CAPÍTULO 21
Imaginé que el nombre de Peter no había sonado solo en mi cabeza y, debido probablemente a la sorpresa y al alcohol, tuve que decirlo en voz alta porque los cuatro se giraron a mirarme.
Me quedé paralizada sin saber que decir. Sonia me sonrió con tranquilidad y no vi maldad en su gesto, solo felicidad. Su acompañante tardó dos segundos en volver a mirar el escote de la rubia como si mi interrupción no hubiese existido. Peter se quedó mirándome con una expresión que no logré descifrar mientras Esther comenzaba a darle besos por el cuello justo en el momento en que comencé a sentir un pequeño pinchazo en el estómago.
—Anna... —empezó a decir Peter.
Parecía que iba a levantarse apartando a la rubia con delicadeza, pero no quise quedarme para ver que pasaba a continuación. Con la cara roja, por la vergüenza de haberme quedado mirando como una tonta y por mi grito involuntario, entré a la casa. No sabía que había visto en mi cara para querer dejar a su ligue y hablar conmigo. Solo esperaba que no hubiese malinterpretado mi expresión.
La verdad, estaba sorprendida. No sabía que se conociesen de antes. O puede que la primera vez que se viesen fuera en esa fiesta y se habían gustado, quien sabía. A lo mejor no estaba sorprendida, sino mosqueada porque esa chica no me había caído bien. Pero si fuera así, me tendría que dar igual. Peter podía hacer lo que quisiese con su vida. Además, había sido yo la que decidió no volver a tener ningún tipo de relación con los hechiceros.
Y aunque no hubiese pasado eso, no tenía ningún tipo de relación con Peter más allá de la amistad. Sí, era un chico simpático y muy agradable, bastante mono con ese gesto tan despreocupado y tranquilo que tenía siempre. Me había salvado la noche que intentaron propasarse conmigo y cuidó de mí cuándo pensé que me estaba volviendo loca. Además, escuchaba su voz en sueños y eso hacía que sintiese una pequeña corriente eléctrica cuando me hablaba. Cuando en un descuido nuestros cuerpos se rozaban...
Pero yo estaba con Stu, que era maravilloso, un chico con el que había crecido y había sido mi amor platónico hasta que se decidió a declararse. Peter era solo un amigo. Un amigo que se lo estaba pasando bien y me tendría que alegrar, aunque en ese momento no quisiese hablarle por no ser totalmente sincero conmigo.
Entonces, ¿por qué había sentido ese pinchazo en el estómago?
Perdida en mis cavilaciones, di varias vueltas por la casa hasta que conseguí encontrar un baño disponible. Estaba dentro de una habitación en la que había un montón de abrigos y entré como una exhalación antes de que no pudiese aguantar más y la noche se volviese más desastrosa.
Me subí el vestido y mientras me colocaba me di cuenta de que no había echado el pestillo de la puerta y se había quedado un poco entreabierta. Recé para que nadie pasase en ese momento, pero mis súplicas no fueron escuchadas pues escuché como alguien entraba a la habitación y cerraba la puerta.
Cuando me disponía a limpiarme rápidamente antes de que quien quiera que hubiese entrado pasara al baño o, peor aún, comenzara algún jueguecito en la cama de esos que tanto se hacen durante las fiestas universitarias, escuché una voz conocida.
—Te he dicho que sabe algo. Ha hablado conmigo esta tarde antes de venir para la fiesta.
Parecía que intentaba contener el miedo o la rabia para no gritar a su acompañante. Ya había escuchado ese tono otras veces en Paula. Le pasaba cuando algo se escapaba de su control, pues a pesar de su pose tan "pasota" era bastante controladora con todo lo que le rodeaba. Siempre he pensado que era una forma que tenía de calmar su ansiedad.
Entre que me daba curiosidad saber con quién estaba hablando sobre mí, porque estaba claro que era yo quien había hablado con ella, y la vergüenza que me daba que supiesen que los estaba escuchando, me quedé sentada en la taza en silencio.
