Capítulo 4


Mini-maratón 1/2


Caleb

En cuanto abrió la puerta de su casa, ya supo que los dos pesados estaban esperándolo.

Efectivamente, una mano con las uñas pintadas de negro cerró la puerta por Caleb mientras alguien se cruzaba de brazos delante de él.

—Bueno —el de brazos cruzados—, creo que alguien nos debe una explicación.

Caleb intercambió una mirada entre ambos, que asintieron con la cabeza a la vez.

Eran sus compañeros de casa... y su peor pesadilla.

Iver y Bexley. Más conocidos —por él— como los mellizos pesados que le amargaban la existencia.

Había vivido con ellos durante más años que con Sawyer, pero seguía sin acostumbrarse demasiado bien a eso de tener a alguien controlando lo que hacía. Especialmente a esos dos, que el día que no se estaban peleando estaban destrozando cosas de la casa por aburrimiento.

Caleb puso los ojos en blanco cuando Bexley se le acercó por detrás y le olisqueó el cuello de la camiseta.

—Mhm... ¿eso es perfume de chica? —preguntó ella con una sonrisa maliciosa.

—El del buen olfato soy yo —le recordó Caleb, molesto.

—¿Qué es eso? —Iver dio un paso hacia él—. Te noto... molesto. ¿Que te molesta tanto, Caleb?

—Tú. Y tu hermana.

Caleb lo apartó y fue directamente a las escaleras, pero ellos no se dieron por vencidos ni cuando empezó a subir escalones hacia su habitación. Se detuvo con uno a cada lado, ambos sonriendo maliciosamente.

—¿Vais a dejarme en paz? —protestó.

—Es que tenemos curiosidad —sonrió Bexley.

—Hueles a chica, vienes tarde, tienes pintalabios en la mandíbula... ¿hay algo que no nos hayas contado?

Caleb estuvo a punto de limpiarse la mandíbula al instante, pero se detuvo cuando se acordó de que Victoria no se había puesto pintalabios. Era una trampa. 

—Buen intento —murmuró.

Iver entrecerró los ojos, pero no insistió.

—Tenemos dos teorías —dijo Bex, sin embargo.

—Una... —continuó Iver.

—...tienes novia...

—...que es improbable.

—Dos... 

—...que estás metido en un trabajo del cual no nos has informado...

—...que es muy probable.

—Tres: son imaginaciones vuestras —Caleb les dirigió una mirada molesta—. Dejadme en paz.

—¿Es un trabajo? —insistió Iver, curioso—. ¡Vamos, nosotros te lo contamos todo, desagradecido!

—No le contamos nada —murmuró Bexley, que soltó una protesta cuando su hermano le dio un codazo—. ¿Quieres que te parta la cara, imbécil?

—¿Crees que puedes intentarlo, niñita?

—¿Niñita? Todavía puedo hacerte llorar sin siquiera parpadear, capullo. Ven aquí.

Empezaron a pelearse entre ellos mientras Caleb terminaba de subir las escaleras. Incluso cuando llegó a su habitación, que estaba en la parte superior de la casa —un tercer piso—, siguió escuchando los gruñidos y los empujones. Todo terminó cuando escuchó el ruido de algo rompiéndose y a Iver amenazando con contárselo todo a Sawyer.

Y no, no tenían diez años. Tenían su misma edad.

Caleb se sintió aliviado de llegar a su habitación. Aprovechó para agachar la cabeza y oler su camiseta. Era cierto que olía a ella. Y no estaba seguro de si le gustaba o lo detestaba. Al final, decidió que lo mejor era cambiarse de ropa.

Por mucho que no fuera estrictamente necesario, esa noche se había ganado unas cuantas horas de sueño.


Victoria

Miau.

Mantuvo la cara contra la almohada, intentando volver a dormirse.

Miaaau.

Victoria lo ignoró categóricamente, centrada solo en intentar dormirse otra ve...

MIAAAAAAU.

—¡Cállate ya, gato bigotudo!

MIAU.

—¡Ya sé que no tienes comida, espérate!

MIAU MIAU.

—¡Que te esperes o...!

MIAAAAU.

