XI: La confabulación

Luego de los extraños acontecimientos ocurridos durante el Combate de Exhibición, el clima en ciudad Doovati se volvió turbio. Los concejales de Catalsia solicitaban el pronto enjuiciamiento de los embajadores de Pillón, sobre todo de Charlotte, la mujer que había intentado tomar la vida del rey Dolpan. Por su parte, los ministros de la república vecina reclamaban con urgencia la devolución de los diplomáticos a sus tierras para que el tema sea tratado con justicia allí. Debido a tales confrontaciones, y como medida preventiva, se reforzaron las defensas en la frontera entre ambos territorios. La tensión se palpaba en el aire y los más pesimistas ya auguraban un posible conflicto bélico entre Catalsia y Pillón.

En contraste con el complicado panorama político, quien estaba realmente a gusto con el transcurrir de sus días era Winger. Casi cuatro meses habían pasado desde su llegada a la capital, poco a poco había ido adaptándose a sus ritmos y ahora ya se sentía como en casa. Tenía buenos amigos, un empleo estable y las cosas en la Academia marchaban a la perfección. Dekis el novato lo elogiaba como uno de los mejores aprendices del nivel inicial y, gracias a su desempeño en el Combate de Exhibición, había ganado una buena reputación entre sus condiscípulos. Por supuesto que Rapaz seguía con su mal carácter y Mirtel con sus extorsiones, pero esas eran cuestiones menores comparadas con todo lo demás, y él se sentía muy feliz.

Sin embargo, había llegado el día en que un nuevo sismo sacudiría los cimientos de su vida.

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Las clases en la Academia habían reiniciado luego del receso invernal y transcurrían con normalidad. Lara estaba regresando de a poco a los entrenamientos, pero prefería separarse del resto y practicar por su propia cuenta; solo una cuestión de orgullo personal. Quien ya no andaba por ahí fanfarroneando y molestando a todo el mundo era Rowen. Al parecer, la derrota en el Combate de Exhibición lo había bajado del pedestal en el que él mismo se había puesto, lo que era bien recibido por sus compañeros.

—¡Encantación! —exclamó Zack al tiempo que tocaba el poste de madera que estaban usando para entrenar.

Winger y Markus aguardaban el efecto del hechizo, expectantes.

De pronto, la estaca se prendió fuego.

—¡Nooo! ¡No era eso lo que tenía que suceder! —gritó Zack con alboroto—. ¡Winger, tu turno!

—¡Chorro de Agua!

El joven de la capa roja dio un paso al frente y enseguida extinguió las llamas.

—Se supone que tendría que haber tomado temperatura, no incendiarse —se lamentó el bromista con los brazos caídos.

—Por lo menos esta vez sucedió algo, no como cuando lo intenté yo —lloriqueó Markus mientras le palmeaba la espalda a su amigo.

—Vamos, chicos, solo tienen que seguirlo intentando —los animó Winger.

Como él ya había perfeccionado todos los hechizos que continuaban practicando con Rapaz, generalmente se dedicaba a ayudar a sus amigos a corregir sus errores. Resultaba sorprendente cuánto se habían invertido los roles en tan poco tiempo.

—¡Ya sé! ¿Por qué no le dices a Rupel que nos tome como sus aprendices? —sugirió Markus, esperanzado.

—Ya les he dicho que ella no quiere —volvía a repetirles Winger—. Tienen que entender que es una chica bastante especial.

—¿Muy especial, eh? —murmuró Zack con una sonrisa suspicaz—. Vaya, se nota que la quieres mucho.

—¿Eh? ¿Que la quiero...? No es que yo la quiera... Digo, sí... Pero no de esa forma...

—Ah, ¿no? ¿Y por qué te estás sonrojando tanto? —lo escudriñó Markus a través de sus gafas—. Yo creo que la quieres para ti solo. Después de todo, nunca nos has contado qué fue lo que pasó en su cena romántica.

—¿Otra vez con eso? ¿Cuántas veces debo decirles que no sucedió nada?

Hacía varias semanas que Markus y Zack lo acosaban con preguntas acerca de la velada en "El Buen Provecho". Winger había intentado ser lo más discreto posible, pero no hubo forma de evitar que el señor Grippe pregonara su propia versión de la historia.

—¡Vamos, Winger! —insistió Zack—. No tienes por qué ocultarnos esas cosas. Somos tus amigos, ¿cierto? —le sonrió con un guiño mientras le rodeaba el cuello con un brazo—. Cuéntanos, ¿dónde fueron después de la cena?

