Capítulo 19
Victoria
Bexley puso los ojos en blanco por enésima vez.
—Lo he entendido —le aseguró a Victoria, también por enésima vez.
Pero ella no estaba conforme.
—¡Es importante! —insistió—. He leído en Internet que es bueno que los niños tengan una hora específica para leer y...
—No voy a ponerme a leer libros con el crío —aclaró Bexley, cruzándose de brazos.
Victoria miró al niño, que estaba sentado felizmente en el sofá con Bigotitos mirando la televisión.
De hecho, miraba el canal de documentales históricos. Un documental sobre la primera guerra mundial. Y parecía encantarles a ambos. ¿Qué demonios...?
—Además —murmuró Bexley—, ¡solo ha estado aquí un día, tampoco has tenido tiempo para encariñarte tanto!
—¡Claro que lo he tenido! —ella se giró hacia Caleb en busca de ayuda—. Tú también, ¿verdad?
—No.
Victoria lo asesinó con la mirada, pero no pareció importarle mucho.
—Bueno, lo tengo todo claro —masculló Bexley—. ¡Marchaos de una vez!
Victoria suspiró y se giró hacia Caleb, que llevaba una mochila con sus cosas colgada del hombro y parecía bastante aburrido con esa conversación.
Al menos, había hecho un esfuerzo por vestirse como una persona normal. Victoria sonrió disimuladamente al notarlo. ¡No llevaba nada negro! Toda una novedad.
Y que lo hubiera hecho solo por ella hacía que la sonrisita tonta no pudiera desaparecerle.
—¿Qué pasa? —preguntó él al notar que lo miraba fijamente.
—Nada, nada... ¿nos vamos?
Ya se había pasado media hora despidiéndose del niño y Bigotitos, a quienes prácticamente les había dado igual.
—Sí —murmuró Caleb, y le abrió la puerta para que pasara.
Sin embargo, se detuvieron en seco al escuchar unos pasos apresurados por las escaleras. Y un sonido extraño que parecía... ollas chocando entre sí.
¿Qué...?
—¡Eeeehhhh, esperadme!
Los tres se dieron la vuelta hacia las escaleras, donde un Iver cargado con una mochila gigante bajaba apresuradamente hacia ellos, dando tumbos. Tenía una gran sonrisa.
—Ah, menos mal —dijo felizmente—. Pensé que ya os habríais ido.
—¿Qué llevas ahí? —Bexley frunció el ceño.
—¡Las cosas esenciales! Ollas, sartenes, platos, vasos...
—Iver, vamos a un campamento —aclaró Victoria—, no a un banquete real.
—¡Pero también querréis comer aunque estéis en un campamento! ¿O no?
—Espera —Caleb lo señaló con el ceño fruncido—. ¿Es que tú vas a venir?
Iver asintió felizmente.
—No recuerdo haberte invitado —insinuó Victoria, divertida.
—Bueno, puede que haya escuchado algo sobre el cumpleaños de tu amiga la rubia y me apetezca ir. ¿Algún problema?
—Ninguno —le aseguró Victoria, sonriendo—. Cuantos más, mejor.
Caleb la miró como si se hubiera vuelto loca.
—¿Vas a dejar que vaya? ¡Va a sembrar el caos!
—¡No es verdad! —Iver frunció el ceño.
—Sí lo es. Y lo sabes.
—Bueno, sí... ¡pero también cocinaré!
—A mí me parece bien que os vayáis todos —aseguró Bexley.
—Pues ya está —Victoria sonrió ampliamente—. ¡Venga, vamos o llegaremos tarde!
Casi pareció que Caleb se relajaba un poco, pero se tensó de nuevo cuando se dieron la vuelta y vieron a Brendan acercándose tranquilamente a ellos por el camino de la entrada.
—Como este también vaya, me mato —murmuró Caleb.
—No seas amargado —protestó Victoria.
Y se giró hacia Brendan con una gran sonrisa.
—¡Hola, Brendan! ¿Quieres venir con nosotros a una acampada?
Caleb la fulminó con la mirada, pero luego pareció que se relajaba con la seguridad de que su hermano diría que no.
—¿Una acampada? —repitió Brendan con una mueca—. Yo solo venía a por mi chaqueta, me la dejé ayer.
—Bueno, ¿quieres venir? Es por el cumpleaños de una amiga.
—Claro que no quiere —murmuró Caleb.
Brendan clavó la mirada en él unos segundos antes de entrecerrar los ojos hacia Victoria.
—Pues sí, la verdad es que quiero ir.
La cara de Caleb fue digna de enmarcar.
Así que terminaron los cuatro en el coche de Caleb, en un silencio absoluto solo interrumpido por la canción que sonaba por la radio y que Iver canturreaba felizmente, ajustándose el sombrero de explorador que se había puesto.
—¿Qué demonios es eso? —le preguntó Brendan, juzgándolo con la mirada.
—¿El qué?
—Esa cosa que te has puesto sobre tu cabeza para acabar con tu poca dignidad.
—Ah, ¿esto? ¡Es un sombrero de explorador!
—Hazte un favor a ti mismo y quítatelo.
—A mí me gusta —protestó Victoria, mirándolos.
—¡Gracias! —Iver la señaló, como si fuera la prueba de que tenía razón—. ¿Lo ves? Está bien.
—No, no está bien —le aseguró Caleb.
—Me da igual, no voy a quitármelo. Seguro que a ellos les encanta.
—Creo que Daniela tiene debilidad por los sombreros —le dijo Victoria con una risita.
Brendan puso los ojos en blanco cuando Iver se lo ajustó mejor, muy orgulloso de sí mismo.
Caleb
Notó que el corazón de Victoria empezaba a desacompasarse cuando llegaron al aparcamiento y dejó el coche en uno de los muchos espacios libres. No había mucha gente que quisiera hacer una acampada durante ese tiempo. Parecía que iba a llover.
Bueno, si llovía y se cancelaba eso, tampoco estaría muy triste.
