Capítulo 10

Victoria

—¿Dónde te has metido, Vic?

Ella sonrió al escuchar la voz de Daniela. Era tan dulce y calmada que siempre la hacía sentir igual. Y parecía que había pasado una eternidad desde la última vez que había hablado con ella.

—Estoy en casa de un amigo. Lo estaré por unos días —miró por la ventana de la habitación de Caleb. Ya era de noche—. Si alguien te pregunta, estoy de viaje. El lunes llamaré a Andrew para avisarle de que necesito unos días libres.

No tenía sentido llamarle durante el fin de semana. Siempre dejaba el móvil en la oficina y nunca estaba en la oficina si no trabajaba. Era así de responsable.

—¿No te encuentras bien? —preguntó Dani, confusa.

—Sí, estoy bien, es que...

Es que un tipo tenebroso me persigue y el sexy x-men que me observa desde las tinieblas me ha acogido en su casa.

No, no sonaba muy convincente.

Y encontró la excusa perfecta casi al instante. Y quizá no era tan excusa como pretendía creer.

—Es que se acerca... ya sabes —su voz bajó unos cuantos tonos—. Ese día.

—Oh...

Dani era la única que lo sabía en esa ciudad. Ni siquiera lo había hablado con Jamie o Margo.

Porque de habérselo contado... bueno, Victoria prefería no saber sus opiniones.

Con Daniela era distinto. Ella era un cielo. Sabía escuchar sin juzgar, y además siempre intentaba que te sintieras mejor aunque fueras la persona más horrible del mundo.

Todo el mundo merecía una Daniela. Victoria tenía suerte de que fuera su amiga. La quería mucho.

—¿Necesitas hablar de ello? —preguntó Dani suavemente.

—No. Prefiero no hacerlo.

—Has vuelto a tener pesadillas, ¿no?

—Sí.

Dani suspiró y pareció quedarse pensativa unos segundos.

—¿Estás bien en casa de tu amigo? ¿Es ese que vino al bar?

—Sí. Y se llama Caleb.

—Oh, me gusta ese nombre —casi pudo percibir su sonrisa—. Pero... bueno, ya sabes que si alguna vez no te sientes cómoda ahí puedes venir a mi piso. No creo que a mis compañeros les importe. Y en mi cama cabemos las dos... más o menos.

—Dani, tu cama es minúscula.

—Bueno... siempre puedo pedirle el saco de dormir a mi vecino.

—Gracias por la oferta, pero... —Victoria sonrió, divertida—. Estoy muy bien aquí.

Y no era mentira. Ese día no había hecho absolutamente nada de provecho. ¿Cuándo había sido la última vez que había podido permitirse eso? A los diez años, probablemente. Ya ni se acordaba.

Solo se había dado un baño de espuma en la bañera de lujo de Caleb, le había cotilleado la ropa en busca de cosas interesantes, había explorado un poco la casa —había contado más de diez habitaciones distintas—, había comido algo, había mirado un poco la televisión y había dado de beber a la plantita.

Ah, y había perseguido a Iver con Bigotitos en brazos. Él había huido despavorido.

Había sido divertido.

Y, claro, Bigotitos la había seguido en todo momento. De hecho, en ese momento estaba sentado sobre la gigantesca cama de Caleb, lamiéndose una patita y pasándosela por la cabeza. No tardó en empezar a hacer la croqueta por el colchón felizmente.

Él también estaba disfrutando de su pequeño momento de riqueza.

—Me alegro —le dijo Dani con cierto tono burlón—. Ya veo que tu y tu amigo... os entendéis.

—Dios, ya pareces Margo.

—Más te vale llamarla para decirle que sigues viva. Ha estado a punto de presentarse en tu casa con una escopeta. Hace dos días que no sabemos nada de ti.

Margo era un poco exagerada, pero Victoria la quería igual.

—La llamaré o le mandaré un mensaje, no te preocupes.

—Genial. Bueno, tengo que colgar. Mañana tengo un examen sobre filósofos del siglo dieciocho y... uf... no sé por qué elegí esta carrera.

—Porque te gusta —le recordé.

—Ah, sí, debe ser por eso —se echó a reír—. Buenas noches, Vic.

—Buena suerte en el examen, Dani.

Victoria colgó y suspiró pesadamente, pasándose una mano por la frente. Le dolía tener que mentir a Dani, pero tampoco podía contarle la verdad. No la creería. Y, aunque la creyera, no quería hacerlo. Le había dicho a Caleb que no lo haría.

—¿Dani es la rubia?

A Victoria casi le dio un ataque al corazón.

Se dio la vuelta, alarmada, y casi le dio otro cuando vio que Caleb estaba tumbado tranquilamente de lado sobre su cama, apoyando la cabeza en un puño para mirarla. Parecía ligeramente curioso.

Victoria se llevó una mano al pecho, intentando calmarse.

—¡¿Cuándo demonios has entrado?!

—Hace un minuto y veintitrés segundos.

—Gracias por ser tan específico —ironizó.

—De nada.

Ella intentó no decir nada irónico al respecto. Tuvo que morderse la lengua para conseguirlo.

Mientras, Bigotitos intentó dar saltitos hacia Caleb, pero él le puso mala cara y lo apartó.

—Quita, bicho.

Miaaaau

—No me caes bien.

Bigotitos le bufó y bajó de la cama de un salto. Victoria negó con la cabeza cuando vio que bajaba las escaleras con su orgullo gatuno herido.

—¿Por qué lo tratas tan mal? ¡Él intenta darte amor!

—Porque es una bola de pelo y no me gusta.

—Pobre Bigotitos. Para una vez que es cariñoso con alguien...

Caleb no pareció muy arrepentido cuando volvió a centrarse en el tema central de la conversación.

—¿Daniela es la rubia? —repitió.

—Sí. Es mi amiga la rubia. Margo es la pelirroja.

—Lo sé. Me acuerdo de esa. Muy bien.

Victoria iba a acercarse a la cama, pero se detuvo en seco y notó que un pequeño pinchazo amargo hacía que entrecerrara los ojos hacia él.

—Ah, ¿sí?

Caleb asintió una vez con la cabeza. Pareció ligeramente confuso por su cambio de humor.

—No sabía que tuvieras debilidad por las pelirrojas —masculló.

Otro más que prefería las curvas de escándalo de Margo a la pobre y larguirucha Victoria.

Caleb enarcó una ceja lentamente.

—¿Debilidad? —repitió, como si no lo entendiera.

Victoria suspiró y se acercó a la cama. Tuvo que dar un pequeño saltito para subirse. Se colocó también de lado y con la cabeza en un puño, mirándolo.

¿Cómo podía ser tan cómodo un simple colchón? Quería quedarse a vivir en esa cama.

