V: Una chica muy ardiente
Después de la plática con Jessio, Winger fue a reunirse con sus compañeros y les contó todo lo ocurrido en el aula. Lara se había marchado un poco antes junto a su padre y su hermano y, al parecer, aún estaba muy enfadada.
—No me gustaría estar en su lugar —comentó Markus, sacudiendo la cabeza—. Tener que lidiar con esos dos todos los días...
—¡Todavía no puedo creer que ese Greyhall te haya acusado de maleante! —protestó Zack—. ¡A ti, que no sabes hacer ni un hechizo!
—Gracias por defenderme así... —atinó a decir Winger con el orgullo pisoteado.
—Sabes, el padre de Lara es una de las personalidades más importantes de la corte —le informó Markus—. Es un economista de renombre y uno de los concejales más cercanos al rey.
—Es un tipo agudo, frío y escrupuloso —agregó Zack—. Supongo que lo que sucedió hoy no es más que otro ejemplo de su forma de ser. Ah, y olvídate que algún día nos invite a su casa a almorzar, el muy tacaño...
—————
Durante los días que siguieron al pleito con Rowen, Winger intentó por diversos modos mejorar sus habilidades mágicas o, al menos, lograr hacer una Bola de Fuego decente.
Todas las tardes, después de las clases, se quedaba en el patio delantero de la Academia con sus nuevos amigos y entre todos trataban de descubrir qué era lo que estaba fallando. Bajo la supervisión de Lara, quien era la más avanzada del grupo, Winger intentaba seguir al pie de la letra las recomendaciones que Dekis el novato le había dado, pero nada parecía estar dando resultado.
Al final, solo habían arribado a un par de conclusiones generales: que la Bola de Fuego de Winger era dos veces más grande que una normal; que las flamas de esta centellaban de una manera agresiva e irregular, sin respetar la forma de una esfera; y que, por más esfuerzo y concentración que Winger dedicase, el hechizo se cancelaba a los pocos segundos, bien extinguiéndose en una voluta de humo o, peor aún, estallando estrepitosamente.
—¡Por Derinátovos! —exclamó Markus, dándose por vencido luego de otra jornada de entrenamiento—. Realmente vas a necesitar un maestro particular.
—Yo, por lo menos, hasta aquí he llegado —se rindió también Zack, echándose al suelo y quitándole a June una sección del periódico para abanicarse—. No se me ocurre qué puedes estar haciendo mal. ¡Si incluso tu postura es mejor que la mía!
Eso era algo que Lara ya había señalado. Los movimientos de Winger eran casi perfectos: parecía llevar el talento para la magia en la sangre. Salvo por el diminuto detalle de que no era capaz de realizar ni el más simple de los conjuros...
—Podrías ir a echar un vistazo a la zona céntrica —le aconsejó Lara—. Allí hay un tablón de anuncios, tal vez puedas encontrar el aviso de algún mago de nivel intermedio.
—Supongo que tendré que hacer eso —soltó Winger en un suspiro apenado.
Los ahorros que tenía se le estaban acabando, por lo que hubiese preferido evitar la opción del maestro particular. Pero era cierto que necesitaba uno; y uno muy bueno. Por lo visto, había llegado la hora de conseguir un empleo.
—Chicos, ¿conocen algún sitio donde puedan estar buscando un ayudante, o algo así?
—Mi padre tiene un restaurante en el centro —comentó Markus con orgullo—. Si vas a estar por esa zona, podrías pasar por allí. Estoy seguro de que él podrá darte una mano.
—————
Siguiendo los consejos de Lara y Markus, Winger decidió ir a probar suerte a la zona céntrica esa misma tarde. Aquel era el distrito más elegante de ciudad Doovati y las tiendas más ostentosas se encontraban allí. El padre de Markus, el señor Grippe, tenía su restaurante en la avenida principal. El lugar se llamaba "El Buen Provecho", y a pesar del nombre un tanto empalagoso era uno de los comedores de mayor categoría de la capital.