Bajó del coche colgándose la mochila del hombro y Victoria se apresuró a llegar a su lado. Le dedicó un intento de sonrisa segura, pero estaba claro que estaba nerviosa. Y, para su sorpresa, Caleb notó que le sujetaba la mano.
No recordaba haber ido de la mano con ella en muchísimo tiempo, y era un sentimiento muy... extraño.
Intentó que su cara no revelara nada cuando ella lo guió, junto con Iver y Brendan, hacia el grupo de cinco personas que esperaba al inicio del caminito del bosque. Todos llevaban mochilas y hablaban entre ellos, riendo, relajados. Detectó enseguida a la amiga pelirroja de Victoria, que fue la primera que los vio y los repasó a todos con la mirada con suspicacia. La rubia, que fue la siguiente, solo les sonrió felizmente.
Y los demás eran desconocidos. Pero, de alguna forma, supo perfectamente cuál era Jamie.
El rubio delgaducho que sonrió ampliamente a Victoria y torció un poco el gesto cuando vio que sujetaba la mano de Caleb.
Mhm...
Victoria se detuvo delante del grupo con una gran sonrisa.
—¡Hola, chicos! —le dijo su amiga, rubia, acercándose para darle un abrazo a Victoria—. Me alegra que hayáis podido venir. No sabía que fueras a traer invitados.
—Estos son Caleb, mi novio, Brendan, su hermano, y...
—Iver —concluyó Daniela—. Sí, me acuerdo. ¡Me encanta tu sombrero!
Iver dedicó una sonrisita petulante a Brendan, que puso los ojos en blanco.
—Bueno —Victoria se giró hacia ellos—. Estos son Daniela, Margo, Jamie y Lian.
Lian era la chica de ojos rasgados que se mantenía al lado del exnovio de Victoria.
—No sé si habrá alcohol para todo el mundo —comentó Jamie, enarcando una ceja.
—Claro que lo habrá —Margo le puso mala cara, como si no entendiera por qué decía eso.
Jamie no dijo nada, pero Caleb notó que se tensaba cuando sus miradas se cruzaron. Él carraspeó y apartó la mirada, más tenso todavía.
Mhm...
—Bueno —concluyó Daniela—, ¿empezamos a andar ya? Se hará de noche y seguiremos aquí presentándonos.
Victoria
Empezaron a subir por el camino frondoso, siguiendo el liderazgo de Daniela, que iba andando de cosas insustanciales que Caleb prefirió ignorar casi al instante. Iver iba justo detrás de ellos, en medio de Margo y Brendan. Los tres estaban en completo silencio. Y detrás de ellos estaban Lian y Jamie, que hablaban en voz baja, algo tensos.
Y, claro, los últimos eran Victoria y Caleb porque la pobre Victoria solo llevaba diez minutos andando... y ya se sentía como si se muriera por dentro.
De hecho, cuando terminaron de subir esa cuesta infernal, no pudo más y se detuvo, jadeando y apoyándose sobre sus rodillas.
Caleb se detuvo al instante a su lado, mirándola con aire divertido.
—No puedo más —jadeó ella—. No he nacido para hacer ejercicio.
—Deberías mejorar esa resistencia, Victoria —la provocó.
—Cállate —masculló, incorporándose con las manos en las caderas, roja por el esfuerzo—. Dios mío, creo que he escupido un pulmón por el camino. No puedo más.
Caleb empezó a reírse —hecho insólito— y la miró de arriba a abajo.
—¿No deberíamos seguir? —preguntó ella, señalando el camino por el que los demás habían desaparecido—. Vamos a perderlos.
—Puedo escuchar dónde están, no vamos a perderlos. Descansa todo lo que quieras.
Victoria suspiró, aliviada, y se sentó en el suelo con la espalda apoyada en un árbol, agotada. Caleb sonrió y se puso en cuclillas delante de ella.
—¿Quieres un poco de agua?
—Quiero un poco de oxígeno, gracias.
—Tenemos que mejorar esa resistencia de verdad —dijo él, poniéndose serio—. No puedes cansarte tan rápido. Algún día podrías depender que correr para salvarte.
—Si tengo que correr, prefiero que me maten.
—Victoria...
—¡Que sí! —se exasperó, y luego abrió los brazos hacia él—. ¿Puedes llevarme un rato en brazos?
Se esperaba un no rotundo o una sonrisa incrédula, pero... no.
Él se limitó a ponerse de pie y darle la mochila. Victoria parpadeó, sorprendida, cuando se dio la vuelta para que pudiera subirse a su espalda.
—Vamos, sube.
Ella tardó unos segundos en reaccionar y ponerse de pie, colgándose la mochila de los hombros.
—¿Estás seguro?
—Claro que sí.
—Pero...
—Créeme, no me cansaré —dijo, como si la idea fuera divertida.
Victoria se apoyó de sus hombros y tuvo que dar un buen salto hacia arriba para poder quedarse encima de él, que la colocó mejor con las manos bajo sus rodillas y empezó a andar como si no llevara nada de peso.
Qué envidia. Ella también quería esa fuerza.
Victoria cruzó los tobillos delante de él felizmente, disfrutando de las vistas sin tener que hacer ningún esfuerzo. ¡Podía acostumbrarse a eso muy fácilmente!
—Oye, x-men —se asomó por encima su hombro, mirándolo con una sonrisita—, estás muy sexy desde esta perspectiva.
—Ah.
—Veo que alguien se ha despertado muy hablador.
—Mhm.
—¿Qué te pasa?
Caleb frunció un poco el ceño, todavía andando como si nada.
—No me gusta ese chico —concluyó.
—¿Qué chico?
—Sabes qué chico.
Victoria sonrió ampliamente y le pinchó la mejilla con un dedo.
—¿Estás celoso de Jamie?
—No —masculló.
—Mejor, porque no tienes motivos para estarlo.
—Mhm.
—Mi debilidad son los chicos que me espían.
—Yo no espío, solo observo.
—Oh, me da la sensación de que no te había escuchado decir eso en mucho tiempo.
