XIX: Los trucos de la bruja
—¡Soria! —gritaron los tres al mismo tiempo.
Demián subió de un salto al balcón. La barrera invisible ya no estaba, pero se encontró con la desagradable sorpresa de que atrás de las cortinas no había más que un macizo muro de piedra.
—¡Esa bruja es también una ilusionista! —El aventurero dio un golpe furioso contra el muro.
—¿Cómo haremos para alcanzarlas entonces? —inquirió Winger.
Como respuesta a su pregunta, las cuatro puertas laterales se abrieron y una música de feria comenzó a llenar la habitación. A través de los vacíos umbrales no llegaba más que oscuridad, y la inquietante sensación de que estaban siendo vigilados.
—Estén atentos —los alertó Mikán—. En cualquier momento podría suceder algo.
Cubriéndose las espaldas entre sí, los tres jóvenes formaron un triángulo en el centro de la habitación, justo debajo de la araña de bronce. Demián sumó su escudo a la espada de Blásteroy y los magos comenzaron a preparar invocaciones.
Entonces, entre la música y las sombras, unos ojos amarillos aparecieron en el cuarto que se hallaba justo frente a Winger.
—Chicos, miren...
La criatura que salió a la luz resultó ser un pequeño monstruo rojo, escuálido y tembloroso.
—¿Qué es eso? ¿Un perro con escamas?
—¡Eso no es un perro, es un kássigler[1]! —reaccionó Demián con alarma.
El monstruo rojo tomó una gran bocanada de aire y se hinchó hasta aumentar su tamaño varias veces. Si antes a Winger le había parecido un perro faldero, ahora una bestia envuelta en escamas les mostraba sus colmillos amenazadoramente.
El kássigler soltó un estruendoso rugido que los hizo retroceder. Un solo descuido bastaría para que los destrozara con sus poderosas patas delanteras. Pero el instante de intimidación duró apenas un segundo para el aguerrido aventurero, quien sin poder contenerse se lanzó al ataque con su escudo por delante.
Aún sobrecogido, Winger observaba atónito a su amigo mientras este hacía frente con tanta bravura a esos dientes y garras, daba un salto hacia atrás y volvía a arremeter con la ayuda de Blásteroy. Miró a Mikán, quien con un gesto le dijo "¡vamos!", y los dos magos se unieron a la lucha.
La forma de la bestia roja había cambiado, pero no su temperamento. El kássigler se desplazaba por el salón en un permanente estado de agitación, sin quitarles los ojos de encima a sus enemigos y arrojando de vez en cuando un zarpazo para delimitar su territorio.
—¡Flechas de Fuego!
Winger tanteó el terreno con sus disparos a distancia. Como había previsto, ese truco apenas si le había causado una molestia a las escamas del monstruo rojo. Lo que sí logró fue atraerse la atención de sus garras, que ahora apuntaban hacia él.
—¡Fuerza Espiral Azul!
Un disparo de energía giratoria salió despedido desde las manos de Mikán. Aquel hechizo de Yqmud, certero y veloz, era varias veces más poderoso que las Flechas de Fuego de Winger. Para el kássigler fue como recibir una dura embestida en el lomo. Y cuando giró encolerizado hacia su nuevo atacante, Demián le propinó un golpe adicional en el hocico con su escudo.
Casi por casualidad, las acciones de cada uno de ellos habían resultado en una efectiva estrategia combinada. Sin embargo, necesitarían mucho más que eso para deshacerse de la furiosa bestia roja...
—¿Cómo vamos a enfrentarlo? —preguntó Winger, manteniendo una distancia prudente.
—No puede sostener esa forma por mucho tiempo —dijo Demián mientras esquivaba un nuevo zarpazo—. Hasta que vuelva a la normalidad, hay que aguantar... ¡Winger, detrás de ti!
El mago volteó y se encontró ante una nueva criatura que acababa de salir de otro de los cuartos aledaños. Unos ojos brillantes lo observaron desde las alturas de un cuerpo de paja con manos hechas de navajas.
