Capítulo 20

Victoria

Abrió los ojos perezosamente, bostezando, y apretó lo que fuera que tenía en la mano, que era cálido y blandito.

Pero... espera, ¿qué era eso?

Parpadeó a su alrededor y apretó un poco los dedos, enfocando mejor. Sintió que su cuerpo entero se quedaba quieto cuando se dio cuenta de que estaba apretujándole la mejilla al pobre Caleb.

—¿Qué...? —empezó ella, confusa.

—¿Estás despierta? —preguntó él, dando un respingo, casi aliviado—. Dios, por fin. ¿Eso quiere decir que ya me puedo ir?

—¿Irte...?

—Tu crío no me dejaba irme anoche —dijo, malhumorado, quitándose la patita de Bigotitos y la mano del niño de encima y poniéndose de pie—. La noche más larga de mi maldita existencia.

Victoria intentó contener una risita divertida sin mucho éxito cuando vio que se marchaba frotándose la espalda dolorida.

Al final fue complicado despertar a Bigotitos y al niño, que querían dormir cinco minutitos más, pero Bexley subió a ayudarla y pareció que a ella le hacían más caso. Mientras el niño jugueteaba felizmente en la bañera, haciendo pompas con el jabón y Bigotitos lo miraba con desconfianza desde la puerta, Bexley buscaba en los cajones.

—A ver... —murmuró—, sí. Sabía que aquí había unas.

Sacó unas tijeras de uno de los cajones y se las enseñó a Victoria, que puso una mueca.

—¿Seguro que sabes lo que haces? No quiero tener que rapar al pobre niño.

—Sé lo que hago —le aseguró Bexley, y casi al instante se le cayeron torpemente las tijeras al suelo.

Pobre niño.

De todos modos, Victoria lo terminó de bañar y lo sentó delante del espejo, donde él jugueteó tranquilamente con el bote de jabón mientras Bexley le cortaba el pelo mordiéndose el labio inferior, muy concentrada.

Victoria nunca lo admitiría, pero esos diez minutos fueron los más tensos de su vida. Estaba sufriendo mucho por el pelo del pobre niño.

—Deja de estar tan tensa —protestó Bexley al notarlo—, ni que fueras su madre.

Ella le puso mala cara, pero no dijo nada.

Y, unos pocos minutos más tarde, Bexley sonrió, agarró un peine y terminó de colocarle el pelo húmedo al niño, que se miró a sí mismo con una gran sonrisa en el espejo.

—Y... ¡listo! Mi gran obra maestra.

Victoria se asomó para verlo. El pelo castaño y rizado ya no parecía tan rizado. Bexley le había cortado al menos cuatro dedos de longitud, y ahora estaba mucho más ordenado y corto, colocado despreocupadamente. Parecía incluso más limpio. Y el niño parecía encantado.

—Vale, tenías razón —admitió Victoria—. Esto se te da bien.

—Te lo dije —dijo ella, muy orgullosa.

Bajó con el niño las escaleras, donde Iver estaba entrando por la puerta con aspecto cansado. Le puso mala cara nada más verla.

—¡He estado hasta ahora en el maldito hospital con tu amiga! —protestó.

—¿Y te lo has pasado bien? —murmuró Caleb, que estaba deambulando por la cocina.

—¡No! —Iver puso los brazos en jarras, indignado—. ¡Nadie me dijo que tendría que estar horas en un maldito hospital, y solo para que la atendieran! Si lo hubiera sabido, habría obligado a Caleb a curarla él mismo.

Caleb lo ignoró completamente, lanzando un trocito de comida a Bigotitos, que la atrapó al aire, pavoneándose como si quisiera presumir de sus habilidades delante de Caleb.

—¿Está mejor? —preguntó Victoria, dejando al niño, que fue correteando hacia Caleb y Bigotitos.

—Sí, no fue nada grave —dijo Iver, todavía indignado—. Pero... ¿tú sabes lo que he tenido que sufrir? ¡He estado durante horas sentado entre Brendan y Margo! ¡Horas! Si son insoportables durante cinco minutos... ¡¿cómo te crees que son durante varias horas?!

—Deja de exagerar, pesado —protestó Bexley, bajando las escaleras y poniendo los ojos en blanco.

Esa vez, Iver pareció tocar el fondo de su pozo de paciencia. Levantó la mano, muy indignado, indicando que nadie le hablara, y subió las escaleras sin mirar a nadie, irritado. Victoria escuchó cómo la puerta de su habitación se cerraba con fuerza para dejar notar que seguía enfadado.

—Bueno —Bexley se cruzó de brazos y miró a Caleb, burlona—. ¿Estás nervioso por conocer a tus suegritos?

Caleb le dedicó una mirada mortífera.

—Deberíamos irnos en cuanto antes —intervino Victoria—. Conociéndolos, vendrán antes de la hora de comer.

Bexley soltó una risita divertida cuando Caleb suspiró pesadamente, dejando claro lo que le apetecía todo eso.

Caleb

El crío dio otra patada a su asiento mientras conducía y tuvo que cerrar los ojos un momento, invocando paciencia.

Victoria, a su lado, intentaba no reírse.

—Dile que pare —masculló, molesto.

El crío, divertido al ver que Victoria sonreía, volvió a empujar el asiento de Caleb con la punta del pie, sacudiéndolo un poco. Lo suficiente como para que su poca paciencia fuera agotándose cada vez más.

—No creo que me haga caso —confesó Victoria.

—Créeme —él le puso mala cara—, no quieres que se lo diga yo.

Victoria se obligó a sí misma a girarse y decirle al crío que parara. Después de insistirle un poco, obedeció y se cruzó de brazos, ofendido.

Parecía que había pasado una eternidad desde que había visto a Victoria en su edificio cuando los tres entraron en él. El crío iba en brazos de Victoria, mirándolo por encima de su hombro con una sonrisita que no fue correspondida en absoluto, pero no pareció importarle demasiado.

Caleb escuchó ruido en casi todos los pisos vecinos, pero nadie se asomó para mirarlos cuando Victoria entró en su piso y se quedó parada en la entrada, mirando a su alrededor con sorpresa.

No había rastro de sangre, o cristales rotos, o muebles movidos. Estaba todo tal y como lo había estado antes de la visita de Axel.

Y Victoria, claro, estaba perpleja.

—¿Qué...?

—Lo limpié todo hace poco —murmuró Caleb, repentinamente algo avergonzado.

Y lo había hecho muy concienzudamente. No soportaba el olor a la sangre de Victoria, así que se aseguro de que no quedaba ni rastro de él en todo el piso. Tardó varias horas.

