CAPÍTULO 2

Regresé desconcertada a la fiesta. ¿Cómo podía saber mi nombre? Obviamente tenía que haber una explicación, pero me confundió bastante. Ya había tomado dos cervezas, tenía el punto justo para socializar, aunque me apetecía algo más fuerte. Tendría que quedarme un poco más en la fiesta o al menos buscar a mi hermano para poder saludarle. Le tenía mucho cariño, pero no nos parecemos en nada. Él siempre ha sido el chico deportista y popular, con una sonrisa perfecta, personalidad arrolladora y un físico que enamora a todos y todas. Es decir: todo lo contrario a mí. Pero siempre me ha cuidado y ayudado, tanto en el instituto como ahora en la universidad. Era el principal responsable de que hubiese conseguido hacer amigas. Si hubiese sido por mí me pasaría los cuatro años sola, leyendo y escuchando música por las esquinas. Tampoco hubiese sido nada malo, pero hasta yo sabía que no podía estar toda la vida encerrada en mi misma. 

Entré de nuevo en la casa. No sabía exactamente donde podría encontrar a mi hermano, pero algo me dijo que estaría cerca del alcohol. Y no me equivocaba. Se podía escuchar música de los noventa y sonreí pensando en lo que me gustaba que hubiésemos decidido volver a esa década. En lo musical siempre la había disfrutado, mis padres la escuchaban y hablaban de ella con mucho amor y nostalgia. Me encontré a Rob jugando al beer pong con unos compañeros. Ya se había quitado la camiseta, muchas veces dudaba de que se la trajese puesta, y gritaban como simios mientras se divertían. Sonreí y me acerqué a saludarle. 

—Hola Rob —dije mientras le daba un cariñoso golpe en el brazo.

—¡Hermanita! —gritó al darse cuenta de que era yo. Me abrazó con fuerza y me levantó un poco del suelo, haciendo que me avergonzara.

—Ya basta, Robert —contesté seria, pero sin poder reprimir una sonrisa—. Enhorabuena por la fiesta, está media facultad aquí. Por cierto, ¿qué celebramos?

—No lo se... la vida en general —me dijo sonriendo mientras volvía al juego—. ¿Has venido sola?

—No, las chicas tienen que estar en algún lado.

—Ya has huido de ellas, ¿verdad?

—Un poco. Necesito estar un rato sola y prepararme para los eventos sociales. Ya lo sabes

—¡Hola Anni! —gritó Stu saludándome desde el otro lado de la mesa. 

Stuart Rogers era el mejor amigo de mi hermano desde la infancia. Era moreno de piel, con el pelo castaño, de estatura media y con un físico impresionante. Sus ojos verdes siempre parecían divertidos, adornados con unas pequeñas arrugas que se marcaban ahí y en la comisura de sus labios cuando sonreía. Siempre había estado colada en secreto de él, pero nunca me había atrevido a lanzarme. Además, nunca había dado ninguna señal que indicase que él sentía lo mismo, me veía como una hermana pequeña. Y yo me conformaba con su amistad y cariño.

—Hola Stu —contesté tímidamente

—Estás muy guapa —dijo guiñándome un ojo.

—¡Eh! —cortó mi hermano lanzándole una pelota del juego que le dio en la frente —Es mi hermana, cuidado o te cortaré la...

Rieron los dos, era una broma muy común entre ellos. Que a mí no me hacía nada de gracia, por cierto. Cogí una cerveza de las del juego, no se habrían dado cuenta de que faltaba.

—Si sigues con esas tonterías no tendré novio en la vida —dije mientras me alejaba.

—¡Ese es el plan!

Comencé a buscar a mis amigas, pero no las encontraba. Ya había terminado mi cerveza y cogí un par de chupitos que me tomé de un trago quitándoselo disimuladamente a dos personas que iban lo suficientemente borrachas como para no darse cuenta. Vi a Paula hablando con un chico en una de las esquinas del salón, pero cuando me acerqué me hizo señas para que no fuese. Imaginé que estaría ligando y no quería que los interrumpiese. 

