CAPÍTULO 14
Llegué a la habitación en una nube. Stu se había despedido de mí con un beso dulce en los labios y me hice ilusiones. Con eso confirmaba que lo que había pasado la noche anterior no era provocado por el alcohol y la fiesta, sino que de verdad parecía que le gustaba. Me tumbé en la cama mirando al techo con una sonrisa enorme en la cara y me quedé dormida.
Cuando me desperté habían pasado varias horas. Esa noche no había conseguido dormir bien así que la siesta me había venido genial para revitalizarme. Miré el reloj del móvil, eran las seis de la tarde. Me desperecé y salí de la habitación, encontrándome a Lily muy sonriente sentada en el sofá con Lucille mientras que Peter se encontraba apoyado en la pared con los brazos cruzados y la cabeza agachada. Me lanzó una sonrisa apesadumbrada a la que correspondí.
—¡Anna! —gritó Lily con energía—. Justo a tiempo. Ya íbamos a irnos sin ti. Lucille se estaba empeñando en levantarte, pero le dije que no hacía falta, que no era nada importante y que podía esperar a otro día. El caso es que...
—Lily —la interrumpió Lucille sonriendo de manera divertida y tomándole la mano cariñosamente—. Deberíamos dejar que Anna se despierte del todo, porque creo que no se está enterando de nada de lo que le estas diciendo.
—Lo siento, es verdad —contestó, apesadumbrada—. Bueno, te dejamos que te duches o lo que quieras. Nosotros te esperamos.
—¿Para qué? —pregunté un poco desorientada y con la voz ronca.
—Claro, no te lo habíamos dicho. Esto... había pensado, bueno todos habíamos pensado... pero la idea principal fue mía, lo que pasa es que mi padre dijo que no viniese sola porque podría ser demasiado intensa y si Peter venía conmigo, ya que parecía que os llevabais mejor podría ser...
—¿Quieres venir a una de nuestras reuniones, Anna? —cortó Peter antes de que a Lily le diese un ataque.
No sabía que contestar. Por un lado había sido demasiada magia por esa semana e incluso para toda la vida. Por otro, quería entender más sobre ese mundo, para no tener que asustarme ni sorprenderme cada vez que viese algo que no pudiese explicar. El paseo con Stu, encararme a Sonia y la siesta reparadora me habían dejado con energía y creí que lo mejor era aprovecharlo.
—Claro —contesté mirando a Lily, cuya sonrisa se amplió—. Dejad que me dé una ducha y estoy en diez minutos.
—Estará en menos —dijo Lucille, mirándoles—. Es la velocidad personificada. Mientras, puedes decirme dónde has conseguido ese vestido tan precioso, Lily.
Las dejé charlando, emocionadas. Sabía que el estilo de Lily no era el que se pondría Lucille, pero mi amiga tenía el don de hacer sentir bien a todo el mundo en su compañía, sobre todo a las que acababa de conocer y eran simpáticas con ella. Tenía sus defectos, igual que yo, pero estaba muy agradecida de tenerla en mi vida.
Me puse unos vaqueros anchos con la cintura de goma que eran comodísimos, pues no apretaban, una blusa rosa un poco escotada y una chaqueta marrón de lana. Cuando salí, Lily comenzó a alabar mi conjunto mientras Peter sonreía y negaba con la cabeza. Lucille nos despidió y se quedó leyendo una novela junto a la ventana.
Llegamos al edificio enseguida o puede que se me hiciese corto el camino debido a mi conversación con Lily. Peter no había hablado mucho, pero lo notaba menos tenso que estos últimos días. Creí que el haber podido contarme su secreto y el no tener que evitar a una persona tan insistente como yo le había quitado un peso de encima.
Cuando entramos en la sala de ensayos de "El club de Magia" volví a sorprenderme a pesar de que había estado allí esa misma mañana. Un lugar tan amplio para tan pocas personas llamaba mucho la atención. Pude ver a Oscar y Carol al fondo de la sala, con sus pantalones de arreglar y sus camisas blancas a juego tan pulcras, mientras luces de colores violetas y moradas se arremolinaban entre los dos creando con su recorrido formas muy coordinadas.
Me quedé totalmente ensimismada hasta que en mi campo de visión se coló una gran bola amarilla y escuché un grito proveniente del otro lado de la habitación.
—¡Kevin! —chillaba Lupin mientras sostenía su brazo a la altura donde su sudadera del equipo de futbol había sufrido un desgarro—. ¡Hemos dicho que no se podían utilizar luces grandes! ¡Casi me matas!
—Bueno, Kenneth —contestó el aludido con una sonrisa—, pensé que la esquivarías. Además, ¿cómo un tío tan grande y fuerte puede quejarse de una pequeña...?
