El rechazo del rompecabezas.
— Parece que lo necesitas. — Sonrió el menor al verlo nuevamente con el rompecabezas puesto.
— ¿Eh? Ah, lo siento. Te lo regresaré en...-
— Quédatelo.
— Pero, Yugi. Ahora es tuyo, no puedo...-
— Atem, has estado muy tenso, cuando todo se solucione, me lo devolverás. Siento que con él te sientes mejor. — Aseguró. El mayor le devolvió la sonrisa.
— ¡AAAAH, MIERDA! — Ambos se giraron a ver a cierto rubio tirado en el suelo soltando una que otra maldición. — ¡ESE BASTARDO! ¡NO TIENE NI SIQUIERA DERECHO A LLAMARSE PROFESOR! ¡¿Quién se cree?!
— Lo de nosotros no es tan grave, pero Atem y Jonouchi serán expulsados. — Susurró la ojiazul sentada en el escritorio del faraón. Honda, que estaba acostado en la cama asintió.
— No nos interesa ser suspendidos, pero... Lo de ustedes es difícil.
— ¡Claro que es grave lo de ustedes! — Interrumpió Jonouchi. — ¡Honda perderá el puesto del mejor alumno del instituto! ¡ADEMÁS, YUGI Y ANZU PERDERÁN SUS BECAS!
Al oír esto último, Atem, quien había estado mirando el suelo, levantó la vista rápidamente para ver a su hermano y a Anzu con expresiones de miedo, decepción y dolor. No, no después que habían trabajado tan duro. ¡No!
—... No dejaré que eso ocurra. — Habló seriamente, llamando la atención de sus amigos. — Hoy es miércoles, tenemos solo cuatro días antes de probar que ustedes no comenzaron la pelea.
— ¿"Ustedes"? ¿Y tú...?
— Yo acepto la responsabilidad. — Miró el cartucho que tenía en su mano. — Yo comencé desde un principio la pelea, porque habían insultado a Anzu en frente de mí. Yo soy el culpable de todo esto.
Anzu no pudo evitar sentirse más culpable.
— ¡Woah, woah, Atem! Nosotros siempre nos metemos en problemas. — Se levantó el rubio. — Pero es injusto que justo que llegas tú para estar con nosotros, ¡te quieren expulsar! Cualquiera de nosotros habría defendido a Anzu de esa manera, y estoy seguro que solo nos habrían castigado. ¡AAAAAH! ¡¿POR QUÉ MIERDA TODO CAMBIA?! — Se revolvió los cabellos, furioso.
Todos sonrieron al oír las palabras del chico, excepto cierta ojiazul que se miraba las manos como si fuese algo interesante. Se sentía muy culpable... Si tan solo...
— ¿Anzu? — Levantó rápidamente la vista para ver a ambos hermanos fijando su vista en ella. Ambos irradiaban preocupación en sus ojos, cosa que la hizo sentir peor y muy avergonzada.
—... ¿Mm?
— ¿Estás bien? — Preguntó el faraón. Esta sintió rápidamente.
— ¡Sí, sí! Es que... Estaba pensando... En algunas cosas. — Forzó una leve risa.
Yugi apartó la vista de ella, mostrándose pensativo. Sin embargo, el faraón no quitó su vista de los ojos de ella. Evadió sus ojos y miró el suelo.
Atem nuevamente sintió un agudo dolor en el pecho. Nuevamente lo estaba evitando, cosa que lo hacía creer que seguía preocupada por lo de la pelea. Posó una mano en la cabeza de la castaña y acarició su cabello, logrando que esta subiera la vista para mirarlo con una expresión de asombro.
— No te preocupes, todo estará bien. — Le sonrió de lado, logrando hervir las mejillas de la joven.
— Ah... Uhm...— Se maldecía, no era capaz de decir algo coherente.
— ¡Ay, sí! — Ambos dieron un respingo al oír al rubio usar un tono agudo de voz. — ¡No te preocupes, cariño! ¡Yo te protegeré! — Dramatizó. Honda le siguió el juego.
— ¿Lo prometes, Jono-chan? — Tomó su mano entre las suyas. Atem y Anzu observaron el "teatro" con las mejillas sofocadas.
