Cap. 10- Dominik Petros

Michael Rowe as Blacklash

Jaremy Davies as Melter


Para Alexa Stark el dolor físico no era algo desconocido, sino más bien una especie de compañero forzoso que, de un modo u otro, había estado presente a lo largo de toda su vida.

En el orfanato, donde Emma Frost la había abandonado al poco de nacer, recibía palizas de los niños que la temían por sus poderes; en SHIELD, había aprendido a pelear bajo la tutela de la mismísima Viuda Negra, quien, si bien nunca la había dañado con intención, tampoco rebosaba delicadeza a la hora de enseñar; luego estaban las horribles cefaleas consecuencia del tumor que casi la había matado unos meses atrás... Incluso había sobrevivido a un lavado de cerebro a base de electrochoques.

Su umbral de dolor se localizaba en una posición alta, muy alta. Era capaz de soportarlo en gran medida, porque así la habían educado... Sin embargo, por primera vez en sus veintiún años de vida, esa línea comenzaba a semejar insuficiente.

Sus torturadores se habían asegurado de incluir en el coctel de narcóticos que le administraba el collar de contención una buena dosis de algo que le impedía caer en la inconsciencia. Eran expertos en lo que hacían, sabían jugar con las cantidades para mantenerla aturdida e incapaz de defenderse, pero consciente de todo lo que sucedía en su cuerpo.

Parecía que les entretenía especialmente aumentar la concentración de anestésicos, de manera que, durante varios minutos, la joven mutante no pudiera sentir absolutamente nada. Ahí era cuando más se ensañaban con ella...

Luego, solo tenían que esperar a que el efecto de los narcóticos se desvaneciese y, entonces, el dolor provocado por todos los golpes, cortes y agresiones que había recibido durante la última media hora se materializaba de súbito. El acceso era feroz, brutal e insoportable... Pero debía soportarlo.

―Esto empieza a ser aburrido, ya no grita ―comentó Blacklash, acercándose más a la chica―. Vamos, preciosa, regálanos los oídos. ―Con una mano sujetó toda la melena de la joven y tiró de ella en un gesto seco, obligándola a echar la cabeza hacia atrás y provocando que la aguja interna de la gargantilla, a través de la cual le administraban las drogas, se clavase más profundamente en su piel.

Un simple y efímero jadeo escapó de la garganta de Alex. No les daría el placer de verla quebrarse de nuevo.

―De acuerdo, está visto que eres dura. ―Blacklash rodeó a la chica hasta colocarse a su espalda, para, acto seguido, convocar en su mano izquierda un látigo de energía―. Entonces volveremos a lo que ya sabemos que funciona.

Alex cerró los ojos y apretó la mandíbula, sabía lo que venía a continuación. Y, aun así, cuando el primer chasquido estalló contra su espalda (ahora descubierta, pues la anterior sesión de latigazos había desgarrado por completo la fina tela de su blusa), un gemido involuntario abandonó sus labios.

Al dolor provocado por la fusta se unía la agonía que se extendía desde sus brazos; en ambos le habían quebrado al menos un par de huesos, pero, como no se habían preocupado por desencadenarla, continuaba suspendida del techo, obligada a sostener todo el peso de su cuerpo en las extremidades rotas. Cada vez que se inclinaba hacia delante, los grilletes tiraban de sus muñecas, provocándole un terrible dolor que, fusionado con el estallido ardiente del látigo contra su piel, se convertía en verdadero tormento.

Quería ser fuerte, resistir, demostrar que dos matones sociópatas no podrían con ella. Pero, al séptimo chasquido, ya no lo soportó más. Alex liberó su garganta, permitiendo que un grito desgarrador asomase al exterior, junto con las lágrimas que en sus ojos se habían acumulado a lo largo de los últimos minutos.

―Ya está bien, es suficiente ―intervino Dominik Petros, acercándose a Blacklash y tomándolo por un brazo para apartarlo de la chica.

El aludido le devolvió una mirada de desprecio, mientras Melter soltaba una risa cínica. Argo y Hombre Múltiple habían salido para acudir al encuentro de Selene, de modo que Dominik estaba solo, a cargo de la rehén y los dos fugitivos que más motivos tenían para odiar a los Vengadores, en especial a Tony Stark.