No pudo acabar la frase porque decenas de luces azules del tamaño de una pelota de tenis comenzaron a perseguirlo mientras corría alrededor de la sala. Con una voz aguda, y más agilidad de la que me esperaba, sorteaba las luces mientras le pedía a Lupin que parase. El grandullón sonreía, satisfecho, y Peter no podía dejar de reírse. Me uní a él hasta que Lily se acercó muy seria a Lupin. Este, al verla venir, hizo un gesto con la mano para que las luces desaparecieran y puso cara de inocente.
—Bien —dijo Lily con un tono firme que no le había escuchado hasta ese momento—. Ya basta de tonterías. Tenemos una invitada y no queremos que piense que somos unos niñatos que nos pasamos el día tirándonos bolas de luz. Y lo digo por los dos.
Señaló también a Kevin, que se acercaba a nosotros con la mano en el pecho recobrando la respiración. Intentó abrazar a Lupin con una sonrisa, pero este le esquivó dándole una palmada en el hombro a Peter a modo de saludo mientras se acercaba a Oscar. Unió su luz azul claro a las moradas y violetas de los mellizos, lo que hizo que fuese mucho mas bonito.
—¿Qué te gustaría ver? —preguntó Peter mientras una luz fucsia se formaba en la palma de su mano.
Le miré a los ojos, que reflejaban el color que controlaba contrarrestando con el negro. Se dio cuenta, lo que hizo que me pusiese un poco colorada al notar su sonrisa. La luz en su mano fue haciéndose más grande, como un pelota de baloncesto y elevándose al techo. Llegó hasta uno de los focos y se fundió con él, haciendo que los otros que había en la sala tomasen el mismo color, iluminando la estancia con una tenue luz rosada. Era precioso.
—¿Cómo...? —comencé mientras miraba embelesada al techo— ¿Cómo consigues hacerlo? Es que no... no entiendo cómo podéis crear eso.
—Es difícil de explicar —contestó Peter, haciendo un gesto con la mano. La luz volvió a su estado original y la bola se posó entre él y yo—. Para nosotros es algo natural, simplemente pensamos en ello y aparece. Con las manos es más fácil moverlas y controlarlas, pero se puede hacer con la mente si estas concentrado y tienes la formación necesaria.
—¿Y cómo conseguís que... la luz, el don o lo que sea, os haga caso? ¿Cómo haces, por ejemplo, que no rompa el foco? Parecen bastante sólidas. Además, la manera en la que han golpeado a Lupin...
—Pensándolo —dijo encogiéndose de hombros como si fuese una respuesta normal—. Si quiero que sea sólida, pienso en ella así. Si quiero que no lo sea, pues lo mismo. Sé que parece sencillo, pero son años de práctica. Cuando somos pequeños y aparece el Don son fugaces, transparentes. Poco a poco aprendemos a solidificarlas y a dominarlas.
Asentí con la cabeza, como si todo lo que decía tuviera sentido. Pero no lo tenía, para nada. Me iba a costar mucho asimilar todo esto, aunque estaba agradecida de que me lo explicasen. Podían haberme dejado tirada y que me hubiesen tratado por loca y, sin embargo, me estaban ayudando a comprender su mundo. Sonreí mientras miraba a Lily y Kevin, que estaban discutiendo. El rubio huía de ella con una luz enorme amarilla a la que pateaba como un balón.
—Creo que ha sido demasiado por hoy —dijo Lupin mientras se acercaba a nosotros—. Estos dos acabarán heridos si no paramos las prácticas. Los Wrigth llevan toda la tarde y ya están satisfechos. Oscar me ha dicho de ir al pub a jugar unos dardos y tomar unas cervezas. ¿Os apuntáis?
Peter me miró, esperando mi confirmación. La verdad era que estaba con bastante energía. Después de todos los acontecimientos me encontraba eufórica. Quería despejarme un poco y conocerlos más en un ambiente distendido.
—Claro —contesté sonriendo—. Me apunto. Si todos estáis de acuerdo, claro.
—Y si alguien no lo está, se las verá conmigo —dijo Kevin haciendo una pose en la que pretendía marcar sus músculos del brazo. Lily le dio una colleja y se acercó a mí, sonriente.
—¡Genial! —respondió la rubia tomándome del brazo—. Oscar, Carol, ¿venís con nosotros?
—Yo sí —contestó Oscar, sin cambiar su semblante serio—. Carol vendrá más tarde, tiene que ir a ducharse.
—Perfecto.
—Voy a daros una paliza a todos en la diana —dijo Kevin mientras salíamos de la sala.
—Eso ya lo veremos —contesté con una sonrisa en los labios.
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