Capítulo 14
Victoria
—Entonces —murmuró Bex—, hay que descubrir cuál es tu habilidad.
Estaban todos en la cocina. Brendan era el que se mantenía más al margen, mirándolos apoyado la puerta trasera con los brazos cruzados sobre el pecho.
—¿Empezamos ya a torturarte? —Iver sonrió angelicalmente.
—Nada de tortura —masculló Caleb.
—¿Y cómo vamos a sacarle emociones fuertes sin provocárselas?
—Hay muchas formas de provocarlas —murmuró Brendan.
—¿Cómo cuáles? —preguntó Bex.
—Eso es lo que tenemos que descubrir.
—Deberíamos empezar por los ejercicios básicos —dijo Iver de pronto—. Es lo que hacía Sawyer cuando éramos pequeños, ¿no?
—Eso es verdad —murmuró Bex.
Caleb seguía manteniéndose a un lado, malhumorado, Brendan lo miraba con una sonrisita maliciosa.
Y Victoria estaba sentada en un taburete, preguntándose en qué momento había pasado de ser una inútil respecto a la defensa propia a poder dar miedo a alguien como Sawyer.
—Piensa en algo que te haya pasado que estuviera fuera de lo común —le dijo Bex—. Algo que tú pudieras hacer y los demás no.
—O algo que siempre se te haya dado bien —añadió Iver.
—¿Irritar a la gente cuenta?
Brendan sonrió mientras Bexley ponía los ojos en blanco.
—No, algo distinto.
—Pues... no se me ocurre nada.
—A lo mejor no tiene habilidades —sugirió Caleb.
—Eso te encantaría, ¿no? —Brendan le dedicó una ojeada—, así Sawyer se olvidaría de ella.
—Es imposible que no tenga habilidades —dijo Bex—. Todos las tenemos. Solo hay que encontrarlas.
Hubo unos instantes de silencio en los que todo el mundo pareció pensativo, pero entonces Iver suspiró y todos se giraron hacia él.
—Se me ocurre algo para que pueda sentir emociones fuertes sin que impliquen necesariamente dolor físico... pero no os va a gustar. Especialmente a ti, Caleb.
El rostro de Caleb se volvió sombrío al instante.
—¿El qué? —preguntó, casi sonando a amenaza.
—Podría... provocarle sentimientos extremos a partir de recuerdos dolorosos.
Victoria dio un respingo al instante, alarmada, pero los demás no parecieron muy sorprendidos con la sugerencia. Especialmente Caleb, cuya mirada se había vuelto más sombría.
—No —le dijo en voz baja.
—Bex tuvo que desarrollar su habilidad así. Sobrevivirá.
Bexley asintió con lo que pareció una mueca al recordarlo. Victoria seguía congelada en su lugar, viendo como los demás intentaban llegar a un acuerdo.
—Es demasiado —insistió Caleb.
—Tu cachorrito podrá soportarlo —le dijo Brendan, mirando a Victoria—. Es más dura de lo que tú te crees.
—¿Y me lo dices tú, que la conociste hace cinco minutos?
—Chicos —los cortó Bex, mirando a Victoria—, es ella quien decide.
Victoria parpadeó y por fin volvió a la realidad, echando una ojeada a cada uno de los presentes. Finalmente, su mirada fue a parar a Iver.
—Pero... ¿qué tendría que hacer, exactamente?
Caleb soltó lo que Victoria supuso que era una palabrota en su idioma raro, sabiendo que ella estaba empezando a ceder.
—Tienes que pensar en un recuerdo... conflictivo —le dijo Iver, ignorándolo—. No tienes por qué contármelo, solo tienes que pensar en cómo te hace sentir cuando piensas en él.
—¿Y tú...?
—Yo haría que ese sentimiento se volviera extremo.
Victoria tragó saliva, algo asustada. Todos la miraban con atención.
—No es agradable —aclaró Iver—. De hecho... va a ser casi insoportable. Pero tenemos que hacerlo así. Es la única manera. Si no quieres recurrir al dolor físico, claro.
—Pero... ¿por cuánto tiempo tendría que soportar eso?
—Eso depende de cada persona —intervino Bex—. Y de cada habilidad. Yo podría tardar veinte días y tú veinte meses. Es imposible saberlo.
Victoria tragó saliva de nuevo, pensando a toda velocidad, y fue en ese momento en que Caleb interrumpió y cruzó la cocina para plantarse delante de ella.
