Capítulo 11

Caleb

Estaba algo indeciso al cruzar el umbral de la puerta. No sabía muy bien qué se encontraría.

La noche anterior, no había vuelto a entrar en casa. O, al menos, no lo había hecho notar. Se había quedado en la ventana de su habitación, esperando que Victoria se durmiera. Cuando escuchó que finalmente lo hacía, decidió que era un buen momento para entrar en casa, darse una ducha y cambiarse de ropa.

Tampoco la había visto en toda la mañana. Había estado prolongando el momento de volver a verla —despierta, al menos— por las dudas de si estaría lo suficientemente enfadada con él como para tirarle objetos punzantes a la cabeza.

Después de todo... bueno, él la noche anterior había salido corriendo. Y Victoria era impredecible. No sabía cómo se lo habría tomado.

En cuanto estuvo en el vestíbulo, escuchó los pasitos del gato imbécil y le puso mala cara cuando fue a saludarlo felizmente.

—Quita, bicho.

Miau

—¿Es que te gusta que te traten mal? ¿Por eso vuelves cada vez?

Miau miau

—Ya veo.

—¿Estás manteniendo una conversación con un gato?

Caleb no se giró hacia Bexley, que estaba de pie en la cocina. Sonaba bastante perpleja.

—Nos entendemos —se limitó a decir, fulminando con la mirada al gato imbécil, que hizo lo mismo con él, rencoroso.

—Te entiendes mejor con un gato que con Iver y conmigo...

Decidió ignorar lo que había dicho y mirar a su alrededor, agudizando el oído y la nariz. El olor de Victoria seguía ahí, pero... no tan cerca como cabía esperar. No dentro de la casa.

Oh, no.

¿Dónde...?

Se giró al instante hacia Bexley, que leyó la pregunta implícita en sus ojos.

—Está en el porche de atrás, relájate —y puso los ojos en blanco.

Caleb cruzó el vestíbulo y abrió la puerta trasera. Ese día hacía frío, pero al menos era soleado, cosa que no había sido muy común últimamente. Supuso que por eso Victoria estaba sentada en la hierba con la espalda apoyada en un árbol. Tenía un libro en las manos y parecía profundamente concentrada en leerlo.

Él no se acercó intentando ser sigiloso, pero Victoria estaba tan centrada en su lectura que ni siquiera lo escuchó llegar.

Caleb enarcó una ceja.

—Harry Potter —leyó en voz alta—. Interesante elección.

Las mejillas de Victoria se volvieron rojas antes incluso de que levantara la cabeza y lo mirara.

—¿Algo que decir al respecto? —preguntó, a la defensiva.

—Así que has pasado de un clásico de la literatura universal como El retrato de Dorian Gray... a Harry Potter.

—Perdona, pero Harry Potter es un clásico.

Caleb no dijo nada. Ella enrojeció todavía más.

—Bueno, quería un poco de perspectiva sobre eso de convivir con alguien con poderes mágicos, ¿vale?

—No son poderes mágicos —repitió. Ya había perdido la cuenta de cuántas veces lo había dicho.

Victoria suspiró y dio unas palmaditas a su lado, cerrando el libro y dejándolo en el suelo. Caleb lo pensó unos instantes antes de sentarse delante de ella. Mejor guardar las distancias.

—Fue el primer libro que leí —le dijo, pensativa—. El que hizo que la literatura me gustara.

Caleb agarró el libro con curiosidad y empezó a hojearlo mientras ella se pegaba las rodillas al pecho, todavía con aire pensativo.

—Después de ese, leí El principito —sonrió—. Después, Matilda. Y así sucesivamente. ¿Conoces alguno?

—No. Los libros que Sawyer me dejaba eran más bien de misterio. O de suspense.

—¿Y leías eso con solo ocho años?

—Era lo único que tenía —él cerró el libro de nuevo y lo dejó en el suelo, mirándola—. ¿Cuál es tu libro favorito?

Victoria parpadeó unas cuantas veces y, de pronto, agachó la cabeza. Caleb frunció el ceño al percibir que su pulso se alteraba notoriamente. ¿Qué había dicho ahora?

—Es... mhm... no sé si quiero decírtelo.

—¿Por qué no?

Victoria apartó la mirada y se colocó un mechón de pelo tras la oreja. Era un gesto que hacía continuamente cuando se ponía nerviosa.

—Me da vergüenza —admitió.

—¿Vergüenza? —repitió Caleb, intentando entenderla.

—Es... mhm... de amor.

—¿Y qué tiene de vergonzoso eso?

—No sé —se encogió de hombros—. Siempre que lo digo... la gente dice que no me pega demasiado.

—¿Que no te...? ¿Eh?

—Es Orgullo y Prejuicio, de Jane Austen.

Caleb no había oído eso en su vida, así que no pudo saber por qué le había resultado tan complicado decirlo.

—No me gusta el título —murmuró.

Victoria sonrió, divertida, y negó con la cabeza.

El sol le daba de frente, pero no parecía importarle. De hecho, sus ojos grises parecían más claros y su pelo castaño tenía pequeños destellos rojos.

—Podría dejártelo algún día —comentó—. Si es que quieres leerlo, claro. Lo tengo en mi piso.

—En tu piso hay muchos libros —remarcó él, recordándolo.

—Lo sé. Es que me gusta mucho leer y...

De pronto, volvió a torcer el gesto de esa manera que casi parecía avergonzada.

—...y nada —murmuró, negando con la cabeza.

Caleb no comentó nada al respecto, solo la miró fijamente. Eso solía ser suficiente como para que ella se sintiera un poco presionada.

Y, efectivamente, funcionó.

—Y... escribir —murmuró ella.

Pareció sumamente avergonzada. Se apartó un mechón de pelo detrás de cada oreja, sin mirarlo. ¿Por qué estaba tan incómoda por hablar de cosas tan triviales?

—¿Qué escribes? —preguntó Caleb.

La verdad es que no se podía imaginar qué género podría gustarle escribir a Victoria. Seguro que algo de terror y sangre, y gatos imbéciles.

Pero, para su sorpresa, eso no fue lo que dijo al mirarlo fijamente.

—Ciencia ficción.

Bueno... eso no se lo esperaba.

Victoria se aclaró la garganta enseguida.

—Con toques de otros géneros —aclaró.

—Ya veo.

—En realidad, solo he escrito un libro en toda mi vida. Bueno... no terminé de escribirlo. Me quedé a la mitad.

—¿Te dejó de gustar?

—No —sonrió, algo melancólicamente—. No es eso... exactamente. Es solo que me quedé sin ideas, dejó de hacerme ilusión y, bueno...

De pronto, Caleb vio que sus ojos se volvían tristes cuando negó con la cabeza.

—No quiero hablar de esto.

Él la observó unos segundos antes de asentir con la cabeza.

—Está bien.

Victoria apretó los labios, pero le dio la sensación de que le dedicaba una pequeña sonrisa de agradecimiento.


Victoria

Nunca hablaba de eso con nadie porque sabía que iban a empezar a preguntar compulsivamente acerca de ello. Y Victoria no estaba preparada para contar la historia entera.

