22
Desde las sombras de uno de los pilares del templo, Jimin, quien en verdad era Haru, observaba la escena con un dolor insoportable en su pecho. Su amor por Yoongi, tan profundo y eterno, lo había llevado a protegerlo desde lejos, incluso si eso significaba mantenerse apartado. Ver a Yoongi allí, ofreciendo el lirio, una flor cargada de recuerdos que nunca podrían ser completamente recuperados, era un tormento silencioso.
Los ojos de Haru se posaron en Yoonji, la pequeña que compartía la sangre de su amado. Sabía que ella era el símbolo de lo que él y Yoongi nunca podrían tener juntos, un recordatorio de la vida que Yoongi había creado con alguien más, alguien a quien Haru nunca podría reemplazar. La inocencia de la niña, su sonrisa y su alegría, rompían el corazón de Haru, pues sabía que debía protegerlos a ambos, aun si eso significaba mantener la distancia para no atraer la maldición que pendía sobre ellos.
—Si tan solo no estuvieras aquí. —susurró Haru, sus palabras perdidas en la vastedad del templo.
Las lágrimas llenaron sus ojos mientras veía a Yoongi acariciar la cabeza de su hija, la misma mano que Haru deseaba tocar, pero que no podía. La distancia entre ellos, aunque mínima en ese momento, parecía un abismo imposible de cruzar.
Yoongi se levantó lentamente, sintiendo un peso inexplicable en su pecho. Miró la estatua una última vez, con la sensación de que algo importante había quedado sin decir, sin hacer. Sin embargo, el silencio del templo le devolvió solo una quietud inquietante, como si los secretos del lugar se negaran a ser revelados.
Mientras Yoongi se alejaba con su hija en brazos, Haru permaneció oculto, observando hasta que su figura desapareció por completo. Sabía que su sacrificio era necesario, pero eso no aliviaba el dolor. Yoongi, su gran amor, y Yoonji, la hija que nunca podría ser suya, estaban más allá de su alcance, y aunque Haru anhelaba estar con ellos, sabía que debía quedarse en las sombras, protegiéndolos de un destino que él mismo había ayudado a tejer.
Cuando la última luz del día se desvaneció, Haru salió de su escondite y se acercó al lirio que Yoongi había dejado. Lo tomó entre sus manos, sintiendo la suavidad de los pétalos, y dejó que las lágrimas finalmente cayeran, sabiendo que ese amor, aunque eterno, estaba destinado a permanecer en la penumbra del olvido.
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