—Mírame —le dijo en voz baja, y sonaba realmente enfadado—, no tienes por qué acceder. No sabes a lo que estás accediendo.
—Tú lo hiciste —le dijo Victoria, confusa.
—Sí, pero yo era un crío. Y nunca tuve elección. Tú la tienes. Si eliges este estilo de vida, nunca podrás volver a uno normal, ¿lo entiendes? Estarás atada a esto hasta que mueras.
—Pero... si escondo mi habilidad e intento vivir una vida normal...
—No es eso —murmuró Caleb casi con voz lastimera—. Vas a estar atada para siempre a la persona que te convierta, Victoria.
—¿Y qué? ¿Eso es tan malo?
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque estarás atada a mí —aclaró Brendan con media sonrisa.
Caleb apretó tanto la mandíbula que le tembló un músculo de ésta. Victoria abrió la boca, sorprendida.
—¿Qué? —preguntó con un hilo de voz.
—¿No te han hablado de mi habilidad? —preguntó Brendan, todavía con esa media sonrisa—. Tengo una bastante... inusual. La única de mi generación.
—La de transformar a la gente en vosotros —dedujo Victoria en voz baja.
—Exacto.
—¿Y si me conviertes...?
—Estarás atada emocionalmente a mí para siempre.
Victoria miró a Caleb, que tenía la mirada clavada en el suelo y le seguía palpitando un músculo de la mandíbula.
Así que era eso. Brendan era el único capaz de transformarla, después de todo. ¿Por eso hacía lo que quería? ¿Sawyer tenía miedo a que lo abandonara porque no tendría a nuevos integrantes para su ejército personal?
—¿Tú has transformado a todos ellos? —preguntó Victoria en voz baja.
—No —Brendan sacudió la cabeza, mirándola—. En el momento en que ellos se transformaron, yo todavía no tenía mis habilidades del todo perfeccionadas. Uno de la antigua generación tenía esa habilidad y se encargaba de ello, pero murió hace unos cuantos años.
—Entonces... sería la primera.
—La segunda —la sonrisita de Brendan se acentuó—. La primera... no salió muy bien.
Victoria vio que todo el mundo agachaba la cabeza. Quien fuera que había sido la primera persona, no había sobrevivido, pero Caleb ya le había contado que había personas que no sobrevivían a ello.
—¿Y qué significa que estaría atada a él? —le preguntó a Caleb en voz baja.
Caleb no respondió, así que Brendan lo hizo por él.
—Todo lo que sientas, dónde estés, con quién... lo sabré —dijo, encogiéndose de hombros—. Y a ti te pasará lo mismo conmigo. Estaremos atados emocionalmente el resto de nuestras vidas.
El silencio en la cocina se hizo más denso todavía, si es que era posible, y solo lo interrumpió Caleb al levantar la cabeza y mirar a Victoria.
—Creo que por hoy ya has descubierto suficiente. Tienes que pensar en ello. A solas.
Bueno, por una vez estaban de acuerdo, porque Victoria no sabía muy bien cómo sentirse con lo que estaba sucediendo.
—Vamos —le dijo Caleb—, te llevaré a casa.
Caleb
Victoria estuvo en silencio todo el camino, aunque su pulso estaba ligeramente alterado. Caleb no dejó de echarle ojeadas, pero no le dijo nada. No sabía qué decirle.
Al final, solo se le ocurrió una cosa:
—Podrías decir que no.
Victoria cerró los ojos un momento antes de sacudir la cabeza.
—Tengo que pensarlo.
—Si quieres mi opinión...
—Conozco tu opinión, x-men.
Él suspiró y detuvo el coche delante del edificio de Victoria, que se desabrochó el cinturón y lo miró de reojo.
—¿Tienes que irte?
—Tengo que cobrar una deuda de Sawyer.
—¿Tú solo?
Él asintió. Victoria torció el gesto.
—¿No es peligroso que vayas tú solo?
Bueno, si había algo a lo que no estuviera acostumbrado, era a que alguien se preocupara por él. Y no sabía muy bien cómo sentirse al respecto.
—Sé cuidar de mí mismo —le aseguró.
Victoria no pareció muy convencida, pero le sujetó la cabeza con una mano para darle un beso suave en los labios.
—Ven a mi casa cuando termines.
—Estarás durmiendo.
—Pues me despiertas —le guiñó un ojo—. Seguro que se me ocurre algo muy divertido para que hagamos los dos juntitos.
Caleb sacudió la cabeza con una pequeña sonrisa cuando Victoria bajó de su coche y se encaminó hacia su edificio.
