XV: El santuario del bosque
Las vías ferroviarias llegaban solo hasta el poblado de Schutt. Para seguir avanzando hasta la zona de los cuatro montes era necesario cruzar el bosque a pie. La travesía no sería nada sencilla para un viajero poco experimentado, pero afortunadamente para Winger y Soria, el intrépido Demián se encontraba ahí con ellos.
La espesa vegetación del bosque de Schutt servía de hogar y alimento para diversas especies de aves y animales terrestres. Las liebres y cerdos salvajes eran abundantes y fáciles de hallar, así como también lo eran los mánguras[1]. El arco y las flechas que Demián guardaba en su gran bolsa de viaje le sirvieron a la perfección a la hora de cazar estas aves, así como su parrilla portátil y su caja de condimentos y especias cuando llegó el momento de preparar la cena.
—Les dije que uno siempre debe estar preparado —alardeaba el aventurero mientras sazonaba la carne sobre el fuego.
—No veo por qué tuviste que matar a esos pobres animalitos —le reprochó Soria.
—¡Pero si son comida, mira, comida! —le enseñaba Demián la parrilla con entusiasmo—. ¿O es que acaso no huele bien?
—No son comida, son seres vivos —replicó ella, ofendida, aunque comenzaba a atraerle el aroma de la carne asada.
La noche estaba casi sobre ellos, por lo que aprovecharon para asentar campamento mientras su cena se cocinaba lentamente sobre la parrilla. Soria se encontraba acomodando una pila de ramas para la fogata cuando avistó un par de ojos brillantes.
—Chicos...
No necesitó terminar la frase. Un grupo de tres venzus[2] había emergido de la oscuridad y rodeaba el campamento.
—Esto no me gusta —murmuró Winger, quien ya se había reunido con sus compañeros junto al fuego.
Los venzus parecían listos para lanzarse sobre sus acorraladas presas.
—Demián, ¿por qué no les damos la carne? —sugirió el mago—. Tal vez así se marchen...
—Olvídalo. No importa si lo que los atrajo fue la carne asada, ahora que nos descubrieron no querrán irse sin un trozo de nosotros.
Soria soltó un grito ahogado al oír eso.
Los felinos seguían avanzando, sigilosos, con cautela y sus garras en alto. Estaban casi encima de ellos.
—Cuando les diga, agáchense —susurró Demián con discreción.
Los otros dos asintieron.
—¡Ahora!
Los venzus saltaron hacia ellos. Soria y Winger se echaron al suelo al oír la orden de Demián, quien desenvainó su espada para hacer un giro completo sobre sí mismo. El filo de Blásteroy silbó en el silencio del bosque y los tres animales cayeron de un solo golpe.
Aún tirados sobre la hierba, Winger y Soria no podían creer que todo había sucedido tan rápido.
—Pueden ponerse de pie, el peligro ya pasó.
Con calma, Demián tomó la navaja que había usado para desmenuzar la carne de mángura y fue hasta el sitio donde yacía el cuerpo sin vida de uno de los venzus.
—¿Qué vas a hacer? —indagó Soria, aunque sabía cuál era la respuesta.
—Voy a salar un poco de carne y la guardaré para el resto del viaje —explicó Demián mientras empezaba con la operación—. Supongo que estarán de acuerdo, ¿verdad?
A Winger no le resultaba muy tentador pensar en comer algo que los había intentado comer a ellos, pero tanto él como Soria prometieron hacerlo si no había otra opción. Más allá de eso, estaba muy impresionado por las habilidades que Demián venía desplegando desde la llegada al bosque de Schutt. El aventurero había regresado a su hábitat natural.
—————
Siguieron topándose con más habitantes del bosque al día siguiente. Las lagartijas voladoras se movían entre los árboles sobre sus cabezas y los zorros rojos se escabullían a sus madrigueras al oír sus pies. También se toparon con un bórax que pescaba en las aguas de un arroyo con la paciencia de un ermitaño. Demián intentó cazarlo, pero bastó con que Soria posara en él sus bellos ojos verdes para que el aventurero cediera.
«Un león domado», pensaba Winger con diversión cada vez que otra presa se le escapaba al hambriento Demián.
