Quedó absorto, callado,
ese corazón que nunca supo del amor.
Intentó querer,
con torpes pasos y esperanzas fugaces,
pero tropezó en su propio anhelo,
sufrió al no saber cómo entregarse,
al no poder alcanzar el calor que tanto buscaba.
Hoy viste de negro,
porque el color de la vida se le ha ido,
y en su pecho solo quedan sombras
que acompañan sus noches largas,
donde los pensamientos tristes
se hacen eco en su vacío.

Su alma ahora, igual de oscura,
vaga entre suspiros y rezos callados,
buscando, entre el desconsuelo,
una salvación que no llega.
Mira al cielo, rogando a un Dios distante,
pidiendo que le arranque
la raíz amarga de la desilusión.
Camina en círculos,
persiguiendo la calma,
como quien busca un faro
en la tormenta de su propio ser.

Pero el alma herida no encuentra el candor,
y el corazón,
aún cubierto de sombras,
late, con la esperanza rota,
esperando el día en que el amor,
o al menos la paz,
le devuelva su luz perdida.