Victoria
Abrió los ojos al instante con la respiración agitada y el corazón acelerado. Tenía una capa de sudor frío cubriéndole la frente y la espalda cuando miró a su alrededor, alterada.
—Dime que estás aquí, por favor —murmuró.
La verdad es que no tenía muchas esperanzas de que fuera así. Después de todo, Caleb podía seguir en su trabajo.
Sin embargo, vio que Bigotitos aparecía felizmente por el pasillo y detrás de él aparecía él con el ceño fruncido por la confusión. Casi se sintió como si pudiera volver a respirar.
Bigotitos subió de un salto a los pies de la cama y se hizo un ovillo, cerrando los ojos. Caleb optó por quedarse en cuclillas a un lado de la cama, mirando a Victoria.
—¿Otra pesadilla?
Ella asintió. Caleb suspiró.
—¿Siempre es la misma?
—Sí. ¿Por qué no me has despertado?
—Hasta hace un momento parecías muy tranquila. No quería molestarte.
Caleb pareció quedarse sin saber qué más decir, pero la verdad es que ella no necesitaba que dijera nada, solo se inclinó hacia él y le besó en los labios. Él pareció algo tenso por la sorpresa al principio, pero no se apartó. Ni siquiera cuando ella lo agarró con un puño de la camiseta y empezó a tirar de él hacia su cama.
—Quédate a dormir —le pidió en voz baja.
Caleb asintió con la cabeza y se incorporó para quitarse la chaqueta y la cinta con la pistola. Lo dejó todo en el escritorio de Victoria y se quitó las botas con agilidad. Ella se apartó un poco para dejarle sitio y Caleb se tumbó a su lado.
Bigotitos, al ver tanta gente reunida, maulló casi como si gruñera con amargura y optó por irse a dormir al salón, muy digno.
Victoria no estaba muy segura de por qué Caleb había accedido a dormir ahí —después de todo, nunca lo había hecho— pero estaba muy conforme con ello. Especialmente cuando pudo rodearlo de brazos y piernas y pegarse tanto a él como le fue posible.
—¿Algún día me contarás sobre qué son las pesadillas? —le preguntó él.
—Algún día —murmuró ella.
Caleb no insistió, cosa que le encantaba en él. Solo le pasó un brazo por encima de los hombros.
Caleb
Victoria realmente parecía asustada, como cada vez que tenía una de esas pesadillas. Una parte de él realmente no quería saber de qué eran. Sabía que no iba a gustarle.
—Si fuera un x-men no dormiría y no tendría pesadillas —masculló ella en voz baja.
Caleb sonrió y bajó la mirada hacia ella.
—¿Tú tienes pesadillas? —preguntó Victoria, levantando la cabeza hacia él para mirarlo.
—No que yo recuerde. No tengo sueños lúcidos. Cuando consigo dormir, lo hago por muy poco tiempo.
—¿Si te hiciera un masaje relajante no podría conseguir que te durmieras?
—No —él sacudió la cabeza, divertido—. No creo que funcione así. Nunca me he dormido por estar relajado. Siempre es por agotamiento.
Victoria lo miró unos instantes, pensativa, y él ya supo que lo que fuera que iba a decirle... no le iba a gustar.
—¿Por qué no me dijiste que sospechabas que tengo una habilidad peligrosa? —preguntó en voz baja.
Caleb suspiró. ¿Otra vez con ese tema?
—Porque no quiero que intentes desarrollarla —le dijo finalmente.
—Pero... es mi habilidad.
—Y yo sé qué es desarrollar una habilidad, Victoria.
Ella lo miró por unos instantes en silencio.
—A mí no me importaría pasar un poco de tiempo en ese sótano si tú vinieras a verme y cuidaras de Bigotitos y mi planta.
Tuvo la sensación de que Victoria intentaba bromear, pero Caleb era incapaz de tomarse ese tema a broma.
—No vas a ir a ese sótano.
—No puedes darme órdenes.
—Sí que puedo. Mira cómo lo hago.
—No eres mi padre, Caleb.
—No irás.
—¿Y por qué no?
—Porque no podría soportar verte ahí abajo.
Ella levantó las cejas, sorprendida. Incluso Caleb estaba un poco sorprendido de lo cierto que era eso. Y de haberlo dicho en voz alta.
—Caleb... —Victoria suspiró—, no digo que quiera bajar ahí, pero... a veces siento que necesitas protegerme demasiado. Si pudiera defenderme sola...