—¿Quizás a algún lugar romántico? —se sumó Markus al interrogatorio, también echándose encima de Winger—. ¿Acaso ya es tu novia oficial?

—¡Bastaaaaa!

—¡¡Mocosos!! ¡¡Cállense y sigan practicando!! —los reprendió Rapaz desde el otro extremo del patio y les aventó una Hidro-Cápsula.

—————

Ya era de noche cuando Winger, tras hacer horas extras en el restaurante, llegó a su cuarto de pensión. Como de costumbre, se arrojó sobre su cama y se quedó mirando el techo. Se puso a pensar en Jessio y en todo el trabajo que el maestro estaba teniendo para asegurar la protección del rey y la princesa. Cruzó por su mente la imagen de Charlotte y su inesperado ataque durante el Combate de Exhibición. Desde ese día, Winger había tenido la impresión de que algo no encajaba en todo ese asunto del atentado. Cuando vio a la embajadora por primera vez, le había parecido una mujer amable y tranquila. Pero al ser apresada por los guardias del palacio, entre forcejeos y gritos desaforados, recordaba más a una bestia que a una diplomática. ¿Acaso había estado fingiendo desde el principio? ¿Y por qué los enviados de Pillón intentarían una maniobra tan incauta en un momento como ese? Además, ese manto negro que ella vestía...

Estiró un brazo y tomó del cajón de la mesa de luz su ejemplar del libro de Waldorf. Fue directo a la última página, donde estaba dibujado el mapa a mano con aquella única referencia: "Potsol". Recordó a los asaltantes enmascarados, también envueltos en mantos negros. Ellos habían hablado de algo llamado la gema de Potsol. Si bien Winger no tenía ni la más remota idea de lo que eso podía ser, Cara de Topo y Cara de Gato estaban muy seguros de que él la escondía.

¿Podían estar los dos sucesos relacionados, o todo era fruto de su imaginación?

Soltó un suspiro desorientado.

«Tal vez se lo cuente al señor Jessio cuando lo vea», se dijo a sí mismo.

Para despejarse un poco y tratar de ordenar sus pensamientos, decidió ponerse su capa y salir a dar un paseo. Pero cuando quiso tomarla...

—¡Mi capa!

Se dio cuenta de que la había olvidado en la Academia. Markus y Zack lo habían distraído con sus preguntas sobre Rupel y se había marchado del establecimiento sin su capa. Se preguntó si por aquellas horas habría alguien en el lugar. Como la pensión no se encontraba muy lejos de allí, decidió probar suerte e ir a buscarla.

Caminó con prisa a través de las calles adoquinadas; el invierno ya se estaba marchando, pero aún podía sentírselo durante las noches de ciudad  Doovati. Cruzó el sendero de sauces y llegó a la Academia. Algo llamó su atención al instante: la puerta de entrada estaba entreabierta. No había luces encendidas y nadie parecía estar vigilando el edificio. Se preguntó si tal vez alguien había olvidado cerrar con llave. Pensó que lo mejor sería entrar, recoger su capa y asegurarse de trabar bien la puerta al partir; de cualquier modo, al otro día nadie lo notaría.

Ingresó con sigilo al hall central. Por algún incógnito motivo, tuvo la sensación de que un aire macabro recorría la Academia envuelta en penumbra. Sacudió la cabeza y se dirigió al aula número uno, y se sintió más aliviado al encontrar su capa roja en el mismo sitio donde la había dejado esa mañana. Se la puso y caminó presuroso rumbo a la salida. Entonces escuchó ruidos que llegaban desde la planta alta. ¿Había alguien más en la Academia? Solo mucho tiempo después recordaría el episodio y se daría cuenta de lo incauto que había sido al optar por ir a investigar.

Escaleras arriba se ubicaban las salas de magia avanzada que utilizaban los aprendices del nivel superior. Una luz muy tenue escapaba del laboratorio de pociones junto con el murmullo de un par de voces. Sin hacer ruido, Winger se acercó lo más que pudo y se puso a oír la conversación.

—... Además está ese imbécil, que cree que puede tratarnos como basura, y todos estos mocosos del demonio. ¡Estoy harto de este lugar!

—Si sigues quejándote así, te saldrán aún más arrugas de las que ya tienes. Trata de tranquilizarte, entraremos en acción cuando llegue el momento.

—¿Y cuándo será eso? Los demás se están impacientando.

