por los Dioses Protectores, pero por motivos que no conocemos estalló una guerra cataclísmica entre ambas. Las versiones más ortodoxas sostienen que fueron los doijiens quienes se rebelaron ante los dioses, y que los seres humanos solo defendieron a sus creadores.
»La cuestión es que la guerra acabó con la victoria de la raza humana, pero ocasionó el hundimiento de los dos continentes flotantes en el océano. Es por eso que hoy en día llamamos "Kathos" y "Dylos" a dos extensas zonas marítimas, aunque no haya en ellas tierra firme.
»Entonces, según esta versión, el año 1 marcaría la deriva de los dos continentes flotantes y la ulterior propagación de los seres humanos por la superficie de los continentes terrestres.
—Cuántas versiones... —exclamó Soria, muy mareada.
—¿Y cuál es la correcta? —preguntó el anciano con tono de acertijo—. Eso es algo que no sabemos, y les diré de dónde surge tanta confusión. El problema radica en que hay un punto en la historia donde esta comienza a mezclarse con el mito. Ese punto ronda entre los milenios IV y V. Nuestros documentos más antiguos datan aproximadamente de esa época. Son muy escasos, por cierto, y una dificultad extra reside en que están escritos en lenguas ya olvidadas. Todo lo ocurrido de ahí hacia atrás nos ha llegado por tradición oral, y se vuelve muy difícil distinguir los hechos históricos de la más fantástica imaginación humana.
»El trabajo de toda mi vida ha sido el de unir esos dos mundos supuestamente inconexos: el mito y la historia. Creo con fervor que aún en los mitos más extravagantes es posible hallar un hilo conductor que nos arroje pistas acerca de acontecimientos verdaderamente ocurridos. No solo en el distante pasado, sino también en la actualidad.
»Tal vez ustedes sean muy jóvenes para saber esto, pero el ejemplo más palpable puede hallarse en los sucesos que tuvieron lugar durante la Era de la Lluvia. Hablo de una época que duró unas cinco décadas y que llegó a su final hace menos de veinte años, en el 976 de nuestro milenio.
»Durante ese período las tormentas fueron intensas y los mares se volvieron salvajes y peligrosos para la navegación. Algunos reinos, como Catalsia, sufrieron graves inundaciones que trajeron aparejadas pestes y malaria. El mundo se había vuelto un lugar muy loco, es cierto... ¿Y saben a qué atribuían las personas la causa de tal fenómeno?
—A la presencia de Yqmud sobre el mundo.
Mikán se atrajo las miradas de sus tres compañeros de viaje.
—Así es —corroboró Gasky—. Según narran las leyendas, cuando el dios del océano decide bajar a nuestro mundo lo hace adoptando la apariencia de una gigantesca bestia marítima. Eso fue lo que sucedió durante la Era de la Lluvia: la influencia de Yqmud creó un desequilibrio en el clima a nivel mundial.
—¿Pero eso no es una simple leyenda? —inquirió Demián—. Quiero decir, ¿alguien ha visto realmente a Yqmud recorriendo los mares?
—Volvemos al tema del principio, ¿no creen? —dijo Gasky, arqueando una ceja—. ¿Alguien ha visto alguna vez a un dios? Tal vez lo encuentres difícil de creer, Demián, y debo admitir que yo tampoco he visto a la Bestia Yqmud con mis propios ojos. Pero les pido que confíen en mi palabra cuando les digo que eso fue lo que sucedió.
El anciano hizo una pausa en su relato. Los cuatro jóvenes se quedaron pensando en todo lo que el historiador había dicho. Si aquel punto entre los milenios IV y V conformaba un hiato de confusión y dudas, era justamente a ese lugar al que Gasky había conseguido arrastrarlos.
—Tengo que decir que todo esto es difícil de creer, suena tan irreal... —musitó Mikán, cruzado de brazos y con la vista perdida—. Además, aún no comprendo cuál es la relación con las profecías. Creí que su investigación giraba en torno a ese tema.