Pero... ahora tenía otra cosa en mente. Y esa otra casa era a cierto señorito con una pelirroja.

—¿Te gustan más las chicas con el pelo rojo? —preguntó, fingiendo curiosidad indiferente.

Caleb siguió mirándola como si no tuviera sentido.

—¿Qué tiene que ver que sean pelirrojas con que me gusten?

—Bueno, la gente tiene sus preferencias. A algunos les gustan las rubias, a otros les gustan más las chicas con el pelo corto... yo qué sé.

—Yo no tengo gustos de esos.

—Venga ya.

—Si no te gusta su forma de ser, ¿de qué te sirve que tenga el pelo largo, corto, rojo o castaño?

Victoria lo miró unos segundos, sorprendida.

—Bueno... no lo había visto así —confesó, repentinamente algo avergonzada.

—¿Y cómo te gustan a ti?

Vale, eso... no se lo esperaba.

Victoria, doña sinvergüenza... empezó a notar que se le calentaban las mejillas. ¿Por qué estaba avergonzada? ¡Si normalmente era ella la que hablaba de esos temas con la gente!

—¿Eh? —preguntó como una tonta.

—¿Cómo te gustan los chicos? —insistió él, con cierto brillo de malicia divertida en los ojos—. O las chicas.

—Nunca me ha gustado una chica.

—¿Y cómo es tu chico perfecto, entonces?

Ella tragó saliva, pensándolo.

—¿Puedo elegir un personaje de un libro?

Caleb esbozó media sonrisa arrebatadora.

—No.

—¿Por qué no?

—Porque me refiero a tus expectativas reales.

—Mis expectativas están basadas en libros, Caleb. Por eso estoy sola.

—No estás sola.

Por un momento, creyó que estaba ligando con ella y casi le dio un parón al corazón, pero luego se dio cuenta de que no había entendido su expresión. Cerró los ojos un momento, avergonzada.

—Me refiero a que no tengo pareja.

—Ah.

—¿La chica a la que besaste era pelirroja?

—Ella me besó a mí.

—¿Eso es un sí?

Caleb lo pensó un momento.

—Todavía no.

Victoria frunció el ceño, confusa. ¿Cómo que todavía...?

Un momento.

¿Estaba... estaba insinuando...?

—¿La chica es Bexley? —casi chilló.

¡Ella tenía el pelo teñido de rojo! ¡Todavía no! Cuando se besaron, todavía no lo tendría.

Caleb enarcó una ceja.

—¿Por qué te sorprende tanto? Vive conmigo.

Porque Victoria esperaba que su competencia estuviera un poco más lejos, pero jamás lo diría en voz alta.

—Pero... tú y ella... —empezó, intentando no sonar ansiosa—. Es decir... mhm...

—Fue hace años. Yo solo tenía diecisiete. A ella le faltaban unos pocos meses para cumplirlos.

—Ah —ella puso una mueca—. Mi primer beso fue a los diecisiete, también.

—Con Jamie —dedujo él.

—Sí. Con Jamie.

De repente, su nombre hizo que se imaginara —en contra de su voluntad— a Jamie y a Caleb juntos en una habitación. Las diferencias serían tan notorias...

Y Victoria sabía que toda su atención se iría directa a su x-men rarito.

El cual, por cierto, acababa de fruncir el ceño.

—Se te acelera el pulso cuando hablas de Jamie.

¿Era cosa suya o eso había sonado a reproche?

Victoria se dejó caer en el colchón y miró el techo, algo incómoda. Si supiera que era a causa de él...

—No es justo que puedas escuchar mi pulso —murmuró, irritada.

—¿No te gusta?

—No lo sé. Es como... una invasión a mi privacidad.

Y lo decía en su habitación, irónicamente.

Sin embargo, notó que Caleb se quedaba en silencio, mirándola. También lo miró. De pronto, parecía decaído.

—Si pudiera evitarlo, lo haría —le aseguró en voz baja—. No quiero que te sientas como si intentara invadir tu privacidad.

Victoria parpadeó, sorprendida, y se quedó sin saber qué decir mientras empezaban a cosquillearle los dedos. Le pasaba cada vez que le sostenía la mirada por mucho tiempo, pero no despegó los ojos de los suyos.

Eran tan... oscuros y magnéticos. Era extraño. Como si hubiera algo raro en ellos. Ya lo había detectado la primera vez que lo había mirado, y ahora ya sabía el por qué.

Sin embargo, algo le decía que parte de lo que sentía al mirarle los ojos no era solo por ser un x-men.

—¿No puedes evitarlo?

—No.

—Debe ser... agotador.

—Un poco. Algunas veces fumo para poder dormir un poco mi olfato. Es agradable tener un descanso.

Así que por eso fumaba. Interesante.

Y, de pronto, a Victoria se le pasó una idea fugaz por la mente.

—Un momento... a Bexley se le pusieron los ojos negros cuando me hizo eso de... de la cabeza.

—Sí.

—¿Fue porque usaba sus habilidades?

—Sí.

—Pero... tus ojos siempre están negros.

—Yo no sé dejar de usar mis habilidades, Victoria.

Vaya... eso tampoco se lo esperaba. Victoria lo meditó durante unos segundos, mirándolo.

—Entonces, no son negros —murmuró, sorprendida—. ¿De qué color son al natural?

—No lo sé. Mis primeros recuerdos son con los ojos negros. Y nunca he conseguido que mis sentidos se relajaran lo suficiente como para saberlo.

¿Era cosa suya o estaba siendo muy abierto en cuanto a responder preguntas? Debía estar de muy buen humor.

Y Victoria iba a aprovecharlo, claro.

—El otro día dijiste que quedaban muchas cosas por contar.

El humor de Caleb cambió al instante.

—Hoy no.

—¿No?

—Hablar de eso me pone de mal humor —y se incorporó, dejándola sola en la cama.

Bueno, no se esperaba que fuera a afectarle tanto.

Victoria también se puso de pie y lo siguió escaleras abajo. Suspiró cuando llegaron al primer piso sin que él hubiera dicho nada.

—Vaaale, perdón por preguntar. Supongo que entiendes que sienta curiosidad, ¿no?

—No he bajado por eso —murmuró.

—¿Y por qué...?

—He oído ruido en la entrada. Probablemente sean Bexley o Iver, pero es mejor asegurarse.

Victoria suspiró sonoramente para que lo oyera bien y llegó con él al piso inferior. Frunció un poco el ceño cuando vio a Bexley e Iver en la cocina. Ella leía una revista con gesto aburrido e Iver cocinaba canturreando una canción que sonaba por la radio.

Victoria miró a Caleb impulsivamente. Él parecía confuso.

—A lo mejor era un coche pasando por la carretera —sugirió, confusa.

