CAPÍTULO 17

Mientras mi hermano calmaba a nuestra madre y la acompañaba al aseo para que se refrescase un poco y mi padre seguía hablando con el dueño del local pidiéndole explicaciones, conseguí escabullirme. Tenía claro que solo podía haber un grupo de culpables de ese ataque que habíamos sufrido.

Ahora solo tenía que descubrir quién.

No sabía exactamente dónde ir para encontrar al profesor Sanderson, así que me dirigí a su despacho de la facultad. Era un sitio tan bueno para empezar como cualquier otro, aunque a esa hora no era muy probable que estuviese allí.

Sin embargo, me di cuenta de que esa noche el destino estaba de mi parte cuando, mientras me acercaba a la habitación, vi que una luz se filtraba por debajo de la puerta. Intenté abrir sin llamar, para hacer una entrada digna de mi enfado, pero no lo conseguí. Olvidé que la puerta tenía un hechizo con el que no podía entrar cualquiera. Así que me coloqué el pelo, que había caído por toda mi cara por el camino, y llamé.

—¿Quién es? —Escuché la voz del profesor.

—Soy yo. —Después de unos segundos sin obtener respuesta, continué—. Anna.

—Pasa.

Entré con cara de enfado y me coloqué delante de él con los brazos cruzados. Un silencio incómodo llenó la habitación mientras nuestras miradas permanecían inmutables la una en la otra. El profesor tenía una expresión muy serena, como si esperase que un alumno enfurruñado comenzase a contar su problema. Eso hizo que mi enfado aumentase, pues no quería ni su comprensión ni su apoyo. Quería explicaciones.

—¿Vais a seguir así mucho tiempo?

—¡Joder, Peter! —grité mientras me llevaba una mano al pecho y miraba en dirección a la voz— ¿Qué haces acechando en las sombras?

—No estoy acechando en las sombras —contestó con voz grave y sería mientras se levantaba del sillón que se encontraba delante de mí. Por eso no lo había visto. A pesar de su altura era un mueble antiguo con un respaldo enorme. 

—Peter —dijo el profesor Sanderson—. Creo que Anna tiene algo importante que decirme. ¿Puedes salir un momento? Continuaremos más tarde con la lección.

Salió despacio de la habitación, pero antes rozó mi mano levemente sin querer, debido al poco espacio que le dejaba para maniobrar en mi intento de no moverme, al levantarse y pasar por mi lado. Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo y recordé la voz de mis sueños.

Sacudí mi cabeza, literalmente, mientras el profesor Sanderson me miraba con cara extrañada. Me parecío que estaba empezando a dudar si, después de todo, resultaba que estaba loca de verdad.

—¿Quieres sentarte, Anna?

—Profesor, un hechicero me ha atacado. Ha atacado a mi familia —dije mientras apretaba las manos.

—¿Qué? —preguntó con tranquilidad, pero noté que intentaba mantener la compostura.

Le expliqué lo que había pasado con pelos y señales. Sobre todo señales, porque cuando estoy nerviosa tiendo a gesticular mucho para intentar que mi interlocutor conozca el espacio que ocupa mi indignación. Cuando estaba llegando a la parte en la que dejaba a mi familia y me dirigía hacia aquí, me interrumpió.

—Anna, esto es importante —dijo con voz seria mientras se levantaba de su asiento y se colocaba delante de mí, apoyado en su escritorio—. ¿De qué color era la luz que viste?

—Roja —respondí cruzándome de brazos. Me había sentado fatal que me interrumpiese.

—¿Estás segura? ¿No era granate o anaranjada?

—No sé —contesté, dubitativa—. No estoy totalmente segura, fue todo demasiado rápido. Pero era roja, no me puse a revisar el pantone que era exact...

—Ya lo has oído, Albus.

Me volví a sobresaltar, estos días estaba en guardia después de todas las emociones. Peter entró en la habitación. Seguramente había estado escuchando nuestra conversación por detrás de la puerta. No le culpo, yo hubiese hecho lo mismo. 

—Peter, puede ser cualquiera. No necesariamente...

—¡Sabes perfectamente que es él! —exclamó con furia. 

Nunca había imaginado que pudiera ponerse así. Las venas de su cuello se marcaban mientras apretaba los puños y su rabia podía sentirse desde donde me encontraba. Me aparté un poco, esperando a que me diesen pie para intervenir. 