Pero... Caleb era distinto. Y no solo por lo obvio. No iba a presionarla. Lo supo nada más mirarlo.

De hecho, incluso pareció fingir que no había oído nada sobre el tema. Solo echó una ojeada a su alrededor, pensativo.

—Hacía mucho que no salía al patio trasero —murmuró.

—¿Por qué no? Si yo tuviera todo este espacio... me pasaría el día yendo de un lado a otro.

—Nada más salir del sótano lo hice —se encogió de hombros—. Quería compensar todo el tiempo que había estado encerrado estando aquí fuera. Iver y Bexley estaban igual. Nunca entrábamos en casa. Incluso hicimos nuestra propia casa del árbol.

Victoria levantó la cabeza de golpe, entusiasmada.

—¿Una casa del árbol? ¿Dónde?

—Está detrás del árbol grande del fondo.

—¡Yo quiero ver eso!

Le dio la sensación de que Caleb la seguía a regañadientes —y con el libro en la mano, por cierto— cuando echó a correr hacia donde le había indicado.

Efectivamente, uno de los árboles tenía una pequeña cabaña construida en él, únicamente accesible por unos tablones de madera enganchados al tronco del árbol.

Bueno... la caída iba a ser interesante. Y no es que Victoria fuera muy propensa a evitar caídas.

Como si le leyera el pensamiento, Caleb apareció a su lado y se quedó de pie junto a las escaleras.

—Sube. Intentaré que no te mates si te caes.

—Gracias. Es un detalle por tu parte.

Victoria subió torpemente y empujó la trampilla para entrar en la pequeña casita. Estaba completamente hecha de madera, y tenía una mesa con dos sillas, un colchón viejo, una alfombra llena de polvo y dos ventanas pequeñas que daban a la zona contraria a la casa, con unas vistas preciosas que las afueras de la ciudad.

Estaba asomada a una de esas ventanas cuando escuchó que Caleb dejaba el libro en la mesa y se acercaba.

—¿Te gusta? —preguntó, mirándola de reojo.

—Me encanta —ella sonrió, entusiasmada, y se acercó a una estantería de la pared para empezar a rebuscar entre todos los libros y objetos que había—. ¿Cuánto hace que nadie sube aquí?

—Unos cuantos años.

—Esto es una joya, Caleb. No puedes abandonar una joya.

Él no pareció muy arrepentido, solo se encogió de hombros.

—Solo es una casa del árbol.

—¿Tú sabes lo que habría dado yo por tener una? —Victoria se giró hacia él, indignada, e imitó su voz—. Solo es una casa del árbol.

—Yo no hablo así —masculló, molesto.

—¿Hay más cosas por aquí que no me hayas enseñado? —preguntó, curiosa, ignorándolo—. ¿Una caseta de gnomos? ¿Otro sótano tenebroso? ¿Un establo con unicornios?

Caleb, como siempre, le estaba dedicando esa mirada tan característica suya que trasmitía un claro y amoroso deja de decir tonterías.

—No —aclaró.

—Lástima.

—Pero hay un campo de tiro.

—¿Un...? —ella abrió mucho los ojos—. ¿De esos para... disparar?

—Es lo que suele significar campo de tiro, sí.

—¡Dios mío, tienes que enseñarme eso!

Caleb no parecía entender muy bien su entusiasmo, pero la guió al recorrer el pequeño bosque había tras la enorme casa y terminaron cruzando bajo dos ramas que parecían formar un marco de puerta. Detrás de ellas, había una pequeña extensión sin árboles con lo que parecían dianas a unos cuantos metros de distancia.

—¿Eso es todo? —Victoria puso una mueca.

—Ninguno de nosotros ha necesitado practicar en unos cuantos años —aclaró Caleb—. Está muy abandonado.

—¿Y si llegara alguien nuevo?

—No llegará alguien nuevo.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

Caleb permaneció en silencio unos segundos antes de encogerse de hombros.

—Simplemente lo sé.

—Oh, vamos, no vuelvas a empezar con los secretitos.

—No son secretitos, simplemente no sé qué importancia pueden...

—Teníamos un trato —le recordó ella, molesta.

Él la observó, ligeramente crispado, antes de suspirar. Eso significaba que iba a contárselo. ¡Bien!

—Lo que te conté el otro día, todo lo del sótano... es solo un proceso de todo esto —se señaló a sí mismo—. Lo llamamos la vigía. Es relativamente lo más sencillo.

—¿Lo más sencillo? —repitió Victoria, atónita.

—Sí —Caleb sacudió la cabeza—. Luego viene la transformación.

—¿Transformación? —Victoria soltó una risita—. ¿En qué? ¿En hombres lobo? ¿En vampiros? ¿En hadas?

—¿Te lo cuento o no?

—Vale, vale. Perdón.

Él se aclaró la garganta antes de seguir, incómodo.

—La transformación es... complicada —empezó, dubitativo—. Solo hay una forma de hacerla. Tienes que tener a tu disposición a alguien con esa habilidad.

—¿Hay nua habilidad para eso? —preguntó, confusa.

—Sí. Es muy extraña. Por eso somos tan pocos.

—Pero tú conoces a alguien que la tiene —dedujo ella.

Le sorprendió ver que Caleb se volvía muy serio otra vez.

—Sí —dijo en voz baja.

—¿Ese alguien... te transformó? ¿A ti, A Bexley, a Iver...?

—Sí.

—¿Por eso no necesitáis comer, beber, dormir...?

—Podemos hacerlo, pero no es necesario. Y tenemos más habilidades.

—¿Como cuáles?

—Más resistencia física —aclaró Caleb—. Es difícil que salgamos heridos. Y solemos sanar con facilidad.

—Bueno, eso explica lo de saltar por la ventana de mi piso sin siquiera despeinarte.

Caleb sonrió y ella se quedó embobada unos instantes, aturdida.

—Sí, fue por eso —dijo él.

—Entonces... ¿no puedo hacerte daño físico? ¿Ni aunque te golpee?

—¿Es que tienes pensado golpearme?

—Puede. Depende de cómo te comportes.

—Bueno, puedes golpearme, pero dudo que lo hicieras con suficiente fuerza como para llegar a provocarme un dolor real. Como mucho... algo de malestar.

—Bueno, siempre puedo robarte esa pistolita que paseas por el mundo y dispararte —fingió que lo disparaba con los dedos—. Espera, ¿podría hacerte daño con eso?

—Obviamente, sí.

—Ah... pues mejor nos olvidamos de la parte de disparar.

—Sí, mejor.

—A no ser que sea una flecha de amor en el corazón —aclaró, sonriente.

Caleb la miró con extrañeza.

—Si me clavaras una flecha en el corazón me matarías.

Victoria negó con la cabeza, divertida, antes de volver al tema de la conversación.

—Bueno... no lo entiendo, ¿en qué consiste la transformación?

Caleb suspiró, paseándose distraídamente hacia los objetivos. Victoria lo siguió, muy atenta.

