Capítulo 7


Mini-maratón 1/2 D:


Victoria

Ya iba por el cuarto callejón cuando por fin sintió la mirada de Caleb sobre ella.

Se detuvo con una sonrisita y, apenas dos segundos más tarde, él apareció en su campo visual... no parecía muy contento.

—¿Otra vez perdiéndote por los callejones? —preguntó directamente.

—¿Sabes, x-men? Yo también estoy desarrollando un super-sentido, como los tuyos.

—Lo dudo.

—Puedo notar tu mirada penetrante y tenebrosa sobre mí.

—¿Cómo que tenebr...?

—Sé cuándo me estás mirando y cuándo no.

—Enhorabuena.

—Yo también podría estar en tu pequeña banda de locos —le dio una palmadita en el pecho felizmente—. ¿Qué me dices?

—Que tu habilidad no te serviría de mucho cuando te encomendaran algún trabajo.

—¿Cómo que no? Sabría dónde estás en cada momento. Podría tenerte controladito.

Caleb cerró los ojos un momento, como implorando paciencia.

—Esta conversación es absurda. Vete a casa.

—¡Es que has vuelto a andar detrás de mí como un acosador!

—Porque cuando voy a tu lado te pones a hablarme.

—No fijas que no te gusta lo que te cuento.

—A casa o saco al gato imbécil a la escalera de incendios.

Ella empezó a andar, pero le puso mala cara.

—Si el pobre bigotitos te oyera decir esas cosas tan feas de él... con lo que te quiere...

—No creo que se pusiera a llorar.

—Pues no. Probablemente le daría igual. Es un gato muy independiente. Además, ya te dije que sabe defenderse.

—Ya.

—Es verdad. Métete con él y lo verás.

—Nunca me he pelado con un gato. Prefiero que siga así.


Caleb

¿En qué momento se había acostumbrado tanto a esas conversaciones absurdas sobre habilidades gatunas?

Ya hacía casi un mes que estaba con ese trabajo y seguía sin tener noticias de Sawyer. Ni siquiera le había pedido el informe todavía. Era muy extraño que se despistara de esa forma.

Suspiró y siguió a Victoria hacia la entrada del callejón. Ella acababa de salir del trabajo. Su jefe había vuelto a llamarla dulzura.

A Caleb no le terminaba de convencer que siguiera haciéndolo, pero tampoco podía intervenir. Solo podía echarle miradas odiosas al idiota del rolex.

—Oye, x-men.

Seguía sin saber qué demonios era eso de x-men, por cierto.

—¿Qué?

—¿Entre tus poderes mágicos está la súper-velocidad?

—No tengo poderes mágicos —aclaró. Ya era la quinta vez que se lo decía en un día.

—Pero, ¿sabes correr rápido o no?

Él entrecerró los ojos en su dirección.

—¿Por qué?

—Curiosidad.

—Ya.

—¿Estás obligado a espiarme toooodo el tiempo?

—Yo no espío. Solo...

—Observas, ya. ¿Pero estás obligado o no?

—Sí.

—¿Y si saliera corriendo... tendrías que perseguirme?

Él se detuvo y ella también, sonriendo. Caleb enarcó una ceja.

—No me cabrees —le advirtió.

—Uuuuuh, qué miedo. ¡A ver quién llega primero a casa!

Y, tras una risita, salió corriendo hacia el final del callejón.

Caleb vio cómo desaparecía en sentido contrario al camino de su casa y suspiró, negando con la cabeza.


Victoria

En realidad, no es que estuviera muy entrenada. De hecho, con diez pasos se cansaba, pero no importaba.

Solo estaba aburrida y quería provocarlo un poco.

Victoria dobló la esquina y siguió corriendo con el bolso rebotándole en la cadera y el corazón bombeándole sangre con intensidad. Echó una ojeada hacia atrás, divertida, y sonrió al no verlo por ningún lado.

Vaya, vaya. El x-men no sabía correr, ¿eh? Interesante dato.

Siguió corriendo casi dando saltitos felizmente, pero en cuanto se dio la vuelta se detuvo tan de golpe que estuvo a punto de caerse de boca contra el suelo, ahogando un grito.

O, mejor dicho, contra él. Porque estaba ahí de pie mirándola.

—¡¿C-cómo...?!

Caleb enarcó una ceja delante de ella. Ni siquiera parecía haber hecho un esfuerzo para seguirla.

—¿Te has cansado ya de hacer el tonto?

—P-pero... ¡es imposible! ¡No me has seguido!

—Has dado la vuelta al callejón —él enarcó una ceja—. Repito: ¿has terminado ya o tengo que llevarte en brazos para que dejes de meterte en problemas?

—¡No me he metido en ningún problema, solo quería divertirme un poco!

—¿Esto es tu concepto de divertido? ¿Has visto dónde estamos?

Ella parpadeó a su alrededor. Vale, tenía algo de razón. Se habían metido en la entrada de una de las peores zonas de la ciudad.

Pero tampoco pasaba nada. Tenía a su guardaespaldas rarito y particular ahí, mirándola como si fuera a arrastrarla a casa.

¿Qué podía salir mal?

—Vaaaale —suspiró, todavía jadeando por el pequeño maratón—. Pero soy rápida, ¿eh?

—No.

—Vamos, admítelo.

—No lo eres.

—¡Era la más rápida de mi clase!

