Capítulo 3
❤Mini-maratón 2/2❤
Caleb
Victoria había estado inquieta durante toda la tarde.
Había limpiado, había bajado a comprar comida —y había tenido que dejar un poco a la hora de pagar porque no traía suficiente dinero—, había hablado por teléfono con su casero y había estado leyendo en el sofá con el gato imbécil en el regazo. Le pasaba la mano por la cabeza y la espalda y el muy imbécil lo disfrutaba.
Caleb había descubierto que su casa era ridículamente vulnerable. Podía vigilarla desde la escalera de incendios, desde el marco de la ventana y desde dentro, incluso. Más de una vez se había quedado tras las puertas y ella ni siquiera se había dado cuenta.
Sin embargo, es vez prefirió no arriesgarse y se quedó en la escalera de incendios, fumando y sentado con la pared en la espalda y una de sus ventanas a cada lado. Todo el rato la escuchaba dando vueltas por la habitación y suspirando, frustrada. Podía oír el momento exacto en que se ponía un vestido y se lo quitaba. Incluso podía sentir cuándo se cambiaba de sujetador o bragas.
Y no miró en ningún momento.
Eso estaba empezando a ser una verdadera tortura.
Victoria
Un vestido negro era demasiado, ¿verdad?
Sí, era demasiado.
Se lo quitó otra vez, dejándolo caer en el montón donde tenía los demás. Agarró unos pantalones negros —los únicos que tenía— y tuvo que dar unos cuantos saltitos para que le entraran del todo. Después, siguió revisando el armario hasta que encontró su blusa de flores. Empezó a abrochársela.
Hacía mucho que no salía con sus amigas y estaba impaciente por hacerlo. Se ató las converse altas negras y dudó antes de decidir dejarse el pelo suelto.
Ya se había puesto un poco de maquillaje cuando llamaron a la puerta. Fue a abrir felizmente y tanto Margo como Daniela entraron. Margo iba vestida tan ajustada y guapa como siempre. Daniela era mucho más discreta e inocente. Victoria siempre estaba a medio camino entre las dos.
—Bueno —Margo la miró de arriba abajo—. ¿Estás lista?
—Dejadme acabar de pintarme los labios.
—Te esperamos aquí —dijo, dejándose caer en el sofá.
Daniela se había acercado a Bigotitos, que rumió de placer cuando le acarició la cabeza.
Victoria se metió en el cuarto de baño y terminó de maquillarse rápidamente. Después, fue a su habitación y metió lo indispensable en el bolso. Se acercó a la ventana para asegurarse de que estaba cerrada y...
Un momento.
¿Había algo en la escalera de incendios?
Pegó la nariz al cristal y la revisó con los ojos, pero no vio nada. Al final, se rindió y volvió al salón con las chicas.
Caleb
Él volvió a respirar cuando pudo despegarse de la pared. Por un momento, había estado seguro de que Victoria lo había visto.
Sin embargo, escuchó el ruido de sus zapatillas contrastando con los tacones de sus dos amigas cuando se marchó con ellas. Bajó la escalera de incendios y vio que ellas se subían a un coche que condujo la pelirroja alta del vestido ajustado como un calcetín. Bajó de un salto los metros que le faltaban de escaleras y se apresuró a subir a su coche.
Victoria
Ya llevaba una cerveza y media cuando empezó a animarse un poco. Se olvidó de Jamie, de su soltería, de Andrew, de atracos, de cobradores y de todo, y solo pudo centrarse en las anécdotas que contaba Margo, riendo a carcajadas. Incluso Daniela, que no bebió en absoluto, estaba pasándoselo bien.
Victoria echó una ojeada a su alrededor. Estaban en la barra de la discoteca, en una de las pocas zonas donde podían hablar sin que el ruido de la música fuera demasiado grande. Ya empezaba a tener calor de estar ahí dentro. Menos mal que se había puesto una blusa.
Caleb
Al menos, parecía estar pasándoselo bien.
Ella se reía a carcajadas con sus amigas. Ya habían bebido de sobra, pero no era nadie como para acercarse a detenerla. Siguió apoyado en el otro extremo de la barra, mirándola de reojo.
Nunca se había dado cuenta, pero cuando una persona reía o sonreía le cambiaba completamente la cara. Con Victoria funcionaba. Cuando estaba seria, siempre tenía aspecto distraído. En cambio, cuando estaba alegre, se le arrugaba ligeramente la nariz y se le achinaban los ojos.