Victoria se giró en seco y le lanzó la almohada al pobre Bigotitos, que salió corriendo por el pasillo como alma que lleva el diablo.

Pero... ¿qué le había dado Margo? ¿Cómo podía dolerte tanto todo el cuerpo?

Se miró a sí misma. Llevaba el pijama puesto. No recordaba habérselo puesto. Ni siquiera recordaba del todo haber llegado a casa. ¿La había traído Margo? No. Imposible. Quizá el chico ese tan pesado que había intentado ligar con ella tantas veces... no. No había sido él. Nunca le habría dicho dónde vivía. Ni siquiera borracha.

Entonces, ¿qué? ¿Había vuelto sola?

Bueno, mejor para ella.

Fue a darle la comida al gato pesado y volvió a dejarse caer en la cama antes de estirarse felizmente. Al menos, se lo había pasado bien. Ya era algo. Después de lo de Jamie, lo había necesitado. No había ligado, pero al menos...

Al menos...

No.

Algo... algo no iba bien.

No había vuelto sola.

Se puso de pie con los ojos entrecerrados y fue directa al cuarto de baño sin saber muy bien por qué. Si había algo en lo que pudiera saber si alguien había estado ahí, era con su organización perfecta.

Victoria tenía muchas manías, y una de ellas era que, en su desorden, ella encontraba la paz. Siempre dejaba el cepillo de dientes en la misma posición, la esponja en la misma inclinación y el mando de la televisión en el mismo lugar. Siempre. Si no lo hacía, se ponía de los nervios.

¿Y por qué el cepillo de dientes estaba de una forma que sabía que ella jamás habría puesto?

—¿Tú viste algo? —le preguntó a Bigotitos.

El gato la miró con rencor desde la puerta antes de ir de nuevo al salón, dándole la espalda.

Victoria volvió a la habitación, intrigada, y se quedó mirando a su alrededor. No había nada que le indicara que había habido alguien ahí. Solo el cepillo de dientes. Y fácilmente lo habría podido descolocar ella al lavárselos, borracha y colocada. 

Quizá no la había traído nadie, después de todo.

Pero... no. Algo no encajaba.

Y ese algo era el libro de su estantería. El que siempre dejaba algo más sacado que los demás por manía. 

Estaba bien colocado. Y eso no lo había hecho ella, ni siquiera estando borracha.

Y, como si de un rayo se tratara, la imagen de dos ojos negros le vino a la mente al instante.

Ojos negros... ¿era... el del bar?

Oh, no.

Se quedó paralizada en su lugar.

¡¿El del bar la había traído a casa?! ¡¿El loco ese?!

¿La estaba siguiendo? ¿Quería matarla? ¿Por qué no lo había hecho la noche anterior, aprovechando que estaba borracha?

¿Y si quería hacerle daño por algo de Andrew? ¿Y si se había arrepentido de haber dejado que se fuera?

Lo único que estaba claro... es que la estaba siguiendo. Tenía que asegurarse de ello.

Y Victoria tenía sus formas de conseguirlo.


Caleb

Victoria estaba distraída ese día, pero no podía culparla. Seguro que la resaca que tenía era preciosa.

El problema era que iba a llegar tarde a trabajar. Pero, claro, Caleb no podía hacer nada al respecto. Bastante se había arriesgado la noche anterior al llevarla a casa.

Al menos, no parecía acordarse de él.

Mejor. Un problema menos para ambos.

Bajó las escaleras de incendios cuando la chica salió de casa y se quedó esperando al otro lado de la calle a que ella saliera del edificio. Lo hizo unos pocos segundos más tarde. Seguía pareciendo distraída cuando se encaminó hacia el trabajo.

También lo parecía cuando llegó. Caleb se apoyó en la pared del edificio que había frente a su bar y apretó los labios cuando vio que, en su turno, se le caían dos bebidas al suelo. Al menos, sus compañeras la ayudaron a recogerlas.

¿Qué demonios le pasaba?


Victoria

Había tenido la sensación de una mirada clavada en su espalda durante todo el tiempo. ¡Y sabía que era él! ¡Lo sabía! 