—Pues tus compañeros tenían un problema en las piernas o te dejaban ganar.

Ella sonrió pese al cansancio.

—Mírate, haciendo bromas. Cómo has crecido en unos días.

—A casa.

—Sí, mi capitán.

Victoria se dio la vuelta y empezó a andar en dirección contraria, hacia casa. Caleb iba justo detrás de ella, probablemente fulminándola con la mirada.

Estaba claro que ella no iba a darse por vencida tan pronto, ¿no?

No le habían dado la medalla de la rapidez en gimnasia por nada. Tenía que demostrar que se lo había ganado.

Casi escuchó el suspiro cansado de Caleb cuando empezó a corretear hacia una de las vertientes del callejón. Le dio la sensación de que le estaba dando algo de margen de tiempo antes de seguirla para que no se sintiera mal, pero no importaba.

Se detuvo cuando notó que empezaba a cansarse —es decir, al minuto—, y se sujetó a la pared del callejón con una sonrisita, esperándolo.

Apenas llevaba unos segundos cuando lo escuchó acercándose por su espalda.

—Estás perdiendo facultades, ¿eh? Cada vez tardas...

Dejó de sonreír al instante.

No era Caleb.

De hecho, no sabía quién era. Un hombre de unos treinta años con una gorra de lana y barba de varios días. Y la estaba mirando de una forma que no presagiaba nada bueno. Especialmente porque sus ojos se detuvieron en su bolso al instante.

Tú te lo has buscado, querida.

Vale, sí. Se lo había buscado ella solita.

Pero tampoco iba a arrodillarse para suplicar clemencia. Igual podía salir corriendo en dirección contraria o algo así, ¿no? Quizá ese hombre no corría muy rápido. Quizá...

Casi como si adivinara sus intenciones, el hombre estiró el brazo y la agarró del pelo bruscamente para detenerla. Victoria se arrepintió de llevarlo suelto al instante en que notó el tirón hacia atrás que casi la desequilibró.

De hecho, probablemente habría caído al suelo si él no la hubiera acercado de espaldas a su cuerpo para revisar sus bolsillos y su bolso.

Cuando Victoria notó que intentaba meter la mano en su bolso, impulsivamente intentó apartarse. ¡Apenas tenía dinero para pasar el fin de mes! ¡no podía quitárselo o no sabría qué demonios comer!

Pero dudaba que eso a él le importara, porque la sujetó del pelo con tantas fuerza que Victoria notó que empezaba a arderle el cuero cabelludo. 

—Quieta, zorra.

Y, justo en ese momento, apareció Caleb al final del callejón.

Victoria notó que el que la sujetaba se la acercaba todavía más, asustado, cuando lo vio al final del callejón.

Ya se había metido su cartera en el bolsillo y parecía querer irse corriendo, pero no lo hacía porque ambos estaban como esperando a que el otro hiciera un movimiento para reaccionar.

Y Victoria no estaba dispuesta a esperar que lo hicieran por ella.

Cerró los ojos un momento y, justo cuando parecía que Caleb se acercaba con una mirada tenebrosa, dio un codazo hacia el estómago del hombre y, en cuanto notó que le soltaba un poco el pelo, enganchó una de sus piernas con el pie y lo tiró al suelo con un duro golpe.

¿Quién demonios se había creído que era para atracarla?

El tipo seguía en el suelo, pasmado, cuando Victoria se acercó y le dio una patada en la entrepierna. Él se la sujetó al instante, pálido de dolor.

—¡Eso es para que la próxima vez te ganes tu dinero, capullo! —le espetó antes de agacharse y recuperar su cartera—. Tengo responsabilidades, ¿sabes? Mi gato se merece comer con dignidad. Da gracias a que no te voy a denunciar.

Se dio la vuelta, enfada, y vio que Caleb la miraba con la boca abierta a unos pocos metros de ellos.

—No te quedes ahí mirándome, x-men. Vamos a casa de una vez.

Bueno, Caleb no era una persona muy habladora, pero era la primera vez que lo dejaba sin palabras.

De hecho, Victoria tuvo que sujetarle de la muñeca y tirar de él para que no se quedara ahí plantado mirando al hombre que seguía sujetándose la entrepierna. No lo soltó hasta que llegaron a la calle de su casa, y eso pareció hacerle reaccionar por fin.

—¿Dónde has aprendido a hacer eso? —preguntó, totalmente desconcertado, deteniéndose.

Victoria sonrió ampliamente.

—Ha sido guay, ¿eh? —ella hizo un gesto como si golpeara el aire—. ¡Fiu, fiu y BOOOM! ¡A dormir la siesta! ¡Já!

Caleb no dijo nada, pero estaba claro lo mucho que la estaba juzgando con la mirada.

Menos mal que a Victoria no le importaba.

—Me lo enseñó Margo —aclaró—. Ella iba a clases de defensa personal, pero yo no podía permitírmelo. Solo me enseñó algunos movimientos ninja por si algún día tenía que defenderme.

—¿Y cuántos sabes hacer? —parecía sinceramente interesado.

Ella esbozó una sonrisita incómoda.

—Bueeeeno... puede que solo me acuerde de ese.

Al instante, Caleb dejó de parecer impresionado. Lástima. Le había gustado la sensación de impresionarlo aunque fuera por un breve momento.

—Así que si te hubiera sujetado de otra forma seguiríamos ahí, ¿no?