Y es que Victoria no era, precisamente, poco atractiva. No era de ese tipo de belleza voluptuosa de las revistas, sino que más bien tenía ese tipo delicado que no podías notar hasta que prestabas atención. Y te dabas cuenta de que tenía la cara algo redonda, pero dos hoyuelos pequeños en las mejillas al sonreír. Tenía la boca pequeña, pero los labios en forma de corazón. Los ojos grandes, pero grises. Casi deseó que no se hubiera maquillado. Se veía mucho mejor sin esa mierda encima. Era como pintar sobre un cuadro ya terminado. Era imposible que mejorara.
Y seguía sin ser muy profesional pensar en eso, ¿verdad?
Bueno, de alguna forma tenía que pasar el tiempo mientras hacía de niñera.
Caleb suspiró y se acomodó mejor en la barra, pero sintió que sus hombros se tensaban cuando vio a un chico acercándose a él.
—Oye —le dijo, divertido—, ¿por qué no te acercas a ella?
Caleb enarcó una ceja. El chico hizo un ademán de darle una palmadita en el hombro, pero al final se lo pensó mejor y no lo hizo.
—Vamos, iba a acercarme a la morena del fondo, pero me he detenido al ver que la mirabas todo el rato. Deberías acercarte o se te adelantarán.
—Estoy bien aquí —le aseguró.
—¡No seas tímido! No estás tan mal. Es decir... eres un poco tenebroso, pero no estás mal. ¿Quieres que me acerque yo por ti?
—No.
—¿Seguro?
—Sí.
—Bueeeno, venga, ya lo haré yo. Me debes una.
Caleb dejó de estar tan tranquilo cuando el chico fue directo hacia el grupo del fondo. Hizo un ademán de agarrarlo, pero ya se había metido entre la gente.
Mierda.
Victoria
Margo dejó de hablar cuando miró por encima del hombro de Victoria, extrañada. Ella también lo hizo y le sorprendió un poco ver a un chico sonriéndole.
—¡Hola! —la saludó alegremente.
Victoria dejó la cerveza a un lado, confusa.
—Hola...
—Mira, no te conozco de nada. Pero le has gustado a un amigo mío.
Ella parpadeó, sorprendida. Ni siquiera lo había asumido cuando el chico señaló el otro extremo de la barra.
—¡Está justo ahí, en...! Espera, ¿dónde está?
Estaba claro que ahí no, porque no había nadie que les prestara demasiada atención.
Victoria repasó la zona con los ojos, pero no vio a nadie que mirara en su dirección. Por un momento, le había hecho ilusión que alguien se fijara en ella. Después de todo, había salido para quitarse el mal humor de que Jamie tuviera pareja y ella no.
—Es la peor excusa que he visto para empezar a hablar con alguien —comentó Margo.
—Sí —Daniela sonrió, divertida.
—¡No era una excusa! —aseguró el chico, ofendido—. ¡De verdad que estaba por ahí! Debe haber ido al baño o algo...
Victoria siguió mirando a su alrededor y estuvo a punto de girarse hacia sus amigas de nuevo, pero se detuvo en seco y, por impulso, se giró hacia la entrada de la discoteca.
Sin embargo, no había nadie. Qué raro.
Suspiró y volvió a centrarse en su cerveza, desanimada.
Caleb
Caleb salió de la entrada en cuanto estuvo seguro de que ella había vuelto a girarse.
¿Cómo demonios lo había encontrado tan fácilmente en medio de toda esa gente?
El idiota que había ido a hablar con ella ya se había distraído con otro grupo de chicas, así que no le preocupó mucho. Había estado cerca de que lo viera. Apartó a uno que bailaba delante de él y volvió a cruzar la discoteca hacia la barra. Tuvo que esquivar a una chica borracha que casi le tiró la bebida por encima y se disculpó unas cuantas veces con él.
Lo distrajo demasiado tiempo. Cuando llegó a la barra, no había rastro de Victoria. Soltó una maldición en voz baja y miró a su alrededor.
Por suerte, identificó enseguida el pelo rojo y llamativo de su amiga. Victoria caminaba a su lado. Y se estaban metiendo en el cuarto de baño.
Victoria
—Tampoco es para tanto.
Daniela negaba efusivamente con la cabeza. Casi se había quedado pálida cuando Margo había abierto el bolso y había sacado dos pequeñas pastillitas redondas.