Winger se preguntó de qué estarían hablando esos dos sujetos. Las voces le resultaban demasiado familiares. Aguzó el oído y pudo escuchar el sonido de una caldera borboteando y distintos objetos de vidrio y metal que estaban siendo manipulados.

—Listo, con esto bastará.

—¿Qué tan potente es este elixir ahora?

—Está alcanzando el punto de mayor concentración. Si algo me tranquiliza, es que dentro de poco tendremos al bondadoso rey Dolpan en la palma de la mano.

—Ese ingenuo no sabrá ni qué lo golpeó.

Los dos se echaron a reír y a Winger se le heló la sangre. Parecía tratarse de una confabulación en contra del rey. ¿Pero quiénes eran? Las risas le dieron un nuevo dato. Una era aguda y melódica; la otra, ronca y despectiva. Tenía que acercarse aún más. Asomarse, aunque solo fuese un poco, para descubrir sus identidades...

Al fin lo consiguió, y lo que vio no le gustó nada: eran Mirtel y Rapaz. Ambos vestían túnicas negras y acababan de terminar con la preparación de una poción burbujeante.

—Ordenemos todo esto y marchémonos de aquí —sugirió Mirtel.

—De acuerdo. Pero, ¿sabes una cosa? —El tono en la voz de Rapaz había cambiado—. A veces me divierte que las personas no sepan que mi Dios Protector es Zacuón, y que me ha obsequiado un precioso don...

—¿Qué rayos estás diciendo? —indagó Mirtel, confundido—. ¿A qué viene ese comentario ahora?

—Solo digo que la persona que está espiándonos no sabe que puedo sentir la presencia de cualquier ser vivo cerca de mí, aunque no lo pueda ver. Y tampoco se espera que yo haga esto... ¡Distorsión!

Un disparo de extrañas ondas vibratorias, verdes y violáceas, alcanzó la puerta detrás de la que Winger se hallaba oculto y la hizo pedazos. El impacto arrojó al muchacho contra el muro del corredor; cuando alzó la vista, se encontró con las miradas de los dos asistentes de Jessio.

Ahora ellos podían verlo.

¡Bola de Luz!

Winger reaccionó ante el ataque de Mirtel y se arrojó hacia un lado. Una esfera luminosa estalló justo en el lugar donde su cabeza había estado. Miró las astillas de la puerta destrozada y la negra quemadura que había quedado en la pared.

«Van a matarme», fue el lapidario pensamiento que acudió a su mente mientras se echaba a correr hacia las escaleras con los perseguidores a sus espaldas.

—¡No escaparás! —bramó Rapaz—. ¡Vampiros!

Winger apenas había pisado el primer peldaño cuando decenas de murciélagos se abalanzaron sobre él. Las criaturas estaban hechas de una energía oscura y revoloteaban con frenesí a su alrededor. Tropezó y cayó rodando por las escaleras. Se incorporó como pudo y se abalanzó hacia la salida. Estaba a punto de conseguirlo...

¡Escudo de Luz!

Una pantalla lumínica, como un cristal hecho de luz, se había materializado frente al umbral de la puerta. El camino estaba bloqueado. Winger se dio vuelta: Mirtel y Rapaz se acercaban lentamente hacia él, sonriendo con malicia, saboreando cada paso.

—Mira a quién tenemos aquí —musitó Rapaz.

—Si es el aprendiz preferido de Jessio —agregó Mirtel, riendo con gracia.

—¡Ustedes...! Oí su conversación ahí arriba. —Winger estaba muy nervioso; no comprendía de dónde sacaba el coraje para hablar—. Jessio va a enterarse de esto...

—¿Y cómo piensas decírselo? —inquirió Rapaz con diversión—. No sé si habrás notado que tu situación es un tanto complicada. Si quieres salir de aquí, primero tendrás que vencernos.

—Y eso haré —afirmó Winger. En ese momento de desesperación, su mente al fin se aclaró y supo que su única chance de sobrevivir era defendiéndose. Y, además, sabía cómo hacerlo—: ¡Flechas de Fuego!

El ataque de Winger atravesó la corta distancia que lo separaba de sus adversarios.

—¡Escudo de Luz! —La barrera de Mirtel detuvo con facilidad los disparos.

El aprendiz aprovechó la oportunidad para escabullirse por el oscuro hall central.

—Tendrás que esforzarte un poco más, mocoso. ¡Distorsión!

La puntería de Rapaz era buena, pero una de las columnas del lugar se interpuso entre su hechizo destructor y su presa. Winger permaneció unos segundos oculto detrás del pilar; armó el plan en su cabeza y se lanzó hacia la siguiente columna.

