Cap. 12- El principio del final (II)
El escudo del Capitán América voló a toda velocidad, describiendo una parábola perfecta que barrió a cinco duplicados de Jamie Maddox antes de regresar a las manos de su dueño.
―Estos tíos son una epidemia. Nunca se terminan ―resopló Falcon, ocupando la línea de comunicación de los transmisores que todos llevaban engarzados en la oreja. Hasta Alex y Dominik tenían el suyo ahora, cortesía de Tony, que siempre guardaba alguno de repuesto.
―Sí, bueno, Wilson, eso es lo que significa duplicados infinitos ―respondió el millonario en tono condescendiente, también a través del transmisor, tras derribar a otra de las copias con un rayo de sus reactores.
Falcon se elevó hacia el cielo a toda velocidad, se mantuvo suspendido un momento y luego descendió hacia el suelo, justo sobre las cabezas de los duplicados que acosaban a Steve, Alex y Dominik en el centro del campamento. Se movió tan rápido que sus alas generaron un fuerte viento que derribó a tres hombres, proporcionándole al Capitán espacio suficiente para abatir a otros cuatro con una asombrosa combinación de golpes y piruetas.
―Bien hecho. ―Steve se llevó dos dedos a la frente en un saludo militar, dirigiéndole un gesto de agradecimiento a su compañero.
―Claro, era obvio que sin mí no te las habrías arreglado ―bromeó Sam, volando por encima del campamento, en dirección a otra aglomeración de duplicados.
Sobre el terreno, Steve tampoco se detuvo, volvió a colocarse en posición defensiva, cubriendo la espalda de Alex, que pese a no estar ni de lejos en su mejor forma, se había negado a quedarse apartada. Si de él dependiese, la habría llevado directa al Complejo, a que le diesen la atención médica que sin duda precisaba, pero sabía que la mutante no accedería a alejarse mientras los demás siguiesen ahí, enfrentado la amenaza... Y, si algo había aprendido Steve a lo largo de los últimos años, era que no tenía ningún caso intentar ganarle una discusión a un Stark; la cabezonería formaba parte de sus genes, al igual que la genialidad y la temeridad.
―Solo hay un modo de pararlos ―intervino Dominik, quien ni en sus más raros sueños había imaginado que algún día estaría en esa situación, luchando codo con codo con los Vengadores―. Debemos localizar a Maddox, al original. Si lo detenemos a él, los demás desaparecerán.
―¿Y cómo se supone que vamos a hacer eso? ―inquirió Falcon, a través del intercomunicador―. Ahora mismo detecto unos ochenta hostiles sobre el terreno, y nosotros solo somos cuatro... y medio. ―Chasqueó la lengua―. Lo siento, Alex, pero así no cuentas como uno entero.
Al contrario de lo que todos esperaban, ella no ofreció réplica. En realidad, Sam estaba siendo generoso al referirse a ella como media vengadora. Era capaz defenderse, más o menos, y no resultar una carga para sus amigos, pero en sus condiciones actuales tampoco inclinaba la balanza a favor de los suyos. A no ser...
―Steve. ―Se volvió hacia el soldado, sin embargo, no precisó verbalizar sus pensamientos.
―Necesitas concentrarte. ―Asintió él, adelantándose a las palabras de la chica―. Yo me encargo.
Alex parpadeó varias veces. O bien, ahora resultaba que el telépata era él, o ella se había vuelto excesivamente transparente para Steve.
Si salían de esa tendría que replantearse volver a aportar algo de misterio a esa relación... O mejor no, así estaban bien. Muy bien.
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A lo largo de sus años de encierro, Selene había visto esa mirada oscura y vacía en los rostros de muchos seres queridos; su madre, su padre, sus hermanos, sus amigos... Todos habían caído inexorablemente bajo el control de Argo, tornándose meros caparazones de un ser sin empatía, sin humanidad ni sentimientos... Un ser cuyo único propósito parecía ser atormentarla.
Y, ahora, Thor.
―He de reconocer que me agrada este cuerpo ―habló Argo, con la voz del asgardiano―. No es un eterno, pero tiene potencial, mucho más que el mutante que he usado estas semanas, eso desde luego. ―A los pies del semidios reposaba Cole Travers, todavía inconsciente―. Una lástima que te hubiese conocido. Solo lo escogí por eso, lo sabes ¿verdad? El chico tenía aptitudes para haberse convertido en un gran médico.