Ella no dijo nada, pero notó que lo miraba con expresión extraña. Caleb dio por terminada la conversación al entrar y cerrar tras él. El crío quiso bajar de Victoria para empezar a recorrer el piso, entusiasmado, y no tardó en ir a su habitación. Caleb escuchó que se subía a la cama y empezaba a dar saltitos, entusiasmado.

Victoria, por su parte, se acercó a la cocina y colocó estratégicamente unas cuantas cosas en las encimeras para que pareciera que alguien había vivido ahí durante las últimas semanas. E hizo lo mismo con el salón. Caleb se limitó a cruzarse de brazos y apoyarse con el hombro en una pared, mirándola. Parecía bastante estresada.

—Vale —empezó ella, colocando más cosas—, mientras mis padres estén aquí, tú vuelves a ser mi novio.

Lo miró, esperando una respuesta. Caleb se encogió de hombros.

—No sé si eso les gustará mucho —murmuró.

Incluso la gente sin habilidades destacables podía percibir que él no era una persona normal. Y no solían tomárselo muy bien.

No creía que los padres de Victoria fueran a hacerlo, tampoco.

—Bueno, tampoco es que me importe taaaaanto su opinión —ella puso una mueca—. Solo es para salir del apuro. Además, si le dices a mi padre que te gusta pescar y le dices a mi madre que cocina bien, estarán encantados contigo.

—No pienso fingir que me gusta algo solo para caerles bien.

Victoria puso los ojos en blanco y se incorporó, girándose hacia él y dejando de colocar cosas.

—Estaría bien que fingieras que no todo te da igual cuando ellos estén aquí.

—Se me hace difícil.

—Pues ten en cuenta que, si no lo haces, cuando todo esto termine, te daré una patada en los huevos —ella enarcó una ceja—, ¿es suficiente motivación o también tengo que darte un codazo en el estómago?

Caleb levantó las cejas, sorprendido, cuando ella empezó a encaminarse hacia su habitación sin mirarlo.

—¿Cuándo te has vuelto así de agresiva? —preguntó, pasmado.

—Lo he sido siempre —le aseguró ella, sujetando al niño para que dejara de dar saltitos sobre su cama y llevándoselo al salón—. Y tú lo vas a comprobar como no te...

Victoria dejó de hablar cuando vio que Caleb se giraba hacia la puerta.

—¿Ya están aquí? —preguntó con un hilo de voz.

—¿Tu madre tiene la voz chillona y tu padre suelta muchas palabrotas? —preguntó él, escuchando con atención.

—Sí.

—Pues están subiendo las escaleras.

—¡Mierd...! —ella se detuvo en seco al darse cuenta de que el niño la miraba y lo corrigió sobre la marcha—. E-es decir... ¡vaya!

Transportó a toda velocidad al niño al sofá, donde lo dejó sentadito y le dio uno de los peluches que Bigotitos solía usar para desmembrar. El de una pantera negra. Menos mal que ese todavía estaba entero.

—Quieto aquí hasta que yo te diga, ¿vale?

Él asintió felizmente, jugando con el peluche.

Y, en ese momento, llamaron al timbre.

Caleb notó que le daba un tirón brusco en el brazo para colocarlo detrás de ella y sonrió, divertido, cuando Victoria empezó a colocarle la chaqueta compulsivamente.

—Vale, mejor —murmuró para sí misma.

Y, acto seguido, se giró hacia la puerta, respiró hondo y la abrió con una sonrisita algo tensa.

Un hombre y una mujer estaban al otro lado. La mujer era algo baja, regordeta y tenía el pelo castaño atado en la nuca. Dio un respingo cuando Victoria abrió la puerta de esa forma y dejó de parlotear, cosa que había hecho durante todo el pasillo.

El hombre, en cambio, tenía cara de aburrimiento y su complexión era más delgada y larguirucha, como Victoria y su hermano. Incluso sus ojos eran del mismo color que el de sus hijos, pero su pelo era más bien grisáceo.

—¡Papá, mamá! —saludó Victoria, claramente tensa—. ¡Cuánto tiempo!

La cara de la madre de Victoria se suavizó al instante.

—Hola, cariño —le dijo, dándole un corto abrazo y frotándole la espalda con una mano—. Ya era hora de que nos invitaras. Teníamos muchas ganas de verte.

Su padre fue menos cariñoso. Se limitó a aceptar el abrazo de Victoria y darle una palmadita incómoda en la cabeza. Claramente no era tan cariñoso como la mujer.

—Bueno... mamá, papá... este es Caleb, mi novio.

Y ella dio un paso atrás, señalándolo.

Caleb supuso que debería estar nervioso, pero la verdad es que no lo estaba. Solo los miró con curiosidad.

El padre de Victoria, que pese a ser alto era un palmo más bajo que él, abrió mucho los ojos, sorprendido, mientras que la madre de Victoria hacía lo mismo, solo que con los ojos llenos de ganas de chismorreo.

—¡Así que este es tu famoso novio! —dijo con su voz chillona, acercándose a Caleb con determinación y sujetándolo de los hombros para revisarlo de arriba a abajo, como un escáner—. Ven aquí, cielito, dame un abrazo. ¡Ya era hora de que nos conociéramos!

Caleb estuvo a punto de negarse al abrazo, pero la mujer resultó tener una fuerza bruta grotesca cuando tiró bruscamente de su hombro para estrecharlo en un abrazo.

Se obligó a no apartarse, pasmado.

—Eh... un placer —murmuró torpemente cuando Victoria le dedicó una mirada significativa para que dijera algo.

—Mamá, no lo asfixies, por favor.

—¿Eh? Ah, sí, perdón, perdón.

El padre de Victoria fue más de su agrado porque se limitó a ofrecerle una mano.

—Caleb, ¿eh? —dijo, mirándolo como si quisiera analizarlo bien—. ¿Y cómo os conocisteis?

—Apunté a su hija con una pist...

—¡En un turno del bar! —chilló Victoria enseguida, alarmada.

—Oh, claro —dijo su madre, asintiendo con la cabeza.

Victoria pareció soltar un suspiro de alivio.

—Bueno —el padre de Victoria los miró, extrañado—, ¿nos vais a tener en la puerta todo el día o podemos pasar?

Caleb miró a Victoria, que empezó a entrar en pánico.

—Eh... ejem... hay algo... que... mhm... debería deciros y...

—Oh, no —su madre se llevó una mano al corazón—. Dime que no estás embarazada, por favor.

—¿Eh?

—¡Eres demasiado joven, Vicky!

—Tú tenías su edad cuanto te quedaste embarazada —le dijo su padre, confuso.

—Bah, eran otros tiempos.

—No han pasado ni veinte años, ¿qué...?