—La carretera principal está demasiado lejos como para oírla tan bien.

—¿Y un animal? Vives en una granja, no...

—No. Sé reconocer pasos humanos.

De pronto, parecía tenso. Le echó a Victoria una ojeada pensativa antes de decir algo en su estúpido y complicado idioma. Iver dejó de cocinar al instante y Bex levantó la mirada hacia ellos. Ambos parecían repentinamente tensos.

Caleb volvió a mirar a Victoria.

—Quédate con Bex. Ahora volvemos.

—¿Qué? Pero...

Y la ignoraron categóricamente mientras ambos se dirigían a la puerta.

Genial.

Miró a Bex en busca de ayuda y ella se limitó a sonreír, divertida, y dar una palmadita al taburete de su lado. Victoria se acercó a ella y suspiró al sentarse.

—Volverán enseguida —le aseguró, pasando a la siguiente página de la revista. No parecía muy preocupada.

—Caleb es un pesado.

—Caleb ha estado muy paranoico desde que llegaste —corrigió Bex tranquilamente—. Normalmente no es así.

Eso despertó su curiosidad al instante. Victoria la miró, debatiéndose internamente entre preguntar o no.

Estaba claro que lo hizo, ¿no?

—¿Cómo es normalmente?

—Si no estuvieras tú, nos diría que ha oído algo fuera y subiría a su habitación para que nos encargáramos nosotros.

A Victoria le resultó difícil creer que él pudiera llegar a ser tan indiferente, la verdad, pero tampoco dijo nada al respecto.


Caleb

—Espero que realmente esté pasando algo malo, porque he dejado mi omelette a medias —protestó Iver.

Caleb lo ignoró y recorrió el sendero de la entrada hacia la carretera principal, agudizando el oído. Era como si el ruido hubiera desaparecido de pronto.

—No sé por qué estás tan pesado últimamente —añadió Iver, siguiéndolo con las manos en los bolsillos y gesto aburrido—. Ni Sawyer ni Axel han venido aquí en más de cinco años. No van a empezar a hacerlo ahora.

—Eso no lo sabes.

—Algún día tienes que explicarme por qué te preocupas tanto por esa humana mohosa, por favor.

Caleb se detuvo y le dedicó una mirada de advertencia. Iver levantó las manos en señal de rendición, divertido.

—Perdón, no quería ofender a tu amada —ironizó, divertido—. Solo tengo curiosidad por saber en qué punto dejó de ser un trabajo y empezó a ser algo personal.

—En ninguno. Sigue siendo un trabajo.

—¿Eso te dices a ti mismo cuando incumples las normas de Sawyer?

Caleb había vuelto a seguir su camino, pero se detuvo de nuevo, apretando los labios, y se giró hacia Iver.

—Confío en ella. No dirá nada.

—Eso es solo una norma de las cinco. Número dos: no contar a nadie fuera de la familia lo que somos.

Caleb no dijo nada. Iver levantó otro dedo para seguir enumerando, divertido.

—Número tres: no traerás a casa a nadie que no sea de la familia. Yo diría que esa también la has incumplido, ¿no?

—No podía abandonarla.

—Número cuatro: no salir de la ciudad bajo ningún concepto. Supongo que esa es la única que sigue intacta.

De nuevo, Caleb se limitó a ponerle mala cara sin decir nada.

—Número cinco: si te pillan, no digas absolutamente nada de la familia. Supongo que esa también sigue bien.

—Parece que no he incumplido tantas normas —masculló Caleb.

—Oh, pero me he dejado la más importante, amigo mío. La primera. La que resaltaba Sawyer una, y otra, y otra, y ooootra vez...

—No la he incumplido.

Iver esbozó media sonrisita y se metió las manos en los bolsillos, mirándolo.

—Número uno —sonrió aún más—: nadie está por delante de la familia.

—No la he incumplido —repitió Caleb.

—¿Y tu cachorrito?

—No la llames así. Y no he incumplido nada. Seguiré haciendo trabajos para Sawyer.

—Oh, pero ¿te crees que esa norma es para asegurarse de que sigues haciendo trabajos para él, Caleb?

Iver negó con la cabeza, divertido. Él no dijo nada.

—Esa norma es para que, si dada la situación, tienes que parar una bala que vaya hacia Sawyer y otra que vaya hacia tu cachorrito... lo elijas a él.

Hizo una pausa, dando un paso hacia Caleb y entrecerrando los ojos.

—¿De verdad crees que pararías la de Sawyer?

Caleb lo observó por unos segundos, pero no dijo absolutamente nada. Solo se dio la vuelta y siguió andando, enfadado tanto consigo mismo como con el idiota que lo seguía con una pequeña sonrisa.

—Eso pensaba —murmuró Iver.

—No he dicho nada.

—Y con eso lo has dicho todo.

Caleb no tenía intenciones de responder, pero tuvo muchas menos cuando escuchó el característico sonido de alguien arrastrando sus pasos en los arbustos de su izquierda.

Notó que sus hombros se tensaban y echó una mirada a Iver, que lo comprendió enseguida. Siempre habían sido buenos comunicándose sin decir nada. Al menos, en ese tipo de situaciones.

Porque, claro, cuando se ponía delantales con florecillas y cocinaba con sartenes y cucharas rosas... ya le resultaba más difícil entenderlo.

Caleb se centró en los arbustos y, sin hacer ningún ruido, los rodeó por la izquierda. Iver hizo lo mismo por la derecha. Caleb se metió la mano en la chaqueta y sacó la pistola muy lentamente, sin hacer ruido.

Lo peor era que el sonido de pasos se entremezclaba con la voz apagada de Victoria en la casa, cosa que estaba empezando a distraerle.

Cerró los ojos un momento, centrándose, y al abrirlos se metió en los arbustos.


Victoria

—Bueno... ¿cuántos años hace que conoces a Caleb?

Lo que en realidad quería preguntar era cómo había sido ese dichoso beso, pero prefería contenerse.

Por ahora, claro.

Bexley dejó la revista a un lado y apoyó los codos en la barra, mirándola con expresión divertida.

—Iver y yo sabemos dónde te llevó Caleb el otro día, Victoria. No hace falta que disimules.

—Vic —corrigió inconscientemente—. Y... mhm... me dijo que no dijera nada.

—Se refería a la gente de fuera, no a nosotros —Bexley suspiró—. Tenía la esperanza de no volver a ver la puerta de ese estúpido sótano abierta ni una sola vez más, aunque... bueno, al menos no encerramos a nadie ahí.

Victoria había empezado a pasearse por la cocina con los brazos cruzados, echando ojeadas a la puerta principal. No le gustaba que la dejaran de lado para hacer las cosas importantes. Se ponía nerviosa.

