IX: ¡Winger contra Rowen!
Los diez días pasaron volando a la velocidad de un dragón de Cerbal. O al menos así había sido para Winger, quien sentía que había estado volando sobre una de esas criaturas tan ágiles, pues ya estaba a pasos de subir a la arena de combate.
Cerca de él, Jessio y Rapaz aguardaban los preparativos finales para comenzar con la presentación; el hechicero pronunciaría algunas palabras sobre aquel evento y Rapaz actuaría como árbitro del duelo. Detrás de él, Rupel se hallaba dándole los últimos consejos y recomendaciones. Y frente a él, en el otro extremo de la plataforma circular, estaba Rowen, muy serio y de brazos cruzados.
—No quiero que le quites los ojos de encima —le indicó Rupel al oído mientras le masajeaba los hombros—. Recuerda lo que hablamos. Él posee experiencia y además cuenta con un don innato. Por eso tú tienes que ser más listo, no dejes que te acorrale en su juego.
Pero Winger estaba demasiado nervioso como para oír las palabras de su entrenadora. Miró en torno suyo. La plataforma de combate era un círculo de unos diez metros de diámetro con un suelo de piedra lisa; allí podrían desplazarse con libertad. Alrededor de la misma se levantaban las gradas, colmadas por los invitados al Combate de Exhibición. Si bien él y Rupel habían llegado bastante temprano ese día, muchos de los espectadores ya entonces estaban ubicados en sus asientos.
La pelirroja se había mantenido escondida detrás de Winger la mayor parte del tiempo, reticente a mostrarse en ese tipo de eventos multitudinarios. De cualquier forma, el joven aprendiz aprovechó la ocasión para presentársela a sus amigos, y también a su maestro. Jessio se había mostrado muy gentil, como de costumbre, a pesar de lo cual Winger tenía la sospecha de que el hechicero escudriñaba a Rupel desde la distancia. Rupel, por su parte, a todos obsequiaba aquella encantadora y falsa sonrisa que Winger ya había aprendido a reconocer, y que ella utilizaba cuando se encontraba incómoda o a disgusto.
Entre los numerosos invitados al evento, Winger identificó enseguida el sector destinado a los aprendices de la Academia. Lara y sus tres amigos se habían ubicado muy cerca de él para brindarle su apoyo; la hermana de su rival aún continuaba mostrándose algo distante, pero al menos ya no lo esquivaba como antes. Justo arriba de los asientos de los aprendices había una amplia fila de sillas forradas en cuero, reservada para los veinte concejales del rey. Winger reconoció al señor Greyhall, el padre de Lara y Rowen, tan serio y formal como de costumbre. Finalmente, por encima de esos asientos se alzaba el amplio palco real, adornado con cortinas de color granate y los usuales estandartes de la casa de Kyara, y custodiado por Caspión y sus hombres. Sentado junto a su hija, el rey conversaba con los embajadores de Pillón mientras aguardaba con ansias el inicio del duelo.
Cuando los organizadores indicaron que todo estaba listo, Jessio avanzó hasta el centro de la plataforma y se dirigió a los presentes:
—Estimados conciudadanos de ciudad Doovati y habitantes de Catalsia. Hace trece años, en este mismo castillo, acudió a mí la idea de crear una institución encaminada a la enseñanza de las artes mágicas. Muchos motivos podían justificar una empresa tal, pero uno fue y sigue siendo el primordial: la formación de una élite de soldados que contribuya tanto a la labor defensiva de este reino, como a extender la gloria del nombre de Catalsia por todo el continente. No muchos estuvieron de acuerdo cuando un joven mago, oriundo de un país ya inexistente, propuso la creación de la Academia. A pesar de ello, siempre conté con el apoyo de mi soberano y amigo: su majestad, el gran rey Dolpan de la casa de Kyara.
Jessio señaló hacia el palco real con un gesto de su mano. El rey le devolvió una sonrisa y un asentimiento.