—Es... no sé exactamente como funciona —le dijo finalmente—. Solo sé que el dolor es... mayor a lo que probablemente te imaginas. Aunque solo es por unos instantes. Entonces... puede salir muy bien... o muy mal.

—¿Qué quieres decir?

—Que no todos sobreviven a la transformación, Victoria.

Oh, mierda.

Ella se detuvo de golpe. Caleb también lo hizo, mirándola.

—¿Podrías... haber muerto? —preguntó, pasmada.

—Solo algunas personas son capaces de soportar la transformación —aclaró él—. Yo fui uno de los afortunados. Igual que Bex e Iver. Pero... durante estos años he conocido a unos cuantos que no han sido capaces de soportarla. Sawyer terminó por cansarse de intentarlo. Decidió que era mejor que nos quedáramos solo los que estamos ahora mismo.

—Qué considerado —ironizó ella en voz baja.

Caleb le dedicó una mirada inescrutable.

—Sawyer no es tan malo como te crees.

—No, claro, solo es un torturador de niños.

—No tiene por qué caerte mal.

—Es que no me cae mal. Lo odio.

Él suspiró, pero no dijo nada más al respecto.

Y Victoria, claro, no tuvo otra idea que sonreírle ampliamente y decirle lo que llevaba pensando ya un buen rato.

—Yo podría convertirme en una de vosotros —dijo alegremente.

Caleb le frunció el ceño.

—¿Qué?

—Que podría tener una habilidad como la tuya. Y ser indestructible, tenebrosa y sexy como tú. Seguro que pasaría la prueba esa de la transformación.

Ella dejó de sonreír al instante en que vio la mirada de enfado que le dirigió Caleb. De hecho, incluso dio un paso atrás, asustada.

—Eso no lo sabremos nunca —aclaró él bruscamente.

—¿Por qué no? Yo también quiero una habilidad de esas.

—¿Y quieres pasarte tu vida entera atada a Sawyer, en serio?

—No me importaría estar atada a ti.

Él no pareció caer en la insinuación. O, más bien, lo hizo y la ignoró completamente. Oh, oh, se había enfadado.

De nuevo, Victoria dejó de sonreír.

—Que le den a Sawyer —aclaró, molesta—. Me importa una mierda ese tipo.

—No digas eso.

—¿Por qué no?

—Porque podría hacerte daño. Mucho daño.

—Pues que venga a por mí. Lo estaré esperando con el spray pimienta en una mano y Bigotitos en la otra. A ver si tiene valor para atacarme.

—Victoria... —a él no le estaba haciendo ninguna gracia.

—Pienso ir a su casa y fiu fiuuuu, codazo patada y PAM tumbado en el suelo. Adioooós, Sawyer. No ha sido un placer conocerte.

—Basta —le espetó de pronto.

Victoria lo miró, entre confusa y divertida.

—¿Por qué te lo tomas tan en serio? Solo es un hombre. Puedes contra él.

—No quiero ir contra él.

—¿Y quieres apoyar a alguien que tortura a niños pequeños solo para tener un ejército personal?

—Tú no conoces a Sawyer.

—No, pero sé lo necesario para...

—Si no fuera por él, yo ahora mismo no sería nada —la cortó—. Me encontró en un orfanato. Nadie me quería. Era demasiado callado. Demasiado introspectivo. Si no fuera por él, probablemente mi vida habría sido mucho peor.

Ella tardó unos segundos, pero finalmente negó con la cabeza.

—Lo que hizo fue en beneficio propio, Caleb.

—Da igual por qué lo hiciera.

—¡No, no da igual! ¿Cómo puedes defender a alguien que te hizo todas esas cosas cuando eras tan pequeño?

Él le dedicó lo más parecido a una mirada de cabreo que había tenido hasta ahora y se giró para encaminarse de nuevo hacia la casa. Victoria suspiró y se apresuró a seguirlo.

—Vamos, no te enfades.

Él no respondió. Estaba empezando a ser difícil seguirle el ritmo.

—¡Caleb, frena un poco, no puedo...!

Ahogó un grito involuntariamente cuando su pie tropezó con una raíz que sobresalía del suelo. Durante lo que pareció una milésima de segundo, estuvo cayendo al suelo. Sin embargo, casi al instante, notó una mano rodeándole el brazo y sujetándola para que no se cayera.

—Ten cuidado —la riñó, irritado.

Victoria lo miró fijamente unos segundos antes de apartarse, indignada.

—¡Eres tú el que iba a toda velocidad!

—¡Y tú la que intentaba seguirme el ritmo!

—¡Porque te enfadas por... tonterías!

—¡No son tonterías para mí!

—¡Si te enfadas, es porque sabes que tengo razón!

—¡Si me enfado, es porque sé que te estás metiendo en asuntos que no entiendes!

—¡Pues yo creo que los entiendo más que tú, que hablas de Sawyer como si fuera tu maldito Dios cuando, en realidad, es un imbécil que solo te llama kéléb!

Hubo un momento de silencio. La mirada de Caleb se volvió sombría cuando apretó los labios.

—No uses esa palabra —le pidió en voz baja.

Victoria notó que el enfado se evaporaba un poco cuando, instintivamente, le puso las manos en los brazos.

—No lo hago. Nunca lo haría.

Y era verdad. Le parecía tan rastrera que sabía que no la utilizaría jamás. Por muy enfadada que estuviera.

Y eso que, honestamente... cuando se enfadaba era muy impulsiva.

—Mira —empezó ella—, dejemos de hablar de Sawyer, de Axel y de todos los locos que me persiguen, porque...

—Ya no lo hacen.

Ella se quedó mirándolo un momento, confusa.

—¿Cómo?

—Anoche hablé con Axel.

—¿Y dice la verdad?

—Si mintiera, lo sabría al instante. Ni siquiera Axel es capaz de controlar su pulso como quiere.

Victoria bajó las manos a sus codos, confusa.

—Entonces... ¿puedo irme?

Le sorprendió ver que Caleb inmediatamente se ponía ligeramente a la defensiva.

—¿Quieres irte?

—Bueno... está claro que algún día tendré que volver a casa, ¿no?

—¿Tú quieres irte? —repitió, con una mirada que no entendió.

Victoria lo pensó un momento, dubitativa.

—No lo sé. Iver quiere que me vaya.

—Yo no. 

—¿No?

—Me gusta que estés aquí.

Si lo hubiera dicho otra persona, probablemente no le habría afectado tanto como le afectó que fuera Caleb quien lo hiciera. Victoria sintió que se quedaba sin palabras, mirándolo fijamente.

—¿Quieres... que me quede?—preguntó con un hilo de voz.

—Sí —ni siquiera lo dudó.

—Pero... siempre te quejas de lo insoportable que es tenerme alrededor.

—Es mucho más insoportable cuando no estás.

Victoria sintió que su pobre corazón daba un brinco al instante, reviviendo todo su sistema nervioso. Parecía que había permanecido dormido desde la noche anterior, en que él se había ido corriendo.

