🎙️|C A P Í T U L O 8
Malaika
Mi celular no deja de sonar y me doy cuenta de que es Viggo así que decido ignorarlo, bloqueo la pantalla para luego dejarlo boca abajo.
No puedo pasar un segundo en que no la observe a Verónica y vea a mi mamá a través de ella. Supongo que todos estos años he estado ignorando el hecho de que ella está muerta y nunca la dejaré de extrañar sin importar cuánto tiempo pase.
—Malaika cariño, ¿Qué hay de tu familia?—pregunta de repente la mujer frente a mí.
Hemos venido a un restaurante muy elegante y costoso, Artemis ha estado todo el tiempo con su celular pero al oír aquella pregunta lo deja a un lado y apoya sus codos sobre la mesa para luego clavar su mirada en mí. Ambos están esperando una respuesta y mi pulso está a mil.
Trago grueso y la miro a los ojos seguridad.
—Vivo con mi padre Viggo—pronuncio en un tono duro—. Mi madre falleció y soy hija única.
Ninguno pronuncia ni una palabra, mi mirada amenazante se posa sobre Verónica y sin decir nada le estoy advirtiendo que no podrá conmigo. Sé que ella puede ser la mejor persona del mundo contigo si le agradas pero si no, puede hacer de tu vida un infierno.
Es irónico que esté frente a la niña que vio crecer catorce años y no lo sepa, en cambio está tratando de conocerme como si fuera una completa extraña cuando yo la conozco más que sus propios hijos.
—Se está tardando bastante la comida—interrumpe Artemis cortando toda la tensión del silencio.
Lo miro y aunque no me está mirando me quedo viendo su perfecto perfil. Mi mirada es profunda y difícil de disimular, me quedo tildada por unos largos segundos hasta que el mozo llega para servirnos la comida que ordenamos hace rato.
No puedo manejar mis malditas emociones cuando se trata de la familia Caniglia, sé que debería ser más precavida pero es un impulso que no puedo controlar y que podría delatarme en cualquier momento.
No creí que sería tan difícil...
Ellos eran mi segunda familia y ahora son todo lo que detesto.
Me siento una idiota por aún a pesar de todo seguir deseando que todo fuera como hace ocho años, sentirme completa y feliz con mi familia. Quiero seguir siendo esa niña que disfrutaba de la vida sin saber qué tan dura era, quiero seguir soñando como lo hacía antes sin que mis propios pensamientos me maten las ilusiones.
Porque esta vida es más agradable cuando no conoces es peso de ella.
—Gracias—le digo al mesero.
Observo mi plato de pastas con salsa roja.
No tengo mucho apetito y los nervios no ayudan pero intento darle un bocado a mi comida, ella comienza a comer muy delicadamente pero se dedica más a analizarnos con la mirada que lo que come. Artemis corta su carne asada en varios trozos para luego pincharla junto a sus papas.
—¿Cómo te ha tratado mi hijo?—pregunta con cierta diversión.
La miro y sonrío con sarcasmo.
—Bueno a penas lo conozco pero ha sido bastante amable—le digo y miro a Artemis con una sonrisa pícara —. Lo que sí puedo decirle que amo a su perrito, ¿Se llama Henry verdad?—pronuncio aquella pregunta que logra crear toda la tensión.
Artemis deja de comer para limpiarse la boca y asentir de una manera nerviosa.
Su madre tiene una expresión de pocos amigos, observo cada detalle de su expresión facial al escuchar el nombre de mi hermano y no le ha gustado para nada que lo nombre.
Aún no entiendo porqué carajos le puso a su perro Henry.
Maldito cínico.
— Nunca me han gustado los perros—dice ella con cierto desagrado.
Trago saliva y me mentalizo que ahora soy Malaika y que no aún no puedo decirle nada en su maldita cara.
No es que no le gustan los perros, es que es tan hipócrita que le cuesta escuchar aquel nombre y más sabiendo que su hijo convive con él cada día de su vida.
El almuerzo es bastante corto, yo no toco mi comida y Artemis luego de terminar insiste en que debemos volver a productora para seguir trabajando, Verónica sale junto a nosotros y se despide de su hijo cómo si fuera la última vez que lo va a ver en la vida.
Se para frente a mí y con una mirada poco extraña me observa.
—Ha sido un placer conocerte, espero que nos veamos pronto—me dice en un tono amable.
Sonrío.
—Le aseguro que nos veremos bastante seguido—pronuncio en un tono serio pero acoplado con una sonrisa inocente.