—¡He dicho que no! —repitió Daniela—. ¡Se os ha ido la cabeza! ¡Eso son... drogas!
—Todo el mundo las consume, relájate.
—¡No, no todo el mundo lo hace! ¡Y no las necesitáis para pasarlo bien! Vic, por favor, dime que tú tampoco quieres tomarte eso.
Victoria miró la pastillita, dudando. Daniela soltó un suspiro exasperado y Margo aplaudió, encantada.
—¡Incluso Victoria se lo está pensando!
—Pues si vais a tomar eso, yo me voy —aseguró Daniela, ajustándose el bolso.
—Vamos, no seas así. No te las tomes si no quieres, pero...
—¡He dicho que me voy! Espero que lo penséis mejor antes de tomaros... eso. Me voy a casa.
Victoria vio que se marchaba, indignada, y se giró de nuevo hacia Margo. Había otras dos chicas al fondo del cuarto de baño haciendo cosas parecidas, pero Victoria nunca había tomado drogas. Ni siquiera marihuana. ¡Ni siquiera se había emborrachado demasiadas veces!
Quizá... por probar... no pasaba nada, ¿no?
—¿Qué es?
—Ni idea. Me las ha dado un amigo. Me ha asegurado que te suben el ánimo al instante.
—Pero... mhm... no me voy a morir ni nada de eso, ¿no?
—Oh, vamos, Vic. Si quieres, podemos partir una por la mitad y probamos.
—Mhm...
—Ven, voy a partirla.
Al final, tuvieron que usar unas llaves para conseguir cortar la pastillita en dos mitades. Victoria miró la que tenía en la palma de la mano, dubitativa, mientras Margo se metía la suya en la boca y se la bebía acompañada de su cerveza.
—¡Uuuuhhh! —exclamó felizmente antes de señalarla—. ¡Vamos, Vic!
Victoria suspiró, volvió a mirar la pastillita y finalmente se la metió en la boca junto con un poco de cerveza para tragársela.
Margo aplaudía con ganas cuando ella tragó con fuerza.
—¿A que es genial? —le preguntó.
—No... no sé. No siento nada que no sintiera antes.
—Espérate unos segundos.
—Sigo sin sen... sent... sin...
De pronto, no se acordó de lo que estaba diciendo. Miró a Margo, sorprendida, y vio que ella estaba riendo a carcajadas. Victoria sonrió sin saber muy bien qué estaba pasando.
—Vale, creo que... creo que ya voy notando... eh...
—¡Esto es genial! —Margo le pasó un brazo por encima de los hombros—. ¡Vamos a bailar!
Caleb
Eso ya no le estaba gustando.
No sabía qué se había tomado la chica, pero estaba claro que se había tomado algo, porque desde que había salido del cuarto de baño no había hecho nada más que bailar y dar saltos en la pista de baile con su amiga pelirroja. La otra había desaparecido.
Caleb apretó los labios cada vez que vio que se acercaba a un chico y empezaba a bailar restregándose contra él, pero ella enseguida los apartaba y volvía a bailar con su amiga. Parecía estar pasándoselo en grande. De hecho, estaba bailando con tanta intensidad que estaba sudando un poco y los mechones de pelo se le pegaban a la frente. Además, se había quitado un botón de la blusa y se le había caído una manga por el hombro, dejándolo a la vista. No pareció preocuparle mucho.
Tuvo la tentación de acercarse en cuanto vio que un chico intentaba meter la mano en esa blusa abierta, pero se contuvo en cuanto vio que lo apartaba ella solita. La señorita codazo sabía defenderse sola.
Además, no podía acercarse. No podía verlo.
Suspiró y se limitó a seguir mirándola.
Victoria
¡Nunca se lo había pasado tan bien!
No dejaba de saltar, bailar y cantar a gritos. Estaba tan feliz que no podía dejar de sonreír. ¡Incluso le dolían las mejillas! Y no podía hacer otra cosa que bailar con Margo, que parecía casi tan feliz como ella.
El corazón le iba a toda velocidad. Las luces parpadeaban. Los colores parecían más brillantes. Era una verdadera maravilla. Y no podía dejar de bailar, y dar saltos, y cantar, y reír...
No dejó de hacerlo cuando Margo encontró a dos chicos y salieron de la pista de baile con ellos en dirección a la barra. Victoria se tambaleaba cuando se apoyó en ella. Se sentía acalorada y sudada cuando el amigo del que se estaba besando con Margo le pasó un brazo por la cintura. Le dijo algo, pero no lo entendió. Solo podía ver su boca moverse y reírse a carcajadas de él. ¿Por qué su cara era tan graciosa?