—Este Combate de Exhibición que llevamos a cabo todos los años no es un mero espectáculo de habilidades mágicas. Se trata de la prueba fehaciente del éxito de nuestro emprendimiento: jóvenes hechiceros abocados en cuerpo y alma al aprendizaje de la magia; los futuros defensores del reino, quienes llevarán a Catalsia a una nueva era de prosperidad y expansión.
Las aclamaciones no tardaron en hacerse oír, y Winger pudo notar que muchos de los presentes se mostraban de acuerdo con esa última afirmación de su maestro.
—Sin más preámbulos, llamo a la arena de combate a dos de nuestros mejores aprendices del nivel inicial: Rowen de ciudad Doovati y Winger de los campos del sur.
Los dos combatientes fueron alentados con otro caluroso aplauso. Frente a la ovación, el corazón de Winger comenzó a latir con fuerza y la garganta se le secó por completo.
—¡Éxitos ahí arriba! —Rupel le dio una nalgada mientras él se ponía en marcha hacia el centro de la plataforma—. ¡Sé que tú puedes!
Intentando controlar su nerviosismo y su vergüenza, Winger se acercó hasta el lugar donde Jessio y Rapaz estaban aguardándolos. Rowen y él intercambiaron miradas un segundo.
—Mucha suerte para ambos —les deseó Jessio.
El maestro dejó el combate en manos de su asistente Rapaz y fue a ubicarse a su lugar, no con los otros concejales, sino junto al rey Dolpan en el palco real.
—Veamos qué nos ofrece el duelo de este año —comentó el rey, acariciándose la barba, cuando Jessio se paró a su derecha.
—Yo también estoy ansioso por verlo. —El maestro estudiaba con detenimiento las expresiones faciales de sus dos discípulos.
—Muy bien, mocosos —señaló Rapaz—. Tienen prohibido matarse durante esta pelea; piensen en la reputación de la Academia. Más allá de eso, no pienso intervenir demasiado, por lo que son libres de hacer lo que les plazca. Ahora pretendan ser seres civilizados y salúdense.
Winger y Rowen hicieron una leve inclinación sin quitarse la vista uno del otro. Luego retrocedieron un paso, listos para dar comienzo al enfrentamiento.
Rapaz elevó un brazo, echó una última mirada a ambos contrincantes y, finalmente, gritó:
—¡¡Comiencen!!
Los dos aprendices dieron un salto hacia atrás al oír la señal y cada uno empezó a preparar su hechizo inicial.
«Por fin ha llegado la hora», se dijo Winger, y fue él quien realizó el primer movimiento:
—¡Flechas de Fuego!
El conjuro fue celebrado por sus compañeros del nivel inicial, pues no se trataba de algo que hubiesen visto en la Academia. En efecto, aquel era uno de los hechizos que Rupel le había enseñado, y consistía en una docena de disparos de fuego que arremetían directo contra el rival.
Sin embargo, el truco no dio resultado.
—¡Ráfaga de Viento!
Rowen apuntó una mano hacia las flechas de Winger y las detuvo con su corriente de aire. No dudó un segundo y contraatacó:
—¡Fuego-Ariete!
Winger logró desplazarse hacia atrás, lo suficiente como para esquivar el puñetazo de Rowen.
—¡Chorro de Agua! —exclamó a continuación, y un veloz disparo líquido salió despedido desde la punta de sus dedos.
Las llamas del brazo derecho de Rowen se extinguieron al entrar en contacto con el agua. Pero Winger no alcanzó a prever el siguiente movimiento:
—¡Fuego-Ariete!
Esta vez el hermano de Lara arremetía con su puño izquierdo, directo hacia el rostro de Winger. No tendría tiempo para esquivarlo...
—¡Crisálida!
Winger consiguió alzar a tiempo una barrera de protección. El hechizo lo envolvió como una sutil membrana translúcida y pudo absorber parte del daño. Pero el Fuego-Ariete de Rowen era un conjuro poderoso y la Crisálida no logró detenerlo del todo. El fuerte puñetazo alcanzó a Winger en pleno rostro y lo arrojó al suelo.
