CAPÍTULO 6
TRES DÍAS ANTES, JUSTO DESPUÉS DEL INCIDENTE EN LA CAFETERÍA.
Kevin siguió corriendo hasta que se dio cuenta de que la chica no le seguía. Se había puesto muy nervioso. ¿Cómo podía haber visto las luces? Vale, fue demasiado cantoso tirar las cinco bandejas a la vez, pero el cerebro de los humanos solía buscar una explicación racional a los encuentros con la magia. Nunca veían las luces, así que simplemente juntaban las piezas que faltaban y la conclusión a la que solían llegar no implicaba el uso de una fuerza que no podían comprender. Esa era la manera en la que los hechiceros conseguían pasar desapercibidos. Aún así, seguro que se ganaría una buena reprimenda por parte de los demás, pero odiaba a la gente que se metía con ellos sin ningún motivo. Solo porque no seguían los estándares masculinos o porque no les gustasen los deportes.
Unas lucecitas amarillas comenzaron a revolotear alrededor de su cabeza. Siempre que se enfadaba demasiado le pasaba lo mismo. Cuando se hundía en su oscuridad parecía que la luz quería escapar de su interior. Se paró, respiró hondo, sacudió varias veces la cabeza y las luces desaparecieron. De repente, se chocó contra lo que parecía un muro, pero al levantar los ojos vio que se trataba de Lupin, cuyos labios se dibujaban con un rictus debajo de su barba.
—Vamos, tenemos que hablar.
—Pero...
—No hay peros. Peter y Lily ya están esperándonos con el profesor Sanderson en su despacho. No me obligues a llevarte a cuestas.
—De acuerdo —contestó, derrotado. No quería que Lupin lo cogiese a cuestas, ya había pasado alguna vez y acababa mareado.
Se dirigieron por los sinuosos pasillos hacia el despacho del profesor. Salieron del edificio para llegar a donde este se encontraba, uno de los más pequeños de la Universidad Lawliet. Ahí se encontraban algunas aulas antiguas que utilizaban los clubs como sede y unas cuantas clases de las carreras menos frecuentadas. Subieron por las escaleras hasta el último piso y llegaron a la puerta del despacho. Sin tocar pasaron directamente, pues la puerta tenía un hechizo que hacía que solo las personas que el profesor quería la encontrasen abierta. Los demás no podrían entrar sin llamar.
—Muy bien, estamos todos. Creo que deberías contarme lo que ha pasado, Kevin —dijo el profesor.
Albus Sanderson se encontraba de pie, delante de su escritorio. Era un hombre alto, casi tanto como Peter, con el pelo castaño, corto y con algunas canas en las sienes. Su complexión era delgada, aunque sus cincuenta años no pasaban en balde y bajo su camisa blanca y sus pantalones negros de traje se adivinaba una curva de felicidad. Tenía una barba corta con zonas canosas en la barbilla y sus ojos grises escrutaban en ese momento a Kevin, que evitaba el contacto visual como era costumbre en él.
—No ha pasado nada, ha sido una chiquillada —contestó el aludido, un poco azorado—. No volverá a ocurrir, lo prometo.
—Te has pasado, Kev —dijo Lily, la chica rubia que les acompañaba en él comedor.
A pesar de su corta estatura, su pelo rubio y su figura redondeada, al estar plantada de pie al lado del profesor Sanderson con la misma expresión se notaba muchísimo su parentesco. Lily era su hija, la cual había sacado claramente los rasgos físicos de su madre. Pero su forma de ser era herencia paterna, eso estaba claro.
—Ellos se han pasado con nosotros —replicó Kevin a la defensiva—. Estoy harto de que se crean con derecho a insultar y coaccionar a todo el mundo.
—Kevin —contestó el profesor con la voz calmada—. Sé que es duro, pero tenemos que aprender a afrontar el mundo evitando usar la magia. Algún día lo comprenderás, todo tiene una razón.
—¿Qué razón? ¿Una supuesta guerra profetizada hace cientos de años? —Fue Lupin el que saltó. Estaba de acuerdo con Sanderson, pero también odiaba la condescendencia con la que los trataban todos los adultos—. No va a ocurrir, todo son cosas del consejo para mantenernos dóciles. Los humanos no pueden ver nuestra magia, no pasa nada porqué...
Kevin emitió un pequeño grito, casi inaudible. Pero no para Lupin que se encontraba a su lado y paró de hablar para mirarle. El rubio observaba el suelo, nervioso, así que su amigo le quitó la capucha de la sudadera para obligarlo a enfrentarse a los demás.
—¿Qué pasa, Kevin? —preguntó el profesor, cuyo semblante expresaba preocupación mientras se acercaba un poco al chico.
—Ella puede verlo —dijo Kevin en un susurro.
—¿Cómo? Por favor, habla más alto —replicó Lily.
—¡Qué ella puede verlo! —gritó el rubio, asustando un poco a Lupin que pegó un respingo por el repentino cambio de tono de su amigo.
—¿Qué puede ver? ¿Quién? —dijo Lily, un poco aturdida—. No nos estamos enterando de nada, Kev.