—No quiero ni imaginarme lo que debió ser estar encerrada ahí abajo —murmuró sinceramente.

—Supongo que para mí fue más llevadero. Estar con Iver... bueno, normalmente me puede llegar a poner de los nervios, pero te aseguro que en aquel entonces nos hicimos inseparables.

Victoria dejó de andar un momento, pensativa.

—¿Cómo... cómo descubriste tu habilidad?

Bexley puso mala cara, como si no le gustara recordarlo.

—Desde pequeña había tenido muy buen instinto. Especialmente con Iver. Le decía: no vayas por ahí, tropezarás con una piedra y te harás daño en la rodilla. Él no me escuchaba, claro, pero yo siempre lo acertaba todo. No recuerdo mucho más de esa época. Solo que también me sucedía con otras personas si me concentraba mucho. Lo siguiente que recuerdo es a Sawyer adoptándonos y sacándonos de la calle para darnos trabajo. Él vio mi habilidad enseguida. Yo no sabía ni que la tenía.

—¿Os sacó de la calle?

—Iver y yo estábamos solos. Completamente solos. Fue... bueno, realmente no sé dónde estaríamos ahora mismo de no haber sido por Sawyer.

Victoria la observó, casi fascinada. Si pudiera elegir una habilidad, elegiría la suya. Ver el futuro tenía que ser... wow. Ni siquiera podía empezar a imaginarse la cantidad de cosas que...

—No es tan emocionante como parece —murmuró Bex al verle la cara.

—¿Eh?

—Mi habilidad —dijo en voz baja, y casi pareció triste—. Desde que la desarrollé, todo el mundo cree que soy una afortunada. No lo soy.

—Pero ¡puedes ver el futuro! ¡Eso es increíble!

Bexley negó con la cabeza, de nuevo con aspecto triste.

—Casi ningún futuro es como lo espera el que te pide que se lo mires —murmuró—. Además, cuando miras el futuro de alguien que quieres y ves algo malo... es como si no pudieras seguir disfrutando de los buenos momentos con él, ¿sabes?

—¿Te ha pasado alguna vez?

Bexley no respondió ni la miró.

Y Victoria, de pronto, recordó el pequeño detalle de que había visto el suyo. Se acercó a la barra, sedienta de información, y vio que Bexley se tensaba sin mirarla.

—¿Recuerdas lo que viste en el mío?

—Sí —musitó.

—¿Podrías decírmelo?

—No.

La respuesta fue tan contundente que ella se quedó pasmada unos segundos.

—¿Por qué no?

—Porque Caleb me mataría.

—Pero es mi futuro, no el suyo.

—Créeme, Vic, si Caleb no quiere que lo veas... es por algo. Nadie quiere saber realmente su futuro. Hace que pierdas la noción del presente.

Eso no era suficiente. Victoria necesitaba saberlo. Y, además, Bex parecía mucho más fácil de convencer que el testarudo de Caleb.

—¿Puedes decirme, al menos, si era feliz o triste?

Eso pareció convencerla más. La miró, por fin, y vio que una pequeña sonrisa se dibujaba en sus labios cerrados y pintados de negro.

—Había momentos felices... realmente felices —se quedó pensativa unos segundos—. Muchos lo eran.

—¿Y los otros?

Bexley volvió a mirarla, pero esta vez su mirada se había endurecido.

—No necesitas saberlo. Vive tu presente y sé feliz con él.

—Pero...

—No —repitió bruscamente, y se puso de pie—. Y no me sigas preguntando sobre ello, por favor.


Caleb

El ruido de los arbustos había resultado ser... curioso.

Más que nada porque no era alguien intentando entrar furtivamente a su casa. Ni Axel, ni Sawyer.

Era un chico joven boca abajo entre los arbustos con una mochilita púrpura. Roncaba con ganas y pasaba las manos por la hierba, balbuceando. De ahí el ruido de arrastre que había oído Caleb. Y probablemente los pasos habían sido justo antes de que colapsara en el suelo.

—Un borracho —murmuró Iver, volviendo a esconder su pistola—. ¿Cómo demonios habrá llegado hasta aquí? El bar más cercano está a diez minutos en coche.

Y era el de Victoria, por cierto.

—Lo habrán dejado tirado —murmuró Caleb—. O se habrá perdido.

—¿Y qué hacemos? ¿Lo dejamos en la carretera para que mañana pueda volver a donde sea que viva?

Caleb lo consideró un momento, y se apartó cuando el borracho habló en sueños y se giró, roncando, quedando boca arriba.

Fue como si le dieran una bofetada para que reaccionara.

—Mierda —murmuró.

Iver lo miró al instante.

—¿Qué? ¿Lo conoces?

—Sí —apretó los labios—. Es el hermano de Victoria.

¿Ian? ¿Se llamaba así? Bueno, poco importaba. Tampoco iba a responderle aunque le hablara.

Caleb puso una mueca. Estaba dormido como un tronco y, desde luego, no iba a llegar solo a la puerta principal. 

Puso mala cara cuando se dio cuenta de su única alternativa. Iver también debió verlo, porque se echó a reír.

—Parece que ahora también tienes que ser la niñera de tu nuevo cuñadito.

—Cállate —espetó antes de agacharse y colgarse al hermano de Victoria del hombro.


Victoria

Bueno, Bexley no había estado muy comunicativa durante esos pocos minutos después de su conversación.

Victoria seguía paseándose por la cocina, pensativa, preguntándose qué demonios estaría haciendo Caleb para tardar tanto. A lo mejor debería ir a ayudarlo.

Aunque no veía cómo podía ayudarlo, la verdad. Como no fuera distrayendo a los malos...

Justo cuando lo estaba pensando, escuchó la puerta principal y sonrió, aliviada. Sin embargo, la sonrisa desapareció en cuanto vio la escena que tenía delante.

Caleb transportando a su hermano inconsciente hacia el sofá, donde lo dejó caer con un sonoro plof.

—¿Qué...? —se escuchó decir a sí misma, asustada—. ¡Ian!

Bexley e Iver la siguieron con la mirada, confusos, cuando fue corriendo hacia su hermano y se agachó a su lado, sujetándole la cara con las manos.

Había vuelto a dejar de afeitarse y una barba algo corta se extendía por su mandíbula, pinchándole los dedos. No se había cambiado de ropa en unos días, y hacía otros cuantos más que no se duchaba.

Y, como siempre... apestaba a alcohol.

Echó una ojeada avergonzada a su alrededor y vio que Iver y Bexley permanecían a un lado, mirándola con curiosidad, mientras que Caleb seguía de pie junto a ella, mirando a Ian como si no entendiera muy bien qué hacía ahí.

—Ian —Victoria volvió a mirarlo y le dio un ligero golpe en la mejilla—. ¡Ian, despierta, vamos!