Selene tensó la mandíbula y apretó los puños. Ahí estaba otra vez, atormentándola, intentado que se sintiera culpable por el dolor que él generaba... Lo peor era que lo conseguía. Si Cole no se hubiese cruzado con ella, Argo nunca habría ido a por él.
Si Thor no hubiese acudido a ayudarla...
Era difícil, muy difícil, mirar ese rostro que durante las últimas semanas le había ofrecido tanto apoyo (que había estado a su lado incluso cuando ella lo apartaba), y ver los ojos de su enemigo, no de su amigo, de su compañero.
―Una vez tomé el control de una asgardiana, hace unos cuantos siglos ―volvió a hablar Argo―. La habían acusado en su planeta de origen por varios delitos que ahora no importan, y huyó hasta Olympia, donde intentó esconderse. La guardia de la familia real, de tu familia, la encontró. Me usaron para detenerla, fue la primera vez que entré en un individuo de una especie distinta a la tuya. Fue extraño. La asgardiana sufrió un ataque al corazón a los pocos minutos de que yo saliese de ella.
―Estás mintiendo ―masculló la eterna, sin parpadear, pendiente de cada movimiento de su adversario.
―Tal vez. ―Él se encogió de hombros―. ¿Pero estás dispuesta a arriesgar la vida del hijo de Odín para averiguarlo? Puedo notar las emociones intensas, los sentimientos ―masticó la última palabra, como si le resultase antinatural― que el dueño de este cuerpo te profesa. Si los correspondes en lo más mínimo, dudo mucho que desees tentar a la suerte.
Un suspiro escapó de los labios de Selene. ¿En qué momento habían cambiado tanto las cosas? ¿En qué momento había pasado de odiar a Thor, a estar dispuesta a hacer lo que fuese por salvarlo...? Porque así era, por muy estúpido, arriesgado e imprudente que semejase, no lo dejaría pasar.
No permitiría que Thor fuese otra víctima en la lista negra de Argo.
―Te daré lo que deseas ―respondió, determinada―. Pero tienes que dejarlo libre. Ahora mismo.
Las comisuras de los labios del asgardiano se elevaron en una sonrisa torcida.
―Bien. ―En pocos pasos recortó la distancia que lo separaba de la eterna―. Entonces, ¿me permitirás entrar? Sin trucos. Quiero tu poder, pero si te niegas no habrá segundas oportunidades. El Dios del Trueno no es un mal reemplazo.
Selene asintió, sin dudarlo un segundo.
―No me resistiré ―prometió.
A lo lejos podía escuchar el algarabío de la contienda entre sus compañeros y los fugitivos de Isla Ryker. Empezaba a atardecer y el polvo que flotaba en el aire como consecuencia de su anterior enfrentamiento se confundía con la suave neblina que en esa época del año precedía a la puesta de sol.
No reaccionó cuando las manos de Thor, de Argo, se posaron en su cuello, acariciándole la piel con deliberada suavidad, para, poco a poco, ascender hasta sus mejillas.
Solo estaba jugando con ella, recreándose en la victoria...
Pero en el momento en que los labios del asgardiano rozaron los suyos, no pudo evitar que sus ojos se abrieran desmesuradamente, respondiendo a la sorpresa y al desconcierto. Vaciló un instante, sin embargo, no se echó atrás, no se resistió. Lo había prometido.
Selene permitió el contacto, permitió el beso.
A medida que la materia oscura abandonaba el cuerpo de Thor y se introducía en el suyo, liberándolo a él de la posesión, el roce entre sus labios se volvió más intenso, más real.
Por un segundo, Selene creyó ver cómo el negro en los orbes del semidios se disipaba por completo, dando lugar a un cálido azul cielo.
Solo entonces se permitió cerrar los ojos y, mientras todavía era responsable de su cuerpo, dueña de sus acciones, respondió al beso. Ahora sabiendo que era a Thor a quien besaba.
Mantuvo la intimidad del roce unos segundos más, sin embargo, consciente de que no tardaría en ser arrastrada al abismo, se apartó ligeramente, rompiendo el contacto entre sus labios.
Posó las manos en el pecho del asgardiano y volvió a buscar sus ojos con la mirada.