Caleb, por supuesto, se había dado cuenta de ese cambio. Lo supo en cuanto él tragó saliva, apartando la mirada y dando un paso hacia atrás.

—Deberíamos volver.

¿Por qué siempre tenía que intentar arruinar esos pequeños momentos? ¿Por qué siempre parecía querer huir de ellos?

¡A Victoria le encantaban!

—Pero...

—Deberíamos volver —insistió.

—No hay quien te entienda —musitó ella, negando con la cabeza.

Caleb no dijo nada, pero se le tensó casi imperceptiblemente un músculo de la mandíbula.

—¿Por qué saliste corriendo anoche? —Victoria entrecerró los ojos.

—No salí corriendo.

—Literalmente saliste corriendo, ¿por qué?

Dio un paso hacia él. Caleb no se movió, pero fue obvio que se tensaba aún más. Dio otro paso. Tuvo que echar la cabeza hacia atrás para mirarlo.

Caleb estaba muy serio. Incluso más que antes.

Pero eso ya no la intimidaba como al principio.

—¿Te pone nervioso que me acerque a ti? —preguntó, bajando la voz sin darse cuenta.

—La palabra adecuada no es nervioso —murmuró él.

—¿Y cuál es?

Dio otro paso hacia él, cerrando casi por completo la distancia entre ambos. Caleb la miraba con los labios apretados, pero no había hecho un solo ademán de alejarse.

De hecho, solo pronunció una palabra en su extraño y estúpido idioma. Victoria lo miró, confusa.

Zayad —repitió, extrañada—. No sé qué significa.

—Significa ávido.

—No sé qué quiere decir.

Caleb esbozó media sonrisa.

—Mejor.

Ella se quedó mirándolo unos segundos. Su pulso se balanceaba peligrosamente al mismo tiempo que sus dedos se movían, ansiosos de volver a recorrerle los brazos, como la noche anterior.

Zayad —murmuró—. Me gusta esa palabra. Creo que voy a empezar a usarla.

Caleb borró su sonrisa en cuanto ella lo miró más de cerca.

De hecho, a su alrededor se había vuelto a crear esa burbuja que los envolvía, aislándolos del resto del mundo. Victoria no podía despegar los ojos de ese pozo de oscuridad magnética que eran los suyos. Y no podía alejarse, pero tampoco quería hacerlo.

—Enséñame otra —le pidió con un hilo de voz.

Caleb bajó los ojos a sus labios. Respiró hondo cuando ella tragó saliva.

Moy pogibel —murmuró finalmente.

—¿Qué es?

—Lo que serás para mí.

Ella no lo entendió. Solo pudo ver la sonrisa triste que le dedicó. Victoria tragó saliva.

—Creo que eso no me ha gustado.

—A mí tampoco.

Victoria extendió la mano sin darse cuenta. En cuanto rozó la de él, sintió que a Caleb se le tensaba el cuerpo entero, receloso. Sin embargo, respiró hondo y acortó completamente las distancias entre ellos, rodeándole la muñeca con los dedos temblorosos. Él no se movió. Solo observaba cada movimiento con suma atención.

Ella dudó. No estaba segura de si volvería a irse corriendo, como la noche anterior. Le daba algo de miedo cruzar cierto límite y que lo hiciera.

—No te vayas —se escuchó decir a sí misma.

Caleb levantó las cejas casi imperceptiblemente, pero no dijo nada.

Era bueno ocultando sus sentimientos, pero no lo suficiente.

Vio que los ojos de él se volvían cautelosos en cuanto Victoria subió la mano por su brazo hasta llegar a su hombro. Hizo lo mismo en el otro, dejando ambas manos junto a su cuello. Caleb seguía mirándola fijamente, algo más tenso que de costumbre.

—No te vayas —repitió en voz baja.

Él no dijo nada, pero se mantuvo clavado en su lugar, observándola.

Victoria tragó saliva y movió lentamente una mano a su mejilla. La corta barba le pinchó la palma de la mano e hizo que un escalofrío le recorriera la espina dorsal.

Tras ver que no tenía aparentes intenciones de marcharse, se envalentonó y levantó los talones, quedando de puntillas. Movió la mano hacia su nuca y tiró suavemente de él hacia abajo.

Por un momento, la tentación de besarlo en los labios estuvo ahí, pero Victoria se acobardó y se limitó a darle un beso de unos segundos en la comisura de los labios. Ese simple contacto hizo que le aleteara el corazón.

Volvió al suelo. Ya tenía la respiración agitada y la cabeza le daba vueltas. No se atrevió a mirar a Caleb hasta que pasaron unos instantes. Él seguía clavado en su lugar, mirándola fijamente con una expresión que no entendió y que la acobardó aún más.

Oh, no, ¿y si había sido un error? 

¿Y si se había precipitado?

Él seguía mirándola con una expresión que no entendía, cosa que tampoco ayudaba.

Victoria abrió la boca y volvió a cerrarla, notando que le temblaban las manos cuando empezó a jugar con sus dedos, completa y absolutamente nerviosa.

Oh, no... ¿y ahora qué?

—Yo... lo si-siento... creí que tú que...

Se detuvo abruptamente cuando, de pronto, notó que su espalda chocaba contra el tronco de un árbol, dos manos se clavaban junto a su cabeza y la boca de Caleb aplastaba la suya.

Durante un instante, no fue capaz de reaccionar. Solo pudo cerrar los ojos con las manos suspendidas en el aire, temblorosas. ¿La estaba...?

Como si quisiera confirmárselo, Caleb se separó un momento para mirarla. Tenía los ojos nublados, como el día anterior. Solo que estaba vez también tenía la respiración visiblemente agitada. Le recorrió la cara con los ojos y su objetivo final fue su boca.

Victoria no supo muy bien cuál de los dos fue el que se acercó esa vez, pero ya estaba preparada. Más que preparada. Sus manos se aferraron en dos puños a la chaqueta de Caleb al mismo tiempo que notaba su boca insistente sobre la suya, abriendo los labios al mismo tiempo que ella.

Era todo sensaciones. No podía hacer otra cosa que besarlo. Era como si ya no se acordara el mundo que la rodeaba. Subió las manos a su cabeza y hundió los dedos en el pelo oscuro de Caleb, tirando hacia ella. Él soltó un sonido que salió de lo más profundo de su garganta casi al mismo tiempo que le clavaba las manos en las caderas y la pegaba bruscamente contra su cuerpo, cortando cualquier tipo de distancia que pudiera haber entre ellos.

Honestamente... Victoria no habría podido saber decir si estuvieron así unos pocos segundos o varios minutos, pero de pronto Caleb echó la cabeza hacia atrás y la miró desde su altura. Tenía la respiración tan agitada como la de ella y los labios hinchados de una forma maravillosamente perfecta y sensual.

Ella, por primera vez en su vida, no tenía palabras.

Bueno, tenía solo una.

Wow.

¿Por qué habían tardado tanto en hacerlo?

¡Acababa de suceder y ya quería repetir!

