Capítulo 23

Victoria

Durante un instante, nadie se movió. Ella sintió que las manos de Caleb, que la sujetaban por los brazos, se tensaban bruscamente cuando él giró la cabeza hacia el camino.

De hecho, todo el mundo pareció mirarlo a él, como si esperaran a que Caleb dijera algo. O, más bien, como si todos esperaran que él supiera qué hacer.

Él parpadeó, pareció que intentaba centrarse y dirigió una corta mirada a Victoria antes de girarse hacia Iver bruscamente.

—Tenemos dos minutos. Iver, esconde el coche en el patio trasero. Bex, mete cualquier cosa que no sea de nosotros tres en la cocina.

Ellos lo hicieron sin siquiera dudar, y Victoria parpadeó cuando se movieron tan rápidos que apenas pudo verlos. Caleb, sin decir una palabra, movió una mano a su muñeca y se giró hacia Brendan.

—Sube a mi habitación con el niño y el gato.

—¿En serio? ¿Me toca hacer de niñera?

—Haz lo que te he dicho y deja de quejarte de una jodida vez, Brendan.

Incluso Victoria dio un respingo. Brendan apretó un poco los labios, pero se agachó para recoger al niño con un brazo, que soltó un ruidito de protesta, e hizo lo mismo con Bigotitos, que empezó a morderle el brazo. De todos modos, subió las escaleras con ellos a una velocidad alarmante.

—¿Por qué no les has dicho que se marcharan? —preguntó Victoria, confusa.

—Porque detrás de la casa solo hay una pequeña parcela de bosque, después llegarían a un lago. Conozco a Sawyer, va a mandar a alguien para que vigile que nadie escape por ahí. Y, aunque hagan ruido, con dos pisos de diferencia es imposible que os oigan.

—¿Y... qué hay de mí?

Caleb se detuvo con ella en la cocina. Iver acababa de dejar el coche atrás y había entrado por la otra entrada, mientras que Bexley dejó los pocos juguetes de Bigotitos y Kyran detrás de una de las encimeras, escondidos.

Sin decir una palabra, Caleb levantó la mano y le pasó el pulgar por el labio inferior. Victoria abrió mucho los ojos cuando los suyos se volvieron de un tono todavía más oscuro por un momento. Casi ni había asumido que la había curado cuando dio un paso atrás, respirando hondo.

—Sube con ellos, Victoria.

—Pero...

—La herida no va a sangrar más. Sube con ellos. Y no hagas ruido.

Ella estuvo unos instantes en silencio, tensa, hasta que se acordó del detalle de que iban a contrarreloj. Se quedó mirando a Caleb un segundo más antes de asentir.

—Ten cuidado —murmuró, y se apresuró a subir las escaleras.



Caleb

En cuanto escuchó los pasos de Victoria entrando en su habitación, soltó un suspiro de alivio. Aunque no podía permitirse el lujo de estar quieto mucho tiempo. Bexley e Iver ya se habían colocado en el salón, fingiendo que estaban haciendo cosas que harían en su día a día. Caleb respiró hondo y se acercó a la puerta casi al instante en que escuchaba los pasos de cuatro personas subiendo los escalones de la entrada.

Cuando llamaron al timbre, miró de reojo a Bexley e Iver. Bexley fingía que leía un libro e Iver que miraba el móvil. Caleb tragó saliva y se giró para abrir la puerta.

Sawyer estaba de pie al otro lado, mucho más arreglado que de costumbre. Llevaba una camisa de seda blanca, unos pantalones azul oscuro y unos zapatos brillantes. Y se había engominado el pelo. No se parecía en nada a cómo estaba las últimas veces que lo había visto, en las que parecía agobiado, estresado y no se atrevía a salir de la fábrica.

Caleb se obligó a sí mismo a enarcar ligeramente una ceja, como si estuviera sorprendido.

—¿Qué haces aquí? —preguntó directamente.

Tenía a dos tipos detrás. Iban armados y lo miraban fijamente, pero no hicieron ningún ademán de atacar.

Y había un tercero. Axel estaba con ellos, mirando a Caleb con cierta desconfianza.

Pero Caleb había escuchado cuatro coches. Había hecho bien en no dejar que Victoria escapara. Si lo hubiera intentado, probablemente la habrían atrapado los integrantes de los otros vehículos.

—He venido a verte —le dijo Sawyer, esbozando una sonrisa deliberada—. Hace mucho que no me paso por aquí, ¿no crees?

—Siete años —murmuró Caleb.

—¿Tanto? Bueno, ¿no tienes pensado dejarnos pasar?

Caleb se apartó para que entraran. Sawyer lo miró un momento antes de pasar por delante de él y avanzar hacia el salón, con sus tres guardaespaldas detrás. Caleb volvió a cerrar la puerta y miró hacia arriba. Podía escuchar las voces de Victoria y Brendan, pero no se habían movido de la habitación. Bien.

Se centró de nuevo en Sawyer, que acababa de entrar en el salón y tenía una gran sonrisa en los labios.

—¡Mira esto! Está tal y como lo recordaba —sonrió a Bex e Iver, pero no les dijo nada, simplemente se sentó en el sillón y colocó un tobillo encima de su rodilla despreocupadamente, mirando a su alrededor—. Mhm... no me importaría tomar algo. ¿Tenéis café?

Caleb hizo un ademán de girarse, pero Sawyer lo detuvo con un gesto.

—Que vaya la chica —dijo sin siquiera mirar a Bexley—. Nosotros tenemos cosas que discutir.

Bexley estaba acostumbrada a que la tratara así, pero eso no significaba que no le molestara. De todas formas, se puso de pie y fue a preparar el café. Sawyer miró a Caleb con una leve sonrisa y señaló el sitio que ella había dejado libre en el sofá.

—Siéntate, hijo. Te noto algo tenso. ¿Va todo bien?

—Como de costumbre.

Se dejó caer automáticamente en el sofá, junto a Iver, que no había dicho absolutamente nada desde que los demás habían entrado, pero Caleb notó que intercambiaba miradas afiladas con Axel.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Caleb a Sawyer.

Él sonrió.

—Primero deja que me tome mi café, y luego pregúntame lo que quieras.

Por suerte, Bex no tardó mucho en volver con el dichoso café. Sawyer ni siquiera la miró cuando le dejó la taza delante. Solo mojó el meñique en ella y lo probó. Puso una mueca.

—Café barato —fue la primera vez que miró a Bex—. Debería habérselo pedido a tu hermano.

Bexley enrojeció de rabia.

—Es el único café que ten...

—Cállate. Nadie te ha preguntado nada. Y siéntate en silencio —volvió a girarse, ignorándola, mientras Bexley iba a sentarse con los puños apretados—. Mujeres, ¿eh? No puedes pedirles nada.

Hubo un instante de silencio cuando él empezó a remover el café con la cucharita lentamente, mirando a Iver y Caleb con una pequeña sonrisa.

—Bueno —murmuró tras darle el primer sorbo a la taza—, supongo que querréis saber a qué he venido, ¿no? Después de todo, podría haber hecho que vinierais vosotros mismos a la fábrica, como de costumbre.

—¿Estabas animado para un viaje? —ironizó Iver en voz baja.

Sawyer ni se inmutó. De hecho, solía ignorar bastante a los dos hermanos. Solo se fijaba en Caleb, al que en ese momento estaba sonriendo.

—Se trata de un asunto grave —explicó tranquilamente—, he preferido venir en persona para hablaros de ello.

Caleb miró a su alrededor. Los dos tipos armados estaban mirándolo, pero no hacían ningún ademán de moverse. Eso sí, tenían el corazón ligeramente acelerado, señal de que estaban preparados para hacerlo en cualquier momento. La adrenalina antes de la acción, estaba seguro.