Quiso decírselo a Margo pero ella ya estaba ocupada besándose con el otro chico. Victoria volvió a mirar al que estaba con ella y notó que intentaba pegarla a él para decirle algo, pero lo apartó, riendo.
Caleb
Un intento más de ese idiota de acercarla e iba a ir él mismo a apartarlo.
¿Es que no entendía un no?
¿No veía que Victoria lo había apartado ya tres veces? ¿Por qué tenía que seguir insistiendo? Caleb apretó los labios, molesto.
Victoria
El amigo estaba empezando a ser pesado y ella estaba empezando a sentirse mareada, así que decidió apartarse ella misma en lugar de empujarlo otra vez. Notó que el chico intentaba agarrarla del brazo y esta vez lo apartó sin reír, algo molesta.
¿Es que no entendía un no?
Se tambaleó hacia la salida. Necesitaba aire fresco. De pronto, la cabeza la dolía y le daba vueltas. Y necesitaba estar un momento a solas. Porque sabía que iba a vomitar en algún momento. Era mejor no hacerlo dentro de una discoteca llena de gente.
Solo supo que había llegado fuera porque una oleada de aire frío hizo que se sintiera un poco mejor, pero la calle daba vueltas ante sus ojos, y las voces y la música parecían venir desde el final de un largo pasillo. Era como si estuviera viéndolo todo desde una realidad paralela.
Y como si fuera a vomitar. Oh, iba a hacerlo pronto.
—¿Dónde vas?
Oh, no. El pesado.
Cuando notó que la sujetaba de la muñeca, empezó a considerar darle un puñetazo para que entendiera de una vez que no quería nada con él.
Pero no. Consiguió que lo entendiera de una forma mucho más persuasiva.
Le vomitó encima.
Caleb
Se quedó parado en la entrada de la discoteca, sorprendido, cuando escuchó la palabrota del imbécil al que había ido a matar. Se giró al instante hacia la derecha y estuvo a punto de sonreír.
Victoria le había vomitado encima.
Pobre inútil.
El chico se apartó, asqueado, con la mancha de vómito en los pantalones. Victoria intentó apoyarse en él al perder el equilibrio, pero el chico ya se había marchado, asqueado. Ella trastrabilló hacia delante y consiguió de milagro no caerse al suelo, encima de su propio vómito.
Caleb sabía que no tendría tanta suerte la próxima vez. Se acercó sin siquiera pensar en lo que hacía.
El chico ya había desaparecido cuando llegó junto a Victoria. Ella estaba de rodillas en el suelo. Caleb se acercó y la sujetó del brazo para ayudarla a ponerse de pie, pero se detuvo cuando vio que le venía otra arcada. Suspiró y le sujetó el pelo con una mano. Un segundo más tarde, ella volvió a vomitar.
El mejor trabajo del mundo.
Victoria
Ya ni siquiera sabía dónde estaba. Solo sabía que tenía el sabor a vómito en la boca y que estaba completa y absolutamente mareada.
Parpadeó varias veces cuando notó que alguien tiraba de debajo de sus hombros para ponerla de pie. Miró a un lado. Estaban junto a la discoteca. Le pitaban los tímpanos y apenas podía sentir los músculos. Era como si fueran gelatina.
Reaccionó por fin cuando alguien le giró la cara sujetándola de las mejillas con una mano. Parpadeó varias veces para enfocar y vio una cara extrañamente conocida delante de ella. Supo que le estaba diciendo algo, pero no le importó. Solo pudo centrarse en sus ojos. Negros.
—Yo te conozco —murmuró, arrastrando cada sílaba—. Te... te he visto antes, ¿verdad?
El chico suspiró.
—¿Has terminado de vomitar o no?
Victoria intentó encogerse de hombros, pero realmente no sentía ninguna parte de su cuerpo.
—Creo que sí, tampoco me queda nada en el estómago...
—Genial. Hora de ir a casa.
Ella soltó una risita cuando tiró de su brazo para que se pusiera a andar y perdió el equilibrio. El chico debía tener muy buenos reflejos, porque ni siquiera llegó a sentir que se caía antes de que la sujetara otra vez.
—Vas a tener que llevarme en brazos, Romeo —dijo con una risita.