—Tranquila. Respira. Te estas poniendo demasiado nerviosa por una tontería.
Conocía también esa voz, era Carol Wrigth una de los mellizos hechiceros que había conocido en el club de magia.
—Lo sabe, Carol. Me vio ese día en la facultad y seguramente otras veces. Tenemos que tener más cuidado, si se enterase...
Hubo un silencio en el que, mientras estaba en tensión, mi cerebro se puso a trabajar para intentar conectar que estaba pasando. Nunca las había visto juntas. No sabía que se conocían siquiera. ¿Qué estaban escondiendo? Todo era muy sospechoso.
—Paula, no sabe nada. Solo te vio salir corriendo y puede que se piense que no te acuerdas. No hay nada malo en pasear por la universidad.
—Pero —contestó Paula con la voz un poco más calmada— si se enterase de algo no podríamos seguir con el plan.
¿El plan? ¿De qué estaban hablando? Empecé a pensar en los últimos acontecimiento y, aunque el alcohol que había tomado frenaba un poco mi rapidez mental, estaba bastante claro que estas dos tenían un plan que yo podría echar a perder. Esto unido al ataque que había sufrido por parte de un hechicero y del que sabía que no había sido Carol porque su luz era violeta, pero podía conocer a alguien que fuese rojo.
Miles de paranoias comenzaron a danzar en mi cabeza. Sin darme cuenta estaba apoyada en el lavamanos y, con las gotas de agua que había en él, mi mano se resbaló, tirando al suelo un vaso que se rompió.
—¿Hola? ¿Quién hay ahí?
La voz de Carol hizo que me pusiese en movimiento y rápidamente cerré la puerta del baño, justo antes de que entrasen. Empezaron a golpear la puerta e intentar abrirla. Mi mente actuó rápido, vi una ventana que parecía lo bastante grande como para que yo entrase, y estábamos solo en el primer piso. La abrí mientras me encaramaba a la bañera y conseguí salir de la casa con un par de arañazos en la pierna y las manos llenas de tierra.
Estaba en el jardín de la parte de atrás y, disimuladamente pero sin aminorar el paso, me fui hacia la calle principal. No dejaba de mirar para atrás por si se habían dado cuenta de mi fuga y me estaban persiguiendo. Las sandalias no eran el mejor calzado para huir, pero no había alternativa.
Cuando conseguí llegar a la acera, con el corazón desbocado y la respiración agitada, un coche negro, tipo todoterreno pero pequeño y muy brillante, paró delante de mí haciendo que pegase un respingo y me llevase la mano al pecho.
—Anna, ¿qué te pasa? —dijo la voz de Lily desde el asiento del conductor — ¿Por qué parece que has visto un fantasma?
—Joder, Lily. Casi me matas del susto —contesté sin aliento—. Necesito hablar con tu padre. Me parece que he descubierto a quién quiere hacerme daño y necesito saber por qué.
—Sube.
Di la vuelta al coche para ponerme a su lado. Conducía tranquila, pero con una expresión seria que no casaba con su naturaleza. Llevaba una flor amarilla en el pelo muy llamativa con un lazo verde y su vestido a juego. Estuvimos calladas durante unos segundos hasta que no pude aguantar más.
—¿No vas a preguntarme quiénes son?
—Sí, bueno no. Bueno, solo si tu quieres.
Noté como una sonrisa volvía a su cara para luego ponerse seria de nuevo. Me hizo gracia que intentase tomarse todo esto con el tono que merecía, pero no pudiese evitar sonreír como siempre hacía. Toqué su brazo con cariño, esperando que sirviese para que se relajase. No era bueno que estuviésemos las dos de los nervios.
—Sí quiero, Lily, y siento mucho haberte hablado así esta mañana. Yo...
—No te preocupes —contestó mientras volvía a sonreír—. No debí haberte asaltado así después de que Peter me contase lo que pasó. Tengo que aprender a respetar los límites.