―¿Por qué debería contenerme? ―bufó Blacklash―. Ella no se contuvo con nosotros en Boston.

Dominik Petros arqueó las cejas en una expresión de incredulidad. Tres de sus compañeros habían atacado a la chica con intención de noquearla y secuestrarla, ¿acaso creían que ella no iba a defenderse?

―Porque Argo la quiere viva ―dijo, en lugar de verbalizar sus pensamientos. No le convenía buscarse una discusión con esos bestias.

―Solo de momento. ―Blacklash chasqueó la lengua―. La matará de todos modos en cuanto tenga a la eterna.

―Pero aún no ―señaló Dominik, dando la discusión por zanjada.

―Petros es un aguafiestas, pero tiene razón ―intercedió Melter, colocándose entre ambos hombres―. Además, ya te has divertido bastante con ella. ―Señaló las heridas y quemaduras que los látigos de energía de Blacklash habían dejado en la espalda de Alexa, ahora salpicada de tonos rojizos y amoratados―. Es hora de darle utilidad.

Dominik Petros esbozó una mueca de desagrado. Le asqueaba todo lo que estaban haciendo sus compañeros, por eso se había negado a participar. No obstante, tampoco lo había impedido; Argo les había ordenado hacer sufrir a la chica, sin restricciones, cuánto más mejor (a mayor agonía para Alexa, antes acudiría la eterna a la cita. El vínculo que las unía no le permitiría ignorar la tortura de su amiga, y Argo lo sabía). Dominik no podía contradecirlo, no si quería seguir siendo él mismo y no un mero títere manejado por la inteligencia artificial.

Ya había perdido siete años de su vida. No perdería más. Terminaría ese trabajo, por mucho que lo odiase, y sería libre de una vez por todas.

―¿Qué propones? ―inquirió Blacklash, dirigiéndose a Melter con una expresión taimada.

―Antes de que Tony Stark nos metiese en ese tugurio de Isla Ryker, tú y yo éramos ricos ―comentó el aludido, sin molestarse en mencionar que todo el dinero que habían acumulado venía de robos y asesinatos por encargo―. La chica puede transformarse en diamante, sugiero que lo haga, y que le cortemos algunos dedos, tal vez un ojo... ―Una sonrisa desquiciada le cubrió el semblante―. ¿Cuántos quilates serían?

―Estás demente. ―Dominik lo miró con un gesto de horror. De todos lo presos en Isla Ryker, Argo había liberado a los dos más asquerosamente sádicos y perturbados...

―¡Oh, venga, Avalancha! mutilar y matar no es lo mismo ―se burló Blacklash.

Melter se acercó a la chica y le sujetó el mentón con una mano, obligándola a mirarlo a la cara.

―¿Qué te parece la idea, bonita? Yo la veo bastante justa. Tu papaíto nos quitó nuestra fortuna y tú nos la devolverás ―canturreó, aprovechando el agarre para clavar las uñas en la fina piel femenina―. Te prometo que si te transformas, mi amigo Blacklash no volverá a sacar el látigo.

Alex no respondió. Aunque podía escuchar las conversaciones a su alrededor, amortiguadas por un desagradable zumbido, apenas era capaz de abrir los ojos, mucho menos de usar sus poderes.

―El que calla otorga ―terció Blacklash.

―No puede transformarse, idiotas ―gruñó Dominik, colocándose entre la chica y sus compañeros una vez más―. Os habéis encargado de drogarla para que no lo haga.

―Pues esperaremos a que aligere el efecto. ―Melter se encogió de hombros con naturalidad―. Han pasado casi tres horas desde que la trajimos. No parece que tengan prisa por venir a por ella.

Las palabras del exrecluso llegaron a los embotados oídos de la mutante como una sentencia de muerte. Sabía que no era cierto. Sabía que sus amigos harían cualquier cosa por rescatarla...

Y eso era lo que más miedo le daba.

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―Este es el peor plan de la historia ―masculló Thor.

Desde el principio le había dejado muy claro a Selene que su idea era horrible, pésima, arriesgada e imprudente... Pero ahí estaba, volando al lado de la eterna, apoyándola en un plan casi suicida, porque, literalmente, había prometido, tanto a ella como a sí mismo, que no la dejaría sola.

―Es el único modo ―respondió Selene―. En breve tenemos que separarnos, nos acercamos a la ubicación que me ha dado Argo.