Contemplando el amplio frente desde la otra vereda, Winger supuso que la fama del lugar no era exagerada. Una vez adentro, se convenció de ello: la atención estaba puesta en cada mínimo detalle, desde las lozas de granito arduamente lustradas, pasando por las mesitas con manteles almidonados y bordes dorados, hasta la barra de caoba pulida con terminaciones en bronce. El resultado era un salón muy elegante y acogedor. Con sus botas sucias y su atuendo de campesino, Winger sintió que ensuciaba el lugar tan solo por estar parado allí.
—¡Bienvenido, hijo! ¡Pasa, pasa! —dijo de pronto un señor barrigón y con un espeso bigote, quien se acercaba con rapidez a recibirlo. Era imposible no notar el parecido que tenía con Markus, solo que con varios años más encima y un elegante traje azul. Sin duda alguna, ese era el señor Grippe.
—¿Es usted el padre de Markus?
—Efectivamente. Y tú debes ser Winger —dijo el hombre, sonriendo ampliamente mientras le estrechaba la mano con entusiasmo—. Mi hijo me ha hablado de ti. Ven, siéntate por aquí.
El señor Grippe lo invitó a ubicarse en una mesa cercana a la barra. No había demasiados clientes a esa hora, por lo que podrían hablar tranquilos. De inmediato el dueño del restaurante hizo traer una jarra de jugo de frutas y le sirvió un vaso a su invitado.
—Ahora dime, muchacho —empezó el señor Grippe mientras él también se llenaba un vaso—. Markus me comentó que necesitas un empleo, pero no me aclaró cuál es tu especialidad.
«Ordeñar vacas», pensó Winger, pero eso no le serviría mucho en un lugar así.
—Nunca trabajé en un restaurante, señor. Menos aún en uno tan elegante como el suyo.
El comentario encendió un brillo particular en los ojos del señor Grippe.
—¡JAJAJAJA! Es cierto que mi humilde fonda cuenta con cierto prestigio en la ciudad pero... ¡Bueno! Eres amigo de Markus y además estábamos precisando un lavacopas. Estoy seguro de que te desenvolverás muy bien en ese puesto, ¿qué te parece? La paga será buena, lo prometo —añadió con un guiño.
—Creo que es perfecto, señor Grippe —asintió Winger sonriente—. ¡Muchas gracias!
—No, no, no —lo detuvo el padre de Markus, como si estuviera ofendido—. Nada de "señor" Grippe. A partir de ahora me llamarás tío Grippe.
—Eh... Está bien, como usted diga... —musitó el chico, algo extrañado por la singular petición.
Acordado aquel asunto, el "tío Grippe" le explicó cuál sería su trabajo allí: a la hora de las comidas se encargaría de lavar platos y copas, y por la tarde recogería mercadería y también se ocuparía de mandados menores. Se trataba de un empleo bastante activo, pero Winger estaba acostumbrado a las jornadas laboriosas debido a sus años en los campos del sur. Se hallaba listo para comenzar al día siguiente.
El señor Grippe aprovechó la oportunidad para mostrarle las instalaciones, desde la bodega de vinos hasta la enorme cocina. Entre meseros, chefs y ayudantes, más de veinte personas trabajaban allí en un mismo turno, y todos parecían muy satisfechos con el lugar y con su dueño. Como final del recorrido, el señor Grippe llevó a Winger hasta la barra principal del restaurante. Al joven le resultó llamativa la postura que había adoptado su nuevo jefe allí atrás: se hallaba agachado, como en una trinchera, y asomaba la nariz de vez en cuando para luego volver a esconderse.
—¡Psss! —le chistó en voz baja—. Ven aquí, muchacho, no te muestres tanto.
Aún más extrañado, Winger hizo lo que le pedían y fue a ocultarse él también detrás de la barra.
—¿Ves a ese sujeto de ahí? —El señor Grippe señaló a un individuo canoso que bebía plácidamente una lágrima—. Es el señor West. Se supone que a esta hora debería estar en la lechería. ¿Qué hace aquí? Raro, muy raro...
El señor Grippe tomó un lápiz y anotó aquel dato en una pizarra que tenía escondida debajo de la barra. Winger se sorprendió al ver cuántos nombres había escritos allí.