—¡No me quites autoridad delante de la niña y su novio!

—¡No estoy embarazada! —aclaró Victoria, interrumpiendo su discusión.

Eso pareció calmar a su madre, que puso una mano en el brazo de Caleb como si necesitara apoyarse dramáticamente en algún lado para no caerse al suelo.

—Menos mal —murmuró.

—Pero... —añadió Victoria con una sonrisita nerviosa—, puede que... ejem... haya alguien a quien queréis conocer.

Los padres de Victoria la miraron al instante, confusos.

—¿A qué te refieres, Vicky? —preguntó su padre finalmente.

—A que... yo... eh... —ella cerró los ojos un momento y respiró hondo antes de mirarlos—. Digamos que Ian no ha sido tan... eh... precavido.

De nuevo, la miraron como si no terminaran de entender lo que estaba diciendo, pero cuando Victoria y Caleb se apartaron y vieron al niño, se quedaron con la misma cara de estupefacción.

Al principio, Caleb estuvo a punto de ir al rescate de Victoria. Le estaba empezando a preocupar el ritmo intenso de su corazón. Pero fue calmándose a medida que les contaba la historia del niño a sus padres —omitiendo los detalles menos bonitos, claro— y les decía cómo había terminado en sus manos.

Para cuando terminó, Caleb y Victoria estaban sentados en el sofá con el niño mientras su madre estaba en el sillón y su padre se mantenía de pie a su lado. Ambos miraban fijamente al niño, que jugaba sin hacerles caso con su peluche de pantera y se lo enseñaba a Caleb muy felizmente.

Cuando Victoria dejó de hablar, ellos permanecieron unos segundos en silencio, mirándolos fijamente como si sus cerebros todavía procesaran la información.

Al final, el padre de Victoria fue el primero en reaccionar. Apretó los labios con fuerza, apartando la mirada.

—Siempre he sabido que tu hermano era un irresponsable —murmuró—, pero siempre creí que solo era consigo mismo, no con un niño que no ha hecho nada malo.

El niño en cuestión agitó el peluche delante de Caleb, enfurruñado porque él no quisiera jugar con él. Caleb suspiró y se lo quitó, le echó una ojeada y se lo devolvió. Eso pareció contentarlo por un rato.

—Pero... no lo entiendo —murmuró su madre, todavía conmocionada—. ¿Cómo puede alguien abandonar a un niño...? ¿Qué hay de su madre? ¿No habéis intentado encontrarla?

—Sinceramente, no sé quién es —le dijo Victoria.

—¿Y no la ha buscado?

—Ella no lo quiere.

—Pero es su madre, Vicky.

Caleb vio que Victoria agachaba la cabeza, sin saber que decir, y decidió intervenir para salvarla.

—Si lo hubieran encontrado en las condiciones que lo encontramos nosotros... no querrían devolvérselo —les aseguró en voz baja.

Eso pareció convencer un poco a su madre, que se pasó las manos por la cara.

—¿Qué hay de tu hermano?

—Tampoco sé nada de él —murmuró Victoria.

—¿Y qué vas a hacer con el niño? ¿Quién se ocupará de él? ¿Quieres que lo hagamos nosotros, por eso nos has dicho todo esto?

Caleb esperó una respuesta afirmativa y rotunda de Victoria.

Y esperó.

Y esperó un poco más.

Se giró hacia ella con el ceño fruncido, ¿por qué no decía nada?

Victoria se había quedado mirando a sus padres como si una palabra hubiera estado a punto de salir de su garganta pero se hubiera contenido antes de decirla. Tragó saliva ruidosamente, miró al niño y luego miró a Caleb.

Y, solo por su expresión, ya supo qué iba a decir.

—No —se giró hacia sus padres—, quiero cuidarlo yo.

Mierda.

El niño sonrió, inconsciente de la situación, mientras Caleb no estaba muy seguro de si debería empezar a planear una huída de emergencia.

—¿Tú? —repitió su padre, poco convencido—. Vicky, no te ofendas, pero... eres una niña y no...

—Una niña que se ha encargado de él todos estos días —replicó ella—. Y de sí misma durante casi dos años.

—Pero un niño no es fácil —le dijo su madre con suavidad—, y es una responsabilidad... gigante. Cuidar de un niño es casi como dejar una parte de tu vida a un lado para poder asegurarte de que él vive bien la suya. Vicky, sé que eres responsable, lo sé, pero... es mucha carga sobre tus hombros.

—Pero...

—Debería venir a casa con nosotros —murmuró su padre, asintiendo—. Somos sus abuelos. Y ya te hemos criado a ti. Y a tu hermano. Podríamos cuidarlo a él hasta que hablemos con su madre y tu hermano.

La expresión de Victoria estaba volviéndose lentamente cada vez más desolada.

—P-pero...

—Es demasiado carga para ti sola —insistió su madre.

Caleb vio que a Victoria le temblaba un poco el labio inferior cuando bajó la mirada, y no tenía aspecto de ser alguien a quien le han negado un capricho. Tenía aspecto de alguien a quien le han quitado la ilusión sobre algo que le entusiasmaba.

Odió ver esa expresión en su cara.

Y las palabras salieron antes de que pudiera contenerlas:

—No está sola. Yo también cuido de él.

Victoria levantó la cabeza de golpe y lo miró, pasmada. Sus padres hicieron lo mismo.

—El niño no es nada tuyo —le recordó el padre de Victoria.

—¿Y qué? —Caleb lo miró de reojo. Seguía jugando con el peluche—. Me gusta cuidarlo. Yo... no soy muy bueno con los niños, pero estoy dispuesto a aprender por él. Y por Victoria.

No sabía ni por qué estaba diciendo lo que estaba diciendo. Sonaba raro. Raro... y cierto. Se removió, incómodo, cuando notó que la expresión de Victoria —que seguía teniendo los ojos clavados en él— pasaba de la sorpresa a la ilusión.

—¿Estáis seguros de lo que estáis diciendo? —preguntó la madre de Victoria, mirándolos con una mueca de preocupación—. Si lo cuidáramos nosotros, podríais venir a verlo cuando quisierais.

—Se queda aquí —sentenció Victoria.

El niño había dejado de jugar hacía unos segundos, y ahora los miraba a todos con los ojos muy abiertos por la sorpresa, como si pudiera notar la tensión del ambiente. Se pegó a Victoria y Caleb al instante, mirando con desconfianza a sus abuelos, que apenas conocía.

—Bueno... —el padre de Victoria pareció querer alivianar un poco el ambiente—, ¿y cómo se llama? Ni siquiera nos lo habéis dicho.

Victoria abrió la boca y volvió a cerrarla. Se había quedado en blanco.