—¡Ahí estás! ¡Distorsión!

La esfera de ondas distorsionadas pasó a escasos centímetros de su hombro. El corazón de Winger latía con fuerza. Llegar al siguiente pilar sería difícil, pero tenía que hacerlo una vez más...

Se asomó desde su escondite y exclamó:

—¡Resplandor!

El destello fue tan poderoso que las inmediaciones de la Academia se iluminaron a través de las ventanas. Mirtel y Rapaz se cubrieron los ojos con sus mantos, y Winger corrió hacia un tercer pilar.

Sin embargo, no se esperaba lo que vino a continuación.

—¡Contraluz!

Mirtel alzó su dedo índice y opacos símbolos de alquimia se dibujaron sobre él. Los símbolos crearon un punto de oscuridad que en apenas unos instantes se tragó todo el brillo del Resplandor.

Winger había quedado expuesto en plena carrera.

—¡Látigo-Cobra!

La cuerda negra se alargó y consiguió apresar al muchacho por el cuello, arrojándolo al suelo.

—Te atrapé. —Rapaz relamió la victoria.

«¡Tengo que alcanzarlo!», se decía Winger mientras el Látigo-Cobra lo asfixiaba. Con mucho esfuerzo estiró una mano y logró tocar la base del pilar.

—Triángulo de Fuego...

Las llamas emergieron desde las tres columnas y se conectaron entre sí. La barrera de fuego cortó el látigo de Rapaz, y Winger fue liberado de la atadura. Los traidores habían quedado atrapados en la celda de fuego. Aquello le daría algo de tiempo...

—Mocoso, ¿con quién crees que estás tratando? —le espetó Rapaz despectivamente—. Somos asesinos avezados, no vas a detenernos con tus truquitos de principiante. ¡Mirtel!

—¡Sí! ¡Escudo de Luz!

Mirtel se encerró dentro de su barrera protectora, preparado para lo que haría su compañero. Rapaz bajó la vista y cruzó los brazos por encima del pecho; sus ojos comenzaron a brillar con un color púrpura muy intenso al tiempo que sutiles ecuaciones mágicas surcaban sus sienes. El cuerpo del malhechor se elevó unos centímetros del suelo mientras aquellos símbolos comenzaban a enloquecerse, agitándose cada vez con más violencia.

—¡Expansión Espacial!

Rapaz extendió con fiereza sus cuatro extremidades, provocando una onda expansiva que hizo estremecer el edificio entero. Los pilares se vinieron abajo debido a la fuerza del conjuro y el Triángulo de Fuego fue destruido desde adentro. El impacto también alcanzó a Winger, quien voló hacia atrás hasta dar contra un librero.

Aquel ataque había sido muy duro. Aturdido, Winger miró a su alrededor y comprobó que todo el hall de la Academia había quedado hecho una ruina, y la caída de las columnas hacía peligrar la estabilidad de la construcción.

Mirtel deshizo su hechizo protector y se reunió con Rapaz. La expresión en sus rostros se había vuelto severa. Al parecer, había terminado el tiempo de los juegos.

Aún en el piso, Winger recordó las palabras de Rupel:

«"Los brazos extendidos hacia delante, las manos juntas en el centro..."»

¿Pero estaba listo para hacer eso?

«"Las manos deben estar abiertas, como si estuvieras sujetando una esfera entre ellas. Los símbolos alquímicos fluirán desde tus dedos hacia un único punto, donde se concentrará la magia..."»

Mirtel y Rapaz ya estaban muy cerca. Ambos preparaban sus conjuros.

«"¿Recuerdas todo el empeño que ponías para formar tu Bola de Fuego cuando aún no podías controlarla? Ahora es el momento de encauzar esa enorme cantidad de energía. Ya posees la técnica para liberarla..."»

No tenía otra opción. Había llegado la hora de intentarlo. Winger se puso de pie y repitió los movimientos que su maestra le había enseñado.

Un diminuto punto rojo se formó entre sus manos. Los símbolos alquímicos avanzaron desde las yemas de sus dedos hacia aquel centro de calor intenso. Repentinamente, el punto rojo se inflamó hasta convertirse en una gran esfera de fuego ardiente. Los pasmados rostros de Mirtel y Rapaz reflejaban la misma luz escarlata que había invadido todo el recinto.

¡Meteoro!