Algunas personas del público se mostraron preocupadas. Rapaz también miró a Jessio con inquietud, pues era evidente que el duelo había empezado de una forma peculiar, con varios hechizos que ni siquiera se habían visto en la Academia.
Después de algunos segundos de aturdimiento, Winger consiguió ponerse de pie.
—Vaya decepción que eres, campesino —dijo Rowen con desprecio—. Acabaré contigo en un instante: ¡Doble Fuego-Ariete!
Los dos brazos del muchacho ardían en llamas esta vez.
«Esto no es bueno», pensó Winger. Al parecer, desde la pelea contra Lara, Rowen había aprendido a controlar ese conjuro a la perfección. Tendría que pensar mejor su próximo movimiento... y rápido, pues Rowen volvía a lanzarse contra él.
—¡Ráfaga de Viento! —exclamó Winger entonces.
El truco funcionó. Con sus brazos envueltos en llamas, Rowen intentaba avanzar en contra de la fuerza del viento, sin conseguirlo.
—No me vas a detener con algo tan básico —aseveró el bravucón; en una maniobra veloz apagó el Doble Fuego-Ariete y arrojó otro hechizo—: ¡Remolino de Viento!
La estrategia de Rowen era clara: viento contra viento, ganaría siempre el hechizo más avanzado. Winger no pudo hacer nada para aguantar el embate y cayó de espaldas al suelo. Había quedado indefenso y a merced de su adversario.
—¡Fuego-Ariete!
El puño enardecido de Rowen volvía a volar directo hacia su rostro.
Pero un destello cegador inundó la sala:
—¡Resplandor!
Winger había logrado reaccionar a tiempo. Alzó una mano y desde esta emergió un destello tan intenso que el público entero debió desviar la vista para no quedar encandilado.
—¡Arrgghh! ¡Maldita sea! —Rowen soltó un alarido mientras se frotaba los ojos con los puños—. ¡¿Dónde estás?!
Aprovechando que su oponente aún no podía ver nada, Winger comenzó a moverse con sigilo a su alrededor. Se inclinó en determinado sitio de la plataforma y tocó el suelo con su mano; ese punto se iluminó durante un fugaz instante con el brillo carmesí de una cadena de símbolos alquímicos. El muchacho de la capa roja volvió a ponerse de pie; siguió rodeando a Rowen y en otro lugar repitió la misma operación.
—No comprendo, Jessio. ¿Qué es lo que está haciendo ese muchacho? —preguntó el rey a su primer concejal.
—No estoy del todo seguro. —El hechicero intentaba descifrar cuáles eran los símbolos que brotaban de la mano de Winger cada vez que tocaba el suelo de la plataforma—. Parece estar preparando una Encantación especial. Veamos qué ocurre...
Rowen al fin pudo abrir los ojos y recuperar la visión. Buscó a su rival y lo encontró a unos cuantos metros de distancia, sin hacer otra cosa que esperarlo.
—Eres un tonto, debiste haber aprovechado esa oportunidad para atacarme. Ya no podrás escapar: ¡Doble Fuego-Ariete!
Los brazos de Rowen volvían a ser antorchas agresivas, pero esta vez no llegaría a dar ni un solo paso. Winger tocó el suelo por tercera vez y activó su trampa:
—¡Triángulo de Fuego!
Desde los tres puntos se irguieron altos pilares de fuego. Las llamas se extendieron, buscando a sus hermanas, y pronto Rowen quedó encerrado dentro de un perímetro triangular.
—Ya veo, eso era lo que él estaba planeando —exclamó el rey Dolpan con asombro—. Con esos toques sobre la plataforma ha preparado esa especie de celda de fuego.
—Así parece —asintió Jessio—. Es increíble que un joven de su nivel pueda aprender a controlar el Triángulo de Fuego con esa sutileza, estoy asombrado...