—¡Flechas de Fuego!
El siniestro espantapájaros retrocedió inhibido ante los disparos llameantes de Mikán.
—Comprendo que no estés acostumbrado a este tipo de situaciones, Winger, pero es preciso que aceleres tus reacciones. —El joven prodigio apuntaba con una mano hacia el espantapájaros y vigilaba por el rabillo del ojo al violento kássigler—. No puedo dejar que Demián luche solo contra esa bestia. Tú tendrás que encargarte de este shatta[2].
La seguridad regresó a Winger al oír esa palabra. Sabía lo que era un shatta, pues cierta vez una de esas criaturas había causado muchos problemas en su granja.
—Pero ya no estás entre los cultivos. —Miró con recelo al espantapájaros que volvía a acercarse con las garras en alto—. ¡Flechas de Fuego!
Satisfecho con la nueva actitud de su condiscípulo, Mikán regresó a la pelea contra el kássigler. La bestia roja seguía resentida con el aventurero por el golpe de escudo, y a zarpazos lo estaba haciendo retroceder hacia el fondo del salón.
—¡Demián, aquí estoy!
El orgulloso aventurero le arrojó una mirada impertinente y lanzó una veloz estocada contra la bestia roja. No llegó a asestar el golpe, pues antes su pie tropezó con uno de los tentáculos de la escultura que él mismo había destrozado y se fue directo al piso. Los ojos del kássigler centellaron ante semejante oportunidad.
—¡Remolino de Viento!
El hechizo de Mikán fue certero y logró hacer retroceder al monstruo. Dedicó entonces una mirada astuta a Demián.
—De acuerdo, gracias por eso —reconoció el aventurero a regañadientes, al tiempo que se reincorporaba a la lucha.
—¡Flechas de Fuego!
Winger continuaba arrinconando al shatta. En un intento por protegerse, el espantapájaros golpeó la escultura de la pareja deforme y la hizo caer hacia el lado del mago. Winger logró esquivarla y siguió arremetiendo.
—¡Flechas de Fuego!
Ya casi lo tenía. Estiró sus brazos hacia delante, dispuesto a soltar su mejor hechizo, y cuando quiso adoptar una postura más conveniente sus pies quedaron atrapados en una sustancia viscosa. Miró hacia abajo y hacia atrás, y quedó atónito al descubrir que estaba parado encima (y adentro) de la cola de una babosa gigante. Los ojos saltones de la criatura se fijaron en él al mismo tiempo que abría una boca de encías y exhalaba un sonido amenazante similar a "¡BOOOOZA!"[3].
—¡Winger, no te muevas! —le advirtió Mikán desde la distancia—. ¡Si lo provocas arrojará su ácido sobre ti!
—Qué fácil es decirlo... —Winger trataba de permanecer inmóvil mientras miraba las ampollas llenas de líquido verde en el lomo de la babosa.
Mikán se tomó un momento para pensar qué hacer. Era arriesgado darle la espalda al kássigler, pero tenía que ayudar a Winger. Su mente armó un plan de emergencia y sin detenerse a repasarlo pasó a la acción:
—¡Picos de Hielo!
Una docena de púas heladas salió disparada desde el puño de Mikán directamente hacia la cola del booza. El monstruo se estremeció con la sensación gélida y desprendió esa porción de su propio cuerpo. Winger de inmediato se hizo hacia atrás.
Ya sin obstáculos en el camino, el joven prodigio hizo su siguiente jugada. Los brazos de Mikán se movieron en círculos, provocando una corriente de aire a su alrededor. A continuación, invocó unos símbolos alquímicos que brillaron con un color azul claro para luego cristalizarse en una delicada estructura hexagonal entre sus manos:
—¡Soplo Invernal!
Una estridente ráfaga helada atravesó el cristal y arremetió contra el booza. En apenas unos segundos, la babosa quedó convertida en una grotesca escultura de hielo.