Fue cerca de la caída de sol cuando descubrieron a la criatura más hermosa y sorprendente de toda la travesía: un guingui de alas blancas. El ave descansaba cerca de un manantial de agua cristalina mientras entonaba un canto sereno. Sus ojos eran azules, y un elegante penacho dorado coronaba su cabeza. Las largas y esbeltas plumas de su cola danzaban en el aire al son de la melodía, la que también había cautivado a los tres viajeros. Permanecieron como en un sueño durante un buen rato... hasta que Demián sacó su arco y sus flechas.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Soria, alarmada.
—Voy a cazarlo. Imagino que su carne será deliciosa.
—¡¿Qué?! ¡De ninguna manera te permitiré que hagas una cosa así!
—Pero, Soria, uno nunca...
—¡Pero nada! ¡Tienes que dejar de querer comerte todo lo que se te cruza en el camino!
Demián bajó el arco y también la frente. Se veía igual que un niño regañado por su madre, pensó Winger, quien procuraba no meterse en la discusión. El aventurero trató de decir algo, tal vez pedir disculpas, pero antes de poder hacer nada el ave emprendió vuelo.
—¡Oh, no! ¡Se está yendo! —se apenó Soria.
La muchacha se elevó por encima de las copas de los árboles para ver qué dirección había tomado. Desde las alturas pudo ver al guingui descender cerca de un alto edificio de piedra.
—¡Es por allí, síganme!
Soria se alejó presurosa por el aire mientras sus compañeros la seguían por tierra. En esa zona la vegetación era muy espesa y no se podía avanzar con facilidad, pero Demián se encargó de abrir el camino con la ayuda de Blásteroy.
Llegaron a un claro iluminado tenuemente por los últimos rayos de sol. Allí encontraron a Soria junto al guingui, y una mujer vestida con ropas blancas de sacerdotisa estaba con ellos.
—¡Winger, Demián! —los llamó Soria con la mano.
Junto a ella se encontraba una mujer alta y de cabello rubio, quien vestía ropas blancas de sacerdotisa. El guingui también estaba allí. Su tamaño era tal que el penacho dorado sobrepasaba todas las cabezas. Winger se acercó al ave, admirado por la nobleza de su porte. Sus plumas eran tan finas como cabellos, y sus ojos transmitían una sensación de paz indescriptible. Demián había tenido sensaciones similares a las del mago, solo que en el fondo se preguntaba cómo sería el sabor de ese animal.
—Veo que Jaspen les ha llamado la atención —dijo la mujer, sacándolos de sus respectivos trances con su voz suave—. Mi nombre es Mara, y soy una sacerdotisa del santuario del bosque en honor a Derinátovos, diosa de la naturaleza y la vida. Soria me ha comentado que tienen una misión muy importante en el monte Jaffa, y que hace un momento se cruzaron con Jaspen.
—Algo por el estilo... —balbuceó Winger, esquivando el tema de Demián y sus flechas—. ¿Este guingui es suyo?
—Jaspen no pertenece a nadie —explicó Mara—. Es un ser libre que elige a sus compañeros. Apareció en este mismo lugar una cálida noche de verano, y desde entonces nunca más se ha marchado. Considero una bendición que haya llegado a nuestro santuario. Es una criatura muy inteligente que entiende los sentimientos humanos a la perfección. —La sacerdotisa acarició con ternura el penacho de Jaspen—. Pero ya tendremos tiempo para platicar dentro del santuario...
—No creo que sea el momento más oportuno, señorita —intervino Demián—. Está anocheciendo y lo mejor será que armemos el campamento lo antes posible.
—No tienen que preocuparse por eso esta noche —dijo Mara con cortesía—. Le prometí a Soria que serían nuestros invitados. Comerán con nosotros y les daremos una habitación para que puedan descansar. Mañana por la mañana podrán continuar con su viaje. Por favor, síganme.
El santuario del que la sacerdotisa hablaba era aquella construcción de piedra que Soria había divisado desde el aire. Las plantas y árboles abrazaban al recinto con total naturalidad, dando la sensación de que este pertenecía al bosque desde siempre.
El interior era la continuación del bosque mismo, con animales pequeños correteando por el lugar, hermosas fuentes con peces, y mucha vegetación. Los muros, cubiertos por enredaderas, estaban ornamentados con bellas esculturas de los protectores del bosque, a cuyos pies se leían leyendas escritas en un idioma casi olvidado. En el centro de la cámara se levantaba una gigantesca estatua de la diosa Derinátovos. Su rostro reflejaba sentimientos neutros, pero sus manos daban la bienvenida a todas las manifestaciones de vida del lugar. Sacerdotes y sacerdotisas, la mayoría de ellos muy jóvenes, saludaban con gentileza a los recién llegados para luego continuar con sus quehaceres.