El chico pareció realmente molesto, pero debió pensar lo mismo que ella. Victoria vio que se agachaba delante de ella y, en menos de unos pocos segundos ya estaba colgada de su hombro, boca abajo. Miró a su alrededor, divertida.
—¡Yuuupiiii!
Caleb
Y pensar que no iba a cobrar nada por todo eso...
Por un momento, pensó que alguien podía llegar a la conclusión de que estaba secuestrando a Victoria o algo así, pero cada vez que se cruzaban con alguien ella empezaba a reírse y a decir que por fin había reencontrado a su novio perdido, así que dejó de preocuparle enseguida.
Caleb no se detuvo hasta que llegó a su coche. Ella seguía canturreando encima de su hombro. Apenas pesaba nada. Era ridículo. Necesitaba comer más. Abrió la puerta del copiloto y bajó a la chica lentamente para que no se cayera al suelo. En cuanto la tuvo de pie, ella se pasó una mano por la cara. Tenía los ojos cerrados.
—Jo, igual no debería haberme tomado eso —murmuró.
—¿Tú crees?
—Ooooh, ya empezamos con sarcasmo —abrió un ojo para mirarlo—. Me caes bien. A mí también me gusta el sarcasmo.
Caleb la ignoró y la metió en el coche. Tardó un minuto entero en tenerla sentada correctamente.
—No sé ni qué me he tomado —añadió ella cuando Caleb se estiró para alcanzar el cinturón—. Pero al principio estaba bien, ¿sabes? Era guay. ¿Alguna vez te has...?
—MDMA —dijo él en voz baja.
Victoria abrió los ojos y lo miró, extrañada.
—¿Eh?
—Que lo que te has tomado era MDMA. Éxtasis. Apestas a él.
Ella siguió pareciendo sorprendida mientras le abrochaba el cinturón.
—¿Y tú qué eres? ¿Un X-men?
Caleb la ignoró y cerró su puerta. Enseguida subió al asiento del piloto y arrancó el coche. Victoria intentaba acomodarse y mirarlo patosamente en su lugar.
—Oye, yo te conozco, ¿verdad? Yo te he visto antes.
—No, no lo has hecho. Duérmete un rato.
—No tengo sueño. Tengo ganas de hablar.
—Pues qué alegría.
—¿Verdad que sí? No pareces muy hablador, pero no pasa nada. Ya hablo yo por los dos.
Caleb se incorporó en la carretera mientras notaba que ella seguía removiéndose en el asiento de al lado. Estuvo a punto de poner los ojos en blanco cuando por fin pareció encontrar la postura que quería, que fue con la cabeza en su hombro, mirándolo fijamente.
—Eres muy guapo, ¿eh? —soltó una risita.
Caleb no respondió.
—Y muy antipático, pero bueno, no pasa nada. Te lo perdono. Al menos eres guapo. Hay gente que no tiene ni eso.
—Muchas gracias —ironizó.
—A ver... tengo que acordarme de ti. Mhm... ¿cómo te llamas?
—No es problema tuyo.
—¡Oh, vamos, no seas así! Yo me llamo...
—...Victoria, sí, lo sé.
—¿Ves como me conoces?
Ella soltó otra risita. Esta vez triunfal. Caleb estuvo a punto de estampar la frente contra el volante cuando repitió la dichosa pregunta.
—¿Cómo te llamas?
Él suspiró.
—Caleb —dijo finalmente.
—Caleb —repitió—. Mhm... ¿cuántos años tienes?
—Veintitrés.
—Preciosa edad, Calebsito.
—No me llames así.
—¿Tienes novia?
—No.
—Yo podría ser tu novia.
—No me conoces.
—¿Y para qué te crees que te pregunto?
—No lo sé, pero podrías callarte un rato.
—No, gracias. ¿Tienes novio? ¿Marido? ¿Esposa? ¿Hijos? ¿Perro? ¿Gato? ¿Cobaya?
—No tengo nada.
—Pues yo tengo un gato. Se llama Bigotitos. Es un poco amargado, desagradecido y malcriado, pero lo quiero mucho.
—Me alegro.
—¿Tú no tienes nada? ¿Que hay de amigos? ¿Tienes amigos?
—Algo así.
—¿Vives con ellos?
—Con dos de ellos, sí.
—¿Cómo se llam...?
—¿Puedes dormirte un rato?
—No.
Y soltó otra risita.
