Monotonía
Capítulo 2: Monotonía
El reloj marcaba las 7:30 de la mañana cuando el estridente sonido del despertador rompió el silencio del pequeño departamento. Anne gruñó desde debajo de las sábanas y estiró un brazo para apagarlo. Su habitación, iluminada por la luz tenue que se colaba entre las cortinas, era un reflejo de su vida: funcional, sencilla, y con toques de su personalidad en cada rincón. Posters de competiciones de arquería decoraban las paredes, junto a una vieja pizarra donde garabateaba metas y frases motivacionales como "No te rindas, lo mejor aún está por venir" o "Que nada te impida ser grande"
Con un bostezo, Anne se levantó y fue directa a la cocina, donde encendió la cafetera. Mientras esperaba el café, revisó su celular. El saldo de su cuenta bancaria no era alentador. Un suspiro resignado escapó de sus labios.
-Bueno, al menos no me cortaron el internet... todavía -murmuró con ironía.
Después de una ducha rápida, Anne se vistió con su uniforme de McDonald's, metió en su mochila un par de guantes para practicar arquería más tarde y salió apresurada. La vida no daba tregua, y ella tampoco esperaba que lo hiciera. Desde que decidió independizarse hace dos años, cada día había sido un desafío. Entre los gastos del alquiler, los materiales para la universidad y el equipo de arquería, su presupuesto siempre estaba al borde del colapso.
El colectivo iba repleto como de costumbre. Anne, con los auriculares puestos y música a todo volumen, intentaba evadirse de la rutina mientras las calles de Buenos Aires pasaban fugaces frente a la ventana. Miró a su alrededor, observando a los pasajeros con una mezcla de curiosidad y melancolía. Buenos Aires tenía esa capacidad de parecer vibrante y agotadora al mismo tiempo.
Cuando llegó al trabajo, el bullicio del McDonald's ya estaba en marcha. Clientes impacientes, niños llorando, y compañeros que parecían tan agotados como ella. Anne suspiró, se colocó la gorra y sonrió con ese gesto profesional que había perfeccionado con los años.
-¡Buen día, bienvenidos a McDonald's! ¿En qué puedo ayudarte? -saludó a un hombre de traje que no levantó la mirada del celular mientras pedía su café.
Algunas horas después, mientras atendía a una clienta particularmente exigente que discutía sobre la cantidad de hielo en su bebida, Anne pensó por un segundo en la ironía de su situación. Había logrado ganar competiciones nacionales de arquería, había sido portada de revistas deportivas locales, y ahora estaba discutiendo sobre el tamaño de un combo. Pero en lugar de frustrarse, dejó escapar una pequeña risa interna.
-La paciencia es una virtud, Anne, la paciencia es una virtud -se dijo a sí misma mientras entregaba la bebida con una sonrisa.
Cuando terminó su turno, exhausta pero aliviada, tomó una bicicleta de un punto de ecobici y pedaleó hasta el parque cercano. Ese era su lugar de escape. Sacó su arco y sus flechas de la mochila y se dirigió al área de práctica. La tensión acumulada durante el día desaparecía con cada disparo, con cada flecha que cortaba el aire y daba en el blanco.
El deporte era su refugio, su ancla en medio de la tempestad que era su vida. A veces, cuando estaba completamente concentrada, podía olvidarse de todo: de los problemas financieros, de la soledad de vivir lejos de su familia, y de las discusiones que habían dejado marcas en su corazón.
Anne no era perfecta, lo sabía, pero estaba orgullosa de ser quien era. Una joven que, a pesar de las adversidades, seguía luchando por sus sueños con cada flecha que disparaba y con cada día que enfrentaba con valentía.
El suave silbido de las flechas cortando el aire era música para Anne. Cada disparo, cada impacto contra el blanco, era una pequeña victoria en un día agotador. Había encontrado un rincón tranquilo en la parte más alejada del parque, un espacio donde podía practicar sin molestar ni ser molestada. Sus flechas, especialmente diseñadas para la práctica, tenían puntas romas que no podían perforar más que el blanco de espuma en el que entrenaba. Anne ajustó la cuerda de su arco y volvió a cargar.
-Concentración, Anne, concentración... -murmuró mientras tensaba la cuerda.
De repente, el ruido de pasos apresurados rompió su concentración. Anne giró la cabeza justo a tiempo para ver a una mujer de unos cuarenta y tantos acercarse con una expresión que oscilaba entre el pánico y la furia. A su lado, un niño de unos ocho años caminaba en silencio, mirando el suelo con una mezcla de vergüenza y resignación.