— ¡Lo prome...-! ¡OYE! — Se quejó al sentir un almohadazo en su rostro.
— ¡DEJATE DE ESTUPIDECES, JONOUCHI! — Le gritó entre molesto y avergonzado.
— ¡VAYA, ATEM! — Se rio. — ¡ERES MÁS INFANTIL QUE YO! — Le devolvió la almohada.
— ¡¿Bromeas?! — Se rio con ironía.
— Con que quieres guerra, ¿eh? — Agarró a Yugi y a Honda. — ¡MUY BIEN, CHICOS! ¡La guerra acaba de comenzar! ¡Los Jono's contra la pareja de matrimonio!
— ¿Los Jono's? — Repitieron el castaño y el menor.
— ¡¿PAREJA DE MATRIMONIO?! — Gritaron del otro lado. Jonouchi se rio. Habían picado.
— ¡START! — Gritó lanzando un cojín.
Atem lo esquivó, sin embargo le llegó a cierta ojiazul que ya estaba lo suficientemente harta de su amigo.
— ¡PEDAZO DE IDIOTA! — Le devolvió el golpe molesta.
— ¡WOAH, CUIDADO! ¡ANZU SE TRANSFORMÓ!
Y así siguieron toda la tarde, incluso se habían lanzado los refrescos que habían traído para discutir el tema, quedando completamente sucios. Jonouchi se sentía feliz, había logrado su objetivo. Atem se había sentido realmente abatido por Anzu y por Yugi, pero con un juego se le arreglaría. Es más, le había sorprendido oírlo reírse a carcajadas de él, todos lo habían notado. Sentía que quizá, Atem quiso reírse de esa manera tan sincera durante mucho tiempo, pero nunca pudo.
— ¡Ewww! ¡Estoy todo pegajoso!
— ¡Así eres todos los días! — Respondió el faraón saliendo del baño, recién duchado.
— ¡Atem! ¿Cuándo dejarás de molestarme?
Este solo se rio.
— ¡Tranquilo, desamparado! — Le gritó el castaño. Jonouchi le dirigió una mirada asesina.
Atem sacó otra toalla de un cajón y se la extendió a Anzu.
— Ya puedes bañarte. Usa mi baño si quieres. — Esta solo sonrió algo apenada y entró sin decir nada.
— Chicos, mi baño ya está listo. — Apareció el menor.
— ¡Gracias, amigo! ¿Aun tienes la ropa de repuesto que dejamos aquí? — Yugi asintió. — ¡Genial! Vamos, Honda. ¡Atem! ¿Nos avisas cuando Anzu termine?
— Claro. — Sonrió. Jonouchi le devolvió la sonrisa. — ¿Qué?
— Nada. Me alegra que te sientas mejor. — Dicho esto, se fue.
Atem quedó sorprendido por la revelación. Era cierto, hace unas horas estaba deprimido, preocupado, desesperado por la situación. Y gracias a la "pelea" con Jonouchi, se había olvidado de todo. Suspiró con una sonrisa. Ellos siempre lo hacían sentirse seguro y... Feliz. Nunca había conocido verdaderamente la felicidad, pero al estar con Yugi, Anzu, Jonouchi, con Honda y los demás... Tenía al menos una idea. Escuchó que el agua que corría en su baño se detuvo. Se acercó a la puerta y tocó.
— ¡Anzu! ¿Ya terminaste?
— ¡Sí! ¡Ya puedes avisarles a los chicos que entren!
Este asintió y fue a la habitación de su hermano.
— Yugi, chicos. — Entró. Los sorprendió nuevamente jugando con las almohadas y se rio. — Ya basta de juegos. Pueden entrar.
— ¡Esa Anzu! ¿Por qué no es como las otras chicas que se demoras siglos en el baño?
— Anzu es especial, por eso.
Todos fijaron su vista en Yugi, quien había dicho eso sin pensar, así que se sonrojó y miró el suelo. Entonces, Jonouchi, quien nunca había notado los sentimientos de su mejor amigo, logró comprender el GRAN problema que había. Atem tenía fuertes sentimientos a la castaña, sin darse cuenta. Pero Yugi, al parecer, SIEMPRE le había gustado Anzu, hasta transformarse en amor. Oh, no. Eso sí que era un problema.