Él empezó a abrir los ojos, confuso, y parpadeó unas cuantas veces para enfocar dónde estaba. No pareció reconocer nada hasta que se giró hacia su hermana y puso una mueca.

—Mierda, Vic... llevo días buscándote.

—¿Se puede saber qué demonios haces aquí? ¿Y qué es esto?

Le sujetó la cara con una mano al darse cuenta de que tenía sangre seca bajo la nariz y en la camiseta. Y la piel helada. ¿Cuánto tiempo había estado fuera?

—¿Te has metido en una pelea? —le preguntó en voz baja, asustada.

—Bueno... técnicamente me ha metido el otro, ¿sabes? Yo solo quería un sitio en la barra del bar... ¡y no me dejaba! ¡He tenido que hacerlo o...!

—¿Sabes qué? Prefiero no saberlo.

Victoria volvió a echar un vistazo a su alrededor, nerviosa, antes de bajar la voz para que solo él pudiera oírla.

Bueno, y el x-men con super-oído, claro.

—No es un buen momento para prestarte dinero, Ian.

—¿Eh? No vengo por eso. Es que no tenía donde pasar la noche y la verdad es que no me vendría mal dormir en una cama, para variar.

—¿Cómo has llegado aquí? —le preguntó Caleb, desconfiado.

Ian suspiró y se incorporó, acariciándose la frente con una mano. Tenía un aspecto bastante larguirucho y delgado, como Victoria, solo que él tenía una piel más pálida y unas ojeras mucho más pronunciadas.

—El otro día fui a casa de mi hermana y pensé... oye, ¿seguirá con su nuevo novio tenebroso? A lo mejor no debería molestarla. Así que esperé un rato abajo y vi que efectivamente aparecías tú y te colabas en su casa por la escalera de incendios... cosa que no juzgo, todos hacemos cosillas ilegales de vez en cuando... ¿eh? Yo una vez rompí un...

—Ian —lo riñó Victoria—. Al grano.

—Ah, sí, bueno... estaba tan borracho que me imaginé que salíais de un salto por la ventana —se echó a reír—, ¿os lo podéis creer?

Sí, definitivamente podían.

Victoria miró instintivamente a Caleb, que permaneció con su expresión impasible de siempre. 

—Bueno —continuó Ian—, os vi marcharos y seguí el coche por un rato, pero luego me cansé, desapareció y... bueno, iba hacia una carretera poco transitada. Pensé en volver a buscarte cuando te necesitara y vi que esta era una de las pocas casas de la zona... probé suerte, me quedé dormido en el jardín... pero bueno, aquí estoy, ¿no? ¡Que empiece la fiesta!

Ian soltó una risita, mirando a su alrededor, y sus ojos se detuvieron en Bexley e Iver.

—Wow... menuda cicatriz, tío. Eso no te lo has hecho montando en bici, ¿eh?

Iver puso mala cara al instante en que se giró hacia Victoria.

—¿Esto es tu hermano?

—No lo llames esto —masculló Victoria de mala gana.

—Y tú... —Ian señaló a Bexley, que le enarcó una ceja—. Bueno... eres rarita, pero en tu rareza tienes un rollito que me pone un poco, no te voy a engañar.

—El sentimiento no es mutuo —le aseguró ella.

—Ian —Victoria lo miró, avergonzada—, ¿se puede saber qué haces aquí?

—Ah, sí... he venido a devolverte esto. Se me cayó y nadie me dio nada por una taza rota, así que, bueno... te la devuelvo, ¿eh? Como si nada hubiera pasado. Ya estamos en paz.

Victoria levantó las cejas, sintiendo que una oleada de impotencia la invadía cuando Ian abrió su mochilita púrpura y sacó lo que parecían los trozos de la tacita que le había robado unos días atrás.

Hubo un instante de silencio. Incluso se olvidó, por un breve momento, de que no estaba en su casa. Solo miró fijamente a Ian, que estaba bostezando como si nada hubiera pasado.

—¿La has roto? —preguntó en voz baja.

—¡No la rompí, se me cayó! Hay una gran diferencia.

—Ian...

—Y, total, tampoco es que paguen muy bien por ellas. Así que he sido un buen hermano y te la he devuelto. De nada.

Victoria no sabía ni por dónde empezar. Bueno... no sabía ni cómo sentirse. Bajó la mirada a su mochila de nuevo y sintió que su cuerpo entero daba un respingo al ver lo que había dentro.

—¿Eso es mi portátil? —preguntó con voz aguda, mirando fijamente a Ian.

—¿Eh? Ah, sí. Tampoco me daban mucha cosa por él.

—P-pero... ¡me dijiste que no sabías donde estaba!

—¡Bueno, claramente necesitaba dinero!

Victoria le dedicó una mirada de impotencia, negando con la cabeza. No tardó en inclinarse sobre la mochila, recoger su portátil y su tacita rota, y dirigirse a las escaleras.

—¡Espera! —Bexley se asomó al vestíbulo rápidamente—. ¿Qué hacemos con éste?

—Lo que queráis —murmuró ella en voz baja.


Caleb

El gato imbécil levantó la cabeza al instante en que vio que Victoria se marchaba, desolada, y se apresuró a seguirla maullando.

Caleb estuvo a punto de hacer lo mismo casi sin pensar, pero se detuvo en seco cuando escuchó una risita a su lado.

Se giró hacia el hermano de Victoria con los dientes apretados.

—Tú eres el novio de Vic, ¿no? —preguntó Ian, divertido—. ¿No deberías estar arriba consolándola?

Bexley e Iver intercambiaron una mirada cuando vieron la expresión de Caleb y, lentamente, salieron de la habitación y los dejaron solos.

Caleb respiró hondo antes de responderle.

—Tienes diez segundos para irte de esta casa.

Ian solo enarcó una ceja con una sonrisita.

—¿Yo? No lo creo. Vic no va a dejar que me eches.

—Victoria no está aquí ahora mismo, así que eso me da igual. Fuera.

El idiota no pareció reaccionar. Al menos, hasta que Caleb dio un paso en su dirección y él se puso de pie torpemente, levantando las manos en señal de rendición.

—Bueno, bueno... relájate, ¿eh?

—¿Tengo que volver a decirte que te vayas?

—Soy tu cuñado, ¿no se supone que deberías intentar caerme bien?

—Tu opinión me importa tan poco como tú.

El hermano de Victoria puso mala cara, pero finalmente pareció entenderlo y recogió su mochilita púrpura, colgándosela del hombro.

—Pues nada —masculló, malhumorado—. Ya hablaré con Vic cuando no esté contigo.

—No creo que eso pase en un futuro cercano.