Finalmente se aleja de nosotros y camino junto a Artemis hacia su auto, algunas personas lo reconocen en el camino y lo observan demasiado aunque ninguna se atreve a acercarse y hablarle.
Me subo al asiento de copiloto y él enciende el motor, todo es demasiado silencioso hasta que lo veo colocar su mano en el volante pero gira su cabeza hacia mí para verme. Lo miro a los ojos y ninguno pronuncia ni una palabra.
Él es el maldito traidor de mi trágica historia y aún no creo que haya sido mi príncipe por tantos años...
—Ya conociste a mi madre, ahora que queda, ¿Casarnos?—pronuncia arrogante con cierta diversión.
Río y corro mi mirada al mismo tiempo que muerdo mi labio inferior.
Vuelvo mi mirada a él.
—Lamento desilusionarte pero no creo en cuentos de hadas—le digo con una sonrisa pícara.
Él ríe y sacude la cabeza para luego volver a mirarme a los ojos, lame sus labios y su expresión cambia de repente. Mira al frente y comienza a conducir en un completo silencio.
—Con un príncipe azul como yo deberías comenzar a creer, bonita—dice con la vista al frente y toda la seguridad del mundo.
Mi celular comienza a sonar nuevamente y rechazo la llamada como lo he estado haciendo hace horas. No tengo ganas de que Viggo me moleste, al menos no por ahora. Necesito concentrarme en mi objetivo.
Llegamos a la empresa y salimos del estacionamiento juntos, él se coloca sus lentes de sol y camina a mi lado con toda la arrogancia que se carga, siempre ha tenido esa soberbia que lo hace resaltar en cualquier parte.
Subimos al piso de su oficina y todo el camino siento las miradas de las mujeres clavadas en Artemis, es como si tuviera un maldito imán para atraer a todas.
—Ricitos de oro—pronuncia una voz exaltada.
Sonrío cuando veo a Milán frente a nosotros, se muerde su labio inferior en el que lleva aquel piercing y camina hacia nosotros. Artemis lo saluda con la mano pero no le da tanta importancia, su amigo me deposita un beso en la mejilla y siento su mirada clavada en mí.
—Tendré que buscarte un apodo—le digo divertida.
Cuando Milán se aleja un poco y giro mi rostro para buscar a Artemis me doy cuenta de que ya no está, mi rostro se pone serio y mientras lo busco con la mirada finjo que estoy escuchando lo que Milán me habla.
Lo visualizo en la puerta de su oficina con una chica que por lo que observo es una de las bailarinas.
—Oye, está noche hay una fiesta en un club que solemos ir siempre—escucho que el castaño me dice—. Artemis y yo iremos, ¿Te sumas?—pregunta entusiasmado.
Aclaro mi garganta y vuelvo a ponerle atención.
Me tomo unos segundos para recordar lo que me acaba de decir y sonrío para disimular.
—Claro, voy con Barby—respondo amable—. Aunque Artemis me tiene trabajando duro.
—Soy bastante bueno para hacerlo duro—pronuncia una voz a mis espaldas.
Volteo y lo veo a él, su maldita mirada celeste carga con toda esa arrogancia y picardía digna de él.
Milán suelta una carcajada que no puede evitar y les doy una mirada de advertencia al captar el humor que ambos manejan.
—Me refiero a trabajar—aclara con una sonrisa pervertida.
Pongo los ojos en blanco.
—Obvio—respondo haciéndome la desentendida.
Ellos se miran a los ojos y sé que acaban de compartir una mirada cómplice, suspiro y me alejo dejándolos solos. Voy hasta la pequeña oficina de Barby y la encuentro con la laptop.
Al verme una sonrisa radiante se posa en su rostro y yo solo puedo soltar todo el aire acumulado.
—Amiga, necesito desahogarme—expreso exhausta.
Me hace seña para que no sentemos en el sillón.
Sus ojos mieles me miran expectante.
—¿Cómo te ha ido?—inquiere.
Suspiro y trago saliva.
—Tuve que almorzar con Verónica y Artemis—le cuento sacándome un peso de encima.
Su expresión es de sorpresa total.
Aunque Barby no está del todo segura de apoyarme en esto ella es la única persona que lo sabe todo, la he conocido en mi peor momento y desde ese entonces he confiado plenamente en ella. Sabe mi historia mejor que nadie y me ayuda mucho tenerla a mi lado.
