Cap. 8- Argonita
―¿Cuándo has aprendido a pilotar un Quinjet
Selene arrugó la frente, internamente impresionada. A su izquierda, a través del ventanal, se extendía el nublado cielo de la península balcánica.
―Tengo muchos talentos que desconoces, princesa ―respondió el asgardiano, con un deje vanidoso―. Cuando desees puedo mostrártelos.
―¿Princesa? ―La eterna ladeó la cabeza en un gesto suspicaz. Era la primera vez que el Dios del Trueno se dirigía a ella por ese título.
―Nos acercamos a tu antiguo reino, es lo adecuado ―se limitó a responder él, como si fuese lo más obvio del mundo.
Ella prefirió no darle más vueltas (los asgardianos tenían un extraño sentido del honor y del protocolo) y volvió a clavar la mirada en la consola.
―Tony lo ha dejado en modo automático, ¿verdad? ―repuso, enarcando una ceja.
El asgardiano no lo negó, pero chasqueó la lengua, restándole importancia.
―Controlar un piloto automático también requiere de destreza, habilidad y...
La eterna hizo caso omiso de las palabras del rubio, y se inclinó hacia delante sobre los mandos. Tras echar un rápido vistazo, localizó y activó el pulsador que comunicaba con la Inteligencia Artificial de Stark.
―FRIDAY, desciende a cien metros, estamos llegando ―pidió.
La nave viró hacia abajo, siguiendo sus indicaciones.
―Sí, una destreza increíble ―señaló Selene, irónica, volviéndose hacia Thor.
El asgardiano se encogió de hombros y sonrió divertido.
Minutos más tarde ya habían aterrizado en una especie de valle, entre una escarpada cadena montañosa. El aire helado soplaba sin demasiada ferocidad y una fina capa de nieve cubría la hierba y las copas de los árboles. No obstante, a ninguno de los dos le preocupó no haberse abrigado lo suficiente; por suerte, tanto eternos como asgardianos estaban preparados para soportar temperaturas extremas; Thor vestía su clásico atuendo de batalla, mientras que Selene usaba el traje que Tony le había proporcionado para las misiones, fabricado con una tela especial (increíblemente resistente, pero flexible) en tonos azules y rojos, colores que ella misma había escogido por ser los que solían representar a la casa real de los eternos.
―¿Ahora, por dónde? ―preguntó Thor.
Pese que ya había estado en Olympia aquella vez durante la batalla, siglos atrás, había llegado a través de Bifrost, por lo que desconocía el emplazamiento exacto... De eso se encargaba Heimdall.
La rubia tomó la delantera, abriéndose paso entre la superficie boscosa.
―Los humanos pensaban que nuestra ciudad estaba en la cima del monte Olimpo, por eso le dieron ese nombre ―explicó, sin dejar de avanzar con Thor a su vera―. Pero la montaña es mucho más alta de lo que parece. ―Inspiró hondo. Una sonrisa de anticipación se extendía por su rostro―. Sígueme.
Sin esperar respuesta, tomó impulso y alzó el vuelo; el asgardiano fue tras ella. Comenzaron a ascender, cada más rápido, cada vez más alto. La cúspide de la montaña quedó atrás, pero ni siquiera entonces se detuvieron.
A su alrededor ya no se veía nada, tan solo nubes, más densas y oscuras que en el ojo de una tormenta.
―Creo que te has equivocado de lugar ―comentó Thor.
Selene se limitó a devolverle una mirada divertida, los ojos le brillaban con un brillo desafiante. Sin decir nada, se impulsó hacia delante, y desapareció entre la espesa niebla.
El asgardiano la siguió sin pensárselo dos veces, pero, en cuanto su cuerpo penetró la capa de nubes, una especie de corriente eléctrica le arrebató la respiración por unos segundos. Dejó escapar un gruñido de molestia y parpadeó varias veces, tratando de sobreponerse a la incómoda sensación.
Cuando al fin pudo volver a enfocar la vista, una exclamación de asombro escapó de sus labios. Frente a él, integradas en la montaña que creía haber dejado atrás, se extendían las ruinas de la antaño gloriosa Olympia.
―¿Qué acaba de pasar? ―preguntó, al tiempo que descendía, para terminar tomando tierra sobre lo que en su momento debió ser una hermosa plaza.
Selene ya estaba ahí, contemplándolo todo con una expresión imposible de describir.
―Acabas de atravesar la barrera protectora. Ocultaba la ciudad de todos los que no eran eternos. Imaginé que seguiría activa.