—... ¡Vamos, Honda!
— ¡No quiero bañarme contigo!
— ¡SOMOS HOMBRES! ¿DE QUÉ TE QUEJAS? — Y lo jaló al baño.
Mientras tanto, Atem aún no salía de su asombro. Tenía el ceño un poco fruncido, se sentía extraño al oír decir eso de lo boca de su hermano. Apretó los labios y trató de comprender por qué se sentía de esa manera.
—... Los esperamos abajo para cenar. — Murmuró. Yugi solo asintió.
Al cerrar la puerta, se dirigió a su habitación. Iba abrir la puerta, pero se frenó. ¿Y si Anzu se estaba vistiendo? ¡Qué idiota!
—... ¿Anzu?
— ¡¿Eh?! ¡¿Eh, Atem?! ¡¿Qué-Qué sucede?!
—... ¿Estás bien?
—... Es que... No sé... Dónde está mi ropa de repuesto...— Susurró.
—... Ah... Debe estar en la habitación de Yugi.
—... Está bien.
— Las traigo enseguida. — Se alejó a veloces pasos. ¡¿Y si no hubiese tocado la puerta?! — Yugi.
Este levantó la vista.
— Dime.
— ¿Dónde está la ropa de Anzu?
—... Pues...— Se sonrojó. Se acercó a un cajón y sacó la ropa, que consistía en una blusa de mangas cortas blanca y una falda de mezclilla negra. Lo demás no lo logró ver, aunque era un conjunto negro, aunque debió imaginar que era y Atem también se ruborizó. — Aquí esta.
—... Gracias...
Cerró la puerta y caminó hasta su habitación.
— "Tocar antes de abrir. Tocar antes de abrir... Lo tengo". — Tocó suavemente la puerta. — ¿Anzu? Soy yo.
Se abrió un poco la puerta, dejando ver a la castaña con el cabello goteando y una expresión de vergüenza infinita.
—... Gracias, Atem. Te lo agradezco. Enseguida me visto y entras, ¿vale?
Este asintió forzando una sonrisa. Al ser cerrada nuevamente la puerta, se recargó en ella y se sentó en el suelo.
—... Idiota. — Se insultó a sí mismo.
Pasaron apenas unos cinco minutos y la chica ya estaba lista.
— Ya puedes pasar.
Este abrió la puerta y se encontró con la castaña secándose el cabello.
—... Lamento por el mal rato. — Se disculpó avergonzada. Atem solo miró el suelo y se sentó a su lado.
— No hay cuidado. — La vio un poco complicada tratando de desenredarse el cabello por atrás. — Espera, sé más cuidadosa.
El faraón se sentó un poco más atrás.
— Anda, siéntate delante de mí.
Anzu se giró sorprendida, pero no dijo nada para reclamar o algo por el estilo. Obedeció.
— Dame el cepillo. — Al recibirlo tomó con cuidado la corta melena de la castaña y comenzó a peinarla mechón por mechón.
—... ¿Cómo aprendiste...?
— De los pocos recuerdos que tengo de mi madre...— Se rio. — Recuerdo que... Ella, así ayudaba a peinar a mi tía cuando estuvo a punto de casarse. Como le costaba peinarse, le ayudaba de esa manera. — Se rio. — También recuerdo... Que mi padre hizo lo mismo con mamá.
— Qué tierno. — Susurró conmovida. No creía que Atem le estuviese contando eso. — Creí que las esposas no tenían muchos derechos...
— Esas son estupideces. — Se rio nuevamente. — Se diría que ellos "rompían las reglas" en cuanto a ello.
Anzu notó que su voz denotaba melancolía, como siempre, pero con aun más tristeza.
—... ¿Los extrañas?
—... Se han ido— Susurró.
— ¿Y si no? ¿Y si no se hubiesen ido? — Detuvo la acción de Atem y lo obligó a que rodeara su cuerpo con sus brazos, sorprendiéndose ella misma y a él también. —... Si hubiesen seguido contigo... Si la opción de irte al mundo de las memorias estuviese en tus manos... ¿Hubieras querido irte?