Cuando Caleb la soltó y dio un paso atrás, pasándose una mano por el pelo, ella se apoyó torpemente en el tronco del árbol. El cuerpo entero le funcionaba a toda velocidad. La piel le ardía y el corazón le latía con fuerza. Con tanta que incluso podía escucharlo en sus propias orejas. No quería ni imaginar cómo lo escucharía Caleb.

Lo volvió a mirar. No sabía qué esperarse.

Bueno, no se esperaba una mirada de preocupación.

—¿Estás bien? —preguntó, sorprendentemente alarmado, mirándola de arriba abajo—. Tu corazón va a toda velocidad.

—Créeme, estoy bien —casi jadeó—. Más que bien.

Él pareció algo aliviado, pero no dejó de observarla con los ojos entrecerrados. Cuando por fin notó que su corazón adoptaba una velocidad menos peligrosa, pareció volver a permitirse respirar a sí mismo.

Y, justo cuando Victoria esbozaba una pequeña sonrisa ilusionada e iba a decir algo para romper ese maravilloso silencio, él la adelantó.

—Esto ha sido un error.

Victoria notó que la sonrisa de su rostro desaparecía al instante.

Espera, ¿qué?

Levantó la cabeza bruscamente y se quedó pasmada cuando vio que Caleb estaba muy serio, mirándola fijamente con esa expresión indiferente de siempre.

—¿Un... error? —repitió como si esa palabra no tuviera sentido.

—Sí. Un error. Por mi parte. Lo siento.

Lo había dicho de una forma tan mecánica que ella tuvo que tomarse unos segundos para asegurarse de que no estaba leyendo un guion.

—¿Cómo que lo sientes? —preguntó en voz baja—. ¿Qué sientes?

—Obviamente, lo que acaba de pasar.

—¿Qué...?

—No ha sido nada profesional por mi parte.

Por fin, Victoria empezó a entender lo que estaba diciendo.

Deseó no haberlo hecho.

Profesional —repitió lentamente, mirándolo—. Esa palabra se usa en un contexto de trabajo, Caleb.

—Este es un contexto de trabajo, Victoria.

De haber sido posible, Victoria estaba segura de que él habría podido escuchar que una parte de su pobre corazón se agrietaba justo en ese momento.

Apretó los labios, notando que su pulso se aceleraba, pero esta vez por un motivo muy distinto.

—¿Esto —se señaló a sí misma y luego a él— es un trabajo?

—No me hagas una pregunta cuya respuesta ya sabes.

Ella notó que la respiración se le agolpaba en la garganta cuando vio que su expresión de indiferencia no cambiaba en absoluto.

—Creí que...

—Es un trabajo —repitió él—. Es mejor así, Victoria.

—¿Mejor para quién? ¿Para ti?

Por primera vez desde que esa desastrosa conversación había empezado, le dio la sensación de que Caleb cambiaba un poco su expresión a una más triste.

—Para ti —le aseguró en voz baja.

—Sé perfectamente lo que es mejor para mí misma, gracias —espetó Victoria, furiosa—. Y si para ti todo... toda... toda esta mierda solo es un trabajo... entonces tú no eres lo mejor para mí.

—Nunca he dicho que dejara de serlo —aclaró él.

—¡Pero se suponía que tú... que...!

—Victoria, basta —la detuvo bruscamente.

Y la forma en que lo dijo hizo que las grietas de su pobre corazón se hicieran más profundas.

—Eres un... —ni siquiera supo qué más decir.

Solo un trabajo, ¿eh?

Gilipollas. Se merecía un puñetazo.

Si no hubiera estado segura de que no sentiría dolor... probablemente se lo hubiera dado.

Notó que empezaban a escocerle los ojos cuando pasó por su lado, furiosa. Le temblaban las rodillas, pero ya no era por el estúpido beso. Eran por la rabia que sentía dentro. Apretó los puños.

Se sentía humillada. Acababa de besarla de esa forma, después de decirle cosas bonitas, después de hacerle creer que confiaba en ella y quería contarle todas esas cosas de su vida... ¿y ahora solo era un trabajo? ¿No significaba nada? ¿No iba a volver a suceder?

Iver volvía a cocinar tranquilamente cuando cruzó la cocina. Se giró con una cuchara rosa y la miró, sorprendido, cuando pasó casi corriendo hacia las escaleras con Caleb siguiéndola.

—¿Dónde vas? —escuchó que le preguntaba este último mientras subía las escaleras tras ella.

Victoria no respondió. Estaba tan furiosa que estaba segura de que soltaría una retahíla de improperios en cuanto se diera la vuelta y lo encarara. 

Quería ahorrárselo. No se merecía ni eso, el gilipollas.

Por fin llegó a la habitación de Caleb. Tenía un nudo en la garganta cuando vio que Bigotitos levantaba la cabeza de la cama, sorprendido por el sonido de la maleta de Victoria golpeando el suelo.

Ella notó la mirada de Caleb en su nuca, pero la ignoró igualmente.

—¿Dónde vas? —repitió él, esta vez de una forma más brusca.

—A casa —espetó ella.

Hubo un instante de silencio. Menos mal que no había terminado de deshacer su maleta. Fue fácil meter en ella toda su ropa.

Cuando se puso de pie para ir al cuarto de baño, vio que Caleb se había plantado en su camino, deteniéndola.

—No puedes irte —le dijo en voz baja.

Victoria casi le tiró la maleta a la cabeza. Casi.

—¿No? —repitió con una risa irónica—. ¿Y tú quién te crees que eres para decirme que no me vaya?

—Tu casa ahora mismo es peligrosa.

—Lo único peligroso seré yo como no te apartes de mi camino, Caleb.

—No puedo dejar que te vayas.

Ella cerró los ojos un momento. La rabia líquida que corría por sus venas iba cada vez a más velocidad.

—Pues quédatelo todo. Ya me compraré un cepillo de dientes nuevo —masculló en voz baja.

Se dio a vuelta y recogió su maleta tal y como estaba, cerrándola de golpe. Se acercó a la cama y recogió a Bigotitos con un brazo. Él pareció algo asustado cuando vio la mirada furiosa de Caleb sobre Victoria y se encogió contra ella.

Ella no se detuvo. Bajó las escaleras, furiosa, mientras Bigotitos maullaba con confusión, mirando a Caleb como si quisiera quedarse. Gato traidor.

Siguió notando la mirada del maldito x-men sobre ella en todo momento, pero no le importó. Especialmente cuando bajó las escaleras y vio que Bexley acababa de llegar y tenía las llaves de un coche en la mano.

—¿Puedes llevarme a casa? —le preguntó atropelladamente.

Bexley la miró y, en cuanto clavó la mirada por encima de su cabeza, subo que Caleb estaba justo detrás de ella.

—Ni se te ocurra —le advirtió a Bexley en voz baja.

A Victoria le dio la sensación de que su voz sonaba cien veces más aterradora cuando hablaba con los demás que cuando hablaba con ella, pero no le importó.

¡Estaba demasiado enfadada como para que esos detalles la hicieran suspirar!

Iver ya se había asomado con un cuenco con huevos batidos y un delantal de girasoles. Se quedó mirando la escena con curiosidad mientras seguía batiendo los huevos tranquilamente.