El plan había funcionado. Mikán respiró aliviado. Y algo respiró muy cerca de él.
Las fauces rabiosas del kássigler lo tomaron completamente por sorpresa. Un dolor sin nombre se hundió en la carne del mago cuando unos dientes largos como estacas se mancharon con el color de su sangre.
La espada de Blásteroy irrumpió entonces como un rayo salvador. Movida por el brazo irreverente de Demián, la espada se clavó en el ojo izquierdo de la bestia roja. El kássigler soltó un alarido sufriente y dejó caer a su presa.
—Mikán, ¿estás bien? —Winger se acercó con prontitud a inspeccionar a su compañero.
—Eso creo —respondió el joven prodigio desde el suelo, aunque su hombro y su espalda sangraban mucho—. Muchas gracias...
—¡Se han pasado la mitad de la lucha intercambiando comentarios! ¡Dejen de hablar y encárguense del otro monstruo! —les espetó Demián mientras se aferraba tozudamente al lomo del kássigler, aún con su espada en la órbita izquierda del monstruo.
De rodillas junto a su condiscípulo, Winger comprendió que las heridas de Mikán no le permitirían seguir dando pelea. Observó al shatta, que otra vez avanzaba hacia ellos mientras movía sus dedos de acero afilado. Decidido a deshacerse del espantapájaros de una vez por todas, Winger alzó sus brazos y exclamó:
—¡Meteoro!
Grave error. El cuerpo de madera y paja reaccionó al impacto de la hambrienta esfera de fuego convirtiéndose en una pira ambulante. Con los brazos extendidos en cruz y una marcha torpe, el shatta empezó a desparramar ascuas ardientes por toda la sala.
—¡Apágalo, apágalo! —gritaba Demián mientras intentaba domar al kássigler encolerizado.
—¡¿Primero me pides que me encargue de él y ahora quieres que lo apague?! —protestó Winger, protegiéndose con su capa de las llamas que salían disparadas en todas las direcciones.
La música circense continuaba llegando desde algún lugar desconocido, sumando más confusión al caótico escenario de la contienda. Y de las cuatro puertas que se habían abierto, ahora solo quedaba una sin cerrar...
Un extraviado manotazo del shatta dio contra la cadena que sujetaba la araña al techo. La lámpara se desplomó y fue a caer justo encima de Winger. El mago logró dar un salto hacia atrás para no ser aplastado, pero su capa quedó enganchada en una de las ramas de la lámpara.
Por otro lado, Demián continuaba inmerso en su combate personal contra el kássigler. La bestia roja por fin había conseguido arrancarse la espada del ojo, y se mostraba más furiosa que nunca al lanzar zarpazos que sacaban chispas del escudo del aventurero.
Debido a la constante agitación de la lucha, ninguno de ellos notó la llegada del cuarto monstruo. Se trataba de un sapo azulado, pesado y obeso, que apenas podía moverse. Avanzó lentamente por el suelo cuadriculado. Encontró un sitio libre de escombros, se sentó sobre sus patas traseras y esperó. Recién entonces, con los ojos como platos, Demián lo vio:
—¡No puede ser! ¡Eso es un laguno[4]! ¡Winger, acábalo ahora mismo!
—¿No ves que también estoy ocupado? —El mago continuaba intentando zafarse de la araña.
—¡Pues desocúpate! —replicó el aventurero, con su escudo atorado entre los dientes del kássigler—. No dejes que esa cosa comience a...
La advertencia llegó demasiado tarde. Con los ojos hinchados por la presión, el laguno abrió la boca y dejó salir un desbordante torrente de agua. La regurgitación fue tan abrupta y repentina que de un momento a otro monstruos y humanos, todos por igual, se hallaron flotando en un estanque artificial.
El impacto de la ola liberó a Winger de la lámpara. Nadó hasta Mikán y lo sujetó con un brazo. Luego buscó algo de lo que aferrarse, y lo único que divisó fue la estatua de los arlequines danzantes. Curiosamente, esta aún se mantenía intacta. Consiguió llegar hasta allí al mismo tiempo que Demián, quien tampoco halló un mejor lugar para ponerse a salvo.