Un largo e incómodo silencio inundó la habitación. Atem no contestaba, y eso la ponía nerviosa, sabía que el faraón era bastante sincero, puede que sonara cruel, pero también el silencio y el miedo lo hacían tratar de contestar lo menos ofensivo posible... O eso creía. Sintió los brazos del chico apresarla con más fuerza, mientras que este recargaba su mentón en la cabeza de ella, dándole un pequeño sobresalto.
—... Me quedaría aquí. — Anzu abrió la boca demostrando su sorpresa, a pesar de que Atem no lo había notado. — No importa de qué ángulo lo vea, me quedaría con ustedes, que me enseñaron tanto... Si mis padres hubiesen seguido conmigo... Ellos me hubieran entendido. — Sonrió. — No vuelvas a pensar eso. Sabes que a ustedes los aprecio demasiado, Anzu.
— Te lo agradezco. Prometo no volver a pensar en ello, y si lo hago, sabré la respuesta. — Sonrió.
Yugi, Jonouchi y Honda miraban la escena sin saber qué decir. A pesar de que la puerta estaba un poco abierta, podían ver muy bien lo que estaba pasando.
Anzu notó que algo no andaba bien, así que se separó con nerviosismo y disimuladamente de Atem para volver a sentarse a su lado.
— ¿Y bi-bien?... ¿Qué haremos respecto a lo de la escuela?
La expresión de Atem se volvió seria.
— No lo sé. Debe haber alguna forma de que demostrar nuestra inocencia. O por lo menos la de ustedes.
— ¡Oye! ¡Estamos juntos en esto! No podemos permitir que aunque sea uno quede involucrado.
Este solo asintió conmovido por el apoyo incondicional de su mejor amiga.
El trío escondido sintieron que ya deberían dar su aparición, así que disimuladamente, se pusieron como siempre y abrieron la puerta.
— Listo, chicos. ¿En qué están? — Se atrevió a hablar el rubio.
Atem notó la mirada de su hermano. Estaba triste, decepcionado. ¿Por qué? Frunció el ceño mirando a Jonouchi, algo le estaban ocultando.
— Estamos hablando de la escuela.
— ¡Demonios! ¡ES CIERTO! — Se golpeó. Los demás sonrieron.
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— ¡NO ES JUSTO! — Se volvió a quejar. — ¡NI SIQUIERA DIJERON CUANDO COMENZARÍA LA SUSPENSIÓN! ¡DÉJEN PASAR A YUGI Y A LOS DEMÁS! — Gritó el rubio al profesor.
— Es una lástima. No entrarán, además, el joven Muto y usted no tienen derecho a pisar esta escuela.
— A nosotros no nos pusieron suspensión. No tiene nada en contra que decir de nosotros. — Defendió el faraón. El hombre lo miró con ganas de matarlo, siempre tenía buenos argumentos al respecto. — No tiene nuestros argumentos respecto a lo sucedido. Mínimo merecemos explicar.
— ¡YA LES DIJE QUE...!
— ¿Explicar qué?
Los cinco se voltearon para encarar a quien menos esperaron a que volviera a la escuela. Castaño de ojos azules.
— ¡KAIBA! — Gritó el rubio. — ¡¿Qué haces aquí?!
— Kaiba Land ya está listo y no ha habido más proyectos. Quería volver a la escuela. ¿Algún problema, Jonouchi? — Alzó una ceja. Fijó primero su vista en Yugi, y luego en Atem. — Así que siguen juntos, pero separados. Irónico. — Sonrió con burla. — ¿Por qué no pueden entrar?
— ¡Eso no te importa, Kaiba! — Atacó el rubio.
— A mí y a Jonouchi nos expulsarán, mientras que los demás serán suspendidos.
Todos miraron a Atem sorprendidos. ¿Por qué le contaba eso a Kaiba? Incluso él se sorprendió por la respuesta.
— ¿Por qué me respondes? Creí que éramos rivales. — En respuesta, Atem sonrió arrogantemente.
— ¿Quién dijo que dejamos de serlo? Además, eres un socio, parte de nosotros. Por más que lo evites, es cierto.
Kaiba permaneció en silencio.
— ¡Ya váyanse de aquí! ¡No queremos callejeros delincuentes!