Soria correteaba de un lugar a otro, jugando con los animales y admirando los diversos objetos del santuario.
—Mara, este sitio es increíble —comentó Winger, embelesado.
—Se deben necesitar muchas personas para mantenerlo en buenas condiciones —observó Demián—. ¿Cuánta gente vive aquí?
—En este momento somos cincuenta asistentes, pero el número nunca es fijo. Las personas son libres de llegar y marcharse cuando quieran. Así es como lo desea el espíritu del bosque al cual adoramos: "Toma lo que necesites y deja el resto para el que vendrá; porque después del que estuvo, otro estará". Esa es una de las enseñanzas de la diosa de la vida.
—Derinátovos... —Demián se llevó una mano al mentón—. Se dice que es la más poderosa de las deidades, pero que sin embargo siempre se mantiene al margen de los conflictos entre los dioses.
—Eso es porque Derinátovos es imparcial —continuó Mara—, así como también lo es la naturaleza. Para ella, el bien y el mal son solo ilusiones que surgen al considerar aspectos parciales del mundo, y no la totalidad. Esa es la razón por la cual nunca interviene más que como proveedora, sin privilegiar a ningún bando.
—Un poco aburrida, ¿no creen?
—Tal vez puedas verlo así —rió la sacerdotisa ante el comentario de Demián.
Los sonidos del bosque resonaban en el santuario con una armonía perfecta. Si el símbolo de Derinátovos representaba al hogar, esta era una casa con las puertas siempre abiertas a la vida.
—¿Y cómo has llegado tú a este santuario, Mara? —quiso saber Winger, mientras bajaba a un pequeño roedor que había trepado por su capa.
—Fue hace mucho tiempo. Trabajaba yo como investigadora en la capital del reino cuando determinado estudio me condujo hasta este lugar. Apenas puse un pie aquí supe que no me marcharía. —Mara había levantado al pequeño roedor y lo sostenía con cuidado en la fina palma de su mano—. Dije adiós a mis amigos de la ciudad, obsequié todas mis pertenencias y me dediqué por completo a cuidar el bosque y venerar a la diosa.
—Vaya, qué historia. ¿No fue eso un tanto arriesgado?
—Pero, Winger, ¡la naturaleza siempre provee! Uno puede encontrar en ella todo lo necesario para vivir. Solo hay que buscar y allí estará. Esa es otra de las enseñanzas de Derinátovos: "La vida da lugar a la vida, siempre".
—Si tan solo Soria creyera eso... —murmuró Demián, quien contemplaba a su amada mientras ella se acercaba con toda una familia de ardillas corriendo detrás.
—Mara, ¿falta mucho para que comamos? —preguntó Soria, alzando a las ardillas y poniéndolas sobre sus hombros—. Tengo mucha hambre...
—No te preocupes, Soria. La cena ya casi está lista.
Y así fue que Demián debió guardar la carne de venzu para otra ocasión, pues esa noche se sentaron a la mesa comunal junto a los sacerdotes y sacerdotisas del templo. Todos compartieron suculentos platillos basados en hortalizas, legumbres, brotes frescos y tiernos frutos del bosque. Tal vez la carne no estuvo presente en el banquete, pero incluso Demián encontró toda la comida muy deliciosa.
—————
Después de la cena, Mara acompañó a Soria hasta las piscinas del santuario para darse un baño. Winger y Demián aprovecharon la oportunidad para conversar un rato a solas. Al parecer, había algo de lo que el aventurero quería hablar con su amigo. Llegaron a un patio interno, lugar agradable con robles y un pequeño estanque en el centro. Sin contar al par de mirlos que chapoteaban en el agua, no había nadie más allí.
—¿De qué quieres hablar?
—Es sobre todo lo que viene ocurriendo en el viaje. —Demián se apoyó contra uno de los árboles—. Con los animales, en especial con el guingui...
«Debí suponerlo», se dijo Winger. Desde del incidente con Jaspen había notado que su amigo actuaba un poco extraño; lo sentía callado, pensativo, incluso taciturno.