El rey se acarició la barba con una sonrisa de interés; a su lado, Pales observaba el combate con atención.
—¿Pero qué demonios crees que estás haciendo? —exclamó Rowen, confundido al ver las llamas que lo apresaban—. No vas a poder tenerme aquí atrapado para siempre. Cuando salga, te haré pedazos.
Pero más allá de las palabras intimidatorias, lo cierto era que Rowen estaba comenzando a sudar con el calor de las llamas.
Los segundos pasaban y todo el mundo aguardaba expectante el desenlace de la situación. Rowen se movía inquieto como una fiera enjaulada dentro del Triángulo de Fuego, mientras que Winger lo observaba a una distancia prudente, con la guardia en alto, atento al momento de la disolución de su hechizo.
—Me bastará con uno solo —afirmó Rowen, jadeante, apagando el Fuego-Ariete de su brazo izquierdo.
De pronto, las llamas del piso comenzaron a centellar. La atención de todos los presentes se intensificó. Rowen se preparó para abalanzarse sobre Winger ni bien la barrera desapareciera. Winger se preparó para recibir la furiosa embestida.
Y por fin, el Triángulo de Fuego se extinguió.
—¡Te tengo!
Rowen se movió con agilidad y dio un gran salto hacia Winger, quien esta vez no pudo esquivar el golpe. El muchacho de la capa roja rodó por el suelo.
Los espectadores permanecieron en silencio. Veían a Rowen, muy agitado, de pie y aún con el puño estirado en la dirección donde yacía Winger.
—Es el fin —murmuró Rapaz.
—No todavía —lo interrumpió Rupel—. Observa.
Para el asombro de todas las personas que estaban allí, Winger volvía a ponerse de pie. Más asombroso aún: no parecía tener heridas graves.
—Pero... ¿cómo has podido aguantar? —balbuceó Rowen con perplejidad.
—Parece que te has quedado sin energía —le sonrió Winger mientras se limpiaba un hilo de sangre de la comisura de la boca.
—¿Qué sucedió aquí? —inquirió Rapaz, volteando hacia Rupel con una expresión desconcertada—. Debería haber sido noqueado con ese último Fuego-Ariete.
—Tú lo has dicho —asintió Rupel, cruzada de brazos y muy confiada—. El Fuego-Ariete debería haber noqueado a Winger, silo hubiese alcanzado. Pero no lo hizo. Rowen agotó sus fuerzas apenas un instante antes de asestar el golpe. Debo admitir que ese pequeño ha tenido mucha suerte...
Sobre la arena de combate, Rowen tampoco era capaz de aceptar las palabras que Winger la había dirigido.
—¿Que me he quedado sin energía, dices? —le espetó con desprecio—. No digas estupideces.... ¡Fuego-Ariete!
Pero las llamas no se formaron; solo una voluta de humo que se elevó ondulante mientras un pasmado Rowen la observaba con incredulidad.
Había llegado de nuevo el turno de Winger:
—¡Flechas de Fuego!
Los disparos crepitantes impactaron directamente contra Rowen, quien apenas consiguió cubrirse con su capa.
—¡Ráfaga de Viento! —Winger continuó arremetiendo.
El empujón de aire hizo tambalear a Rowen; bajó la defensa en un descuido y no pudo esquivar el siguiente golpe:
—¡Hidro-Cápsula!
Utilizando el hechizo de agua de la misma forma en que solía hacerlo Lara, Winger propinó a su oponente un contundente puñetazo. Ahora fue Rowen quien rodó por el suelo, y los espectadores se vieron sorprendidos por el cambio repentino en la pelea.
Rowen se puso de pie con mucho esfuerzo. Tanto él como Winger respiraban con agitación.
—Esto está a punto de terminar —observó el rey—. Los dos se ven muy cansados...
—Es verdad —convino Jessio—, pero Rowen tiene un don de nacimiento. Y cuando otros ya se han quedado sin energía, a él aún le queda su carta más peligrosa por jugar...