—¡Dicho así, le quitas mucho mérito!

—Deberías saber más movimientos, Victoria.

—¿Tú sabes movimientos de esos de ninja? —preguntó, curiosa.

—No sé si son de ninja, pero sé defenderme.

—¡Pues podrías enseñarme!

—No.

—Pero...

—No.

—¡Ni siquiera...!

—No.

Victoria apretó los labios.

—¿Por qué no?

—Porque me das jaqueca.

—¿Yo? ¡Te recuerdo que tú eres el que me espía!

—Yo no esp...

—Como vuelvas a decirme lo de que solo observas, saco el spray pimienta.

Caleb frunció el ceño, pero al menos no siguió diciéndolo.

—A casa —señaló el edificio más viejo de la calle.

—Eres un aburrido.

—Bien. Pero sube.

Victoria suspiró y entró en su edificio. Justo cuando se giró para añadir algo más, se dio cuenta de que ya estaba sola otra vez. Puso mala cara a la puerta de su edificio antes de subir a su piso.

Como esperaba, Caleb ya estaba sentado en el sofá cuando llegó.

Bigotitos se estiró y dio un saltito hacia él desde el sillón. Al instante en que una de sus patitas estuvo a punto de tocar el hombro de Caleb, él lo apartó con mala cara.

—Quita, gato imbécil.

Bigotitos le bufó y se fue muy indignado por el pasillo.

—¿Puedes dejar de llamarle imbécil? —Victoria cerró la puerta—. Tiene sentimientos, ¿sabes?

—Es un gato.

—Y tú eres un bicho raro, pero supongo que también tienes sentimientos, ¿no?

Victoria iba a ir a la cocina, pero se detuvo al instante en que le pareció ver una sombra de sonrisa en el rostro de Caleb.

Caleb. Sonriendo.

Eso sí que sería digno de un buen infarto.

Estaba tan sorprendida que tardó unos segundos en recomponerse y darse cuenta de que, de haber existido esa sonrisa, había desaparecido muy rápidamente. Ahora estaba centrado en mirar a su alrededor como si pudiera escuchar absolutamente todo lo que pasaba en ese edificio.

Y, bueno... probablemente lo hacía.


Caleb

¿Por qué el vecino de al lado tenía que gritar tanto para hablar con alguien que tenía al lado? Esa gente era muy rara.

No se giró hacia ella, pero escuchó que Victoria movía unas cuantas cosas por la cocina. Caleb arrugó un poco la nariz cuando percibió un extraño olor. Puso una mueca y escuchó que Victoria se acercaba a él. Se dejó caer en el sofá a su lado y se quitó los zapatos sin mucho cuidado. Tenía dos tazas con estampados de unicornios y bichitos adorables y vomitivamente cursis.

Ah, y una botella de alcohol, también.

—¿Qué haces?

—Me apetece emborracharme.

—¿Y vas a usar dos tazas?

—No, x-men, tú vas a usar la otra —ella negó con la cabeza—. Vamos, podemos brindar en honor a mi gran batalla.

—Nunca he bebido alcohol.

—Pues parece que esta es la noche perfecta para empezar, ¿no?

Ella sujetó la botella con una mano y una tacita con la otra. Sin siquiera parpadear, llenó esa tacita tan tierna por la mitad con un alcohol que realmente apestaba.

—Es jager —aclaró ella, tendiéndole la taza—. Una de estas y ya vas a estar medio muerto.

—No quiero estar medio muerto.

—Es una expresión, Caleb. Venga, bebe un poco.

—No.

—Veeeenga, en el fondo quieres venirte al lado oscuro.

—Tienes una lámpara al lado, no estás en ningún lado oscuro.

Ella suspiró, agotada.

—Solo bebe antes de que me tire por la ventana.

—No dejaría que lo hicieras.

—Oh —sonrió irónicamente—. ¿Eso ha sido un intento de romanticismo?

—¿Tengo cara de ser muy romántico?

—No lo sé. Emborráchate un poco y te lo diré. Igual debajo de toda esa coraza de frialdad y seriedad está el hombre de mi vida.

Soltó una risita mientras Caleb olisqueaba su tacita ridícula con una mueca de disgusto.

—A ver, ¿cómo podríamos emborracharnos? —preguntó ella, pensativa.

—Bebiendo, ¿no?

—Pero yo quiero hacerlo bien. Con algún juego. A ver, ¿cuál es el mejor juego para beber?

—Nunca he bebido —le recordó, enarcando una ceja.

—Ah, es verdad. Se me olvidaba que eres un rar... ¡YA LO TENGO!

Caleb puso una mueca cuando el grito reverberó en sus tímpanos. No estaba acostumbrado a tantos cambios de volumen a su alrededor. Y menos tan cerca.

—¿Qué tienes?

—¡La idea! Podríamos jugar a yo nunca.

—¿Tú nunca qué?

—¡No, es el nombre del juego! —ella sonrió ampliamente y se sentó de lado con las piernas cruzabas para poder mirarlo mejor—. Yo digo yo nunca he hecho esto y si tú lo has hecho bebes. Si no lo has hecho, no hagas nada.

—¿Cuál es la diversión en eso?

—¡Emborracharnos con una excusa! Es el juego ideal para sacar toda la mierda a tus amigos. Yo lo hacía mucho cuando era más joven.