Y Axel... él estaba manteniéndose al margen, mirando de reojo a Bexley, que fingía que no lo veía.

Caleb prefería no perderlo de vista en ningún momento.

—¿Qué es? —preguntó a Sawyer con calma.

—Bueno, tengo un trabajo. Para los cuatro.

Eso pareció sorprender tanto a ellos tres como a Axel, que se giró bruscamente hacia Sawyer.

—¿Cuatro? —repitió.

—Tú, la chica, Iver y Axel. Los cuatro.

—Nunca hacemos los trabajos más de dos personas —le indicó Iver pausadamente.

—Lo sé, pero este trabajo es distinto. Es más peligroso.

—¿Y qué se supone que tenemos que hacer?

Sawyer sonrió ligeramente, volviendo a remover el café con calma.

—Matar a Brendan.



Victoria

Brendan daba vueltas de un lado a otro por la habitación, Bigotitos y Kyran se peleaban en la cama... pero ella solo era capaz de estar sentada en el sillón que había en el fondo de la habitación, mirándose fijamente las manos.

Tenía las uñas y los dedos sucios por la tierra... y por la sangre. Cada vez que cerraba los ojos, recordaba el movimiento espasmódico que había hecho el hombre del cuello girado al caer al suelo. Y le entraban arcadas. Lo había provocado ella. Lo había hecho ella.

Cerró los puños. Todavía le temblaba todo el cuerpo, especialmente las manos, y los dedos. No podía controlarlo.

—¿Os queréis estar quietos? —espetó Brendan de repente, mirando al niño y al gato, que se detuvieron de golpe para mirarlo mal—. Sí, os lo digo a vosotros, par de pesados. Quedaos quietos de una maldita vez.

En cuanto se dio la vuelta, Kyran le sacó el dedo corazón y Bigotitos le bufó, enfurruñado.

Pero Brendan se había girado hacia Victoria, de mal humor. Estaba claro que no le gustaba eso de tener que esperar mientras los demás hacían el trabajo sucio.

—¿Y a ti qué te pasa? —preguntó directamente—. Te pasas el día parloteando y ahora te quedas en silencio. ¿No podrías contar algo para distraernos?

Victoria no respondió. Al menos, durante unos segundos. Se sentía como si no tuviera cuerdas vocales, aunque de alguna forma las consiguió encontrar para decir algo en voz baja:

—He matado a dos personas.

Brendan se quedó de pie delante de ella, mirándola durante unos instantes.

—¿Qué?

—Yo... no sé... —cerró los ojos y sacudió la cabeza—. Los he matado. Pensé que nos harían daño a Kyran y a mí y... y he... he obligado a uno a disparar al otro, y luego le he girado el cuello. Están muertos.

De alguna forma, se sentía mejor al haberlo dicho en voz alta, aunque fuera a Brendan.

Él, por su parte, estaba perplejo.

—¿Que tú...? —de pronto, frunció ligeramente el ceño—. ¿Me estás diciendo que has podido mover la mano de ese tipo con la mente?

—No, Brendan —ella sacudió la cabeza—. Era más bien... como... como si pudiera obligarle a hacerlo. A hacer... cualquier cosa que yo quisiera.

Brendan se quedó mirándola fijamente, como si no supiera cómo reaccionar, y Victoria notó que se llenaban los ojos de lágrimas.

—Yo... he hecho... he hecho que su cuello...

No pudo seguir. Todavía podía oír el crujido del hueso al girarse de esa forma tan grotesca. Bajó los ojos a sus manos y notó que las lágrimas calientes amenazaban con salir, pero las contuvo.

Brendan le puso una mano en el hombro torpemente, estaba claro que no estaba muy acostumbrado a consolar a nadie.

—Fue en defensa propia.

—Pero...

—No te tortures, ellos habrían hecho lo mismo contigo si hubieran podido —le aseguró, separándose con cierta incomodidad—. O cosas peores.

Kyran, al ver que Victoria estaba a punto de llorar, se había acercado y le ofrecía la pantera de peluche a modo de consuelo. Ella le sonrió ligeramente y se la puso en el regazo.

—Gracias, Kyran.

Casi al instante en que lo hubo dicho, notó una cabecita peluda frotándose furiosamente contra su pierna, demandando atención.

—Que sí. Gracias a ti también, Bigotitos, no te pongas así.

Brendan, mientras tanto, se había apoyado en la pared que había junto a la ventana, cruzando los brazos.

—Así que puedes obligar a la gente a hacer lo que tú quieras —murmuró— y ver sus recuerdos... joder, no me extraña que Sawyer te tenga miedo.

—Pero no puedo controlarlo. Lo de los recuerdos se me da mejor, pero esto... ha sido porque estaba desesperada.

—Te lo dije; las situaciones extremas sacan las habilidades.

—¿Y de qué me sirve eso? Yo no quiero hacer daño a nadie.

—Bueno, también está lo de ver recuerdos —Brendan se encogió de hombros—. A lo mejor podrías buscar entre los recuerdos de Sawyer, aunque probablemente te traumatizarías. Vete a saber qué tiene en la cabeza ese perturbado.

Sonrió ligeramente por su propia broma, pero dejó de hacerlo cuando se dio cuenta de la forma en que Victoria lo estaba mirando.

—¿Qué?

—Yo... ya lo he hecho.

Si antes había parecido perplejo, ahora lo parecía el triple. Su mandíbula casi tocó el suelo.

—¿Que tú... qué?

—Estuve en su despacho. Yo... le agarré la muñeca en contra de su voluntad y vi...

—Espera, ¿estuviste en su despacho? ¿Tú? ¿Por qué?

—¡Brendan, eso ahora no importa! Vi muchas cosas en sus recuerdos.

—¿Qué cosas?

Estuvo a punto de gritarle "¡tus padres!" pero se contuvo sin saber muy bien por qué.

De alguna forma, supo que no era la forma de decírselo. Caleb también tenía que saberlo. Y, si se lo decía ahora, solo empeoraría las cosas. No conocía tanto a Brendan como para saber cuál sería su reacción. ¿Y si bajaba a vengarse de Sawyer?

—Vi un cartel —empezó, rememorándolo—, a un niño de pelo y ojos oscuros sentado en la silla del sótano, a Bexley diciendo algo, asustada... y a una chica mirando por encima de su hombro, con las manos en el estómago.

Hizo una pausa.

—Ah. Y la última fue... la más clara. Un hombre de unos... treinta o cuarenta años, creo. Sin pelo, con la mandíbula cuadrada, ojos castaños... tengo la imagen en la cabeza. Estaba diciéndole algo a Sawyer. Algo sobre que nada es definitivo, pero sí duradero.

Miró a Brendan, como si él pudiera saber qué significaba todo eso, pero parecía tan confuso como ella.

Sin embargo, algo hizo que reaccionara.

—Espera, ¿has dicho un hombre de unos treinta o cuarenta?

—Sí... ¿por qué?

—¿Tenía los ojos oscuros?

—No... los tenía castaños, ya te lo he...

—No me refiero a eso, Victoria. ¿Era de los nuestros? ¿O era humano?

Ella se sorprendió a sí misma sabiendo la respuesta.

—No era humano —dijo en voz baja.

Brendan la miró un instante antes de acercarse a ella.

—Hemos ido a ver a los de la primera generación... es una larga historia, pero te estábamos buscando. Y Tilda, la que puede ver el presente y buscar a la gente... nos ha dicho que Sawyer estaba aterrado con la perspectiva de que pudieras encontrar a un hombre de la segunda generación.

—¿La segunda... generación?

—La gente con mi habilidad, la de transformar, solo aparece una vez cada veinte años, aunque nadie sabe por qué. Esa persona crea una serie de personas con habilidades. Todas de la misma edad. Y forman una generación. Nosotros somos la tercera.