Respiré, agradecida, y comencé a contar la conversación que había escuchado. Como ya sabía la historia del restaurante solo me tomó unos segundos. Tenía el ceño fruncido mientras escuchaba. Cuando terminé, estuvo un rato en silencio a la vez que intentaba aparcar el coche en un hueco estrecho en frente de la facultad. Me resultó raro que el profesor Sanderson estuviese siempre en su despacho, pero era un tema que podíamos tratar en otro momento.
—Conozco a Carol, Anna —dijo mientras andábamos lo mas deprisa que nuestras cortas piernas nos dejaban—. Es buena chica. Un poco seria, callada y no le gusta participar en nuestras tonterías. Se toma muy en serio los dones y creo que no te haría nunca daño. Ni a ti ni a nadie.
—Entiendo que es tu amiga. También creía que podía confiar en Paula, pero tienes que admitir que la conversación es muy sospechosa con todo lo que ha pasado. Además, hablaban de un plan que podía salir mal si me enteraba. Tengo que hablarlo con tu padre por si puede ayudarme a comprender todo esto y así consigo que me cuente algo.
—Tienes razón —contestó mientras subíamos fatigadas las escaleras—. Puede que tenga algo que ver con esto. Pero si es así tiene que ser porque alguien la esta coaccionando o utilizándola. Ella tiene un don morado, su luz es violeta, así que no fue quién te atacó.
La tomé de la mano justo antes de llegar a la puerta. En su tono me había parecido percibir que sabía algo. Evitó mirarme, lo que hizo que sospechase más.
—Lily, ¿tú conoces a alguien que tenga el don rojo?
Volvió a evitar mi mirada mientras se mordía el labio. Sus ojos se dirigían hacia la puerta, como si alguien pudiese salir en ese mismo momento y le ahorrase continuar con esta conversación. Pero eso no pasó.
—Lily... —dije rogándole.
—Es demasiado complicado, Anna. Déjame intentar convencer a mi padre para que te lo cuente ahora. Cuando me pongo nerviosa se me van las palabras y si solo te digo el nombre puedes sacar conclusiones precipitadas.
—De acuerdo —contesté mientras la soltaba.
Lily abrió la puerta sin llamar y nos encontramos con la mirada ceñuda del profesor, que estaba sentado en la mesa con las manos entrelazadas. Delante de él había un hombre que se encontraba de pie dándonos la espalda. No hizo ningún gesto de querer darse la vuelta y nosotras nos quedamos en el umbral, un poco azoradas por no haber avisado de nuestra entrada.
—Lily, Anna, pasad —dijo el profesor Sanderson con un tono de voz tranquilo y coloquial —. En seguida os doy las llaves de casa. La próxima vez ten cuidado hija, no las dejes dentro.
Noté como mi amiga se tensaba a mi lado, pero sonreía. Imaginé que su padre quería que no hablásemos del tema de las luces delante de su invitado. Tenía las manos entrelazadas en la espalda y llevaba un traje negro con un corte perfecto. Su postura estirada imponía y sus zapatos parecían más caros que todo mi armario.
—Albus, ¿no vas a presentarme? —dijo con voz ronca mientras se giraba hacia nosotras.
A pesar de la poca luz que había en la habitación pude fijarme bien en él. Era un hombre de poco más de cuarenta años, con el pelo negro cortado de forma perfecta, unos ojos verde oscuro, piel morena y barba corta. Algunas arrugas se adivinaban en la comisura de sus ojos y tenía canas en sus sienes, pero esto acentuaba su atractivo. Llevaba una camisa roja con el traje, añadiéndole un toque informal.
Me sonrió, dándose cuenta de que me había quedado contemplándolo de arriba a abajo como una idiota. Me di cuenta de a quien me recordaba. Donde había visto antes esa sonrisa torcida.
—Anna, este es Patrick Shein —dijo el profesor Sanderson mientras el aludido me tendía la mano —. El padre de Peter.
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