Intentó mirar a su alrededor disimuladamente varias veces, pero no sirvió de nada. No lo vio. Y, aún así, sabía que era él.

¡Lo sabía! ¿Vale? No estaba loca.

—¡Vic!

Dio un respingo y levantó la cabeza. Daniela le hacía gestos hacia su jefe, que estaba esperando en la puerta de su despacho. Al parecer, la había estado llamando por un rato, pero no se había enterado.

Bueno, ese día no se estaba enterando de nada. Ya le habían caído dos bebidas al suelo. Seguro que quería regañarla.

Victoria se apresuró a terminar de limpiar la mesa en la que estaba antes de ir hacia él y entrar en su despacho. Escuchó que cerraba la puerta a su espalda y se sentó automáticamente en la silla. Andrew volvió a apoyarse en la mesa, justo delante de ella.

La verdad es que Victoria no se sentía tan amenazada por Andrew ahora que estaba tan... ejem... demacrado.

Es decir... estaba horrible. 

Tenía el puente de la nariz azul y morado, al igual que la parte de abajo de uno de los ojos. Por no hablar del brazo. Lo tenía enyesado desde el codo hasta los dedos. Era un poco raro ver cómo intentaba fumar con ese brazo de todas formas. 

Victoria estaba segura de que tenía cenizas dentro del yeso.

—Siento lo de las dos bebidas —dijo apresuradamente. Quería volver al bar para ver si pillaba al loco de los ojos negros y podía lanzarle algo a la cabeza para que la dejara en paz—. Hoy estoy un poco... mhm... descentrada y...

—Oh, no te preocupes por las bebidas, dulzura. Te las descontaré de tu sueldo y ya está.

Victoria no dijo nada, pero realmente se quedó con las ganas de lanzarle algo a la cabeza a él también.

—Bueno —Andrew se acercó un poco más—. Quería hablar contigo de la otra noche. Ya sabes... esa noche.

—Ah...

Ella apretó los labios, nerviosa, antes de volver a mirarlo.

—No hay necesidad de...

—No, escúchame.

Victoria no se apartó cuando le puso una mano en la curva del cuello. Odiaba que la tocara constantemente —aunque la verdad es que lo hacía con todas las camareras— y había llegado a un punto en el que simplemente esperaba que se cansara de hacerlo. Era mejor que discutir con él, eso seguro.

Discutir con Andrew era como discutir con un muro. Tenían el mismo cerebro.

Andrew suspiró y le sonrió un poco.

—Los que vinieron... mhm... eran unos amigos míos con los que ya no me llevo bien.

—¿No eran cobrad...?

—Sht. Déjame terminar, dulzura. La cosa es que... mhm... no estaría bien que fueras contando por ahí lo que pasó, ¿sabes? Podría ser peligroso.

Victoria se quedó pasmada, mirándolo. ¿Se estaba preocupando por su bienestar? ¿Andrew? ¿De verdad?

—No quiero que vuelvan a por mí —añadió él.

Vale, no, solo se preocupaba de salvar su propio trasero.

—No diré nada —aseguró ella.

—Bien —Andrew suspiró—. Entonces, puedes irte. No hace falta que ayudes a cerrar esta noche.

—¿Seguro? No me importa...

—Vete ya, dulzura. O vas a terminar rompiéndome medio local.

Eso último no había sonado tan cariñoso, así que Victoria se apresuró a salir de su despacho.

No tardó en despedirse de Margo y Daniela para salir del bar. Seguía teniendo la sensación de que alguien la observaba y no sabía explicarlo muy bien, pero se encaminó hacia casa de todas formas, mirando la carretera para ver si encontraba algún tipo de vehículo que la siguiera o algo así. No hubo nada.

Pero estaba ahí, lo sabía.

Hora de empezar el plan.


Caleb

¿Qué demonios estaba haciendo?

Victoria ya había salido del bar, pero no había ido directa a casa. Se había detenido en seco por el camino y había entrado en un callejón. Un callejón que a Caleb no le gustó nada.

Aceleró el paso y decidió arriesgarse y acercarse un poco, solo por si sucedía algo. Era una inconsciente. 