—Esa chica, la del otro día en la habitación. Ha visto mis luces, cómo ha pasado todo. Me ha abordado cuando salía del comedor. No he sabido que decirle. Solo le he dicho que estaba loca y he salido corriendo —contestó Kevin muy rápido y de carrerilla, temiendo no poder expresarlo con claridad si paraba.
Lupin le miró con extrañeza, como si hubiese contado una locura. Lily se rio, pensando que su amigo intentaba tomarles el pelo. El profesor se acercó más a él, agachándose para estar a su altura y tomándolo de los hombros, mirándolo con una seriedad que era muy poco habitual en él.
—Kevin Black, ¿estás seguro de lo que dices? —dijo el profesor con impaciencia.
—Está mintiendo, papa. Quiere escaquearse de la reprimenda —contestó Lily mientras su amigo permanecía callado y rehuía la mirada gris de Albus Sanderson.
—No está mintiendo —dijo una voz grave y serena.
Peter Shein habló por primera vez desde el sillón donde había estado sentado. Tenía las manos cogidas debajo del mentón, pensativo, mientras miraba a un punto fijo en algún rincón del recargado despacho. Era una estancia normal para un profesor de filosofía de la universidad: escritorio y sillones antiguos en tonos marrones, estanterías con un montón de libros de varios temas, un ventanal enorme desde donde se veía uno de los pequeños parques del campus, lámparas recargadas, un ordenador moderno con montones de bolígrafos y papeles esparcidos por el escritorio y algunas cosas inusuales que le señalaban como el coordinador del club de magia (un sombrero de copa en un perchero, varios mazos de cartas distintos esparcidos en las mesitas de la sala, una capa extravagante, flores de plástico en algunos jarrones, pañuelos...).
—¿Qué dices, Peter? —preguntó Lupin. Lily había dejado de sonreír— ¿Estáis hablando de Anna Ludwig?
—Sí. —Y procedió a contarles lo que había pasado esa noche con Anna, cuando le protegió del abusador y la conversación que tuvieron al día siguiente—. No os lo había contado porque pensé que había sido un delirio provocado por el alcohol que justo coincidió con lo que había pasado.
—Peter...
—Lo sé, profesor. Sería mucha coincidencia, pero pensé que a lo mejor el estado en el que se encontraba le había hecho ver por un segundo la magia. No sé, he estado dándole vueltas estos días, pero no sabía como abordar el tema.
—Tenías que habérmelo contado antes —dijo Albus Sanderson, apenado.
—Lo siento. Tienes razón, al final hubiese acabado haciéndolo. Pero con lo que ha dicho Kevin está claro. Anna puede ver la magia.
—¿No será una hechicera? —preguntó Lily, descolocada.
—No, eso es imposible —dijo el profesor—. Con la edad que tiene lo hubiese sabido antes y, además, no somos tantos. Cualquier desviación de las generaciones de hechiceros la sabría el consejo. Creo saber cual es la explicación, pero tengo que consultarlo con una compañera antes de contar nada.
—Pero...
—Kenneth, lo sabréis a su debido momento, lo prometo. Pero no puedo decir nada sin estar seguro. —Se acercó a su escritorio, cogiendo unas llaves y su chaqueta informal—. Tengo que ausentarme unos días, prometo que a la vuelta os diré lo que está pasando. Puede que no sea nada o que lo sea todo.
—Papá —dijo Lily mientras este le abrazaba—. ¿Qué hacemos mientras? No nos puedes dejar con esta intriga y pretender que sigamos con nuestra vida normal.
—Evitad usar la magia a no ser que sea necesario, solo en el club. Por cierto, no digáis nada a los demás, demasiada gente lo sabe ya. Ni a vuestros padres. —Esto lo dijo mirando fijamente a Peter, quien asintió muy serio—. Vigilad a la chica, estad pendiente por si alguien de su entorno cuenta algo sobre ella. Espero que no diga nada, será lo mejor.
Justo cuando cogía el pomo de la puerta listo para salir, se dio la vuelta mirando a sus alumnos. Kevin seguía cabizbajo aunque se notaba que se había quitado un peso de encima. Kenneth estaba de brazos cruzados, mirando a Peter, intentado transmitir que sabía que esto era culpa suya por meter a esa chica en sus vidas. Lily le sonreía a su padre, la rubia tardaba muy poco en sobreponerse a las noticias desconcertantes. Peter seguía en la misma posición, mirando al infinito, pensativo.
—Una cosa más —dijo el profesor—. No quiero que tengáis ningún tipo de relación con ella. Esas situaciones harán que posiblemente quiera preguntar sobre el tema, pero como no podéis explicarle nada se desconcertará más de lo que ya está y puede ser peor. Cuanto menos sepa, menos peligro correrá. En especial Kevin y Peter, ¿entendido?
—Entendido —contestó Kevin en voz baja.
—¿Peter?
Este seguía pensativo, acordándose de Anna. Su sonrisa, su dulce voz, la manera en la que siempre parecía destilar felicidad a pesar de no sentirla. Cuando se chocaron y conocieron, la noche en el jardín de la fiesta, cuando intentó desconcertarla...
—Peter, necesito que me asegures que no te acercarás a ella.
Con un suspiro, Peter Shein al fin contestó.
—Entendido.
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