—Tienes diecinueve años, no ochenta. Sigues siendo joven.

—Ya me entiendes —ella le hizo un gesto, sujetando su tacita—. Puedes decir cosas que sí hayas hecho, pero luego tienes que beber.

—No le veo el sentido.

—¡Porque no lo tiene!

Sonrió, divertida, y lo señaló.

—Venga, empieza tú.

—¿Yo?

—¡Sí, venga! ¿Yo nunca...?

Caleb lo pensó un momento, mirando su tacita.

—¿Puede ser algo que hayamos hecho?

—Sí. ¡Venga, di algo! ¿Yo nunca...?

—Yo nunca he tenido que escuchar los latidos y controlar la respiración de alguien durante un interrogatorio para saber si nos está mintiendo o dice la verdad respecto al tema por el que lo hayamos tenido que ir a buscar Axel y yo.

Hubo un momento de silencio absoluto.

Cuando Caleb dudó y se llevo la tacita a los labios, Victoria se la apartó con cara de querer matarlo.

—Mejor empiezo yo, ¿eh?

—¿Qué tiene de malo lo que he dicho yo? —protestó él, ofendido.

—¡Silencio! —lo pensó un momento—. Yo nunca he tenido pareja.

Lo miró mientras se llevaba la tacita a los labios. Caleb escuchó el pequeño trago que le dio a ese líquido del demonio, pero no se movió.

—Bien —dijo ella—. Lo suponía. Te toca.

—¿Para qué quieres que te diga algo si luego no te gusta?

—Vale, tú ganas. Me he aburrido del juego y ni siquiera hemos empezado —puso los ojos en blanco—. Se me han quitado hasta las ganas de emborracharme.

—Mejor, porque el alcohol afecta a las funciones cerebrales.

—Tú sí que afectas a mis funciones cerebrales.

Caleb observó cómo dejaba todo de nuevo en su lugar antes de ir a su habitación. Escuchó el ruido de la tela de su vestido cayendo al suelo y de su sujetador desabrochándose. Se aclaró la garganta.

El gato imbécil lo miraba fijamente. Casi parecía que tenía una sonrisita burlona.

—Y tú no mires —masculló, irritado.

Miau.

—No estaba escuchando, ¿vale?

Miau, miau.

—Eres un gato imbécil.

Miau.

Victoria por fin volvió con un pijama de caballos alados y pastelitos rosas. Caleb intentó no poner los ojos en blanco con todas sus fuerzas.

—¿Por qué siempre duermes con ropa así?

Ella se miró a sí misma al instante.

—¿No te gusta?

—No.

—Bueno, siempre puedes quitármela.

Victoria sonrió ampliamente y fue a prepararse el mismo té que se preparaba cada noche. Caleb le frunció el ceño a la pared, irritado.

No le gustaba lo tenso que se ponía cada vez que ella hacía un comentario así. No le gustaba que fuera capaz de provocarle nada. Por pequeño que fuera. 

Se suponía que lo habían entrenado para que esas cosas no le pasaran. Si Sawyer lo viera...

—No te ofrezco un té porque le pondrás mala cara y no se merece ese desprecio —ella volvió al cabo de un rato y se sentó a su lado con la tacita en la mano.

Caleb no respondió. Ella volvió a cruzarse de piernas justo después de girarse hacia él.

—Bueno, x-men, hoy te he hecho muy pocas preguntas.

—¿Eso es pocas para ti? —preguntó con mala cara.

—¿Es que no me conoces todavía? Necesito hablar y hablar. Si no lo hago, me muero.

—Es imposible que te mueras por eso.

—Ya no estoy muy segura de si solo me agotas o también me caes bien, ¿sabes?

Él se encogió de hombros, poco afectado.

—Bueno —ella volvió al tema—, creo que voy a preguntarte...

—¿Quién es Jamie?

Victoria se quedó callada al instante, estupefacta.

—¿Eh?

—Estabas hablando de hacer preguntas, así que te he hecho una. ¿Quién es? —repitió Caleb—. Hoy has dicho su nombre en sueños.

Él entrecerró un poco los ojos cuando notó que su pulso se aceleraba. ¿Por qué se le aceleraba el pulso pensando en ese Jamie? ¿Quién era?

—Es... mi exnovio.

Mhm...

—Ah.

—Ya ni siquiera recuerdo lo que he soñado —murmuró, y pareció sincera.

—¿Sigues teniendo sentimientos por él?

Victoria sonrió un poco, incrédula.

—¿Tú me estás haciendo preguntas a mí?

—Tengo que ser detallado en el informe.

—¿Tu jefe preguntará por mi vida amorosa? ¿En serio?

Caleb frunció el ceño, incómodo.

—Pues vale, no respondas.

—No te preocupes, x-men, yo te cuento lo que quieras. No, no tengo sentimientos por Jamie. Me encanta ser su amiga y todo eso, pero nunca podría volver a ser su pareja.

Ella se inclinó hacia delante, intrigada.

—Y ahora que yo he dicho esto... ¿qué hay de ti? Nunca has tenido novia, ¿no?

—No.

—No me extraña. Si eres tan simpático con todas como lo eres conmigo...

—No hay un todas. Mis trabajos suelen consistir en llevar a la gente a hablar con Sawyer, no en tener que hablar yo.

—Entonces... ¿nunca has... besado a nadie?

—Sí.