¿No veía que ir por ahí de noche, sola, era peligroso? Podía seguirla cualquier desconocido y...

Ejem... vale. No era el más indicado para quejarse de eso.

Negó con la cabeza y siguió el olor a lavanda hasta que la vio al final del callejón, girando hacia la derecha y... entrando en una casa.

—¿Qué...? —musitó en voz baja.

Caleb aceleró de nuevo y miró la casa en la que había entrado. Tenía un aspecto demacrado, viejo y lleno de humedades. Tenía tres pisos. El último ni siquiera tenía tejado y estaba derrumbado por un lado. Un desastre.

Una casa abandonada.

La pregunta era... ¿qué quería la chica que estuviera ahí dentro?

Caleb agudizó los sentidos y escuchó sus pasos dentro de la casa. Estaba subiendo unas escaleras. Se acercó a la puerta principal. Estaba empujada. Terminó de abrirla sin hacer ruido y vio los tobillos de la chica desapareciendo en el piso superior. 

No había nadie más ahí. ¿Qué estaba haciendo?

Caleb se quedó en el piso de abajo durante unos minutos, escuchando, pero empezó a impacientarse cuando no oyó ni un solo movimiento. Era como si la chica hubiera desaparecido, pero seguía sintiendo su olor. Revisó todo el piso de abajo mientras ella hacía lo que tuviera que hacer. No había nadie.

Al final, decidió que ya era hora de subir a ver qué pasaba.

Subió las escaleras esquivando el escalón que había crujido con ella y se quedó de pie al inicio de un pasillo viejo. ¿Cómo había podido ver ella en la oscuridad? Caleb podía, pero él jugaba con ventaja. 

Lo revisó entero y miró las puertas. Todas cerradas... menos una.

Se acercó sin hacer un solo ruido y se apoyó en la pared a su lado. Intentó mirar por la rendija, pero no vio nada. Intentó escuchar, pero no oyó nada. Empezó a irritarse. ¿Qué demonios estaba haciendo?

Se inclinó para abrir un poco más la puerta y...

Parpadeó cuando captó un movimiento por el rabillo del ojo. Se giró instintivamente y lo hizo justo a tiempo para que un bolso se estampara en la pared y no en su cabeza. 

¿Que demonios...?

Cuando vio un puño dirigido a su mandíbula, frunció el ceño e hizo lo que le habían enseñado; se defendió.

Dobló a Victoria para que perdiera el equilibrio y la dejó tumbada en el suelo. Al instante en que sintió picor en la mejilla, supo que le había dado una bofetada. Una bastante fuerte. 

Le sujetó la mano por encima de la cabeza. Atrapó la otra justo después de recibir un puñetazo y también la sujetó justo al lado de su cabeza, quedándose de rodillas encima de ella.

Madre mía, ¿cómo podía tener tanta fuerza bruta siendo tan pequeñita?

¡Si hasta le dolía la mandíbula!

Victoria estaba mirándolo fijamente, furiosa, hiperventilando. Su pecho subía y bajaba a toda velocidad. Por no hablar de su corazón.

Cuando Caleb la tuvo asegurada y quieta, pudo centrarse de nuevo.

Y solo le vino una pregunta a la cabeza:

—¿Has terminado tus tonterías?

¿De verdad se había creído que podía tirarlo al suelo?

Ella abrió mucho los ojos, indignada, antes de intentar sacudirse lejos de él. Está claro que no lo consiguió. Pareció todavía más enfadada cuando volvió a retenerla.

—¿Qué haces? —Caleb enarcó una ceja.

—¿Yo? —ella pareció incrédula cuando intentó soltarse—. ¡Dímelo tú, acosador! ¿Me estabas siguiendo?

—Pues sí.

—¡Ni se te ocurra mentirme, porque voy a...! 

—Te he dicho que sí.

Ella dejó de protestar por un momento, mirándolo como si fuera un bicho raro.

—¿Eh?

—Que sí. Te estaba siguiendo.

Caleb habría deseado poder enmarcar su cara de estupefacción.

—¿Cómo que sí?

—¿Tengo que volver a decírtelo? Ya va a ser la cuarta vez.