―¿Qué clase de magia o tecnología puede hacer eso? ―cuestionó el asgardiano, llevándose una mano a la parte posterior del cuello para hacerlo crujir en un gesto seco―. Ha dolido.
―Un poco de ambas. La tecnología de los eternos era realmente avanzada, y éramos aliados de toda clase de razas mejoradas, mutantes, hechiceros... Fueron buenos tiempos. ―Selene esbozó una mueca nostálgica, seguida de otra burlona―. No te quejes, solo ha sido un calambre.
―Eso no era un calambre ―protestó Thor―. Soy el Dios del Trueno, no me molestan los calambres.
―Claro, lo que tú digas. ―Selene agitó una mano y echó a andar―. Vamos, tenemos mucho que hacer.
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Wanda sabía que mantener el perfil bajo en compañía de Alexa Stark y Natasha Romanoff no era tarea fácil.
Cierto, las dos habían recibido entrenamiento de élite para funcionar como perfectas espías, silenciosas y sigilosas, cuando lo necesitaban, pero, por distintas razones, ambas llamaban la atención dónde quiera que fuesen. Sobre todo, si ni siquiera hacían el esfuerzo por tratar de pasar desapercibidas, como sucedía en ese momento.
La melodía de I want to break free sonaba a todo volumen en los altavoces del coche que Alex conducía. Con esa iban ya cuatro playlist de éxitos de los ochenta que la mutante les había hecho escuchar y cantar a lo largo de las tres horas de viaje por autopista.
―¿Es cosa mía o el chico del peaje le estaba tirando ficha a Nat? ―señaló Alex en tono jovial, tras tomar el desvío que finalmente las llevaría al centro de Boston.
―El del peaje, y los dos empresarios que se acercaron a nosotras cuando paramos en la gasolinera... ―enumeró Wanda.
Natasha soltó una pequeña carcajada y se encogió de hombros. Definitivamente necesitaba un momento como ese. Desde la desaparición de Bruce tras la batalla contra Hiperión unos meses atrás, su ánimo no era el mejor. Sabía que el científico estaba bien, pero lo extrañaba...
Pasar un rato con las chicas era el mejor bálsamo que podía encontrar.
Les llevó media hora más llegar a la ciudad y dejar el coche en el parking subterráneo, ubicado en el mismo edificio del senado donde Emma Frost trabajaba bajo el alias de Isobel Sullivan.
―¿Seguro que no quieres que te acompañemos? ―preguntó Natasha, mientras las tres subían en el ascensor hacia las plantas principales.
―No hace falta, id a dar una vuelta, o a tomar algo. Me reuniré con vosotras cuando acabe ―respondió Alex.
―Hemos venido para apoyarte ―insistió Wanda―. No nos molesta quedarnos una hora sentadas, viendo como Frost y tú os fulmináis con la mirada la una a la otra ―añadió, con un deliberado tono socarrón.
Alex esbozó una sonrisa divertida y sacudió la cabeza en un gesto negativo.
―Otro día os dejaré disfrutar del espectáculo.
Es ascensor se detuvo en la planta de recepción, donde Natasha y Wanda se bajaron.
―Avísanos en cuanto salgas ―pidió la pelirroja a modo de despedida, antes de que las puertas volvieran a cerrarse y Alex desapareciese de su vista.
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Tal y como había predicho Selene, la ciudad no había cambiado demasiado desde aquella horrible batalla, siglos atrás.
El paso del tiempo, unido a las inclemencias meteorológicas, había desgastado los muros de piedra y deteriorado muchas de las bellas construcciones que antes adornaban las calles de la antigua metrópolis. Todo permanecía ahora cubierto por una espesa capa de polvo y tierra. Sin embargo, los verdaderos estragos todavía eran aquellos que correspondían al ataque perpetrado por las naves Kree y los guerreros asgardianos... y al devastador estallido del poder de Selene.
―¿Te encuentras bien, princesa? ―preguntó Thor, acercándose a ella, que caminaba unos pasos por delante.
―Deja de llamarme así ―respondió la eterna, con un nudo en la garganta―. Ya has visto como está todo, no soy princesa de nada.
―No es el lugar, sino la gente lo que define a un pueblo ―repuso el asgardiano.
―Tampoco tengo pueblo, Thor. Soy la última, por si no te habías percatado.
―Lo que técnicamente te convierte en princesa de ti misma ―concretó él.