Caleb giró para ir hacia la izquierda en un cruce de caminos. Victoria empezó a escuchar las voces de los demás, señal de que se acercaban.
—Jamie es un poco idiota cuando quiere —murmuró ella—, pero no te preocupes. No es malo. Solo... no le gustan los desconocidos.
—¿Estás definiendo a tu exnovio o a tu perro?
—¡No hables así de él, es un buen chico!
Pareció que Caleb no estaba muy de acuerdo con eso, pero se limitó de detenerse para dejar que bajara y meterse en el campamento que estaban empezando a montar los demás.
Caleb
Lo último que esperaba ese día era tener que montar el campamento él solo.
Y es que resultó que nadie, en todo el maldito grupo, sabía montar una tienda de campaña.
Es decir, que tuvo que hacerlo todo Caleb.
Las amigas de Victoria revoloteaban a su alrededor mientras él lo hacía todo. Hablaban mucho, pero no llegaron a aportar demasiada ayuda. Y Victoria se limitaba a ayudar a preparar lo demás con Brendan e Iver. Su exnovio solo estaba de brazos cruzados mirando la situación con el ceño fruncido.
Margo, la amiga pelirroja de Victoria, puso una mueca de sorpresa al ver el complicado nudo que acababa de hacer Caleb.
—¿Dónde has aprendido a hacer eso?
—Me lo enseñó mi jefe. Va muy bien para atar a la gente y que no puedan escaparse. O para torturar. Cuanto más tiras, más se aprieta. Es genial.
Y siguió a lo suyo mientras tanto Margo como Daniela intercambiaban miradas de ojos muy abiertos.
—¿Crees que bromeaba? —le preguntó Daniela en voz baja cuando él se dio la vuelta.
—Sinceramente, prefiero no saberlo.
La cosa es que el dichoso campamentito quedó montado al cabo de una hora. Y tardaron tanto porque básicamente todo lo hizo Caleb con tal de no seguir escuchando las protestas de los demás.
Ya había anochecido cuando vio que Brendan e Iver habían puesto con las chicas cuatro troncos alrededor de una pequeña hoguera y estaban hablando con los demás —bueno, Iver lo hacía, Brendan no— cuando Caleb se acercó al grupo.
Quizá no debería haberse sentido tan bien como lo hizo cuando vio que Victoria le había guardado un lugar justo a su lado y le daba una palmadita para que se sentara con ella.
—¿De qué habláis? —preguntó, poniendo una mueca cuando Victoria le pasó la comida.
Bueno, supuso que se día tendría que hacer un esfuerzo y comer algo.
—Les explicaba que todo esto de los nudos y las tiendas se te da muy bien porque fuiste boy scout —le dijo Victoria con una mirada significativa—. ¿Verdad?
Caleb puso una mueca antes de suspirar y asentir.
—Sí, claro. Boy scout.
—Yo era una chica abeja —dijo Daniela, sonriente.
—¿Una... qué? —Margo le puso mala cara.
—Éramos un grupo de exploradoras. Nos llamábamos las abejas porque había otros dos grupos y teníamos que diferenciarnos —enrojeció un poco—. Básicamente repartíamos galletas, aunque a mí me echaron porque siempre me las comía por el camino.
Caleb miró de reojo a la única pareja que no hablaba. El exnovio de Victoria y su pareja actual. Los había escuchado alejándose antes del grupo para discutir, aunque había preferido no escuchar mucho más. No era problema suyo.
Y, como si pudiera leerle la mente, el exnovio de Victoria se giró hacia él y le dedicó una sonrisa bastante amarga.
—Bueno, ¿y desde cuándo tú y Victoria estáis... con esta cosa?
Victoria
¿Esa cosa?
Él sí que era una cosa.
—Esta cosa es una relación, Jamie —aclaró, molesta—. Y... llevamos unas semanas juntos.
Casi esperó que Caleb dijera algo, pero él permanecía en extraño silencio a su lado, acuchillando a Jamie con la mirada.
—Pues lleváis poco tiempo —observó él, removiendo la comida de su plato con poco interés.
A su lado, Lian, su novia, puso los ojos en blanco y prefirió centrarse en su comida.
—¿Semanas es poco tiempo? —preguntó Iver, confuso—. Yo no he durado ni dos días con nadie...
—Tú eres un caso especial —le aseguró Brendan.
Victoria volvió a mirar a Jamie, que seguía observándolos con aire molesto.
—¿Estás bien? —le preguntó, enarcando una ceja.
—¿Y tú?
—Sí —ella se cruzó de brazos—. ¿Quieres hablar de algo, Jamie?
Hubo un momento de silencio antes de que él le hiciera un gesto con la cabeza hacia la zona de las tiendas, que estaba a unos pocos metros. Caleb no levantó la cabeza y fingió que se centraba en la conversación de los demás mientras Victoria iba con él, pero apostaría todo su dinero a que estaba escuchando cada detalle.
Vale, hora de tener cuidado si no quería que la noche terminara en un asesinato.
Jamie estaba esperando con las manos en las caderas, repiqueteando la punta de un pie en el suelo. Cuando Victoria llegó a su lado, la miró como si fuera la culpable de todos sus problemas.
—¿Qué te pasa hoy? —preguntó ella, confusa—. ¿No podrías ser un poco más educado con mis invitados?
—Estoy siendo educado con ellos.
—Solo con dos de ellos, Jamie.
—Bah —hizo un gesto despectivo con la mano—, no me importa lo que piense ese chico.
—No es ese chico, es mi novio, así que empieza a hablarle bien.
Jamie levantó la cejas, sorprendido ante ese pequeño arrebato.
—¿Qué te pasa últimamente? —preguntó, confuso.
—¿A mí?
—Has estado completamente desaparecida. He ido varias veces al bar a hablar contigo y nunca estabas. Ni en tu casa.
—He pasado tiempo con mi novio —se encogió de hombros, a la defensiva.
—¿Tanto tiempo?
—Jamie, ¿cuál es el problema?