—¿Q-qué...? ¡¿Y me lo dices tan tranquilo?!

—Sí.

De nuevo, ella pareció no saber qué decir. Intentó retorcerse y él suspiró al volver a colocarle las manos por encima de la cabeza sin demasiado esfuerzo.

Vale, ya tenía algo que añadir a su informe sobre ella; era una testaruda.


Victoria

¡No se lo podía creer! ¡No solo la seguía, la bloqueaba y la retenía contra el suelo, ahora encima tenía la desvergüenza de estar aburrido mientras ella peleaba por liberarse!

—¡Suéltame! —exigió, histérica.

—Cálmate. El latido de tu corazón me está empezando a poner nervioso.

—¿Mi... qué...?

—El latido de tu corazón. ¿Sabes lo que es un corazón? Eso que bombea en tu pecho.

—¡Sé lo que es un corazón!

—Entonces, ¿para qué preguntas?

Victoria frunció el ceño, entre perpleja e indignada.

—Pero ¿tú qué eres? ¿Un loco? ¿Un perturbado?

—¿Un pertur... qué?

—¿Qué demonios quieres de mí? ¿Por qué me sigues?

De pronto, Victoria dejó de luchar. Sintió que una oleada de terror la invadía por dentro.

—¿V-vas a matarme? ¿Ya te has arrepentido de haber dejado que me fuera? ¿Es eso?

Él la miró con el ceño fruncido, como su respuesta fuera a ser muy obvia.

—Si quisiera matarte, no estaríamos teniendo esta conversación. Estarías muerta.

—Ah, bueno, me dejas mucho más tranquila...

—Me alegro.

—¡Era sarcasmo, imbécil!

Él volvió a colocarla con toda la tranquilidad del mundo cuando intentó apartarse. Victoria estaba a punto de empezar a lloriquear de frustración.

—¿Y qué se supone que quieres? ¿Robarme?

Él negó con la cabeza como si eso fuera absurdo.

Victoria estaba empezando a sentirse estúpida, y no le gustaba esa sensación. De hecho, solo aumentaba las ganas de darle un puñetazo. Otro más. Todavía le dolían los nudillos por el último. Y él ni siquiera había parpadeado al recibirlo.

La verdad es que la bofetada también la había dejado más satisfecha de lo que debería. Igual también le daba otra de esas.

—¿Y bien? —insistió, mirándolo—. ¿Vas a decirme algo o vas a tenerme aquí todo el día?

—Eso depende. ¿Vas a quedarte quieta si te suelto?

—Puede.

—Si no lo haces, no tengo ningún problema en volver a colocarte.

—Pues arriésgate a soltarme.

Él pareció pensarlo un momento antes de soltarle las muñecas. Cuando las tuvo libres, Victoria se las frotó con mala cara. Él seguía teniendo las manos apoyadas junto a su cabeza.

Y vio su oportunidad de oro.

Dobló la pierna y le clavó la rodilla con todas sus fuerzas... justo en sus zonas nobles.


Caleb

Se dobló sobre sí mismo al instante, dolorido, y sintió que ella lo empujaba hasta quedar tumbado en el suelo. Ni siquiera había tenido tiempo para reaccionar cuando sintió que se sentaba encima de su estómago.

Frunció el ceño e intentó incorporarse, pero se detuvo en cuanto vio algo agitándose delante de su cara.

—¿Qué...?

—Es spray pimienta, capullo. Quédate quietecito o te enchufo.

Caleb no supo muy bien si echarse a reír o abrir la boca, sorprendido. ¿En qué momento había terminado ella encima de é?

Bajó las manos a ambos lados de su cabeza y ella pareció calmarse, pero no le quitó el dichoso spray de delante de la cara. Caleb agudizó el oído. Seguía nerviosa. Podría aprovecharse de eso en algún momento. Tenía las piernas dobladas y estaba torpemente sentada en su estómago. Un solo empujón en la cadera y se la quitaría de encima. Tampoco tenía pinta de pesar demasiado.

Aunque... la verdad es que no era tan desagradable tenerla ahí sentada, así que se hizo el idiota por un rato, fingiendo que estaba inmovilizado.