Selene se detuvo un momento, como tratando de buscarle un sentido a los estrambóticos razonamientos de su compañero de misión. Pero no tenía caso. ¿Qué rayos había en la cabeza de ese hombre?
―Eso es completamente ridículo ―respondió.
Sin embargo, por algún motivo que ella misma desconocía, su voz no sonó crispada, ni triste, ni alterada, sino divertida.
―Pero te ha hecho reír ―señaló Thor, con una pequeña sonrisa en la comisura de los labios.
La joven negó con la cabeza en un gesto condescendiente y reanudó la marcha.
―Por aquí solían estar los laboratorios reales, donde fabricaron a Argo ―explicó, abriéndose paso entre ruinas y escombros para localizar la entrada a las viejas instalaciones―. Ten cuidado.
Tras varios minutos de exploración a través de lo que ahora eran poco más que túneles desiertos, llegaron a una sala especialmente amplia, donde, a juzgar por la ajada decoración y por la complicada seguridad del acceso, debieron de haberse realizado los experimentos de mayor importancia durante la época de esplendor de los eternos.
―¿Qué buscamos exactamente? ―preguntó Thor, curioseando entre los estantes y armarios, extrañamente bien conservados.
No obstante, Selene ya le había advertido de que los eternos solían contar no solo con avanzada tecnología, sino también con la ayuda de la magia. Teniendo eso en cuenta, podía esperar de todo.
―Cualquier cosa relacionada con Argo; archivos, materiales, memorándums... ―La rubia se encogió de hombros―. Los científicos reales guardaban registros de todos sus trabajos. Espero que quede algo ―añadió con la mirada perdida en los túneles que se extendían más allá de esa sala, también repletos de pequeños y mayores almacenes―. Será mejor que empecemos a buscar.
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―Esto es inútil. ―Alex se puso en pie, harta de estar sentada en ese pretencioso sillón de cuero, donde durante dos horas no había hecho otra cosa que seguir las ridículas instrucciones de su progenitora.
―No seas ridícula, Alexa, siéntate de nuevo ―repuso Emma, sin alterar un ápice el tono frío y neutral con el que se había dirigido a ella desde que atravesó el umbral de su elegante despacho―. Lo llevas en la sangre, en tus genes. Tienes potencial para ser una de las telépatas más poderosas de la historia, incluso más poderosa que yo. Tu único problema eres tú.
La aludida se volvió hacia ella. Eso era probablemente lo más bonito que su madre le había dicho desde que la conocía... Aunque solo hacía un mes y poco más que la conocía.
―¿Gracias? ―Enarcó una ceja, para luego exhalar un suspiro de agotamiento. Definitivamente, prefería toda una tarde de entrenamiento físico a cinco minutos de prácticas mentales―. Pero ¿y si no quiero ser telépata? ―confesó con un deje dubitativo.
Sin levantarse ni descruzar las piernas, Emma Frost se inclinó ligeramente hacia delante, dando a entender que la escuchaba.
―¿Por qué no querrías sacar partido del poder más versátil y útil que se te podría haber concedido? ―inquirió, con total naturalidad. No había arrogancia en su voz, sino un absoluto convencimiento.
Alex cruzó los brazos y clavó la mirada en el paisaje que se extendía al otro lado del ventanal. Si achinaba los ojos podía distinguir los jardines del campus de la Universidad de Boston, donde había llegado a matricularse tras el desmantelamiento de SHIELD en 2014 perpetrado por Steve y Natasha.
Si lo pensaba, resultaba irónico; de todos los lugares del mundo a los que podría haber ido, sin saberlo, había escogido la misma ciudad en la que residía su progenitora... Cierto era que no había durado mucho en esta; a los pocos meses, Fury la había localizado y, para huir, ella había vuelto a cambiar de identidad y residencia, en esa ocasión mudándose a California. Sin embargo, Boston seguía siendo una de sus ciudades favoritas de toda Norteamérica, tenía algo que simplemente la enamoraba.
¿Era eso casualidad o algún retorcido designio del destino?
―Porque te vuelve vulnerable ―confesó al fin, dándose la vuelta para mirar a la mutante que permanecía sentada, tan rígida y estirada como un témpano de hielo―. Tú estás acostumbrada, pero yo no creo que pueda soportarlo ―reconoció―. No quiero ver los miedos de los demás, sus deseos, sus sueños... No creo que pueda hacer mi trabajo si cada vez que me enfrento a un adversario descubro que en su infancia no fue más que un niño al que sus padres abandonaron... por poner un ejemplo ―agregó, chasqueando la lengua―. A ti te sirve. A mí no. No lo quiero.