Y, de nuevo, las palabras de Caleb salieron sin que pudiera controlarlas.

—Se llama Kyran.

Victoria lo miró, claramente sorprendida, mientras sus padres ponían una mueca.

—¿Kyran? —repitió el padre de Victoria—. ¿No se os ha ocurrido un nombre más raro?

—A mí me gusta —sonrió su madre—. Es original.

Caleb bajó la mirada al crío, que lo miraba con la boca abierta, sorprendido e ilusionado. Al parecer, a él también le había gustado.

Los padres de Victoria no tardaron demasiado en decirles que era mejor que se marcharan, pero que pasarían unos días en un hotel cercano por si necesitaban algo. Victoria les aseguro que no lo harían, pero ellos insistieron igual.

Y, cuando por fin cerró la puerta, se giró hacia Caleb con el ceño fruncido, confusa.

—¿Kyran? —repitió, confusa.

Caleb sintió que le calentaban las orejas y se aclaró la garganta, incómodo.

—Es... lo primero que se me ha ocurrido.

—¿Y significa algo?

—Sí. Es... pantera en mi idioma.

Victoria bajó automáticamente la mirada hacia el peluche del crío, que los miraba con curiosidad, y esbozó una pequeña sonrisa, volviéndose de nuevo hacia Caleb.

—Kyran —murmuró—. Me gusta. ¿A ti te gusta, Kyran?

El niño asintió, entusiasmado, y abrazó su peluche.

Victoria

El día anterior había sido difícil convencer a Kyran de volver a casa. Se había enamorado del piso de Victoria.

Pero fue suficiente ver cómo se marchaba Caleb para que quisiera ir corriendo detrás de él, claro.

Ahora ya era el día siguiente, y Victoria acababa de recibir un mensaje de sus padres informándola de que le ingresarían tanto dinero como necesitara para el niño, aunque sabían que jamás lo aceptaría.

Y... ¿cuál era la alternativa? Ir a hablar con Andrew, su jefe, y estrenar por fin ese contrato que le había conseguido Caleb.

Como la única persona que estaba en casa cuando quiso salir era Bex —y no estaba de humor para visitas a su habitación, precisamente—, Victoria decidió ponerle el abrigo nuevo a Kyran, que no se despegaba de su peluche de pantera, y salir con él de la mano de casa.

—Bueno —murmuró, mirándolo—, espero que no te importe caminar un rato.

Kyran le sonrió felizmente, indicando que no.

—¿Alguna vez me hablarás?

Kyran mantuvo su sonrisa, pero no dijo nada.

—Ya veo —Victoria suspiró y le apretó un poco la mano para cruzar la calle.

El niño se mantuvo a su lado en todo momento, sujetando la pantera con la otra. Parecía encantado con eso de ir a pasear, aunque hubo momentos en los que quiso ir en brazos de Victoria y mirar mejor a su alrededor. Por suerte, solo lo hacía por momentos cortos, normalmente prefería caminar a su lado, de la mano.

Victoria iba explicándole lo que había en cada calle aunque a él no le importara demasiado. Solo sonreía y miraba lo que señalaba con expresión completamente feliz.

—Mira, por esa calle vive Margo —le informó Victoria—. Vive con dos chicos más. Es mi amiga, la pelirroja, ¿te acuerdas de ella?

Él asintió. Solo la había visto una vez, cuando le había presentado a Margo y Dani, que no parecieron muy sorprendidas al ver lo que había hecho Ian. Lo conocían muy bien.

—Y por aquí... —Victoria miró a su alrededor, buscando algo que destacar de la calle industrial y abandonada que cruzaban—. Bueno, por aquí no hay gran cosa, pero es un buen atajo para llegar rápido a mi trabajo.

El niño sonrió, encantado, y dejó que lo guiara alrededor de una fábrica grande y abandonada, siguiendo la acera.

Y Victoria... tuvo una extraña sensación de familiaridad, como si ya hubiera estado ahí.

Bueno, probablemente había pasado al lado para ir a algún lado. No entendía por qué le daba tanta importancia. Puso una mueca y recorrió la vieja fábrica abandonada con los ojos, como si fuera a tener algo espec...

Cualquier línea de pensamiento coherente se esfumó cuando, inconscientemente, se giró hacia delante.

Ni siquiera supo muy bien por qué lo había hecho.

Ahí solo había un hombre apoyado en la valla principal de la fábrica. Llevaba una camisa cara pero arrugada, una corbata aflojada, un rolex de oro y el pelo hacia atrás. Estaba fumando un puro mientras miraba fijamente la calle, pensativo.

No supo qué tenía ese hombre de malo, pero no le gustó.

Kyran, en cambio, la despistó cuando tiró de su mano y la dirigió directamente hacia él.

Victoria estaba tan sorprendida que no reaccionó a tiempo, y cuando quiso darse cuenta de lo que pasaba... el hombre se separó un poco de la valla para volver a entrar, provocando que ambos chocaran entre sí bruscamente.

Ella se separó al instante, apartando a Kyran con ella, y dedicó una sonrisa de disculpa al hombre, que ahora la miraba con el ceño fruncido.

—Perdón —le dijo, algo avergonzada—. Es... bueno, perdone. No estaba mirando.

Algo dentro de ella le dijo que se alejara. Había algo en ese hombre... que era extrañamente familiar. Y no estaba muy segura de qué era, pero sí de que era malo.

Tiró de la mano de Kyran, que también lo miraba fijamente, como si algo no encajara, y se alejó rápidamente con él.

Sin embargo, no había dado dos pasos cuando escuchó la voz del hombre.

—¿Te conozco de algo?

Victoria se detuvo y se dio la vuelta hacia él.

La miraba con los ojos entrecerrados, meditabundo, como si la hubiera visto antes. Ella lo miraba igual, seguro. Y ni siquiera sabía por qué. Estaba claro que no lo había visto en su vida. Ni había oído a nadie que hablaba con ese acento... tan extraño. Apenas era perceptible, pero lo había notado. Y no supo ubicarlo.

—Puede que me haya visto —dijo finalmente—. A veces paso por aquí para ir a trabajar.

El hombre dio otra calada a su puro, mirándola fijamente. Victoria empezó a notar una capa de sudor frío cubriéndole la parte superior de la nuca y bajando lentamente cuando le mantuvo la mirada, intentando aparentar normalidad.

—Ah, claro —dijo él lentamente, y le dio la sensación de que su cortesía era gélida—. Seguramente sea eso.

Victoria lo miró unos segundos más, esperando que él se diera la vuelta y se alejara, pero no lo hizo. Solo la miraba fijamente, tirando el humo del puro por los labios. Algo en sus ojos... era frío. Muy frío. Y no le gustó. Le provocó un escalofrío en el peor de los sentidos posibles.