Ambos descendieron, hasta posar los pies sobre una superficie boscosa al norte de Nueva York, casi en la frontera con Vermont.

―Prométeme que tendrás cuidado ―dijo Thor.

―Tú también ―respondió ella tras un suave cabeceo.

Una pequeña sonrisa acudió a los labios del asgardiano.

―¿Ahora te preocupas por mí, princesa?

Selene sacudió la cabeza en un gesto condescendiente.

―Claro, solo yo puedo golpearte ―contestó, para luego adoptar una expresión más seria―. He activado el GPS del móvil. No creo que Steve y los demás tarden mucho en rastrearnos.

―Y yo te seguiré a ti ―dijo Thor, rememorando el plan que habían hablado un rato atrás, antes de salir del Complejo.

―Pero mantén las distancias. Mucha distancia ―puntualizó―. No podemos poner en riesgo la vida de Alex.

―Nadie sabrá que estoy ahí. Puedo ser tan sigiloso como Natasha.

Selene se mordió el labio inferior. Tenía serias dudas al respecto de esa última afirmación. Sin embargo, no le quedaba otra opción que confiar en las capacidades de Thor. Inspiró hondo antes de retomar la palabra.

―Recuerda seguir el plan. Pase lo que pase ―suplicó, señalando con la mirada la pequeña caja de plomo enganchada al cinto del asgardiano―. Prométeme que no te echarás atrás.

El semblante del Dios de Trueno se ensombreció por un instante. Esa era la parte que detestaba de la idea de la eterna.

―Siempre cumplo mi palabra, Selene Olympean. No te defraudaré.

Ella asintió y giró sobre sus talones, dispuesta a acudir a la cita con Argo, pero antes de que pudiera alejarse, Thor la tomó por el brazo, haciendo que se volviese de nuevo hacia él. En el rostro de Selene se dibujó un gesto interrogante, no obstante, el asgardiano no dijo nada. No existían palabras para expresar el caos de sensaciones contradictorias que en ese momento se agitaba en su interior...

Sin embargo, de algún modo, ella lo comprendió y asintió en silencio. Devolviéndole una mirada cargada de intensidad y complicidad.

―Esto no es un adiós, Thor ―susurró, convencida.

Con estas palabras, se dio la vuelta. En esta ocasión sin mirar atrás.

Porque no lo decía en vano, y él lo sabía. En un acuerdo tácito, sellado a base de miradas y palabras todavía no verbalizadas, ambos eran conscientes de que algo estaba creciendo entre ellos, algo difícil de explicar, pero no por ello menos real.

Su historia solo acababa de empezar.

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El zumbido en sus oídos ya no era tan molesto como un rato atrás. Aún le costaba respirar con normalidad y el dolor seguía siendo insoportable... Pero, en medio de todo ese horrible malestar, empezaba a sentir cómo el efecto de algunas de las drogas se disipaba poco a poco.

Melter y Blacklash estaban decididos a sacar tajada de su poder para convertir su piel en diamante y, por eso, habían dejado de administrarle narcóticos a través de la gargantilla de contención.

Alex era consciente de que, a partir del instante en que pudiese volver a usar sus poderes (si es que era capaz), tendría los minutos contados para controlar la telepatía y lograr una salida (cosa en la que hasta el momento había fracasado estrepitosamente), o terminaría perdiendo alguna parte de su cuerpo... Porque, por mucho que le lastimara el orgullo reconocerlo, estaba segura de que no resistiría otra sesión de latigazos y agresiones; si volvían a herirla, terminaría por ceder a las amenazas. Había llegado a su límite.

Seguía en el búnker, aún encadenada, pero ahora a solas con Dominik Petros. Los otros dos bárbaros habían salido a fumarse un cigarro (o la mierda que fuese que se fumaran los sociópatas), mientras esperaban a que a ella se le pasase el efecto de los sedantes.

De súbito, un acceso de tos le atacó la garganta, y el sabor metálico de su propia sangre le llenó la boca. Cuando alzó la cabeza, tratando de buscar algo de aire, el rostro de Dominik Petros se encontraba a escasos centímetros del suyo.

―Ten, bebe. ―El mutante la sujetó por el mentón con delicadeza y la ayudó a sorber de la botella de agua que llevaba en las manos.