—¿Y...? —tragó saliva—. ¿Y crees que ese hombre que Sawyer no quería que encontrara... es el mismo de su recuerdo?

—Creo que es el único miembro de la segunda generación que sigue vivo, así que es muy probable.

Victoria notó que el corazón se le aceleraba por la emoción de haber avanzado un poco.

—¿Y sabes dónde está?

Brendan puso una mueca.

—No —la miró—, pero... ahora mismo no hay nadie en el despacho de Sawyer.

La frase flotó entre ellos durante unos segundos en que Victoria no despegó los ojos de los suyos, determinada.

Caleb

—¿A Brendan? —repitió, sin poder evitar una mueca de incredulidad.

—Sí —Sawyer le sonrió—. Creí que no te supondría un problema. Tengo entendido que no os lleváis muy bien.

No, no lo hacían. Pero era su maldito hermano. ¿Cómo iba a matar a su hermano?

—¿Por qué quieres matarlo? —preguntó Iver sin poder contenerse.

Sawyer suspiró, dejando la tacita sobre la mesa.

—Bueno, ¿de qué me sirve a estas alturas? Está claro que ya formáis una generación muy completa. No necesito a más gente. No necesito su habilidad.

—Eso nunca se sabe —intervino Bexley—. Podría aparecer cualquier otra persona que quisiéramos...

—Nadie te ha hablado a ti, chica —la cortó Sawyer sin mirarla, antes de girarse hacia Caleb—. Tú dirigirás el trabajo. Después de todo, eres el que mejor lo conoce.

¿Estaba diciéndole que tenía que encabezar un trabajo para... matar a su propio hermano gemelo?

Caleb lo miró sin saber qué decir durante unos instantes. Había odiado a Brendan durante muchos años, pero jamás había contemplado la posibilidad de matarlo. Jamás. Y estaba seguro de que él tampoco lo había hecho con Caleb.

No tenía ninguna intención de hacerlo. Ni por Sawyer, ni por nadie.

Sawyer debió ver que dudaba, porque ladeó la cabeza.

—Por lo visto, Brendan no ha estado mucho tiempo por casa durante estos últimos meses —comentó, observándolo—. Al principio, no le di mucha importancia. Después de todo, es un inútil. Pero después me puse a pensar... ¿por qué querría Brendan salir tanto de su casa? ¿Por qué lo hizo la última vez?

Todos sabían la respuesta, pero ninguno la dijo.

—Por esa zorra que tanto le gustaba —dijo Sawyer sin siquiera parpadear—. ¿Cómo se llamaba? ¿Ana? ¿Ania? En fin, esa. Y todos sabemos cómo terminó con ella. Intentó desobedecerme, y la chica murió. Por su culpa, claro.

—Según tengo entendido —murmuró Iver, mirándolo fijamente—, ibas a matarla de todas formas.

Sawyer sonrió, poco arrepentido.

—¿De qué me sirve una chica con una habilidad inútil? Para estorbar, nada más. Claro que iba a deshacerme de ella. ¿Qué esperabas? Tú también lo harías.

—Pues yo no —masculló Bexley.

Sawyer dejó de sonreír un momento para mirarla con una ceja enarcada.

—¿Qué has dicho?

—He dicho que yo no lo haría —repitió ella, devolviéndole la mirada—. ¿Te lo repito otra vez?

Caleb pudo notar cómo la tensión del cuerpo de Sawyer aumentaba y, conociéndole tan bien, estaba a punto de decirle a uno de sus guardaespaldas que la sacaran de la casa.

Y, sin embargo, no lo hizo. Solo forzó una sonrisa hacia ella.

—Cada día me recuerdas por qué no quiero mujeres en mi equipo.

Bexley pareció estar a punto de decir algo, pero Iver le dedicó una mirada de advertencia y se calló, furiosa.

—En fin —Sawyer suspiró—, ¿por dónde iba antes de que la señorita me interrumpiera? Ah, sí, Brendan y la chica... Victoria se llama, ¿no?

Estaba mirando a Caleb en busca de una respuesta, y él tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para que su expresión no se alterara. Menos mal que Sawyer no podía escuchar los latidos de su corazón.

Y, entonces, captó un ruido lejano en el piso superior de la casa. Estuvo a punto de levantar la cabeza, pero se contuvo. El ruido se repitió, pero nadie más lo escuchó. La voz de Victoria.

Cuando escuchó pasos por el patio trasero, entre ellos los de Brendan y los del niño, sintió que se le helaba la sangre.

¿Qué coño estaban...?

—¿Y bien? —insistió Sawyer.

—¿Por qué me lo preguntas a mí? —se obligó a mirarlo.

Los pasos estaban rodeando la casa. Caleb apretó los dientes.

—Porque supongo que tú lo sabrás mejor que nadie.

Los pasos se detuvieron junto a la entrada, pero no se acercaron más.

—¿Por qué iba a saberlo mejor?

—Tú la investigaste, ¿no?

Caleb no fue capaz de responder. Victoria estaba tan cerca que podía notar su olor, pero sus pasos sonaban como si se alejaran. Con Brendan, el gato y el niño.

Pero... nadie había dado la voz de alarma. ¿Es que no los veían? ¿Qué demonios estaban haciendo?

Iba a matar a Brendan en cuanto lo viera. Y sin necesidad de trabajo de por medio.

—¿Me estás escuchando? —insistió Sawyer, esta vez molesto.

—¿Qué quieres que te diga, exactamente?

—Quiero que me digas si has estado dejando que tu hermano traiga a su nueva novia aquí para transformarla en una de nosotros.

Eso sí consiguió captar por completo su atención. Caleb lo miró, extrañado.

—¿Qué?

—Al principio, cuando me dijeron que te habían visto con esa chica, no me lo creí. Pero luego vi las pruebas y... bueno, ¿quién puede negar una evidencia? Pero luego caí en que tú nunca me harías algo así. Jamás me traicionarías por una chica humana —puso los ojos en blanco—. Pero Brendan sí lo haría. De hecho, ya lo hizo una vez.

Espera, ¿se creía que el que había pasado todo ese tiempo con Victoria... era Brendan?

¿En serio era tan estúpido?

—Y quiero saber —insistió Sawyer, enarcando ligeramente una ceja—, si habéis estado intentando que la chica sacara su don.

—¿Por qué íbamos a hacer eso? —preguntó, fingiendo confusión.

—He hecho una pregunta, hijo. Respóndela.

Caleb dudó un instante, e Iver lo aprovechó enseguida.

—Sí —dijo, haciendo que tanto Bexley como Caleb se tensaran—. Lo intentamos con mi habilidad. Intenté provocarle dolor emocional. Pero no sirvió de nada.

Sawyer lo miró con toda su atención puesta en él.

—¿No sirvió? —repitió en voz baja, casi como si meditara sobre ello.

—No reaccionó a los estímulos —dijo Caleb, siguiéndole el juego a Iver—. Brendan creía que quizá sería posible entrenarla para poder transformarla, pero fue inútil.

¿Y si ese era el problema? ¿Y si solo quería matar a Brendan para que no pudiera transformar a Victoria?

Después de todo, era el único que podía hacerlo.

Sawyer los observaba con los ojos totalmente desprovistos de emociones, como si llevara puesta una máscara de hielo.

—Ya veo —murmuró lentamente.

Todos se quedaron en silencio durante lo que pareció una eternidad, tensos, y de pronto... Sawyer estalló en carcajadas.

Sí, empezó a reírse.

Caleb intercambió una mirada con Bex e Iver, que parecían tan confusos como él. Incluso los guardaespaldas y Axel lo miraban con confusión.

Sawyer siguió riéndose durante unos instantes, divertido, y cuando terminó mantuvo su sonrisa, girándose hacia Caleb.