—¿Es tu hijo? —preguntó, señalando con la cabeza a Kyran.

Victoria habría preguntado un ¿qué te importa? a cualquier otra persona, pero no podía hacerlo con él. Era como si algo en su voz, su forma de mantenerse ahí de pie, impasible, o su actitud... hiciera que no pudiera negarse a responderle.

—Más o menos —murmuró.

El hombre echó una ojeada a Kyran, que se aferró a su pantera, desconfiado.

—Bonito peluche. Yo solía tener uno parecido, pero mi padre me lo quitó —le dijo con el mismo tono de voz carente de vitalidad de algún tipo.

Victoria ocultó un poco a Kyran detrás de ella, a lo que el desconocido sonrió ligeramente, de forma casi tenebrosa, y la miró.

—¿Cómo se llama el niño?

Ella dudó, pero de nuevo... no fue capaz de callarse.

—Kyran.

El hombre, por primera vez desde que habían entablado esa conversación, se quedó sin palabras.

De hecho, entreabrió los labios, mirándola fijamente, y bajó la mano con el puro, completamente lívido.

Y Victoria aprovechó la oportunidad para alejarse.

Ni siquiera se despidió, solo agarró con algo más de fuerza la mano de Kyran, que parecía curioso, y se alejó rápidamente del desconocido.

No se sintió segura hasta que dobló la esquina y su mirada dejó de estar sobre su nuca. Se detuvo junto al callejón trasero de la fábrica, respirando agitadamente, todavía fría como el hielo, y soltó la mano de Kyran, que se aferró a su pantera con los ojos muy abiertos.

—Un momento —le pidió en voz baja.

¿Por qué estaba tan tensa? Solo era un tipo que no volvería a ver en su vida. Jamás volvería a...

Espera, algo no iba bien.

Levantó la mirada y casi le dio un infarto... cuando vio que Kyran estaba al otro lado de la valla, yendo felizmente hacia la entrada.

—¿Q-qué...? —se le cortó la voz por el pánico y sus susurros se volvieron aterrados—. ¡Kyran! ¡Kyran, vuelve aquí!

Pero el niño no volvió. Solo se detuvo y le hizo un gesto para que lo acompañara.

Oh, Victoria iba a llevarlo del hombro si era necesario, pero no iban a meterse en esa fábrica, aunque tuviera que ir a buscarlo.

—¡Vuelve aquí! —repitió, apoyándose en la valla.

Kyran negó con la cabeza y señaló la puerta de nuevo, avanzando hacia ella.

Oh, no.

Victoria sintió que una oleada de pánico la invadía cuando empezó a buscar compulsivamente por dónde había entrado. Encontró la respuesta en forma de una pequeña abertura cercana al suelo de la valla. Se tiró al suelo sin siquiera pensarlo y agradeció por primera vez en su vida ser delgada y larguirucha. Si no lo hubiera sido, no habría cabido por ahí.

Se puso de pie ignorando la humedad del suelo que se había adherido a su ropa y buscó frenéticamente a Kyran con los ojos. El hombre seguía dándoles la espalda al otro lado de la valla a suficiente distancia como para que Victoria estuviera asustada, pero no aterrada.

—¡Kyran! —susurró, desesperada.

Vio la sombra del abrigo rojo y echó a correr tan sigilosamente como pudo hacia ella, rodeando la fábrica en el proceso. Empezó a jadear, asustada, cuando llegó a la parte trasera de ésta y vio que Kyran estaba acercándose a...

Oh, no.

Kyran iba directo a dos hombres corpulentos que vigilaban una puerta.

Se quedó paralizada por el pánico cuando Kyran se quedó de pie delante de ellos, que hablaban entre sí en voz baja, riendo y asintiendo. Era cuestión de tiempo que lo descubrieran.

Y no lo pensó, solo se lanzó hacia delante para ir a por él. Si le hacían daño, tendrían que hacérselo a ambos.

Pero, a medida que avanzaba, aterrada, se dio cuenta de que los hombres habían echado varias ojeadas hacia Kyran y no le hacían caso.

De hecho... lo ignoraban.

¿Por qué demonios lo ignoraban?

Victoria lo miró, desconcertada, cuando Kyran sonrió ampliamente y avanzó hacia la puerta. Ella abrió mucho los ojos, asustada, pero se quedó completamente paralizada cuando vio que pasaba entre los hombres... sin que ellos lo miraran.

¿Es que... no lo veían?

Se quedó de pie al otro lado. Ellos seguían hablando. Kyran le hizo un gesto desde el interior de la fábrica para que lo siguiera, pero Victoria dudó.

De hecho, uno de los hombres miró en su dirección cuando dio una pisada algo fuerte, como si hubiera oído algo, pero apartó la mirada rápidamente, desinteresado.

¿A ella tampoco podían verla?

Miró mejor a Kyran... y se dio cuenta de que él sonreía, como si supiera perfectamente que acababa de entenderlo.

Victoria le hizo un gesto frenético para que volviera con ella, pero el niño se limitó a soltar una risita y salir corriendo hacia el interior del edificio, agitando la pantera por encima de su cabeza.

Bueno, hora de ir a rescatarlo.

Caleb

Sujetó el cuello del tipo con fuerza, llegando a levantarlo del suelo. Iver, detrás de él, seguía rebuscando en los cajones algo de valor.

—Podemos estar así todo el día —le dijo al hombre mientras Iver seguía tirando el contenido de un cajón al suelo—. Si nos dices dónde está el dinero, terminaremos antes.

El tipo era un hombrecito bajo, regordete, calvo y con el cuello rojo. Bueno, ahora tenía la cara entera roja porque Caleb seguía sujetándolo a su altura, por encima del suelo, y él se agitaba intentando librarse del agarre.

—¿Y bien? —preguntó Caleb, mirándolo.

El hombre intentó hablar, pero por su expresión dedujo que no sería lo que quería oír, así que se dio la vuelta y lo transportó por el salón como si no pasara nada, lanzándolo contra el sillón, que retrocedió casi un metro entero por el impulso.

Entrar en su casa había sido ridículamente fácil. Ese hombre necesitaba ponerse una alarma o algo así. Solo habían tenido que empujar una ventana y ya estaban dentro.

Y ahora estaban en su salón. Iver siguió removiendo cajones en busca de dinero mientras Caleb se quitaba la chaqueta sin ninguna prisa y se subía las mangas de la camiseta hasta los codos. El hombre empezó a tensarse visiblemente.