—¿Mikán está muerto? —le preguntó a Winger.
—¡¿Cómo piensas que estoy muerto?! —le espetó el mismo Mikán, aferrado a Winger con su brazo sano—. Es solo una herida, pero no creo poder volver a pelear por un tiempo...
—¿De dónde saca ese sapo tanta agua? —inquirió Winger.
—¿Crees que es el mejor momento para aprender cosas nuevas? —protestó el aventurero—. Lo único que importa ahora es que no se detendrá hasta haberlo inundado todo. Tenemos que hallar una manera de salir de aquí.
—La puerta debajo del balcón aún no ha sido tapada por el agua. —Mikán hablaba con debilidad y parecía estar a punto de desmayarse.
—Pues derríbala con algún truco —le instó el aventurero.
—¿Cómo piensas que podría hacer magia en estas condiciones? —se quejó el mago herido—. Para peor, ¡ya ni siquiera podemos hacer pie!
Mientras sus compañeros iniciaban una discusión sin sentido, Winger paseó la vista por el salón: a excepción del laguno, que desde las profundidades seguía echando agua, las otras criaturas pataleaban desesperadas sobre la superficie, pues no había otros sitios de donde agarrarse. Entonces solo se le ocurrió una opción.
—Tal vez, si me trepo a la estatua...
—¿Podrás hacerlo desde ahí arriba? —le preguntó Demián.
Winger miró al sonriente arlequín de piedra al cual se estaba aferrando.
—Confía en mí.
Demián asintió y lo ayudó a subir. No quedaba mucho tiempo; el agua cubriría su última vía de escape en pocos segundos...
—————
Una figura humanoide, hecha de una sustancia gelatinosa y azul, se inclinó junto a Soria y le tendió una bandeja.
—¡Muchas gracias! —sonrió la muchacha mientras se servía un bocadillo—. ¿Y hace cuánto que conoce a Gasky?
—Diría que unos setenta años; décadas más, décadas menos...
La bruja alzó su taza y otra criatura azulada se acercó a servirle té. Varios de esos seres translúcidos se desplazaban por la habitación y se ocupaban de diversas tareas domésticas, como barrer o sacudir el polvo de los muebles.
—¡Eso es mucho tiempo! ¿Y nunca se han enamorado?
—¡Querida! No deberías preguntar ese tipo de cosas —se ruborizó la bruja—. Aunque, hablando en serio, ese viejo sinvergüenza siempre ha tratado de conquistarme. Sin conseguirlo, por supuesto...
De pronto oyeron una detonación proveniente de algún lugar cercano. Ambas miraron en dirección a la pesada puerta blanca. Un segundo golpe se oyó con más fuerza y claridad.
—¿Qué fue eso?
—¿Será que tus amigos ya...?
La anciana no alcanzó a terminar la frase cuando una última y estruendosa detonación hizo temblar el castillo entero (para angustia de Ruhi, ¡derramando el té sobre el mantel!). La puerta voló en pedazos y una gran ola inundó la habitación, trayendo consigo una heterogénea colección compuesta por bestias, estatuas destrozadas, dos magos y un aventurero. Las dos mujeres se elevaron en el aire a tiempo para evitar mojarse.
—¡Son mis amigos! —exclamó Soria cuando la corriente amainó y pudo inspeccionar mejor la escena.
—Ya lo creo que son ellos —sonrió Ruhi—. Y es momento de ordenar todo esto.
La bruja hizo unas simples palmas. En el acto se evaporó toda el agua y en el suelo quedaron dispersos muchos objetos rotos, las criaturas azules semitransparentes, los monstruos y también los muchachos, medio ahogados.
—Queridos, veo que han entretenido muy bien a mis mascotas —comentó la bruja, soltando una carcajada estridente—. Pero lamento decirles que tendrán que pagar todos los destrozos.