—No necesitas defenderte sola.
—Sí, sí lo necesito. Tú no vas a estar aquí para siempre.
O sí.
Él frunció un poco el ceño por ese súbito pensamiento.
Nunca había pensado en nada a largo plazo. Trabajando para Sawyer, no podías planificar el futuro. Las posibilidades de sobrevivir en algunos trabajos eran... casi remotas. Y Caleb había visto a demasiada gente morir como para no estar preparado para hacerlo él mismo. O como para no soportar que alguien de su entorno muriera.
Y, sin embargo... solo pensar que eso le podía pasar a Victoria...
—No hablemos de eso —masculló.
Y, para su sorpresa, Victoria suspiró y accedió.
—Está bien —murmuró—. ¿Y de qué quieres hablar? ¿O qué quieres hacer?
Miró a Victoria con una ceja enarcada cuando detectó un tono de voz que parecía sugerir algo, pero que Caleb no entendió demasiado.
—No sé —dijo, confuso.
Victoria lo miró unos segundos antes de sonreír, sacudiendo la cabeza.
—Te ofrecería subir esto a un público de más de dieciséis años, pero la verdad es que no tengo condones y no me gustaría tener hijos a los diecinueve.
Caleb se aclaró la garganta, incómodo, y Victoria se dio cuenta enseguida.
—¿Qué? —preguntó, curiosa.
—La gente como yo... mhm... no puede engendrar.
Victoria parpadeó, sorprendida.
—¿No?
—No. Es una de las cosas a las que renuncias al convertirte.
—Oh... —se quedó pensativa—. Bueno, pero un condón no es solo para no quedarte embarazada, también es para las ETS.
—Ya...
Ella volvió a entrecerrar los ojos, curiosa.
—¿Qué?
—Yo no puedo contraer ninguna enfermedad, Victoria.
¿Por qué de pronto era tan incómodo hablar de eso?
—¿Ninguna? —repitió, perpleja.
—Ninguna.
—Pero...
—Ninguna —repitió él.
Victoria
Bueno, nunca se iría a dormir sin aprender algo nuevo de su x-men, eso estaba claro.
Caleb parecía ligeramente incómodo bajo esa superficie de aparente indiferencia. Era obvio que no le gustaba hablar de sí mismo, se ponía así cada vez que Victoria intentaba sacarle información.
—Pues qué suerte —concluyó.
—Hay gente que no podría concebir una vida sin hijos, Victoria.
—Pero a ti no te imagino como alguien que tenga planificado tener hijos, Caleb.
Por la cara que le puso, supo que había acertado.
—No me gustan los niños —masculló, incómodo.
—Tranquilo, tampoco son mi punto fuerte. Aunque... bueno, igual dentro de unos cuantos años cambie de opinión y quiera tenerlos, ¿quién sabe?
—Si te conviertes en una de nosotros, no tendrás esa opción.
—Puedo adoptar —le recordó.
—No me refiero a eso. Me refiero a que no puedes unir a un niño pequeño a este estilo de vida.
Bueno, en eso tenía razón.
Victoria suspiró y se acomodó sobre él, con la cabeza en la curva de su cuello. Caleb seguía pareciendo un poco tenso cuando se acercaba a él de esa forma, pero al menos no se apartaba como antes.
En realidad, podía entender por qué Caleb era así con las relaciones que tenía con la gente de su alrededor. Se había pasado años solo, creándose su propia burbuja personal y sin dejar que nadie la atravesara. Estaba acostumbrado a eso, a la soledad. Por eso se llevaba bien con Bexley e Iver, pero realmente nunca hablaba con ellos como lo hacía con Victoria. Nunca lo había visto acercándose a ellos para ponerles una mano en el hombro o darles un abrazo. De hecho, estaba casi segura de que con Bexley no había tenido ni la mitad del contacto físico que el que había tenido con ella en ese poco tiempo.
Y, de alguna forma, eso hacía que una extraña e inusual sensación de satisfacción se le extendiera por el pecho.
No entendía muy bien por qué Caleb confiaba tanto en ella y era tan cerrado con el resto, pero le encantaba que le permitiera ver ese lado de él. Un lado que no enseñaba a todo el mundo.
Así que Victoria, sin pensarlo, extendió la mano hacia su cara para girársela hacia ella y besarlo en los labios.
Él pareció sorprendido por el repentino contacto, pero no se movió. Tampoco lo hizo cuando Victoria se separó un momento para pasarle una pierna por encima y quedarse sentada a horcajadas sobre él.