―Princesa, no... ―suplicó él, con una expresión angustiada.
Ella negó en silencio. No había tiempo; se sentía como si estuviese al borde de un precipicio, a punto de caer a las profundidades del averno... Argo enseguida tendría el control de su cuerpo.
―Confío en ti ―susurró al oído de Thor.
Un instante después, todo se volvió negro.
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Alex recostó la espalda sobre el muro semiderruido del viejo malecón al que Steve y ella se habían retirado en busca de un poco de silencio, mientras Iron Man, Falcon y Avalancha continuaban luchando contra los infinitos duplicados de Jamie Maddox.
Steve se había encargado de apartar de su camino a todas las copias que les salían al paso y escoltar a la chica hasta ese lugar, aparentemente tranquilo. No obstante, ambos eran conscientes de que la calma sería efímera, tenían poco tiempo antes de ser descubiertos.
―Si no tienes fuerzas para hacerlo, encontraremos otro modo ―susurró Steve, queriendo aligerar el peso sobre los hombros de Alex.
―Estoy bien ―respondió ella, convencida, pese a que la mueca de dolor en su rostro decía lo contrario―. Puedo hacerlo.
Steve asintió. Le hervía la sangre al verla en ese estado, solo con imaginar lo que le habían hecho durante las últimas horas sus puños se cerraban instintivamente y la mandíbula se le tensaba en un gesto de rabia contenida.
Resultaba imposible que cualquier persona normal estuviese en condiciones de combatir después de sufrir horas de tortura... Pero Alex no era una persona normal, era una luchadora, una superviviente. No era la primera vez que enfrentaba una situación así y, dado el mundo en el que estaban metidos, probablemente no sería la última.
Por mucho que le doliese, Steve sabía que no podía protegerla permanentemente. Lo único que podía hacer era confiar en ella y en sus capacidades para defenderse por sí misma, que no eran pocas.
Y lo hacía, creía en Alex. Si ella decía que podía hacerlo, no le cabía duda de que lo conseguiría. Y él estaría ahí para apoyarla.
―De acuerdo. ―Con una expresión cargada de confianza, Steve se enderezó y tomó su escudo, que había dejado reclinado contra el muro, junto a la chica―. Haz lo que tengas hacer, concéntrate. No permitiré que ninguno de esos duplicados se acerque a ti.
Ella le devolvió una sonrisa, y lo observó alejarse unos pasos para colocarse en posición defensiva, a la espera de sus adversarios.
Alex no tardó en captar las vibraciones producidas por un numeroso grupo aproximándose a su posición; demasiado cuantioso como para tratarse de sus amigos... Pero no se dejó llevar por el pánico. Del mismo modo que Steve creía en ella, ella lo hacía en él. Sabía con absoluta certeza que él cumpliría su palabra, que haría hasta lo imposible por protegerla mientras ella se concentraba para usar la telepatía con el fin de localizar al Maddox original.
Cerró los ojos en el mismo instante que la primera horda de duplicados irrumpía en el perímetro vigilado por Steve. El sonido del escudo de vibranium impactando contra cuerpos y armas, junto a las maldiciones, resoplidos y demás algarabío propio de un duelo llenó sus oídos... Pero Alex mantuvo los párpados apretados.
Siguiendo los consejos de Wanda y de Emma Frost, trató de liberar su mente.
Por primera vez desde que la habían secuestrado la noche anterior, el dolor que aún le atravesaba el sistema nervioso le resultó útil. Al concentrarse en el ardor de su espalda y brazos, fue capaz de dejar a un lado cualquier rastro de pensamiento intruso. Olvidó todo aquello ajeno a su propio cuerpo y logró situarse en ese punto de su mente que, según Emma, era la clave para empezar un enlace telepático de largo alcance.
La oscuridad tras sus párpados se iluminó con decenas de puntos blancos que representaban a las mentes de los combatientes en ese campamento, tanto enemigos como vengadores. Buscó entre todas ellas, tratando de ubicar la que pertenecía a Hombre Múltiple.
―¡Alex, cariño, sea lo que sea que estás haciendo, este sería un buen momento para que funcionase! ―exclamó Steve, no muy lejos de ella, atosigado por un número cada vez mayor de duplicados.