—Maldita... bruja... —logró mascullar Demián sin dejar de escupir agua—. ¡Maldita bruja!
Se puso de pie con dificultad y volvió a arremeter contra Ruhi, con sus puños en alto y los ojos tan rabiosos como los del kássigler.
—¡Shh!
Ruhi lo apuntó con un dedo y el aventurero quedó inmovilizado en plena carrera. La bruja se le arrimó despacio y lo miró de cerca con los ojos entornados.
—Querido Demián, no veo por qué reaccionas de esa forma. Cuando dije que se los cobraría, estaba bromeando.
Después se dio la vuelta, chasqueó los dedos y lo dejó caer sobre la alfombra mojada. El aventurero intentó incorporarse una vez más, pero estaba demasiado agotado como para intentar otro asalto.
Ruhi volvió a elevarse en el aire. Cerró los ojos y se llevó las manos al pecho. Despacio, sutilmente, una niebla rosada comenzó a llegar hacia ella, reuniéndose entre sus dedos como una suave espiral.
—¡Recuperación!
La bruja extendió sus brazos y la niebla se dividió en delgados hilos que se prolongaron hacia cada uno de los que yacían en el suelo.
El efecto de aquel conjuro no era fácil de describir. Lo que Winger sintió fue una calidez muy especial, como una tierna caricia que invadió todo su cuerpo hasta el último rincón. Momentos después, cuando el calor se retiró, todas sus heridas habían sanado.
—Increíble... —Demián se palpaba el torso y no podía creer que todos los cortes y moretones que la bestia roja le había causado habían desaparecido—. Mikán, ¿tus heridas también sanaron?
—Sí, estoy bien. —El joven prodigio inspeccionó su hombro solo para comprobar que no tenía marca alguna, como si el kássigler jamás lo hubiese mordido—. Es algo sorprendente, esta mujer nos ha curado a todos de una sola vez...
—Y no te equivocas cuando dices "a todos". —Winger señaló con inquietud a las bestias.
La herida en el ojo del kássigler, la paja quemada del shatta, el cuerpo congelado del booza. Todos ellos también se habían recuperado. Alarmados, los tres muchachos volvieron a ponerse en guardia, pero la risa de Ruhi los contuvo.
—Queriditos, ¡no se preocupen! El juego ya terminó.
La anciana hizo palmas nuevamente y las criaturas azules, tumbadas por todo el lugar, volvieron a ponerse en movimiento.
—Lleven a mis preciosuras a sus aposentos, por favor. ¡Muchas gracias!
Winger observaba con curiosidad a los extraños criados translúcidos mientras estos conducían a los monstruos, ahora dóciles, hacia afuera de la habitación.
—¿Qué rayos son esas cosas?
—Son Sigilarias —le explicó Mikán—. Sirvientes mágicos hechos de energía pura. Pero no entiendo por qué esta mujer les da las gracias —agregó en voz baja—; se supone que es ella misma quien los crea...
—¡Oh! ¿Quieres saludarme antes de irte a descansar? ¡Ven aquí, Pinky!
La terrible bestia roja al fin había vuelto a ser un pequeño cachorro escamoso que se arrojó alegre sobre los brazos de su dueña.
—¿Pinky? —repitió Winger con el entrecejo fruncido.
—Parece que esta señora loca tiene animales muy raros como mascotas —comentó Demián, parándose junto a su amigo con los brazos cruzados.
—Eso no es lo que más me sorprende a mí. —El rostro de Mikán reflejaba perplejidad—. Los Sigilarias... Esas marionetas poseen una inteligencia artificial apta para llevar a cabo diversas funciones. Se trata de magia avanzada, crear uno solo ya es tarea de un experto. Pero aquí hay al menos una docena... ¿Quién es esta mujer?
Ajena al enorme asombro de Mikán, la bruja seguía divirtiéndose con su kássigler mientras este le lamía la cara sin parar.