El idiota se detuvo en la puerta y le puso mala cara pese a que Caleb le sacaba casi una cabeza de altura.

Ni siquiera de cerca estaba a la altura de Victoria. Tenía los ojos grises, sí, pero ella los tenía mucho más brillantes que él, que los tenía acuosos. Incluso el pelo parecía de un tono más apagado y la piel más pálida.

—¿Quién te crees que eres para impedirme ver a mi hermana? —preguntó, molesto.

Caleb se tomó un momento para responder. Su respuesta normal habría sido agarrarlo por el cuello y sacarlo él mismo de casa, pero dudaba mucho que eso fuera lo que esperaba Victoria de él.

—Tu hermana te quiere —empezó Caleb lentamente—, cosa que no entiendo del todo, pero tengo que respetar.

Eso pareció calmar a Ian, que esbozó una sonrisita orgullosa.

—Incluso deja que le robes cosas y no te denuncia por ello. Eso tampoco lo entiendo, pero, de nuevo, no me queda otra que respetarlo.

—Veo que nos entendemos.

—No —Caleb dio un paso hacia él—, no nos entendemos. En absoluto.

Ian ya no parecía tan divertido. Se encogió contra la puerta, algo atemorizado, cuando Caleb lo miró fijamente.

—Yo no soy Victoria —le dijo en voz baja—. Si te veo llevándote algo más que sea suyo, no reaccionaré como ella. No soy tan paciente. Nunca lo he sido, y te aseguro que no voy a empezar a serlo por ti. ¿Lo has entendido?

El idiota solo lo miró fijamente, lívido.

—Te he hecho una pregunta —le recordó.

—Sí... b-bueno... ejem... lo e--entiendo y...

—Bien. Fuera de aquí. Y no le digas a nadie donde has estado.

Caleb abrió la puerta, lo empujó fuera y la cerró de nuevo, molesto.

Notó que su enfado repentino iba calmándose a medida que subía las escaleras. Por un momento, dudó antes de entrar en su habitación. Quizá Victoria necesitaba estar a solas o algo así. 

Sinceramente... no entendía muy bien las convenciones sociales en esos casos.

Al final, optó por terminar de subir las escaleras y entrar en su habitación. Escuchó el leve tintineo de la porcelana incluso antes de ver a Victoria sentada en su cama con las piernas cruzadas, intentando juntar las tres partes de la tacita.

El gato imbécil estaba tumbado en el suelo, lamiéndose una pata como si nada.

Caleb estuvo a punto de decir algo para que ella supiera que estaba ahí, pero le sorprendió ver que ladeaba la cabeza, mirándolo de reojo.

—¿Lo has echado? —preguntó en voz baja.

Vale, era cierto eso de que podía notar su mirada encima, porque no había hecho ni un solo ruido.

Caleb asintió con la cabeza, algo cauteloso.

Por un momento, pensó que Victoria se enfadaría, pero al final solo suspiró y volvió a mirar la taza rota que tenía entre sus dedos.

—Supongo que debería haberlo hecho yo —murmuró—. Y hace bastante tiempo.

Caleb no sabía qué hacer, así que optó por rodear la cama y sentarse junto a ella. Victoria no lo miró, pero apartó los trozos de porcelana rota y los dejó sobre la mesita de noche.

—Bueno, esto ya no va a servir de mucho —murmuró.

—Puedo intentar arreglarla.

—No tienes por qué hacerlo.

—Pero quiero hacelo.

Ella apretó los labios un momento antes de sacudir la cabeza.

—Gracias, pero... bastante has hecho ya por mí. Olvídate de esto, por favor.

Su tono no era el de admitir discusiones al respecto, así que Caleb no dijo nada más. Solo la miró.

No le gustaba ver a Victoria con esa expresión triste. Siempre se quejaba de cuando parloteaba, sonreía, se reía o incluso se burlaba de él, pero lo prefería mil veces a ese silencio y esa expresión.

—Siendo tú, me extraña que no le hayas dado con la mochila en la cabeza —murmuró.

Victoria esbozó una pequeña sonrisa divertida que le iluminó la expresión.

Menos mal.

—Y probablemente lo habría hecho con cualquier otra persona, pero... con él no puedo hacerlo.

La sonrisa había vuelto a desaparecer, pero esta vez su expresión no parecía triste, sino más bien... melancólica.

—¿Por qué? —preguntó al ver que no iba a decir nada.

—Es... una historia complicada.

—¿Más que la mía? —él enarcó una ceja.

Victoria le sonrió, esta vez con una sonrisa completa.

—Vale, no tan complicada —admitió.

—Menos mal.

—Sí, imagínate que ahora te digo que soy una especie de súper-humana con poderes mágicos, ¿no te irías corriendo y chillando?

—No son poderes mágicos —repitió por enésima vez.

—Pues habilidades especiales, ya me entiendes, Calebsito.

—No me llames...

—¿Por qué? ¿Te molesta, Calebsito?

Él abrió la boca para responder, pero la cerró cuando Victoria dejó sus cosas a un lado y se acercó a él arrastrándose por la cama.

Caleb, impulsivamente, notó que su cuerpo se echaba hacia atrás y quedó apoyado sobre los codos.

Tragó saliva cuando ella sonrió, divertida. De pronto, le puso una mano en el pecho y lo empujó hasta que quedó tumbado en la cama. Apenas un segundo más tarde y con su sonrisita intacta, pasó una pierna por encima de él y se quedó sentada a horcajadas sobre su estómago.

¿Qué demonios estaba haciendo?

¿Y por qué Caleb de repente estaba tan tenso?

—¿Esto no te recuerda a la primera vez que entablamos una bonita conversación? —ella levantó y bajó las cejas.

Caleb intentó decir algo, pero de pronto le resultó difícil encontrar sus cuerdas vocales y tuvo que carraspear antes de hacerlo.

—La primera vez que hablamos te apunté con una pistola —enarcó una ceja.

—Sí, bueno, intentemos olvidar esos detalles por bonitos que sean, ¿vale?

—No se me da bien olvidar a propósito.

Ella negó con la cabeza, divertida, y de pronto se inclinó hacia delante y apoyó ambas manos junto a la cabeza de Caleb.


Victoria

Ajaaaá, por fin tenía al x-men inmovilizado.

Podía acostumbrarse a eso. Sin problemas.

Hubiera deseado que él, por lo menos, reaccionara de alguna forma. Casi hubiera preferido incluso que la apartara, pero esa cara impasible... ¿por qué era tan difícil sacarle una reacción?

Caleb carraspeó ligeramente, mirándola con indiferencia.

—Quítate.

—¿Por qué? ¿No te gusta?

—No.

—Vamos, x-men, los dos sabemos que si no me quisieras aquí sentadita ya me habrías apartado sin problemas.