Incitada por el tono disimuladamente agobiado en la voz de su novio, Alex le dio otro impulso al rastreo telepático, expandiendo el rango de búsqueda.
Solo entonces lo encontró. Hombre Múltiple estaba peleando en la misma zona que Falcon, Tony y Dominik, camuflado entre centenas de copias, sin nada que lo distinguiese de los demás... Excepto para un telépata.
Estableció el enlace con Maddox y atacó su mente con la misma saña que horas atrás los otros reclusos habían usado contra ella. Ni siquiera fue consciente de lo qué hizo, tan solo se dejó llevar por su instinto y el deseo de desquitarse por todos los golpes, cortes y latigazos que se había visto obligada a soportar.
―¡Listilla, lo has hecho! ―La voz de Tony llegó a través del intercomunicador―. Los duplicados se han desvanecido, tenemos al original, no sé qué clase de noqueo telepático habrás usado, pero parece que está durmiendo la mona.
Alex abrió los ojos. Frente a ella ya solo estaba Steve, algo magullado y jadeando tras un corto, pero intenso duelo de cien a uno... Pero a salvo. Eso era todo lo que importaba.
―Lo has conseguido ―dijo él, acercándose de nuevo a ella con una expresión que derrochaba orgullo, para luego rodearle la espalda con los brazos y atraerla hacia sí en busca de un efusivo beso.
Y aunque Alex deseaba besarlo tanto o, probablemente, más que él a ella, no pudo contener un gemido de dolor cuando sus labios estaban a punto de hacer contacto.
―Steve, mi espalda ―lo avisó, frunciendo el ceño en un vano intento por disimular una mueca.
Él se apartó ligeramente. Lo último que quería era hacerle daño, pero desconocía hasta qué punto o en dónde la habían herido...
―¿Qué te han hecho? ―inquirió, con las manos apretadas en puños. Habló muy despacio y con una calma artificial que no bastó para disimular la rabia latente en su voz.
Alex separó los labios y vaciló un instante. No tenía ningún caso entrar en detalles, lo pasado, pasado estaba... No obstante, tampoco llegó a decir nada, de súbito, un espeluznante vacío le atravesó el estómago.
Se inclinó hacia delante, presa de la conmoción, apoyándose en el pecho de Steve, que la sujetó sin dudarlo un instante, pero esta vez con delicadeza y cuidado de no hacerle daño.
―¿Es Selene? ―se adelantó él, ya familiarizado con los síntomas que el extraño y místico vínculo con la eterna provocaba en Alex―. ¿Qué le sucede?
La mutante sacudió la cabeza, confusa y asustada.
―Apenas la siento, Steve ―musitó, en un hilo de voz―. Creo que lo ha hecho. Ha dejado que Argo la controle...
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Cuando Alex, Steve, Tony, Sam y Dominik se reunieron con Thor en la zona oeste del abandonado campamento, ya era demasiado tarde.
Selene levitaba frente a ellos, rodeada por impresionantes ondas de energía cósmica, con la melena dorada agitándose casi a cámara lenta en torno a su cabeza, ajena a las leyes de la gravedad... Y los ojos, por naturaleza tan azules como los de Thor, completamente negros, carentes de todo rastro de calidez.
―Mierda... ―la maldición escapó de los labios de Tony, acompañada de una expresión de furia y preocupación―. ¿Qué has hecho, rubia?
―Salvarme ―masculló Thor, ganándose una mirada por parte de todos sus compañeros.
Antes de que ninguno llegara decir nada más, Argo, en el cuerpo de Selene, regresó al suelo, acaparando la atención de los presentes. Alzó las manos y, sin pensárselo dos veces, liberó un potente rayo de energía que impactó sobre el edificio más cercano, poniendo así a prueba el poder que tanto había ansiado.
El objetivó se pulverizó al instante. Tan solo un profundo cráter sobre el terreno dejó constancia de su anterior existencia.
―Estamos jodidos ―musitó Sam.
El rostro de Selene se volvió hacia el grupo de héroes, dispuestos en fila, preparados para la acción, pero vacilantes ante un enfrentamiento contra alguien que había sido uno de los suyos, alguien que además de superarlos en poder, apreciaban y querían.