Emma asintió despacio.
―Entonces, ¿qué quieres?, ¿ser una simple humana?, ¿volver atrás en la escala de la evolución?
―Sabes lo que quiero ―respondió Alex, por primera vez tan fría e impasible como su interlocutora―. Lo has visto en mi mente.
Una sonrisa torcida asomó a los labios de la rubia. Por fin estaban dejando las máscaras y los rodeos.
―Y tú, querida Alexa, has visto en la mía que hay una forma de hacerlo posible ―señaló, verbalizando lo que ambas ya sabían―. Por eso no te has ido aún.
Alex se limitó a devolverle una mirada decidida. No iba a negarlo.
―Está bien ―Emma retomó la palabra―. No puedo prometerte que vaya a funcionar, pero haré los trámites necesarios.
―¿Cuándo?
―Yo te avisaré. Primero he de mover algunos hilos. ―Esta vez, la rubia sí se puso en pie. Con un gesto de cabeza le indicó a su hija que la acompañase hasta la puerta. La reunión había llegado a su fin―. No es tan sencillo como piensas, Alexa. Tengo que cobrarme favores de gente importante para conseguirlo.
La más joven se tensó un momento.
―¿Estás diciendo que quieres algo a cambio?
―No, de momento. Pero es probable que te necesite en el futuro. ―Abrió la puerta del despacho y se hizo a un lado―. Espero que cuando eso suceda, no olvides lo que he hecho por ti.
Alex se sorprendió a sí misma al percatarse de la repentina sensación de desengaño y frustración que le oprimía la boca del estómago. Sin embargo, apretó los labios y esbozó su mejor expresión de indiferencia.
―Y yo que creía que lo harías desinteresadamente ―respondió, con un acusado deje sarcástico―. No te preocupes, yo siempre pago mis deudas ―añadió―. Hasta pronto, madre. Ha sido un placer.
Dicho esto, abandonó la estancia, consciente de que Emma Frost no se molestaría en devolverle la despedida, mucho menos en seguirla para asegurarse de que estaba todo bien entre ellas... Apretó el paso para alcanzar el ascensor cuánto antes.
Se sentía decepcionada, y eso era ridículo. Desde el principio había sabido que Emma Frost era un ser sin sentimientos. No merecía la pena desperdiciar energía en intentar ganarse su afecto.
Al menos conseguiría algo a cambio. Debía quedarse con eso. Porque estaba más que claro que la inteligencia emocional de su querida progenitora nunca podría ofrecerle otra cosa.
Todavía dándole vueltas a la agridulce reunión y a los dudosos resultados de la misma, llegó al parking donde había dejado estacionado su coche un par de horas atrás. Con un resoplido que hizo eco entre las desiertas paredes de cemento, metió la mano en el bolso que le colgaba del hombro para buscar su teléfono móvil y las llaves del coche. Tenía que llamar a Wanda y Natasha para preguntarles dónde estaban.
Fue en ese momento cuando algo se movió en el límite de su visión. No estaba sola.
Para cuando quiso reaccionar ya era demasiado tarde; una especie de látigo de energía salido de la nada se enrolló en torno a su muñeca derecha, provocando que dejase caer el bolso con todo su contenido, al tiempo que un chillido de dolor escapaba de su garganta.
El estallido de la pantalla de su smartphone haciéndose añicos al colisionar contra el suelo casi le dolió más que el azote del látigo contra su piel...
No para nada. Esa especie de fusta de energía, fuese lo qué fuese, le estaba dejando la muñeca en carne viva. El brazo le ardía horrores y una pequeña nube de humo ascendía desde su piel, llenándole las fosas nasales con el aroma de la carne quemada.
―Si te resistes te dolerá más ―su atacante habló por primera vez, todavía ubicado a espaldas de la mutante. Tenía acento extranjero y en su voz se percibía una nota desquiciada, perversa, como si de verdad disfrutase con el dolor ajeno.
―Gracias por el consejo ―siseó Alex, apretando los dientes para contener un alarido―, espero que no te moleste si no lo sigo.
Sin pensárselo más, transformó su piel en diamante, protegiéndose así del agarre del látigo. Una vez que pudo desconectar del terrible ardor que ya se extendía por todo su brazo derecho, se concentró en actuar como la ex agente y actual vengadora que era.
Un solo villano de pacotilla no iba a poder con ella.