—Mmm... —El señor Grippe ahora observaba a una dama de guantes blancos y peluca escarlata, sentada cerca de una ventana—. Esa es la señora Apolonia. Nunca antes vino con una peluca de ese color... ¡¿Qué está sucediendo aquí?! Interesante, muy interesante...
Y meditando sobre eso último, el dueño del restaurante volvió a hacer anotaciones en la pizarra. Al percatarse de que Winger lo miraba un tanto confundido, agregó:
—No creas que lo que estamos haciendo es espiar. No, no, no —negó rotundamente el señor Grippe—. Esto se llama "recolección de información". Es importante saber todo lo que ocurre en la ciudad, ¡muy importante!
—————
Más tarde, ese mismo día, Winger caminó por la avenida principal hasta la plaza pública, ubicada justo frente al palacio real. Seis hermosas fuentes de piedra blanca decoraban el lugar, y los paseantes se detenían allí a descansar un momento y contemplar la imagen del gran castillo con sus tres torres, sus terrazas y sus arcos de piedra.
Winger no tardó en hallar el tablón de anuncios en uno de los extremos de la plaza. Era una gran superficie de madera de corcho; una parte estaba reservada para la divulgación de edictos y ordenanzas reales, pero los ciudadanos podían disponer del resto para colgar avisos comerciales o de cualquier otra índole. Estuvo un buen rato recorriendo el tablón, buscando el anuncio de algún maestro de magia, pero sin dar con buenos resultados: el precio de unos era excesivamente elevado, mientras que la ortografía de otros hacía dudar de su verdadero nivel de estudios.
Aunque aquello fue un tanto decepcionante, conseguir el empleo en el restaurante del señor Grippe lo había puesto de buen humor, por lo que decidió aprovechar las horas de sol que quedaban para practicar un poco más su malogrado hechizo.
Tomó su ejemplar del libro de Waldorf y caminó hasta hallar un claro espacioso en las afueras de la ciudad. Bajo la sombra de un enorme nogal y alejado del ruido urbano, se dijo que no podría haber dado con un mejor sitio. Se sentó en el césped, abrió el manual en la primera página del primer capítulo y comenzó repasar lo que tantas veces había leído ya.
El sistema ideado por Waldorf clasificaba cada conjuro siguiendo dos ejes: el nivel de complejidad, asociado a la estructura de su fórmula alquímica, y el Dios Protector al cual respondían los símbolos de dicha ecuación.
La complejidad de un hechizo se hallaba en relación directa con la pose que el usuario debía adoptar para activarlo. Así, los hechizos de nivel básico solo requerían la concentración del mago en la fórmula correspondiente, a veces tan sencilla como invocar un único símbolo. En el siguiente nivel, la ecuación alquímica adoptaba una estructura tridimensional, lo que implicaba adoptar una posición precisa con los brazos para activarla. Era el caso del Entalión Ardiente: Rowen había realizado movimientos circulares con las manos para lograr la invocación, finalizando con los brazos en cruz y llevados hacia delante. Por último, los hechizos más avanzados requerían complicadas fórmulas alquímicas, con símbolos activados en distintas partes del espacio circundante, lo que en la práctica se traducía como una postura de cuerpo completo. La Danza de la Gacela empleada por Rupel era un ejemplo de esta última categoría: su intrincada danza daba cuenta de la complejidad del conjuro invocado.
En cuanto a la conexión entre el elemento de un hechizo y los Dioses Protectores, Jessio había logrado explicarla con claridad: los conjuros de fuego correspondían a Cerín; los de viento, a Riblast; los de agua, a Yqmud; los relacionados con la tierra y la naturaleza, a Derinátovos; los dimensionales y psíquicos, a Zacuón; y las maldiciones y encantamientos, a Daltos. También había hechizos combinados que Waldorf asociaba con más de una divinidad. Por último, restaba aquel grupo de conjuros arcaicos que Jessio había mencionado durante su lección, los cuales no podían relacionarse con ninguno de los Dioses Protectores y que, por lo tanto, quedaban por fuera de la clasificación del manual.
Pero todo aquello era magia avanzada y Winger, por lo pronto, solo se enfrentaba al más simple de todos los conjuros. Su fórmula alquímica consistía en un único símbolo: el corazón de Andrea, y todo lo que el mago tenía que hacer era pensar en ese sencillo triángulo, focalizar su energía vital en la palma de la mano, y terminar la invocación pronunciando el nombre del conjuro:
—¡Bola de Fuego!