Era mejor que creyera que tenía el control de la situación.


Victoria

¡Por fin tenía el control de la situación!

Victoria evitó sonreír triunfal tanto como pudo. Siguió apuntándolo cuando se dio cuenta de que su rodilla estaba rozando algo frío. Enarcó una ceja y, sin bajar la mano del spray, se apartó un poco para bajarle la cremallera de la chaqueta.

—Si querías empezar por ahí, solo tenías que decirlo.

Ella se detuvo un momento, avergonzada, antes de bajársela de un tirón que esperó que doliera.

—Silencio. Y no te muevas.

—Solo digo que podríamos habernos ahorrado todo lo de antes. Especialmente lo del puñetazo.

—Lo del puñetazo ha sido mi parte favorita.

—Mi parte favorita está empezando a ser esta.

—He dicho que te calles, ¿o no me has oído? ¿Un poco de spray pimienta haría que me oyeras mejor? ¿Eh?

Él puso los ojos en blanco y se acomodó, mirándola con una ceja enarcada.

Victoria tragó saliva cuando vio que debajo de su chaqueta, sobre una camiseta gris, una cinta negra y gruesa le cruzaba toda la cintura. Si quería encontrar qué la estaba molestando, tendría que meter la mano bajo su chaqueta.

Dudó y lo miró de reojo de nuevo. Él no parecía muy incómodo. Había apoyado la cabeza sobre las manos, como si estuviera tumbado plácidamente sobre una cama.

Al final, con los labios apretados, metió la mano libre bajo la chaqueta y se aclaró la garganta, acalorada, cuando siguió la línea de la cinta con los dedos. ¿Era cosa suya o la temperatura de la habitación había crecido considerablemente? Intentó no pensar en lo que estaba haciendo o lo nerviosa que estaba de repente.

Y lo consiguió cuando su mano rozó algo metálico y duro. Ni siquiera necesitó ver qué era para saberlo. Una pistola.

—Eh —de pronto, él ya no parecía tan tranquilo—. No toques eso.

—¿Por qué? ¿Te da miedo?

—Aparta la mano o te la apartaré yo.

Victoria sonrió y le sacó el dedo corazón antes de volver a meter la mano en su chaqueta.

Al instante en que rodeó la culata con los dedos, sintió que el imbécil se movía y apretó automáticamente el dedo del spray, pero de pronto apuntaba al techo porque él le estaba sujetando la muñeca. 

Intentó moverse y lo único que consiguió fue deslizarse hacia abajo por su estómago cuando él se sentó. Soltó un chillido bastante ridículo cuando estuvo a punto de caer de espaldas al suelo. Se sujetó en el último momento de su hombro.

Ni siquiera se permitió tiempo para analizar qué demonios estaba haciendo. Empezó a forcejear con él pese a que estaba claro que había un ganador seguro y enchufó el spray al aire unas cuantas veces.

Ya estaba jadeando cuando tuvo que contener la respiración porque el imbécil la tumbó contra el suelo, boca abajo. Notó que se le sentaba encima de la espalda, manteniendo así sus manos quietas. Victoria estiró el cuello e intentó moverse, pero era imposible. Soltó un gimoteo de frustración y dejó caer la mejilla contra el suelo, frustrada.

Al menos, esta vez él también estaba jadeando.

Apretó los labios cuando él apoyó una mano a cada lado de su cabeza y se inclinó para mirarla, con cuidado de que no pudiera moverse.

—¿Has tenido suficiente ahora? —preguntó, irritado.

Vale, igual lo de irritarlo no era una gran idea teniendo en cuenta la situación.

Además, ¿por qué hacía tanto calor ahí dentro? Estaba sudando. Y temblando a la vez. Y muy nerviosa. Tenía una bola de nervios en la parte baja del estómago que no había desaparecido desde que habían empezado a forcejear. ¿Eso era normal?

Quizá se había tragado el spray sin querer.

—¿Y bien? —insistió él.

Victoria no respondió. Apoyó la frente en el suelo con un golpe sordo, frustrada.


Caleb

Joder con la chica.