Los remolinos de polvo comenzaron a formarse alrededor de Rowen.
—Maldito, no voy a permitir que sigas humillándome —le advirtió a Winger, rabioso—. Si no he hecho esto desde el principio fue para darle más dramatismo a la lucha, pero ahora verás...
Rowen alzó los brazos con violencia; las ventanas se abrieron de repente y una fuerte corriente de aire comenzó a recorrer la sala de duelos. Los espectadores en las gradas debieron cubrir sus rostros con capas, sombreros y pañuelos, pues de un momento a otro un molesto polvo había invadido el recinto. Proveniente de los jardines del palacio, de los pasillos, incluso de abajo de las butacas, todo el polvo de la zona acudió al llamado de Rowen y fue a reunirse a sus pies formando una fina estela.
—¡Prisión de Polvo!
El polvo obedeció la orden y envolvió a su presa.
—¡Ventisca! —Winger hizo a un lado la cortina de tierra con un movimiento de su mano y agregó con tono provocador—: ¿Eso es todo lo que puedes hacer?
—¡Asfixión!
El polvo se revolvió con más violencia que antes; no pensaba dejarse intimidar por un muchacho de capa roja.
—¡Vamos! —Aunque respiraba con dificultad, Winger seguía desafiando a su rival—. ¡No vas a derrotarme con algo tan simple como esto!
—¡Tú te lo has buscado! —sentenció Rowen; cruzó los brazos delante de su rostro y con toda la fuerza de sus pulmones llamó a su más poderoso hechizo—: ¡¡Entalión Ardiente!!
—¡Anticiclón!
La plataforma entera se vio envuelta en una nube polvorienta cuando la compacta masa de tierra de la que estaba hecha el Entalión Ardiente estalló en un millón de partículas. Los ojos de la multitud se abrieron grandes en un intento por descubrir qué había ocurrido, pues la visibilidad se había vuelto muy reducida y solo alcanzaban a distinguir al hijo del señor Greyhall.
—Lo hice —dijo Rowen con una sonrisa exhausta.
Un silencio total llenó la sala de duelos.
Pero ese silencio apenas duró unos instantes. Se oyeron unos pasos acelerados provenientes de la nube de polvo. Totalmente atónito, Rowen no alcanzó a mover ni un solo músculo cuando la figura de Winger apareció frente a él.
—¡Bola de Fuego!
La esfera llameante impactó contra el pecho del muchacho, haciéndolo caer vencido hacia atrás. Después de un duelo durante el cual tanto se había visto, quién hubiera podido imaginar que Winger ganaría usando el hechizo más básico de todos.
—¡Lo has conseguido! —Fue Rupel la primera en celebrar con un salto lleno de felicidad.
La multitud de espectadores no tardó en unirse al festejo, poniéndose de pie para aclamar al vencedor del Combate de Exhibición. En el palco real, la princesa Pales sonrió, muy conforme, mientras que su padre aún no salía del asombro.
—¡Este sí que ha sido un buen combate! —exclamó el soberano con satisfacción.
—Realmente un buen combate —asintió Jessio, tal vez más impresionado que el resto de los presentes—. Y lo más admirable es que Winger lo tenía todo planeado desde el principio. —El rey lo miró lleno de curiosidad—. Déjeme explicarle:
»Cada hechizo consume determinada cantidad de energía, la cual está en relación directa con su potencia y complejidad. A medida que un mago avanza, se vuelve capaz de controlar un mayor caudal energético. Pero la magia no es infinita.
»Desde el inicio del duelo, Rowen ha estado malgastando sus fuerzas al utilizar una y otra vez el Fuego-Ariete. Confiado de su destreza, no sospechó que podía llegar a cansarse. En cambio, Winger ha empleado hechizos discretos, más defensivos que ofensivos, intentando siempre que su oponente gastara su energía inútilmente.