Victoria esperó y esperó... pero no, no la apartó.

¿Por qué cada vez que parecía inmune a sus provocaciones le entraban ganas de hacer el triple de ellas?

Por un momento, la opción de quitarse y dejarlo en paz pareció una buena idea, pero... ella siempre había tenido una gran predilección por las malas ideas.

Sonrió maliciosamente y le agarró las muñecas sin previo aviso, sujetándolas junto a su cabeza e inclinándose sobre él.

—Si no te gusta esto —ella enarcó una ceja—, apártame tú mismo.

Caleb no dijo nada. Tampoco se movió. Solo mantuvo sus ojos oscuros y magnéticos clavados en los suyos.

—A ver si consigo ponerte nervioso —murmuró, recorriéndolo la cara con los ojos.

Victoria, de pronto, tenía la imperiosa necesidad de ir un poco más lejos. De inclinarse un poco más sobre él y de provocarlo para ver qué hacía.

Y... bueno, tal vez también quería hacerlo solo por gusto propio.

Justo cuando estaba pensando en eso, Caleb de pronto esbozó media sonrisa que la pilló completamente por sorpresa.

—¿Eso es lo mejor que sabes hacer?

¿Qué...?

Él dejó de sonreír, pero tenía la burla grabada en los ojos. Victoria notó que la sangre empezaba a circularle a toda velocidad por el cuerpo, haciendo que su corazón se acelerara. No estuvo muy segura de si fue por la media sonrisa o por la burla en sí.

Fuera lo que fuera, había conseguido que ella empezara a sentirse como se sentía siempre que se acercaba demasiado a él: mareada, sofocada y con cosquilleos por partes del cuerpo que ni siquiera sabía que existían.

Muy bien... ¿quería jugar?

Ella también sabía jugar.

Y muy bien.

Apretó los dedos en las muñecas de Caleb, que no hizo un solo movimiento para apartarla. Solo la seguía con los ojos con suma atención, cada movimiento, cara mirada, cada roce...

Victoria apoyó su peso en las rodillas y las manos y se inclinó hacia delante, probando sus límites y viendo hasta cuánto podría aguantar sin que la apartara.

Una pequeña parte de ella que intentó ignorar con todas sus fuerzas... tenía la esperanza de que no la detuviera.

Victoria se quedó con la cara a la altura de la suya. La cabeza le daba vueltas, pero se las apañó para fingir que estaba segura de lo que hacía. Él no reaccionó cuando le soltó las muñecas y deslizó los dedos lentamente por sus antebrazos y sus bíceps hasta llegar a sus hombros.

Para cuando llegó a su pecho, ella ya no podía disimular que le temblaban las manos y el corazón le iba a toda velocidad.

Y lo peor era que Caleb lo sabía, seguro. Podía oírlo.

Pero... siguió sin moverse.

Victoria empezó a actuar sin pensar. Bajó una de las manos por su pecho lentamente, sobre su chaqueta medio abrochada, hasta llegar a la cinta elástica en la que guardaba la pistola. No despegó los ojos de los suyos cuando bajó la cremallera de la chaqueta y le metió las manos en los hombros para quitársela.

Eso tenía que hacerle reaccionar, ¿verdad?

Metió un poco más las manos en la prenda y tiró de la parte de los hombros, indicándole que reaccionara y la apartara.

Pero él no lo hizo. De hecho, se le había oscurecido la mirada. Si es que era posible.

Victoria no pudo evitar que se le escapara una bocanada de aire cuando él se incorporó un poco sin quitarla de encima para que pudiera quitarle la chaqueta.

Caleb se había quedado tan cerca de su cara que sus narices se rozaban, pero ninguno se apartó. De hecho, cuando Victoria le quitó la chaqueta y la dejó al suelo, él se quedó apoyado en los codos, sin apartar la mirada de la suya.

De pronto, ella ya no se acordaba del reto. No se acordaba de nada. Ni siquiera de dónde estaba. Era como si una burbuja de realidad paralela los hubiera absorbido y los mantuviera alejados del mundo, en su propio universo.

Tragó saliva y metió un dedo en el elástico de la pistola. Caleb no se movió cuando lo deshizo con cuidado. Victoria tragó saliva y se lo quitó del todo, dejándolo al otro lado de la cama, lejos de ellos.

Ya no había brillo de burla en los ojos de él. Ni tampoco indiferencia. No había nada más que una oscuridad hipnotizante que la envolvió por completo, impulsándola a inclinarse hacia delante y rozarle la línea de la mandíbula con la punta de la nariz.

Notó que Caleb se tensaba, pero no la apartó. Tampoco lo hizo cuando ella se apoyó con las manos en sus hombros y se acomodó en su regazo, sentándose mejor sobre él y sustituyendo su nariz por sus labios. Le rozó la piel del cuello con la boca y, casi al instante, notó que Caleb le clavaba una mano en la cadera y apretaba los dedos en su sudadera.

Pero... no la apartó.

Victoria ya no podía disimularlo. Tenía la respiración acelerada y el pulso disparado. El roce de sus labios se convirtió en un ligero beso justo bajo la oreja de Caleb. Fue deslizándose y pellizcándose con su corta barba hasta llegar a la comisura de sus labios. Él los tenía ligeramente separados.

Victoria no levantó la mirada a sus ojos. Sabía que sería su perdición hacerlo. Solo se separó ligeramente para mirarle la boca. Tenía los labios carnosos, ligeramente separados y a pocos centímetros de los de ella.

Ya no pudo evitarlo. Levantó la mirada a sus ojos y vio que él los tenía clavados en su boca. Una oleada de electricidad la recorrió de arriba abajo.

Victoria se pasó la lengua por el labio superior sin siquiera darse cuenta y él soltó una bocanada de aire contra sus labios.

Ya no podía más. Tenía que besarlo.

Nunca había deseado besar a alguien con tantas ganas. Y necesitaba hacerlo. Ya.

Sin siquiera pensarlo, se inclinó hacia él y sintió que sus labios rozaban los de Caleb, que soltó una brusca bocanada de aire. Un sonido grave escapó de lo más hondo de su garganta cuando apretó aún más los dedos en su cadera.

Y, de pronto, ya no estaba sentada en su regazo. Abrió los ojos, perpleja, y se encontró a sí misma con la espalda clavada en la cama y Caleb apoyado entre sus piernas, sujetándole las muñecas para que se detuviera.

Ella parpadeó, confusa, cuando vio que él tenía la respiración agitada y la mirada mucho más oscura que antes. Pero cuando intentó mover las manos para tocarlo, no se lo permitió.

—Creo que ya te has divertido bastante por hoy —le dijo en voz baja.