—Bueno, ya me he cansado de este teatro estúpido —concluyó—. ¿Dónde está la chica?

—¿Qué chica?

—Sabes perfectamente de quién hablo —le soltó, y esta vez no había sonrisas, ni tono cálido, ni siquiera un intento de parecer suave. Casi estaba escupiendo las palabras—. Quiero que me traigas ahora mismo a esa zorra. Viva.

—No sé de qué...

Hizo un movimiento rápido con la mano y, al instante, Axel sacó la pistola y apuntó a la cabeza a Bexley, que se quedó muy quieta. Apenas un segundo más tarde, Iver se había puesto de pie, furioso, y apuntaba a Axel con la suya.

Casi simultáneamente, los dos guardaespaldas sacaron las pistolas y apuntaron a Caleb, que se tensó en su lugar.

Sawyer, por su parte, se estaba mirando tranquilamente las uñas.

—Tienes diez segundos para darme a la zorrita o mataré a la chica —dijo, impasible, señalando a Bexley con un gesto vago.

Caleb la miró. Ella estaba muy quieta en su lugar, sin ningún tipo de expresión. Bexley jamás permitiría que nadie viera que estaba asustada, claro.

—Ocho segundos —replicó Sawyer.

—No está aquí —le dijo Caleb con toda la calma que pudo reunir.

—Siete...

—Te he dicho que no está aquí —insistió.

—Y también me dijiste que no habías vuelto a ver a esa chica. Y ahora me habéis dicho que no tuvisteis avances con ella en el sótano, cuando es mentira.

—¿Y tú qué demonios sabes? —espetó Iver, todavía apuntando a Axel.

—Resulta que la zorrita se coló en mi despacho y usó su habilidad conmigo —clavó una mirada afilada en Caleb—. Quiero la verdad. Y la quiero ahora mismo.

—¿Qué verdad? —preguntó con cautela, mirando las dos pistolas que lo apuntaban.

—Quiero que me digas en qué consiste exactamente su habilidad.

—¿Tanto miedo te da una simple humanita? —se burló Bexley.

—¿Una simple humanita? —Sawyer soltó una carcajada brusca y amarga, mirándola—. Oh, chica, no sabéis lo que habéis estado haciendo con esa chica. Estáis desatando algo que ninguno de vosotros sabrá controlar.

—Su habilidad no es peligrosa —insistió Bexley—. No se merece morir solo porque tú seas un maldito cobarde.

—¿No es peligrosa? —Sawyer sacudió la cabeza, divertido—. Madre mía, realmente estáis ciegos, ¿no es así?

—Sawyer... —intentó intervenir Caleb.

—Cierra la boca —le soltó bruscamente, mirándolo—. Me da igual si está con tu hermano. Me da igual lo que hayan hecho esos dos. Quiero saber dónde está la chica. Ahora.

—No está aquí —insistió él.

Sawyer se quedó mirándolo unos instantes antes de hacer un gesto a uno de sus guardaespaldas, uno de los que apuntaba a Caleb, concretamente.

—Mira en cada habitación —dijo, enarcando una ceja—. Si encuentras a alguien, dispárale. Pero quiero a la chica viva.

Caleb tragó saliva, pero no se movió.

Por primera vez desde que había escuchado los pasos de Victoria y Brendan, deseó que ya hubieran escapado.


Victoria

Margo abrió la puerta de su casa bostezando.

—¿Vic? —se frotó la cara con una mano—. Estaba durmiendo, ¿qué...?

—¡Necesito que te los quedes! —le dijo Victoria apresuradamente, empujando a Kyran y Bigotitos al interior de su casa.

Margo pareció despertarse de golpe.

—Espera, ¿qué...?

—¡Quedaos aquí durante unas horas, con la tía Margo! —les exclamó Victoria.

Kyran y Bigotitos entraron a toda velocidad a la casa y Margo abrió mucho los ojos cuando escuchó algo volando por la habitación y chocando contra el suelo. Además de los saltos que estaba dando Kyran sobre la cama, claro.

—¡No, espera! —la detuvo del brazo—. ¡No pueden quedarse aquí!

—Solo serán unas horas —le dijo Brendan—. ¿Qué más te da?

—¿Me has visto cara de niñera, idiota?

—¿Puedes dejar de ins...?

—Ahora no tengo tiempo para esto —espetó Victoria, poniendo los ojos en blanco—. Ya discutiréis cuando volvamos. ¡Adiós, Margo, eres la mejor, gracias por quedártelos!

—¡Pero...! ¿Cuánto tardaréis en volver?

Victoria no respondió. Estaba pulsando el botón del ascensor a toda velocidad para que Margo no pudiera perseguirlos.


Caleb

Había estado escuchando atentamente los pasos del guardaespaldas en el piso superior. Como tenía la mirada de Sawyer clavada en él, hizo un verdadero esfuerzo por permanecer impasible.

Fue más fácil cuando el hombre bajó con las manos vacías.

—La casa está vacía —le dijo.

Caleb intentó no parecer aliviado, pero no debió conseguirlo, porque Sawyer no parecía nada complacido. Lo señaló.

—Ábrenos el sótano.

Axel se giró disimuladamente para mirarlos, pero enseguida volvió a centrarse en apuntar a Bexley con la pistola.

—¿El sótano? —repitió Caleb, impasible—. ¿Para qué?

—Aquí no eres tú quien hace las preguntas. Hazlo. Ahora.

Caleb notó que uno de sus guardaespaldas lo empujaba con la punta de la pistola, obligándolo a ponerse de pie. Estaba a punto de obedecer e ir a la cocina a por la llave, pero se detuvo en seco cuando vio que Bexley e Iver se habían quedado pálidos, mirándolo.

Oh, no, ¿qué demonios habían metido en el sótano?

Miró a Bexley. Su corazón iba a toda velocidad. Estaba aterrada. Y estaba intentando negar de forma prácticamente imperceptible con la cabeza, para que solo él pudiera entenderla.

—¿A qué esperas? —espetó Sawyer, que se había puesto de pie.

Caleb volvió a levantar la mirada y avanzó hacia la cocina, cerrando los puños. Iba directo a por las llaves mientras todos lo seguían, Axel apuntando a Bex en la cabeza, pero no podía abrir el sótano. No sabía por qué, pero si Bexley e Iver se habían puesto así...

—Yo no me lo pensaría demasiado —comentó Sawyer al verlo dudando—. Tu amiguita tiene una pistola en la nuca, no lo olvides.

Caleb dirigió una rápida mirada a Bex, que se mantenía pálida, pero muy quieta. Iver parecía mucho más aterrorizado que ella con la idea de que la dispararan.

Caleb no quería ni imaginarse de lo que sería capaz si hacían daño a su hermana. O al revés, de lo que sería capaz de Bex si hacían daño a Iver.

Se detuvo delante de la llave, colocada en medio de varias otras, y la recogió con cuidado. Se giró hacia el otro lado de la cocina, donde tendría que apartar un mueble para poder encontrar la puerta del sótano.

—Deprisa —le urgió Sawyer.

Caleb asintió una vez y empezó a avanzar, pero a los dos pasos la llave se le cayó de la mano y rebotó contra el suelo, quedándose a los pies del hombre que lo estaba apuntando.

El hombre le dirigió una mirada asesina, a lo que Caleb se limitó a encogerse de hombros.

Mientras él se agachaba para recogerla, echó una rápida mirada por encima del hombro a Iver y Bex, que lo entendieron al instante. Sawyer y el otro guardaespaldas no, porque no los habían entrenado de la misma forma.

Pero Axel sí, y también lo había visto.