»Es entonces cuando llegamos al final del combate. Incluso cuando está agotado, Rowen siempre cuenta con ese plus que le otorga su don de nacimiento: la habilidad para manipular las corrientes de polvo sigue estando a su disposición. Sin embargo, el Entalión Ardiente acaba por completo con la reserva energética de Rowen, por eso siempre será su última jugada.
»Winger sabía todas estas cosas. Ha estado estudiando los movimientos y las tácticas de Rowen, y ha preparado una estrategia ingeniosa para vencerlo: ha aprendido el Anticiclón, un conjuro de viento que neutraliza al resto de los hechizos de Riblast. Esperó hasta el último momento y disparó el Anticiclón directo al corazón del Entalión Ardiente. Al anularse el componente de viento, solo quedó un gran montón de polvo inofensivo.
—Vaya, Jessio, todo indica que tienes aquí a un muchacho muy talentoso —comentó el rey con agrado.
—Y aún hay algo más —continuó el admirado hechicero—. El Entalión Ardiente es un conjuro de nivel intermedio, por lo que ese Anticiclón ha tenido que estar al mismo nivel para neutralizarlo. Sin duda, Winger ha dejado de ser un novato.
De pie en el centro de la plataforma, exhausto, quien hasta hace poco tiempo era un simple granjero en los campos del sur, ahora le sonreía a una multitud que aplaudía su victoria.
Sin embargo, no todo terminaría bien aquella tarde.
Súbitamente, como salida de la nada, una figura envuelta en un manto negro saltó desde las tribunas a la plataforma. Con velocidad pasó al lado de Winger, cruzó la arena de combate y trepó por las gradas hasta llegar al palco real. Un destello brilló en la mano del encapuchado y una filosa daga arremetió contra el rey.
—¡Repulsión Gravitacional!
Jessio se había interpuesto en el camino del misterioso atacante. Un escudo energético con forma circular se había materializado en la mano del hechicero, emitiendo un campo de fuerzas capaz de frenar el avance de la daga. La potencia del conjuro defensivo se expandió de golpe y el encapuchado rodó por las gradas hasta caer en la plataforma de combate. El agresor trató de arremeter una vez más, pero decenas de guardias ya se habían abalanzado sobre él, reduciéndolo sin dificultad.
La sala de duelos se llenó de murmullos conmocionados y llenos de preocupación.
—¡A un lado! —Caspión empujó sin consideración al muchacho que acababa de ganar el Combate de Exhibición y se abrió paso hacia el prisionero.
Se agachó junto a la figura encapuchada y de un tirón dejó su rostro al descubierto. Era una mujer de cabello negro.
—¡Suéltenme, miserables! —comenzó a gritar con frenesí.
Winger reconoció a esa persona. Si mal no recordaba, su nombre era Charlotte. Se trataba de la embajadora primera de la república de Pillón.
—¡Suéltenme! ¡No podrán detenernos! —Se revolvía ella entre gritos y forcejeos—. ¡Este asqueroso reino va a caer! ¡Ya lo verán! ¡Ya lo verán!
—————
El sol ya descendía mientras Winger y Rupel desandaban el camino desde el palacio. El evento había sido suspendido después de todo aquel alboroto. La guardia real escoltó de inmediato al rey y a su hija hasta sus aposentos, y todos los embajadores de Pillón fueron puestos bajo custodia.
—Es una pena que hayan arruinado así tu momento de gloria —se lamentó Rupel.
—A decir verdad, eso no me molesta mucho —admitió Winger.
—Es cierto, lo importante es que le has dado su merecido a ese engreído —comentó la pelirroja con malicia.
Winger no dijo nada, pero sonrió ampliamente en señal de complicidad.
—Bueno, ¿continuamos mañana con tu entrenamiento, pequeño?
—No me digas pequeño —protestó él.
—Vamos, no te quejes tanto. Hoy estuviste genial —lo elogió ella—. Y mañana serás un gran mago —agregó con un guiño.
Los dos tomaron caminos diferentes mientras los últimos rayos del crepúsculo de la tarde teñían de un rojo intenso las altas torres del castillo de Catalsia.
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