CAPÍTULO 10
—Anna, despierta...
Me dolía muchísimo la cabeza cuando la voz de mis sueños comenzó a insistirme. Decidí ignorarla y quedarme un poco más. No quería que volviesen los recuerdos de la noche anterior ni la sensación de descontrol que rodeaba mi vida. Solo quería seguir en la cama hasta la hora de comer, pasar la tarde estudiando en la biblioteca y la noche con las chicas escuchando sus historias que, aunque últimamente me resultaban demasiado "intensas", las echaba de menos.
—Anna, por favor.
«Anna no está disponible», pensé. Empecé a dar vueltas sobre que podría desayunar cuando me levantase dentro de unas horas. Tendría que ser algo contundente para poder absorber el poco alcohol de la noche anterior y la nicotina que estaba causando mi resaca. Un buen plato de pasta carbonara. O dos. Juntaría el desayuno con el almuerzo.
—Tenemos que irnos en seguida.
Eso era nuevo, pero no conseguiría que me moviese. Subí el edredón hasta taparme la cabeza, me encontraba muy a gusto ahí debajo. Tenía un olor que me encantó, muy dulzón. Me recordaba a alguien, pero mi mente aún dormida no conseguía ubicarlo. Lo abracé, aspirando su aroma. Y ese fue en el momento en el que me di cuenta de que no estaba soñando, que estaba en la habitación de Peter y que seguramente era él quien me estaba llamando para que me levantase.
—¡Ya voy! —exclamé sin salir de la cama—. ¿No podrías dejarme disfrutar un poco más del que creo será mi último momento de paz?
—Ya te he dejado descansar demasiado —contestó con su voz ronca—. El profesor estará esperándonos y no creo que pueda dedicarnos demasiado tiempo,pues lo ocupa casi todo con sus clases.
—¿El profesor? —pregunté y me quedé pensativa hasta que pude ubicar bien los eventos de la noche anterior—. Vale, dame diez minutos. Y debería ir a mi habitación para cambiarme.
—No llegaríamos a tiempo. Lily te ha dejado algo de ropa suya, dice que te estará bien. Si quieres, puedes ducharte, pero rápido. Tienes quince minutos.
—¡Agggg! de acuerdo.
Salí, al fin, de debajo de las sabanas entre quejidos, dándome cuenta de que Peter no estaba ya en la habitación. Me sorprendió que fuese tan silencioso con lo grande que era. Me di una ducha rápida, sin lavarme el pelo, y vi la ropa que me había dejado Lily en una silla. Era verdad que las dos teníamos el mismo cuerpo, éramos gorditas y no muy bajitas, pero yo tenía más pecho que ella. Parecía que esto lo había tenido en cuenta porque me había dejado un vestido ancho para que me quedase bien. Era de estampados en muchas tonalidades de verde y con tirantes. Venía con unos leotardos oscuros para no pasar frío y una chaqueta marrón con flecos.
Podríamos ser parecidas físicamente, pero en gustos el mío estaba en las antípodas de este. Salí por la puerta intentando colocarme bien todos los dobleces que tenía la ropa y me encontré a Peter, que estaba esperándome apoyado al lado de la puerta.
—Estás guapa —dijo con una sonrisa divertida.
—No digas nada —contesté enfurruñada mientras salía rápido con la cabeza gacha.
—Pero...
—¡No!
Caminé rápido hasta que me di cuenta de que no sabía a donde tenía que ir. Manteniendo mi dignidad todo lo que pude, comencé a andar más despacio hasta que me alcanzó. Le miré de refilón mientras se colocaba a mi lado, viendo que aún seguía sonriendo. Eso hizo que desapareciese un poco mi mal humor.
Llegamos a un edificio de la facultad que parecía bastante antiguo. Nunca había pasado, puesto que no estaba en ningún club, que eran demasiado socializar y perder tiempo de estudio, ni tampoco era allí ninguna de mis clases. Subimos hasta la ultima planta sin cruzarnos con nadie, lo que era normal ya que aún no había empezado el horario y la mayoría de clubs eran por la tarde. Es más, aún no había amanecido del todo. Este pensamiento me hizo bostezar recordando lo a gusto que estaba en la cama. Nos acercamos a una puerta entreabierta donde se escuchaba una voz enfadada.
—Me da igual la razón, no quiero que se vuelva a repetir. Y esto es un aviso para todos y todas.