Al instante en que Caleb vio cómo él movía la mano para apretar el gatillo contra la nuca de Bex, Iver se lanzó sobre él y lo derrumbó contra el suelo y el disparo no acertó a nadie. Sawyer gritó algo, Caleb sacó la pistola de debajo de su chaqueta y disparó al que estaba agachado en la cabeza sin siquiera pensarlo.

Sawyer estaba gritando algo otra vez, histérico, y el olor a sangre impregnó la habitación cuando Caleb se dio cuenta de que Iver y Axel estaban forcejeando en el suelo e Iver había conseguido dispararle en la pierna, pero Axel ni siquiera parecía darse cuenta. El otro guardaespaldas estaba a punto de abalanzarse sobre ellos, pero Caleb fue más rápido. Lo disparó en el pecho, justo encima del corazón. Estaba muerto antes de tocar el suelo.

Estaba a punto de lanzarse a ayudar a Iver, pero se detuvo en seco cuando se dio cuenta de que Sawyer había agarrado a Bex del cuello y la había estampado contra la pared. Tenía las manos alrededor de su cuello, y estaba ejerciendo tanta fuerza en él que el color de la cara de Bex se estaba volviendo morado.

Caleb disparó en una pierna de Sawyer sin pensar, pero... no salió ninguna bala.

Frunció el ceño, pasmado, cuando se dio cuenta de que no tenía más balas. ¿Quién demonios...?

Tiró la pistola inútil al suelo y se acercó a Sawyer por detrás. Le rodeó el cuello con un brazo y lo obligó a separarse de Bexley, a quien ya se le estaban girando los ojos. En cuanto Sawyer la soltó, ella cayó al suelo, tosiendo bruscamente y con lágrimas en los ojos mientras intentaba volver a respirar desesperadamente. Caleb retrocedió, apretando el brazo entorno al cuello de Sawyer con fuerza. Él intentó golpearle el antebrazo, la cabeza y el estómago, pero era inútil. Lo tenía bien agarrado.

Y, entonces, un dolor punzante le recorrió las costillas.

Soltó a Sawyer por impulso y bajó la mirada, dando un paso atrás. Tenía un cuchillo clavado justo debajo de las costillas, y una mancha de un tono rojo oscuro se estaba extendiendo por su ropa.

Levantó la mirada, pasmado, hacia Sawyer. Sabía cómo era. Sabia quién era. Pero nunca le había hecho daño. Jamás.

Caleb siempre había confiado en él. Y, sin embargo, ahora no parecía arrepentido.

Sawyer retrocedió, pasándose una mano por el cuello, y Caleb sintió que el dolor se le nublaba por un momento para ser sustituido por la rabia. Se agachó, recogió la pistola de uno de los hombres que había matado y apuntó a Sawyer, que se quedó muy quieto.

Durante un instante, ninguno de los dos se movió. Sawyer lo miró con cautela, levantando un poco las manos, y le pareció que su expresión volvía a ser la de la persona que conocía, y no de lo que había sido hace un momento.

—No me dispararás —dijo lentamente—. Yo sé que tú nunca me harías eso, hijo.

Caleb puso un dedo en el gatillo, con la otra mano apoyada en la herida del cuchillo, que cada vez dolía más y hacía que no pudiera sentir la mitad de su cuerpo.

Pero... no era capaz apretar el gatillo.

Apretó los dientes, furioso consigo mismo, y trató de hacerlo, pero... era incapaz. No podía mirar a Sawyer y apretar el gatillo. Cada vez que lo miraba, no veía a un enemigo, veía a la persona que había estado con él durante la mayor parte de su vida.

Sawyer sonrió ligeramente y pareció que iba a decir algo, pero en ese momento Axel apareció de la nada, rodeó a Sawyer con un brazo y sus ojos se volvieron negros.

Casi al instante en que Caleb lo vio, disparó sin pensar, pero la bala se perdió en el aire y quedó clavada en la pared del otro lado. Parpadeó a su alrededor y se dio cuenta de que Axel le estaba haciendo creer que estaba en una habitación desierta.

Soltó una maldición en voz baja y cerró los ojos, intentando centrarse en escuchar y no en ver. Pudo escuchar unos pasos, pero parecía que estaban muy lejos de él. Sin embargo, cuando escuchó la puerta principal, supo dónde estaban.

Abrió los ojos e ignoró la ilusión, corriendo hacia la entrada, pero cuando consiguió llegar a ella y la ilusión se evaporó, solo alcanzó a ver unas luces perdiéndose por la carretera.

Justo cuando estaba a punto de salir tras ellos, escuchó la voz de Bex.

—¡Caleb! ¡Ven aquí!

Se dio la vuelta, pero un latigazo de dolor en las costillas hizo que se detuviera en seco, teniendo que apoyar el brazo en la pared para no caerse en suelo. El dolor fue tan punzante que se le nubló la mirada por un momento.

—¡Caleb! —chilló Bexley de nuevo.

Se obligó a sí mismo a moverse, apoyándose con un brazo en la pared, y se detuvo, pálido cuando vio que Bexley estaba en el suelo junto a Iver, llorando, intentando hacer que reaccionara, pero él estaba tendido en el suelo con los ojos cerrados.

Había tanta sangre a su alrededor que Caleb ni siquiera supo decir si era suya o no.

—¡No reacciona! —gritó Bexley, histérica, intentando hacer que su hermano se moviera—. ¡Iver! ¡Abre los ojos!

Caleb se dejó caer torpemente de rodillas a su lado. Le dolían tanto las costillas que no podía usar bien sus sentidos. Y Bexley no dejaba de gritar y llorar. Apoyó una mano en el suelo y se agachó lentamente, acercando la oreja al pecho de Iver.

—Sigue vivo —murmuró.

Bexley soltó un sollozo, no supo si de alivio o de ansiedad, y Caleb se dio cuenta de que la única herida de Iver era la que le había hecho Axel en la cabeza con la culata de su pistola.

—Está inconsciente —dedujo Bex al ver lo mismo que él, aliviada, todavía con lágrimas saliéndole de los ojos—. Oh, Dios, por un momento... por un momento he creído que...

Caleb perdió el equilibrio y se quedó en el suelo, respirando con dificultad.

Esa vez, no pudo escuchar los gritos de Bexley cuando se inclinó sobre él y se quedó pálida al ver el cuchillo que tenía clavado bajo las costillas. Notó que le sujetaba la cara y le decía algo, pero no pudo evitar que se le cerraran los ojos.


Victoria

—No puede ser aquí —murmuró, negando con la cabeza.

Brendan, a su lado, parecía tan confuso como ella.

—Es lo que ponía en las notas de Sawyer.

Sí, eso era verdad. Habían conseguido entrar en su despacho y, tras buscar casi media hora, se habían hecho con el único papel que parecía tener las coordenadas de la casa donde tenía escondido a ese hombre. O eso querían pensar, porque era la única casa que mencionaba.

Pero... desde luego, eso no era una casa.

Estaban en lo alto de un acantilado, mirando el mar. Era de noche y apenas se veía nada, pero Victoria estaba segura de que esas eran las coordenadas.

—¿Y si está en una isla? —sugirió, dubitativa.

—¿Una isla?

—Se supone que Sawyer tiene a ese tipo bien escondido, ¿no? Yo lo escondería en una isla.

—Pues yo lo escondería debajo del agua.

Hubo un momento de silencio. Brendan sonreía como si hubiera sido una broma, pero Victoria lo estaba mirando muy seria.

—¿Qué? —preguntó él.

—No es mala idea.

—¿El qué? ¿Que esté bajo el agua? Vamos, no digas tonterías.

—No es ninguna tontería —Victoria retrocedió, alejándose del acantilado y pensando—. ¿Alguna vez viste a Sawyer en un barco? ¿O en un bote? ¿Algo que...?