Él suspiró y miró a Caleb por encima del hombro de Victoria. Ella le echó una ojeada. Seguía dándoles la espalda, sentado en el tronco. Pero Victoria lo conocía muy bien. Y podía notar la tensión de sus hombros.
Lo estaba escuchando todo.
—¿No te parece...? —empezó Jamie, pero se detuvo.
—¿Qué? —lo miró ella.
—No sé. Me da un poco la sensación de que... tiene algo raro.
Victoria casi empezó a reírse, pero se contuvo justo a tiempo.
—No tiene nada raro.
—Apenas ha dicho nada desde que ha llegado.
—¿Y qué? ¿Pasa algo porque sea poco hablador?
—A ti no te gustan los chicos así, Vic.
—Creo que sé decidir por mí misma qué chicos me gustan, pero gracias.
Hubo un momento de silencio en que se miraron el uno al otro, cada uno más tenso que el otro. Al final, fue Jamie quien lo rompió.
—¿En serio te gusta estar con alguien así? Tienes demasiada energía para él, Vic. Necesitas a alguien que pueda seguirte el ritmo. Y que te haga feliz.
—Oh... ¿ahora eres mi padre?
—No, pero me preocupo por ti.
—No me digas.
—Estoy seguro de que Dani y Margo también te lo dirían si pudieran.
—Dani y Margo lo conocen mucho más que tú —le aseguró Victoria—, y no veo que tengan ningún problema con que haya venido.
Jamie apretó los dientes al mirar de nuevo la espalda tensa de Caleb.
—No me gusta, Victoria.
—Suerte que tiene que gustarme a mí, entonces.
Dio por terminada la conversación, molesta, y volvió con el grupo.
Jamie la siguió de cerca y prácticamente se sentaron a la vez en sus respectivos sitios. Victoria vio que Caleb congelaba con la mirada a Jamie mientras él se sentaba de brazos cruzados, evitando el contacto visual con nadie.
De hecho, todo el mundo pareció darse cuenta del momento de tensión, porque hubo un instante de silencio absoluto hasta que Margo se aclaró ruidosamente la garganta.
—Bueno... ¿y si nos emborrachamos?
Caleb
Miró a Victoria con desconfianza cuando ella sacó dos botellas de cerveza de una nevera portátil y le dio una. Acompañada de una sonrisita encantadora, además.
—¡Vas a beber por primera vez! —le dijo, entusiasmada.
Caleb no estaba entusiasmado, en absoluto.
Los demás ya estaban bebiendo alrededor de la hoguera sin problemas, pero él nunca había bebido alcohol. Y no estaba muy seguro de querer empezar ese día. Había visto lo que hacía el alcohol con la gente. No le gustaba perder el control de la situación.
—Vamos, x-men —insistió Victoria con un puchero.
—Creo que prefiero simplemente ver cómo bebes tú.
—¿No puedes probarla, al menos?
—Huele de forma demasiado asquerosa como para que quiera hacerlo.
Ella suspiró y dejó una de las cervezas en la nevera otra vez, llevándose la suya a los labios. Caleb sonrió un poco cuando ella entrecerró los ojos.
—No sabes lo que te estás perdiendo —le aseguró, pasando por su lado para volver con el grupo contoneándose felizmente.
Y Caleb, por primera vez en su vida, se quedó mirando el culo de alguien. El de Victoria.
Y con mucho interés.
Cuando se dio cuenta de lo que hacía, dio un respingo y se apresuró a volver a ir a sentarse, confuso.
Al parecer, el grupito de pesados había empezado a jugar a algo de retos y preguntas. Caleb no lo entendía muy bien, pero cada vez que tocaba a alguien, le ponían un reto para hacer el ridículo o una pregunta estúpida que hacía que todos estallaran en risitas. Victoria incluída.
No entendía muy bien las relaciones sociales. Y sospechaba que moriría sin hacerlo del todo.
La noche empezó a avanzar y su alivio fue notorio cuando vio que Victoria solo había bebido una cerveza y media e iba perfectamente, no como los demás.
Parecía que todo el mundo iba borracho menos él.
Bueno, Brendan tampoco bebía. Solo miraba a todos con mala cara.
Puso los ojos en blanco sin poder evitarlo cuando Margo le dio con el puño en el hombro, sonriendo ampliamente.
—¡Venga, Caleb! —le dijo—. ¿Verdad o reto?
—Muerte, por favor.
—¿Eh?
—Dame un reto a mí —le dijo Victoria.
Margo lo consideró un momento, tocándose la barbilla con el dedo índice. Los demás la miraban, divertidos, esperando que se le ocurriera algo.
—¡Ya sé! —Margo la miró con los ojos entrecerrados con aire malicioso—. Te reto a hacernos un baile sexy.
Caleb frunció el ceño, segurísimo de que Victoria diría que no, pero levantó las cejas cuando notó que ella le dejaba su cerveza.
—Sujétame esto —le dijo, muy digna.
Caleb la miró, perplejo, cuando Daniela subió el volumen de la música y casi todos empezaron a aplaudir, entusiasmados, mientras Victoria empezaba a moverse.
Y... ejem... sabía moverse.
Empezó moviendo los hombros lentamente, al ritmo de la música, y luego sumó las caderas al movimiento, subiendo las manos por ambos lados de su cuerpo con una pequeña sonrisita hasta que su cuerpo entero empezó a moverse con gracilidad.
Caleb deseó poder decir que habría podido apartar la mirada de haberlo querido... pero no sería verdad.
Él parpadeó, confuso, cuando Victoria dio una vuelta levantando los brazos y no pudo mirar otra cosa que su trasero, que quedó a la altura perfecta para que no pudiera despegar los ojos de él.
—¿Quieres un vasito de agua? —se burló Iver, al otro lado de la hoguera, mirándolo.
—Sí, creo que se le ha secado la garganta —le dijo Brendan con una pequeña sonrisa maliciosa.
Caleb les estuvo a punto de dirigir una mirada asesina, pero se distrajo completamente cuando Victoria se giró hacia él y se acercó sin siquiera dudarlo, con una pequeña sonrisita segura en los labios.