Hacía tiempo que no tenía que forcejear así con nadie. Ya casi no recordaba ni lo que era perder el aliento.

Siguió mirándola cuando ella apoyó la frente en el suelo, frustrada. Una oleada de lavanda le llegó a la nariz, pero se obligó a ignorarla.

—Sí —dijo ella en voz muy baja, irritada.

—Bien, pero ahora no te voy a soltar hasta que te calmes.

—¿Y cómo vas a saber...?

—Cuando tus latidos empiecen a ser regulares, te soltaré.

—¿Mis latidos? Pero ¿qué dices, zumbado?

Caleb la ignoró y se pasó una mano por la mandíbula. Ya le había dado otro puñetazo haciendo el tonto.

—Mira —la chica intentó girar el cuello para mirarlo, pero no pudo. De pronto, ya no parecía tan atrevida. De hecho, pareció casi vulnerable—, no sé qué demonios quieres de mí, pero... n-no... no tienes que hacer nada, ¿vale? No diré nada, si es lo que te preocupa.

—No puedo fiarme de eso.

—Así que es eso, ¿no? Por eso me sigues. Porque quieres asegurarte de que no digo nada.

—Sí.

No tenía sentido mentir.

—No lo haré —insistió ella—. Por favor, déjame en paz. No lo haré.

—No puedo dejarte en paz.

—¿Por qué no? ¡Hace días de eso y no he dicho nada a nadie! ¡Mi jefe me ha amenazado con despedirme si digo algo! ¿De verdad crees que voy a hacerlo?

Caleb supo que decía la verdad incluso sin poder verle la cara del todo.

—No tengo elección, chica.

—Sí la tienes. N-no... no diré nada. Lo juro.

—No es cuestión de que lo jures. Es cuestión de que tengo que seguir haciéndolo hasta que mi jefe me dé la orden de parar.

—¿Tu jefe...? ¿Y por qué quiere tu jefe...?

—Quiere que descubra algo malo de ti para poder usarlo en tu contra —le dijo directamente.

La chica se quedó perpleja.

—¿C-cómo? ¿De mí?

—He estado en tu casa.

—¡Entonces, sí que eras tú el que me llevó ahí anoche!

—Sí.

—¡¿Cómo puedes decirme todo eso tan... tan tranquilo?!

—No he robado nada, pero tenía que asegurarme de que no había nada que pudiera servirme.

Al menos, eso pareció calmarla un poco pese a la situación.

—¿Y encontraste algo? —preguntó, mirándolo de reojo.

—Nada. A parte de un gato imbécil.

—¡No llames imbécil a Bigotitos!

No se podía creer que la hubiera ofendido más un insulto al gato imbécil que haber entrado en su casa a escondidas.

Caleb la miró.

—¿Puedo soltarte o vamos a volver a esta posición, chica?

—Suéltame —masculló—. Y me llamo Vic, aunque seguro que eso también lo sabes.

Caleb se apartó y ella se incorporó torpemente hasta quedar sentada. 

Él apoyó la espalda en un lado del pasillo casi al instante en que ella se apoyaba en el otro, doblando las piernas hacia sí misma. Él la miró de arriba abajo antes de centrarse en su cara de resignación.

—Solo tienes que dejar que haga mi trabajo durante un tiempo más y podrás olvidarte de mí.

—¿Que te deje hacer...? ¡Básicamente me espías!

—Yo no espío. Solo observo.

—¡Que es lo mismo!

—¿Por qué te alteras? —entrecerró los ojos—. ¿Es que tienes algo que ocultar?

—¡No, pero quiero privacidad! ¿Y si tengo que camb...?

Se detuvo en seco, mirándolo fijamente.

—No me has espiado mientras me cambiaba o algo así, ¿verdad?

Caleb frunció el ceño, molesto.

—No.

Había estado a punto, pero no.

Ella pareció realmente aliviada. Se llevó una mano al corazón, incluso.

—Aún así —volvió al tema—, no puedo dejar que... que me sigas por todas partes. Es enfermo, ¿no te das cuenta?

—¿Te crees que yo estoy muy contento con ello?