—¿Te refieres a la actitud de Soria frente a los animales?
—Así es. ¿Qué piensas tú al respecto? ¿Crees que está mal que yo vea a los animales como alimento?
El mago lo meditó un momento antes de responder.
—Lo que yo creo es que Soria es demasiado ingenua algunas veces. Dudo que lloriquee por un bórax si se lo sirven en un plato, bien cocido y con guarnición.
—Eso es cierto, muy cierto —asintió Demián con una expresión de triunfo en el rostro, seguro de estar del lado de la razón.
—¡Pero también es cierto que tú eres demasiado carnívoro! ¿Cómo puede ser que lo primero que hagas al ver a un guingui de alas blancas sea pensar en comértelo?
Tal vez Winger había puesto demasiado énfasis en sus palabras, pero eso era lo que él pensaba. Apreciaba a Demián y también lo admiraba mucho, pero tenía que admitir que a veces era un verdadero salvaje.
—No sé por qué soy así... —dijo el aventurero con tono de disculpa—. Supongo que después de tantos viajes me he acostumbrado a ver a los animales como alimento.
—Imagino que debes haber vivido situaciones muy difíciles.
—A veces pasaba días enteros sin probar bocado. ¡Si veía a un bórax no podía detenerme a pensar qué tan bonito era!
—Pero ahora no estás en una situación difícil ni has pasado días sin comer. Entonces trata de ver otros aspectos de los animales. Son seres vivos, después de todo. Nosotros tenemos muchas cosas en común con ellos.
—Muchos animales se lamen sus partes íntimas, yo no hago esas cosas —murmuró Demián, poco convencido.
—¡No te estoy diciendo eso! —gruñó Winger—. Vaya, eres todo un cabeza dura cuando quieres.
—Es cierto, no soy muy bueno para pensar este tipo de cuestiones... —se lamentó el aventurero.
—Tu problema es que eres demasiado impulsivo. Trata de pensar en Soria cuando veas algún animal y ella esté cerca. —Winger se le acercó y lo golpeó con el codo—. Al menos, trata de disimular en esas ocasiones, sabes que a ella no le gusta que seas tan brusco.
—Tienes razón en ese punto. —Demián sonrió y estrechó la mano de su consejero personal—. Haré todo lo posible de ahora en adelante. Gracias, amigo...
De repente, una explosión cercana los sobresaltó.
Los dos se miraron con preocupación: el estruendo había llegado desde la sala de la estatua gigante. Sin perder el tiempo se apresuraron hacia aquel lugar, solo para encontrarlo envuelto en terribles llamas. Los animales y asistentes se movían entre la confusión y el espanto, sin entender lo que estaba pasando. Había un gran agujero en uno de los muros, lo que explicaba parcialmente la detonación que habían oído. Y en el centro de la cámara se hallaba el responsable de todo el alboroto: un individuo con máscara de cerdo montado sobre un brutal vamporco[3].
El invasor tenía un cesto lleno de unas sospechosas frutas rojas. Riendo a carcajadas, tomó una y la arrojó al suelo con violencia, provocando una nueva explosión incendiaria.
—¡Tráiganme al chico de la capa roja! ¡Su nombre es Winger! ¡Tráiganlo aquí ahora o volaré este lugar en pedazos! —ordenaba el agresor mientras arrojaba racimos de sus bombas.
—Son frutos del árbol de fuego —le explicó Demián a su amigo—. Crece en zonas volcánicas, cuando sus frutos se dejan secar adecuadamente se vuelven muy inflamables. Por eso es que estallan.
—¡Winger, Demián! —Soria llegaba al encuentro de sus compañeros de viaje, y se mostraba tan desconcertada como ellos ante toda esa situación.
—¡Guaaauuuu! ¡Mira, Soria, qué bonito es ese vamporco! —exclamó Demián, simulando una gran admiración.
—¿Bonito? Pero si es muy feo...
—¿Feo?
—¡¿Estás loco?! ¡No es momento para eso ahora! —interrumpió Winger la conversación inoportuna.
—¿Cómo que no es momento para eso? ¡¿Y cuándo demonios es momento para eso?! —protestó Demián, entre molesto y mareado.
—¡Olvídalo por ahora, vamos!
Mago y guerrero dejaron a la muchacha atrás y se acercaron al hilarante enmascarado.