Ella pareció sinceramente más interesada cuando dio un sorbito a su té.

—¿A cuántas chicas? ¿O... chicos?

—Una chica.

—Mhm... ya veo...

—¿Por qué has tensado los músculos?

Ella se tensó un poco más sin siquiera darse cuenta.

—¿Cómo...?

—Puedo sentirlo. ¿Por qué me lo preguntas si no te va a gustar la respuesta?

—Porque soy una masoquista de mierda.

—Ah. No lo entiendo.

—Mejor.

—¿Mej...?

—Entonces, ¿esa chica fue algo así como... tu primer amor?

—Supongo.

—¿La quisiste?

—No lo sé.

—¿Cómo no vas a saberlo?

—Nunca he estado muy seguro de qué se siente al querer alguien.

Victoria lo observó por unos segundos.

—Yo tampoco —murmuró, pensativa.

Caleb no se esperaba que le dijera eso. Pensaba que ella quería a sus padres, a su abuela o su hermano. Quizá se refería a otro tipo de querer.

—¿No quisiste a tu exnovio?

—Sí... supongo que en cierto modo sí —suspiró—. Pero... nunca sentí el... click, ¿sabes?

Ella había chasqueado los dedos con esa palabrita. Caleb le puso mala cara.

—¿El qué?

—El click —volvió a chasquearlos—. Ya sabes. Esa conexión.

—¿Cone... xión?

—Ese tipo de amor que hace que tengas mariposillas en el estómago, que te tiemblen las piernas, que no puedas pensar con claridad... —ella suspiró otra vez—. Toda mi infancia y adolescencia leí libros de amor. Clásicos y modernos. Las protagonistas siempre sentían ese click. Y yo nunca lo he sentido con nadie. Ni siquiera llegó a atraerme nadie hasta que conocí a Jamie. Incluso llegué a pensar que podía ser asexual o algo así.

Caleb no supo qué decirle. Él tampoco había sentido jamás algo así, pero no era muy objetivo teniendo en cuenta lo que era.

Además, ella se había quedado mirando la nada, pensativa.

—Tampoco lo sentí con Jamie —murmuró—. Lo quise tanto... pero nunca lo sentí. Siempre tuve la sensación de que él me estaba dando más de lo que yo le podía devolver.

Hizo una pausa para aclararse la garganta antes de mirarlo.

—¿Tú también sentías eso con la chica con la que te besaste?

Caleb nunca había visto a Victoria en ese aspecto. Siempre estaba enfadada, feliz o irritada. Nunca así de personal.

Y... tenía que admitir que ese nuevo aspecto no le disgustaba, pero no podía seguir respondiéndole. Conocía las normas. Las sabía perfectamente. Sabía que no tenía que abrirse con ella. No era parte de la familia. Era lo más fundamental de todo lo que les habían enseñado.

Pero... ¿cómo podía no ser sincero después de que ella lo hubiera sido?

Además, ya le había contado muchas cosas.

Por una más... no pasaría nada, ¿no? Sawyer no tenía por qué enterarse.


Victoria

Él se había quedado en silencio durante unos cuantos. Incluso llegó a preguntarse si había hecho una pregunta demasiado delicada.

Pero, finalmente, él negó con la cabeza.

—No. No sentí eso. Nunca he sentido que quisiera a nadie. Ni de esa forma ni de otra.

Victoria frunció el ceño, confusa.

—Eso es imposible.

—No lo es.

—Claro que lo es. El amor no es solo algo de parejas. También puedes querer a tus amigos, a tu familia... ¿qué hay de Sawyer? ¿No es como... un padre para ti?

Ella ladeó la cabeza, sorprendida, cuando Caleb apartó la mirada. Fue la primera vez en todo el tiempo que lo conocía que vio una reacción clara en él.

Y casi prefirió no hacerlo.

Parecía... dolido. Sorprendentemente dolido.

—No —negó de nuevo con la cabeza—. Es distinto.

Victoria habría seguido preguntando en cualquier otra ocasión, pero no pudo hacerlo en esa. No sabía qué había dicho que estuviera tan mal, pero no sabía cómo remediarlo, así que era mejor callarse.

Y, para su sorpresa, él la miró y siguió hablando.

—Sawyer no podría ser mi padre.

—Bueno, pero es como si lo fuera, ¿no? Es decir, él te crió y...

—No. Me refiero a que él jamás podría ser el padre de nadie.

Victoria no terminó de entenderlo, pero la forma en que lo dijo hizo que le recorriera un escalofrío por la espina dorsal.

—Una vez me preguntaste qué significaba mi nombre —murmuró él.

Ella asintió con la cabeza, dubitativa.

—Caleb no es mi nombre, Victoria. Yo... no tengo nombre.

Victoria lo miró unos segundos, sin entenderlo.

—¿Qué? ¿Cómo puedes no tenerlo?

—Nunca se molestaron en ponerme uno.

—Pero... no... no lo entiendo...

—La única forma que Sawyer ha usado para referirse a mí alguna vez en su vida es kéléb.

Ella se quedó analizando esa palabra, pero no le encontró el sentido.

—¿Es... en qué idioma es?

—Es un idioma que no conoces. Parecido al ruso, pero... ni siquiera lo entenderías aunque hablaras ruso, la verdad.

—¿Y qué idioma es ese?