—Victoria, ¿qué...?
—Son las cuatro de la mañana y tú has terminado tu trabajo —le dijo en voz baja, deshaciéndose el primer botón del pijama—. No habrá caseros, ni jefes, ni nadie que moleste. No esta vez. No habrá interrupciones
Él la observó por unos segundos como si estuviera planteándose lo que acababa de oír.
De hecho, Victoria incluso pensó que iba a echarse atrás y dejó de desabrocharse botones de la parte superior del pijama para mirarlo, cautelosa.
Caleb se incorporó tan de golpe que por un momento pensó que iba a tirarla al suelo, pero la rodeó con un brazo para sostenerla en su regazo. Victoria se sujetó a sus hombros, sorprendida, cuando sintió que aplastaba la boca contra la suya con una intensidad que la pilló desprevenida.
Vale, alguien también había estado mucho tiempo esperando para eso.
Ya tenía la respiración agitada cuando él ladeó la cabeza para besarla en el cuello y le desabrochó los botones restantes del pijama con sorprendente rapidez, quitándole la prenda y dejándola en el suelo. Victoria sintió que se le erizaba la piel de todo el cuerpo por el contraste del aire frío con su piel desnuda y cálida.
Ella bajó las manos por su pecho y sintió que cada músculo del cuerpo de Caleb iba tensándose a medida que bajaba hasta alcanzar el borde de su camiseta y tirar hacia arriba.
Victoria tenía la respiración acelerada cuando le pasó las manos por los hombros desnudos. Nunca había dejado que lo tocara de esa forma. Era extrañamente emocionante. Notó que se tensaba cuando ella bajó la boca a la curva de su cuello y le acarició el hombro con los labios.
Y su mirada se detuvo en un punto oscuro que había justo debajo de la línea de nacimiento del pelo de la nuca. ¿Un... tatuaje? Era un símbolo extraño. Nunca se había fijado en él.
—Es la marca que nos ponen al convertirnos —dijo él, adivinando lo que estaba viendo.
Victoria observó el símbolo. Parecía una espiral con uno de los extremos cruzando el centro. Y seguía yendo sin nada en la parte de arriba, al igual que él. Solo estaban abrazados el uno al otro sin hacer nada más.
—Yo también tengo un tatuaje en la nuca —murmuró.
Caleb sonrió un poco contra la piel de su hombro y subió las palmas de las manos por su espalda.
—Lo sé.
—Es un corazón —Victoria puso una mueca de disgusto—. Y encima es un corazón muy feo. El tuyo me gusta más.
—Espero que no tengas que hacértelo nunca.
Victoria no dijo nada, pero se separó cuando notó que él intentaba captar su mirada. Estaba extrañamente cómoda con su propia desnudez. Nunca lo había estado tanto. Ni siquiera con Jamie, y había estado con él durante mucho tiempo.
Sintió que un escalofrío le recorría la columna vertebral cuando él le pasó el pulgar por el labio inferior hinchado por los besos, pero fue peor cuando lo bajó por su barbilla, el centro de su clavícula, entre sus pechos, su estómago, su ombligo...
Victoria echó la cabeza hacia delante y apoyó la frente en su hombro cuando notó que su mano la acariciaba entre las piernas, por encima de los pantalones. Un espasmo de anticipación le recorrió el cuerpo.
—¿Estás segura de que quieres hacer esto? —preguntó Caleb, y su voz era insoportablemente controlada, como de costumbre.
Pero Victoria lo conocía lo suficiente como para notar que sus movimientos eran un poco más torpes, un poco más necesitados. Definitivamente, él también tenía muchas ganas.
—Sabes la respuesta a eso —murmuró, separándose para mirarlo.
Caleb curvó una de las comisuras de sus labios.
—Pero prefiero oírlo.
—Sí, estoy segura. Claro que estoy segura. ¿No lo ves?
Él enarcó una ceja y pareció maliciosamente divertido cuando volvió a pasar la palma de la mano por ese punto exacto que hacía que a Victoria le recorriera una oleada de electricidad por todo el cuerpo.
—¿De qué estás segura?
—Caleb...
—Dímelo y lo haré.
Oh, capullo.
Victoria no habría respondido en circunstancias normales con tal de conservar su pobre orgullo, pero en esa ocasión...
Bueno... valía la pena sacrificar un poco de orgullo.
—Para empezar, estoy segura de que a estas alturas ninguno de los dos deberíamos llevar ropa puesta.