Oh, no.
Él parpadeó, sorprendido, cuando Victoria le quitó la cerveza de la mano y la dejó en el suelo. Y, sin dudarlo un segundo, lo empujó ligeramente de los hombros hacia atrás y se quedó de pie entre sus piernas, mirándolo con la misma sonrisita.
De acuerdo, sabía lo que hacía.
—¿Qué haces? —preguntó él en voz baja, incómodo en el mejor de los sentidos.
—Pasármelo bien. ¿Tú no?
—No. En absoluto.
—Pues apártate. O disfruta del baile. Tú eliges.
Caleb notó que se le enrojecían las orejas cuando ella dio una vuelta a su alrededor, pasando los dedos por su cuello, su nuca y su mandíbula.
Las amigas de Victoria —e Iver— vitoreaban, entusiasmadas. La pareja callada seguía callada. Y Brendan solo los miraba con aire divertido.
Oh, iba a burlarse de Caleb por lo que le quedara de vida.
Victoria se detuvo otra vez delante de él, pero en esta ocasión empezó a contonearse. Y le dio la impresión de que lo hacía incluso mejor. Caleb se aclaró la garganta, nervioso, cuando le pasó una mano por el pecho y la bajó hasta su estómago para poder volver a subir a su cuello otra vez e inclinarse sobre él.
Justo cuando sus narices se rozaron y él sintió que la presión de sus pantalones aumentaba dramáticamente, la canción se terminó y Victoria sonrió, divertida, separándose de un salto.
Maldita sea.
Eso era jugar sucio. Muy sucio.
—Yo diría que he ganado el reto —dijo alegremente.
Margo, Iver y Daniela empezaron a vitorear al instante.
Victoria
No pudo evitar una sonrisita divertida cuando, durante las siguientes rondas, notó que Caleb se removía incómodo a su lado, claramente tenso e irritado.
—¿Qué te pasa, x-men? —lo provocó.
—Que eso ha sido jugar sucio —masculló él de mala gana.
Victoria sonrió ampliamente, encantada, y se pegó a su lado.
—Si quieres, puedo hacerte uno más privado otro día.
Sinceramente, no esperaba una reacción de Caleb, pero él dio un respingo y asintió con la cabeza enseguida, mirándola.
Seguramente se dio cuenta muy tarde de lo entusiasmado que había parecido con la idea, porque enseguida frunció el ceño y se tensó de nuevo.
—Haz lo que quieras —masculló.
Victoria empezó a reírse y volvió a centrarse en el juego.
Por ahora, los retos habían sido casi todos por los demás, así que se alegró cuando le tocó y tuvo que beberse lo que le quedaba de cerveza. ¡Por fin era su turno para molestar a alguien!
Y ya iba lo suficientemente contenta como para arriesgarse a molestar a las posibles futuras parejitas del grupo.
—Brendan —sonrió como un angelito, mirándolo—, ¿verdad o reto?
Brendan se quedó mirándola un momento antes de poner mala cara.
—Yo no juego a eso.
—Tienes que jugar —protestó Iver.
—No.
—Vamos, es mi cumpleaños —insistió Daniela—. Estamos todos jugando.
—¡Caleb tampoco ha jugado y nadie le dice nada!
—El pobre todavía se recupera del baile —sonrió Margo.
Caleb enrojeció un poco bajo la aparente serenidad de su expresión.
—Pues nada —Brendan se giró hacia Victoria—. Verdad.
Margo puso los ojos en blanco al instante.
—Aburrido —murmuró.
Y Brendan le clavó una mirada afilada.
—¿Perdona?
—Solo los aburridos eligen verdad —enarcó una ceja—. Los valientes elegimos reto.
—Una verdad puede ser peor que un reto.
—Y un reto puede ser muchísimo peor que una verdad —ella sonrió, entrecerrando los ojos—, aburrido.
Brendan pareció mucho más ofendido de lo que debería cuando se giró hacia Victoria de nuevo.
—Olvídalo. Dame un reto. Uno de verdad.
Victoria levantó las manos en señal de rendición.
—Yo... no sé si quiero meterme en esto.
—Si quieres, lo hago yo —le dijo Margo.
Victoria asintió, a lo que ella dedicó una sonrisita maliciosa a Brendan, que todavía parecía indignado.
—Te reto... a que te cuentes algo que nadie sepa de ti... o te quites una prenda.
Brendan se quedó mirándola unos instantes y Victoria casi pudo sentir las chispas fluyendo entre ellos cuando él se quitó la chaqueta sin romper el contacto visual, casi retándola con la mirada.
Victoria se giró a comentárselo a Daniela, pero ella estaba ocupada escuchando embelesada la explicación del gorrito de Iver, que le enseñaba cada detalle como si fuera necesario para su existencia.
Finalmente, miró a Jamie y a su novia. Estaban discutiendo en voz baja.
Genial.
¿Es que nadie seguía jugando?
Bueno, Margo y Brendan sí, porque Brendan acababa de hacerle el mismo reto exacto a ella, que también se había quitado la chaqueta y lo retaba con la mirada.
Victoria se giró hacia Caleb, que seguía poniendo mala cara, con la esperanza de hacer ellos dos también algo interesante.
Y fue en ese momento en que le cayó una gota de lluvia en la mejilla.
—Oh, no —murmuró.
Sí, empezó a llover.
Mucho.
Caleb no dejó de maldecir en voz baja por haber tenido que montar todas las tiendas para nada mientras lo recogían todo a toda velocidad. Y además el pobre se estaba empapando, porque Victoria se había dejado su chaqueta impermeable y él le había dejado la suya, que casi le sentaba como una capa.
Los demás se habían encargado del resto, así que prácticamente bajaron corriendo todo el sendero que habían subido unas pocas horas antes, solo que esta vez estaba lloviendo y resbalaba.
Victoria estaba segura de que se caería de culo al suelo, pero al final no fue ella quien se cayó, sino la pobre Daniela.