—Bueno... como te llames —murmuró sin mirarlo—, le debes dinero a mi jefe, así que no voy a irme de aquí hasta que pueda decirle que he saldado la deuda. Puede ser de una forma agradable... o desagradable. Tú eliges.

El hombrecito se encogió contra el sillón cuando Caleb lo agarró y lo arrastró hasta que lo tuvo delante de él. El tipo miró la pistola que tenía en la cinta de su torso, empezando a sudar por los nervios.

—No encuentro nada —le informó Iver.

—Sois... sois unos ladrones —tartamudeó el hombrecito, señalándolos con un dedo tembloroso—. ¡Ladrones!

—¿Nosotros? —Caleb enarcó una ceja—. Yo no le debo dinero a nadie, no te equivoques.

—¡Le dije a Sawyer que se lo devolvería en...!

—Le dijiste que se lo devolverías ayer. Y no ha recibido dinero. Así que, o me ayudas a encontrarlo, o me desharé de ti para que no me molestes mientras lo busco yo solo.

El hombre calculó sus posibilidades a toda velocidad. Caleb podía oír el latido frenético de su corazón.

De hecho, escuchó que su ritmo cardíaco daba un respingo cuando Iver pasó al lado de la puerta del sótano, todavía rebuscando por la casa.

—Iver —lo llamó sin dejar de mirar al hombre—. Baja al sótano.

Cuando su pulso se aceleró todavía más, supo que había acertado.

Los pasos de Iver descendieron por las escaleras del sótano y escuchó que rebuscaba entre las cosas. El hombrecito tenía la frente perlada de sudor y su tensión iba aumentando a cada segundo que pasaba. Caleb se agachó un poco, mirándolo fijamente.

—Has estado casi media hora diciéndonos que no tenías dinero —le dijo en voz baja—, más te vale que mi amigo no encuentre nada.

Por la expresión del tipo, supo que era bastante probable que encontrara algo.

De hecho, dos minutos más tarde, Iver subió felizmente las escaleras. Llevaba un fajo de billetes en la mano y los estaba contando distráidamente.

—Estaban detrás de una de las piedras de la pared —informó a Caleb, que vio que el hombrecito se encogía aún más.

—¿Cuánto hay?

—Dos mil más de los necesarios.

—Bien —murmuró Caleb, mirando al tipo—. Llévatelos igual. Intereses de demora.

El hombre los fulminó con la mirada, pero pareció agradecer que se marcharan sin hacerle ningún daño.

Iver subió al coche a su lado, contando todavía el dinero.

—¿Y si nos quedamos nosotros los dos mil restantes? —sugirió con una sonrisita maliciosa.

—No.

—Pero...

—No.

—Aburrido.

—No es nuestro dinero.

—Bah —Iver puso los ojos en blanco—. Sawyer tiene tanto dinero... no se enterará si le faltan solo...

—He dicho que no.

Iver puso mala cara, pero lo dejó sobre el salpicadero mientras Caleb arrancaba el coche y empezaba a conducir en dirección a la fábrica.

Victoria

—¡Kyran! —insistió, abriendo otra de las puertas.

Estaba desesperada. Había perdido al niño unos minutos antes, y ahora lo buscaba por todas partes, abriendo todas las puertas de esa fábrica y suplicando porque no hubiera nadie al otro lado.

En realidad, por dentro era mucho más lujosa que por fuera. Y mucho más desierta. Por ahora, no se había encontrado a nadie.

¡Y necesitaba encontrar a Kyran! ¡Ahora!

Abrió otra puerta y la respiración se le agolpó en la garganta cuando vio que era una sala con sofás, y un hombre con el mismo traje que los de la puerta estaba durmiendo en uno de ellos. Volvió a cerrar sin hacer ruido y fue a por la siguiente.

Casi al instante en que abrió, vio por el rabillo del ojo el abrigo rojo de Kyran y su corazón empezó a bombear sangre a toda velocidad, emocionado. El niño estaba de pie junto a una mesa, cotilleando todo lo que encontraba. Victoria se acercó a él tras cerrar la puerta con suavidad.

—¿Se puede saber qué haces? —le preguntó, casi histérica.

El niño sonrió con inocencia y trató de dar la vuelta a la mesa que había en medio de ese gran despacho, pero Victoria lo atrapó del brazo, enfadada.

—¡De eso nada! ¿Tienes idea de lo preocupada que estaba? ¡No vuelvas a desaparecer de esa forma!

Kyran puso una mueca de arrepentimiento.

—No, no me mires así. No te va a funcionar.

La mueca se volvió tan tierna que fue difícil resistirse.

—¡Kyran, no...!

Se quedó completamente callada y un escalofrío de aviso le recorrió la columna vertebral cuando la puerta del despacho se abrió.

Se dio la vuelta, dispuesta a empezar a golpear a todo aquel que intentara hacerles daño, y su miedo fue peor cuando vio que era el tipo del puro que había visto en la entrada de la fábrica.

Oh, no.

Él cerró la puerta y pasó por su lado como si nada, acariciándose la nuca y dejándose caer en la silla de cuero tachonado que había al otro lado del caro escritorio.

Victoria miró a Kyran, que sonrió. ¿Los había vuelto invisibles otra vez?

Sin hacer ningún ruido y más tensa que nunca, Victoria lo sujetó de la manita y empezó a recorrer, con pasos diminutos, la distancia que había hacia la puerta. Tenían que irse de ahí. Cuando antes mejor.

Pero, justo cuando iba a tocar la puerta, ésta se abrió con fuerza y Victoria dio un paso hacia atrás, asustada.

Era Caleb.

¿Qué demonios...?

Él cerró de nuevo. Tenía el ceño fruncido, y Victoria notó que Kyran pasaba por su lado para salir corriendo hacia él.

Oh, no.

Impulsivamente, se agachó y agarró al niño, rodeándolo con un brazo y tapándole la boca con la mano libre, aunque supiera que no iba a decir nada. Retrocedió hasta que su espalda estuvo pegada en la pared del despacho y aguardó, asustada.

Caleb había empezado a dirigirse muy decidido hacia la mesa del hombre.

—Tenemos el dinero de...

Se detuvo en seco y su expresión cambió completamente a una distinta. Una de confusión. Victoria estuvo a punto de encogerse cuando Caleb miró en su dirección, pero no podía verla.

Al final, él pareció todavía más confuso cuando sacudió la cabeza y volvió a centrarse en el hombre.

—¿Y bien? —preguntó el hombre del escritorio.

—Tengo el dinero del tipo de la deuda, Sawyer.

Espera, ¿Sawyer?

¿Ese... era Sawyer?

Y entonces lo entendió. Estaba en la fábrica. Esa fábrica. Por eso le resultaba familiar. Y por eso ese tipo le causaba tan poca confianza. Sintió que su cabeza empezaba a dar vueltas por el mareo repentino, pero se negó a moverse de su lugar.