—Mira, no voy a bajar a la playa —aclaró Brendan, señalándola—. Está a casi cinco minutos en coche. Y, desde luego, no me voy a poner a nadar para ir a un sitio en el que ni siquiera sabemos qué hay.

Victoria le dirigió una mirada inquisitiva.

—¿Llevas la pistola?

—Pues claro que sí.

—¿Y está cargada?

—De sobra. Le he robado munición a mi hermano.

—Dámela.

Brendan le bufó y le puso mala cara.

A veces, le recordaba a Bigotitos.

—Y una mierda.

—Dámela, Brendan.

—¡Es mi pistola!

Victoria se acercó a él, enfadada, quitándose el abrigo. Brendan la miró con curiosidad cuando se lo dejó encima del hombro. Y también cuando empezó a quitarse los zapatos.

—¿Qué haces? —preguntó.

—Lo que, al parecer, tú no te atreves a hacer.

Brendan levantó las cejas cuando se acercó a él y le abrió la chaqueta bruscamente.

—¿Te parece que es un buen momento para...?

—Cierra la boca —le quitó la pistola—. Y espérame aquí.

Él pareció todavía más confuso cuando vio que Victoria se guardaba la pistola en la cintura de los pantalones.

—¿Que te espere? —repitió, confuso—. ¿Y dónde se supone que...? ¡Oye! ¿Por qué estás corr...? ¡OYEEEE!

No le dio tiempo a reaccionar, cuando quiso hacerlo, Victoria ya había pasado a toda velocidad por delante de él. Lo último que escuchó de ella fue el grito ahogado que soltó antes de saltar al agua.

Durante unas milésimas de segundos, Victoria sintió que su estómago se encogía y que la adrenalina subía mientras el viento le golpeaba la cara y el agua se acercaba a toda velocidad. Justo antes de tocarla, cerró los ojos con fuerza y notó que sus pies atravesaban la superficie a toda velocidad, y un segundo más tarde, estaba en la oscuridad, bajo el agua.

Durante un momento, la adrenalina en su cuerpo fue tan grande que no supo ni dónde estaba, solo fue capaz de nadar hacia arriba, hacia la superficie, conteniendo la respiración. Justo cuando iba a alcanzarla, una ola chocó contra ella y la hundió de nuevo.

Volvió a ascender, esta vez asustada, y finalmente consiguió sacar la cabeza del agua.

Miró a su alrededor, respirando con dificultad, y de pronto se dio cuenta de que no muy lejos de ella había emergido otra cabeza. Una furiosa. La de Brendan.

—¡Seguimos vivos! —exclamó ella con la voz temblorosa por la adrenalina.

—¡Pues yo no lo estaré por mucho más tiempo, porque Caleb me va a matar! —espetó, furioso.

Victoria lo ignoró, mirando a su alrededor, y empezó a nadar hacia el pie de la colina que habían saltado al ver que había una pequeña abertura en ella. Brendan se apresuró a seguirla, mascullando maldiciones que Victoria fingió no oír.

Cuando por fin consiguió alcanzar las rocas, le dolían los brazos y las piernas por el pequeño esfuerzo. Brendan se impulsó con los brazos y se quedó sentado en ellas para poder ofrecerle una mano a Victoria y ayudarla a subir. Ella se dejó caer de espaldas en la roca, respirando con dificultad.

—Solo por curiosidad —masculló Brendan, todavía malhumorado—, ¿sabías que ahí no había rocas y que no te matarías saltando?

—La verdad es que no.

Él suspiró, negando con la cabeza.

—Y luego yo soy el loco.

Victoria se puso de pie torpemente, empapada, y se aseguró de que la pistola no se había movido de su lugar. Brendan se puso también de pie y la siguió hacia la obertura de la pared, que atravesaron juntos.


Caleb

—¿Caleb?

La voz femenina pareció surgir de un planeta distinto. Él abrió los ojos lentamente y parpadeó varias veces, intentando enfocar a su alrededor.

Inconscientemente, se llevó una mano a las costillas, pero no encontró ningún cuchillo. Solo una venda recién puesta. No llevaba camiseta. Bajó la mirada, extrañado, y vio que estaba tumbado en el sofá.

La herida estaba cubierta por vendas, pero seguía palpitando muy dolorosamente. Puso una mueca.

—Sí, no paraba de sangrar —le informó Margo, que estaba sentada en el sofá junto a él y lo detuvo cuando intentó moverse—. Ah, no. Yo no haría eso, campeón. Podrías volver a abrirte la herida.

—¿Cuánto tiempo...? —empezó con voz grave, arrastrada.

—Una hora —Margo suspiró—. Tu amiguita me ha llamado para que viniera a ayudarte. Al parecer, soy la única idiota que está dispuesta a sacarte un cuchillo de las costillas e intentar curarte.

Caleb ladeó la cabeza y vio que Bex, Iver y la amiga rubia de Victoria hablaban entre ellos en el pasillo. Justo detrás, el niño y el gato se perseguían entre sí.

El gato le había robado el peluche de pantera y huía con él.

—¿Dónde está Sawyer? —preguntó—. ¿Y Axel?

—Por las manchas de sangre del suelo, supongo que en un lugar donde puedan curarse —Margo enarcó una ceja. Tenía las manos manchadas de sangre, pero ni siquiera pareció darse cuenta de ello—. Sinceramente, no creí que pudiera curarte, o al menos por un momento. La herida te ha atravesado un pulmón. Pero tu capacidad de curación es sorprendente.

—Gracias —ironizó.

—¿Eres un x-men o algo así?

Caleb estuvo a punto de reírse. A punto.

—Soy un idiota.

—Un idiota con suerte, porque cualquier humano habría muerto con una herida así —le aseguró Margo—. Y tú tienes una buena capacidad de curación, sí, pero acabo de coserte la herida. No te muevas mucho o será peor.

—¿Dónde está Victoria?

La había estado buscando por la habitación, pero no había conseguido ubicarla. Ni siquiera podía sentir su olor.

—Cuando ha aparecido por mi casa con el gato y el niño, estaba con tu hermano —Margo puso una mueca—. Me ha dicho que tenían que hacer algo. Y tenían prisa.

—¿No te han dicho nada más?

—No. Solo me han dejado al crío violento y al gato raro.

—¿Estaba Brendan con ella? ¿Estás segura?

—Más que segura —ladeó la cabeza—. Por un momento, pensé que eras tú, pero tu expresión es más de amargura y la suya de asco. En el fondo, no sois tan difíciles de diferenciar.

Se puso de pie y empezó a recoger todo lo que había estado usando hasta ahora, que había ido dejando sobre la mesita de café. Estaba todo el sofá lleno de sangre. De su propia sangre. Caleb se miró las manos. Tenía costras de sangre seca por todas partes.

Se incorporó lentamente, llevándose una mano a las costillas, y notó la punzada de dolor recorriéndole todo el lateral del cuerpo. Cuando consiguió sentarse, se pasó una mano por la cabeza. Habían pasado tantas cosas que no sabía ni por cuál empezar a pensar.

Pero, entonces, una mano pequeña se posó en su rodilla. Caleb levantó la cabeza y frunció ligeramente el ceño al niño, que lo miraba con sus grandes ojos grises.

—¿Qué quieres? No estoy de humor.

El niño puso una mueca cuando Caleb lo apartó, malhumorado.

En cuanto volvió a acercarse, él le puso mala cara directamente.

—¿Qué demonios quieres? Si ni siquiera sabes hablar.

El niño le dio un golpe en el hombro con la pantera, indignado.

—Sí, muy valiente —masculló—. Me has roto un brazo.

Se ganó otro panderazo.

—¡Que me dejes en paz, niño!

Se ganó otro.

Como le diera un último pand...

—Ma... má.