—¡Aaaaaayyyy!
La pobre había rebotado unos cuantos escalones de piedra hacia abajo, y ahora tenía el culo mojado y de un tono marrón verdoso por la tierra y la hierba. Puso una mueca mientras se lo acariciaba, dolorida.
Tanto Margo como Iver se acercaron prácticamente corriendo.
—¿Estás bien? —le preguntó Victoria, acercándose también.
—No —murmuró ella, dolorida—. Me he caído sobre la muñeca.
Victoria dio un respingo cuando Daniela levantó la mano y vio que un pequeño bulto le estaba creciendo en el hueso de la muñeca.
Oh, oh. Iba a vomitar si seguía viendo eso.
—¡Tienes que ir al hospital! —chilló Iver, presa del pánico.
—¡No te asustes tú, soy yo la que se ha hecho daño!
—¿Os queréis calmar? —protestó Margo, y se giró hacia Brendan—. Tú, imbécil, ¿sabes conducir?
Brendan frunció el ceño, ofendido.
—¿Imb...?
—¡¿Sí o no?!
—Pues sí, lista.
—Genial —sacó las llaves de su bolsillo y se las lanzó—. Llévanos a un hospital.
—¿Yo? ¿Por qué yo?
—¡Porque eres el único de los cuatro que no ha bebido! —se giró hacia Caleb y Victoria—. Marchaos a casa a cuidar del crío y el gato, nosotros nos encargamos.
Brendan no parecía muy convencido con la situación, pero Iver no dudó en levantar a Daniela en brazos e ir al coche a su velocidad, que era muy superior a la de ella. La pobre Daniela estaba pasmada cuando llegó.
Victoria y Caleb, por su parte, terminaron de bajar con Jamie y Lian, que seguían pareciendo cabreados. Especialmente cuando Jamie intentó sacar las llaves de su coche y le cayeron dentro de un charco. Empezó a soltar una cantidad de palabrotas preocupantes.
Victoria soltó la mano de Caleb —que la había estado sujetando para no perderla por el bosque, básicamente— y se acercó para recogérselas y dárselas a Jamie.
—Nos vemos otro d...
—¿Por qué no vienes con nosotros, Vic?
Tanto Lian como ella se giraron hacia él, sorprendidas.
Bueno, Lian pareció más bien ofendida cuando le robó las llaves, abrió el coche y fue a sentarse al asiento del copiloto con los brazos cruzados, pero Jamie la ignoró.
—¿Qué dices? —preguntó Victoria, confusa, por encima del ruido de la lluvia.
—Vamos, está claro que ese tío es un imbécil. Ven a dormir a mi casa.
—¿A tu casa? —repitió, pasmada.
Lo peor era que Jamie creía que Caleb no podía oírlo, pero Victoria sabía que sí y por eso estaba empezando a ponerse nerviosa.
—Sí, dejaré a Lian en su casa.
—Jamie...
—Tengo que decirte algo, Vic.
Ella echó una mirada por encima de su hombro y vio que Caleb la esperaba, impaciente y cada vez mirándolos con expresión más sombría.
Especialmente cuando Jamie la sujetó de los hombros y la obligó a mirarlo.
Oh, oh.
—Voy a cortar con ella —le dijo al final.
Victoria parpadeó dos veces antes de poder reaccionar.
—Oh —murmuró, intentando apartarse—. Eso... está muy bi... es decir... está muy mal. O... no lo sé. No sé qué decir, la verdad.
—Vic, yo...
Él dudó y se inclinó un poco más hacia ella para hablar en voz baja.
Ooooh, no.
—No es lo mismo —dijo Jamie al final.
—¿Eh? —a Victoria le salió la voz aguda por la tensión.
—Que no es lo mismo que contigo. Te echo de menos, Vic.
Sinceramente, esperaba que eso fuera una broma.
—Pero... si llevamos más de un año sin salir juntos —dijo, confusa.
—Sí, pero... antes nos veíamos de vez en cuando para... ya sabes...
—Ahora tienes novia —le recordó, esta vez molesta.
—Te he dicho que la dejaré.
—Bueno, pero yo también tengo novio.
—¿Y qué? Déjalo. Está claro que no te gusta.
—¿Que está...? No tienes ni idea, Jamie.
—Te conozco mejor de lo que te crees.
—No, no lo haces. Y yo ahora mismo no te conozco. Suéltame.
—Pero...
—Te he dicho que me sueltes. Ahora mismo.
Pero no lo hizo.
Menos mal que cierto señorito celoso estaba dispuesto a hacer que la soltara con mucho gusto.
Victoria cerró los ojos un momento, maldiciendo para sus adentros, cuando notó que una mano más familiar apartaba bruscamente el cuerpo de Jamie del suyo y la atraía hacia atrás, hasta que su espalda quedó pegada a un pecho que conocía demasiado bien como para no reconocerlo.
—Te ha dicho que soltaras —espetó Caleb, y Victoria se tensó al notar lo enfadado que estaba—. ¿Estás sordo o simplemente eres un gilipollas?
Jamie levantó la mirada hacia él, molesto.
—¿Y a ti qué te pasa? Estaba teniendo una conversación con Vic.
—Victoria —remarcó su nombre— te ha dejado claro varias veces que no quería seguirla. Hazte un favor y desaparece de aquí.
Ella suspiró cuando Caleb tiró de su mano hacia su coche sin esperar respuesta. Echó una ojeada a Jamie por encima del hombro, que acababa de subirse a su coche con cara de mal humor y se puso a discutir con su novia en cuanto entró en él.
Victoria, por su parte, se quitó la chaqueta impermeable de Caleb en cuanto estuvo sentada en el suyo y él encendió la calefacción, mirándola de reojo.
—¿Estás bien? ¿Tienes frío o...?
—¿Por qué siempre tienes que intervenir en mis conversaciones?
Caleb levantó las cejas, claramente sorprendido por esa reacción. Pero Victoria estaba molesta. Muy molesta. Y ni siquiera entendía el por qué.