-¡Disculpame! -la mujer alzó la voz, con las manos en las caderas-. ¿Vos te das cuenta de lo peligrosa que sos? ¡Hay chicos jugando en este parque!
Anne bajó el arco lentamente, arqueando una ceja.
-Buenas tardes a usted también -respondió con una sonrisa que destilaba paciencia.
-No me vengas con saludos -continuó la mujer, señalando el arco como si fuera un arma de destrucción masiva-. ¡Es inadmisible que estés disparando flechas acá! ¿Qué pasa si le errás y lastimás a alguien? ¿A un nene?
Anne respiró hondo, como quien cuenta hasta diez para no explotar.
-Mire, señora, estoy en la punta opuesta del parque. Literalmente. Usted está allá, en Siberia, y yo acá, en mi pequeño rincón de paz. Además, mis flechas son de práctica, no pueden lastimar a nadie. Y créame, si quisiera lastimar a alguien, la última persona en mi lista sería un nene.
El niño miró a Anne con una sonrisa nerviosa, pero la mujer explotó.
-¡No me tomes de idiota! ¡Esto es un espacio público! No podés andar con ese peligro por ahí.
Anne mantuvo la sonrisa, pero sus ojos brillaron con una chispa de desafío.
-Le repito: no hay peligro. Pero si sigue molestando, puedo hacer una excepción y apuntarle a usted, con todo respeto.
El niño soltó una risita ahogada, lo que hizo que la mujer se pusiera aún más furiosa.
-¡Esto no se queda así! ¡Voy a llamar a la policía para que te echen!
Anne se encogió de hombros mientras guardaba su arco en la funda.
-Haga lo que quiera, señora. Pero ahórrese la saliva, ya estaba por irme. Que tenga un excelente día.
La mujer resopló, agarró al niño del brazo y se marchó, farfullando insultos mientras él miraba a Anne con una mirada de disculpa. Anne le guiñó un ojo antes de subirse a su bicicleta.
-Otro día, otro drama... -murmuró para sí misma mientras pedaleaba hacia el centro de Buenos Aires.
El tráfico estaba intenso, y el bullicio de la ciudad a esa hora era ensordecedor. Anne dejó su bicicleta en una de las estaciones de préstamo y tomó el colectivo de regreso a su departamento. Como era de esperarse, estaba lleno a más no poder. Gente apretujada, cansada y deseosa de llegar a casa. Anne apenas logró colarse, quedándose de pie junto a la puerta.
-Al menos quemamos calorías extras -pensó con ironía, aferrándose a uno de los pasamanos mientras el colectivo avanzaba con sacudidas.
Cuando finalmente llegó a su departamento, el cansancio le pesaba en los hombros. Dejó su mochila en el suelo, se quitó los zapatos y fue directo a la cocina. El menú de la noche: su especialidad, fideos con manteca, tomate y huevo.
-Un banquete digno de los dioses... o de una universitaria quebrada -dijo para sí misma mientras revolvía la olla.
Con el plato en mano, se acomodó en la pequeña mesa del comedor, su celular en la otra mano. Deslizaba el dedo por la pantalla, revisando las notificaciones. Mañana era el gran día: la competencia clasificatoria para el nacional de arquería 2024. Las ganas y los nervios la invadieron al mismo tiempo.
-Un tiro, Anne. Solo necesitás un tiro perfecto mañana -se recordó mientras comía.
Entonces, la luz se apagó de golpe. Anne parpadeó en la oscuridad, incrédula.
-¿En serio? -exclamó, poniéndose de pie y yendo hasta la ventana.
Desde allí, vio que todo el barrio estaba sumido en penumbras.
-¡Hey, Darío! -gritó al vecino del edificio de enfrente, quien estaba en su balcón.
-¡Otro corte programado, Anne! ¡Ya sabés cómo es esto!
Anne apretó los dientes, levantando las manos al cielo en un gesto teatral.
-¡Mierda! ¡Y justo hoy, con todo lo que falta hacer!
Darío se rió, pero Anne volvió a entrar, todavía mascullando maldiciones. Encendió una vela y terminó su cena a la luz parpadeante. Afuera, Buenos Aires seguía viva, con bocinas y murmullos llenando la noche. Anne suspiró.
-Mañana será mejor... tiene que serlo -dijo, dejando el plato vacío en la pileta antes de dirigirse a su cama.
Cuando
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Acabemos este segundo capítulo con algo de música ✨ y nos leemos en la próxima 💖
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