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Thor no sabría decir cuánto tiempo llevaban revolviendo escombros, abriendo viejos archivadores y destapando cofres con contenido de lo más variado, sin embargo, no se le estaba haciendo tedioso; la compañía de Selene era agradable, sobre todo ahora que ella no intentaba asesinarlo con la mirada a cada minuto.
Podía escuchar a la eterna resoplar y murmurar palabras ininteligibles cada vez que creía estar a punto de dar con algo importante. En más de una ocasión se había visto obligado a contener una risa entre dientes ante las expresivas reacciones de su compañera.
―¿Qué tienes ahí? ―inquirió ella, sacándolo de sus divagaciones.
Thor bajó la mirada hacia sus propias manos. Con las yemas de los dedos acababa de rozar un arcón revestido de alguna clase de material aislante, poco frecuente en muebles de ese tipo; parecía plomo, o algo incluso más pesado.
―No lo sé. ―Tomó la cerradura entre su puño y trató de destruirla ejerciendo fuerza, pero no fue suficiente. Frunciendo el ceño con sorpresa, echó una mano atrás y, sin darle más vueltas, le asestó un golpe seco con el Mjolnir.
En cuanto el murmullo del aire descomprimiéndose confirmó que el impacto había ejercido el resultado esperado, Selene se aproximó a Thor, ansiosa por descubrir el contenido de ese arcón tan minuciosamente protegido.
Las manos del asgardiano levantaron la tapa y, al instante, un brillo anaranjado iluminó la estancia. En el interior del cofre alguien había almacenado una importante cantidad de gemas preciosas.
Pero lo que de verdad descolocó al Dios del Trueno no fue la rareza del tesoro, sino el grito agónico que asomó desde la garganta de su compañera.
―¡Selene! ―Se volvió hacia ella con los ojos abiertos como platos, presa de la preocupación.
La eterna caía de rodillas al suelo. Se había llevado las manos a la cabeza y en su rostro se evidenciaba una expresión desencajada por el repentino achaque de puro dolor.
―¡Selene, qué te sucede! ―insistió Thor, apartándose del arcón y acercándose a la rubia para tomarla de los hombros―. Mírame ―rogó―, vamos, dime qué ocurre.
Ella apenas lo escuchaba, apenas podía respirar. La vista empezaba a nublársele por completo, el dolor era tal que creía estar a punto de perder el sentido. ¿Qué estaba pasando?
―Selene, por favor... ―imploró Thor.
―Ciérralo...
Thor siguió la dirección que indicaba la mirada de la eterna, y obedeció al instante, volviendo a encajar la tapa del arcón, de manera que ni siquiera una rendija del brillo anaranjado que antes iluminaba la estancia pudiese asomar al exterior.
A partir de ese momento, Selene no tardó mucho en recuperar las fuerzas. Se puso en pie, aún tambaleante y apoyándose en Thor, quien enseguida acudió a ofrecerle su hombro.
―¿Qué es lo que acaba de ocurrir? ―la interrogó él. La nota de preocupación todavía no había abandonado su voz.
―No lo sé ―musitó ella, con el rostro aún exageradamente pálido―. Nunca antes había sentido algo así... Ha sido como si quisieran arrancarme el alma. ―Volvió la mirada hacia el arcón, ahora herméticamente cerrado―. ¿Qué clase de gemas son esas?
El asgardiano negó en silencio, no lo sabía. Volvió a examinar el arca, en busca de alguna inscripción, etiqueta o cualquier indicación sobre la naturaleza del contenido.
―Argonita ―dijo en voz alta, una vez que localizó las letras esculpidas en la base del cofre.
Eterna y asgardiano intercambiaron una significativa mirada. No conocían el origen ni la composición de tal mineral, pero el nombre resultaba bastante revelador.
―Hemos encontrado la que probablemente sea la única debilidad de tu raza, Selene ―señaló él con voz solemne.
Ella tragó en seco. ¿Por qué los suyos habían guardado algo que les hacía tanto daño? No le agradaban en absoluto las posibles respuestas que cruzaban su mente. Pero por terrible y agonizante que hubiese sido el dolor que acababa de sentir, ese arcón, esas gemas, le proporcionaban una ventaja que hasta el momento no habían contemplado.
Ella no era indestructible. No era inmortal.
Si las circunstancias se volvían en su contra y, por el motivo qué fuese, Argo lograba tomar el control de su cuerpo, la Tierra ya no estaría condenada. Existía un modo de terminar con los eternos, y no podían ignorarlo.
―Debemos llevarlo al Complejo.