Victoria, por su parte, dio un paso hacia Bexley.

—Por favor —añadió con voz apremiante.

Vio que ella dudaba visiblemente, mirándola tanto a ella como a Caleb.

Bigotitos, el traidor, seguía maullando y tratando de hacer que Victoria volviera con Caleb.

Entonces, justo cuando parecía que iba a acceder, el x-men dijo algo en voz baja en su estúpido idioma. Bexley dio un respingo. Iver levantó las cejas. Bexley dijo algo. Caleb también. Una y otra vez. Parecían enfadados y no dejaban de echarle miradas a la pobre Victoria, que solo quería marcharse de ahí.

Miró a Iver, que era el único que no participaba en la conversación. No esperaba mucha ayuda, y solo vio que la miraba con la curiosidad reflejada en los ojos. O más bien en el ojo bueno, el que no estaba blanquecino por la cicatriz.

—No —la voz furiosa de Caleb retumbó en la habitación e hizo que Victoria volviera al instante a la conversación.

—No es tu decisión —le dijo Bexley, frunciendo el ceño—. Es ella la que decide si se queda o se va.

Victoria se dio la vuelta, envalentonada ahora que ya entendía de qué hablaban.

—Tú mismo has dicho que Axel ya no me busca, ¿no? —espetó—. Pues muchas gracias por las vacaciones, pero ya puedo volver a mi casa.

Caleb parecía realmente enfadado. Nunca lo había visto así. Normalmente era tan... inexpresivo. Casi la disuadió de querer irse, pero Victoria era demasiado testaruda para eso.

Y, sin embargo, vio que su mirada se suavizaba un poco al clavarse en la suya.

—No te pongas en peligro por estar enfadada conmigo —le suplicó en voz baja.

Oh, no. Eso no iba a funcionar. No, no, no.

—Adiós, Caleb —le dijo Victoria en voz baja.

Y, tras mirarlo unos segundos más, tragó saliva y abandonó la casa junto a Bexley.


Caleb

—Pero ¿se puede saber qué has hecho? —preguntó Iver, batiendo los huevos.

Caleb apretó aún más los dientes. Ya prácticamente rechinaban. Cerró los ojos y le hizo un gesto brusco a Iver para que cerrara la boca y pudiera escuchar lo que sucedía fuera.

Los pasos de Victoria eran inconfundibles. Al igual que el sonido de la puerta del coche que cerró con fuerza. Agudizó el oído, frunciendo el ceño, y pudo alcanzar a comprender un fragmento de la conversación cuando Bexley encendió el motor.

—...nada —murmuró Bex.

—Ahora no —masculló Victoria, enfadada—. Seguro que el capullo de tu amigo puede escuchar cada palabra. Ya te lo contaré por el camino.

Al escuchar la risita de Bexley, Caleb apretó los labios, molesto.

—Ah —la voz de Victoria era inconfundible—, y, ¿Caleb? Te odio. Espero que también hayas escuchado eso, capullo chismoso.

Caleb abrió los ojos, molesto.

Iver seguía batiendo sus huevos con una sonrisita divertida.

—Bueno, deduzco que hay problemas en el paraíso.

Caleb le dirigió una mirada irritada y fue a la cocina con él. Se sentó en la barra y se pasó las manos por la cara, frustrado. Iver siguió cocinando con toda la tranquilidad del mundo.

—Estaba muy cabreada —remarcó Iver.

—Lo sé —musitó.

—De verdad, muy cabreada —Iver lo miró con curiosidad—. Normalmente es muy fácil ignorar las emociones de los demás, pero cuando son así de fuertes... ¿qué le has hecho?

—Nada.

—Nadie se pone así por nada.

Caleb suspiró y apoyó la cabeza en un puño, todavía frustrado. Iver siguió cocinando mientras él rumiaba, buscando las palabras adecuadas para explicárselo sin entrar en demasiados detalles.

Al final, dedujo que era imposible no hacerlo.

—Puede que... la besara.

Iver dejó de cocinar un momento para mirarlo.

—¿Tú? ¿Mostraste algún gesto de cariño? 

—Sí.

—¡¿Tú?!

—Que sí —replicó, empezando a irritarse.

—Bueno, si me besaras a mí también me cabrearía.

—No se ha enfadado por el beso —aclaró Caleb—. Creo que... eh... he dicho algo que no debería haber dicho.

—¿El qué?

—Que... ha sido un error muy poco profesional... y que no iba a repetirse.

El silencio de la cocina se interrumpió por la risotada de Iver, que había empezado a reírse con ganas, agitando la cucharita rosa al aire. Caleb le puso mala cara.

—No sé qué tiene tanta gracia —remarcó, molesto.

—Dime que no lo dijiste con esas palabras, por favor.

—Pues sí, ¿cuál es el problema?

—Madre mía, y luego Bexley me llama a mí insensible.

Por fin dejó de cocinar. Caleb seguía con mala cara cuando se acercó a él y apoyó los codos en la barra. No había borrado su sonrisita divertida.

—Ahora entiendo el cabreo de la pobre chica.

—Tampoco era para ponerse así —masculló Caleb, malhumorado.

—Tienes suerte de que solo te haya gritado, porque te aseguro que si hubiera sido yo te habría dado un puñetazo en la cara. Ni te imaginas la mezcla de sentimientos que tenía dentro.

—¿Y qué quieres que haga?

—No lo sé. Odio los dramas de pareja. Prefiero mis omelettes. Son deliciosas y no dan tantos dolores de cabeza. Todo son ventajas.

Y, dicho esto, siguió cocinando felizmente.


Victoria

Bexley había tenido la deferencia de no preguntar nada en todo el camino.

Victoria sentía que el cabreo había disminuido un poco, pero seguía furiosa igual. Tenía los labios apretados y sujetaba la maleta con un poco más de fuerza de la necesaria. Bigotitos estaba en el asiento trasero mirando por la ventanilla con tristeza.

Oh, venga ya, ¿por qué estaba triste ese gato traidor? ¡Si estaban volviendo a casa!

Cuando por fin llegaron a su piso, se sintió como si hiciera años que no estaba ahí.

—¿Estás segura de que no quieres volver? —le preguntó Bex—. Puedo obligar a Caleb a quedarse por el piso de abajo para que no moleste.

Victoria, pese al cabreo, sonrió un poco.

—También es su casa —remarcó.

—Bueno, pero puedo obligarlo igual.

—Estaré bien aquí —señaló a su gato—. Tengo a mi protector gatuno.

Bexley se ofreció a ayudarla con la maleta, pero lo cierto es que Victoria tampoco tenía tantas cosas para transportar, así que al final se marchó mientras ella entraba en el edificio y dejaba a Bigotitos en el suelo. Subió las escaleras cargando con la maleta y casi suspiró de alivio cuando vio por fin el pasillo hacia su casa.

Y, justo cuando iba a tocar su preciada puerta, escuchó que la de al lado se abría.

Oh, no.

Su casero.