—¡Demiaaaaán! —Soria se acercó a sus amigos, y se la veía muy animada—. Mira lo que me ha enseñado Ruhi.
La muchacha extendió el brazo derecho y colocó la mano abierta sobre el pecho del aventurero, al mismo tiempo que con la otra se sujetaba la muñeca.
—¡Pop! —exclamó con felicidad.
Una burbuja de aire se formó entre Soria y Demián, y cuando reventó, el cuerpo del aventurero salió disparado hacia atrás con una fuerza impresionante.
Winger y Mikán miraron a la muchacha con estupor.
—¿Te gusta, Mikán? —preguntó Soria, al parecer, muy orgullosa de haber dejado a Demián tumbado entre dos Sigilarias que amortiguaron su caída—. ¿Y a ti, Winger?
—¡Pero si eso es Pop! —exclamó su primo, aún sin entender lo que había ocurrido—. ¡Y tú no tienes ningún conocimiento de magia! ¿Cómo pudiste haber hecho un hechizo de viento de ese nivel?
—Ruhi me lo enseñó mientras conversábamos. ¿Verdad que es una mujer muy bondadosa?
—¿Estás diciéndome que pudiste aprender algo así en menos de una hora?
—Eso debe ser porque ella es una meianti.
Ruhi rió con simpatía al oír el comentario oportuno de Mikán.
—Vaya, eres muy listo, queridito.
—¿Qué es una meianti? —preguntó Winger, intrigado.
—Es una persona con un don de nacimiento, capaz de transmitir conjuros en el acto, sin mediar ningún tipo de instrucción —se encargó de explicarle su condiscípulo—. La información aparece directamente en tu mente, como si siempre hubiese estado allí. Hay muy pocas personas en el mundo que pueden hacer eso, y lo más curioso es que solo lo hacen cuando lo sienten necesario.
—Tal y como lo has dicho. —Ruhi le dedicó una reverencia—. Derinátovos me ha obsequiado un par de habilidades un tanto particulares. Es así que puedo esclarecer algunos conocimientos en ciertas personas. Cuando lo creo oportuno, claro está...
—¿Entonces usted tal vez podría...? —Winger no se animaba a preguntar.
—¿Quieres saber si puedo enseñarte algo a ti, eh?
La bruja arqueó una ceja con astucia. Luego dedicó unos momentos a mirarlo directo a los ojos.
—¡Demián, perdóname! —se disculpó Soria cuando dejó de admirar a Mikán y se percató de que el aventurero seguía echado en el piso sobre los dos Sigilarias—. ¿Te he hecho mucho daño?
—No te preocupesss, amorrr míooo... Tus golpes son suaves caricias... para... mí...
—Demián, estás hablando muy raro... ¿Demián? ¡Demián!
Y mientras Soria zamarreaba al aventurero para que espabile, Ruhi había llegado a un veredicto:
—Lo lamento, no puedo enseñarte nada en este momento. Pero vuelve en tres o cuatro años —se apresuró a añadir al ver a Winger tan decepcionado—. Estoy segura de que tengo algo para ti...
—Disculpe que la interrumpa, señora Ruhi —habló entonces Mikán, muy serio, cuando cayó en la cuenta de todo lo que había pasado—. ¿Puede explicarnos por qué casi nos mata con esas criaturas suyas?
—¡Pero, querido Mikán, si yo nunca intentaría hacerles demasiado daño! Verás, mis hermosuras no han tenido mucho para hacer en este último tiempo; necesitaban un poco de ejercicio. Es por eso que solicité su ayuda. Y debo decir no lo han hecho nada mal —agregó con un guiño.
—¡¿Qué rayos está diciendo?! —bramó Mikán con una reacción similar a las que solía tener Demián—. ¡Por poco y no salimos vivos de ese cuarto! ¡¿Y usted dice que no quería hacernos "demasiado" daño?!
—Pero ahora no tienen ninguna herida, ¿cierto? —observó la anciana con un tono perspicaz.