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No era un villano. Eran tres... y uno de ellos valía por cien.
El brazo aún le dolía horrores, pues no podía permanecer en su forma de diamante eternamente; exigía un esfuerzo mental que no era capaz de mantener más allá de unos minutos, sobre todo si, como en ese momento, debía compaginarlo con una pelea cuerpo a cuerpo.
Había sido una ilusa al creer que no necesitaría traerse sus armas. En ese momento mataría por tener sus preciadas espadas láser, o incluso las varas electrificadas que antes solía usar... Pero eso no quería decir que estuviese indefensa, ni mucho menos.
Era una luchadora experta y, pese a la desventaja inicial al haber sido cogida por sorpresa, había logrado sobreponerse. Después de varios golpes, fintas y llaves, Blacklash yacía inconsciente en el suelo del aparcamiento subterráneo.
No le causaba ninguna pena. Por culpa de ese idiota, su bonita piel estaría ahora marcada por una fea cicatriz. Pensaba cobrarle la cirugía estética para repararla.
Sin embargo, sus problemas no habían finalizado ahí. Apenas había vencido al primero, otros dos ex reclusos le salieron al paso. Melter y Hombre Múltiple.
Alex no se molestó en disimular un bufido de frustración al reconocer al segundo. Estaba segura de que podría contra Melter, pero el mutante con la capacidad de generar duplicados ilimitados de sí mismo era otra historia. ¿Cómo se suponía que iba a derrotar ella sola a un ejército?
―Vamos a ponértelo fácil. ―Jamie Maddox esbozó una sonrisa torcida―. Argo quiere verte, al parecer tenéis una amiga en común en la que está bastante interesado ―canturreó―. Si te vienes ahora con nosotros, Melter no destruirá esas columnas de ahí. ―Señaló un conjunto de pilares al fondo del parking. No resultaba difícil adivinar que sostenían la base del edificio ubicado por encima de sus cabezas.
―No lo hará ―replicó Alex, sin abandonar la posición defensiva―. Nos enterrará a los cuatro.
―Por culpa de tu querido padre hemos pasado quince años enterrados en una prisión ―repuso el mencionado, permitiendo que el desprecio y el rencor hacia Tony transluciesen en su voz―. No me asustan los espacios cerrados.
Alex tragó saliva. A ella sí le asustaban, demasiado... Pero no podía rendirse.
Ignorando su instinto, que le pedía a gritos que huyera, trató de concentrarse en su capacidad telepática para llegar a la mente de ese tal Melter.
Era difícil, mucho más que una patada con mortal hacia atrás, pero lo logró. Y lo que ahí vio le produjo auténtico asco. Ese tipo era un terrorista sin escrúpulos.
―¡Qué estás haciendo! ―rugió él, llevándose las manos a la cabeza, al tiempo que caía de rodillas al suelo.
Alex lo ignoró. Incluso fue capaz de mantener la conexión y esquivar las primeras acometidas del otro mutante. Pero cuando Hombre Múltiple desplegó sus duplicados, supo que estaba perdida.
Aun así, luchó. Darse por vencida no era una opción; conocía la razón que los había impulsado a ir a por ella. Argo se había enterado de su conexión con Selene.
Si la atrapaban, la eterna pagaría las consecuencias.
Melter terminó en el suelo, junto a Blacklash, ambos fuera de combate. Pero no pudo contra Jamie Maddox. El mutante acabó por acorralarla, agotada y malherida.
Un intenso ramalazo de dolor en la nuca fue todo lo que Alex percibió antes de perder el sentido.
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Hello ^^
Valeee, estoy emocionada porque nos acercamos a los capítulos clímax de este acto, ¿se nota? xD. No sé si os habéis dado cuenta, pero este capi ha tenido muchas cuestiones importantes para el desenlace de la trama, tanto aquí, como asuntos que van a afectar en la historia de Blackrose.
¿Alguien imagina qué es eso que Alex quiere y que Emma dice que puede darle? Es bastante evidente la verdad, o sea, no es nada retorcido xD
Also, ¿alguna teoría sobre lo que sucederá a partir de ahora? Tenemos a Sel con la argonita y a Alex kao... Soooo ¿?
No atosigo más con preguntas random xD. Por cierto, en mi book, PHILOLOGY, he subido un post relacionado con esta saga de Marvel, por si no lo habéis leído y os apetece. El apartado se titula Vengadores 2.0 (al final del mismo hay una pequeña encuesta)
Muchos besos :)
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