Su sonrisa se congeló al instante en que se dio la vuelta lentamente. Su casero era el señor Miller, un hombre de cuarenta años con poco pelo, una barba corta pero bastante fea, barriga redonda y ceño permanentemente fruncido. Siempre olía a tabaco y usaba camisas hawaianas horteras.

Y... puede que Victoria tuviera que haber pagado el alquiler el día anterior y se le hubiera olvidado.

Eso no iba a terminar bien.

—Tú —la señaló, frunciendo el ceño, como siempre.

Victoria se encogió contra la puerta y detuvo a Bigotitos con el pie cuando vio que iba a abalanzarse sobre el señor Miller.

—¡Señor Miller! —esbozó una sonrisita nerviosa—. ¡Cuánto tiempo sin verle! ¡Está más delgado!

—Hace solo un mes que no nos vemos y estoy mucho más gordo —espetó, molesto—. Quiero mi dinero.

—Ya... su... ejem... su dinero...

Bueno, Victoria no tenía su maldito dinero.

Intentó pensar a toda velocidad. El corazón empezó a bombearle con fuerza cuando vio que la mirada del señor Miller se crispaba. Oh, no. No convenía cabrearlo. En absoluto.

—Yo... —volvió a empezar, dudando.

—No lo tienes, ¿verdad? —espetó, furioso—. Siempre igual. Con excusas y pidiendo más tiempo. Siempre igual.

—¡Pero siempre le termino pagando!

—¡Estoy harto de tus excusas! —él seguía ensimismado—. Es la última vez que te aprovechas de mí. O me pagas ahora mismo, o saco tus cosas de mi casa.

—P-pero... ¿no puede ser mañana?

—¡No!

—¡Señor Miller, he tenido un problema en el trabajo y no he podido cobrar lo que...!

—¡Si te metes en problemas en tu trabajo y no cobras no es mi problema! ¡O pagas o te vas!

—¡Y le estoy diciendo que le pagaré, solo tiene que esperar un poco y...!

Victoria se detuvo en seco cuando vio que el cuello de la camisa hawaiana del señor Miller se pegaba repentinamente a su piel y salía disparado hacia atrás, casi cayendo al suelo. Ella abrió mucho los ojos cuando vio a Caleb de pie a su lado, con los ojos clavados en él.

Bueno... adiós a su preciosa casa.

—¿Qué haces? —le musitó Victoria en voz baja, aterrada.

Caleb le puso mala cara, como si no entendiera a qué venía el reproche.

—Te estaba gritando en la cara.

—¡¿Y qué?!

—Que no va a volver a hacerlo.

Victoria notó que el mundo se le venía abajo cuando el señor Miller se ajustó el cuello de la camisa, rojo de rabia, y volvió a acercarse a ellos con la furia grabada en los ojos.

—¡Voy a sacar todas tus cosas y a...!

Ella ya estaba esperando que le arrancara las llaves de las manos, pero levantó la mirada, temerosa, cuando se dio cuenta de que de pronto se había quedado muy callado.

Y, claro, el señor Miller había perdido algo de fuerza de voluntad al echar la cabeza hacia atrás para mirar a Caleb, que seguía pareciendo considerablemente cabreado.

Bueno, al menos tenía instinto de supervivencia.

—Eh... —de pronto, el señor Miller se había olvidado de lo que estaba diciendo.

—Voy a pagarle —le aseguró Victoria a toda velocidad, tratando de aprovechar el momento de debilidad—. Se lo prometo. Mañana mismo. Esta noche iré a ver a mi jefe y le pediré un adelanto.

El señor Miller volvió a mirar a Caleb de reojo, algo intimidado. Se cruzó de brazos y asintió una vez con la cabeza hacia Victoria, muy digno.

—Mhm... —murmuró, y supuso que era un vale.

—Genial —Victoria sonrió ampliamente, aliviada—. Mañana le dejaré en dinero.

—Pero... —el señor Miller los señaló a ambos, especialmente a Caleb—. No estás viviendo con él, ¿no? Porque quedamos en que vivirías sola.

—¿Eh?

Victoria estuvo a punto de negarlo rotundamente, pero al ver la mirada de temor que le estaba dirigiendo su casero decidió que igual no era mala idea aprovecharse de la situación para tenerlo un poco más controladito en el futuro.

—No vive conmigo. Pero a veces se queda a dormir. MUCHAS veces. Es que es mi novio —dijo enseguida—. ¿A que sí, cariño?

Caleb dejó de fruncir el ceño para parpadear, perplejo.

Más perplejo pareció cuando Victoria le agarró bruscamente el cuello de la camiseta para atraerlo y darle un beso corto en los labios. Lo soltó casi al instante, pero Caleb tardó en incorporarse, y lo hizo torpemente.

Era la primera vez que lo veía haciendo algo torpemente.

—¿Hay algún problema? —Victoria sonrió como un angelito a su casero.

Él negó enseguida con la cabeza.

—¿Eh? No, no... claro que... mhm... bueno, ya me darás el dinero mañana.

—Claro.

—Y... mhm... dile a tu novio que siempre me porto bien contigo, ¿eh?

—Claaaro. Adiós, señor Miller.

Él no respondió. Solo les dedicó una mirada desconfiada antes de volver a su casa. Victoria esperó hasta escuchar que volvía a echar el pestillo para suspirar, aliviada.

Y, ahora, vuelta al cabreo. 

Se giró hacia Caleb y le puso mala cara.

—¿Se puede saber qué haces aquí?

Él seguía colocándose el cuello de la camiseta, aturdido, cuando la miró.

—Asegurarme de que sigues viva.

—Pues ya te has asegurado. Adiós.

Abrió la puerta de su casa, arrastró a Bigotitos con ella y le cerró a Caleb en la cara.

Esperó unos segundos, furiosa, para escuchar sus pasos marchándose. Pero no lo hizo. Solo hubo silencio. Supuso que ya se había marchado. Mejor. 

Capullo.

Pero, cuando se dio la vuelta, lo vio ahí plantado en medio del salón.

Ahogó un grito, alarmada, y Bigotitos dio un respingo y salió corriendo hacia la habitación.

—No me cierres la puerta en la cara —protestó Caleb, molesto.

—Pero ¿cómo...?

—Es de muy mala educación

—¡No quiero tener educación contigo, estoy enfadada!

—Tampoco te he dicho algo tan malo.

Victoria respiró hondo y dejó la maleta en el suelo.

—Mira, te recomiendo que te vayas antes de que vaya al cajón de los cuchillos.

Él dudó unos segundos.

—¿Eso era sarcasmo?

—No. En absoluto. Más te vale darte prisa.

—Victoria —su enfado desapareció—, no quería ofenderte.

—¡No estoy ofendida! —le espetó, ofendida.

Arrastró la maleta a la habitación y la dejó bruscamente en el suelo. Podía seguir notando la mirada de Caleb sobre ella en el proceso de abrirla y empezar a meter ropa bruscamente en el armario.

—Solo intentaba que entendieras la situación —continuó él, manteniendo cierta distancia de seguridad—. No pensé que fueras a... tomártelo así.