—Eso no justifica nada —concluyó el mago dándole la espalda, muy molesto.
Por su parte, Ruhi encontraba muy divertida toda esa conversación.
—¡Queridos! Esta vieja bruja no hace pasar un mal rato a sus invitados sin darles nada a cambio.
Ruhi hizo unos pases con sus manos y una pequeña botella se materializó entre sus dedos. La bruja se la entregó a Winger, quien se puso a inspeccionar el oscuro y espeso líquido que había en el interior.
—¿Esto es nómosis?
—Efectivamente, querido.
—¿Entonces nos lo dará gratis?
—No es gratis —lo corrigió la bruja, sonriente—. Es por ayudar a esta pobre anciana a mantener entretenidos a sus hijitos. Muchas gracias.
—————
Cuando Demián se recuperó del golpe de Soria, se despidieron de Ruhi y emprendieron el camino de regreso al monte Jaffa. La bruja les había propuesto pasar la noche en su castillo, y Soria habría aceptado con gusto, pero los otros tres ya habían recibido suficientes gentilezas por parte de Ruhi. De todos modos, debieron admitir que la anciana no había resultado ser tan terrible como habían pensado.
—Pero sí un poco loca —convino Demián—. Bastante trastornada...
—Yo pienso que es una señora muy dulce, no sé por qué dices esas cosas tan horribles—lo reprendió Soria, quien lo estaba ayudando a caminar.
—Lo que ocurre es que a ti no te ha echado sus monstruos encima. —El aventurero fingía aún estar un poco débil, pero solo lo hacía para obtener los cuidados de la muchacha.
—Puede ser —reconoció Soria—. Pero al final, todos hemos salido ganando.
Eso sí era cierto. Ella había aprendido un hechizo de la nada, los demás habían ganado experiencia de combate, y los monstruos se habían "divertido" bastante. Además, habían conseguido la botella de nómosis.
—Por cierto, ¿de qué hablaron con Ruhi? —preguntó Winger a su prima.
—Cosas de mujeres. —La joven se reservó los detalles—. ¡Ah! Y le di los saludos de Gasky. La charla estaba tan entretenida que me olvidé por completo del asunto que habíamos ido a hacer allí.
—Al menos recordaste comentarle que habíamos ido a buscar nómosis —señaló Mikán.
—¿De qué estás hablando? Yo no le dije eso.
Winger y Mikán se detuvieron en seco y se miraron confundidos.
—¿Cómo que tú no se lo habías dicho? —volvió a interrogarla Winger.
—No, para nada. ¿Por qué?
—¡¿Y entonces cómo supo que queríamos eso?!
[1] El kássigler es una criatura extremadamente irascible que habita en los bosques más profundos del continente de Mélila. Cuando se siente amenazado infla su cuerpo y su apariencia cambia drásticamente. Las garras y dientes que emergen entonces son parte de su estructura ósea básica, mientras que el resto de su cuerpo se mantiene firme gracias a su resistente piel escamosa.
[2] El shatta es un espíritu maligno que invade los sembrados y se hospeda en el cuerpo de los espantapájaros. Si bien se desconoce el origen de este tipo de espectros, el folclore de los campos del sur de Catalsia menciona que se trata de las almas de los granjeros que han sido injustos, obligados ahora a deambular por los sembradíos como un castigo de los dioses.
[3] El booza es un molusco terrestre gigante que habita en las zonas húmedas de los cuatro continentes. Llegan a medir hasta dos metros de largo y se alimentan de casi cualquier cosa. Los ejemplares de mayor tamaño acumulan residuos tóxicos en las ampollas que se forman su dorso.
[4] El laguno es un anfibio exótico y de enormes proporciones. Previsor de sequías, si uno de estos sapos gigantes se topa con un lago, no se detendrá hasta habérselo tragado por completo. Toda el agua se acumula en su interior gracias a un complejo mecanismo compresor en el que, se especula, interviene un tipo de magia asociada a Zacuón.
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