El líquido le supo a gloria y calmó la picazón de su garganta, desgarrada después de haberse pasado horas gritando de dolor. Cuando volvió a mirar al hombre, en sus ojos creyó distinguir un brillo de compasión.

―Si te suelto, ¿me prometes que no intentarás escapar? ―preguntó él, titubeante.

Ella le devolvió una mueca de incredulidad, ¿cómo podía preguntar eso?, ¿acaso la veía en condiciones de enfrentarse a tres criminales con superpoderes?

Dominik chasqueó la lengua y se mordió el interior de la mejilla.

―Ya, pregunta estúpida. ―No dijo nada más, pero alzó las manos y abrió los grilletes que rodeaban las muñecas de la chica.

Antes de que ella se precipitase al suelo, demasiado débil como para sostenerse por sí misma, el mutante la tomó por la cintura y la sujetó con cuidado, ayudándola a sentarse en una vieja silla, para luego tomar asiento frente a ella.

Durante varios segundos, ninguno de los dos dijo nada. Alex estaba demasiado ocupada intentando no agonizar mientras la sangre regresaba poco a poco a sus dañados brazos, provocando que las lesiones le doliesen aún más, si es que eso era posible.

Dominik simplemente no sabía qué decir para romper el silencio con una chica a la que, durante horas, había visto torturar sin hacer nada al respecto... Así que, terminó por pronunciar las únicas palabras que parecían apropiadas para la situación, si bien, no suficientes.

―Lo siento ―confesó―, lamento de verdad lo que te han hecho... No quería que las cosas llegasen a este punto.

Alex continuó sin responder, tan solo le devolvió una mirada de rabia. Habría apretado los puños y lanzado un golpe seco contra el rostro de ese maldito criminal si no fuese por los calambres que le recorrían los brazos. Era incapaz de moverlos sin sentir un dolor terrible... eso, sin contar las heridas y quemaduras de su espalda.

En lugar de usar la fuerza física, trató de despejar la cabeza. Se concentró en reunir la poca energía que le quedaba para usar su telepatía y llegar a la mente del tal Avalancha...

Y lo consiguió, pero lo que vio superficialmente distaba mucho de encajar en los patrones preconcebidos que se había hecho sobre esa clase de criminales.

Guiada por una renovada curiosidad buceó más hondo en los tristes recuerdos del hombre sentado frente a ella.

Dominik Petros era un mutante nacido en una familia pobre, en Creta, reclutado cuando apenas era un adolescente por la mafia balcánica a través de amenazas a sus seres queridos y falsas promesas. Llegó a cumplir decenas de encargos criminales para sus extorsionadores antes de ser capturado por Natasha y Clint, siete años atrás. En el juicio que prosiguió a su detención tuvo la oportunidad de confesar la verdad, pero prefirió guardar silencio para que su familia no sufriese las consecuencias; se auto declaró culpable de todos los cargos y fue condenado a quince años de prisión en Isla Ryker.

Alex dejó escapar un resoplido. Por cosas como esas no quería la telepatía. ¿Cómo se suponía que iba a enfrentarse ahora al pobre niño chantajeado que había visto en su mente?

―¿Qué has hecho? ―susurró él, vacilante y receloso―. ¿Has entrado en mi cabeza?, ¿estás recuperando tus poderes?

Alex tensó los hombros en una postura defensiva.

―Tranquila, no se lo diré a los otros ―se apresuró a aclarar Dominik, extendiendo las manos al frente en un gesto conciliador, como si la joven fuese un animal herido y acorralado al que trataba de tranquilizar―. ¿Puedes volver a hacerlo?

Tras un instante de silencio, ella negó con la cabeza. Pese a que había sido capaz de usar la telepatía para ver los recuerdos de Avalancha, no estaba preparada para volver a hacerlo, y mucho menos para tratar de controlarle la mente. Seguía demasiado aturdida, exhausta, tanto mental como físicamente.

La gargantilla de contención ya no filtraba en su sangre los principales sedantes que le impedían usar sus poderes, pero sí otras drogas que afectaban a su capacidad para mantener la atención e incluso seguir despierta. Tenía unas ganas terribles de cerrar los ojos y, simplemente, dormir... Pero no podía ceder a la tentación.