Caleb se quedó muy quieto por un momento antes de girarse lentamente hacia el niño, que había abierto mucho los ojos, como si no se creyera lo que acababa de hacer. De hecho, Caleb tampoco se lo creía.

—¿Qué? —preguntó en voz baja.

—Ma... á —murmuró torpemente, tirando de su brazo.

—¿Tu madre? —le puso mala cara—. No tengo tiempo para esto, niño.

—¡Ma-á!

—¿Qué...?

—¡MA-MÁ!

—¿Se puede saber qué...? —se cortó a sí mismo—. Espera, ¿estás hablando de Victoria?

El niño asintió fervientemente, captando la atención de Caleb.

—¿Qué pasa con ella? ¿Sabes dónde está?

Él volvió a asentir. Caleb abrió mucho los ojos.

—¿Estás seguro, niño?

Volvió a asentir.

—Y... ¿podrías llevarme con ella?



Victoria

Recorrió la gruta oscura con Brendan justo detrás de ella. La ropa empapada y el aire frío hacían que tiritara, pero trató de ignorarlo.

—Caleb va a matarme —no dejaba de repetir Brendan.

—¿Te quieres callar?

—Como se entere de que te he dejado saltar desde ahí arriba...

—Si no se lo dices, no se enterará. ¡Cállate ya!

Victoria no podía ver nada, pero se ayudaba con una mano en la pared rocosa. Y el camino pareció eterno. Ni siquiera podía ver sus propias manos, o el lugar donde pisaba. Brendan estaba igual que ella, y algunas veces lo escuchó soltar una palabrota porque su cabeza había chocado con algo alto.

—Ventajas de no ser un gigante —murmuró Victoria para sí.

Casi había empezado a desesperarse cuando, a lo lejos, alcanzó por fin a ver lo que parecía un halo de luz. Frunció el ceño, tratando de ver mejor, y se dio cuenta de que era la luz que se filtraba por las rendijas de una puerta de hierro gruesa.

Aceleró el paso, con el corazón latiéndole a toda velocidad, y justo cuando iba a tocar el hierro con la mano, Brendan la detuvo del hombro.

—Quieta —advirtió.

—¿Qué...?

Ella le puso mala cara, ofendida, cuando Brendan le quitó la pistola de la cintura de los pantalones y la apartó.

—¿Te crees que te necesito para abrir la puerta? —preguntó, molesta.

—Sí, la verdad.

—Vete a la mierda.

—Ya estoy en ella. ¿Es que no me ves?

Victoria estuvo a punto de cruzarse de brazos, pero optó por no hacerlo, tensa, cuando Brendan sujetó la pistola con una mano y la manija de la puerta con la otra.

Cuando intentó abrirla, como habían sospechado, se dieron cuenta de que estaba cerrada con llave.

—¿Puedes abrirla? —preguntó Victoria, mirándolo.

Brendan lo pensó un momento antes de asentir y dar unos pasos atrás.

—Apártate y tápate los oídos.

Victoria obedeció al instante.

—Adiós al factor sorpresa —murmuró Brendan.

Él levantó la pistola y, sin siquiera pensarlo, disparó al cerrojo.


Caleb

—Creo que ni siquiera es legal que estés sentado ahí.

El crío lo miró con una sonrisita feliz mientras estiraba el cuello para ver también el paisaje por la ventanilla.

Había obligado a Caleb a sentar al dichoso peluche en el asiento trasero, con el cinturón puesto.

Aunque, claro, él no era nadie para juzgar. Después de todo, le había hecho lo mismo a una plantita.

—¿Estás seguro de que vamos en la dirección correcta? —insistió, girando por la carretera que le dijo él.

El niño asintió, decidido.

—¿Sabes decir mamá pero no sabes decir ? Eres rarito, ¿eh?

El crío le entrecerró los ojos, pero no dijo nada. Caleb suspiró.

—Bueno, al menos sabes decir una palabr... —se cortó a sí mismo cuando él empezó a gesticular—. ¿No? ¿Sabes decir dos?

El niño asintió.

—¿En serio? ¿Cuál es la otra?

—Pa... pá.

Caleb puso una mueca.

—Si conocieras a tu padre, no querrías volver a decir esa palabra, créeme.

—Pa-pá —insistió él con su voz aguda.

—Que sí, pesad...

El crío le golpeó la pierna con un puño y lo señaló.

—¡Pa-pá!

Durante un instante, Caleb se quedó mirando la carretera, pasmado, antes de girarse hacia el crío con cara de horror.

—Espera, ¡¿yo?!

—¡Pa-pá!

—¿Eh? No, no, no... eh... yo no soy tu papá, niño.

—¡PA-PÁ!

—¡Que no me llames así!

—¡Pa...!

—Mira, tu padre en realidad es un inútil, lo siento, pero no soy yo.

El niño le frunció el ceño, indignado, y se cruzó de brazos, mirando al frente. Caleb le puso una mueca.

—Eres tan testarudo como tu ma... digo... como Victoria.

El niño le dedicó una sonrisita maliciosa.

—No me mires así, crío. No iba a decir lo que crees.

—Pa... pá.

—No. Caleb. Ca-leb.

—Ca... le... ca...

—Eso es. Es mi nombre. Caleb. Dímelo.

—Cale.. Ca...

—Vamos, di mi nombre.

—Kris... tian.

Durante un instante, el nombre fluyó entre ellos, que se habían quedado en absoluto silencio. Caleb tuvo una sensación extraña en el cuerpo, casi de tristeza.

Puso una mueca, incómodo.

—¿Quién es Kristian?

—Pa-pá... Kristi... an —insistió el niño.

—¿Papá? ¿No se supone que papá soy yo? —puso una mueca—. Da igual, deja el tema y dime por dónde tengo que ir.

El niño pareció algo decepcionado, pero señaló una de las salidas del cruce.


Victoria

Casi al instante en que la puerta se abrió, los dos vieron a una figura corriendo en dirección contraria a ellos, doblando la esquina de un pasillo a toda velocidad.

—¡Oye! —gritó Victoria al instante, corriendo tras ella—. ¡Oye, espera!

Corrió tan rápido que apenas pudo ver lo que había a su alrededor, pero habría jurado que era una especie de búnker extraño. Parecía habilitado para tener la función de una casa, pero desde luego era demasiado frío y catastrófico como para realmente llamarlo así. Había libros amontonados, trastos, ropa... por todas partes.

Victoria alcanzó la puerta que la persona que corría había intentado cerrar justo a tiempo para empujarla con fuerza y abrirla de nuevo. Entró en la habitación, casi tropezándose con sus propios pies, y alcanzó a ver lo que parecía un niño corriendo por el siguiente pasillo, huyendo de ella.

—¡Espera! —insistió, corriendo tras él—. ¡No quiero hacerte daño, esp...!

Victoria se detuvo de golpe, asustada, cuando Brendan salió de la habitación contraria, acorralándolo entre los dos. El chico intentó pasar por debajo de él, pero no le sirvió de nada. Brendan lo tiró al suelo casi al instante.

Tardó solo un segundo en reaccionar y acercarse corriendo a ellos. Brendan estaba teniendo dificultades por sujetar al chico, que no dejaba de retorcerse en el suelo, intentando librarse. Sonaba como si estuviera llorando.

Pero, entonces, Victoria se dio cuenta de que el chico... no era un chico. Era un hombre calvo, de unos cincuenta años, tan delgado que parecía demacrado y con los ojos muy abiertos, aterrados.

Era el del recuerdo.

Estaba más viejo, más delgado... y parecía aterrado, fuera de sí, pero era él. Estaba segura.

—¡No! —no dejaba de chillar, retorciéndose.

De hecho, uno de sus codazos dio en la cara a Brendan, que pareció tener que contenerse para no golpearle la cabeza contra el suelo.