—Te entiendo, chico —dijo el profesor mientras ponía una mano en su brazo para intentar tranquilizarlo—. Pero deberíamos estar seguros antes de actuar. Si nos equivocamos, si Anna no ha visto bien el color, puede ser desastroso. Tienes que confiar en mí.

Peter pareció relajarse y miró hacia donde me encontraba. Seguía muy enfadada, no me estaba enterando de nada de lo que estaba pasando y no había conseguido ninguna explicación.

—¿Me podéis decir que está pasando? —dije intentando sonar lo más intimidante posible.

—No te preocupes, Anna —contestó Peter—. Vamos a descubrirlo y te protegeremos. No dejaré que te pase nada.

—Tiene razón —dijo el profesor Sanderson, apoyándolo—. Nosotros solucionaremos el problema. 

—¿Qué no...? —en ese momento era yo la que estaba llena de rabia, tanta que no me permitía hablar con fluidez— ¿Qué no dejarás...? ¡Ya me ha pasado, Peter! Por poco no estoy en el hospital o algo peor. Y mi familia...

Las lágrimas comenzaron a rodar por mi rostro. Siempre me pasaba. Cuando estaba tan enfadada que no conseguía expresarme empezaba a llorar sin poder parar, lo que hacía que entrase en un círculo vicioso del que no podía escapar. La única manera de calmarme era irme a dar un paseo, sola. Respirar y relajarme. Y así solo, tal vez, podría continuar con la conversación que me había provocado eso. 

Me tapé la cara y noté una mano acariciándome el pelo. Lejos de tranquilizarme, lo que hizo fue ponerme más furiosa. No era una niña pequeña. Las cosas no se solucionaban con unas palmaditas y mucho menos si era mi vida la que estaba en peligro.

—Anna, tranquila —dijo Peter con voz suave.

—No —contesté apartándome—. Escuchadme bien, porque no...

Volvió el llanto con más fuerza, pero conseguí controlarlo. Miedo y rabia se acumulaban en mi cabeza. El solo pensar que podía haber perdido a mi familia y que ellos podían saber lo que estaba pasando, pero no me lo querían contar... era un sentimiento difícil de expresar.

Peter comenzó a acercarse, pero el profesor lo detuvo con un brazo. Le miró, negando con la cabeza. Creo que quería darme tiempo para que me recompusiera. Lo agradecí, aunque no iba a dar mi brazo a torcer.

—No quiero saber nada más de ninguno de vosotros hasta que no me digáis lo que está pasando. 

Salí de la habitación sin mirar atrás, recorrí unos metros en el pasillo y me apoyé en la pared. Sentada en el suelo, con la cabeza en las rodillas, intenté controlar la respiración. Poco a poco fui calmándome, había conseguido parar de llorar y de las lágrimas solo quedaban las marcar rojas que habían ido dejando en mis mejillas. 

Cuando estaba a punto de levantarme, escuché un portazo en el despacho. Me acerqué más a la pared para que no me viesen. Como estaba calmada, no quería volver a tener ninguna conversación con ellos.

—Peter, espera. Te prometo que en cuanto sepa algo seguro sobre lo que está pasando os lo contaré. Aún tengo que comprobar algunas cosas.

—Lo siento, profesor —contestó Peter con tono serio—. Si usted no quiere contármelo, tendré que preguntárselo directamente a él. 

Escuché cómo sus pasos se alejaban por el lado contrario al que me encontraba. A los pocos segundo, la puerta del despacho se cerró, por lo que entendí que el profesor no había intentado detenerlo. 

En otra situación hubiese perseguido a Peter para también obtener respuestas, pero en ese momento era lo último que me apetecía. Salí del edificio y me dirigí hacia el restaurante tras mandar un mensaje a Rob y comprobar que seguían allí. Mi padre seguía intentando manejar los aspectos legales de la situación y mi madre preguntaba por mí. Me estaba cubriendo, pero no sabía cuanto tiempo más podría retenerla antes de que montase un espectáculo, puesto que ya estaba insinuando que podrían haberme secuestrado.

Fui todo el camino con la cabeza hecha un lío, pero firme en mis convicciones. No iba a dejar que nadie de mi familia estuviese de nuevo en peligro y no podía ayudarles si se empeñaban en dejarme al margen por ser humana. Me daba igual si era para protegerme o lo que ellos pensasen. No necesitaba a ningún caballero que me salvase. 

Estaba decidido. Tenía que alejarme de uno de mis dos mundos. 

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