Caleb empezó a reírse y, para su sorpresa, asintió con la cabeza y la giró con un movimiento rápido que hizo que Victoria tuviera que parpadear para darse cuenta de que estaba tumbada sobre su colchón. Bajó la mirada y vio que él se deshacía de sus pantalones y de su ropa interior sin siquiera titubear, lo que hizo que una oleada de calor se extendiera por todo su cuerpo. Especialmente cuando Caleb subió las manos a la cintura de los pantalones de Victoria y los bajó de un tirón, al igual que las bragas.
Y, así de sencillo, ya estaban ambos desnudos.
Bueno, el x-men era obediente cuando quería.
Victoria sintió que todo su cuerpo se tensaba por la anticipación cuando Caleb se inclinó hacia delante y la besó justo encima del ombligo. Fue un beso corto, casi tierno, pero lo que provocó en el cuerpo de Victoria no tuvo nada que ver con ternura.
Ella tragó saliva cuando lo escuchó decir algo que no comprendió, algo en su idioma, mientras subía por su cuerpo trazando un rastro invisible con los labios. Hubiera preguntado de no haber sido porque notó que llegaba a la zona de sus pechos y lo único que fue capaz de hacer fue hundir una mano en su pelo y otra en las sábanas.
Bueno, Caleb sabía lo que hacía. Eso estaba claro.
Victoria sintió que su espalda empezaba a arquearse cuando él bajó la mano y la metió entre sus piernas sin demasiados preámbulos. Y no hubo ni caseros, ni jefes molestos, ni nada que los interrumpiera. Solo ellos dos.
Y no podía ser más feliz.
Como alguien llamara a la puerta justo ahora, iba a lanzarle a Bigotitos a la cara.
Había esperado tanto tiempo que en apenas un minuto ya empezó a notar que sus rodillas temblaban. Él levantó la cabeza para verle la expresión sin dejar de mover los dedos en esa zona tan sensible, cosa que a Victoria le habría dado vergüenza en otra ocasión, pero en ese momento ni siquiera podía considerar la palabra vergüenza. Y sintió que cuando explotó lo hizo de una forma mucho más intensa que cualquier otra vez. Nunca le habían temblado las piernas al hacerlo, pero sintió que su cuerpo entero se sacudía y no podía controlarlo. Solo pudo cuando él le separó las rodillas que ella había juntado inconscientemente para colocarse en medio y clavar un codo junto a su cabeza para apoyarse sobre su cuerpo.
Victoria lo miró, jadeando. Todavía se estaba recuperando. Le pasó ambas manos por la nuca y él se inclinó hacia delante para besarla en los labios.
Y, sin más preámbulos, estaba dentro de ella. Victoria sintió que todo su cuerpo se tensaba —en el mejor de los sentidos— y la respiración se le agolpaba en la garganta. Hundió los dedos en el pelo de Caleb para acercarlo y cerrar cualquier distancia entre ellos, moviendo sus cuerpos a la vez, en sintonía, hasta que, tras lo que pareció demasiado corto —pero probablemente fue muy largo—, sintió que una cálida sensación bajaba por su espalda al mismo tiempo que apretaba las piernas alrededor de sus caderas. La mano de Caleb se tensó en su cadera cuando la sostuvo por encima del colchón para tener más acceso a su cuerpo.
Victoria cerró los ojos cuando él hundió la cara en su hombro y los cuerpos de ambos empezaron a temblar. Ella tuvo que morderse el labio para no gritar. Nunca le había pasado eso. Y le dolía el labio. Eso tampoco le había pasado nunca.
Todo su cuerpo se volvió gelatina cuando pasó el momento de intensidad, y se vio a sí misma sumergida en una placentera relajación que le quitó las fuerzas para hacer nada que no fuera acariciarle la espalda a Caleb, que seguía teniendo la cara hundida en la curva de su cuello.
De hecho, habría pensado que se había quedado dormido de no ser porque él se separó con una sonrisita satisfecha y la miró como esperando un halago.
Menudo x-men engreído.
Es decir, tenía motivos para ser un engreído porque Victoria no se había sentido así de bien en su vida, pero no se lo diría jamás.
—¿Y bien? —preguntó Caleb—. ¿Qué tal?
—¿Estás buscando halagos, x-men?
—Estoy buscando una opinión constructiva sobre lo que acaba de pasar.