—No he interrumpido nada, tú misma has dicho que querías irte.
—¡Pero no necesito un guardaespaldas!
Caleb la observó unos segundos antes de poner los ojos en blanco y empezar a conducir, negando con la cabeza.
—Esto es absurdo —murmuró.
—¿El qué? —ella entrecerró los ojos.
—Tu actitud. Solo intentaba ayudarte.
—No, no intentabas ayudarme. Es que estás tan celoso que no puedes controlarlo.
—Eso no es verdad —se enfurruñó.
—¡Sí lo es! ¡Admítelo de una vez, testarudo!
Caleb giró el volante, poniendo los ojos en blanco otra vez y dirigiéndose a su casa.
—No voy a admitir nada porque no es así.
—¿En serio? ¿No te importaría que ahora te pidiera que pararas el coche y me llevaras de vuelta con Jamie para hacer las paces con él?
Él apretó los dientes, mirando al frente.
—No —dijo en voz baja.
Victoria lo miró unos instantes, notando que su frustración crecía.
—Eres un idiota —masculló.
—¿Por qué? ¿Por decirte la verdad?
—No, precisamente por no decirla.
—No sabes si he dicho una mentira.
—¡Lo sé perfectamente! Siempre te escondes detrás de la excusa de que te doy igual, pero en el fondo sabes que no es verdad.
—No me das igual —le aseguró.
—¿No? ¿En serio? ¿Y qué papel ocupo en tu vida, exactamente?
Caleb apretó los labios.
—Somos amigos.
—¿Amigos? —ella casi se rio—. Sí, claro.
Él se enfurruñó y lo repitió:
—Somos amigos.
—Yo no hago con mis amigos lo que hago contigo, Caleb.
Hubo un momento de silencio en que ambos miraron al frente, enfadados, mientras la lluvia seguía cayendo furiosamente sobre el coche.
Al final, Victoria sintió que no pudo más y lo miró, furiosa.
—Nunca vas a admitirlo, ¿verdad? —espetó de repente.
—¿Eh?
—Nunca admitirás que sientes algo por mí. Aunque yo te lo diga. Aunque... hagamos cosas juntos. Siempre intentarás convencerte a ti mismo de que te importo una mierda.
—Es no es...
—Sí, es verdad. Y no voy a seguir con esto mucho tiempo, Caleb. No me lo merezco.
Él se tensó visiblemente y apretó los dedos en el volante.
—¿Me... estás dejando?
—¿No has dicho que solo éramos amigos? No puedo dejarte.
—Vale, no somos amigos, pero...
—...pero nunca admitirás que somos algo más. Nunca me dirás qué significa eso que me dijiste en tu idioma. Ya lo sé, Caleb.
—¡Eso no es...!
—¡Sí es verdad! —insistió ella, furiosa.
—¡Lo que te dije... no tenía importancia!
—¡Sí la tenía, para mí la tenía!
—¡Ni siquiera sabes qué era!
—¡Me da igual, me dio la sensación de que fuiste mil veces más sincero con tus sentimientos en ese momento que en todos los demás que hemos estado juntos!
—¡Victoria no...!
—¡No, no me interesa escuch...!
Se calló de golpe cuando él se tensó de pies a cabeza y, casi al instante, escuchó el pitido de un coche acercándose a toda velocidad.
Todo pasó muy deprisa. Durante un instante, Victoria solo miraba al frente con su cuerpo completamente paralizado, aterrada y sin comprender la situación, y vio dos luces aproximándose a una velocidad vertiginosa.
Notó el tumbo que dio el coche cuando Caleb giró el volante con fuerza, haciendo que los neumáticos chirriaran, y también notó el cinturón clavándose en su piel cuando los frenos hicieron que su cuerpo saliera hacia delante.
Y, justo cuando su cuerpo se movía con fuerza hacia delante, notó un brazo de Caleb sobre ella, apretándola contra el asiento mientras intentaba controlar el coche con el otro. Pero fue imposible. Y, cuando el coche chocó con el muro que había en los bordes de la carretera, Victoria sintió que un cuerpo cálido envolvía el suyo.
Cuando abrió los ojos, todavía no estaba muy segura de qué demonios había pasado.
Solo notó que estaba... bien. Su corazón estaba acelerado. Su cuerpo entero estaba paralizado, pero... no estaba herida.
Caleb se separó de ella, mirándola con los ojos muy abiertos. ¿La había... protegido con su cuerpo?
—¿Estás bien? —preguntó al instante, recorriéndola varias veces con la mirada.
Parecía aterrado. Incluso sus labios estaban blancos.
Victoria asintió, no muy segura de su podría encontrar sus cuerdas vocales para responder, y él pareció un poco aliviado, pero volvió a repasarla con la mirada por si acaso.
—¿Estáis bien? —gritó el conductor del otro coche, que se había acercado corriendo a ellos con un paraguas en la mano.
Caleb por fin dedujo que Victoria estaba bien, porque se separó y fue en ese instante en que ella vio que tenía una mancha de sangre en el brazo. Justo en el brazo que le había puesto delante para protegerla.
Oh, no.
—¡Estás...! —empezó, aterrada.
—Estoy bien —le aseguró con una mirada significativa que ella no entendió.
Se quedó mirando cómo Caleb ponía una mueca y se giraba estratégicamente hacia el hombre de forma que no se le viera la mancha de sangre.
—Estamos bien —le aseguró, bajando del coche.
—¿Estás seguro? No os he visto venir, deberían poner un...
Y se puso a parlotear sobre la necesidad de poner una rotonda en ese cruce para evitar más accidentes mientras sujetaba el paraguas encima de la cabeza de Caleb, que revisaba los daños del coche con la mirada.
Lo más gracioso era que el pobre hombre era más bajo que Victoria y, como Caleb era muy alto, tenía que tener el brazo completamente estirado para poder cubrirlo con al paraguas.
Victoria escuchó que seguía insistiendo en llevarlos al hospital, o al menos eso pareció, pero Caleb se deshizo de él rápidamente y volvió a subir al coche, que milagrosamente seguía funcionando. Solo habían roto una de las luces.