—El que usa Sawyer para hablar con nosotros. El que usamos mis compañeros y yo para hablar entre nosotros —murmuró él—. El que nos ha enseñado desde pequeños.

—Tú... hablaste en ese idioma con Axel el día en que nos conocimos, ¿verdad?

Caleb asintió con la cabeza sin mirarla.

—¿Y esa palabra que usa contigo... es una palabra de esa lengua? —preguntó ella suavemente.

—Sí.

Le sorprendió lo vulnerable que pareció al decirlo. Victoria dudó antes de volver a hablar.

—Si no quieres hablar sobre ello, no tienes por qué...

—Significa perro —aclaró él bruscamente, mirándola—. Es su forma de referirse despectivamente a mis habilidades.

Victoria se quedó sin habla, y casi deseó que no fuera así, porque él la estaba mirando fijamente casi como si la estuviera retando a decir algo al respecto.

—Todos nuestros nombres equivalen a algún animal —añadió él al ver que no decía nada—. Pero los demás siempre han conservado su nombre original. Yo soy el único que lo cambió. Cuando llegó Iver... él no sabía pronunciar mi nombre, así que lo pronunciaba como Caleb. Y terminé acostumbrándome a ello. Incluso llegó a gustarme, aunque no tenga la mejor historia detrás.

Victoria lo observó durante unos segundos. Él había vuelto a apartar la mirada.

Sin saber muy bien lo que hacía, se inclinó hacia delante y le puso una mano en el hombro. Notó que él se tensaba de arriba abajo, pero no le importó.

—A mí me gusta Caleb —murmuró—. Lo que importa no es cómo ese nombre llegó a ti, sino lo que hayas hecho después de que lo hiciera.

Él esbozó lo que parecía la sombra de una sonrisa amarga.

—No quieres saber todo lo que he hecho después, créeme.

—No sabes lo que quiero, x-men.

—Pero puedo hacerme una idea.

—Seguro que si me preguntaras antes, esa idea sería mucho más acertada.

Él enarcó una ceja, mirándola.

—¿Haces todas esas preguntas a todo el mundo o solo a mí?

—La verdad es que por ahora has sido la única víctima de mi curiosidad.

—¿Debería sentirme halagado?

—No lo sé. Quizá tiene que ver con que no seas del todo humano y no esté acostumbrada a lidiar con esas cosas, ¿sabes?

Victoria suspiró y terminó el poco té que le quedaba antes de darse cuenta de que era un poco demasiado tarde. Y al día siguiente no tenía trabajo, pero no podía levantarse al mediodía. 

Además, ya había presionado bastante al pobre Caleb por una noche.

—Debería irme a dormir —murmuró, levantándose para llevar la tacita al fregadero—. Buenas noches, x-men.

Caleb no dijo nada, pero supuso que cuando se diera la vuelta ya no estaría ahí sentado.

Efectivamente, cuando se dio la vuelta vio que el único que quedaba ahí era Bigotitos, que dormía en el sillón boca arriba y moviendo la boca como si estuviera comiendo en sueños. 

Ese gato era raro incluso soñando.

Victoria fue a su habitación y se metió en la cama. Ese día estaba más agotada incluso que de costumbre.

Antes de dormirse, se quedó mirando el libro de su estantería que siempre dejaba ligeramente más sacado que los demás.


Caleb

Seguía sentado junto a su ventana casi una hora después, mirando la ciudad con el ceño fruncido.

Una parte de él no dejaba de preguntarse por qué demonios le estaba contando tantas cosas a esa chica. No tenía por qué hacerlo. De hecho, su trabajo era, simplemente, mantenerse al margen de su vida, que no notara su presencia y mantenerla vigilada.

Bueno... había cumplido una. Ya era algo.

Apretó los labios y miró la ventana de Victoria. Ella no tenía por qué saber nada de su vida. Ni siquiera su nombre, y mucho menos sus habilidades.

Y no solo porque Caleb pudiera meterse en un problema... sino porque ella podía meterse en uno mucho peor.

Mierda, no lo había pensado hasta ahora. ¿Y si Sawyer se enteraba de lo que sabía?

Notó que se tensaba al instante, pero no fue por ese repentino pensamiento, sino porque escuchó un grito ahogado en la habitación de Victoria.

Se movió tan rápido que apenas en tres segundos estuvo delante de su ventana. La empujó sin hacer ruido y se metió dentro de un salto sin siquiera pensar, mirando a su alrededor.

Pero... no había nadie.

Enarcó una ceja, confuso, cuando bajó la mirada y vio que Victoria seguía durmiendo. Estaba sola.

Entonces, ¿se lo había imaginado? ¿No había sido ella?

Esperó unos segundos más antes de decidir marcharse. No había oído nada. Volvió a la ventana, que había dejado abierta, y estuvo a punto de salir por ella cuando escuchó el mismo sonido... justo en la cama de Victoria.

Y el ritmo de su corazón, también.

Estaba teniendo una pesadilla.

Vale, no era su problema. Ya se había inmiscuido demasiado en su vida. No podía seguir haciéndolo. Por el bien de los dos. Terminó de abrir la ventana y sacó una pierna sin hacer un solo ruido.

Justo cuando iba a salir del todo, volvió a escuchar algo parecido a un gimoteo de llanto. El corazón de ella dio otro respingo.

Caleb apoyó la frente en el marco de la ventana, frustrado.