―Nada mal. ―Los labios de la rubia se arquearon en una sonrisa torcida―. Pero todavía queda algo por hacer para liberar todo el poder de este valioso recipiente. ―Clavó la mirada en Alexa, a quien Steve aún sostenía por la cintura en un gesto protector.
La mutante tragó en seco, pero no permitió que el temor asomara a su rostro, sino que le devolvió una expresión altiva y desafiante.
―Sel, sé que sigues ahí ―habló con voz firme―. Tienes que luchar contra él. Tú eres más fuerte. Puedes hacerlo.
Una horrible carcajada distorsionada abandonó la garganta de la eterna.
―Qué ilusa. No hay nada que ella pueda hacer ya ―se vanaglorió Argo―. Artemis es mía ahora, su cuerpo, su mente y su poder me pertenecen. Y cuando te mate a ti y vuestro vínculo se rompa, no habrá nada que me impida explotar todo el potencial de la eterna. No te lo tomes como algo personal.
En cuanto la amenaza abandonó los labios de Argo, todos los presentes se cerraron en torno a Alex.
―Por encima de mi cadáver ―bufó Tony, alzando ambas manos en dirección al cuerpo de la eterna, de modo que los reactores de sus palmas quedaron al descubierto, preparados para atacar ante el mínimo ademan de peligro.
―No lo harás. ―Thor se adelantó a los demás, colocándose en primera línea, frente a la eterna poseída―. Alex tiene razón, Selene es más fuerte que tú, escoria ―siseó, amenazante―. Y te lo voy a demostrar.
Se llevó una mano al cinturón y tomó la caja de plomo que había traído consigo desde el Complejo, a petición de la eterna.
»Espero que no arrepentirme de esto, princesa ―susurró para sí mismo, justo antes de abrirla.
El brillo anaranjado de la argonita contenida en el interior iluminó el rostro de Selene, quien, al instante, dejó escapar un grito agónico, terrorífico.
―¡Thor! ―Alex quiso acercarse al asgardiano y poner fin al sufrimiento de su amiga, pero Steve no la soltó―. ¡Qué estás haciendo!
―Cumplir con mi palabra ―rugió el Dios del Trueno, sobreponiéndose a los gritos que seguían asomando desde la garganta de la eterna―. Esta vez no le fallaré. ¡Lo logrará!
Dio otro paso adelante, acercando más la argonita al cuerpo dominado por Argo.
Presa del dolor y la creciente agonía, la rubia se inclinó hacia delante, llevándose las manos a la cabeza, para terminar cayendo al suelo de rodillas.
―Ciérralo... ―musitó, en un intento de súplica―. No lo soporto más...
A pesar de la horrible culpabilidad y desazón que le atenazaba el pecho, Thor se mantuvo firme e ignoró el ruego. Por mucho que la voz sonase como la de su bella princesa, por mucho que luciese como ella, no era la eterna la que le imploraba clemencia. Era Argo.
Selene le había hecho prometer que usaría la argonita contra ella cuando Argo la poseyese... Desde el principio había sabido que ese momento era inevitable, que pasase lo que pasase, solo había un modo de ponerle fin a la amenaza de Argo.
Ella lo habría traído de vuelta al cruzar el portal de la Dimensión Fantasma, y ella lo llevaría a la tumba. Fuera cual fuese el coste.
Y ahí estaban...
Sostenida tan solo sobre sus rodillas, la rubia agonizada entre chillidos de auténtico sufrimiento, liberando inconscientes descargas de energía que se volatilizaban a pocos centímetros de su cuerpo, como fuegos artificiales.
―Vamos... ―masculló Thor―. Tú puedes, princesa, sé que puedes...
Le habría sido imposible precisar cuántos segundos o minutos llegaron a transcurrir hasta que la materia oscura comenzó a abandonar el cuerpo de Selene, poco a poco, para arremolinarse en el suelo, entre ella y el asgardiano, formando una especie de charco viscoso que comenzó a agitarse y reorganizarse sobre sí mismo, frenéticamente, sin patrón aparente.
La exposición a la argonita dentro del cuerpo de Selene lo había debilitado lo suficiente como para impedirle ejercer otra posesión de forma inmediata.
―¿Eso es...? ―Dominik Petros no pudo contener una mueca de sorpresa. ¿Esa cosa asquerosa era Argo?