—¿Todo? —preguntó Sawyer, mirando a Caleb con una ceja enarcada.

—Dos mil más.

—Mhm... no está mal.

Pero incluso Victoria pudo notar que algo sí estaba mal. Caleb se sentó al otro lado del escritorio, mirándolo con expresión tensa.

—¿Algo más? —preguntó.

—Sí.

Pero dejó la frase en el aire, dando otra calada al puro. Ya iba por la mitad de él.

—¿El qué? —insistió Caleb.

—¿Qué hacías la otra noche con una chica?

Hubo un momento de silencio. Victoria tragó saliva y miró atentamente a Caleb, cuya expresión no había cambiado. En absoluto.

—¿Qué chica? —preguntó con tono de voz neutral.

—Una chica con la que tuviste un accidente de coche en la carretera que va hacia tu casa —le dijo Sawyer lentamente, entrecerrando los ojos—. ¿Te crees que algo pasa sin que yo me entere?

Victoria recordó al tipo bajito que había sido tan simpático con ellos y se preguntó si realmente era así de simpático... o el accidente no había sido sin querer.

—Ah, esa —murmuró Caleb, recostándose en su asiento con indiferencia—. No es nadie.

Espera... ¿qué?

Una pequeña parte de Victoria, una muy lógica, le dijo que solo estaba diciendo eso para que Sawyer se olvidara del tema.

Pero... ella era buena adivinando lo que Caleb pensaba. Y qué sentía.

¿Por qué ahora no podía leer nada en él que no fuera indiferencia?

—No creo que fuera nadie si iba en un coche contigo —replicó Sawyer lentamente.

—Nadie importante —aclaró Caleb.

Y su expresión no cambió. Su voz no tembló.

Muy a su pesar, Victoria empezó a sentir que su pecho se hundía al verlo.

—¿Y por qué iba en coche contigo?

—¿Por qué no puede ir conmigo una chica en coche?

—No recuerdo que suelas hacerlo, hijo.

—Todos necesitamos compañía de vez en cuando —le dijo él, frunciendo el ceño—. No veo que te quejes mucho cuando Axel va por las discotecas en busca de gente que llevarse a casa.

—Axel es distinto.

—Sí, es más imprevisible —Caleb enarcó una ceja—. Yo no.

Eso pareció dejar a Sawyer pensativo, y a Victoria dudando sobre cómo sentirse.

—No quiero que nadie se meta en medio de tus responsabilidades —replicó Sawyer, señalándolo con el puro—. Nadie. Ni una chica, ni un chico, ni absolutamente nadie. Tu trabajo es lo primero. Que nunca se te olvide.

—Nunca se me ha olvidado —le aseguró Caleb en voz baja—, y nunca se me olvidará.

Y eso sonó tan... real... tan sincero... que Victoria tuvo que apretar los labios por el nudo que se le estaba formando en la garganta.

No, no era real. Solo estaba diciéndolo por Sawyer.

¿Verdad?

—¿Quién es la chica? —preguntó Sawyer con curiosidad.

—Solo es una camarera —le dijo Caleb sin inmutarse—. La conocí hace unos meses. La chica del encargo.

"Solo es una camarera"

Victoria tragó saliva, intentando deshacerse del nudo de su garganta.

—¿Tengo que preocuparme por esa camarera, hijo?

—Claro que no. No digas tonterías. Solo la he mantenido cerca para asegurarme de que no dice nada de nosotros.

—Entonces, supongo que no hace falta que te pida que dejes de verla —le dijo, enarcando una ceja.

—Si es lo que quieres —Caleb se encogió de hombros—, no será muy difícil encontrar a otra.

Sawyer echó la cabeza hacia atrás y estalló en carcajadas mientras Victoria iba quedándose pequeñita y fría en su sitio, con el niño entre sus brazos.

Como un rayo, la conversación que había tenido con Axel el día que había ido a su casa le vino a la mente.

Lo había tomado como una provocación, y había asumido que no era cierto... ¿y si lo era?

¿Por qué Caleb no hacía lo que solía hacer cuando se tensaba? ¿O cuando se ponía nervioso?

¿Por qué parecía tan seguro de lo que decía?

—Bien —Sawyer pareció satisfecho con la respuesta—. Eres muy obediente, kéléb. Siempre ha sido una de las cosas que más me gustan de ti. Eres el único de toda la familia que sé que jamás me daría la espalda.

Caleb no dijo nada, pero le regaló un amago de sonrisa.

—Muy bien —concluyó Sawyer, suspirando y apagando el puro en un cenicero—, eso era todo. Quédate con unos cuantos billetes como recompensa. Y descansa bien. Mañana seguramente te encontraré otro trabajo.

Caleb asintió y se puso de pie, pero cuando hizo un ademán de darse la vuelta, Sawyer lo detuvo.

—Una última cosa...

—¿Sí?

Sawyer repiqueteó un dedo sobre la mesa antes de ponerse de pie, meterse las manos en los bolsillos, y rodear la mesa para acercarse a él, con ojos curiosos.

—Estás seguro de que esa chica no significa nada, ¿no?

—Absolutamente.

—Si te pidiera que la mataras... lo harías, ¿verdad?

Victoria se tensó de pies a cabeza, mirando a Caleb y esperando una reacción negativa, algo de tensión... lo que fuera...

Pero él solo enarcó una ceja.

—Nunca he dudado cuando me has encargado algo. ¿Te crees que empezaría a hacerlo ahora? ¿Y por una camarera?

Sawyer sonrió, satisfecho, y le abrió la puerta para que se marchara.

Justo mientras Victoria notaba que se le llenaban los ojos de lágrimas.

Caleb

Iver seguía junto al coche cuando llegó apresuradamente a su altura. Dio un respingo cuando se metió en el coche a toda velocidad.

—¿Qué haces? —preguntó Iver, subiendo a su lado.

Caleb tardó unos segundos en responder. Estaba arrancando tan rápido como podía.

—¿Hola? ¿Vas a responderme o...?

—Sabe lo de Victoria —le dijo en voz baja.

Iver parpadeó, confuso.

—¿Eh?

—¡Que sabe que Victoria está en casa! No sé cómo, pero lo sabe. Lo he visto nada más hablar con él —giró el volante rápidamente, saliendo del aparcamiento.

—¿Y qué... qué quieres hacer?

—Llevármela de ahí. A ella y al niño.

—Pero Sawyer...

—Le he dicho que no era nadie, pero no se lo ha tragado —le aseguró Caleb en voz baja, más tenso que nunca y soltó una palabrota cuando un coche lento se puso delante de él y tuvo que adelantarlo de forma bastante temeraria.