Una llama apareció sobre la mano de Winger. Centelló apenas un instante y luego se extinguió. Él no se rindió y siguió intentándolo, una y otra vez, hasta que en una oportunidad el conjuro se salió de control y acabó por estallarle en pleno rostro. Aturdido y exasperado, se puso de pie de un salto y lanzó un fuerte grito al aire:
—¡¿Por qué no puedo hacer este tonto hechizo?!
—Tal vez sea porque estás usando el método incorrecto, ¿no crees?
«¡Esa voz!»
—¡¿Quién es?! —exclamó con fastidio, aunque intuía de quién podía tratarse.
Recorrió con la vista los lugares cercanos y por fin la vio: recostada sobre una gruesa rama del nogal, sonriéndole con picardía, estaba la pelirroja de la tienda de capas.
—¡Tú!
—Tranquilo, pequeño, no te haré daño —bromeó ella mientras bajaba del árbol con un ágil movimiento acrobático—. Días sin vernos, ¿me recuerdas?
—Ya sé quién eres —dijo el muchacho sin disimular su malhumor—. ¿Por qué me estabas espiando?
—Ey, espera un momento —lo frenó la pelirroja—. Este claro no es tuyo, ¿por qué no iba a poder descansar yo en el árbol? Estaba ahí antes de que tú llegaras y sentí curiosidad por ver qué ibas a hacer.
—Eso se llama espiar —insistió Winger, reticente.
—De acuerdo, me atrapaste —admitió ella soltando una risita—. Por cierto, de nada.
—¿De qué rayos hablas? —preguntó Winger de mal modo; entonces recordó la pelea contra los dos misteriosos asaltantes—. Es cierto, no pude darte las gracias aquella vez. —El muchacho bajó la vista—. Discúlpame, ahora me siento un tonto...
—A decir verdad, esperaba que aparecieras por la tienda con un ramo de flores y que me invitaras a cenar como agradecimiento. Pero en fin... —suspiró la pelirroja, encogiéndose de hombros—. Los hombres de ahora no son como los de antes.
—¿Por qué dijiste hace un rato que mi método no es el apropiado? —intentó Winger cambiar de tema—. No creo que lo sepas, pero mi maestro no es otro que el gran Jessio de Kahani —agregó con orgullo.
—Lo que digas, pequeño —comentó ella sin mucho interés—. Pero tienes que admitir que los métodos del "gran Jessio"no te están sirviendo de mucho.
—No me digas pequeño... —murmuró Winger en voz baja—. Y supongo que tienes razón en eso último...
—Vamos, deja que Rupel te ayude, ¿sí? —La pelirroja le hizo un guiño—. Muéstrame de nuevo tu hechizo.
Winger vaciló un momento, pero acabó por acceder. Después de todo, ella sí que sabía usar magia. Levantó una mano y comenzó a concentrar toda su energía allí. Pronto comenzaron a emerger unas llamas irregulares, de un color anaranjado débil, que formaron una Bola de Fuego inestable y de gran tamaño. El conjuro se mantuvo así por unos segundos, y luego...
¡PLOP!
Se desvaneció en una voluta de humo.
Llevándose un dedo a la mejilla, Rupel se mantuvo en actitud pensativa durante unos segundos.
—Muy bien, te diré cuál es tu problema: tienes que dejar de poner tanto empeño para hacer un hechizo tan simple como este.
Winger la miró con intriga, como exigiendo una explicación.
—Vayamos más despacio. —Rupel extendió una mano con la palma abierta hacia arriba y se la acercó a Winger—. Esto es una Bola de Fuego.
Sin ningún esfuerzo hizo aparecer una esfera llameante, muy consistente, de colores brillantes y unos veinte centímetros de diámetro.
—Es un hechizo sencillo y muy dócil —comentó la pelirroja mientras manipulaba la flama hasta dejarla suspendida sobre su dedo índice—. Ahora, quiero que la observes bien. Esta Bola de Fuego es roja y pequeña, pero muy estable. La tuya es casi transparente, muy inestable y enorme. No sé si el "gran Jessio" te lo habrá dicho, pero eres capaz de acumular una cantidad de energía increíble. Tienes un gran potencial.