—Es cierto, Gasky, vaya al grano —exigió Demián tras soltar un largo y sonoro bostezo.
—Disculpen si me pongo efusivo; es que todo esto me apasiona —confesó Gasky, sonriendo con humildad—. Lo cierto es que mientras la Era de la Lluvia tocaba su fin, yo comencé a interesarme por las profecías atribuidas a Zacuón. Ya hace veinte años que inicié mi investigación, y debo decirles que mientras más ahondo en el asunto, más perplejo, maravillado y preocupado me encuentro.
—¿Por qué dijo que preocupado? —indagó Soria con inquietud.
Gasky la miró dubitativo antes de responder en tono lúgubre:
—Porque no se avecinan buenos tiempos para nadie. Y me atrevería a decir que el fin del mundo puede estar cerca.
Soria soltó un gritito y los otros tres se estremecieron al oír eso.
—¿Cómo que el fin del mundo? —preguntó Winger—. ¿Las profecías que usted menciona dicen eso?
—No lo dicen exactamente así. Esas son conclusiones a las que he llegado a partir del estudio de los profetas más destacados de la historia. Los adoradores del dios del tiempo suelen aseverar que los poemas que ellos escriben les son dictados por el mismísimo Zacuón, y por eso se los lee como posibles profecías. Yo empecé casi como un juego, interesándome por las predicciones que ya se habían cumplido, y de a poco fui cambiando la mira hacia las que aún no lo han hecho.
—¿Y qué dicen esas otras profecías? —se atrevió a preguntar Winger.
—Todas hablan acerca del fin de los tiempos —respondió Gasky, casi con resignación—. En cierta forma, resulta bastante curioso. Ninguno de los profetas va más allá del año 10.000. Es como si no hubiera milenio XI. Las predicciones llegan hasta ahí y no auguran nada bueno para la humanidad.
—Solo ocho años... —murmuró Soria con la voz quebrada, sujetándose del brazo de Demián.
Un raro silencio sobrevoló la habitación. Los cuatro jóvenes se miraron entre sí, como tratando de adivinar qué pensaban los demás.
—Déjeme entender una cosa —habló Demián, tan intranquilo como Soria—. Usted dice que se acerca el final. ¿Pero cómo sabe que es así? ¿No podrían estar todas esas profecías equivocadas?
—¿Hay acaso alguna señal de que estén por cumplirse? —añadió Mikán.
Gasky volvió a armar la respuesta en su cabeza antes de contestar. Se notaba que él comprendía claramente de qué estaba hablando, pero debía buscar la manera correcta de hacerse entender.
—Todos ustedes deben conocer esa vieja creencia según la cual Riblast, como guardián de la humanidad, aparece cada vez que se presenta un conflicto grave. Y es en esas épocas cuando los testigos que afirman haber visto al Cisne se multiplican por doquier. Por ejemplo, de acuerdo a los documentos históricos de hace quinientos años, durante la Gran Guerra hubo numerosos avistamientos de Riblast, centenares de ellos. Mas en los últimos treinta años, esa cifra se ha triplicado...
Otro dato que resultó impactante para todos.
—Supongo que ya habrán llegado a esta conclusión: si en la época de la más terrible guerra que haya presenciado la humanidad, quizás solo comparable con el enfrentamiento que llevó al hundimiento de los continentes flotantes, el vuelo de Riblast fue presenciado cientos de veces, ¿cómo puede ser que hoy en día, cuando se supone no hay grandes conflictos a nivel mundial, el Cisne siga apareciendo y con mucha más frecuencia que en aquel entonces?
—Creo que esa es la gran pregunta —convino Mikán, meditabundo—. ¿Entonces usted piensa que una gran batalla se avecina y que por eso Riblast continúa sobrevolando el mundo en su forma de ave, para encontrar la fuente de ese conflicto?