También me crucé con Sonia que me preguntó por mi hermano y cuando le dije donde estaba me dejo sola sin decir nada. Sonia llevaba desde que entramos en la facultad pillada por Rob, pero este no le hacía ni caso. En mis momentos de inseguridad como ese, pensaba que solo me habían aceptado en su grupo por él y el alcohol ayudaba a reforzar esa sensación. Cogí otra cerveza, ya un poco mosqueada con toda la situación y me dispuse a volver a mi habitación. 

Estaba harta de la fiesta y mis amigas ya estaban integradas, no me echarían de menos y nadie les diría que se fuesen. Por mucho que no estuviesen en el último año sabían que habían llegado conmigo. Después de beberme la cerveza cogí otra para el camino y me dirigí a nuestra residencia. 

La noche era fresca y no iba muy abrigada, pero con el alcohol se aguantaba mucho mejor la temperatura. Me encontraba un poco mareada y enfadada. En mi mente se libraba una batalla ficticia en la que le decía a Sonia todo lo que realmente pensaba de ella y que no me utilizaría nunca más. Me desanimé, porque hasta en mi cabeza perdía esa discusión. Imaginaba a Sonia humillándome y haciendo que lo que quedaba carrera fuese un pequeño infierno para mí. Me senté en un banco y me puse a llorar en silencio.

—Hola, preciosa. ¿Estás bien?

Noté como alguien se colocaba a mi lado, poniéndome un brazo por encima del hombro. Estaba demasiado mareada para separarme y me quejé como pude, pero se me trababa la lengua. No conocía a ese chico. Ni siquiera podía verle bien la cara.

—Tranquila, yo te ayudaré. ¿Te has perdido?

No me gustaba su tono de voz, ni que su mano se acercase a mi escote abriendo mi vestido para verme el pecho mientras con la otra subía lentamente por mi pierna. Saqué fuerzas para intentar apartarle, pero puso aún mas insistencia, sujetándome del muslo. Me estaba haciendo daño y empecé a entrar en pánico. No quería estar allí. 

—Shhhh. No te preocupes, te gustará. Ya verás.

Su mano subió mi entrepierna y apretó con mucha fuerza. Lancé un quejido, pero no había nadie en la calle. Su otra mano comenzó a manosear mi pecho mientras las lágrimas corrían por mi rostro. No podía moverme, estaba paralizada. Cuando ya había decidido rendirme y ceder al sopor del alcohol para separar mi mente del cuerpo y protegerme, un fuerte tirón lo apartó de mí. Vi una figura alta vestida de negro que se interponía entre el chico y yo, que ahora estaba tirado en el suelo tapándose la cara. Gritaba todo tipo de improperios mientras se levantaba.

—¿Qué haces, imbécil? No ves que nos estábamos divirtiendo. Me has roto la nariz —dijo sangrando profusamente—. Déjanos si no quieres que te parta la cara.

—Vete.

El chico, que se encontraba de espaldas a mí, contestó con una voz grave que me sonaba demasiado familiar. No parecía querer moverse del sitio. Puede que fuese por el alcohol, pero me pareció ver una especie de luz fucsia que crecía en sus manos. Cerré los ojos, mareada aún, y esperé que todo pasara.

—¿Quién me va a echar? ¿Tú? Me has pillado desprevenido hace un momento, pero eso no volverá a pasar.

El chico que me había estado molestando atacó al que me protegía, pero no se movió. Justo antes de que el puño de este impactara en su cara, mi protector levantó la mano y la luz fucsia salió disparada hacia el otro, lo que hizo que retrocediera varios metros en el aire y se chocase contra un árbol que había al otro lado del camino. No se movía. Vi como la figura alta y negra se acercaba hacia mí. La luz había desaparecido de su mano, pero cuando tocó mi mejilla sentí una corriente eléctrica que recorrió todo mi cuerpo.

—¿Estás bien? —dijo con su voz suave y grave— ¿Dónde está tu habitación?

—Yo... ¿quién eres? ¿qué era eso que ha salido de tu mano? —conseguí pronunciar. 

—Tengo que llevarte a casa. —Su cara se acercaba a la mía, intentando escucharme. Pero no me sentí amenazada, sabía que ya no me pasaría nada malo—. Dime dónde está, Anna.

En ese momento, el alcohol había hecho toda su labor y caí en los brazos de Morfeo sabiendo que estaba a salvo.

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