Victoria vio que se quedaba mirándola un momento más y, entonces, se separaba bruscamente y se apresuraba a marcharse de la habitación, dejándola sola.

Ella se quedó mirando el lugar por el que Caleb había desaparecido durante unos segundos antes de dejarse caer en la cama de nuevo, tan exhausta como si hubiera corrido durante horas, y llevarse una mano al corazón acelerado.


Caleb

Mierda, necesitaba alejarse de esa habitación urgentemente.

Cerró los ojos para centrarse, pero podía seguir escuchando el corazón de Victoria bombeando sangre a toda velocidad. Y su respiración agitada. Y podía seguir oliendo a lavanda justo delante de él.

Se apresuró a terminar de bajar las escaleras y vio que Bex e Iver estaban en la cocina, charlando. Los dos se detuvieron cuando lo vieron pasar a toda velocidad hacia la puerta y marcharse sin decir nada más.

No se sintió tranquilo hasta que estuvo conduciendo con la ventanilla bajada para que el aire frío y unas pocas gotas de lluvia le dieran en la cara. Unos ojos grises anegados de deseo y una lengua rosada pasando por un carnoso labio superior no dejaban de atormentarlo.

¿En qué momento había dejado que ella tuviera el control de esa forma?

Ni siquiera fue del todo consciente de dónde estaba hasta que se dio cuenta de que había aparcado en El molino. El único bar al que iba la gente como él. Incluso Sawyer iba alguna vez, aunque últimamente no había salido de su fábrica.

Bajó del coche, frustrado consigo mismo, y entró en el local. Era viejo, con paredes rojas y suelos de madera oscura, mobiliario muy usado y trofeos en las paredes. Nada especial. Nadie le prestó atención cuando lo cruzó entero hasta llegar a la puerta trasera.

Salió a la terraza y se llevó un cigarrillo a los labios. Se dejó caer en cualquiera de todas las mesas vacías y se lo encendió. Nunca había sentido tantas ganas de fumar para adormilar sus sentidos.

Ni siquiera estando tan distraído fue capaz de ignorar que alguien abría la puerta que tenía detrás al cabo de unos pocos minutos. Escuchó pasos deteniéndose bruscamente antes de volver a avanzar hasta acercarse a él.

—Mira quién ha decidido visitarnos —murmuró Axel detrás de él.

Caleb no dijo nada. De pronto, sintió que su cuerpo entero se tensaba. 

Ahí estaba. La causa por la que Victoria estaba en peligro. Hablando con él.

No lo miró hasta que Axel rodeó la mesa para sentarse justo delante de él, sonriendo de esa forma cruel tan característica en él.

—¿Has venido a verme a mí o a Brendan? —preguntó Axel con la malicia en los ojos.

Caleb no reaccionó inmediatamente. Se concedió unos segundos a sí mismo para tratar de calmarse antes de hablar y no empeorar las cosas.

—A ninguno —aclaró.

—¿Y qué haces aquí?

El Molino tenía un inconveniente; era una de las tapaderas de Sawyer para una de sus tres casas de la ciudad.

Y, justo en esa, tenía que vivir Axel con... apretó los labios al pensar en Brendan.

—No se me ocurrían muchos más lugares donde nadie me viera —aclaró Caleb sin inmutarse.

—¿Y tu casa?

—Estaba aburrido de estar ahí.

—No me extraña —Axel sonreía, pero la tensión que había entre ambos era más que obvia—. Yo también me aburriría en esa granja apartada del mundo... sin más distracciones que los mellizos.

Caleb ignoró completamente el tono que había utilizado para decirlo. Había pasado demasiados años con él como para caer en sus provocaciones.

Axel ladeó la cabeza, como si hubiera entendido lo que pensaba y se propusiera cambiarlo.

—¿No vas a preguntarme qué tal le va a Brendan? Hace mucho que no vienes a verlo.

—Hace mucho que él tampoco viene a verme a mí.

—Años sin veros y seguís igual de testarudos —Iver sonrió, casi divertido—. No le he dicho que estabas aquí.

Pues claro, el del bar había avisado enseguida a Axel, que vivía justo encima. Lo único extraño es que hubiera tardado tanto en llegar.

Axel suspiró y se acomodó en su silla, cruzándose de brazos. Tenía una sombra cruelmente divertida en los ojos cuando los clavó en Caleb.

—Supongo que ya te has enterado que me han encargado ir a por tu... cachorrito, ¿no?

Caleb apretó los dientes imperceptiblemente.

—No es mi nada —aclaró lentamente.

Lo último que necesitaba era darle a Axel más motivos para ir contra Victoria.

—¿No? —Axel ladeó la cabeza—. Después de tanto tiempo vigilándola... estando con ella... ¿no es nada? ¿En serio?

—Solo la vigilaba. Ni siquiera he hablado con ella.

—Claro —Axel sonrió—. Tan perfecto en tus trabajos como siempre, kéléb.

Esa última palabra casi había sonado como un insulto envuelto en amarga envidia, la que siempre había sentido por Caleb.

—Nunca entenderé por qué eres el favorito de Sawyer —murmuró con una sonrisa amarga—. ¿De qué sirve tu habilidad a la hora de torturar a alguien?

—¿Cómo torturarías a alguien sin mi habilidad para encontrarlo, Axel?

Él esbozó media sonrisa, negando con la cabeza.

—Tan callado y siempre con las mejores respuestas.

Se quedaron mirando el uno al otro unos segundos antes de que, de pronto, Axel se pusiera de pie con su sonrisita intacta.

—Me alegra que no te hayas encariñado de tu cachorrito, porque no tardaré en encontrarlo.

—Sawyer ha cancelado tu trabajo —le recordó Caleb frívolamente.

—Oh, pero algún día volverá a asignármelo.

Así que sí lo había hecho, después de todo. Una parte de Caleb se esperaba que Sawyer le hubiera mentido al decirle que lo quería cancelar.

Volvió a centrarse cuando Axel apoyó una mano en la mesa, mirándolo fijamente.

—Voy a disfrutar cada segundo de agonía de tu cachorrito —le aseguró en voz baja—. ¿Crees que gritará desesperadamente tu nombre justo antes de que acabe con ella? ¿O para entonces ya se habrá olvidado de ti?

Caleb sintió que le hervía la sangre en las venas y, por primera vez en su vida, mantener la compostura y no cambiar su expresión resultó difícil. Solo quería agarrarlo del cuello y estamparlo contra el suelo.

Pero... no llevaba pistola. Y, aunque la llevara, no podía hacerle nada. No si no quería arriesgarse a arruinarlo todo.

Axel volvió a incorporarse, mirándolo fijamente.

—A lo mejor le dejo una bonita cicatriz. Como la que le dejé a tu amigo.

Sin decir nada más, volvió a entrar al bar.


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