Jonouchi ya quería abalanzarse sobre él, pero una mano en su hombro de lo detuvo. Se encontró con la seria mirada de Atem, así que decidió calmarse. Se estaban a punto de ir, pero cierta voz los detuvo.
— ¿Qué hicieron esta vez? — Todos se voltearon a ver a Kaiba. — ¿El culpable fue el desamparado de ahí? — Miró al rubio, quien apretó los dientes.
— Hubo una pelea y nos culpan de romper el laboratorio de ciencias.
El ojiazul sonrió y se fue a clases, pero antes de irse, se volteó a ver a Atem.
— Búscame en mi casa. Si quieres, que alguien te acompañe, pero no toda la manada.
El faraón no dijo nada y salió de la escuela con sus amigos. Estaban disgustados e indignados. ¿Por qué no los escuchaban?
— La democracia de hoy en día apesta. — Honda bufó. — ¿Cierto, Jono?
Este solo caminaba mirando el suelo, pensativo. Había olvidado por completo los sentimientos de Yugi hacia Anzu. Quería juntar a la ojiazul con Atem, pero... ¡No era lo correcto! Aunque limpiamente el faraón se había ganado el corazón de la castaña, le parecía triste que Yugi por más que luchó por ganárselo, no logró nada.
Sentía lástima por su amigo, pero sinceramente sentía que Atem merecía a la castaña, ya había sufrido bastante. Su pasado, el presente, Pegasus, Marik, Bakura... Dartz. El último mencionado en su mente podía notar lo grabado que quedó en el alma del faraón, puesto que desde que le habían arrebatado el alma de Yugi, él no volvió a ser el mismo. Incluso cuando habían derrotado su lado oscuro, él no volvió a expresarse con ellos como antes. Desde ese entonces, creyó que se había vuelto masoquista. O tenía una idea. Miró al faraón que tenía una expresión decaída y pensativa.
Luego dirigió su vista en Yugi, que se encontraba hablando con Anzu, dándole ánimos de que todo estaría bien. Era un buen chico, pero era lastimado con facilidad, cosa que daba a demostrar un poco de debilidad. Estaba seguro de que Yugi aceptaría que Atem y Anzu estuviesen juntos, pero el dolor lo carcomería un buen tiempo, quizá toda su vida.
Jonouchi suspiró. La situación era realmente incómoda.
— ¿Jonouchi? — El llamado se giró enseguida para mirar a Atem y a Honda que lo miraban con preocupación e interés. — ¿Estás bien?
— ¿Qué? ¡Sí, claro! — Se rio.
— ¡Seguro! — Ironizó. — De seguro estás así por Mai.
—... ¡HONDAAAAAAAAAAA! — El castaño salió huyendo de su amigo para no ser despellejado vivo.
Anzu y Yugi se rieron, pero Atem solo sonrió. Este último caminó un poco más atrás para dejar a la pareja de adelante hablar. Sentía una presión en el pecho, pero no le dio importancia. Se detuvo al sentir una descarga eléctrica recorrer todo su cuerpo y que provino del rompecabezas. Lo miró extrañado. Mala señal. Usualmente sentía una extraña sensación, pero aquella descarga logró hacerle un gran daño interno, ya que no tenía heridas exteriores.
— ¿Qué sucede, Atem?
Este alzó la vista para ver a Yugi y a Anzu. Negó con la cabeza.
—... No es nada. — Susurró y siguió caminando.
¿Qué había sido eso? Y aun se sentía "paralizado". Comenzaba a marearse y se tambaleó, pero no logró captar la atención de los demás. Sacó de la mochila la cajita de pastillas que detenían su dolor.
Sintió algo frío recorrer el lado derecho de su rostro. Llevó su mano al sector y encontró un líquido rojo.
—... ¿Sangre?
¿Tanto daño le hizo el artefacto milenario? Bueno, sus heridas, que habían comenzado a sanar, volvieron a aumentar de dolor, como si hubiese sido atacado nuevamente. Se limpió rápidamente la sangre. Se quitó el parche empapado de sangre y como no había ningún basurero, lo guardó en su bolsillo.