Victoria empezó a reírse, divertida, y volvió a notar que le dolía el labio inferior por haberlo estado mordiendo tanto tiempo. Él debió notarlo, porque se inclinó hacia delante y se lo besó con una ternura que nunca habría esperado en Caleb.
Y fue en ese momento en que Victoria sintió que la función de su cerebro que se encargaba de modular lo que decía antes de soltarlo... se iba de vacaciones.
—Te quiero.
Casi al instante en que lo dijo, notó que la situación cambiaba de golpe.
Victoria sintió que el cuerpo entero de Caleb se tensaba encima de ella y se quedaba congelado a punto de volver a besarla en los labios.
Oh, no.
Él levantó la mirada y la clavó en ella. Y fue la primera vez que pudo leer con claridad lo que estaba trasmitiendo su mirada: horror.
Oh, no, no, no...
Mierda, ¿por qué nunca sabía cuándo callarse?
Victoria sintió que su cara se volvía roja. O blanca. No estaba muy segura. Pero una oleada de pánico la atravesó al ver la cara horrorizada de Caleb.
—¿Q-qué? —preguntó él en voz baja.
—Yo... —Victoria no sabía cómo arreglarlo. Ni siquiera estaba muy segura qué arreglar—. Es decir... creo... yo...
—No, no me quieres —insistió él, que de pronto de había quedado pálido—. No... no puedes quererme, Victoria. No debes.
Eso la confundió un poco.
—Pues lo hago —le dijo en voz baja.
Caleb volvió a observarla por unos segundos en los que su expresión se volvió todavía más horrorizada.
Y, entonces, ya no estaba encima de ella. Se había puesto de pie. Victoria sintió que el mundo se detenía cuando vio que se estaba vistiendo a toda velocidad.
Todo el calor que había sentido se volvió frío al instante, dejándola hecha un ovillo en su cama mientras miraba con impotencia como él mascullaba palabras en su idioma y se vestía sin mirarla, recogiendo la chaqueta y la pistola de su escritorio
—Mierda —masculló de pronto en el idioma de ambos, sin mirarla—. Mierda, Victoria.
Ella no sabía muy bien el por qué, pero le habían entrado ganas de llorar. Se limitó a abrazarse las rodillas, viendo cómo él le daba la espalda.
—No tienes por qué irte —le dijo en voz baja.
De pronto, Caleb la miró y vio que su expresión se había endurecido.
—Sí, sí que tengo que hacerlo.
Vaya, nunca le había hablado así. Ni siquiera las otras veces que se había enfadado con ella. Victoria se encogió un poco.
—¿Por qué? —preguntó con un hilo de voz.
—Porque esto... esto no... —él cerró los ojos y sacudió la cabeza—. Mira, esto no es por tu culpa, es por la mía. No debería haber dejado que nada esto llegara tan lejos.
Victoria siguió mirándolo fijamente, pasmada. No sabía ni cómo reaccionar.
—Pero...
—No —la cortó Caleb, y se tomó un momento para mirarla—. Esto no es... yo... tengo que irme. Ahora. Lo siento.
Victoria parpadeó y, cuando abrió los ojos, él ya no estaba. Pero llegó a escuchar el ruido de la ventana cerrándose.
Caleb
¿Quererlo? ¿A él?
Nunca había sentido pánico, pero estaba seguro de que eso era muy cercano a lo que debía ser.
No podía quererlo. No a él. No con... la vida que llevaba. ¿Cómo iba a quererlo? Nadie le quería. Ni él quería a nadie. Era mejor así. Más fácil. Para todos.
No se había dado cuenta de hacia dónde estaba conduciendo hasta que miró a su alrededor y vio que había aparcado en El molino. En casa de Axel. Y de su hermano.
¿Qué hacía ahí? ¿Qué iba a encontrar ahí? ¿Arrepentimiento por haberse acostado con Victoria?
No, no se arrepentía. Debería, pero no lo hacía. Era un egoísta. Debería sentirse culpable y desear poder volver atrás para no hacerlo, pero realmente no se arrepentía en absoluto.
Apoyó la frente en el volante, frustrado consigo mismo.
Seguía así cuando detectó cierto olor conocido y levantó la cabeza. Brendan golpeó el cristal con un dedo, mirándolo con curiosidad.
Y, de alguna forma, sintió que Brendan era precisamente la única persona del mundo con la que podía hablar.
No había tenido una conversación profunda con él en... años. Pero ahora sentía que lo entendería. O al menos lo entendería mejor que cualquier otra persona.