Ella dejó la maleta a un lado y se puso de pie, enfadada.

—Básicamente, me has dicho que esto es un trabajo. ¡Como si estuvieras obligado a hacerlo!

—Bueno... quizá no ha sido la palabra más adecuada.

—Pues no, Caleb, no lo ha sido.

—Pero sigo pensando lo mismo —añadió.

—No sé si estás intentando empeorar las cosas, pero te aseguro que lo estás consiguiendo.

—Lo que intento decirte es que... no sé cómo gestionar esto —él frunció el ceño—. Mi vida entera se ha basado en trabajos y objetivos. Nunca he tenido una respuesta tan... humana a algo.

Victoria le puso mala cara.

—Entonces, ¿qué? ¿El beso también ha sido por trabajo? 

Él suspiró.

—No.

—¿Y a qué ha venido decirlo?

—Victoria, no te conviene ser tan cercana conmigo —le aseguró—. Llegará un momento en el que uno de los dos saldrá perjudicado.

—Bueno, creo que soy mayorcita para saber lo que me conviene o no.

Él negó con la cabeza.

—Algún día tienes que decirme cómo lo haces para tener tanto optimismo.

—Es que ser pesimista no suele ayudarme mucho, ¿sabes? —sonrió irónicamente—. Solo me ayuda a preocuparme de las cosas incluso antes de que pasen.

Sintió que su enfado se reducía un poco, pero no lo suficiente como para bajar la guardia del todo. Siguió de brazos cruzados, mirándolo como si tratara de analizarlo por completo. Caleb no pareció demasiado intimidado por el escrutinio.

Y, de pronto, él esbozó una pequeña sonrisita que no había visto jamás en él.

—¿Por qué me has presentado como tu novio?

Victoria sintió que sus brazos flojeaban por un momento.

—¿Eh?

—Se lo has dicho al de la camisa ridícula. Que soy tu novio.

—Ah, eso... mhm... solo ha sido para intimidarlo un poco.

—¿Y no te gustaría que lo fuera?

Pero... ¿en qué momento había cambiado tanto la conversación?

Victoria sintió que el calor de la habitación empezaba a ser demasiado obvio. Se aclaró la garganta, nerviosa, fingiendo que estaba muy segura de sí misma.

—Hace un momento decías que no sabías como reaccionar ante una situación así —aclaró, levantando una ceja.

—Y sigo sin saberlo. Estoy probando.

Victoria entrecerró los ojos cuando dio un paso hacia ella.

—¿Y qué me asegura que no volverás a ponerte como antes? —preguntó, desconfiada.

—Puedo asegurártelo yo, aunque dudo que ahora mismo fueras a creerme.

—Chico listo.

—Solo me he asustado, Victoria —se detuvo delante de ella, que tuvo que echar la cabeza hacia atrás para mirarlo—. Hacía mucho tiempo que no besaba a nadie.

Ella torció el gesto.

—Sí, desde que te besaste con Bexley...

—Te aseguro que lo de Bex no fue nada comparado con lo de antes.

Vaaale, igual Victoria estaba empezando a bajar la guardia.

¡Es que era difícil seguir enfadada si la miraba con esa media sonrisa! ¡Era injusto!

—¿Sigues enfadada? —preguntó él, analizando su expresión.

—Sí.

—¿Sigues queriendo clavarme cuchillos?

—No. Ahora solo tenedores.

—Bien —él sonrió de nuevo—. Creo que voy por buen camino.

Por favor, que dejara de sonreír. Cada vez que lo hacía, el muro de hielo que había puesto Victoria entre ellos se volvía más y más pequeño.

—Tengo una condición —aclaró ella de pronto.

Caleb ladeó la cabeza con curiosidad.

—¿Cuál?

—Quiero una cita. Una cita normal. Y yo elijo el plan.

Él dio un paso atrás al instante con la misma expresión que habría usado de haberle pedido que diera un beso a Bigotitos.

—¿Una... qué?

—¿Sabes qué es?

—Sí, pero... —frunció el ceño—. ¿Por qué?

—Porque quiero sentirme un poco normal por una vez en todo el tiempo que llevo conociéndote —puso los ojos en blanco—. Es como si viviéramos en las sombras.

—A mí me gustan las sombras... —murmuró como un niño pequeño.

—¿Y no estás dispuesto a dejarlas de lado un rato por mí?

Bueno, por fin había usado las palabras correctas para convencerlo. Caleb suspiró pesadamente, pasándose una mano por el pelo.

—Pero... ¿en sitios públicos?

—Pues claro, x-men.

—Yo no voy demasiado a sitios públicos.

—¿Cómo que no?

—En mi trabajo, es mejor que la gente no te vea demasiado —aclaró.

Victoria se mordisqueó el labio inferior, pensativa, pero no estaba dispuesta a ceder.

—Es mi condición —dijo firmemente.

—¿No puede ser aquí?

—No.

—Pero...

—¡No!

—¿Y en mi casa?

—Caleb...

—Podría pedirle a Iver que te hiciera algo de cenar.

Ella suspiró, sopesando su oferta.

Había que admitir que el idiota de Iver cocinaba muy bien.

—Vale, pero antes iremos al sitio público que yo elija —exigió.

Él la miró unos segundos antes de suspirar.

—Bien —masculló finalmente.

—Pues ya está decidido.

—¿Y vas a volver a vivir conmigo?

—No.

Eso pareció terminar de descolocarlo.

—¿Cómo que no?

—Estoy muy bien aquí y, por lo visto, ya no corro peligro —Victoria levantó una ceja.

Caleb pareció tener algo que objetar, pero se quedó muy quieto de repente y desvió la mirada hacia un lado, como si quisiera concentrarse en algo.

—¿Quieres que tu amiga histérica y pelirroja sepa que estoy aquí? —preguntó directamente.

Victoria se encogió de hombros, algo perdida.

—Bueno... no sé... mejor que no o querrá interrogarte.

—Entonces, nos vemos mañana. Tengo un trabajo pendiente que me llevará unas horas —hizo una pausa y su expresión se volvió muy seria—. No salgas sola de casa.

—¡Tengo que ir a hablar con mi jefe!

—Pues iré contigo. Nos vemos más tarde.

Él pareció tener algo de prisa cuando se acercó a ella y, para su sorpresa, le sujetó la nuca para darle un beso corto y casto en los labios.

Victoria parpadeó y, cuando volvió a enfocar la habitación con la respiración desbocada, Caleb ya había desaparecido.

Maldito x-men destroza-hormonas.

Casi al instante en que él desapareció, llamaron al timbre. Victoria fue a abrir la puerta con un nudo en el estómago. Margo estaba plantada en la puerta con aspecto de estar muy enfadada.

Vale... quizá se le había olvidado avisarla de que desaparecería por unos días.

—Tienes muchas cosas que contarme —le dijo, entrando en su casa y entrecerrando los ojos en su dirección.

Victoria suspiró y cerró la puerta, sonriendo.

¡Mañana tendría su primera cita con Caleb!


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