—¡Winger! ¡Tráiganlo ahora mismo! —continuaba exigiendo mientras amenazaba con arrojar más bombas.
—¡Aquí estoy! —llamó el mago al invasor desde el suelo—. ¿Quién eres tú? ¿Por qué estás haciendo esto?
—¡Winger! —lo señaló con un dedo desde lo alto—. Mi nombre es Jabalí, y he sido enviado para capturarte.
—¿Quién te ha enviado por mí?
—¡No tienes derecho a hacer preguntas, tú mataste a mi hermano Babirusa! —Jabalí apretó un puño con rabia.
—¡Yo fui quien acabó con ese inútil! —Demián dio un paso al frente—. ¿Por qué no te metes conmigo?
Winger no pudo evitar fijarse en que su amigo parecía entusiasmado y con ansias de entrar en acción.
—¡Entonces fuiste tú! —gritó Jabalí, apuntando ahora a Demián—. Me han ordenado que lleve a este chico con vida, ¡pero a ti sí puedo matarte, sabandija!
El enmascarado arrojó una lluvia de las bombas contra Demián, quien se encargó de ellas con la ayuda de Blásteroy. El polvo negro que había en el interior de los frutos se dispersó en el aire cuando la espada los cercenó, y ninguno llegó a estallar. El aventurero trató de acercarse a Jabalí, pero una segunda ola de esferas explosivas lo obligó a refugiarse tras su escudo.
Sintiéndose inalcanzable, el rufián soltó una carcajada.
—¡No pueden contra las granadas del árbol de fuego!
—¡Remolino de Viento!
El golpe directo de Winger tomó por sorpresa a Jabalí, quien debió sujetarse con fuerza de su montura para no ser arrastrado por la poderosa ráfaga. Varios frutos cayeron al suelo por la sacudida, y hubo más explosiones.
Winger alcanzó a ver una esfera volando justo hacia él. Intentó protegerse con su capa... pero nada ocurrió.
—Parece que no todos los frutos están secos. —Demián recogió la fruta roja con cuidado y observó unas sutiles vetas verdes—. Los inmaduros son los más peligrosos, nunca se sabe cuándo estallarán.
Alarmado por las explosiones a su alrededor, el vamporco levantó vuelo, provocando una fuerte corriente de aire con el batir de sus alas. El humo comenzaba a invadir el santuario y el fuego no iba a detenerse. Desde las alturas, Jabalí señaló a una persona y su bestia voló directo hacia ella.
—¡Soria! —exclamaron Winger y Demián cuando el vamporco capturó a la muchacha en sus enormes fauces.
Jabalí soltó una fuerte risotada.
—Sé que ella es muy importante para ustedes. La mantendré como rehén hasta que decidan revelarme dónde está escondida la gema.
—¿La gema? —repitió Winger, perplejo.
—¡La gema de Potsol! ¡Tú debes conocer su paradero! ¡Si quieres a la niña con vida, dime dónde está escondida la gema!
Jabalí creó una vía de escape arrojando otra bomba contra el muro. Soria gritó los nombres de sus dos compañeros entre pataleos, mientras intentaba zafarse de la mandíbula del vamporco. Demián corrió hacia ella con el corazón lleno de desesperación. Pero la bestia y su jinete ya se habían dado a la fuga.
—¿Qué vamos a hacer? —Winger miraba en torno suyo: entre el humo y el fuego, el lugar se había vuelto un caos.
—¡Tenemos que ir por ella! —le respondió Demián, con más agallas que ideas en la cabeza.
En ese momento, un sonido metálico, similar al de un cencerro, se hizo oír por encima del alboroto. Los dos jóvenes voltearon y vieron a Mara agitando una campana en el aire.
—¿Qué estás...?
La respuesta para Winger llegó volando en ese preciso instante con un trino melodioso: se trataba de Jaspen, el guingui de alas blancas.
—Podremos seguirlo montando sobre Jaspen —les explicó Mara mientras el ave aleteaba a su lado.
—¡Estupendo!
Sin esperar invitación alguna, Demián dio un salto para subirse al guingui. Jaspen se quejó en un graznido por la brusquedad, pero soportó el peso y se mantuvo firme en el aire.
—¡Vamos! —ordenó el aventurero, señalando la ruta de escape de Jabalí.