—¿Y si te secuestrara? Podría atarte y dejarte aquí abandonado, ¿sabes?

—Entonces, mi jefe enviaría al otro chico del restaurante a seguirte. ¿Lo recuerdas? A Axel. El que le rompió un brazo a tu jefe.

Ella se encogió enseguida.

—¿E-ese...?

—¿Lo prefieres a él o a mí?

—A ti —dijo enseguida.

—Eso me parecía.

Hubo un momento de pausa. Ella se frotó las muñecas mientras Caleb se frotaba la mandíbula dolorida.



Victoria

Esperaba que el puñetazo hubiera dolido.

Especialmente cuando él volvió a centrarse en ella.

—Sigue con tu vida. Ni te darás cuenta de que estoy.

—¿Es que no te das cuenta de lo loco que suena eso?

—Vete a casa, chica. Olvídate de que existo.

—¡No puedo olvidarme de que me persigue un... un...! —se quedó mirándolo un momento—. ¿Qué eres? ¿Un matón?

Él pareció considerablemente ofendido por eso.

—No —le dijo secamente.

—¿Entonces...?

—Vete a casa, chica —repitió.

—No me llamo chica, me llamo Vic.

—Te llamas Victoria, no Vic.

—¡Pues llámame Victoria, o como sea! ¡Pero no chica! Pareces mi antiguo profesor de literatura. Me ponía de los nerv... espera, ¿yo qué hago contándote mi vida? ¡Deja de seguirme, no es una petición, es una orden!

Lo había dicho con toda su rabia interior, pero él no pareció muy indignado. De hecho, se limitó a volver a subirse la cremallera de la chaqueta con tranquilidad.

—¿Me has oído? —masculló Victoria.

—Sí.

—¿Y vas a dejar de seguirme?

—No.

—¡Venga ya!

—Sigo sin poder elegir.

—¿Y no puedes decirle a tu jefe que me estás siguiendo mientras te vas a... a hacer lo que sea que hagas para matar el tiempo?

—El tiempo no se mata. Es un ente incorpóreo.

Victoria lo observó por unos segundos.

—De todos los zumbados que podían tocarme para que me persiguieran... me ha tocado el peor.

—No soy el peor, créeme.

—¿Tu amiguito Axel es peor?

Él se detuvo un momento, mirándola fijamente.

—Axel no es mi amigo.

—Vale —Victoria le puso mala cara—. Sigue dándome tan igual como antes de saberlo. Quiero que no me sigas.

—Voy a seguir haciéndolo.

—¡Pues llamaré a la policía!

—Vale.

—¡Lo haré!

—Muy bien.

—¡Ahora mismo!

—Perfecto.

—¡Lo digo en serio!

—Y te creo.

—¡¿Por qué diablos sigues tan tranquilo?!

—Porque no vas a llamarla —se puso de pie—. Vuelve a casa y olvídate de que estoy aquí. No voy a interferir más en tu vida diaria si es lo que quieres.

Victoria se apresuró a ponerse también de pie cuando vio que él iba hacia las escaleras. No iba a dejar las cosas así. Ni de coña.

—¿Tienes órdenes de no intervenir? —preguntó, siguiéndolo escaleras abajo.

—Sí.

—Pero anoche lo hiciste.

—Sí.

—¿Por qué?

—Porque le vomitaste encima de un pesado y estuviste a punto de desmayarte sobre tu propio vómito. No me pareció muy ético dejarte ahí tirada.

—¿Y te verías obligado a intervenir de nuevo si volviera a meterme en un lío?

Él se detuvo antes de salir de la casa abandonada y la miró por encima del hombro.

—No vas a complicarme el trabajo, ¿verdad?

—Yo no hago nada. Solo pregunto. A lo mejor, si me meto en muuuuchos líos y no te ves capaz de mantenerte al margen deberías dejar este trabajo y...

—No voy a dejarlo. Mi jefe está por encima de todo —él frunció el ceño—. Y ahora vuelve a casa de una vez, Victoria.

Ella parpadeó varias veces hacia la puerta ahora abierta. Enfadada, quiso seguirlo. 

Pero él ya había desaparecido.


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