—¿La mamá de Artemis?—pregunta intrigada.
—Shh—la callo—. Habla más despacio.
Mi rostro lo dice todo y ella lo entiende de inmediato, coloca una mano en su boca en signo de sorpresa.
—¿Te reconoció?—pregunta en un tono bajo.
Niego con la cabeza.
—Pero le he llamado la atención, lo he notado—le cuento—. La conozco y sé que algún tipo de intriga le he instalado dentro.
Su expresión es de pena.
—Mierda, Malaika—expresa casi para sí misma.
Trueno mis dedos con nerviosismo y la miro con una expresión que solo ella reconoce a la perfección.
—Se me está haciendo muy difícil, Bar—le confieso en un tono frágil.
Ella acaricia mi mejilla con cariño y luego toma mis manos con fuerza para mirarme fijamente a los ojos.
—La Malaika que yo conozco no se rinde cuando ni siquiera ha comenzado —pronuncia firme—. No has pasado ocho años de tu vida planeando esto para nada.
El corazón se me estruja y no puedo evitar abrazarla porque sé que aún sin estar de acuerdo con mi venganza no ha dejado de estar para mí en cada momento que la necesito. Es mi única amiga y no la cambiaría por ninguna más. Barby respeta mi dolor desde su posición sin juzgarme.
Aclaro mi garganta y me separo de ella mientras me incorporo volviendo a tomar una postura firme.
—Tienes razón—hablo.
Escucho el grito de Artemis llamándome desde el otro lado y ruedo los ojos, mi amiga se ríe y me pongo de pie para ir con él.
Antes de irme me detengo y vuelvo a mirarla.
—Esta noche saldremos con Milán y Artemis—le aviso y me voy.
—Malaika—suena la voz de Artemis en otro llamado.
Su tono de voz es ronco y grave.
—¡Ya voy!—le respondo en un tono alto mientras me acerco a él.
Las demás personas que están a nuestro alrededor me miran como si acabara de hacer lo prohibido.
Resoplo y me paro frente a él.
Está cruzado de brazos y me observa serio como todo un mandón.
—Puedes charlar con tu amiga fuera del horario de trabajo—expresa mirándome a los ojos.
Mi expresión cambia.
Lo miro desafiante.
—No sabía que eras tan amargado, Artemis—pronuncio sin quitarle la mirada.
Milán suelta un agudo "uhhhh" que solo crea más tensión en el aire y no puedo evitar sonreír victoriosa. Artemis está serio y su mirada solo quiere asesinarme, todos nos observan mientras que yo contengo mis ganas de reírme.
Milán se acerca y pasa un brazo por mi nuca para aferrarme a él mientras mira a su amigo a los ojos.
—Malaika te amo, eres la persona que necesitábamos todos aquí —expresa exageradamente—. A nuestro jefe no le gusta para nada que lo desafíen.
Lo miro a los ojos y suelto una risa.
Artemis lo quita a Milán logrando que me suelte y se aleje, le da una mirada fulminadora y luego me mira.
—Tenemos trabajo que hacer—me advierte—. Y tú también—le dice a su amigo.
Milán levanta las manos en signo de rendición y yo camino junto a Artemis hacia el estudio.
Pasamos las siguientes dos horas trabajando en el sencillo y todo lo que es producción, la tensión entre ambos no ha bajado un segundo y he hecho lo posible para provocar a Artemis todo el maldito tiempo. Tomo mis cosas mientras salimos caminando hacia su oficina, de todas maneras he disfrutado mucho cantar.
—Mañana tienes que hacer unas fotografías, no puedes faltar Malaika—pronuncia todo mandón—. No hay mucho tiempo y todo tiene que estar perfecto.
Trago saliva y me acerco a él para mirarlo fijamente, lo veo lamerse los labios inconscientemente y sus ojos celestes se posan sobre mi boca.
Acerco mi boca a su mejilla y deposito un beso húmedo que lo deja super loco sin siquiera pronunciar ni una palabra, me mira con cierta rabia y deseo al mismo tiempo y sonrío.
—Soy una chica responsable—le digo y me voy.
Al voltear mi expresión dulce desaparece y mi cara expresa todo el desagrado. Tomo el ascensor y estoy tan metida en mis pensamientos que ni siquiera me despido de mi amiga. Salgo del edificio y mi cuerpo se congela al ver a Viggo bajar de su coche, ya casi está anocheciendo y acabo de recordar de la peor manera que he estado ignorando todas sus llamadas y ahora tengo que enfrentarlo.