—¡Demián, espérame! —le reclamó Winger desde abajo, pero lo retuvo una mano que se había posado en su hombro.
—Comprendo que quieras socorrer a Soria, pero también necesitamos ayuda en este lugar. —Los ojos de Mara reflejaban un profundo sufrimiento ante tanta destrucción sin sentido—. Préstanos tus habilidades, por favor.
Winger iba a replicar, pero entonces comprendió la situación. El fuego avanzaba, las criaturas corrían despavoridas, y los asistentes no sabían qué hacer. Con una vegetación tan abundante, el templo no tardaría en volverse cenizas...
Miró una última vez a su amigo, quien ya se alejaba como un rayo sobre Jaspen, y le deseó buena suerte. Luego apuntó sus manos hacia las llamas más cercanas y exclamó:
—¡Chorro de Agua!
—————
Demián y Jaspen volaban entre las copas de los árboles a toda velocidad, siguiendo el rastro dejado por los fugitivos. El aventurero nunca había imaginado que un guingui pudiese desplazarse con tal rapidez; incluso le resultaba dificultoso mantenerse aferrado al lomo del animal.
No tardaron en dar con la ruta de Jabalí, pues a diferencia de Jaspen, el vamporco no evadía los obstáculos del bosque sino que se limitaba a derribar todo lo que se cruzara en su camino. El guingui continuó avanzando con seguridad hasta que pronto divisaron la silueta grotesca del cerdo alado.
—¡Ahí están! ¡Más aprisa!
Jaspen soltó un fuerte graznido y aceleró su vuelo. Jabalí se percató de la presencia de sus perseguidores cuando estos estaban casi encima de él.
—¡Demiaaaán! —gritó Soria desde la quijada del vamporco—. ¡Sácame de aquí, por favor! ¡Esto es asqueroso!
—¡No te preocupes, ya casi te tengo!
—¡Olvídate de eso, sabandija! —gritó Jabalí, arrojando sus bombas una tras otra.
Jaspen consiguió esquivar la mayoría las explosiones con ágiles maniobras; del resto se ocupó Demián con el filo de Blásteroy.
—Escucha, Jaspen, quiero que te acerques más a ellos, y luego... —Demián le susurró el resto del plan al oído.
El guingui profirió un nuevo graznido y se lanzó en una embestida directa contra el vamporco. La bestia recibió un fuerte empujón desde atrás que lo obligó a frenar su marcha.
Suspendidos en el aire, Demián y Jabalí se miraron cara a cara.
—Será mejor que te alejes si no quieres que mate a la chica ahora mismo. —El enmascarado señaló las poderosas fauces de su animal—. Solo necesito darle la orden y la hará trizas.
—Lamento decir que ya se acabó tu juego. —Demián sonreía confiado.
—¿Pero qué...?
El asesino no llegó a terminar la frase cuando una de las bombas en su cesto estalló. Se trataba de la misma fruta que Demián había recogido en el santuario, aquella inmadura e impredecible, la que el aventurero había devuelto al canasto en el instante en que Jaspen golpeó al vamporco.
Se produjo entonces una feroz reacción en cadena. Todos los frutos del árbol de fuego fueron detonados y la enorme explosión fulminó a Jabalí y a su bestia. Desde las alturas del bosque de Schutt, el jinete y su bestia se precipitaron rumbo al suelo.
El impacto no había alcanzado a Soria, pero la había dejado muy aturdida. Incapaz de mantenerse en el aire, la muchacha también se hallaba en caída libre. Demián volvió a espolear a Jaspen, y el guingui se arrojó en una zambullida urgente y vertical.
El aire zumbaba a sus costados; las copas de los árboles se acercaban frenéticamente. No tendrían otra oportunidad. El suelo del bosque se preparaba para recibir con crueldad a Soria. Demián estiró sus brazos; sus dedos rozaron el vestido lleno de símbolos, y consiguió abrazarla con fuerza. La hierba se aplanó cuando Jaspen volvió a tomar altura con un fuerte aleteo, mientras Demián alzaba un puño victorioso y bramaba de alegría.
Soria fue recobrando de a poco la conciencia. Sus ojos se encontraron con los de su salvador... y entonces cayó en la cuenta de lo que había pasado:
—Demián.... ¡Demián, eres un tonto! —La muchacha gimoteaba mientras le daba golpecitos en el hombro—. ¿Cómo pudiste hacer algo así? ¡Casi me matas a mí también! ¡Eres un torpe, torpe, torpe!