Bajó del coche y Brendan lo observó con curiosidad, como si intentara descifrar qué demonios había pasado.
Y no tardó en adivinarlo.
—Te la has follado, ¿no?
Caleb apretó los labios.
—¿Tienes que decirlo así?
—Mierda, realmente te la has follado —él sonrió con aire divertido—. Nunca creí que tú, precisamente, harías eso.
Caleb no dijo nada, pero entró en el bar y lo cruzó sin mirar a nadie, quedándose sentado en la terraza vacía de la parte trasera. Brendan, claro, lo siguió con su maldita sonrisita y se sentó delante de él, cruzándose de brazos.
—Bueno —dijo su hermano al cabo de unos segundos de silencio—. ¿Y qué tal ha sido? ¿Ha valido la pena el riesgo?
Caleb le dedicó una mirada que fácilmente podría haber hecho que le explotara la cabeza y Brendan empezó a reírse.
—Bueno, al menos dime que no has dejado a la pobre chica durmiendo sola.
—No estaba dormida cuando me he ido.
—Oh, no. ¿La has mandado a la mierda?
—No.
Caleb agachó la mirada y apretó los labios con fuerza.
—Ella... me ha dicho que me quería.
Brendan volvió a sonreír, sacudiendo la cabeza.
—¿Y qué? ¿Te has asustado? ¿Tienes miedo al compromiso o qué?
—No me he asustado por mí.
—¿Por ella?
—Sí, por ella. Nunca podría salir bien.
—¿Por qué no?
—¿Es que ya se te ha olvidado lo que te pasó a ti con Ania?
La sonrisa de Brendan se congeló al instante, y su cara se volvió sombría.
—Ten cuidado —le advirtió.
—Entonces, no se te ha olvidado —dedujo Caleb—. ¿Qué te hace pensar que no pasaría lo mismo?
—Sigo pensando que tu cachorrito es mucho más fuerte de lo que crees.
—Sí, lo mismo decías de Ania. Y ahora está muerta.
Brendan le sostuvo la mirada por unos segundos. Su capacidad para ocultar sus emociones era casi tan buena como la de Caleb, pero aún así pudo detectar la expresión sombría de sus ojos.
—Victoria no es Ania —dijo Brendan finalmente—. Ania nunca debió entrar en nuestro mundo. Nunca estuvo preparada para ello.
Le sorprendió ver la frialdad con la que hablaba de ello teniendo en cuenta cómo había estado después de que muriera.
—¿Y Victoria sí?
—Más de lo que tú crees, hermanito.
Victoria
Maldito x-men.
Estúpido, capullo y maldito x-men.
¡Se había ido corriendo!
Lanzó una almohada por el salón y Bigotitos dio un respingo, asustado, antes de mirarla con rencor.
MIAU
—¡Ya sé que no puedes dormir, yo tampoco puedo porque estoy de mal humor, DÉJAME EN PAZ!
MIAU MIAU
—¡Gato idiota!
MIAAAAU
Victoria esquivó un zarpazo de milagro cuando Bigotitos pasó malhumorado por su lado para meterse en su habitación.
Puso los ojos en blanco cuando escuchó objetos cayendo y supo que le estaba tirando las cosas de las estanterías porque estaba enfadado con ella.
Victoria se había vestido, había intentado calmarse y ahora estaba de muy mal humor, pensando en las posibilidades que tenía de clavarle algún objeto punzante a Caleb sin que la esquivara.
¿Cómo... cómo podía irse corriendo de esa forma? ¡Solo le había dicho la verdad!
¿Tan poco le importaba que lo quisiera? ¿En serio?
Se sentó en el sofá, de brazos cruzados, y escuchó que Bigotitos seguía tirando cosas por su habitación, el muy rencoroso.
—Luego lo vas a recoger tú —masculló, de mal humor.
Escuchó un maullido de protesta, pero lo ignoró. ¿Por qué no podía tener un gato normal que hiciera cosas normales?
Suspiró pesadamente y se puso de pie, malhumorada, para ir a la cocina.
Y fue en ese momento en que supo que algo no iba bien.
Se quedó congelada justo antes de tocar la tetera y se dio la vuelta lentamente hacia el pasillo, notando una mirada clavada en su nuca.
Bigotitos no era el que había hecho ruido en su habitación, ¿verdad?
Casi tenía la esperanza de ver a Caleb al darse la vuelta, pero no fue así. No era él quien estaba de pie a un metro de distancia de ella.
—Cuánto tiempo, cachorrito —le sonrió Axel.
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