—Pero... —Iver lo miraba, todavía perdido—, ¿qué piensas hacer? ¿Dónde vas a ir?

Caleb dudó visiblemente, apretando la mano en el volante mientras aumentaba la velocidad.

—No lo sé, pero lejos de aquí.


Victoria

Todavía se estaba recuperando cuando Sawyer volvió a cerrar la puerta, silbando una melodía alegre. Se quitó el cinturón y lo dejó sobre la mesa junto con su pistola. Se aflojó la corbata, cruzó el despacho y se sirvió tranquilamente una copa de alcohol sin dejar de silbar.

Kyran estaba tirando del brazo de Victoria, que se había quedado con la mirada perdida, en blanco, sin saber cómo reaccionar. Kyran volvió a tirar de ella. Parecía asustado.

Y Victoria hizo lo peor que podía hacer en una situación así.

Intentó levantarse y su pie chocó con la estantería, haciendo que los libros que había en ella se tambalearan.

Y, claro, el ruido hizo que Sawyer se diera la vuelta hacia ella y la viera al instante.

Con el susto, el niño había dejado de hacer que no pudieran verlos. Y Victoria se había quedado paralizada, al igual que Sawyer, que seguía teniendo la copa de alcohol en la mano. Ninguno de los dos se movió durante lo que pareció una eternidad.

Y, entonces, reaccionaron a la vez.

Victoria se puso de pie y salió corriendo hacia la mesa, al igual que él, que lanzó la copa al suelo para abalanzarse sobre su pistola.

Pero fue Victoria quien consiguió atraparla primero.

Sin saber lo que hacía, la sujetó con ambas manos y apuntó a Sawyer.

Le temblaban los brazos, pero él se qudó completamente quieto, mirándola con cautela. Kyran gimoteaba, asustado, detrás de ella.

—No hagas nada de lo que puedas arrepentirte —le advirtió en voz baja.

Victoria se había arrepentido de muchas cosas en su vida, pero sabía que apuntar a Sawyer con una pistola jamás podría ser una de ellas.

—Levanta las manos —ordenó.

Sawyer dudó visiblemente, y pareció muy frustrado cuando lentamente levantó las manos por encima de su cabeza.

Justo en ese momento, se escucharon pisadas por el pasillo y a alguien intentando abrir la puerta. Victoria apuntó con más ímpetu a Sawyer.

—¿Todo va bien? —escuchó la voz del de seguridad al otro lado—. Hemos escuchado un ruido.

—Diles que todo va bien —le ordenó Victoria en voz baja.

Sawyer la miró por lo que pareció una eternidad sin decir nada. Hasta el punto en que a ella empezaron a sudarle las manos.

Sin embargo, pareció pensárselo mejor.

—Se me ha caído la copa —les dijo Sawyer en un tono de voz completamente relajado—. Todo va bien.

Los pasos volvieron por donde habían venido, pero Victoria no estaba tranquila. Tanteó a su espalda con una de sus manos y alcanzó a Kyran, pegándolo a ella mientras iba girando lentamente hacia la puerta sin dejar de apuntar a Sawyer.

—Eres tú, ¿no? —preguntó Sawyer lentamente, mirándola—. La chica con la que estaba en ese coche. La camarera.

Ella no respondió. Estaba claro que no necesitaba una respuesta para saberlo.

—No sé qué has venido a buscar, pero no vas a encontrarlo —le dijo él en voz baja—. Te lo aseguro.

Eso le llamó la atención.

De hecho, lo hizo demasiado para su propio bien.

—¿No voy a encontrarlo? —repitió Victoria—. ¿Qué no quieres que encuentre?

Sawyer sonrío ligeramente, sacudiendo la cabeza.

—Debí hacer que Axel te matara en cuanto supe de tu existencia.

—¿Qué no quieres que encuentre? —repitió ella, enfadada.

—Pero... ya has oído a kéléb —él sonrió más, ladeando la cabeza—. Porque lo has oído todo, ¿no? A lo mejor, esta vez debería ser él quien te persiga para matarte de una vez.

Por algún motivo, esa sonrisa mezclada con esas palabras mordaces... fueron suficientes aditivos como para que Victoria perdiera definitivamente los nervios.

Si de algo estaba segura... era de que Sawyer jamás le diría nada.

Pero también estaba segura de que estaba pensando en ello, quisiera o no.

Así que, sin pensarlo dos veces, bajó la pistola y cruzó la distancia que había entre ellos en dos zancadas. Sawyer abrió la boca para decir algo, pero sus palabras quedaron ahogadas cuando Victoria la puso una mano en el antebrazo desnudo.

Cerró los ojos. Al abrirlos, ya no estaba en ese despacho.

Pero no era un recuerdo claro, como el que había visto con Brendan. Eran... muchas imágenes confusas. Le daba la sensación de que, cada vez que parpadeaba, sus ojos divisaban algo nuevo. Una imagen nueva. Un recuerdo distinto.

Una imagen se plantó delante de sus ojos. Era un cartel. Un cartel viejo y de madera que parecía conducir a algún lugar, pero no lo reconoció. Cerró los ojos. Al abrirlos, vio un niño de pelo oscuro y ojos cerrados sentado en una silla. Una que conocía muy bien. La del sótano. Una mano se acercó a él, pero justo cuando iba a tocarlo, la imagen se desvaneció y apareció otra.

Victoria casi se cayó de culo cuando vio a una Bexley de unos quince años moviendo la boca como si quisiera decir algo, muy asustada, pero sus palabras solo crearon zumbidos y, cuando Victoria intentó entenderlas, la imagen cambió a otra. La de una chica de pelo castaño, de espaldas, con ambas manos en su estómago. Y la imagen volvió a cambiar justo cuando ella estaba a punto de mirar por encima de su hombro, así que no le vio la cara.

Esa vez fue la imagen de un hombre que no conocía. Estaba diciendo algo, pero cuando se calló y sonó una voz, era la de Sawyer.

—¿...definitivo? —le preguntó en voz baja.

El hombre sonrió de forma casi macabra, negando con la cabeza.

—Nada es definitivo, amigo mío, pero... será duradero, sí.

Esa vez, cuando Victoria abrió los ojos, volvía a estar en el despacho de Sawyer.

Ella respiraba con dificultad, mareada, y lo miraba con los ojos muy abiertos, pero no era nada comparado con la mueca de pánico que tenía Sawyer.

—¿Cómo...?

Pero no le dejó termnar.

Agarró a Kyran del brazo y se marchó corriendo tan rápido como pudo con él, grabando todas y cada una de las imagenes en su memoria.


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