—... "Sigo sangrando. Necesito alejarme." — Pensó al guardar nuevamente las píldoras. Muy bien, era solo una oportunidad. Salió corriendo, sobrepasando a la pareja y al par de amigos que habían dejado de pelear. — ¡Los veré en casa, necesito hacer algo!
No necesitaba el permiso de nadie para la respuesta afirmativa, así que al alejarse lo suficiente, se dejó caer en el suelo. La descarga se repitió, logrando que este soltara un grito de dolor. Esta vez la potencia aumentó, logrando sintiera un profundo dolor en el pecho.
—... "¿Por qué el rompecabezas...?"
Se lo quitó y lo dejó a un lado. El dolor siguió afectándolo unos segundos, pero ya no como antes. Nunca el artefacto le había respondido de esa manera, se sentía extraño... Se puso de pie y siguió su camino a su casa. Una vez allí, se sorprendió de ver a los cuatro chicos mirándolo con reproche.
— ¡Atem! ¿Dónde demonios te fuiste?
— ¡Estábamos muy preocupados!
— Di ese "muy" por ti, Anzu.
— ¡JONO...!
— Pero es cierto. ¿Por qué...?— Se fijó en la herida del chico. — ¡Estás sangrando de nuevo! ¿Volviste a pelear?
—... No, no... Yo...
— ¿Dónde está el rompecabezas?
Este solo se quitó la mochila y se la entregó a su hermano.
—... Está allí. — Se llevó una mano para apartar el líquido vital de su cabeza. Anzu le apartó la mano. —... ¿Anzu?
— ¡No hagas eso! Se infectará la herida. Anda, yo te limpio. Sígueme. — El faraón no protestó.
Se dejó "arrastrar" por la joven de mirada zafiro para llegar a su habitación. La joven entró al baño de él y sacó los utensilios nuevamente. Buscó en su cajón las bolsas de los parches que había dejado el doctor y los dejó a un lado de la cama. Se sentó a su lado y presionó con el algodón humedecido por el alcohol en la sien del faraón. Este se mordió el labio, evitando quejarse del ardor. La joven el algodón hasta su mejilla, donde habían rastros de sangre y los limpió. Anzu sonrió satisfecha por su trabajo.
— Muy bien. — Sacó el parche. — Acércate en poco. — Este obedeció algo nervioso. — Listo, ¿cómo te sientes?
—... Mareado. — En respuesta, la joven sacó una botella con agua y sacó la segunda cajita de pastillas, extendiéndoselas a él. — Gracias, Anzu. — Sonrió.
— ¿Por qué comenzaste a sangrar?
Atem apenas terminó de tragar la píldora, se exaltó por la repentina pregunta. Se atoró un poco, pero logró recuperarse. Anzu era de confianza, podía guardar el secreto.
—... Anzu. Prométeme que no se lo dirás a Yugi. — La castaña solo asintió algo temerosa. — Tengo un mal presentimiento... Creo que... No puedo tocar... Por el momento, el rompecabezas.
— ¿Qué quieres decir con eso?
—...— Tomó su mano y la acarició con cuidado, mirándola suplicante. — No le dirás a nadie, ¿verdad?
Anzu estrecho su mano en respuesta, con afecto.
— Confío en ti como tú lo haces conmigo. — Creyó que el faraón se relajaría por sus palabras, pero al parecer se sintió más afligido.
— Fue el rompecabezas... que me hizo esto.
— ¿Hacerte... qué?
—... Esto. — Con su otra mano señaló su herida. — El volver a sangrar, me dio una descarga... No logro entender...-
— ¡¿Qué?! — Soltó su mano y posó ambas manos en las mejillas del chico, sorprendiéndolo. — Es cierto, me siento extraña al tocarte... Me dan escalofríos...— Atem, algo nervioso, quitó las manos de la chica sobre su rostro, esta vez sujetándolas con sus propias manos. —... ¿Qué te está ocurriendo?
—... Debe ser porque me quedé aquí. De seguro... No estaba planeado que ganara. — La miró nuevamente. — Después del almuerzo... ¿Me acompañas?
—... ¿Adónde? — Le preguntó preocupada. La mirada violeta del chico se volvió más firme y segura.
— A la mansión de los Kaiba.
Continuará...
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