Iba a ser un viaje largo. Muy largo.
Victoria soltó otra risita molesta cuando Caleb giró en una rotonda y ella pudo apoyarse mejor en él. Todavía tenía la cabeza en su hombro.
—Entonces, estás soltero.
—Sí.
—Yo también.
—Muy bien.
—Igual es una señal de que deberíamos dejar de estar solteros juntitos.
Él suspiró y encendió la radio. En cuanto Victoria hizo otro ademán de hablar, subió el volumen. Al final, ella se entretuvo canturreando las canciones de la radio y se olvidó de él.
El siguiente reto se presentó cuando llegaron al edificio viejo donde ella vivía. Caleb intentó ayudarla a ponerse de pie, pero pareció que ella ya tenía una idea bastante clara de cómo quería ir. Le rodeó el cuello con los brazos y dio un saltito. A Caleb no le quedó más remedio que sujetarla por la espalda y por debajo de las rodillas.
—Así está mejor —sonrió ella inocentemente.
Él apretó los labios y la llevó al edificio. No tardaron en llegar a su puerta mientras ella seguía canturreando felizmente. La dejó por fin en el suelo y Victoria se tambaleó, rebuscando en su bolso. Se le cayó al suelo y empezó a reírse. Al final, tuvo que abrir Caleb.
El gato imbécil los juzgó desde el sillón cuando él la condujo al cuarto de baño. Victoria se sentó encima de la encimera, suspirando, e hizo un ademán de agarrar su cepillo de dientes. Estaba claro en el quinto intento de ponerle pasta dental que no iba a conseguirlo solo, así que Caleb se encontró a sí mismo lavándole los dientes.
No podía creerse que realmente estuviera haciendo eso. Como sus compañeros se enteraran, iban a reírse de él por el resto de su vida.
Al menos, Victoria no dijo nada más cuando le quitó el maquillaje como pudo y la ayudó a llegar a la habitación. Pero eso cambió en cuanto se sentó en la cama y Caleb le lanzó el pijama.
—Oye... ¿has visto a la pelirroja que iba conmigo? ¿La he dejado sola?
—No, ella...
Caleb se detuvo en seco cuando ella se quitó la blusa sin siquiera parpadear. No llevaba sujetador.
De nuevo, se giró hacia el lado opuesto y le dio la espalda, aclarándose la garganta. Ella suspiró y se pasó el pijama por el cuello torpemente.
—¿Ella qué? —preguntó, cansada.
—Ella... se ha ido en taxi cuando no te ha encontrado. Sola. La he visto.
—Ah... ¿me ayudas?
Era la primera vez que parecía pedirlo enserio y no como una excusa para acercarse a él. Caleb la ayudó a ponerse de pie para subirse los pantalones y a entrar en la cama. Cuando por fin estuvo metida en ella, Caleb apagó la luz e hizo un ademán de irse, pero se detuvo cuando notó que lo agarraba de la muñeca.
El suspiro lastimero que escapó de sus labios no pareció afectarle mucho, porque Victoria le dio un tirón para que se acercara.
—Espera, quédate a dormir.
Caleb se echó hacia atrás enseguida.
—No, de eso nada.
—¡No así, pervertido! Solo... quédate. No me gusta dormir sola.
—Pues duerme con el gato imbécil.
—Él no me quiere.
—¿Y yo sí?
—Veeenga, Caleb. Quédate un ratito, al menos.
—Sabes que podría ser un asesino en serie, ¿no?
—Me da igual. Mátame cuando no esté despierta y ya está. Todos contentos.
Caleb suspiró cuando volvió a tirar de él y se obligó a sí mismo a meterse en esa cama incómoda. Victoria sonrió ampliamente cuando se pegó a la pared para que cupiera con ella. Él se aclaró la garganta cuando estuvo tumbado y notó que le pasaba un brazo por encima, acurrucándose con la cara en su cuello.
—Mucho mejor —le aseguró alegremente.
—Sí. Muchísimo —ironizó.
—Sigo sin acordarme de por qué te conozco.
—Mejor. Duérmete, venga.
—Si me acuerdo, te avisaré.
—Muy bien.
—Buenas noches.
Caleb no respondió. Miró el techo con fastidio y le pareció que pasaba una eternidad hasta que ella por fin acompasó su respiración. La sujetó de la muñeca y la apartó lentamente para dejarla sola en su cama y, tras mirarla unos segundos sin saber por qué, se marchó.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top