¿Por qué no podía simplemente irse? ¿Por qué sentía que no podía ignorarla y volver a casa?

Apretó los labios y, tras mirar fijamente la ciudad unos pocos segundos, volvió a entrar en la habitación y cerró la ventana sin hacer un solo ruido.

Efectivamente, Victoria estaba teniendo una pesadilla. Tenía la sábana agarrada en un puño y el corazón le iba a toda velocidad. Además de que hacía los ruidos propios de alguien que va a echarse a llorar en cualquier momento.

Además, Caleb sabía qué expresión tenía alguien que estaba a punto de entrar en pánico. Lo sabía perfectamente. Solo que nunca le había afectado verla hasta que la vio en Victoria.

Apretó los labios, dudando. Ella murmuró algo en voz baja y apretó la sábana con todavía más fuerza. Normalmente, tenía pesadillas, pero nunca así de mal. Nunca así de intensas.

Caleb se miró la mano a sí mismo y volvió a dudar. No había hecho eso en mucho tiempo. Desde sus años de entrenamiento. No sabía si funcionaría.

De hecho, ¿alguna vez había pensado que lo llegaría a usar? Siempre había creído que sería una de esas habilidades que Sawyer le enseñaría pero que jamás usaría con nadie.

Se acercó a Victoria y se acuclilló junto a su cama. Su cabeza estaba a la altura de la suya, pero ella estaba girada hacia el techo. Su cuello estaba tan tenso que Caleb estaba seguro de que no podía ni tragar saliva. El pulso le iba a toda velocidad.

Él cerró los ojos un momento, intentando no centrarse en lo asustada que estaba ella. Al abrirlos, sintió que estaba más centrado.

Estiró el brazo hacia ella y le sujetó la mejilla con una mano. La piel le ardía y estaba ligeramente húmeda por unas pocas lágrimas que se le habían escapado. Ella se tensó todavía más al notar que la tocaba.

—N-no... no quería... —empezó a murmurar torpemente—. L-lo siento... te juro que no...

Caleb apretó los labios e intentó no pensar en qué demonios estaría soñando para que le afectara así. En su lugar, sintió que empezaban a dolerle las sienes cuando comenzó a concentrarse en lo que quería.

—Por favor, n-no quería... hacerlo... —siguió ella.

—Lo sé —le dijo Caleb en voz baja, tragando saliva—. Lo sé, tranquila.

Victoria se quedó muy quieta por un momento. Justo cuando iba a girar inconscientemente la cabeza hacia él, Caleb se la sujetó con la mano que tenía en su mejilla para que no lo mirara. No quería verle la expresión.

—Está bien —le dijo en voz baja—. Sigue durmiendo. No pasa nada.

Notó que el pulso de ella empezaba a relajarse muy lentamente. Caleb siguió hablándole en voz baja, en un tono tan calmado como pudo. Estaba empezando a afectarle eso de estar encerrado en su habitación. Olía demasiado a ella. Eso siempre le descentraba.

Finalmente, cuando Victoria volvió a su sueño normal, él quitó la mano de su mejilla y se volvió a poner de pie. El dolor de cabeza había aumentado durante esos minutos en los que había intentado calmarla. Ahora, era difícil de soportar.

Por mucho que una pequeña parte de él quiso quedarse para asegurarse de que no volvía a tener una pesadilla, supo que no podría ayudarla con ese dolor de cabeza. 

Tenía que irse a casa. Y no tardó más de diez minutos en llegar a ella.

Vivían todos en una vieja granja de ricos, así que el terreno era grande, pero ahora estaba completamente lleno de mala hierba. Nadie había plantado nada en más de diez años.

Los únicos signos exteriores de que alguien vivía ahí eran el camino principal, que unos años antes había sido asfaltado de nuevo, y los coches caros aparcados en la gran zona cubierta que en su momento había sido un granero. Caleb dejó su coche en el hueco de la derecha, como siempre, y cruzó el patio hacia el viejo porche de la casa principal, un edificio de tres pisos con altillo y sótano. Tenía más de doscientos años. Estaba seguro de que, en su momento, había sido una especie de mansión. Ahora solo era una casa en ruinas... por fuera.

Porque por dentro no le faltaba ningún lujo.

Abrió la puerta principal y cruzó el vestíbulo impecable. A su derecha tenía la sala de estar con un cuarto de baño y un estudio. A su izquierda, una gran cocina con su respectivo comedor. Si cruzabas la cocina y la bodega, encontrarías una puerta de madera que conducía a un sótano que prácticamente ninguno usaba. Todavía en el vestíbulo estaba el gran pasillo que cruzaba la casa hacia la puerta al patio trasero.

En los pisos superiores no había mucho más que habitaciones, algunas usadas y otras vacías. Unas pocas habían sido habilitadas como estudios por los habitantes de la casa. Otras todavía tenían los muebles viejos cubiertos con sábanas blancas y hacía años que ni siquiera se abrían. Caleb subió directamente al tercer piso. Ahí, solo había una habitación. La suya. La había escogido en el momento en que había llegado y nadie había protestado.

No tenía mucha decoración. De hecho, no tenía nada especial, pero le gustaba. Quizá el único inconveniente era que el techo era ligeramente más bajo que en las demás habitaciones, pero no le supuso un problema jamás. Le faltaba un metro para llegar a él.