Se oyó una fuerte detonación y el enardecido hechizo fue liberado. Aunque su paso era lento, su apetito era enorme, y los enemigos solo pudieron soltar sufrientes alaridos al ser engullidos por el incendio circular.

Tras devorar a sus presas, el Meteoro continuó avanzando. Aletargado, saciado a medias, irrefrenable, se elevó en dirección al techo y estalló con un feroz estruendo. La explosión fue tan intensa que, de un momento a otro, el lugar quedó envuelto en llamas.

Las puertas, las estanterías, los libros; todo ardía en una gran fiesta de fuego que se propagaba con velocidad. Las vigas de madera ya comenzaban a desprenderse y Winger debió abrirse camino a través del incendio utilizando el Chorro de Agua. Como suponía, el Escudo de Luz de Mirtel ya no estaba bloqueando la puerta. La derribó con su Ráfaga de Viento y por fin consiguió salir al exterior.

Bajo el cielo nocturno, la imagen era aún más perturbadora: la Academia se había convertido en un palacio rojo. El muchacho estaba aterrado y no sabía qué hacer.

—¡Winger! —oyó entonces una voz familiar.

Se trataba de Jessio. Su rostro mostraba tanta confusión y espanto como el del aprendiz.

—¡¿Qué ha sucedido?!

—¡Señor! ¡La Academia! Mirtel y Rapaz estaban ahí, y...

—¿Qué hacías tú en la Academia a estas horas?

—Vine a recoger mi capa, señor. La puerta estaba abierta, y Mirtel y Rapaz estaban ahí, y preparaban una poción, y...

—¿Estás diciéndome que ellos incendiaron el edificio? ¿Dónde están ahora?

—Yo... Me atacaron... ¡No tuve opción! Los enfrenté con mi Meteoro...

La expresión de Jessio, iluminada por el fuego, se había vuelto severa al oír esas palabras.

—¿Tu Meteoro? ¿Qué haces tú, siendo todavía un novato, utilizando un hechizo tan peligroso?

Winger no tenía explicaciones. Jessio también guardó silencio. Las llamas continuaban con su labor destructiva.

—Entonces tú incendiaste la Academia... —dedujo el hechicero, admirando atónito el horrible espectáculo.

El aprendiz no pudo mirar a su maestro a los ojos.

—Y mataste a Rapaz y a Mirtel...

Winger alzó la vista. Quiso replicar ante esa acusación, pero no pudo. ¿Cómo negar lo que era cierto? ¿No era eso lo que había pasado? El Meteoro, un poderoso hechizo de Cerín causante del incendio y de las muertes, había sido disparado desde sus propias manos.

—Lo siento, pero me rehúso a creer tu historia —dijo Jessio, quien  ahora le daba la espalda—. Además, el castigo por este tipo de crímenes será el más severo. No veo otra sentencia más que la horca.

Un estremecimiento se apoderó de Winger.

—¡Pero, maestro...!

—¡Ya no me llames maestro! —bramó Jessio, señalándolo como solo se hace con un criminal.

El rostro del hechicero mostraba indignación, pero también una profunda tristeza. La Academia se caía a pedazos. El silencio reinaba entre ellos dos y solo se oía el crepitar de la madera quemándose. El cuadro permaneció inmutable durante un lapso empecinado en no acabar jamás.

—Vete, Winger.

El muchacho miró a su maestro con estupor.

—Vete de esta ciudad, de este reino. Es lo único que puedes hacer. Es lo único que yo puedo hacer por ti. —Jessio continuaba dándole la espalda; hablaba con calma y un desapego en la voz que marcaba una distancia insondable—. Los soldados de Catalsia comenzarán a buscarte a primera hora de la mañana. Si partes ahora mismo y logras cruzar el río Lycaia, ellos ya no podrán hacer nada.

Jessio caminó hacia el incendio, alejándose de Winger, y simplemente se quedó contemplando el fuego. Probablemente, ya no había nada que salvar.

—Señor...

—En breve me estaré dirigiendo a la guardia del palacio para declarar en tu contra, así que es mejor que huyas lo más rápido que puedas. Vete ahora, Winger, y olvídate de todo lo que has vivido aquí.

Aquellas desgarradoras frases fueron las últimas que Jessio pronunció. Mientras la sombra del gran maestro danzaba ante el resplandor de las llamas, Winger comenzó a correr en dirección a la carretera del este.


Con los ojos llenos de lágrimas, no podía creer que otro incendio iniciado por él mismo volvía a arrebatarle todo...


FIN DE LA PRIMERA PARTE



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