Pensé que íbamos a esperar a que terminase, era lo normal cuando llegabas a un despacho de un profesor. Pero Peter pasó sin llamar y, a pesar de vacilar, entré detrás de él. Lo primero que vi fue a un señor de mediana edad, bastante atractivo, dándome cuenta de que mis hormonas estaban demasiado revueltas. Estaba apoyado en el escritorio con los brazos cruzados y parecía bastante enfadado. Miraba hacia un chico castaño, con la piel morena y los ojos marrones. Tenía los rasgos faciales bastante redondeados y un peinado muy formal, al igual que el resto de su ropa. Una camisa blanca con unos chinos oscuros y hasta sus zapatos eran arreglados. Su postura, erguida y amenazante, ayudaba a que su aspecto fuese más pulcro aún. Parecía que estaba a punto de venderte alguna estafa multinivel.
Todos se callaron cuando nos vieron entrar en la habitación y miraron hacia nosotros. Fueron unos segundos bastante incómodos. En la sala se encontraban Lupin, Kevin, Lily, que me dirigió una sonrisa sincera, el profesor, el chico estirado y otra chica a su lado. Tenían que ser hermanos, parecían una copia exacta y no exageraba: misma expresión, color de ojos y pelo, forma de la cara. Hasta eran de la misma altura y tenían la misma ropa, solo que ella tenía el pelo en una media melena lisa. Los dos me miraban con lo que interpreté como odio o puede que fuese mi impresión.
—Anna, te estábamos esperando —dijo el profesor con una sonrisa—. Mi nombre es Albus Sanderson. Soy profesor de Introducción a la Filosofía y también coordino el club de magia de la Universidad Lawliet. Tienes algunas preguntas que espero poder contestar.
—Encantada —respondí, azorada. Las figuras de autoridad siempre me cohibían.
—Bueno, me gustaría que os vayáis todos a clase. Oscar, quiero verte en la tarde limpiando el aula de prácticas. —El chico estirado abrió la boca para contestar, pero el profesor Sanderson le cortó—. No quiero escusas. Sé que hiciste lo de la hoguera por defender a Lily y te lo agradezco, pero ya sabéis que vuestros actos tienen consecuencias. Eso solo será el comienzo.
»Y Carol, como no tienes clase ahora, ¿puedes ayudarme con los documentos que he traído del viaje? Están abajo, en el archivo. Cuando acabes puedes marcharte —dijo dirigiéndose a la chica castaña que asintió y salió de la habitación junto a su hermano, no sin antes dirigirme una mirada gélida.
Lupin y Lily salieron tras ellos. El primero me hizo un gesto con la cabeza a modo de saludo amable que correspondí. La rubia se acercó contenta y me dijo que le encantaba como me quedaba el vestido. Yo sonreí y le di las gracias, recordando la ropa que llevaba y haciéndome sentir incomoda. No era que no me gustase, pero no era mi estilo.
—Peter, quédate —dijo el profesor haciendo que este se detuviese cuando se disponía a irse—. Ya que tú empezaste con todo esto tendrás que ayudar a solucionarlo.
Este asintió, acercándose a una de las butacas que estaban a la derecha del profesor y sentándose. Nunca dejaría de impresionarme lo alto que era, estaba muy mono cuando utilizaba cosas de personas de estatura normal.
«¿Mono? ¿He pensado yo eso?»
Me di cuenta de que estaba sonriendo como una idiota mirándole fijamente y él se dio cuenta. Me devolvió la mirada interrogante y yo giré el cuello, disimulado como si admirara la habitación. Por supuesto, se dio cuenta de lo que estaba haciendo y me sonrió moviendo la cabeza de un lado a otro.
—¿Kevin?
—¿Sí, profesor?
No me había dado cuenta de que seguía en la habitación. El profesor le indicó con un movimiento de cabeza que saliese. Kevin, al principio, pareció no darse por enterado. Pero unos segundos y tras varias miradas insistentes del profesor, capto la indirecta y con una pequeña exclamación salió rápido del despacho.
Me quedé donde estaba, incómoda. Sentía la mirada del profesor Sanderson clavada en mí y Peter estaba pensativo, mirando al infinito y con las manos entrelazadas bajo la barbilla. No sabía si sentarme, seguir de pie o tirarme al suelo y hacerme un ovillo. Aunque ganas no me faltaban. Tras unos segundos, que se me hicieron eternos, el profesor me indicó con el brazo que me sentase en la butaca, al lado de donde estaba Peter.
—Bueno, no sé exactamente por donde empezar. Nunca había tenido que explicarle esto a nadie —dijo con una voz grave, pero cálida, mientras se rascaba la nuca—. Cuando termine lo comprenderás, pero lo más importante que quiero que sepas y que tiene que quedarte claro es que no estás loca.
Sus palabras me quitaron un peso enorme de encima. Qué un adulto, más aún un profesor, me dijese eso era medicinal. Fue como si toda la tensión que había acumulado durante estos días escapase de mí por la pequeña fisura que había causado sus palabras. Como un globo cuando lo desinflas poco a poco. Incluso mi postura se volvió más relajada.
Y, en ese momento, comencé a llorar.
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