Pero el aventurero sonreía sin prestarle atención. Con Soria en sus brazos, se sentía todo un héroe.
—¡Chorro de Agua!
—————
Winger se sentía muy agotado tras haber utilizado el mismo conjuro tantas veces. Pero esa había sido la última: el incendio había sido sofocado. Mara se acercó con una manta limpia y la puso sobre sus hombros. A pesar de todo el daño que el santuario había recibido, la sacerdotisa se mostraba sonriente y agradecida, y eso bastó para reconfortar al mago.
Demián y Jaspen fueron recibidos calurosamente a su regreso, mientras que Soria se pasó una hora entera detallando lo desagradable que había sido estar en la boca de un vamporco.
La alarma había pasado, pero aún quedaba trabajo por hacer antes de ir a descansar. Soria asistió a Mara con los animales heridos, en tanto que Winger y Demián ayudaron a los asistentes a remover los escombros que las explosiones habían dejado.
—Te las has arreglado muy bien ahí afuera —dijo el mago a su amigo mientras cargaban entre los dos la estatua decapitada de un fauno.
—Tú tampoco estuviste nada mal por aquí —le devolvió Demián el cumplido; luego habló con seriedad—. Estos tipos aún están detrás de ti.
—Así parece... —asintió Winger, preocupado.
—Ese tipo preguntó por una gema.
—Sí, la gema de Potsol. —Esa palabra no dejaba de ser una incógnita para el aprendiz de mago—. Creo que es eso lo que buscan, aunque no sé qué es.
—Bueno, al menos ahora sabemos por qué te están persiguiendo.
—Sí, creo que tienes razón —admitió Winger.
Sin embargo, aún había varias piezas que no encajaban en todo aquel asunto. Tal vez el tan renombrado Gasky podría ayudarlo a disipar sus dudas.
Terminaron con el trabajo y finalmente pudieron retirarse a la habitación que Mara había preparado para ellos. Las luces ya estaban apagadas y Soria dormía en un catre. Winger se desplomó sobre otro y en el acto se entregó al sueño. Demián permaneció despierto un rato más. Contemplaba a la muchacha. Pensaba en lo bonita que era, en lo importante que era para él, y también recordó los consejos que su amigo le había dado.
—Trataré de hacerlo por ti, Soria.
—¿Que harás qué, Demián? —preguntó ella con cara de dormida.
—¡¡Nada, nada!! ¡¡Yo no dije nada!! —balbuceó él con el corazón en la boca—. ¡¡Vuelve a dormir, vuelve a dormir!!
Al día siguiente, después de un desayuno basado en frutas y cereales, el grupo estuvo listo para continuar con su viaje. Mara y Jaspen los acompañaron hasta las puertas del templo para despedirse.
—Sigan por la ribera del río y llegarán al monte Jaffa en poco tiempo. Rezaré para que la diosa guíe su viaje, y sepan que siempre serán bienvenidos aquí.
Jaspen trinó en señal de acuerdo con las palabras de Mara.
—El vuelo de anoche fue espectacular. —Demián se acercó a acariciar el penacho del guingui—. Cuídate, pajarraco.
Winger y Soria intercambiaron una sonrisa ante el gesto de simpatía del aventurero.
Y luego de agradecer a Mara una vez más por la hospitalidad, los viajeros dejaron atrás el santuario del bosque, continuando su camino hacia la residencia de Gasky.
Ninguno de ellos notó la presencia del misterioso personaje que los seguía de cerca...
[1] El mángura es un ave de tamaño mediano, similar a una gallina pero con un plumaje amarillento. Es capaz de realizar vuelos cortos aunque algo torpes debido a sus cortas alas. Es el ave silvestre más común del continente de Dánnuca.
[2] El venzu es un felino capaz de pararse sobre sus patas traseras y así dejar libres sus garras delanteras para atacar. Si bien su tamaño no llega a ser amenazante, son animales astutos que suelen emboscar en grupo a presas desprevenidas.
[3] El vamporco es un cerdo salvaje del tamaño de un búfalo, con grandes alas membranosas como las del murciélago. Son cazadores letales y viven en las regiones pantanosas del continente de Dánnuca.
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