El suelo era de madera y las paredes eran blancas. En una de ellas estaba la escalera que descendía hacia el piso inferior. Esa estaba vacía. En la pared que tenía a su lado, al inicio, estaba la puerta al cuarto de baño. En otra solo había una chimenea moderna con un armario a cada lado, situada delante de su cama. Al fondo, solo había ventanales.

Caleb se quitó la chaqueta y la camiseta. Dejó todo lo que tenía dentro de los bolsillos en la cama y se deshizo de la cinta con la pistola.

Estaba a punto de terminar de hacerlo cuando escuchó pasos subiendo las escaleras. Se detuvo y suspiró.

—Bex —la saludó, girándose.

Ella soltó una risita suave.

—El hombre que lo oye todo —murmuró, apoyándose en uno de los armarios con el hombro, de brazos cruzados—. Siempre me he preguntado si escuchas nuestras conversaciones cuando estás por casa.

—Intento no entrometerme en los asuntos de los demás.

—A no ser que te lo pidan.

—Exacto.

Eso había sonado tal y como quería; a enfado soportado durante unos días. Y contra ella y su hermano.

Bexley debió entenderlo, porque volvió a reírse.

—¿Estás enfadado porque usé mi habilidad con tu cachorrito?

Caleb la miró. No parecía muy arrepentida.

—Llegamos a un trato, ¿recuerdas? Hace ya unos cuantos años.

—Ese trato no tiene nada que ver con esto.

—El trato era no meterte en la cabeza de ninguno de nosotros sin nuestro permiso.

—¿Ella es uno de nosotros? —preguntó, incrédula—. ¿Desde cuándo? ¡Ni me he dado cuenta de que había venido a vivir aquí!

—No tiene gracia, Bex. Estoy a su cargo. Y no necesita que vayan hablándole de su futuro.

—No le he hablado de nada, Caleb. Solo lo he visto.

Hizo una pausa y sus labios pintados de negro se curvaron en una pequeña sonrisa.

—He visto... unas cuantas cosas muy interesantes —añadió.

—No quiero saberlas.

—¿Estás seguro? Tú aparecías en casi todas ellas.

Caleb se quedó quieto un momento antes de lanzar su camiseta dentro del cesto de ropa sucia.

Notaba la mirada de Bex en su espalda, pero no dijo nada. ¿Cómo demonios podía estar en el futuro de Victoria si iba a dejar de estar atado a ella en cuestión de poco tiempo? ¿Quizá había visto el futuro inmediato?

O quizá se lo estaba inventando. Aunque, sinceramente, dudaba que Bex jugara con eso.

—¿Y bien? —preguntó ella, jugando con uno de los múltiples anillos que llevaba puestos.

—¿Qué?

—¿Quieres saberlo o no?

—No me interesa saber nada del futuro de nadie.

Bex pareció quedarse pensativa por unos segundos. Lo siguió con la mirada mientras Caleb se sentaba en la cama.

—Realmente te da miedo conocer el futuro, ¿no? —preguntó ella, ladeando la cabeza.

—El futuro debería ser desconocido para todo el mundo, Bex.

—¿Por eso ni siquiera quisiste saber qué vi en el tuyo?

Caleb apretó los dientes, pero no dijo nada.

Habían pasado muchos años, pero seguía recordando a Bex sujetándole la cara, centrándose, y sus ojos volviéndose completamente negros.

Pero, lo que más recordaba... era la parte en que ella se había apartado bruscamente, había mirado a Axel y a Iver, perdida y pálida... y se había encerrado en su habitación durante un día entero.

Caleb nunca había querido saber qué había visto. Ni siquiera cuando ella se recuperó y le preguntó si quería saberlo.

Fuera lo que fuera, no era algo que fuera a alegrarle. No quería saberlo.

—¿Te gustaría que te dijeran el tuyo? —preguntó él directamente.

Bex esbozó media sonrisa.

—Claro que no. No lo permitiría. He visto a demasiada gente desesperarse por conocer el suyo.

—Nadie quiere saberlo realmente.

—No —Bex apartó la mirada un momento, incómoda, antes de volverse hacia él de nuevo—. Caleb... ¿puedo preguntarte algo?

Si algo no era Bexley, era tímida. Caleb la miró al instante, confuso.

—¿El qué?

—Tú y esa chica...

Hizo una pausa, apretando los labios como si no supiera qué decir.

—Se llama Victoria —aclaró él en voz baja.

Ella lo ignoró. Parecía más centrada en buscar las palabras adecuadas.

Finalmente, lo miro con el cuerpo entero muy tenso.

—Caleb... necesito que  me prometas que no incumplirás la cuarta regla con ella.

Él enarcó una ceja, todavía más confuso que antes.

¿La cuarta regla? Era la de no salir de la ciudad. ¿Qué tenía eso que ver con Victoria?

—Promételo —insistió Bexley.

—No hace falta que te prometa eso —murmuró Caleb, poniéndose de pie—. Es una tontería.

Ella no pareció tan convencida cuando siguió mirándolo. De hecho, parecía casi lastimera.

—¿Qué? —preguntó Caleb.

—Nada —Bexley sacudió la cabeza—. Yo... nada.

—No quiero saber lo que viste en su futuro, Bex.

—No —ella le dedicó una pequeña sonrisa triste—. Realmente no quieres saberlo.

Y, tras mirarlo de la misma forma durante unos pocos segundos más, lo dejó solo en la habitación.


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