—No queremos hacerte daño —insistió Victoria cautelosamente, acercándose a él.

—¡No! —chilló el hombre, lloriqueando.

—No te haremos daño —repitió—, te lo prometo, y Brendan también, pero tienes que dejar de intentar escapar de nosotros.

Por un momento, pareció que sus palabras tenían efecto, porque el hombre dejó de retorcerse y se giró hacia ellos con los ojos muy abiertos.

—¿Brendan? —repitió en voz baja.

—Sí —le dijo el aludido, no muy amablemente—. ¿Qué te pasa con mi nombre?

Brendan se apartó, extrañado, cuando el hombre se retorció y se quedó sentado en el suelo, mirándolo con los ojos muy abiertos.

—Tú... eres Brendan —dijo, mirándolo fijamente, casi como si no pudiera creérselo—. Tu... tu hemano...

—No está aquí —le soltó él bruscamente—. Dinos tu nombre.

Pero el hombre lo ignoró, se giró lentamente hacia Victoria y, al instante en que la miró de arriba a abajo y volvió a subir la vista a sus ojos, los suyos se llenaron de lágrimas.

—Pelo castaño, ojos grises... eres Victoria... eres tú. Eres tú... eres tú de verdad...

Ella dio un paso atrás, perpleja.

—¿Cómo sabes...?

—Eres tú —el hombre tenía lágrimas recorriéndole las mejillas, pero no pareció importarle—. Por fin... por fin... he esperado tanto tiempo...

Hizo una pausa, y de pronto sus ojos se entrecerraron lentamente hacia ella.

—¿Dónde está?

Su tono ya no era temeroso, ni ilusionado. De hecho, a Victoria le dio algo de miedo.

—¿Quién?

—Su hermano. ¿Dónde está? Tendría que estar aquí.

—¿De qué coño está hablando? —masculló Brendan, confuso.

—Kristian... —el hombre dio un paso hacia Victoria—. ¿Dónde está Kristian? ¿Dónde?

—¿Se puede saber quién es Kristian? —Brendan frunció el ceño—. Me resulta familiar.

Victoria dudó visiblemente, y eso fue suficiente como para que el hombre abriera mucho los ojos, pero esta vez no fue con temor, sino con furia. Una furia tan cruda que Victoria retrocedió, asustada.

—¡Intentáis engañarme! —gritó, furioso—. ¡No lo conseguiréis! ¡No otra vez! ¡No!

Brendan estuvo a punto de apuntarlo con la pistola, pero el hombre echó a correr y, antes de que ninguno de los dos pudiera reaccionar, ambos vieron cómo alguien salía de la nada, lo agarraba del cuello, y lo estampaba contra una pared sin siquiera dudarlo.

Victoria casi lloró de alegria al ver a Caleb ahí, de pie.

—¡Kyran! —exclamó cuando vio que el niño iba tras él, enseñándole los puños al hombre por si se atrevía a intentar escapar—. ¿Qué...?

—Ni siquiera voy a empezar a cuestionarme por qué habéis huido de casa —les dijo Caleb, tan tranquilo como si no sujetara al pobre hombre por el cuello—, pero... ¿por qué demonios estáis aquí abajo, empapados?

—¿Por qué tú estás tan seco? —protestó Brendan—. ¿Cómo has bajado?

—Por la puerta que hay en lo alto de la colina, idiota.

Victoria enrojeció.

—¿Hay... una puerta?

—Sí, cosa que habrías sabido si me hubieras preguntado —Caleb la miró un momento—. Espera, ¿habéis saltado la maldita colina?

Victoria y Brendan intercambiaron una mirada temerosa.

—¡Ha sido idea suya! —exclamó Brendan, señalándola.

Victoria abrió mucho los ojos.

—¿Qué...? ¡SAPO!

El hombre se estaba poniendo azul, pero nadie parecía acordarse de él a parte de Kyran, que le lanzaba puñetazos a los pies.

—Bueno —Caleb cerró los ojos un momento—, ¿alguien puede decirme quién es este? ¿Lo mato o qué?

—¡No! —Victoria se acercó y le apartó la mano, haciendo que el hombre quedara sentado en el suelo, tosiendo—. Caleb, Sawyer tenía miedo de que viniera aquí.

—¿Aquí? ¿Por qué?

—¡Porque este hombre es el que vi en los recuerdos de Sawyer!

Durante un instante, Caleb la miró fijamente, pasmado, pero Victoria pudo ver el momento exacto en que su mirada pasaba a ser de sorpresa a... cabreo.

—¿Que tú...? ¿A eso se refería Sawyer con lo de que utilizaste su habilidad con él? ¡¿Estuviste a solas con él?!

—¡Es... una historia muy larga! ¡Pero la cosa es...!

—¡Me da igual! ¿Por qué demonios nunca puedes hacer lo que te digo? ¡Te dije que tuvieras cuidado!

—¡Pero...!

—Eh... tortolitos —intervino Brendan de repente—, no sé si os da igual, pero el loco se ha ido.

Ambos se giraron de golpe. Brendan y Kyran observaban cómo el tipo de antes recorría de vuelta el pasillo, acercándose a una puerta y murmurando para sí mismo.

—¡Eh, espera! —Victoria se apresuró a seguirlo.

—Tienen... tienen que saberlo —murmuraba él en voz baja, sacudiendo la cabeza y pulsando unos botones en el panel de la puerta—. Sawyer estará furioso conmigo... furioso... pero tienen que saberlo... sí... por fin están aquí...

Victoria ni siquiera dudó en meterse en la habitación tras él, haciendo que Caleb la siguiera de cerca con el ceño fruncido. Brendan y Kyran, por su parte, se quedaron en el umbral de la puerta, desconfiados.

Victoria miró a su alrededor, pasmada, en cuanto se dio cuenta de dónde estaba. Era una sala relativamente grande, con las paredes llenas de fotografías, recortes de periódicos, noticias y otros documentos. No reconoció las primeras que vio, pero sí las segundas.

Y la niña que salía en esa fotografía, aparentemente sacada desde el otro extremo de la calle donde ella jugaba... era Bexley.

El siguiente era Iver. Empezó a ver fotos, documentos, nombres... estaban llenos, pero eran tantos que ni siquiera podía leerlos.

Se quedó muy quieta, igual que Caleb, cuando pasó a la siguiente y se dio cuenta de que estaba mirando... fotos suyas.

Victoria saliendo de casa, yendo al trabajo, hablando por el móvil, con Daniela y Margo...

—¿Por qué tiene fotos tuyas? —preguntó Caleb en voz baja.

Victoria iba a responder, pero se interumpió a sí misma al bajar la mirada y encontrarse con una libreta tirada en el suelo. El hombre empezó a murmurar a toda velocidad para sí mismo cuando Victoria la recogió.

—Por fin... Victoria... por fin... —murmuraba sin parar.

Ella tragó saliva y abrió la libreta, notando que Caleb se asomaba por encima de su hombro para mirarla. Empezó a pasar fotos y documentos, cada vez más tensa, sin reconocer a nadie.

—Son los de la segunda generación —murmuró Caleb, perplejo—. Pero... eso son fotos actuales. Y Sawyer nos dijo que estaban muertos, no entiendo...

Pero se calló de golpe cuando Victoria llegó a la última página.

Ambos se quedaron mirando las fotos durante tanto rato que incluso Brendan se acercó con el ceño fruncido.

—¿Qué pasa? —preguntó—. ¿Qué es?

Victoria miró a Caleb con los ojos muy abiertos. Él parecía tan pasmado como ella.

—¿Y bien? —insistió Brendan.

Victoria se dio la vuelta hacia él lentamente, con un nudo en la garganta, y le enseñó las fotos.

—Es Ania, Brendan —dijo en voz baja—. Está viva.


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