―Vale, de acuerdo, no pasa nada ―volvió a hablar él con voz suave.

Reparó entonces en el constante temblor que acosaba el cuerpo de la chica. No era para menos, le habían destrozado la blusa y los pedazos de tela que aún seguían pegados a su piel estaban empapados en sangre.

Con una mueca de aversión hacia todo en lo que se había visto implicado pintada en el rostro, Dominik se quitó la chaqueta que vestía y, despacio, se acercó de nuevo a ella, para colocársela sobre los hombros con cuidado de no hacerle más daño.

Cuando volvió a separarse, la expresión en el semblante de la joven era de recelo, pero también de cierta curiosidad. Se limitaron a mirarse, hasta que, en esta ocasión, fue ella la que rompió el silencio.

―¿Por qué estás aquí? No eres como ellos.

Dominik se pasó una mano por el pelo y exhaló un suspiro.

―Intenté dejarlos hace unos días, después de que Iron Man y tú casi me capturaseis cerca de aquella cabaña... ―explicó, inclinándose hacia delante y apoyando los codos sobre las rodillas―. Pero Argo se enteró de mi intención, y amenazó con tomar el control de mi cuerpo si los traicionaba.

La joven frunció el ceño, sin despegar la mirada del mutante.

―He visto lo que te pasó, cómo acabaste en Isla Ryker ―murmuró. Le dolía la garganta y tenía la voz exageradamente áspera―. Lo lamento. No fue justo.

Dominik arqueó las cejas sin poder evitarlo. Un nudo de culpabilidad se le formó en la boca del estómago. Después de todo lo que le habían hecho, después haber sufrido una dura tortura, tanto física como mental, ¿era ella la que se compadecía de él?

Esa chica no era de este mundo.

―Han dicho que vais a matarme, aunque Selene acceda al chantaje de Argo ―volvió a hablar Alex, vacilante.

Un nuevo suspiro abandonó los labios de Avalancha. No podía seguir con eso...

―Argo nos explicó que, aunque la eterna le ceda el control, el vínculo que tiene contigo seguirá limitando su poder, conteniéndolo... ―Se mordió el interior de la mejilla―. Dijo que vuestra conexión era como la de los antiguos eternos con la Unimente, o algo así, no estoy muy seguro de cómo la llamó. La cuestión es que necesita matarte para cortar esa limitación y desatar todo su potencial.

El tono de incomodidad impreso en cada una de las palabras del mutante no pasó desapercibido para la chica.

―Te das cuenta de que, si lo apoyas, básicamente estarás colaborando en iniciar el apocalipsis en la Tierra, ¿verdad? ―refutó ella, incapaz de andarse con más rodeos.

Dominik asintió, presa de una incontrolable crisis emocional y mental. Tenía miedo, mucho miedo de fallar y caer en las redes de Argo, de volver a perder la libertad... Pero la otra opción semejaba aún más terrible.

―¿Y qué vas a hacer al respecto? ―insistió Alex en tono decidido, pese a la debilidad que todavía dominaba sus sentidos.

Un breve silencio prosiguió a su pregunta. Hasta que, al fin, el mutante alzó la cabeza e inspiró hondo.

―Voy a sacarte de aquí.


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Pues aquí estoy dividiendo el capi en lo mejor xD. Tenía que dejarlo ahí, que luego vienen los lots de acción y no quería aburriros con capítulos de 20 páginas.

Okey, aquí Alex se robó el protagonismo (sorry) es que mi niña es muy lista y sabe darle la vuelta a la tortilla a su favor jajaja. En los próximos ya tendremos tope de #Thorlene xD yap jajaja me quedé con ese nombre para el shipp.

En este capi tengo que agradecer a IsaStilinskiMartin01  que me ayudó mucho con la primera escena 😘, que me traía de cabeza. Nunca había escrito una tortura o algo parecido, y really que estaba muy perdida, en fin, no me disgusta el resultado, pero es muy mejorable 💁🏻

Btw, voy a hacer un spoiler mediano jajaja xD Dominik va a salir también en Blackrose, y lo voy a emparejar con un personaje que ya ha salido en esta saga xD le doy un premio a quién adivine qué personaje 😏

Posiblemente esta semana que entra no pueda actualizar, so, esperadme dentro de dos si todo va bien y me organizo ^^

Muchos besos.

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