—¿Por qué no has querido que viera tu herida? —preguntó, confusa.
—Porque no puedo ir a un hospital, Victoria. Creo que les extrañaría un poco ver qué soy.
Ella enrojeció. No había pensado en eso.
—P-pero... ¿te has hecho daño o...?
—Estoy bien —repitió por enésima vez, y empezó a conducir de nuevo con mala cara—. Nunca había tenido un accidente.
—Bueno... estabas distraído.
—Porque nunca me distraigo —frunció el ceño, como si no lo entendiera—. O, al menos, antes de conocerte... no lo hacía.
—No sé si sentirme halagada.
Caleb pareció querer decir algo, pero al final se quedó callado.
Caleb
Al llegar a casa, el brazo le seguía palpitando. Especialmente en el hombro. Pero había hecho un verdadero esfuerzo para que no se le notara y Victoria creyera que estaba bien.
El niño y el gato estaban dormidos en el sofá. Y Bexley estaba dormida, pero en el sillón. Estaban mirando una de las películas de vaqueros en blanco y negro de Iver.
Normal que se hubieran quedado dormirdos.
En cuanto Bexley escuchó el ruido de los pasos de Vicotira, dio un respingo y se despertó de golpe, pero pareció calmarse al verlos.
—¿Ya estáis aquí? —preguntó con una mueca—. ¿Y mi hermano? ¿Y tu hermano?
—Se han ido a socorrer a la amiga de Victoria.
Bexley parecía más perdida que antes.
Victoria se acercó automáticamente al sofá y sujetó al niño en brazos para llevarlo a la cama —como la noche anterior—, pero apenas se había movido cuando el gato abrió los ojos y le dedicó una mirada de traición absoluta.
¿Miau?
—¿Qué pasa? —preguntó Victoria, confusa.
El gato miró al niño, en sus brazos, y luego se miró a sí mismo, indignado.
¡Miau!
Al final, Victoria suspiró y lo recogió con el otro brazo, subiendo las escaleras como pudo.
Al menos, el gato pareció conforme con eso.
Caleb se giró hacia Bexley, que ya estaba de pie a su lado y le miraba la herida del brazo.
—Vamos a ocuparnos de eso —murmuró.
Se quitó la sudadera y la camiseta en el baño, donde Bexley empezó a limpiarle la herida muy concienzudamente.
—¿Qué has hecho? —preguntó, confusa.
—El parabrisas tiene una grieta. Han saltado unos cuantos cristrales volando y se me han clavado en el brazo.
—¿Has vuelto conduciendo un maldito coche sin parabrisas?
—Sí lo tiene —él se enfurruñó—. Pero... tiene una grieta.
—Bueno, déjalo —ella puso los ojos en blanco y mojó un trozo de algodón con algo que olía horrible—. Sería más preocupante si lo tuviera Victoria. Tú te curarás enseguida.
Por eso, precisamente, había puesto el brazo delante de ella.
En realidad, no estaba seguro de por qué ese había sido su impulso. Lo había hecho sin pensar. Sin reflexionar sobre ello. Y no dejaba de preguntarse si sería capaz de hacer lo mismo con otra persona.
Con Sawyer, por ejemplo.
Miró a Bexley, pensativo, y ella puso una mueca, como si supiera por dónde iba su línea de pensamientos.
—¿Estoy incumpliendo la primera norma de Sawyer? —preguntó en voz baja—. La de no poner a nadie por delante de él.
Bexley sacudió la cabeza, divertida.
—Caleb... hace mucho tiempo que destrozaste esa norma.
Un rato más tarde, subió las escaleras frotándose la herida del brazo. Ya estaba empezando a cerrarse.
Escuchó las tres respiraciones mezclándose incluso antes de llegar a la puerta de su habitación, pero cuando entró en ella no pudo evitar poner mala cara al ver a Victoria, el niño y el gato dormidos profundamente sobre su cama.
La cama era gigante, y ocupaban todo el espacio.
Suspiró y aprovechó que estaban dormidos para meterse en el cuarto de baño, darse una ducha y ponerse ropa con la que se sintiera más cómodo. Al salir, todavía estaban dormidos. Se sentó un momento al borde de la cama y se levantó la camiseta, mirando la herida. Prácticamente estaba cerrada.
Justo cuando iba a ponerse de pie, notó que una manita pequeña le sujetaba el brazo y se lo impedía.
Miró al niño, sorprendido, cuando vio que él seguía sujetándolo mientras se frotaba los ojos con la otra mano, medio dormido.
—¿Te he despertado? —le preguntó.
Él sacudió la cabeza.
—Bueno... tú... eh... como te llames... vuélvete a dormir.
El niño le puso mala cara y empezó a tirar de su brazo hacia la cama.
—Ah, no, de eso nada. Olvídalo.
Él, muy indignado, empezó a tirar con más fuerza.
—¡Que no quiero, niño, suéltame o...!
Caleb se calló de golpe cuando él señaló a Victoria de forma amenazante.
—Ni se te ocurra despertarla y chivarte, sapo —advirtió Caleb en voz bajo.
El crío enarcó una ceja, como si estuviera perfectamente dispuesto a hacerlo si no le hacía caso.
—Me caes mal, que lo sepas.
El niño sonrió como un angelito cuando consiguió que él se tumbara en la cama, completamente incómodo, y prácticamente se lanzó sobre Caleb, acomodándose sobre él.
Caleb, por su parte, se limitó a mirar el techo contando los segundos que faltaban para que el crío se durmiera y pudiera irse, pero cuando notó una patita peluda sobre su pierna y la mano de Victoria sobre su cara...
Bueno, parecía que iba a tener que pasar una maravillosa noche así.
Y, ¿sabes qué era lo mejor de todo?
¡Que al día siguiente conocería a los padres de Victoria!
Puso una mueca al techo cuando el crío se quedó dormido otra vez y empezó a babear en su cuello.
Sí, iba a ser una noche muy larga.
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