—Tú lo has dicho, Mikán —asintió Gasky—. Y aquí va mi revelación final: la mayoría de las profecías apocalípticas también hablan acerca del regreso de todos los dioses a nuestro mundo. El último regreso, para ser más precisos.
—Entonces es por eso que usted está tan interesando en estudiar la reencarnación de los dioses —dijo Mikán—: para que ellos puedan protegernos en los malos tiempos que se avecinan.
Pero ahora los ojos de Gasky estaban perdidos en la nada, inexpresivos, sin brillo.
—Lamento decir que esta vez te equivocas, Mikán. Sospecho que ese conflicto que podría conducir al fin del mundo no es otra cosa que la batalla final entre los dioses.
Esas fueron las palabras con las que el anciano cerró el tema de la noche, antes de sumergirse en un silencio contemplativo. Después de un rato, la sonrisa y el brillo volvieron a su rostro y se puso de pie.
—¡Bueno! Espero que la charla de hoy haya sido enriquecedora para todos. No ha sido mi intención alarmarlos, sino informarles a grandes rasgos acerca de mi labor en los últimos veinte años, para que de ese modo estén un poco más atentos a lo que pueda surgir de ahora en más. Ahora lo oportuno es que nos vayamos a dormir. Mañana nos espera otro día de trabajo y es mejor que estemos descansados. ¡Buenas noches!
Y sin decir más, el anciano los dejó solos, como de costumbre.
—————
Aquella noche, mientras daba vueltas en la cama, Winger regresaba una y otra vez a las palabras que el anciano les había comunicado. También pensaba en Rupel, quien era la reencarnación de Cerín. Si ella y Riblast ya estaban merodeando por ahí, e Yqmud lo había estado haciendo hasta no hacía mucho tiempo, entonces las profecías comenzaban a cumplirse.
Todo el tema acerca del fin del mundo lo había dejado bastante inquieto. Pero consideraba que el viejo historiador había tenido razón: si algo así en verdad podía ocurrir, era mejor estar prevenidos que vivir ignorando que el abismo final se encontraba tan cerca.
—————
Un par de horas más tarde, en la misma habitación del segundo piso que había utilizado con anterioridad, Mikán esperaba la llegada de la esfera del Lenguaje Remoto. Tomó un par de minutos, pero al fin estuvo allí.
—¿Qué noticias tienes para mí? —dijo la voz lejana.
—Señor, la próxima tarea que Gasky nos encomendó consiste en encontrar un metal muy preciado en una cueva del monte Mersme.
—Entonces aún no es lo que buscamos. Sigue atento a todos los movimientos y te aseguro que serás recompensado.
—Muchas gracias, señor. ¿Puedo hacerle una pregunta?
—Dime.
—Gasky hoy nos ha hablado acerca de las profecías del fin del mundo y su relación con el último regreso de los dioses. Sé que usted está al tanto de algunas de esas predicciones apocalípticas. Tal vez mi pregunta sea un tanto impertinente, señor, pero... —Vaciló un instante antes de hablar—. ¿Usted no ha sospechado que lo que estamos a punto de iniciar podría desencadenar una serie de eventos catastróficos?
Esta vez, la respuesta se hizo esperar.
—Por el momento, Mikán, solo puedo decirte que todo gran cambio en el orden de las cosas requiere sacrificios importantes. Demos por terminada con esta comunicación.
—Sí, señor.
Mikán despachó la esfera del Lenguaje Remoto, que silenciosa regresó a su escondite en el bosque.
[1] El núbelo es una criatura arcaica. Su cuerpo está conformado en un 95% por agua en estado gaseoso, recubierto por una fina membrana semitransparente. Un ejemplar adulto puede llegar a medir cien metros de largo y ser tan liviano como las nubes de las que se alimenta. Capaces de vivir cientos de años, estos seres pasan toda su vida en el aire, y siempre se mueven en grandes manadas arrastrados por las corrientes de viento. Al morir, la membrana del núbelo se desintegra y deja caer toda el agua de su cuerpo en forma de una cálida lluvia tropical.
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