Esa afirmación dejó a Winger muy sorprendido.
—¿En verdad piensas eso?
—¡Claro! —asintió ella con énfasis—. ¿Nunca te has preguntado por qué tu Bola de Fuego tiene ese tamaño? El motivo es que la estás sobrecargando. Tal cantidad de magia no puede concentrarse en un hechizo tan elemental como este. Es por eso que tu Bola de Fuego se vuelve inestable y muchas veces acaba en una explosión. ¡Podrías incluso estar poniendo en peligro tu vida!
Esas últimas palabras cayeron como una lluvia helada sobre Winger. El accidente en la granja... Ahora todo empezaba a encajar.
—Aunque, quién sabe —reflexionó Rupel—. Tal vez estemos frente a la invención de un nuevo hechizo. Podrías llamarlo "Explosión Suicida de Fuego".
—¡Ey! Eso no es gracioso —se quejó Winger, aunque se estaba riendo.
—Perdón, prosigamos —regresó la pelirroja a la voz de maestra responsable—. Tu habilidad es bastante sorprendente para un novato. Estás practicando un hechizo elemental y tal vez ya estés listo para aprender algunos del nivel intermedio. Podría hacer cosas muy interesantes contigo, pequeño —comentó con sensualidad.
—¡¿P-podemos continuar, por favor?! —la apremió Winger.
Rupel se echó a reír al ver que el muchacho se había puesto rojo.
—De acuerdo, quiero que intentes hacer esto.
La chica cerró el puño, apagando la Bola de Fuego. A continuación, hizo aparecer una flama diminuta en la punta del dedo índice, tan pequeña como la de un fósforo.
Winger observó incrédulo la llamita.
—¿Esto es en serio?
—¡Por supuesto! Piensa en la poca energía que se necesita para hacer algo así. Quiero que lo intentes.
No sin desconfianza, Winger siguió las instrucciones de Rupel. Contempló desde cerca la punta de su dedo índice; alcanzó a distinguir el sutil triángulo rojo de la invocación. Después de unos momentos, un minúsculo fuego se materializó. Titiló unos instantes y se desvaneció.
—¡Muy bien! Hazlo de nuevo.
Winger volvió a intentarlo. Esta vez la llama se mantuvo estable y no se apagó.
—Eso es... —susurró Rupel, observándolo con mucha atención—. Ahora quiero que aumentes un poco más el caudal de energía. Poco a poco...
Lentamente y siguiendo la voz de Rupel, Winger consiguió que la pequeña flama aumentase de tamaño, hasta que por fin lo que hubo en su mano fue una auténtica Bola de Fuego.
—¡Ha funcionado! —exclamó con alegría.
La llama se mantuvo encendida en su mano sin problemas y solo se apagó cuando él lo quiso.
Continuaron practicando hasta el anochecer. Winger progresaba con rapidez y, gracias a la ayuda de Rupel, pronto fue capaz de manipular la Bola de Fuego a su antojo. Ya podía pasarla de una mano a la otra, arrojarla a la distancia e incluso fabricar dos al mismo tiempo. Estaba maravillado y, al parecer, había encontrado a su nueva maestra.
—Muchas gracias por todo —le agradeció al momento de despedirse—. Y perdón por haberte tratado como lo hice.
—No hay problema, pequeño —le sonrió ella—. ¡Pero procura no volverlo a hacer o te daré una buena lección!
—Tendré más cuidado, lo prometo —dijo él entre risas—. ¿Cuándo podemos seguir practicando?
—Cuando tú quieras, ya sabes dónde encontrarme. O simplemente enciende una llama y ahí estaré.
Rupel le dedicó un último guiño y luego se marchó.
Winger entonces se sorprendió a sí mismo sonriendo como un bobo, sin nadie alrededor y bajo un cielo lleno de estrellas.
Esta es la versión gratuita de Etérrano. Si quieres leer una versión más pulida del libro, puedes encontrarla en Amazon.com! (https://amzn.to/3D2c7Wg)
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top