Thor se apresuró a socorrer a Selene, que seguía en el suelo a medio camino de la inconsciencia. Le pasó un brazo por la espalda y la ayudó a incorporarse, sin soltarla en ningún momento.
―Thor... ―la voz de la eterna asomó débil y vacilante.
―Me reconoces ―respondió él, con emoción contenida.
Si algo había temido al escuchar el arriesgado plan de la eterna por primera vez, justo antes de salir del Complejo (además de la posibilidad de que ella no resistiese la radiación de la argonita), era que su mente se viese trastocada por la posesión, que perdiese la noción de sí misma y terminara aducida a la locura, como tantos miembros de su raza en el pasado.
Pero de algún modo, ya fuese porque no había estado demasiado tiempo sometida al control de Argo, porque, como ya sospechaban, ella era más fuerte y poderosa que la media de su raza, porque estaba vinculada a una telépata..., o por un designio caprichoso del destino, Selene estaba bien. Viva, y sana.
―Claro que te reconozco ―susurró ella―. Te lo dije una vez, tu rostro fue lo último que vi antes de desaparecer, y lo que me impulsó a resistir. También ahora ―confesó―. Nunca podría olvidarlo.
Thor sonrió, comprendiendo la gran diferencia que esas palabras cargaban entre la primera vez que las había oído durante aquel breve duelo que habían mantenido en el Complejo, y esta ocasión.
―No es por cortar el rollo, pero esa cosa se está reabsorbiendo... ―avisó Sam, señalando el charco viscoso, que parecía comenzar a recuperar una forma más sólida.
La eterna y el asgardiano compartieron una mirada cargada de significado.
―Es ahora o nunca ―sentenció él, en tono solemne, todavía sosteniéndola entre sus brazos.
Ella asintió con firmeza. No se detuvo a reparar en la horrible debilidad que dominaba todo su cuerpo, sensación prácticamente desconocida para ella. Se enderezó cuan alta era e, inspirada por el contacto y el apoyo de Thor, cerró los ojos, para acudir a su interior, en busca de esa energía que la volvía tan especial.
Permitió que el calor y el cosquilleo previo a una descarga de gran voltaje le acariciase la piel de las manos, ascendiendo por sus extremidades y cuello, concentrándose en sus pupilas.
A continuación, alzó las palmas, separó los párpados, y la liberó.
Con un único objetivo; la masa de energía oscura que se agitaba en el suelo.
Los vengadores testigo de la escena se vieron obligados a cubrirse el rostro con los brazos, para protegerse de la cegadora luz que emanaba de los ojos y manos de Selene.
Al lado de la eterna, Thor elevó el Mjolnir por encima de su cabeza, catalizando un torrente de rayos que a continuación dirigió también sobre Argo. Energía cósmica y electricidad se fundieron en un único torrente, conformando un asombroso espectáculo visual de puro poder.
Cuando todo llegó a su fin, en el suelo, donde antes se agitaba la masa de energía oscura, ya no quedaba nada.
De nuevo, tan solo un cráter vacío evidenciaba la anterior existencia de lo que durante siglos había llegado a representar la tortura para toda una especie, la extinción de la misma y la soledad de Selene.
Pero ya no estaba sola. Ahora tenía una familia.
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Hy babes ^^
Well well well que este acto ya casi está en el the end. Y hemos tenido beso #thorlene XD que en parte ha sido por culpa de Argo, pero nuestros tortolitos no se han quejado eh jajaja. Ya pronto veremos qué piensan ellos de eso.
Sé que estamos todos, o casi todos, con el post Endgame, no diré nada de la peli para no spoilear a quienes aún no la han visto, pero bueno, espero que este capi os alegre un poquito el día :)
Also, en el próximo capítulo (y último del acto 1) se resolverán la mayoría de las cuestiones que quedaron sin respuesta aún. Si os fijais, hay varias cosillas, como qué pasará con Cole, con los reclusos que han sobrevivido (Dominik, Blacklash y Melter), lo de la conversación tan "misteriosa" entre Alex y Emma (aunque la respuesta a eso me la reservo para Blackrose jejeje, que la publicaré muy pronto) y, sobre todo, qué harán ahora mis babies Selene y Thor. ¿Teorías...?
Os amo mucho, mil gracias por acompañarme en esta saga a la que de verdad le tengo muchísimo cariño.
Besos.
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