Trago grueso y camino aunque por dentro lo que menos quiero hacer es caminar hacia él.
Maldita sea.
Tengo un nudo en la garganta y mi respiración no es la más regular en este momento, supongo que había estado tan distraída aquí que había olvidado por completo que en algún momento lo iba a tener que volver a ver a la cara y aguantarme sus malditos reclamos.
Su expresión lo dice todo, ni siquiera me habla, me da una vistazo de pies a cabeza y me abre la puerta de su auto para que me suba. Lo tengo a mi lado y aunque está conduciendo a una velocidad normal no puedo evitar pensar de que haría una locura.
Respiro hondo y hago lo que mejor he hecho estos últimos ocho años; fingir.
—¿Qué tal ha estado tu día?—pregunto en un tono amable.
Lo observo tragar saliva con la vista al frente.
Su silencio es lo que más me pone nerviosa, tengo que estar a la espectativa de cómo reaccionará porque no da señales de nada.
No me habla en todo el camino, llegamos a mi departamento y me preparo mentalmente para lo que se viene. Abro la puerta y nos adentramos en él mientras dejo mis cosas a un lado. Él se sienta en uno de los sofás y me observa desde su postura.
—Viggo si estás enojado conmigo porq...—intento hablar con un tono de culpa.
Me siento horrible.
Él me mira a los ojos y entrelaza sus dedos.
—Eras una adolescente huérfana que tuvo que dejar el caparazón desprevenidamente para terminar en un hogar transitorio en el cual te maltrataban y hacían de tu vida un infierno—pronuncia en un tono macabro—. Te di la oportunidad de salir de allí, te di la mejor vida que nunca hubieras podido tener e incluso te doy las herramientas para que cumplas con tu venganza.
Mi corazón comienza a later con más velocidad y lo miro esperando a que continúe aunque sus palabras me destrocen por completo.
—Lo siento—susurro.
Su mirada autoritaria me fulmina.
—Cierra la boca—me ordena en un tono horrible.
Se pone de pie y camina hacia mí, en el momento justo en que mis labrimas comienzan a caer por mis mejillas automáticamente. Viggo tiene razón, sin él yo hubiera terminado de otra manera y no estaría aquí.
—Eres una desagradecida—espeta frente a mí—. Me das pena Malaika, desde que llegamos a la ciudad y viste nuevamente a ese tipo te has vuelto una persona que no valora lo que tiene—me reclama.
Debí contestarle las llamadas.
Seco las lágrimas y levanto mi mentón para verlo con firmeza, él acaricia mi mejilla y me observa como si fuera una maldita niña que se ha portado mal.
Al verlo, todas las imágenes de todo lo que he pasado en el orfanato comienzan a proyectarse en mi mente.
Cuando salí de ese lugar junto a Viggo supe que no quería regresar nunca más sin importar lo que tuviera que soportar a su lado.
—He estado ocupada, necesito que Artemis confíe en mí para avanzar con el plan—le explico en un tono sumiso.
Suspira.
—Lo sé pero en tan solo unos días te has alejado de mí, no quisiera saber qué pasará en un mes—responde intentando sonar comprensivo.
Viggo puede ser el hombre más bueno del mundo y brindarte todo pero ese todo siempre tiene un precio bastante caro. De igual forma, todos estos años a su lado me han hecho acostumbrarme y aceptar lo que me ha tocado sacrificar para conseguir lo que quiero.
Al final de cuentas, la venganza es lo único que me ha mantenido con vida todo este tiempo, mi única razón para seguir viviendo.
—Perdón por portarme mal contigo—susurro—. Te debo mucho y sabes que siempre voy a estar en deuda contigo, Viggo...
Sonríe y toma mi mentón con su mano, me mira a los ojos y luego de unos segundos deja un casto beso sobre mis labios.
Trago grueso y mi respiración se altera pero intento actuar como si nada.
—Te lo voy a compensar, lo prometo—le digo mientras quito disimuladamente su mano de mi rostro.
Su mirada cínica se clava en mí junto a una sonrisa triunfadora.
—Claro que sí mi niña —pronuncia sin compasión.
Comienzo a tronar mis dedos nerviosa mientras lo veo alejarse hacia el sofá, respiro hondo e intento calmarme y pensar en que debo deshacerme de él antes de la noche para poder ir al club en donde estará Artemis.
Y sólo hay una manera de que Viggo se vaya y me deje en paz...
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